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Siempre más por Marbius

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2.- We’re not broken.

 

'Cause lately we've been living in different nations

We're speaking different tongues communicating

And as we fall, time is frozen

I know we break, but we're not broken

5 Seconds of Summer - More

 

Sirius cumplió 18 años y de pronto su fama explotó exponencialmente. Grandes personalidades y marcas reconocidas buscaban por él como rostro oficial de sus campañas, y con su nombre asociado al éxito seguro, Walburga se vanaglorió tanto de ser su madre como de ser su manager.

Con Regulus a la zaga durante toda su vida, Sirius encontró de pronto las puertas abiertas a un mundo diferente en el que podía participar y del que su hermano tenía vedado el paso por su edad, y sin su protección que no concordaba con sus puestos de hermano mayor y hermano menor, acabó él envuelto en situaciones para las cuales la vida de modelo no lo había preparado del todo.

En noviembre, apenas un par de semanas después de su cumpleaños, Sirius perdió su virginidad en un trío con un chico y una chica tres años mayores que él y también de la industria. Un encuentro que acabó con la borrachera que lo había puesto ahí en primer lugar, y que le dejó un terrible sabor de boca cuando al confesarle a Regulus lo que había hecho, recordó la ausencia de condones.

Así que también en noviembre pasó Sirius por una extracción de sangre y tres días de angustiosa espera antes de confirmar que no había consecuencias de sus actos.

—Al menos corroboraste que no eres heterosexual. ¿Bi, quizá? —Dijo Regulus cuando junto con Regulus leyó sus resultados y encontró los saldos en negativo.

Sirius se mordió la lengua para no tener que explicarle a su hermano que durante aquel encuentro había estado mucho más interesado en el chico que en la chica.

Al fin y al cabo, no era algo de lo que él no se hubiera percatado con anterioridad, pero confirmarlo le ponía los nervios de punta. No por él, que si podía aceptar en otros su sexualidad (la industria de la moda podía ser cerrada de mente en muchos aspectos, pero no en ese) no tenía problemas consigo mismo, pero sí con Walburga, que podía mostrarse de lo más tolerante de dientes para afuera, pero en su propio hogar prefería mantener la pantalla de normalidad lo más firme posible.

De Regulus todavía no estaba seguro Sirius seguro de nada. Su falta de interés por el sexo opuesto y el propio había sido una etapa normal al crecer, pero ahora que estaba por alcanzar la adultez se había convertido en un tema que se comentaba en voz baja. Una vez Walburga incluso le había cuestionado a Sirius si estaba al tanto del tema, pero éste había respondido con honestidad: No sabía nada.

Y preguntarle a Regulus no había servido de gran cosa, puesto que su hermano se había encogido de hombros y afirmado que tenía asuntos mejores por atender, como el bloc de dibujo que escondía bajo la cama y que tenía repleto de diseños originales que algún día soñaba con llevar a cabo.

Sirius habría de mirar a esos años con asombro de sus acciones y los hechos que culminaron en su vida después, pero en tiempo presente sólo tenía ojos para las fiestas a las que era invitado con regularidad y a las diversiones que ahí podía conseguir.

Compañía y alcohol, y más veces de las que podría sentirse orgulloso, drogas también.

En un periodo de apenas 6 meses, Sirius fumó marihuana en una limousina a través de París, esnifó cocaína en un penthouse de Londres, consumió infinidad de pastillas diversas en sus vuelos alrededor del mundo asistiendo a sesiones fotográficas, hongos en España durante un photoshoot, LSD en una extraña fiesta en Ibiza en la que se besó con la mitad de los asistentes, y tocó su abrupto final en un sórdido blackroom de Berlín cuando a mitad de un trío extendió su brazo para recibir un toque de heroína.

Después llamó a Regulus, y aunque su hermano estaba en Hamburg atendiendo su propia agenda en compañía de Walburga, se las ingenió para escaparse de su hotel y conseguir un transporte que lo llevara hasta Sirius y después arrastrar con él de vuelta.

—Lo siento, Reggie, lo siento tanto... —Masculló Sirius de manera intermitente durante el viaje de regreso, la cara pálida y sudorosa por los resabios de una mala experiencia.

Regulus se mantuvo callado durante el trayecto, pero la concesión no se extendió por mucho más una vez que consiguió bajar a Sirius del vehículo y llevarlo a su habitación, donde tras pagarle una generosa propina al botones que le ayudó a subir a su hermano hasta su piso, lo llevó a la bañera y lo metió dentro con la regadera abierta en agua fría.

Sirius gimoteó, pero Regulus lo mantuvo bajo el chorro con una mano firme en su hombro.

—No. ¿Crees que esto es terrible? Prueba tocar fondo y hacerlo solo, porque así es como terminarás si sigues haciendo estupideces de este calibre creyéndote que eres invencible e intocable por el destino.

—Reggie —barbotó Sirius a través del agua que le caía sobre los labios amoratados del frío.

—Oh no, nada de Reggie. Porque si quieres un final como el de Gia Caragio vas por buen camino y en caída libre.

—Lo siento, Reg.

—Eso ya lo has dicho antes. Una infinidad de veces en el automóvil y en el ascensor.

—Pero en serio... Lo siento.

—Ya.

Que sin espacio para creer o no, Regulus hizo a Sirius levantar la mirada y enfrentarlo.

—Si pretendes castigarla a ella con tu comportamiento, eres tú el único que terminará en una zanja olvidado o... muerto.

—Reggie...

—Dúchate —lo soltó Regulus—. Y piensa en qué le diremos a Walburga en la mañana cuando descubra que estás aquí y no cumpliendo con tu itinerario en Berlín.

Palabras duras, pero con el ‘nosotros’ implícito en cada una, prueba de que Regulus todavía estaba de su lado, de que todavía eran un equipo contra el mundo, contra ella, Sirius asintió con solemnidad.

A esa idea se aferró.

 

“Hey...”

Sirius sabía que tendría una respuesta, la cuestión era cuándo.

Después de unos meses intensos en los que una amistad floreció al tiempo de las estaciones, él y Remus se habían distanciado un poco conforme la vida de ambos los fue separando. Remus entró a su último año de universidad y se entregó de lleno a sus prácticas docentes y últimos cursos. Por un lado dejó sus empleos de medio tiempo y los compaginó con algunos photoshoots que Greyback le consiguió con afán de mantenerlo en su redil como modelo, pero Remus nunca se tomó la profesión como un trabajo serio, sólo un medio para subsistir en su día a día cotidiano.

Sirius por su parte había continuado bajo las riendas de Walburga, y su fama se había mantenido subiendo como la espuma, al punto en que con 17 años rompió un récord de salario al ser considerado el modelo menor de edad mejor pagado hasta el momento, seguido sólo de cerca por Regulus. A los 18 aquel título se le había quedado pequeño conforme grandes marcas pelearon por tenerlo como rostro oficial, y aunque a ratos se esperaba Sirius una caída espectacular cuando su presencia saturara los medios, lo cierto es que su fanbase no hacía más que crecer y expandirse a lo largo y ancho del mundo.

Con Remus todavía participando en algunas campañas menores, Sirius había albergado una vaga esperanza de algún día volver a trabajar juntos, pero conforme él fue extendiendo más y más su mercado hacia fronteras internacionales y en cambio su amigo se dio por satisfecho con sesiones locales y sin comprometerse demasiado a la profesión, pronto quedó patente que no iba a ocurrir.

Y quizá era mejor así... Sirius habría detestado que Remus lo viera en sus peores facetas, incluso si era él quien en esos mismos momentos lo buscaba con afán de consuelo.

“Hey...

Hacía al menos 2 meses que no sabía de ti.

Es tarde, ¿dónde te encuentras?

Aquí es casi medianoche.

Te lo comento porque seguro lo has olvidado.”

Sirius murmuró un agradecimiento porque a pesar de ser entre semana Remus le hubiera escrito de vuelta.

“Lo siento. Me encuentro en Moscú desde hace una semana, olvidé hacer la conversión de horas.”

Otro renglón: “¿Podríamos hablar un rato?”

“Claro.

¿Cómo va todo?”

Sirius estuvo tentado de escribir acerca de la fiesta en la que él y Regulus habían estado invitados en su estatus de celebridades menores a un aniversario de una famosa empresa de vodka. De cómo había conseguido resistirse a la tentación de acudir al último sanitario donde sabía que sin lugar a dudas la cocaína corría libre entre los presentes para cualquiera que fuera tan valiente como para ir a buscarla y pagar su precio no monetario, pero a cambio se había bebido sin parar cuanto vaso con vodka le pusieran en las manos.

Sin proponérselo, había terminado ebrio y a punto de irse con uno de los hijos del empresario que los había contratado, y fue Regulus quien le puso un alto a su desgraciado comportamiento insistiendo en que debía llevarlo a su habitación y sin admitir réplicas del heredero que lo sujetaba por la cintura, y que se sentía con el derecho de disponer de él porque era un modelo, y habían pagado por él como creyendo que su oficio era otro.

A su vuelta a la suite con dos dormitorios donde se hospedaban, Sirius se había sentido terrible consigo mismo pero sobre todo con Regulus, que en los últimos meses había tomado como propia la tarea de cuidarlo, y en sus papeles invertidos, era evidente que estaba llegando a un tope con su paciencia.

No habían peleado, per se, tampoco discutido, pero Regulus se había retirado a su habitación declarando que era la última vez que él asistía a esa clase de eventos, y que si Sirius quería denigrarse migrando del modelaje a la prostitución, entonces era su problema y no lo ayudaría más.

Sirius había recibido aquellas palabras con la misma sorpresa que si se trataran de una bofetada de guante blanco, y al no tener a quién acudir, había pensado en Remus.

Siempre en Remus, con quien podía pasar meses sin intercambiar un mensaje, y de pronto cualquiera de los dos escribía algo y la conexión volvía establecerse durante un tiempo antes de volver a desaparecer.

Si contaba o no como una amistad, Sirius no lo tenía claro, pero creía que sí, quería creer que sí.

Remus no lo juzgaba, pero tampoco fingía mostrarse de su lado cuando la cagaba. Y en tiempos recientes, cagarla parecía ser el oficio principal de Sirius, antes que ser modelo.

En honor al hombro que necesitaba en esos momentos para mantenerse a flote, Sirius no se guardó nada.

“Hubo una fiesta hoy, y mi comportamiento fue terrible. Hice enojar a Regulus porque...”, y después siguió escribiendo, línea tras línea hasta que la vista se le hizo borrosa y gruesas lágrimas le rodaron por las mejillas.

Al terminar se sintió más ligero, pero también con una nueva preocupación cuando su móvil reveló que Remus había leído todo, pero todavía no respondía.

“Lo siento, no quería molestarte con mis problemas”, escribió Sirius, y al instante apareció abajo del suyo un mensaje de Remus.

“¿En verdad estás en Moscú?”

“Sí.”

“No me molestas, jamás.

¿Crees que pueda llamarte?”

“Pero es tarde.”

“Lo siento, pensé que querrías hablar con alguien, y escribir no es lo mismo.”

“No, lo decía por ti.

¿No tienes mañana que ir a trabajar?”

“Sí, pero no podría dormirme a sabiendas que te dejo solo. Y así.”

“Ok”, escribió Sirius, que por si acaso agregó: “Me gustaría oír tu voz.”

Con el móvil vibrando en sus manos mientras él corría a refugiarse en su baño para no ser oído, Sirius contestó a la llamada de Remus con dedos temblorosos, y el corazón se le subió hasta la garganta cuando reconoció su voz. No idéntica a la de 3 años atrás (¿cómo diantres había pasado tanto tiempo? La fecha daba la impresión de ser más cercana), sino más grave, más madura, y también similar a la que Sirius atesoraba en su memoria.

—¿Sirius?

—Hey, Remus... —Dijo éste, sentándose en la tapa del retrete—. ¿De verdad eres tú?

—Sí, el mismo que conociste en aquel photoshoot contra el bullying. Y lo mismo debería decir yo. Eres Sirius Black. Tengo amistades que son tus fans y que te colocan por encima de la Reina de Inglaterra.

—¿No les has hablado de mí?

—Por seguridad, no. Además, intento que sólo mis amigos cercanos estén al tanto de mis roces con la moda y las pasarelas.

—Claro, Prongs y Lily, ¿correcto?

—Y Wormtail —dijo Remus—. Veo que tienes buena memoria.

Sirius se guardó de mencionar que había seguido sus interacciones por medio de Instagram, así que tenía nociones tanto de su aspecto, como de su vida diaria, y especialmente de su cotidianeidad al lado de Remus.

—Lo mismo podría decir de ti con lo que sabes de mi árbol genealógico.

Al otro lado de la línea, Remus dejó salir un suspiro. —Bueno, con una familia tan... peculiar como la tuya y con nombres tan rimbombantes no resulta tan difícil como podrías creer. Plus, me ha servido para refrescar mis conocimientos en materia de astronomía.

—Todo un beneficio extra por conocerme, ¿eh? —Dijo Sirius, que de pronto se vino abajo y tuvo que tomarse unos segundos para limpiarse el rostro—. Lo siento.

—No, no lo sientas, Sirius —respondió Remus, perdiendo el toque de diversión en su tono de voz y mostrándose preocupado—. Esto por lo que estás pasando te hace daño y te lastima, y no deberías de encapsularlo.

—No es así como me enseñó Walburga vivir mi vida —se lamentó Sirius—. Y últimamente lo único que hago es tropezarme una y otra vez con la misma piedra...

—¿El alcohol? ¿Las drogas? ¿El sexo promiscuo? —Enumeró Remus las vergüenzas de Sirius—. Son adicciones, Sirius. Es lo que las personas utilizan para suplir espacios vacíos en su interior.

—Sólo sé que quiero detenerme... Por Reggie. Por mí también, incluso si a ratos creo que me odio más que a nadie en el mundo.

— Primero debes querer hacerlo por ti mismo —le recordó Remus—, o de otra manera estarás destinado a fracasar en tu determinación de ponerle un alto.

—No sé aún si quiero ponerle un alto... Es... —Sirius se inclinó sobre su mismo y pegó la boca al móvil—. Es más fácil mantener la juerga que salir de ella.

—¿Y las resacas? ¿Y a la mañana siguiente bajo la luz del nuevo día? ¿Cómo es el arrepentimiento de verte al espejo y saber que no puedes continuar así por siempre?

—Oh, Remus...

—No te diré qué hacer porque claramente ya lo sabes, pero me preocupas, Sirius. Me preocupas mucho.

—¿En serio?

—¿Y lo dudas acaso?

Sirius cerró los ojos. —A nadie más le importa. Sólo a Regulus. Madre... Walburga está al tanto, pero mientras ella pueda seguir cobrando de mí el resto no le importa... No realmente.

—¿Y es eso lo que quieres? ¿Ser su gallina de los huevos de oro hasta que al final no le sirvas de nada y termine por decapitarte para un último caldo de pollo?

—No... —Murmuró Sirius, que como siempre que hablaba de Madre en esos términos, se sentía terrible.

Por un lado, Walburga había sido desde su nacimiento más su manager que su Madre, y la severidad de sus órdenes iba más en función de su carrera que de su educación. Sirius no recordaba siquiera haber tenido con ella un momento de madre o hijo, pero sí infinitos de ellos dos tratando asuntos de negocios y comportándose como dos adultos sin ninguna clase de parentesco.

Así que... La odiaba como Madre, también como su manager, pero al menos en esta última faceta podía establecer con ella una conexión.

—Piensa en quiénes quieren lo mejor para ti, y de paso conviértete tú mismo en una de esas personas —fue el consejo de Remus, que después bostezó—. Lo siento.

—No, soy yo el que lo siente. No debí de haberte obligado a quedarte despierto hasta tan tarde.

—Pero estás bien, ¿correcto? ¿No tendré que preocuparme porque tu nombre aparezca en las noticias durante los próximos días?

—No —prometió Sirius—. Me comportaré. ¿Hablamos después?

—Por supuesto.

Y tras intercambiar sus últimos adioses, finalizaron la llamada.

Todavía sobre la tapa del retrete y con una sombra de sonrisa en los labios, Sirius pensó en las implicaciones de ‘hablar’ con Remus, con quien sólo había mantenido contacto en los últimos años por medio de mensajes, el ocasional correo y likes mutuos en sus posts de Instagram, pero no mucho más. Haber escuchado de vuelta su voz le había llevado de vuelta al pasado, cuando todo era más sencillo, y cuando su mayor motivo de bochorno era hacer que su hermano le pidiera a Remus su número.

Mucho había transcurrido desde entonces, pero Sirius no podía afirmar con toda certeza que su crush en Remus hubiera desaparecido del todo. Después de los primeros meses en que habían intercambiado mensajes sin parar, Sirius había creído estar enamorado de Remus. Probablemente así había sido, pero con sus estilos de vida tan diferentes y una distancia que no parecía tener fin (por no mencionar su edad, y el que Remus se mostraba respetuoso al respecto), Sirius había terminado por superarlo un poco y concentrarse más en las personas que sí tenía a su alcance y que con gusto se prestaban para un momento íntimo a su lado.

—Estaré acabado el día en que un revolcón con Sirius Black no sea motivo de presunción —masculló Sirius, que más ebrio de lo que se había dado crédito, decidió tomar una ducha para bajarse la borrachera.

Con torpeza de movimientos, Sirius consiguió abrir la regadera y meterse bajo el chorro de agua caliente, pero el peso de su ropa mojada lo hizo caer, y con una risotada consideró que aquella no había sido su mejor idea.

—Bah —dijo Sirius, y el eco de su voz reverberó contra los azulejos—. ¡Bah!

Que recargado contra la pared más cercana y el agua cayéndole en cascada sobre el cuerpo, no tardó en quedarse dormido...

 

... y casi con el mismo impulso despertar.

—¡¿En qué demonios estabas pensando, Sirius?! —Le gritó Regulus al cerrar las llaves, y Sirius luchó por enfocar su mirada y discernir por qué su hermano tenía aspecto de querer matarlo de manera lenta y muy dolorosa. Que con el dolor de cabeza que se cargaba en esos momentos, bastaría con que continuara con ese volumen de voz para hacerlo lamentar el día de su nacimiento.

—Reg...

—¡¿Tienes acaso idea de lo que costará pagar esto?! —Continuó Regulus, y sólo entonces apreció Sirius que continuaba en el cubículo de la ducha, y que a diferencia de horas (¿días? ¿podía ser?) atrás, estaba semi-recostado en al menos un par de pulgadas de agua.

—¿Pero qué-...?

—¿Es que acaso querías ahogarte? ¿O sólo querías inundar toda la planta? —Rezongó Regulus, que ante la expresión incauta de Sirius, le dio una versión más larga de sus estropicios—. Te dormiste con la regadera abierta y sobre la coladera del drenaje. Ahora nuestra suite está inundada, y lo mismo todo el corredor y hasta el ascensor. Subió un mozo aporreando la puerta y gritando en ruso porque estaban convencidos de que habíamos tenido una avería en la madrugada, pero ahora a ver cómo carajos explicamos que no ha sido culpa del hotel, sino nuestra.

—No es para tanto —farfulló Sirius—. Un trapeador y una cubeta lo solucionarán todo...

—¡El hotel tiene alfombras! ¡Y tapetes! —Gritó de vuelta Regulus, y Sirius amagó cubrirse los oídos con ambas manos—. ¡¿Pero en qué pensabas?!

Sirius hizo una mueca. —No... pensaba. Sólo quería tomar una ducha. Ponerme sobrio.

Regulus pareció a punto de replicar con un comentario ácido, pero acabó por soltar un bufido, y chapoteando sobre el agua que le llegaba a los tobillos, salió del baño sin cerrar la puerta.

Sólo después lo sabría Sirius, pero en esos momentos Regulus había estado a punto de soltarse llorando de alivio porque el peor de sus temores no había sido confirmado. En su interior, Regulus había estado aterrado al entrar al baño con semejante inundación, pensando con culpa que iba a encontrar a Sirius ahí, de cabeza al agua y flotando hinchado como cadáver, y aunque la rabia lo había invadido después al pensar en los costes de indemnización que tendrían que pagarle al hotel y en la mala prensa que eso les ocasionaría, el consuelo de saber que Sirius estaba vivo lo había opacado todo.

Sin embargo, en tiempo presente, Sirius no estaba al tanto de la culpa que su hermano sentía por las duras palabras que le había dirigido la noche anterior, y en una terrible mezcla de ebrio y con resaca que sólo el vodka podía ocasionar, consiguió ponerse en pie y salir chorreando de agua de la ducha.

Sirius titiritó de frío, que en algún punto de la madrugada el agua de la caldera había pasado de caliente a tibia y después a helada, y menos mal por el verano en Moscú, o habría muerto de hipotermia sin jamás despertar.

«Puedo considerarme afortunado, o no...», pensó Sirius, agradecido por estar vivo, pero no tanto por lo que estaba por venir, que a juzgar por la conversación que Regulus parecía tener en la habitación de al lado con quien sólo podía ser el gerente del hotel, estaban jodidos, y en grande.

De buenas a primeras, se preguntó Sirius por qué Walburga no había llamado todavía, y entonces su rostro se contrajo al recordar que se había guardado el móvil en el bolsillo.

Con dedos arrugados por el agua, Sirius se sacó el móvil y examinó su reflejo en la pantalla negra. —Oh —musitó, a sabiendas de que la noche anterior tenía batería suficiente hasta la mañana, y que ningún intento suyo por encenderlo funcionaría.

Estaba jodido, en más de un sentido, pero esa mañana la pérdida de la que más hizo lamentaciones fue su móvil, y el número de Remus que ahí tenía guardado con tanto celo.

Así que... Jodido, muy jodido en verdad.

 

La historia oficial que se esgrimió durante los siguientes tres meses de ausencia de Sirius guardó connotaciones de salud en donde los medios especularon si acaso no se trataba de un trastorno de alimentación, cuando en realidad éste se había internado en una clínica de desintoxicación por sugerencia de Regulus y voluntad propia de registrarse.

A dos semanas de su estancia en la muy privada y exclusiva clínica que Walburga había seleccionado por su primera cualidad, Sirius temía haber cometido un error. A su alrededor, los pacientes que se atendían en aquel centro eran personas con problemas y adicciones graves, en su mayoría adultos jóvenes como él, pero también adultos, e incluso un anciano que parecía necesitar una dosis más de su droga de elección que la misma vida.

A riesgo de sonar como un adicto más afirmando que su caso era diferente, que él no debía estar internado ahí, Sirius se pasó el primer mes de su estancia sin deseo (por mínimo que fuera) de beber alcohol, consumir drogas o tener sexo. En su lugar suplantó sus distracciones habituales con amplia lectura, asistiendo a terapia (comunal primero, y luego de que la terapeuta lo atrapó aburrido y con la vista perdida en las telarañas, en sesiones privadas), escribiendo en su diario (parte de su requisito para estar ahí) y participando en las actividades de las que el centro disponía, entre las que disfrutó el yoga, la meditación y las horas de ocio con Gustafá, el perro del conserje.

Con la comunicación a exteriores restringida, Sirius sólo podía llamar a casa una vez por semana, y casi siempre se demoraba la media hora que tenía disponible hablando con Regulus y confesando cuán fuera de lugar se sentía ahí entre personas que parecían tener problemas mucho peores que el suyo.

—Es por tu bien —le había dicho Regulus en cada ocasión—. Necesitabas alejarte un poco de los reflectores para volver a encontrar tu camino.

—Suenas igual que mi terapeuta, Reg.

—Tal vez porque no eres el único que habla con ella.

—¿Y Walburga también tiene sesiones?

—No. Ya sabes lo que piensa de esto...

—“Que es una pérdida de tiempo, y como el tiempo es dinero...” —Recitó Sirius la máxima de Walburga, donde sólo la muerte era una excusa plausible para no estar ganando dinero a manos llenas—. Bah, lo que sea. ¿Alguna otra novedad?

Regulus le hablaba casi siempre de sus propias sesiones de modelaje y que Sirius estaría por salir a tiempo para las grandes pasarelas del otoño, pero éste ya no estaba tan seguro de querer participar. A pesar de que apenas en unos meses cumpliría 19 años, el haber estado frente a las cámaras casi desde su nacimiento convertían su profesión de toda la vida en una condena que ya casi iba por las dos décadas y que apenas podía tolerar.

Sirius no albergaba dudas que su espiral descendente en un estilo de vida autodestructivo era en gran medida por cortesía de Walburga y su empeño en hacer de él una figura icónica en el mundo de la moda y para la cual necesitaba un historial glamuroso tanto como trágico, pero... Otra porción, una que incluso era más grande que la que su progenitora jugaba, tenía que ver con que simplemente modelar se había convertido en aquello que sabía hacer a la perfección, y a la vez en lo que más tedio le producía. No lo odiaba tal cual, Sirius todavía podía experimentar subidones de adrenalina antes de caminar por las pasarelas y sonreír con naturalidad frente a las cámaras, pero se acercaba inexorablemente a un camino sin retorno en donde ya no podría más, y entonces...

—¿Entonces qué? —Se repetía a sí mismo en cada ocasión.

Más allá de haber sacado sus certificaciones mínimas escolares, Sirius no tenía experiencia en nada más. Sin oficio, o beneficio alguno para la sociedad, Sirius (más bien Walburga) había puesto sus huevos en una misma canasta, y ahora que había encontrado abundantes agujeros en su estructura, corría el riesgo de convertirse en nada.

Antes de internarse en aquel centro, Sirius había temido que su carrera quedara destrozada de manera irremediable por los rumores de abuso de drogas y conducta inapropiada. Al fin y al cabo, no sería él el primer modelo que veía su carrera irse por el caño a causa de un error de ese calibre, pero Walburga había sabido actuar con precisión y cautela, y de entre los peores males eligió aquel que menos podía afectarlo si se ausentaba por unos cuantos meses.

La confirmación de ello había llegado con las primeras revistas (la única lectura que Sirius tenía autorizado recibir; nada de diarios, y por supuesto, ningún medio electrónico), y en ellas fotografías suyas de la mañana en que salió del hotel de Moscú con gafas y una gorra para cubrirse lo más posible. El encabezado hablaba del aspecto demacrado con el que se le había visto recientemente, y dejaba entrever que su delgadez era motivo de preocupación entre sus fans.

Ciertamente no eran exageraciones. Sirius había ido perdiendo kilo por kilo debido al estrés y a su consumo casi exclusivo de alcohol, pero suponer que tenía anorexia en lugar de ser un borrachín cualquiera sonaba mejor, “más sofisticado”, había insistido Walburga, y el resto había sido darle pie a esos rumores para escudarse detrás de ellos.

El que Sirius hubiera vuelto a su peso habitual durante su estancia en el centro serviría a la perfección para una publicación más en donde se escribiera acerca de su pronta mejoría y próximo regreso a los reflectores.

Eso si a Sirius le apetecía, que con cada día que pasaba en la clínica se sentía más y más reacio a volver a lo de antes. Más que miedo de regresar a sus viejos malos hábitos, Sirius quería salir del constante ciclo de tener su calendario lleno con meses de anticipación y ningún momento para sí mismo.

Al intentar hablar de aquello con su terapeuta, la doctora encargada de su caso le había dejado como tarea de escritura (de ahí la existencia de un diario) el describir la clase de rutina a la que le gustaría adaptarse una vez que obtuviera su alta de la clínica, y Sirius no había parado de llenar los renglones con toda clase de intereses y pasatiempos que le gustaría probar, alternados con “Dejar el modelaje”, “Pasar de la moda” y “Renunciar a ser modelo”.

No habría que ser ninguna clase de genio para deducir que Sirius ya no estaba satisfecho con la vida que había llevado hasta entonces, pero al mismo tiempo, al no conocer ninguna otra... ¿Qué podía esperar él?

Ni su terapeuta en sesiones ni Regulus al teléfono le pudieron dar una respuesta práctica, pues sus consejos de “Haz lo que creas apropiado” y “Sigue tu corazón” no le parecían soluciones plausibles, y más veces que no había terminado de espaldas sobre su cama y contemplando un futuro vacío más allá de las citas que ya tenía agendadas en su calendario y que Walburga le había hecho llegar con una nota de post-it adherida: “3 meses y ni un día más en esa clínica, porque tienes trabajo por cumplir.”

Así que en cierto modo se esperaba de Sirius que apenas ser dado de alta abordara el primer avión directo a Londres y sin retraso porque ya tenía cita con su peluquera, manicurista y dermatóloga para remediar su aspecto luego de tres meses continuos sin mayores cuidados que los comunes, y al día siguiente su primer sesión de fotos seguida de otra, y otra más, y luego otra más a esa...

«Así que esto es sólo una pausa», pensó Sirius, con todo disfrutando del tiempo que tenía a su disposición y que era suyo, de nadie más, y ni siquiera Walburga podía venderlo al mejor postor. «Un paréntesis entre mi vida de siempre y... la continuación.»

Pero como razonaría después, estaba equivocado. Sólo a medias.


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