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Atracción Inevitable por Nickyu

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II

Lamentable

 

 

El omega lanzó un enorme suspiro, enfadado. Revisaba el inventario, hasta que llegó su muy querido —a pesar de que a veces le daban ganas de matarlo y lanzar su cuerpo al río— amigo.

No podía mentir, lo adoraba. Era como una luciérnaga fastidiosa —a pesar de que dicho animal jamás podría ser catalogado de ese modo—, pero que a fin de cuentas; llegaba a iluminar.

Rodó los ojos, hastiado. Ese inventario le estaba dando problemas. Muchos. Y ahí venía Hifumi,  darle otro dolor de cabeza, y, por supuesto, una nueva multa.

—Doppo-Kun, lamento la intromisión —musitó galante el rubio, inclinándose en su escritorio.

Apenas lo vieron las féminas  del lugar, parecían desprender corazones por los ojos, y a Doppo le enfadaba  eso. Sabía bien que su amigo era una utopía; imposiblemente bello, y jamás podría sentir celos de él.  La cuestión es que si el rubio llegaba, la oficina se volvía de repente un evento fan meeting, en donde las aficionadas —sus colegas de trabajo— se reunían con intenciones de acercarse al idol —Hifumi alías GIGOLO el Emperador de la Noche—, y el manager —Doppo Kannonzaka, ¡cómo no!—, era amonestado —multado— por la cabeza de la agencia —su jefe—, debido a que el fan meeting —la oficina— se volvía un caos.

Complicado y desastroso.

Lanzó un bufido, tomando el brazo del rubio, quien sonreía radiante a medida de que se acercaban más de sus fans.

Logró arrastrarlo hasta el pasillo principal, pasando por medio de la gente y los abucheos.  Apretó los dientes, tanto, que rechinaron, haciendo que Hifumi arqueara una ceja, sonriendo de forma felina, una de esas sonrisas que confundían al pelirrojo, pues no sabía si las amaba u odiaba, en realidad.

 —Hifumi, ¿qué haces aquí? —siseó Doppo, casi sin separar los dientes.

A Hifumi le gustaba verlo enfadado… daba la impresión de que esos ojos se encendían como piedras hechizantes. 

—Quería verte, por supuesto —contestó con simpleza, mientras rodeaba con su brazo la cintura del omega pelirrojo.

—Sabes que tú no puedes… —calló abruptamente, cuando vio llegar al médico más importante del hospital.

Cerró los ojos, en un gesto rendido. Jinguji Jakurai, un alpha, médico de treintaicinco años, calmado, de belleza serena  —contraria a la de Hifumi—, calculador y nada impulsivo.  Pero no era el alpha lo que le aterraba, lo que le aterraba, era  que el médico de larguísimos cabellos plateados era una señal. Una señal de que los superiores se avecinaban.

Quiso beberse todas las pastillas del inventario, mientras lloraba amargamente.   

—Buenos días, Hifumi-Kun —musitó con su voz tenue y profunda, el médico, entrecerrando los clarísimos ojos azules que poseía.  

Sensei, buenos días —sonrió Hifumi, apretando la cintura de su amigo—. En la tarde iré a su oficina a dejarle la caña de pescar que olvidó la última vez, en el viaje —le recordó, echándole otra mirada al pelirrojo, que giraba nervioso la cabeza,  en espera del resto de personal médico.

Doppo, al escucharlo,  se apartó del agarre en su cintura, como si de repente el contacto le quemara.

—No, no —interrumpió el oficinista, horrorizado, desviando sus ojos hacia el médico—. Yo me encargaré de hacerle llegar cualquier cosa que necesite de Hifumi, Sensei. Y tú —sentenció mirando al rubio, que no sólo demostraba diversión en su sonrisa, sino también en sus foráneos ojos color miel teñidos sutilmente de un verde claro. Hifumi era exótico y bello, y eso era algo que no podía cambiar. Lo que sí podía cambiar, eran las visitas a su trabajo, y si no podía, debería recurrir al asesinato—, vienes conmigo, no quiero otra multa, ¿por qué no pareces entenderlo? ¡Hifumi, no estoy hablando con un niño, por dios! —casi gritó, enfurecido, disculpándose posteriormente, haciendo una reverencia frente al médico que miraba toda la situación; confundido.

En seguida tomó el brazo de Hifumi, arrastrándolo hacia al ascensor. Luego de que Doppo se disculpara reiteradamente con el doctor y se apartaran, el rubio se zafó suavemente del fuerte agarre de su amigo, entrecerrando los ojos, caminando muy cercano a él, a donde sea que quisiera llevárselo. Doppo se veía más irritado de lo normal. Bueno, en realidad no sabía si eran ideas suyas, normalmente Doppo era horriblemente pesimista, decaído, triste, melancólico y todos esos sentimientos que no se deberían ver así de fácil.  Y cuando el pelirrojo caía en el estrés… sí que daba miedo.

En un silencio que no denotaba incomodidad, caminaron a la salida trasera del edificio, con una sonrisa socarrona del rubio y un bufido del pelirrojo.

—Hoy saldré pronto, ¿puedo encontrarte, cuando acabes? —preguntó cuidadoso Hifumi, desasiendo la sonrisa, impregnando de seriedad su rostro.

—Sí —suspiró el pelirrojo, frunciendo el entrecejo posteriormente—. Y como se te ocurra entrar a buscarme…

—No, descuida —negó Hifumi—. Te esperaré en la salida. Es una promesa —sonrió, lanzándole un beso en el aire, que Doppo esquivó hábilmente, como si de verdad se le fuera a quedar pegado a la piel, como un sticker—. Entonces nos vemos, Doppo-Kun —se despidió, acariciando con su mano los mechones color de sangre del oficinista, quién lo apartó, dando zancadas de regreso a su lugar de trabajo.

El pelirrojo maldijo en voz baja, pretendiendo no ver las miradas acusadoras de las enfermeras. Se había llevado al idol y entonces, otra vez en el trabajo le reclamarían de ser insensible —con el corazón de las mujeres— y amargado.

Disimuladamente se peinó los mechones de cabello, con los dedos, maldiciendo el día en que no creció tanto cómo Hifumi. No era tanta la diferencia, Hifumi sólo tenía unos cuatro centímetros de altura más, pero de alguna forma con esa «radiante» personalidad suya, se sentía disminuido.

Levantó la mirada, encontrándose con el doctor Jakurai. Se mordió el labio, nervioso, deteniéndose frente a él.

—Yo en verdad lo siento, sensei… es que…

—No, descuide, Doppo-Kun, no hay nada por lo que se deba disculpar —musitó cuidadosamente el doctor, desviando sus ojos de manera lateral, hasta finalmente susurrarle—:  Me encargué de todo en la oficina. Están los superiores allá, así que por favor, hágales saber que lo que le pedí está en orden y regrese tranquilo.

—Se lo agradezco, sensei —musitó el pelirrojo, inclinándose ligeramente.

El médico sonrió, casi tenuemente, retomando el camino.

Doppo se preguntó como hacía el doctor para tener el cabello larguísimo y no estresarse. Un galeno apuesto, sí, a niveles desesperantes. Poseedor de una calma intrigante y una altura casi irreal, pues le parecía enorme, y él no era precisamente alguien muy bajo. Jakurai Jinguji, hijo único del amigo de su padre, al cual conoció hace algunos años. Una persona amable, caritativa, que lo salvaba de muchas situaciones complicadas —cómo la de ahora—. No podía tomarle entera confianza, debido a que era mayor que él, unos cuántos años, sí, pero eso hacía que le tenga un profundo e inconsciente respeto.

Aunque mientras caminaba, lo meditó; ¿cuántas personas que no tienen entera confianza en alguien, le piden ayuda durante una situación delicada cómo… cómo un celo? No sólo sabía sus secretos más profundos… le había ayudado a superarlos o a convivir con varios de ellos, entonces, ¿cómo que no le tenía entera confianza?

Amargado, insensible y malagradecido. Qué maravilla, la lista sólo acrecentaba.

Regresó a la oficina, resoplando, hastiado, cuando las mujeres clavaron sus miradas en él; como si de armas blancas se tratasen.  Es que era obvio que ellas estén enfadadas, cuando Hifumi les dijera la semana pasada que ellas hacían parte de su grupo de gatitas, enloqueciendo inmediatamente a la audiencia femenina.

—Kannonzaka —sentenció un alpha mayor, atento a la llegada del pelirrojo. El aludido suspiró profundamente, acercándose hasta su superior.

Si le ponían otra multa en el mes, en serio iba a estrangular a Hifumi, y lo lanzaría al mar, para que las aficionadas no reclamen su cuerpo.

La hora de almuerzo era en treinta minutos, y no era de los que dejasen acumular el trabajo, porque si eso pasaba… caía en estrés.

—Jefe… yo lo sient…

—Jinguji-Sensei me ha informado que usted lo ha ayudado en su controversia. Muchas gracias por ello —interrumpió el superior, extrañado, pues su empleado iba a disculparse.

—A-Ah… así que es eso. No fue nada… —el omega ladeó la boca, en un gesto disgustado. Amargado, insensible, malagradecido y mentiroso. Esa lista mental suya estaba dándole dolores de cabeza.

—Dejo en sus manos el informe del mes. Esfuércese mucho —sintió las palmadas amistosas del alpha en su espalda, y tuvo deseos de apartarlo con un empujón, aunque sólo se limitó a asentir suavemente y regresar a su escritorio, revisando los documentos, relajándose  cuando el supervisor se fue. Era extraño que sea… menos insoportable. 

Leyó las hojas en sus manos. Estaba segurísimo que un informe era divergente. Apostaba que se trataba del coste de emisión de órdenes de pedido. Era por eso que tenía margen de error en el coste anual de emisión.

Suspiró, echando la cabeza hacia atrás.

Definitivamente, esto no lo iba a acabar en la media hora restante.

·

·

·

Tenía  flexibilidad en las horas de trabajo. Ese mes maldito, en dónde si por cualquier situación debía salir del trabajo, su jefe le dejaba. 

No sabía si los halagos del alpha en referencia a su rendimiento laboral, se debían a que era el único omega que trabajaba en la empresa —y juraría firmemente  que el alpha creía que los omegas eran unos ineptos—, o que en su defecto, Jakurai había tenido que ver. Después de todo, consiguió ese trabajo gracias  a él.

Sea cual sea la situación, ya había arreglado el problema del informe, la alpha encargada había gritado un montón, hasta finalmente aceptar que sí había sido su error, y que le haría llegar el corregido lo más pronto posible. Le había enviado un mensaje a Hifumi para avisarle que lo espere a las siete de la noche, y ahora mismo se dirigía a la sala de cuidados intensivos.

Su papá había avisado ayer que estaría ahí específicamente a esa hora y deseaba verlo.

Tomó su móvil, guardándolo en el bolsillo. 17h13 había logrado ver en la pantalla del artefacto, antes de bufar, desanimado, acomodando un pilón de carpetas de su escritorio, antes de salir, silentemente.

Caminó por los blancos pasillos, mordiendo su labio inferior, entrando al ascensor. Su reflejo en la lámina  metálica, sembró dudas en su mente por unos momentos. Tal vez sí necesitaba salir a beber con Hifumi, o ir con él de pesca el fin de semana, junto al doctor Jakurai. Tal vez si necesitaba usar sus vacaciones pagadas, por unos días.  Y tal vez si necesitaba huir un momento de todo… escapar de la realidad, efímeramente.

—No —se acortó, abruptamente, frunciendo el entrecejo, devolviéndose una dura mirada—. Yo puedo. No necesito nada eso —dijo en voz alta, para convencerse, como le había enseñado Jakurai.

Las puertas se desplegaron, y bajó la mirada, por primera vez decepcionado al haber tenido esos pensamientos. Salió del elevador, levantando la mirada. Se hallaba en la planta baja del hospital, y no quería que su papá vea su debilidad. Él estaba ahí para servirle de apoyo. Para servirles de apoyo.

Respiró hondo durante el corto recorrido, hasta dar con la sala de cuidados intensivos. En la fila de sillas metálicas, se hallaba apaciblemente sentado, su papá, sereno y hermoso como siempre fue, como siempre lo recordaba.

A lo lejano, percibió cerca el aroma de un alpha muy joven. No pudo distinguirlo al inicio, porque el joven se había encapuchado mientras jugaba con su teléfono.  Luego, ver los mechones negros asomándose por debajo de la tela gris de la campera, supo que era su hermano.

—Papá… —murmuró débilmente, sonriendo de forma costosa y tenue, como si repentinamente elevar las comisuras fuese una tarea titánica. Aún así logró sonreír en el justo momento en que su papá levantó la cabeza, devolviéndole una sonrisa bellísima.

—Cariño… —musitó con su dulzura característica su papá. Doppo recordaba que los ojos grises de su papá eran más brillantes, más… más vivos.  Aún así, pese a su aspecto deprimido y cansado, seguía siendo precioso. Un omega hermoso, del cual sólo había heredado la trasparencia de sentimientos en los ojos—. Daichi, ¿qué tal si vas a comprarle un chocolate a tu hermano? —pidió el omega mayor, tocando con  suavidad el hombro del joven, que levantó la mirada, saltando del susto al ver a su hermano mayor.

—No tienes que echarme así, ya no soy un niño —murmuró el alpha, bajando su capucha y quitándose los auriculares.

 Se había encontrado con él ayer, pero aún se sorprendía de lo increíblemente atractivo que era su hermano. Parecía que el tiempo se desvanecía entre informes y papeleo. Cinco años habían volado, y como si fuese alguna especie de broma, su hermano menor a él con doce años, era muchísimo más alto.

Daichi apagó el aparato, y se acerco hasta su papá, dándole un beso cariñoso en la mejilla.

Desde que había pasado el accidente, Daichi pasaba pegado a su papá, todo el tiempo que su vida de preuniversitario le permitía. Debía suponer que era el instinto de su hermano, era un alpha después de todo, y su papá —un omega— no atravesaba por un momento óptimo.

Le dio la impresión de que con ese gesto, le dejaba en claro que él lo respaldaba, para lo que fuese. Su hermano, el playboy de los últimos cursos, jamás le pareció más maduro que esa vez. Fue peor cuando se puso de pie, quedando frente a él. La diferencia de estaturas era enorme, ¿por qué los alphas tenían esas estaturas desmedidas? Un completo castigo.

No esperaba ser abrazado por su hermano,  aunque le correspondió el gesto. Se separaron, y el alpha otra vez se colocó los auriculares, mientras se alejaba, caminando.                 

—Ha crecido tanto —comentó el pelirrojo, cuando su hermano desapareció por los pasillos.

—Sí, es muy alto… creí que no iba a tener una gran estatura, ¿recuerdas de que porte era cuando tenía doce? —Doppo no se refería sólo a la estatura, aunque sonrió inevitablemente, cuando su papá mencionó el pasado—. ¿Estás comiendo bien? —preguntó de repente el omega de cabellos dorados, entrecerrando los bonitos ojos grises al ver a su primogénito asentir rápidamente—. Te noto más delgado —sentenció, acariciándole la mejilla con movimientos exageradamente lentos y dulces.     

—No tienes que preocuparte por nimiedades, estoy bien —sonrió desganado, bajando la mirada, antes de que sus ojos mimesis de los de su papá, expusieran sus repentinos sentimientos—. De verdad, estoy comiendo —insistió, ante la mirada escrutadora de su progenitor—. Estoy bien —reiteró, colocando sus manos sobre aquella suave que reposaba en su mejilla—. Más bien soy yo quién debería preguntar cómo está todo, ¿necesitan algo? —murmuró preocupado, levantando sus ojos brillantes, mientras tomaba con sus manos, la mano de su papá, bajándola hasta la altura de su pecho.

—Sabes que no debes preocuparte por nada, estamos bien —aseguró el mayor de los omegas, con la dulce sonrisa y los ojos  aún entornados—. ¿Hifumi-Kun sigue visitándote? —soltó de repente, sonriendo aún más, con diversión.

Doppo noto rápidamente que su papá desvió el tema. Aún así, percibía con claridad como a su progenitor de verdad le interesaba saber de su mejor amigo.

—Sí —bufó—. Deberías ver como se ponen todas las mujeres que lo ven. Por todos los cielos, creo que debo encerrarlo mientras yo estoy trabajando —sonrió efímeramente, bajando la cabeza—. Lejos de eso, es cómo siempre. Siempre está orbitando en dónde lo pueda ver, y eso me tranquiliza. También el sensei  me ha ayudado muchísimo. Los dos son muy atentos, así que no debes preocuparte por nada, de verdad —insistió, convencido, porque era la verdad y sólo por eso, levantó sus preciosos ojos turquesa, para que su dialogante pudiera ver la sinceridad en ellos.

El omega rubio entreabrió los labios, aunque finalmente no dijo nada, y sonrió, aliviado. 

En ese justo instante, el alpha de cabello negro regresó, mirando de reojo una puerta en específico. Al ver a los dos omegas, en seguida sonrió, enseñando lo que había comprado.

—Esto es para ti —le indicó al pelirrojo, entregándole una bolsa plástica de color negro.

Doppo frunció el entrecejo, desconfiado, mientras tomaba el objeto que le ofrecía el alpha. Al abrirlo, y ver el contenido, sus mejillas tomaron la tonalidad de su cabello.

—Daichi… vete si no quieres que te asesine, anda, hazlo —le gruñó a su hermano, con el rostro aún ruborizado. Aún así no le arrojó la bolsa, porque entre los preservativos y anticonceptivos, se hallaban los medicamentos  que usaba.

El aludido sonrió felinamente, guiñándole un ojo. No lo había notado, pero su hermano cargaba un bolso azul, de donde extrajo un libro que empezó a leer, muy concentrado.

Debía llamarlo luego a él, específicamente para preguntarle si necesitaban algo. Su papá jamás sería buen mentiroso, y no pensaba abandonarlo, menos en esta situación.

·

·

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—Doppo-Kun, ese rostro afligido, no te sienta nada bien… —murmuró Hifumi, mientras pasaba su brazo por los hombros del pelirrojo—. Te haré feliz ésta noche, si me muestras tu preciosa sonrisa —propuso, mirando atento a su amigo.

El omega de cabellos rojos, suspiró, posteriormente apretando los labios.

—Hifumi… ya han pasado tres semanas, ¿entiendes? ¡Tres! He visto la historia clínica y no es nada alentadora. Le mentí a mi familia, ¿comprendes? Esto es difícil. Mucho. Y todo es mi culpa… mi culpa… —hizo un esfuerzo para no llorar, aunque tenía los ojos rojos. No quería preocupar a Hifumi, aunque con esa actitud esquiva suya, daba el mismo efecto.

—Doppo-Kun… —murmuró el rubio, soltándolo suavemente, y posicionándose frente a él. Con la confianza que su amistad le otorgaba, colocó las dos palmas de sus manos sobre las mejillas del pelirrojo, mientras acercaba su rostro a una distancia prudente—. Yo no paso todo el día en el hospital como tú o el sensei, y sé que deberían verse resultados ya, pero no por ello significa que te debas desesperar. Ten paciencia y esperanza, te puedo jurar por mi vida que jamás he conocido a alguien tan fuerte como tu padre. Nada esto es tu culpa. No te desanimes, él va a mejorar, ¿no es así?  —le sonrió conciliadoramente, y cuando Doppo asintió suavemente, dejando afluir las lágrimas anegadas en sus ojos, lo abrazó con fuerza. Cuando se separaron, enjugó con su pulgar las lágrimas, arreglándole el cabello rojizo—. Hay que darnos prisa, para divertirnos un poco y puedas tomar luego el tren.

El pelirrojo asintió sutilmente,  entrando al Host Club en donde trabajaba Hifumi.

Cómo se esperó, las miradas de los presentes se iluminaron apenas lo vieron. El grupo de féminas que se acercó hasta ellos, parecían querer asesinarlo con la mirada —como pasaba con las gatitas de su oficina—, pero Hifumi rápidamente les recordó que era su amigo.

No supo como lo hizo, pero el rubio logró librarse de las chicas, aludiendo que sólo estaba momentáneamente, y que, mañana las consentiría —porque eso fue prácticamente lo que dijo—, si lo dejaban hoy a solas con él.

Hifumi era encantador con su traje, rodeado de personas, en especial de mujeres.

Pero si ellas supieran…

—Ayer estuve a punto de perder mi billetera —recordó, cuando observó a Hifumi sacar el dinero, y pagar por un champagne.

—¿A punto? —preguntó Hifumi, llenando dos copas— ¿Fuiste a recuperarla en los objetos pedidos o algo así? 

—Me la devolvieron. Un alpha altísimo. Apuesto a que su estatura era casi la misma que la del sensei. Era extraño, ¿sabes?

—¿El alpha era extraño? —arqueó una ceja, extendiéndole una copa— ¿Extraño, feo?, o, ¿extraño, raro?

—No, era guapísimo —admitió finalmente Doppo, acercando el recipiente a sus labios, dándole un trago—. Era extraño, peculiar. Se dio cuenta de que prácticamente me intoxico con medicamentos.

—¡Eso es extraño, temible! —saltó asustado Hifumi, asentando otra vez la copa en la mesa de centro, mientras se inclinaba  hacia el pelirrojo— ¿Cómo lo notaste? ¿Él te lo dijo? —cuestionó, impresionado.

Doppo negó suavemente con la cabeza, entornando sus bonitos ojos. Meció la copa de cristal que sostenía entre sus dedos, atento a como el líquido se balanceaba.

—Su rostro. Hizo una mueca, por lo que creo que él percibió el olor fuerte de los químicos.

—¿Crees que los medicamentos ya no sean tan efectivos como antes? Yo no noto nada diferente.

—Nadie nota nada diferente. Por eso te digo, el alpha era extraño, peculiar —insistió, bebiendo todo el contenido de la copa—. Muy tranquilo a simple vista, exageradamente guapo, y me veía como si estuviese estudiándome, como si él supiera algo que los demás no. Eso fue escalofriante, por un momento, también me quedé estupefacto como estúpido, cuando se acercó a devolverme la billetera —confesó, turbado, recostándose contra el espaldar de los largos muebles negros.

—¿También? —escuchó la interpelación de Hifumi.

—Sí, o esa fue la impresión me dio.

—Lo  que me cuentas, parece una confesión amorosa, así, cómo; «nos miramos por un instante y hubo una conexión especial» —sonrió el rubio, incrédulo—. ¿Y tú, estás bien con esto? Alguien es consciente de la solución a tus problemas hormonales —dijo, cauteloso, volviendo a asir la copa.

—Está bien. No es como si nos fuésemos a encontrar otra vez —contestó, seguro—. ¿Y qué quieres decir con «conexión especial»? —desvió los ojos, desconfiado— Tú… sabes que no tengo tiempo para esas cosas —bisbiseó, ruborizado.  

—Exacto, tú no tienes tiempo ni para dormir —asintió Hifumi, realmente consternado, porque jamás oyó a Doppo hablar así… de un alpha.   

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Perdonen si es algo OOC, pero deberán comprender que se escribió antes de que salga el drama FP Vs M, yo lo estoy acomodando. x’D Es a propósito que Doppo no se parezca a su papá ni a su hermano, por las descripciones (duh, deberían haber genes pelirrojos [?]). Pero de verdad, juro que lo necesito. </3 Prometo darle coherencia a todo esto, así que perdonen todo esto.  Cambiaré el nombre del hermano de Doppo, por si lo llegan a mostrar, eh, y seguro no  acerté con su personalidad, pero en fin…

Tengan un lindo día [y yo, publicando a la madrugada]


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