De nuevo en casa.
-¿Dónde estoy? ¿Qué es este sitio tan oscuro? - Se preguntó en voz baja al recuperar el sentido.
No reconoció el lugar a primera vista. La tenue luz del fuego de la chimenea iluminando la sala no dejaba distinguir bien los objetos, máxime tras los cuarenta días de fustigante sol reflejado en sal por los que acababa de pasar. Sus ojos estaban muy castigados, todo su cuerpo lo estaba. Se encontraba exhausto, al borde del desfallecimiento. Cuando oyó al bebé llorar en la cuna sintió un vahído. La cabeza se le fue y perdió el equilibrio, tuvo que apoyarse en el sofá cercano. Era extraño pero recordó el tacto, de pronto toda la habitación se le hizo familiar. “¡Pues claro!”, se dijo en silencio, “estoy en el salón de la vieja cabaña, en Nuevo Asgard. Pero entonces, ese bebé...”
Unos pasos se acercaban apresuradamente desde la cocina. Nuestro héroe se ocultó en un rincón apoyado en la pared, al otro lado de la chimenea. Era su madre, Peter, que corría a ver qué pasaba con su pequeñín.
- ¿Qué quieres, Tony? Acabas de tragarte dos biberones, es imposible que sigas con hambre. - Dijo con ternura tomando al bebé en sus brazos.
- ¡Le guardaré algo de pizza! - Se escuchó a lo lejos la socarrona voz de Thor entre el tintineo de la risa infantil de su hermana Lyse.
Todo aquello hizo que su cabeza diese vueltas y de nuevo sintió vértigo. Había regresado a casa que es lo que quería, sí... ¡pero a la casa de su infancia! Si estaba en lo cierto, el bebé que su madre sostenía entre los brazos debía ser él mismo con apenas unos meses de vida. No pudo evitarlo y se dejó caer al suelo muy despacio, resbalando apoyado contra la pared y sin emitir ningún sonido. Peter había conseguido que el bebé volviera a dormir. Después de dejarlo tranquilo en su cuna se giró dispuesto a regresar a la cocina y seguir cenando. Entonces, por el rabillo del ojo, vio unos enormes pies que sobresalían por detrás del sofá.
- ¿Quién está ahí? - Preguntó sin alzar la voz para no despertar a su hijo. - ¡Oiga! ¿Cómo ha entrado en mi casa?
- Lo siento, mami. Yo... - Tony hizo un esfuerzo para ponerse en pie, por poco no lo consigue con lo agotado y atónito que se encontraba.
- ¿Mami? ¿Cómo que mami? - Peter no podía estar más desconcertado, un extraño se le colaba en el salón a la hora de la cena y encima le llamaba “mami”.
Ninguno de los dos había levantado la voz, manteniendo la conversación en susurros por distintos motivos. El uno para no interrumpir el sueño de su bebé y el otro porque simplemente no tenía fuerzas para hablar más alto.
Peter observó a aquel hombre por un buen rato. El cabello rubio con un corte de pelo ridículo y espantoso, entre punki y vikingo de la serie de HBO; las ropas raídas, polvorientas, descoloridas y hechas jirones; las enormes botas desgastadas y con restos de sal de roca por todas partes. ¿De dónde había salido aquel tipo? Y por encima de todo, ¿por qué sus ojos y su boca le eran tan familiares? Star Lord se estremeció de los pies a la cabeza cuando al fin reconoció en aquel maltrecho desconocido a su propio hijo.
- ¿To... Tony? - Titubeó aún algo incrédulo. - Tony, mi niño, ¿eres tú?
- Mamá... - Respondió avanzando medio paso hacia él, dejándose caer en sus brazos tal y como su corazón había anhelado. - ¡Mami!
- ¡Tony! - Repitió al sostener el cuerpo de aquel hombre y notar cómo se desvanecía. - Hay que ver lo que pesas, grandullón. ¡Thor, ven a echarme una mano! - Gritó pidiendo ayuda a su marido.
Por supuesto eso despertó al bebé que de inmediato se puso a llorar. Peter quería tomarlo en brazos pero ya tenía a su hijo entre los brazos, lo cual era algo desquiciante, totalmente perturbador. Como lo fue la entrada al salón de Thor y Lyse que habían acudido a ver qué estaba provocando aquel escándalo.
- ¿Quién es ese hombre? ¿Por qué te abraza así? - Thor sintió la punzada de los celos y la desconfianza clavándose en su pecho. - Lyse, tráeme a Stormbreaker. ¡Voy a cortar la cabeza de ese tío!