Envidia
La mirada perdida de Thor, sus hombros caídos y un incipiente temblor en su labio inferior, delataban que su ánimo se hallaba por los suelos. Negar que tuviera alguna responsabilidad era señal de que se estaba acercando peligrosamente de nuevo a la depresión. Ya le costó sacarlo de ese estado cuando fue a buscarle a Nuevo Asgard para convencerlo de que participara en lo de deshacer el Chasquido. Recordó lo gordo que se había puesto y lo mucho que bebía entonces, no podía permitir que su amigo tuviese una recaída.
- Me refiero a tus responsabilidades con tu pueblo y con tu marido. - Le dijo colocando unos tornillos en el aparato que estaba construyendo.
- No estoy casado. - Negó con la cabeza.
- Bueno, pues tu novio, tu pareja... - Thor seguía negando, en modo autómata. El cielo se había vuelto gris plomo. - Tu amante... o lo que sea Peter para ti. ¡Lleva a tu hijo en su vientre, por Dios!
- Lo sé. - Thor estaba a punto de echarse a llorar, fuera se oyeron unos truenos. - ¿Sabes? Por una parte le estaré eternamente agradecido, va a darme un hijo pero... por otro lado, yo...
El rubio se pasó la mano por la cara ocultando unas lágrimas que no podía detener. Una lluvia inesperada empezó a caer sobre Nueva York.
- ¡Por Hel, Banner! - Profirió con rabia secándose los ojos. - ¡Le envidio! Eso es lo que me pasa en el fondo, le envidio una barbaridad.
- Sientes.... ¿envidia? - Banner dejó su invento para prestarle total atención. Se sentó enfrente y le miró con cara de psicoterapeuta como solía hacer con Stark, aunque el de psicología no fuera uno de los doctorados con los que contaba. - Háblame de eso, Thor. - Añadió como un verdadero profesional.
- Peter lo lleva dentro, lo siente crecer... a mi bebé. - Le costaba hilvanar una frase, sorbiendo las lágrimas y aguantando el llanto. - Yo estoy fuera. Sólo le traigo rosinbollers si tiene antojo.
Bruce buscó en uno de los estantes cercanos al sofá y le ofreció a su amigo una caja de pañuelos desechables. El dios arrancó un par y se sonó la nariz con gran estruendo.
- El otro día se comió uno con salmón ahumado, pepinillos y crema agria. - Dejando los pañuelos empapados sobre la mesa miró a Banner con cara de asco. - ¿Puedes creerlo?
- No sé qué es un rosinboller, Thor. - Dijo él echándose atrás en su butacón.
- Un bollo dulce con pasas. - Le aclaró.
- ¡Aj! - Exclamó con repugnancia por la mezcla de sabores que aquello implicaba.
- Eso pensé yo. - Dijo Thor encogiendo los hombros. - Strange dice que es normal que el embarazo le cambie el gusto. Oh, y el carácter. Supongo que por eso me grita tanto. Y créeme que intento hacerle la vida más cómoda, él es todo lo que me importa, él y mi bebé. Me da igual que Brunhilda me grite, que los plenos en el ayuntamiento sean aburridos, interminables, que mis vecinos sigan pensando que soy su maldito rey y que mi obligación es solucionar todos sus estúpidos problemas... ¡Yo no soy rey, nunca lo fui!
- Pero eres... - Banner interrumpió aquel exabrupto con suavidad.
- ¡Dejé a la valquiria a cargo por una buena razón! - Chilló el dios golpeando con su puño la mesa de café, fuera se escuchó un trueno estremecedor. Afortunadamente el mueble era robusto, hecho al tamaño de su dueño, y no se resintió.
- No lo discuto, la chica furiosa es la mejor para ese trabajo. - Banner estuvo de acuerdo. - Sólo iba a decir que eres un futuro padre muy asustado.
Thor levantó la vista y miró a su amigo a los ojos. La cara de bonachón de Banner le conmovió, su amigo era muy listo y sí, había dado en el clavo. El dios se echó a llorar como un niño desconsolado, la lluvia cayó con más intensidad sobre la ciudad de Nueva York.
- Anda, ven aquí. - Dijo Bruce abriendo los brazos y sentándose a su lado en el sofá. - Todo irá bien, Thor. - Le susurró meciéndolo con suavidad, acariciando la melena rubia y palmeando los hombros de su amigo. - Todo irá bien.