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Once Upon On October por Lovis_Invictus

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Notas del fanfic:

¡Hola! Aquí Lovis Invictus.

Este proyecto lo había comenzado el año pasado, 2019, pero por cuestiones de la vida asquerosa que tiene un adulto me forcé a abandonarla, sin embargo he decidido continuar este octubre, reescribiendo algunos de mis antiguos oneshot y cambiando otros, por lo que en teoría, es contenido nuevo.

¡Una enorme disculpa a quienes se quedaron esperando!

En fin, como dice el resumen éste proyecto es para el reto «FicTober 2020».

¿Qué es FicTober?

Esto nace a través de InkTober, un reto para dibujantes en donde cada día de octubre se hará un dibujo a tinta con los temas que se den en una lista oficial, aunque también puedes crear la tuya propia o encontrar listas de otros participantes en distintas redes sociales, yo encontré una que se ajustó a mis parámetros y es con la que voy a estar trabajando.

FicTober es la versión hecha para los fanfickers, en donde el reto es hacer un drabble u one-shot por día desde el primero hasta el treinta y uno de octubre.

Y como se ve, escogí el fandom de Sherlock para eso. Mis cuatro shipps favoritas harán acto de presencia durante el mes, ¡Espero les guste!

¡Feliz otoño a todos!

Notas del capitulo:

Etimología: Dicotomía, en términos generales, es la división de un objeto o concepto en dos partes complementarias pero separadas.

«Mycroft está un poco harto de esto»

[Johnlock]

 

Mycroft inhaló profundamente, se masajeó el tabique de la nariz con su pulgar y el dedo corazón mientras sacaba todo el aire alojado en sus pulmones de un largo suspiro frustrado, intentando contenerse para no perder la compostura y ponerse a gritarle a los dos despojos de adulto que tenía enfrente.

Gregory Lestrade observó casi temeroso al hombre de cabellos rojizos, le notaba completamente hastiado, con los pómulos comenzando a ruborizarse de ira. Retrocedió unos pasos dirección a la puerta, alegando entre titubeos que iría por los trámites necesarios para finalmente desaparecer alejándose del vacío pasillo en la prisión de delitos menores, huyendo.

Hacía unos años Greg hubo tenido la pésima suerte de estar presente en una riña de los hermanos Holmes, nada había terminado bien. Ese día aprendió dos cosas: la primera, Sherlock era más idiota de lo que a simple vista podría parecer; la segunda y mucho más importante fue no juzgar un libro por su portada, pues Mycroft estaba tan bien entrenado en al arte de la actuación que ni en un millón de años se lo hubiese imaginado peleando tan bien. 

No, no pensaba quedarse a ver como mataba a Sherlock por la estupidez que hizo en la tarde.

— ¿Es en serio?— inquirió Mycroft apenas dejó de escuchar los pasos de Gregory por el pasillo, su voz vibraba peligrosa mientras sus afilados ojos iracundos hicieron que John desviara la mirada arrepintiéndose de todas las decisiones que tomó a lo largo de su vida, preguntándose afligido qué había hecho mal aparte de nacer.

— ¿Qué no entendiste nada de lo que dijo Graham, Fatcroft?— dijo Sherlock, que permanecía desparramado en la dura cama de concreto de la celda, con sus brazos cruzados tras la cabeza completamente despreocupado, sin entender porque su hermano se veía tan alterado, tal vez queriendo enfadarle más.

John, quien permanecía quieto sentado a su lado, le propinó un doloroso golpe en las costillas, no era nada inteligente hacer enfadar a la única persona que podía sacarlos de ahí, besaría los zapatos de Mycroft si eso significaba cenar, dormir en su mullida cama bien abrigado y eliminar ese bochornoso suceso de su récord delictivo.

— Solo lo estás empeorando, Sherlock, cierra la boca— le ordenó Watson, enojado.

El aludido levantó una ceja, entre sorprendido e indignado, la mirada fría clavándose sobre la figura tiesa del militar retirado.

— ¿Disculpa? Que estemos aquí es en una muy buena parte tu culpa, John, permíteme recordarte quién le rompió la nariz al embajador checoslovaco 

Ahora era el turno de John para indignarse.

— ¡Lo hice para defenderte porque el tipo te quería golpear! 

El detective volteó el rostro a un costado, altivo, mostrando sus pómulos y cuello como si fuera un gato egocéntrico.

— No uses eso de pretexto para tus comportamientos bárbaros

— ¿Comportamientos bár...? Olvídalo— se interrumpió, evidentemente hastiado, alejándose de la plancha para sentarse del otro lado de la celda— ¡La próxima vez dejaré que te partan la maldita cara, bien merecido te lo tenías por insultarlo!

Sherlock se incorporó de un movimiento rápido, verdaderamente ofendido esta vez.

— ¡No lo insulté!

— ¡Le detectaste diabetes en el peor escenario posible y no contento con eso decidiste humillarlo frente a todos los reporteros que estaban presentes diciéndole que su esposa lo estaba engañando porque la tenía pequeña!

— ¡Pudiste haberme detenido!

— ¡Lo intenté, pedazo de idiota!

— ¡Tú lo golpeaste frente a los medios sin importarte quién pudiera ser!

— ¿¡Qué demonios iba yo a saber quién era él!? ¡La gente entrevista a cualquier idiota hoy en día!

— ¿¡Ves como no usas tu cerebro, John!?

A sabiendas de que la contienda duraría un muy buen rato Mycroft decidió alejarse silenciosamente, recorriendo el camino que Greg había hecho hasta llegar a la entrada de la zona, donde el hombre ya le esperaba café y cigarrillo en mano.

— ¿No está prohibido fumar aquí?— preguntó curioso, aceptando de igual modo el cigarrillo y agachándose un poco para permitir que Lestrade lo encendiera.

— Trato especial, solo porque eres tú— respondió quitándole importancia al asunto.

Desde su ubicación se podían escuchar claramente los gritos en la celda del fondo, siendo estos reclamos iracundos de John y monólogos venenosos por parte de Sherlock. Ambos adultos se miraron con una subespecie rara de pena ajena y diversión.

— Son dos partes de un mismo imbécil— comentó Greg, recargando la espalda en la fría pared de piedra, con ambos brazos cruzados sobre el pecho, observando el pasillo iluminado pobremente con un par de focos.

— Un imbécil extrañamente eficiente

— ¿Los dejarás aquí?

— Hasta mañana, probablemente

Mycroft bebió de su café, imitando la pose del agente se dedicaron a escuchar pacientemente las dos horas de quejas y reclamos que se soltaban Watson y el menor de los Holmes.

Esos dos eran diametralmente diferentes y sin embargo se complementaban a la perfección, como una mitad de un todo, Mycroft recordando con burla aquella vieja leyenda que dictaba cada ser humano era la mitad de una criatura dividida que siempre buscaba su compañero.

«Tonterías»

 


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