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Ni la muerte nos separará por koru-chan

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Ni la muerte nos separará

 

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U n o

 

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Le di un segundo mordisco a mi manzana mientras oía, atentamente, a mi mejor amigo contar de forma muy animada, como había sacado en su nueva guitarra―que recientemente se la habían obsequiado para su cumpleaños número diecisiete―otra de nuestras canciones favoritas de Sex Pistols.

 

Kai y Aoi se unieron a la charla sorprendidos por la nueva hazaña que contaba el alto mientras yo Pensaba que no era muy bueno en la guitarra, o quizás no me llamaba tanto la atención como el bajo. Dios, como quería un bajo y como deseaba aprender a tocarlo.

 

Pero a diferencia del castaño animado, mi familia no tenía el presupuesto extra para un instrumento. Mi abuela tenía una pensión precaria y el sueldo de mi madre se repartía entre mi hermana menor, yo y la casa. Tragué la fruta que masticaba con parsimonia. Tendría que conseguir algo más que lavar los autos de mis vecinos si quería un instrumento como ese. Con ello en mente, oí como los recién integrados a la charla proponían hacer una banda. Entonces, con la emoción a flor de piel, miré con complicidad a Uruha quien se había dispuesto a mi costado zurdo. Y, en ese efímero instante, lo capté. Vi por el rabillo del ojo como su vista estaba posada en mi anatomía.

 

No sabía si ya era costumbre, pero, inconscientemente, terminaba viéndolo.

 

Por un largo minuto, la voz de Shiroyama frente a mí, pasó a segundo plano mientras me giraba levemente cambiando mi espalda por mi hombro apegado en aquella muralla blanca. Lo miré sin entenderlo. Parecía no pestañar. Era como un gato; hipnotizado y tétrico. Pero ahí estaba. Parado en el mismo lugar de siempre mirándome de forma tan… misteriosa.

 

¿Quién era?

 

¿Por qué me miraba a mí?

 

¿Me conocía?

 

―Qué ocurre?―preguntó mi amigo cuando mi atención voló a otro lugar mientras se acercaba a la baranda que contorneaba ese y los tres pisos de ese establecimiento educacional. Los demás chicos se habían ido al parecer y yo ni cuenta me había dado. Fue como si mi propio escrutinio hacia el muchacho me hubiera abducido.

 

El castaño miró hacia el primer nivel y luego buscó mis ojos. Me erguí de hombros mencionando que me gustaría, algún día, formar una banda―aunque con suerte sabía tocar la flauta dulce―. Nuevamente su perorata se disparó haciendo una lista verbalizada de posibles nombres para nuestra futura banda de punk rock mientras yo llevaba mi vista al segundo nivel donde anteriormente había dado con los ojos sombríos de aquel tipo, pero ya no se hallaba en el sitio.

 

Lo único que sabía de él es que estaba en segundo grado porque siempre lo veía en el segundo nivel. Nunca subía al tercero―donde nos encontrábamos―, ni al cuarto y sólo bajaba cuando era hora de marcharse a casa.

 

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D o s

 

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Aquella tarde me tocó esperar a Uruha. La semana pasada habíamos rendido un examen de inglés y él reprobó. Para su buena―o mala―suerte la maestra, tras la falla casi masiva, les dio la oportunidad de repetirlo, pero de forma oral. Yo me había salvado por un sólo punto…

 

Estaba fuera del establecimiento. Llevaba esperando, a la intemperie, cuarenta minutos. Eran las cinco y ya se sentía el frío otoñal. Había sol, pero este no llegaba ni a entibiar el húmedo ambiente. Me senté en una banca de concreto al exterior mientras, tranquilamente, fumaba y miraba hacia la ventana del tercer piso porque la cara desesperada de mi amigo aparecía de repente por ayuda. Me reí negando con mi cabeza cuando la maestra se asomó por el cristal y su rostro inundado en reproche hacia Uruha no se hizo esperar.

 

Con una sonrisa en los labios vi como un chico salía del edificio―lo que era extraño porque la hora de salida ya había pasado hace un rato―. No le di importancia calando, nuevamente, aquel cilindro de nicotina. Voté las cenizas y alcé, de nuevo, la vista encontrándome con aquellos ojos que me helaban la sangre. Se detuvo antes de cruzar el umbral enrejado. Me analizó con detención. Era él...

 

Lo observé, el me observó. Nos miramos sin ninguna clase de expresión facial. Era curioso, pero en aquel momento tenso recordé como había pensado que, quizá, y sólo quizás, ese bajito y escuálido chiquillo de piel translúcida podría estar… ¿enamorado de mí? Era algo descabellado y egocéntrico, pero era una buena teoría. Claro, quizá sería válida si sus mejillas pálidas se tornaran de un rosado o que su mirada directa y sin tapujos se corriese hacia un lado avergonzado, pero éste sujeto sólo me miraba sin titubear. No había timidez, ni vergüenza; ninguna emoción lo parecía describir. Entonces, después de ese mal educado escrutinio de su parte, caminó. Su vista jamás se apartó de mi anatomía ni cuando sacó una cajetilla de cigarrillos de su bolsillo interno de su chaqueta escolar.

 

―¿Tienes fuego?―oí su voz por primera vez. Su tono era grueso. No concordaba con su delicada fisonomía, pero eso sí, su mirada sombría y su tono vocal profundo hacían el conjunto perfecto. Carraspeé buscando en mi pantalón gris el encendedor de Takashima para tendérselo. Posé mi cigarrillo en mis labios viendo como por el rabillo del ojo encendía y calaba. Pensé que se marcharía, pero se sentó junto a mí. No iba a negar que me puso algo nervioso―. ¿Esperas a alguien?―cuestionó con simpleza. Mirándome, siempre mirándome. Tiré el cilindro ya terminado mientras asentía―. ¿Uno de tus amigos? ¿El moreno, el castaño alto o el tipo risueño?―nombró a cada uno sin inmutarse. Parecía como si él no se daba cuenta de lo anómalo que podía llegar a ser. A él parecía no importarle que aquello hubiera sonado tan obsesivo.

 

―El castaño alto. De hecho, ahí viene―dije alto parándome del asiento con agilidad para huir de él. El sujeto también se levantó.

 

―Akira…―apretó sus labios luego de decir mi nombre. Alcé una ceja. ¡¿Cómo y por qué sabía mi nombre?!―. Quería hablar contigo… Vi que tenías un parche de Sex Pistols en tu mochila. Te gustan, ¿no?

 

―¿Los conoces?―cuestioné. En realidad, Uruha y yo éramos los únicos locos que amábamos su música en este colegio. Shiroyama y Tanabe los conocían, pero ellos tenían sus propias bandas favoritas. Me sorprendió que el chico de mirada sombría fuera un fan más encubierto. Aquello lo hizo menos intimidante. Lo estaba juzgando sin conocerlo.

 

―Me gustan hace bastante―dijo exhalando el humo del cigarrillo―. Quería saber si tienes discos de ellos. Me gustaría escuchar un poco más de su música.

 

―Tengo―murmuré sintiendo como mi amigo tomaba mi hombro para anunciar que ya había llegado.


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