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En el momento y el lugar adecuados por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Escrito por amor a la pareja, yo no lucro nada.

1.- Por esta vez.

 

Tell me what's on, on my mind

Is this is it?

(Lo-lo-lo-love)

5 Seconds of Summer - Meet You There

 

Sirius derrapó frente a la taquilla de GoEuro aquella mañana (técnicamente de madrugada, aunque por el horario de verano el sol ya se encontraba en su apogeo) de sábado y depositó con urgencia su pasaporte y el dinero en la taquilla para comprar un boleto en el siguiente tren a Londres. Con creciente impaciencia mientras la empleada procesaba su orden e imprimía el boleto, Sirius intentó por todos los medios no tamborilear los dedos sobre el mostrador y mostrarse grosero, pero su cuerpo bullía de nervios igual que una olla a presión a punto de estallar.

—Oh por Diox —musitó alguien a su lado en la siguiente ventanilla, haciendo todavía una llegada más intempestiva que Sirius al rebuscar en sus bolsillos por el dinero, el pasaporte, y de paso hacer su propio pedido de un boleto a Londres en el siguiente tren disponible.

Con el reloj de la estación marcando 6:18 y un clima de 17ºC que hizo a Sirius arrebujarse mejor en su abrigo ligero, ambos tenían buenas perspectivas en abordar a buen tiempo el primer tren de esa mañana, que salía a 6:34. Tiempo más que suficiente para dejar su equipaje y puede que hasta hacer una muy deseable parada en el retrete.

—Aquí tiene —atrajo de vuelta su atención la empleada al entregarle su pasaporte, el cambio, y el dichoso boleto por el que había sufrido tanto minutos atrás.

—Gracias —respondió Sirius antes de dedicarle un último vistazo al hombre de la ventanilla de al lado y mentalmente desearle la mejor de las suertes.

Que igual que él, seguro que le necesitaba más que nunca en esos momentos.

 

Sirius se hizo de un sándwich de pavo, una botella de agua gasificada, dos mandarinas pequeñas y el diario del día en un pequeño quiosco de la estación atendido por un señor de baja estatura y bigote de morsa que congenió con él cuando al retirarse un poco de cabello detrás de las orejas mostró una arracada.

—Mi maman nunca lo aprobó, pero yo siempre fui un rebelde de corazón —dijo el hombre mientras le cobraba a Sirius y éste le contaba una historia similar.

—Madre fue igual, la volvía loca —y tras un movimiento de su mano se despidió.

Su abordaje al tren estuvo aderezado como siempre por la ridiculez de llevar su equipaje a través de los estrechos pasillos y buscar su cabina.

Con las prisas por tomar el tren y tener que pagar un boleto Business Premier para compensar su falta de antelación, Sirius esperaba al menos contar con una cabina para él solo, pero no abrigó muchas esperanzas mientras el tren comenzaba su marcha y él se movía entre los compartimentos buscando el suyo, viendo sobre todo rostros amodorrados a través de las ventanillas.

Para su sorpresa, descubrió que iba a tener compañía, pero que era el hombre que había comprado el boleto en la taquilla de al lado. Con aspecto anodino a pesar de sus rizos color caoba y una cicatriz en el labio inferior ya borrosa por el paso del tiempo, Sirius lo reconoció en el acto e hizo una cabeceada a modo de saludo.

—Business Premier, ¿eh? —Corroboró con él la reserva de último momento, que triplicaba su valor habitual pero al menos les había permitido abordar ese tren y no el siguiente.

—Ya lo has dicho tú —replicó su compañero de cabina con una voz ligeramente ronca, seguro por la hora de la mañana y el desvelo.

Cerrando la puerta corrediza tras de sí, Sirius hizo lo posible por acomodar su equipaje en las rejillas dispuestas para ello sobre su cabeza, pero sólo consiguió hacer que el maletín con su ropa cupiera dentro. De la maleta que contenía sus enseres de trabajo y que era la razón principal por la que había salido del país para volver precisamente el día en que se celebraba la boda de su mejor amigo, tuvo que conformarse con ponerla a su lado e implorar porque ese asiento no tuviera reserva o se arriesgaba a cargarla en sus piernas.

Al menos no parecía estar a solas en ese predicamento. De nueva cuenta, el mismo hombre que se le había unido indirectamente en aquel viaje traía también consigo lo que podía considerarse su equipaje de diario (un maletín, igual que el suyo en la rejilla superior) y varias maletas más que se veían robustas y listas para recibir trato rudo.

—Eres fotógrafo —dijo Sirius en voz audible, y el hombre frente a él alzó la vista de su periódico, una edición diferente a la que él había comprado.

Sin alterar su expresión, el extraño dobló el periódico a la mitad. —Correcto. ¿Pero cómo...?

—El equipaje —respondió Sirius—. Una vez que aprendes a reconocerlo, es imposible pasarlo por alto donde sea.

En el rostro del extraño apareció una leve sonrisa, apenas una curvatura en sus labios, pero bastó para que Sirius se sintiera en confianza y seguro de que no lo molestaba con su charla.

—Siguiendo esa línea de deducción, tú no eres fotógrafo —dijo el extraño, a quien de momento y por falta de nombre, Sirius bautizó como Hoyuelos una vez que descubrió las dos pequeñas marcas en su rostro al sonreír éste de verdad.

—No, no lo soy —confirmó Sirius.

—Pero has viajado por motivo de trabajo, ¿correcto?

—Una semana completa, y con posibilidad de pasar el fin de semana con gastos pagados en la ciudad y a mis anchas, pero nah, tengo un compromiso mejor por atender.

—Sé a qué te refieres, estoy en la misma situación.

Sin aclarar que en su caso era la boda de su mejor amigo con la mujer de sus sueños, y tampoco preguntar de qué tipo de evento se trataba, Sirius en cambio indagó más sobre su trabajo.

—¿Qué clase de fotógrafo eres? Y hago mis apuestas a que no eres del tipo que asiste a bodas.

Hoyuelos rió entre dientes. —Oh, podrías equivocarte al respecto, pero no. Prefiero no atender bodas, al menos no como empleado. Y aunque he hecho un par de trabajos de ese tipo, mi área es diferente.

—¿Niños?

—No.

—¿Mascotas entonces?

Hoyuelos volvió a reír. —Ni de cerca.

Sirius se inclinó sobre su mismo, apoyando los codos sobre sus rodillas. —Mmm, ¿alguna pista?

—Eso te costará —dijo Hoyuelos con sorna.

—Mientras no sea el mismo importe que el boleto de este tren... Qué robo.

—Lo sé.

—Podría ofrecerte la mitad de mi sándwich —ofreció Sirius—, o una mandarina. Además creo que tengo por aquí... —Murmuró al palparse la chaqueta de cuero que llevaba puesta y encontrar unos cuantos caramelos—. Oh, chocolate. ¿Te gusta?

Hoyuelos hizo honor a su nombre. —Me encanta.

—Vale pues, no te fijes en lo aplastados —dijo Sirius al entregarles un par de piezas de Hershey’s que se habían derretido un poco y más que gotas tenían el aspecto de monedas.

—Es el sabor lo que cuenta —dijo Hoyuelos, que tras retirarle el empaque metálico a uno y metérselo a la boca, le reveló del todo su oficio—. Erótico.

—¿Uh?

—Fotógrafo erótico.

Sirius le dirigió una mirada de divertida incredulidad. —Anda ya.

—Lo juro —insistió Hoyuelos—. Y tengo pruebas.

Por ser más del tipo que creía que en una imagen había más valor que en mil palabras, Sirius se inclinó sobre Hoyuelos cuando éste sacó su móvil y le mostró unas cuantas instantáneas de su trabajo. En efecto, eran fotografías eróticas que bordeaban sobre el terreno de lo pornográfico pero con un cierto toque que las redimía. En ellas se podían observar poses y juegos de luz y sombra, que Hoyuelos explicó con ligereza.

—No podría catalogar a mis clientes de ninguna manera. Cada vez que recibo un pedido de estos puede ser tanto una chica deseando una sesión para regalársela a su novio, un chico deseoso de preservar su cuerpo a la posteridad, o una pareja ya mayor buscando darle un poco de sabor a su vida sexual —dijo Hoyuelos, mostrando con cada ejemplo citado una fotografía que le hiciera juego—. Una vez incluso fotografié a una pareja polígama con sus correspondientes parejas secundarias, y deja te digo que lo más difícil de aquella sesión fue saber dónde colocar tantos brazos y piernas.

—Debe ser interesante —dijo Sirius—. E íntimo.

—Sumamente íntimo —confirmó Hoyuelos—, aunque no aprecio cuando me invitan a unirme en las fotografías. Raras veces ocurre, casi siempre podemos mantener el toque de profesionalismo, pero a veces sucede...

—¿Y nunca te has visto tentado a aceptar? —Preguntó Sirius sin pensarlo, y al instante se dio en la frente con la mano—. Lo siento, no era mi intención ser tan cotilla.

Hoyuelos no dio la impresión de encontrar su pregunta ofensiva, y tras una sonrisa tranquilizadora, denegó con la cabeza.

—No. Es decir, mi trabajo podría confundirse de la misma manera que le ocurriría a una persona dedicada a hacer masajes, pero desde un inicio soy claro respecto a mis funciones: Yo sólo acudo a tomar fotografías y el resto no es negociable. Además, me aseguro de al menos conseguir un 50% del pago por adelantado, para evitar confusiones.

—¿E incluso así...?

—¿Las hay? Por supuesto. Pero intento no tomarlo a pecho ni dejar que arruinen mi pasión. Antes, cuando ofrecía estas sesiones por simple diversión, me incomodaban terriblemente y después me resistía a agendar más, pero la paga es buena y el tiempo libre aún más, así que siempre volvía a las andadas.

—Por no mencionar los viajes —dijo Sirius, que en parte hablaba desde su propia experiencia al respecto.

—Por supuesto —coincidió Hoyuelos con él—. De momento sólo he visitado un par de sitios en Europa, muchos de mis clientes también han ido a visita a Londres, pero hace dos meses estuve en Hong Kong para atender a una pareja y la experiencia en la ciudad hizo que valiera la pena el resto.

—Oh, Hong Kong tiene esa cualidad, ¿eh?

—¿Has estado en Hong Kong? —Preguntó Hoyuelos, y Sirius sonrió con timidez.

—Un par de veces.

—¿Dos o tres?

—Más como cinco o seis.

Y es que Hong Kong era una sede internacional donde cada año se realizaba un festival al que expertos en el tema acudían y él había sido invitado de honor en varias ocasiones consecutivas.

—Supongo que es mi turno adivinar a qué te dedicas —dijo Hoyuelos con tranquilidad, y sus ojos barrieron de cabeza a pies a Sirius—. ¿Puedo saber al menos si rompes con el estereotipo o lo cumples?

Sirius rió entre dientes, porque con su chamarra de cuero, pantalones ajustados y rotos en sitios estratégicos, además de sus siempre presentes botas punk, lo lógico sería pensar que pertenecía a su propia banda de motociclistas. E incluso así no estarían tan lejos de la marca, porque Sirius tenía una motocicleta a la que él mismo le hacía reparaciones y mantenimientos porque era suya desde la adolescencia y se negaba a desprenderse de ella.

Pero no, él no era un motociclista, al menos no profesionalmente.

—Algo así —fue su respuesta final, y Hoyuelos arqueó una ceja—. Ok, no tengo un trabajo de 9 a 5, pero viajo seguido. Soy mi propio jefe, y no me va mal. Erm, y podría decirse que me he hecho de un nombre y una fama en mi medio.

El arco en el que Hoyuelos mantenía su ceja elevada se pronunció aún más. —¿Soy yo o has hecho sonar tu oficio como el de un asesino a sueldo?

—¿Qué? ¡No! —Replicó Sirius, riendo de Buena gana por la ocurrencia—. En lo absoluto. Verás... —Dijo mientras se retiraba la chaqueta de cuero de los hombros con un encogimiento bien estudiado y revelaba sus brazos.

Bajo la chaqueta, Sirius vestía una camiseta con el logotipo de su nombre en el medio (‘Padfoot’, un apodo obtenido en la adolescencia por su mejor amigo James, que a su vez era conocido como ‘Prongs’)  y llevaba los brazos desnudos.

Al instante, Hoyuelos adivinó de qué se trataba. —Artista.

—Erm, es una manera de verlo —dijo Sirius con apuro, que encontraba un tanto pretensiosa aquella descripción. Que vale, era un artista en cierto modo, pero él encontraba más orgullo en llamarse a sí mismo ‘un artista tatuador’ que sólo artista a secas.

—¿Son diseños tuyos? —Preguntó Hoyuelos con interés, inclinándose en el espacio entre sus asientos para examinar las piezas que Sirius tenía en la piel.

—Todos y cada uno de ellos. Por obvias razones tuve que confiarlos en otro tatuador, pero para mi suerte se trata de mi hermano Reg así que no hubo problemas.

—¿Es una profesión familiar?

—Nah —dijo Sirius con una sonrisa irónica en labios—. Sólo de él y mía. Nuestros padres estaban horrorizados la primera vez que me presenté en casa con un tatuaje a los dieciséis y anuncié que había encontrado mi vocación en la vida, pero yo era el hijo rebelde, hasta cierto punto seguro que lo esperaban. Cuando Reg hizo lo mismo fue que las cosas se pusieron en verdad feas. Ellos tenían planes para nosotros, donde ambos teníamos que estudiar para heredar la empresa familiar y realizar respetables matrimonios, pero ni siquiera en eso les pudimos dar el gusto.

—¿Qué, las chicas que tú y tu hermano eligieron no contaban con el pedigrí adecuado? —Bromeó Hoyuelos, que con un relato como el de Sirius era mejor abordarlo con humor antes que con seriedad.

—Eso también, pero el problema principal es que no eran chicas en lo absoluto. Tanto mi hermano como yo resultamos ser gays.

—Oh.

—¿Algún problema? —Inquirió Sirius con cautela, puesto que una vida de defenderse a mí mismo y a Regulus lo había hecho precavido y listo para reaccionar.

—Para nada.

—Ok.

—Considerando que también me gustan los hombres —dijo Hoyuelos, provocando en Sirius una reacción similar a las alas de un colibrí aleteando en su pecho—. Soy bi.

—Siempre es genial conocer gente del gremio —dijo Sirius, de vuelta relajado y sintiéndose más a sus anchas con aquel desconocido que de pronto le estaba resultando una muy grata compañía.

—Lo mismo puedo decir de ti —replicó Hoyuelos, que retomando el tema de los tatuajes que adornaban la piel de Sirius, se lanzó a preguntar por sus diseños.

Sirius no tuvo inconveniente en ello, y se enfrascó con una descripción de la tinta que decoraba las partes visibles de su piel.

—Este es mi primer tatuaje —mostró ufano Sirius la marca de una huella, con toda certeza canina, sobre su pecho—. En el colegio me llamaban Padfoot, así que tenía que hacerle honores como mejor conozco.

—Eso explica el logotipo de la camiseta.

—Ya, es que ahora es el nombre de mi negocio. Pensé que si tenía que nombrarlo de alguna manera, al menos tenía que ser con un nombre que me diera orgullo. Luego fueron iniciales —dijo Sirius, apartándose el cabello negro y sedoso que llevaba suelto hasta los hombros para mostrar que detrás de cada oreja llevaba tres letras.

—No las iniciales de tus padres, supongo —adivinó Hoyuelos sin problemas.

—Exacto. A mi derecha, es Prongs, mi mejor amigo en todo el mundo: James Potter.

—Oh —musitó Hoyuelos por lo bajo. Tanto, que Sirius lo pasó por alto y no debió haber sido así.

—Mi hermano Reg tuvo una especie de ataque de celos cuando corrió el rumor. Primero me acusó de estar enamorado de James, pero luego se puso histérico cuando le dije que para mí Prongs era como un hermano, y mi yo de diecisiete años sólo encontró la solución de tatuarme las iniciales de mi verdadero hermano del otro lado. No me arrepiento, pero vaya que fue un lío regresar a casa así después del colegio y enfrentarme a nuestros padres...

—Eso no le resta mérito —dijo Hoyuelos—, y es un excelente tributo. Al menos sabes que es una inversión ahora que incluso trabajas junto a tu hermano.

—Cierto —confirmó Sirius, rozándose con los dedos detrás de la oreja izquierda—. Reg y yo siempre fuimos unidos desde pequeños y hasta que me marché al colegio. La tradición familiar marcaba asistir a Hogwarts, y ahí pasábamos diez meses del año. Reg es sólo un año menor que yo, pero ese año que estuvimos separados nos separó, y después durante nuestros años en Hogwarts nos distanciamos más y más hasta que... Bueno, esa parte de la historia ya te la conté.

—Debe ser genial tener hermanos —murmuró Hoyuelos, que conmovido por el relato, había perdido un poco de su chispa.

—¿No tienes alguno?

—No, hijo único. También tiene sus ventajas, pero… Ah, da igual. ¿Cuál es el siguiente tatuaje?

En sucesión, Sirius le mostró la constelación de Canis Maior que tenía en la cara interna del antebrazo y que era la perfecta descripción de su nombre (“Excéntricos como buenos Black, la mayoría tenemos nombres relacionados a las estrellas y al firmamento”, explicó con sorna), una banda negra en torno a su dedo anular derecho que fungía como un contrato a sí mismo para ser siempre auténtico a su verdadero ser, y sobre la línea de los jeans (y Sirius comprobó de buena gana que Hoyuelos le había mirado con un poco más que educado interés) una corona de laurel que iba de hueso a hueso de su cadera.

—De hecho tengo uno más —dijo Sirius, tocándose el omóplato derecho—, pero me lo hice apenas ayer. ¿Recuerdas que te mencioné a mi amigo James?

—Ajá —asintió Hoyuelos, de pronto con su absoluta atención centrada en Sirius—. Lo recuerdo...

—Pues se va a casar. Es por eso que tenía tanta urgencia por regresar hoy a Londres. La ceremonia es a mediodía, y la recepción a las cinco. No puedo faltar porque soy el padrino, y en más de un sentido... Es una historia graciosa, ¿quieres escucharla?

Hoyuelos pareció debatirse consigo mismo, abriendo la boca en tres ocasiones diferentes sin que ningún ruido emanara de sus labios hasta que al final consiguió un ahogado ‘sí’.

—Si no te interesa... —Se cohibió Sirius por la extraña reacción que obtuvo de su ofrecimiento.

—No, en serio. Me encantaría escucharte —dijo Hoyuelos—. Presiento que será una historia interesante.

—Ah, si sólo eso... —Dijo Sirius, y procedió a contarle el extraño relato del que se sabía todos los pormenores.

A su salida de Hogwarts, Sirius y su mejor amigo James habían tomado caminos separados y diametralmente opuestos: Ahí donde Sirius se decantó por la escuela de arte porque ya tenía claro que necesitaba prepararse en serio si es que quería abrir un estudio de tatuajes, James en cambio se decidió por la medicina en vista de que una lesión jugando rugby le había impedido unirse al equipo nacional.

Compartiendo piso y también momentos de ocio, su amistad se mantuvo por los siguientes años con muchos altos y pocos bajos, y sólo se estrechó más cuando Sirius se distanció del todo de su familia y Regulus se les unió en el pisito que rentaban estudiando también artes porque quería formar con su hermano un nuevo imperio familiar y nada mejor que el oficio de los tatuajes para fastidiar a sus padres con las nociones de lo que un Black podía o no hacer con su tiempo.

Si bien empezó a dibujar por simple rebeldía, la verdad es que los diseños de Regulus resultaron excelentes, y a su graduación se unió a Sirius a la búsqueda de un local y recursos para ponerlo en marcha. Su tío Alphard, hermano de su madre y miembro rechazado entre los Black fue quien los contactó con una proposición de socios, y fue así como el estudio Padfoot floreció y la noticia de sus obras prosperó más allá de Londres.

—Perdona si sólo he hablado de mí y mi vida, pero es aquí donde empieza lo raro —dijo Sirius, que prosiguió el relato con la explicación de un momento acaecido apenas dos años atrás.

Por aquel entonces, Padfoot ya tenía una clientela que sostenía el negocio, citas agendadas con meses de anticipación, y tanto Sirius como Regulus hacían giras regulares para acudir a otros sitios a realizar tatuajes. Conocidos en el medio como ‘Los hermanos Black’, tenía cada uno un portafolio con diseños listos a la venta, y el de Sirius de pronto empezó a llenarse de imágenes de flores.

Sirius no había hecho diseños similares en mucho tiempo, pero de pronto se obsesionó con dibujar flores, y fue James, de visita para confirmarle que había conseguido una beca para estudiar un año en un prestigioso hospital de Mumbai, el que sugirió dibujar un lirio. Mientras escuchaba a su amigo hablarle de la gran oportunidad que tenía para sí durante los próximos doce meses y la sensación que tenía de que ese año le cambiaría la vida, Sirius dibujó un lirio estilizado al que primero agregó un compañero, y por último una tercera flor para armonizar el conjunto.

—Y hasta ahí habría llegado todo de no ser porque James conoció en Mumbai a Lily, Lily Evans —dijo Sirius, ufano de la historia que contaba, porque ya tenía los elementos, y estaba por conectarlos entre sí.

Hoyuelos también parecía intuir que estaban ante un punto de quiebre en el relato, porque tenía las palmas de las manos unidas frente al rostro, y una sonrisa enigmática decoraba sus facciones.

Así contó Sirius cómo durante los primeros seis meses de su estancia en el hospital de Mumbai James se los pasó enamorado de su compañera de rotaciones, la siempre indiferente Lily que lo trataba de manera profesional, pero que en sus tiempos libres no quería saber nada de su persona. Había sido un estira y afloja constante del que Sirius se enteró hasta el último detalle porque James a diario le llamaba para contarle sus desventuras en el amor y afirmar con vehemencia que Lily era la mujer indicada para él y que no pensaba rendirse.

Al final así había resultado ser, cuando luego de seis meses manejaron juntos una situación crítica con uno de sus pacientes, y la mezcla de adrenalina con la atracción mutua que siempre estuvo presente acabó por unirlos. Con una única oportunidad a su favor para demostrar su valía, James consiguió que Lily accediera a salir en varias citas con él y por último formalizaron lo suyo bajo la etiqueta de novios poco antes de volver a Londres, donde ambos radicaban.

Sirius había estado preparado para mostrarse escéptico con la mujer que había tenido a su mejor amigo caminando en cáscaras de huevo por tantos meses, pero Lily resultó ser de su agrado y junto forjaron una amistad cercana, así que no tardó él en darle a la feliz pareja la bendición y desearles la mejor de las suertes.

—Y no fue mucho después de que volvieron de la India cuando James y Lily se enteraron que serían padres —dijo Sirius a modo de cierre de la historia, pero lo aderezó con las últimas novedades—. Por supuesto, para entonces ya vivían juntos y sus respectivas familias estaban de acuerdo que ellas dos eran lo suficientemente mayorcitos como para saber lo que hacían con sus vidas, pero ellos decidieron que tenían que casarse antes de la fecha del parto y... Esa es la boda a la que asistiré hoy.

—Wow —exclamó Hoyuelos, un tanto divertido.

—Y el tatuaje que mencioné antes —dijo Sirius, dándose unos golpecitos sobre el hombro derecho—, es precisamente aquel diseño de lirios de hace dos años. James y Lily adoran contarle a cualquiera que los escuche que estaban destinados a encontrarse. En varias ocasiones estuvieron a punto de coincidir, e igual que James, antes de marcharse a Mumbai fue que Lily se encontró con un ciervo en la carretera y en la tienda de regalos del aeropuerto compró un llavero con esa imagen. James adora decirle a todo mundo que ese llavero fue lo primero que vio en ella y lo hizo saber que estaban destinados a ser el uno para el otro. Y debe ser, porque estaban en el mismo vuelo hacia Mumbai, pero por una confusión con los boletos de avión no se sentaron lado a lado como les correspondía.

—¿Y tú crees eso? —Preguntó Hoyuelos en voz baja y un tanto misteriosa—. ¿Crees en que esas supuestas coincidencias lo son o es algo más?

Sirius se tomó unos segundo para pensarlo, y asintió con solemnidad. —Sí, realmente lo creo. Pero...

—¿Pero?

—También creo que se dan en uno de, no sé, cada millón de casos. Te aburriría contándote de todas las coincidencias que hay entre James y Lily; ellos son verdaderas almas gemelas si es que el término existe. Por eso es que me decidí a hacerme el tatuaje de los lirios, aunque seguro me arrepentiré si apenas verme en la ceremonia insisten en que debo conocer a su amigo.

—¿Uh?

—¿Sabes cuán pesada se puede poner una persona que se ha sacado el premio gordo de la lotería insistiendo a sus familiares y amigos que un boleto de lotería es la mejor inversión? Pues así se han vuelto James y Lily, excepto que su insistencia es emparejarme con el mejor amigo de Lily, un tal Remus Lupin que fue su mejor amigo creciendo y en la universidad, y que hasta hace poco trabajó en Cardiff. Al parecer es mi otra mitad porque ahora vive en Londres y tiene un par de gustos similares a los míos, ¿puedes creerlo? Vaya tontería...

Frente a él, Hoyuelos palideció visiblemente, y un acceso de tos lo hizo girarse un poco.

Sirius pasó por alto las señales de Hoyuelos y prosiguió: —Prefiero creer que si me espera una épica historia de amor, al menos la quiero plagada de coincidencias imposibles de pasar por alto. No porque nuestros amigos son esposos y creyeron que los cuatro haríamos excelentes cenas de miércoles.

—Ah. —Tras aclararse la garganta, Hoyuelos preguntó—. ¿Y Lily, erm, nunca te mostró una fotografía del, uhm, Remus Lupin que, uhm, te quería presentar?

Sirius se repantigó en su asiento. —No, ¿puedes creerlo? Esperaba ella que nos conociéramos en una cita a ciegas o algo por el estilo. Ocasiones no le han faltado para presentarnos en los últimos meses. El tal Lupin se mudó de Cardiff hace apenas dos meses, pero ni siquiera los mejores intentos de Lily y James han podido hacer que estemos en Londres al mismo tiempo, ya ni se diga en la misma habitación. Lupin es algo así como profesor en una universidad, supongo que consiguió plaza aquí, pero viaja casi tanto como yo. Supongo que en conferencias o cursos, yo qué sé...

—Puede ser —murmuró Hoyuelos.

—¿Sabes lo que es peor? —Siguió Sirius, encendido por el tema—. Que Remus Lupin es todo un misterio. Lily dice que es indiferente a la tecnología actual, ¿pero quién tiene una cuenta de Instagram sin siquiera una selfie? Sólo un psicópata, un paranoico, o alguien sin ningún atractivo.

—¿Lo buscaste?

—Claro. Tenía que cerciorarme de que Lily no me estaba emparejando con un profesor aburrido con fascinación por los suéteres de cachemira y doce gatos.

Hoyuelos frunció el ceño. —Hey, ¿qué tienen de malo los suéteres de cachemira?

—Nada, excepto si los combinas con los doce gatos —respondió Sirius con ligereza—. Mira, mi punto es que... No estoy interesado en conocer al tal Lupin. Genial si es el mejor amigo de Lily, genial si es un tipo agradable con el que pueda salir a beber unas cervezas o yo qué sé, genial si comparto con él el papel de tío del bebé que tendrán nuestros amigos, pero detesto la idea de vernos forzados a ser algo más sólo porque Lily y James lo decidieron de antemano.

—Si lo pones así tiene todo el sentido del mundo.

—Lo sé —dijo Sirius con vehemencia, antes de soltar un suspiro cansado—. Lo siento si dominé la conversación. La boda es apenas en unas horas y antes tengo que regresar a Londres, pasar por la tintorería, a mi piso por los anillos, y cruzar media ciudad para llegar a la iglesia donde será la ceremonia. Será un milagro si al final del día no consigo mi primera cana.

—¿Y eso sería toda una desgracia, verdad? —Confirmó Hoyuelos con él, puesto que Sirius ostentaba una abundante y dócil melena en cabello negro que le caía sobre los hombros de una manera que ya muchas mujeres quisieran tener para sí.

Sirius le guiñó un ojo. —Puedes apostarlo.

Con poco menos que la mitad del trayecto recorrido, Sirius no tardó en hacer a un lado el asunto de la boda y la temible presencia de Remus Lupin en la recepción, y sacando sus viandas para el viaje, le ofreció a Hoyuelos la mitad para compartir. Hoyuelos se mostró dubitativo respecto a aceptar medio sándwich, pero Sirius lo convenció de ello alegando que era demasiado para él, así que su compañero de viaje compró del carro-comedor una bolsa de papas fritas y dos refrescos de lata para hacer del simple emparedado un platillo gourmet que les satisficiera a ambos.

—Sé que ya es tarde para presentaciones, pero... —Sirius se limpió la mano derecha de migajas y la extendió ante Hoyuelos—. Mi nombre es Sirius Black.

Sufriendo de una indecisión que apenas duró una fracción de segundo, Hoyuelos se cambió el sándwich de mano y le correspondió el gesto con un apretón de manos tibio y suave al contacto.

—Mucho gusto. John Howell.

«Así que John...», pensó Sirius, que había esperado un nombre más acorde al atractivo que exhibía Hoyuelos frente a él. Con ojos dorados y una cabello rizado que llevaba largo de arriba y casi al ras del cuero cabelludo en lo bajo, Sirius se había hecho la idea de un nombre ligeramente exótico. Nada exagerado como el suyo, tal vez sólo algo francés como Jean o Pierre, o quizá Dominique. Y no es que John no le sentara bien, otros Johns habían sido famosos en el pasado, pero con un apellido como Howell en lugar de Lennon, era más que probable que no se destacara en las multitudes.

Ignorante de los pensamientos que cruzaban por la mente de su acompañante en esos momentos, Hoyuelos, a partir de entonces conocido como John, soltó su mano de la de Sirius y exhaló ante la pérdida de contacto.

—No debe faltar tanto para llegar a Londres —dijo John con afán de facilitar un tema de conversación—. ¿Crees que haya buen clima?

Sirius terminó de masticar el bocado que tenía en la boca. —Eso espero. La ceremonia es a exteriores, y la fiesta bajo carpas, pero si resulta que llueve...

—Leí en algún lugar que lluvia en la boda significa que será un matrimonio fértil, pero...

—Seh, con un bebé a punto de nacer, es casi de risa hablar de fertilidad para la feliz pareja —confirmó Sirius con John, y juntos compartieron una risotada burlona—. No importa. Para ellos, la boda es un mero formulismo para aplacar a sus padres. Un rayo podría caer a sus pies y tanto James como Lily creerían que es un excelente augurio de un matrimonio repleto de chispa o algo así.

John rió todavía con más ganas, y al final tuvo que limpiarse el borde de los ojos con las mangas de su suéter.

—Aunque divertido, espero que no sea así.

—Por si acaso llega o no a pasar, podría contártelo después —dijo Sirius con aparente ligereza, pero cada palabra pasó primero en cámara lenta en su mente antes de permitir que su boca las enunciara una a una en perfecto orden para hacer de ellas una posible invitación.

Sólo si John así lo quería, por supuesto.

—¿Lo harías? —Inquirió John alzando una ceja.

¡Bingo! Había interés.

—Claro.

—Qué amable de tu parte.

—Sólo lo usual —replicó Sirius con soltura, ganándose unos segundos mientras bebía de su refresco—. Aunque primero necesitaría cómo contactarte.

John fingió un exagerado interés tamborileando un par de dedos en su mentón. —Oh, ¿y cómo podría ser eso?

Consciente de que John jugaba un poco con él, Sirius se encogió de hombros de la misma manera, poniendo también especial énfasis en su sonrisa maliciosa.

—Ya sabes, el viejo correo postal. Funcionó para nuestros antepasados, podría hacer lo mismo para nosotros. Pondría en el buzón una larga carta con todos los pormenores de la boda a la espera de tu contestación.

—¿Y esperarías paciente mi respuesta?

—Sólo si creyera que obtendría una. Soy mejor narrador en voz viva que en escrito.

—En ese caso sería más sencillo darte mi número y cruzar los dedos para que después de la boda no estuvieras tan cansado como para contarme qué tal fue.

—Por tu número, sería capaz de mantenerte al tanto minuto a minuto vía mensajería —dijo Sirius con seguridad en sí mismo, pero a la vez nervioso de la reacción de John.

Para ganarse tiempo, Sirius se comió el último bocado de su sándwich, y tras meter la servilleta repleta de migajas en la bolsa de compra que ahora era bolsa de basura, se ofreció a hacer lo mismo con los restos de John.

Luego de limpiar su espacio y aceptar un té que venía de cortesía con su boleto, Sirius creyó que John no estaba interesado, así que no se lo tomó a mal. Después de todo, un suave rechazo nunca era el fin del mundo, y aunque lo encontraba atractivo y claro que le gustaría mantener contacto con intenciones de ver cuán lejos podían llegar juntos, dejar que quedara como memoria de un viaje en tren tampoco era tan terrible.

—Creo que falta menos de una hora para llegar —dijo Sirius, mirando por la ventana—. Y después el caos... Definitivamente es la primera y última vez que acepto ser el padrino del novio. Son demasiadas responsabilidades para mí.

—¿Y qué tal si tu hermano es quien decide casarse? ¿No harías una excepción por él?

Sirius rió entre dientes. —El pobre ha sido incluso más desafortunado que yo en ese campo. No, no lo veo casándose en los próximos diez años, y ya que estamos, tampoco me veo a mí mismo en ese papel.

—Yo... —John se mostró indeciso por unos segundos y luego se abrió del todo—. Una vez estuve a punto de casarme. Era mi novia de la universidad, y teníamos planes de mudarnos juntos después de la graduación. Puesto en perspectiva, éramos un par de críos queriendo vivir vidas de adultos, pero ya había comprado el anillo y estaba listo para lanzar la gran pregunta cuando mi amiga Li-... —John carraspeó—. Leela me convenció primero de tomarme seis meses de prórroga para pensar en serio si era lo que quería.

—¿Y lo hiciste?

John levantó su mano izquierda, donde en ningún dedo se veía una banda dorada. —Lo hice. Y fue una bobada. No fueron necesarios seis meses, sino uno. Conocí a alguien y... Fue entonces cuando confirmé que la atracción por mi mismo sexo no era sólo una etapa pasajera. Por supuesto, mi novia no estuvo nada contenta y terminamos en malos términos, pero al tiempo pudimos reunirnos para hablar y hacer las paces. Ahora ella está casada con alguien más y esperan un bebé, así que le ha ido mejor que a mí en el campo romántico.

—Seguro que no por falta de oportunidades.

—Lo mismo podría decir de ti.

—Ya, es que... El amor no es fácil —dijo Sirius, la vista clavada en su té ya frío como su corazón—. He tenido un par de relaciones, nada en serio, pero siempre acabaron de mala manera y yo más desconfiado. —Sirius resopló—. Tal vez debería aceptar la proposición de Lily para conocer a su amigo Remus y terminar con esto.

Frente a él, a John se le derramó un poco del té sobre el regazo, y con irritación comenzó a limpiarse la humedad de los pantalones.

—No deberías de forzarte a hacer algo con lo que no estás convencido sólo porque no quieres estar solo. ¿Qué pasó con el desagrado por los suéteres de cachemira y los doce gatos?

—¿Y qué tal si son suéteres a secas y máximo tres gatos? Podría vivir con eso —dijo Sirius, que de golpe se bebió el resto de su té y se sintió rejuvenecido por el sabor ligeramente amargo—. Escúchame, hablo como si todo dependiera de mí, cuando en realidad el tal Remus Lupin podría echarme un vistazo y decidir que no quiere saber nada de mi persona. Al fin y al cabo él era profesor de una universidad, y yo me dedico a una industria que todavía acarrea gran estigma.

—¿Crees que pudiera ser así?

—Ni idea. Lily no me ha contado nada más allá de que juntos haríamos una buena pareja, y puede que no esté del todo equivocada. Ella y James son perfectos el uno para el otro... Al menos tan mal ojo no puede tener.

—Tu amiga Lily suena al tipo de persona en la que podrías confiarle algo así, ¿pero por qué no esperas a decidir por tu cuenta? —Sugirió John, una leve sonrisa en sus labios—. Lo mejor sería una grata sorpresa, y lo peor... Mmm, creo que la buena suerte estará de tu lado.

—¿Lo crees de verdad? —Inquirió Sirius, recuperando su confianza.

—¿La verdad? Sí —replicó John, y eso zanjó el asunto para Sirius.

—Vale, que así sea. Mientras tanto, ¿quieres la mitad de mi mandarina?

Mientras comían gajos y paladeaban el dulce sabor de la mandarina que Sirius había repartido para los dos en partes iguales, el paisaje tras la ventana se fue transformando de campo a ciudad conforme se acercaban a la estación y llegaba el momento de despedirse.

Sirius se debatía consigo mismo si darle a John su información de contacto. Quizá no su número de teléfono si John no se sentía con ánimos de revelar el suyo, pero podía al menos contarle de su Instagram (aunque técnicamente era la cuenta de Padfoot en donde mostraba sus trabajos, porque la que llevaba su nombre estaba vacía) o puede que su página web. Si todo fallaba, puede que hasta la dirección del estudio, aunque eso ya daba la impresión de no ser tan aceptable socialmente, y sumido en esos pensamientos fue que John lo sacó de su ligero ensimismamiento al anunciar que habían llegado a Londres.

—De vuelta en casa —dijo al darle unas palmaditas en la rodilla, y Sirius se vio tentado de retener sus dedos entre los suyos y no dejarlo ir.

En poco más de dos horas que había durado el trayecto desde Paris a Londres, Sirius creía haber desarrollado un crush por su compañero de viaje, y ahora la despedida le estaba resultando insoportable.

—¡Oh! —Resopló John al echarse encima su equipaje de mano y empezar a lidiar con el resto de sus maletas, que con toda certeza pesaban lo suyo.

—Puedo ayudarte —se ofreció Sirius, pero John le señaló sus propias maletas.

—Tú también tienes lo tuyo.

Un tanto frustrado, Sirius también recogió sus pertenencias y juntos se unieron a la comitiva del pasillo que bajaba ya con rostros más despiertos que horas atrás. A un lado de Sirius pasó un crío corriendo con toda la energía de la juventud, seguido de cerca por quien suponía que era su madre y lo manifestaba con oscuras ojeras de desvelo y cansancio.

Sirius no creía que su aspecto fuera mejor a aquella hora de la mañana, pero al menos podría volver a su piso para una bien merecida ducha, una afeitada, y estar de vuelta como nuevo para la boda. Por inercia consultó la hora en su móvil, y a su lado John comentó que estaba a tiempo para mantener su papel de padrino.

Al bajar del tren, Sirius apreció la humedad del ambiente y lo mismo hizo John.

—Presiento que hoy lloverá... Y al cuerno el asunto de la fertilidad, porque la ceremonia quedaría arruinada —se lamentó Sirius, no por sí mismo, sino por sus mejores amigos, que no habían elegido una peor fecha que el último día de julio para ello.

—Puede que no —intentó animarlo John—. Puede que escampe.

—¿En Londres, en julio? Pf, lo dudo, pero gracias —respondió Sirius, decidido a enfrentar la vida como viniera, lloviera o... diluviara, que para el caso era lo mismo.

Caminando de lado a lado hacia la salida, pronto llegó el momento de despedirse, y una vez más se vio tentado Sirius de extender la mano, sujetar a John, e impedirle que se marchara así como así de su vida.

—Así que... —Dijo Sirius, a la espera de que cualquier pensamiento coherente cruzara por su cabeza, pero John lo salvó de su aprieto metiéndose a sí mismo en uno.

—Pediste mi número de teléfono antes, ¿correcto?

Con la besa seca e incapaz de articular ni una palabra, Sirius asintió.

—Ok, aquí lo tienes —le entregó John su boleto del tren, con un número garrapateado en la parte trasera—. Pero debes saber que espero actualizaciones de la boda como has prometido antes. Si llueve o no llueve, si la novia se pone de parto u ocurre cualquier otra historia digna de mención, yo quiero saber.

—Lo haré —prometió Sirius, de pronto tan feliz que no comprendía cómo segundos atrás el peso del mundo amenazaba con aplastarlo—. Te contaré cada detalle, desde las flores, hasta el color vomitivo de los vestidos en las damas de honor, y claro, mi tan temido encuentro con Remus Lupin.

Los ojos de John chispearon. —Ok. Muero por escuchar esa historia en particular.

Y tras compartir un corto abrazo que resultó natural para ambos, se despidieron ahí mismo y emprendieron caminos opuestos, convencidos cada uno por su parte que no era un ‘adiós’ definitivo, sino sólo un ‘hasta luego’.

Que como nunca, resultó ser corto, muy corto...

 

So you go your way and I'll go mine

And if we're meant to, I'll meet you there

We can't speed up the hands of time

But if we're meant to, (lo-lo-lo-love)

I'll meet you there

(Lo-lo-lo-love)

I'll meet you there

(Lo-lo-lo-love)

5 Seconds of Summer - Meet You There

 

/*/*/*/* Próximo capítulo: Con comentarios (28-Jun)/Sin comentarios (12-Jul).

Notas finales:

Fic nuevo, y Sirius debería ser más cuidadoso de qué y con quién habla en el tren, porque las coincidencias nunca lo son~


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