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Fiume por Mascayeta

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Zen descendió las escaleras de manera sigilosa para no asustar al ojiazul; sin embargo, en la salida de la casona se encontró con Dariam y Eleonora.

Sin darse cuenta su motivo principal fue nublado por la interesante charla que se dio con la dama que poco a poco se extendió casi hasta la madrugada. Después tendría tiempo para averiguar el motivo por el cual salió el nieto de Enzo a esa hora y en semejante estado.

Por otra parte, ajeno a la intención de Kirishima, Takafumi caminó un poco tambaleante hasta el mausoleo familiar. Desde que arribó quiso ir donde su abuelo, pero la lectura del testamento, la charla con Ritsu y la bienvenida que le dieron Kisa y Chiaki, hicieron que solo hasta la medianoche pudiese visitarlo. Tal vez, era lo mejor, porque podría hablar con él sin tapujos.

Abrió la reja, pasó por la pequeña capilla e ingresó a la sala de mármol rosado que contenía las urnas mortuorias de sus familiares fallecidos, su abuela Síle, su padre Alonzo y su amado abuelo Enzo. Acarició la fría baldosa y entonces se permitió llorar.

—Soy un estúpido sabes. Heme aquí gimoteando frente a una tumba con cenizas, cuando por cobardía nunca te llamé para no causarte un dolor por saber en qué me convertí.

«Mi madre tiene razón, soy patético. Fíjate a lo que se redujo tu nieto, me da vergüenza estar frente a tu lápida contándote como durante años he sido un títere en las manos de mi madre, únicamente por la necesidad de que me dé un poco de cariño.

Me he preguntado tantas veces que fue lo que hice tan grave para ganarme su desprecio y rencor. Primero pensé que era porque no había nacido mujer, luego porque sé que no soy nada atractivo en comparación a ella.

Abuelo, mi cuerpo es tan diferente y extraño... luego creí que era por mi orientación, por más que quise y deseé amar a las chicas que se me acercaban, siempre mis ojos se desviaban a mi mejor amigo, incluso sabiendo que su amor era de otro».

Yokozawa se limpió las lágrimas para mirar sus manos, sentado como estaba y con la cabeza gacha no notó la figura que desde la puerta lo observaba.

—Tengo otro secreto para ti, el más doloroso porque mi padre me hizo prometerte que jamás te lo diría, pero creo que eso ya no importa.

«A mis catorce años y sabiendo que me gustaban los chicos, comencé a acercarme más a papá, fue cuando me contó del fideicomiso. Sin embargo, una tarde cuando llegué de la escuela los escuché discutir, mi madre lo acusaba de cosas horribles que supuestamente hacía conmigo, y lo amenazó, lo amenazó con destruir a Fiume y a ti. Iría a los juzgados y con pruebas demostraría que él me sodomizaba. Esa noche me pidió perdón a sabiendas que jamás se propaso conmigo, me besó en la frente y media hora después escuché el disparo.

Murió por mi culpa, por amarme, por protegerme... no dije nada, callé y busqué como unirme a ella, de hacerle entender que podíamos ser una familia. Puedo decir que tuvimos unos años tranquilos, le di gusto en todo, y nunca fue suficiente... por eso cuando Masamune me pidió ser su pareja acepté, ¿sabes? lo amé mucho... mi corazón casi explota de la dicha cuando me propuso matrimonio; sin embargo, nunca vi las señales, esas que se mostraron desde el día que firmé las capitulaciones...».

Takafumi abrió el estuche que llevaba consigo, la rosa negra que debía ser enterrada con su abuelo, nunca se imaginó que tendría que dejarla ahora frente a una loza de mármol.

—Recuerdas que iba a quedarme cuando te enfermaste hace cinco años, no pasaron veinte días y tuve que marcharme porque Takano me exigía volver a su lado. Ahí fue donde inició mi calvario, primero con gritos, y luego con insultos, para concluir como era lógico, con los golpes. Cada vez más fuertes, más claros en la intención de dejarme marcas..., y fue cuando apareció él, Iokawa Shiro, el gerente de compras de una de las empresas que vendería los vinos que producimos. Horas de hablar, de reírnos y de repente un beso, uno suave, sin malicia.

«Nono, cuando lo vi morir frente a mí, supe que mi madre no me quería porque todo el que me ama muere, mi padre, tu enfermedad y luego alguien, que simplemente me ofreció su amistad sin compromiso. Yo significaba eso, la muerte, el luto.

En medio de la tristeza y la culpa, contigo enfermo y tras una de las tantas discusiones con Kirishima, mi cuerpo cambió. Los dolores en mi vientre, los mareos, las náuseas, me vi cada vez más delgado, cada golpe recibido dejaba una huella peor por la mala coagulación, y así conocí a Yukina. Me alegra que este con Kisa, son tal para cual...

Mi madre lo sabía, cuando le pregunté porque no me lo había dicho, se burló de mí, aseguró que alguien tan inmundo como yo no merecía ese regalo. Un asesino, un ladrón... es irónico que esa vez me aseguró que no me lo confesó porque soy un doncel infértil, suficiente para que Takano me odiará aún más. Irónico cuando hoy ordenó a mi marido que me embarazara para obtener a Cerchio y a Fiume».

Levantándose del suelo, puso la rosa en el solitario que acompañaba la lápida.

—Lástima que no les voy a dar gusto. Lo siento abuelo, pero no cederé lo que es mío por sangre ni a Kirishima, ni a Kaira, ni a Takano —pronunció con firmeza—. Me cansé de suplicar por cariño, es momento de recuperar lo que me pertenece, que pena por tu protegido.

Depositó un beso en sus dedos y los colocó sobre la fría loza, el rostro sereno se iluminó con una picara sonrisa.

—Lógico que con el único que lo compartiré es con mi abuelo —dándole unas pequeñas palmaditas al mármol murmuró—, al fin te decidiste a darle a Dariam el puesto que le corresponde; además, siempre fue más mi nona que Síle.

Así como llegó se marchó, en silencio, pero con la tranquilidad de quitarse un gran peso de encima.

La silueta oculta por las sombras tomó la rosa negra, siempre fueron sus favoritas por el significado que poseían. Debería hablar con sus aliados, no obstante, la pícara sonrisa de Takafumi le obligaba a ver como terminaría el enfrentamiento entre el terco doncel, el posesivo Kirishima y la traviesa Hiyori.


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