A la mañana siguiente cuando desperté, Oliver ya se había marchado.
Había dejado una nota en la almohada que decía algo así: "No te lo dije pero estuve viviendo con Cristian estos últimos días"
No supe si volvería, aunque tengo que admitir que durante los siguientes días aparentemente todo volvió a la normalidad y aunque Oliver no durmiera en casa por un tiempo, se sentía un alivio confortante.
Cuando volvió tuvo que hacerlo gradualmente para no levantar sospechas y además consiguió entrar a trabajar en la revista como diseñador conceptual.
El tiempo entre nosotros fue un proceso de autoexploración largo, aprendimos cosas de nosotros que no sabíamos y la convivencia prolongada de nuestras vidas juntos nos permitió una sincronía que nunca antes había experimentado.
Sabrás que para mí es muy fácil convivir con alguien en el día a día, me acoplo bien porque supongo que siempre ha estado implícito en mi vida desde niño, pero al contrario de mi, Oliver siempre había estado solo, los anteriores 6 meses solo habían sido el comienzo.
Prontamente pude notar las cosas que le gustaban y las que no, las que hacía inconscientemente, los hábitos, los malos y los buenos, los modos y las costumbres. pero también su crecimiento, la comodidad de la que poco a poco fui merecedor.
Dormía con una almohada siempre entre las piernas y que al poco tiempo termine siendo yo, comía y se lavaba los dientes con la mano izquierda y escribía con la derecha. Dormía recluido en una esquina de la cama, casi no se movía y siempre me daba la espalda. Al principio tenía terribles pesadillas y se la pasaba todas las noches emitiendo gemidos y ruidos guturales.
No doblaba su ropa, la amontonaba en una esquina del closet y la olía para determinar su nivel de suciedad.
Siempre utilizaba ropa de tres o dos tallas por encima de la suya, no le gustaba utilizar pantalones en casa, siempre andaba por todo el piso descalzo y con un cigarrillo entre sus dedos.
Era terrible en la cocina, había quemado más de tres veces el horno en el primer año, y de cortarse ni se diga.
No le agradaba ser mimado realmente, solo empleaba una actitud infantilesca sexualisada para seducir o manipular, hacia su voz más aguda y actuaba como un cachorro. Esas actitudes dejaron de aplicar para mí cuando le dije que me estaba enamorando de él.
Yo siempre he sido muy cariñoso, de contacto y calor físico y cuando lo mimaba por cuenta propia o le hacía cariñitos mas afectivos que relacionados con el sexo, se sentía sumamente avergonzado y cohibido, nerviosos, prefería apartarse o fingir que no le gustaba con tal de no afrontar esa forma de expresar amor.
Esas cosas las amaba. Cada pequeño gesto, cada vellito en su espalda, sus lunares, sus cicatrices, la forma tan sutil que tenia para decir te quiero.
Con Oliver el amor era una cosa que no se podía solo pronunciar; era mirar en las formas mas invisibles y sutiles, en los segundos que dedicaba solo a verme dormir minutos antes de que despertara, en la forma en que puso dos cillas juntas en la azotea para mirar juntos la ciudad, en la carita feliz escrita al final de una lista del mandado, en un caramelo en mi bolsillo antes de medio día desapercibido, sus brazos rodeándome para dormir, una taza de café por la mañana, sus mejillas rojas cuando dije te quiero, una foto mas de nosotros en el tendedero fotográfico.
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--Es verdad...--solté el aire y mire por la ventana. -- cuando es tan fácil querer a alguien el tiempo corre de otra forma, unos cuantos años se agotan en un parpadear, en ese minúsculo lapso crees que nada puede ir mal, cada cosa parece tener un lugar especifico... es como un filtro amarillento y cálido-- me mofe y negué a mi ingenuidad. -- las épocas nunca son para siempre... y hasta la lluvia en algún momento tiene que parar ¿no? --dije y Edgar sonrió suavemente mientras me confortaba palmandome en el hombro.