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TU LUZ ME HACE BRILLAR por KeepKhanAndKlingOn

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Las cosas más simples.

 

                                                A Strange no le fue difícil cumplir con su parte del trato. Su carrera como médico le sirvió para diagnosticar al padre de Iko, nada más verlo, una artritis reumatoide debida a la mala alimentación, la edad y el exceso de trabajo duro en la mina. Sin embargo decidió utilizar su magia para curarlo, era mucho más rápida y eficaz que la medicina. Con un par de movimientos de sus poderosas manos alivió de inmediato el sufrimiento de aquel buen hombre, la inflamación de la articulación desapareció por completo en cuestión de minutos. Luego aconsejó a la madre de su pequeño amigo cómo preparar una infusión con ciertas hierbas que crecían silvestres en el jardín. El brebaje prevendría que su esposo volviera a tener esos dolorosos síntomas, al menos mientras que el cuerpo aguante. Los dos le estuvieron muy agradecidos por sus esfuerzos y le invitaron a compartir su cena a modo de pago pues, como ya os he dicho, en Desmio todo tiene su precio.

Con nueve hijos que alimentar ganando una miseria en la mina de agfanio y apenas un techo y unas paredes a las que llamar hogar, eran una familia muy pobre pero aún así muy generosa. Ofrecieron al extraño doctor lo mejor que tenían para comer y no aceptaron una negativa por respuesta. Él podría haber hecho uno de sus trucos poniendo todo un banquete sobre la mesa, tal vez les dejaría algún regalo al marcharse, seguramente, pero no quiso ofender su buena voluntad despreciando los modestos alimentos que le habían preparado. El pan estaba delicioso, la madre de Iko lo había elaborado ella misma y se notaba en su sabor todo el amor y la dedicación que había puesto al hacerlo. A veces las cosas más simples de la vida son las más valiosas, Stephen Strange nunca había probado antes un pan tan sabroso.

Eran gente humilde, sencilla, de rectas costumbres y buen corazón. Tras la cena estuvieron charlando un buen rato, todos tenían cientos de preguntas que hacer a aquel extranjero que había venido de otro mundo únicamente para dejarles un sobre que entregar a un amigo. Y ni siquiera estaba seguro de que fuese a pasar por allí. Era solamente una probabilidad que Strange había contemplado, una de esas visiones del futuro que solía tener cuando se dedicaba a examinar las diferentes líneas temporales posibles. Pero si ocurría sería imprescindible que el sobre fuese entregado a la persona adecuada.

   - ¿Cómo voy a saber quién es tu amigo? - Preguntó Iko llegado el momento, cuando la curiosidad de sus padres y hermanos por la vida en la Tierra había sido medianamente satisfecha.

   - Bueno, es un tipo alto, fuerte, rubio y con los ojos azules. - Respondió Strange tratando de describir a nuestro héroe.

   - ¿Qué es rubio? - Iko literalmente desconocía aquella palabra.

   - El color de su pelo. - Dijo Strange observando cómo toda la familia abría la boca y fruncía el ceño. - Claro, en Desmio sois todos pelirrojos. Algo así como dorado, como el sol de la tarde, o el cereal cuando está maduro.

   - ¡Amarillo! - Dedujo la madre de Iko con una enorme sonrisa.

   - Sí, eso. Su pelo es amarillo. Vendrá con otro hombre de cabellos oscuros, como los míos. - Añadió Strange poniéndose en pie para despedirse, había estado ya demasiado tiempo lejos de su Sanctum Sanctorum. - Si no me equivoco llevará puesto un ridículo pijama de ositos.

   - ¿Qué es un pijama? - Preguntó una de las hermanas de Iko.

   - La ropa que uno se pone para dormir. - Le aclaró Strange.

   - ¡Qué tontería! - Exclamó la niña divertida. - ¿En la tierra os vestís para dormir? Nosotros nos quitamos la ropa para irnos a la cama, no al revés.

   - ¿Y qué son ositos? - Se sumó Iko a las dudas de su hermana mayor.

Al doctor le llevó unos minutos más resolver todas aquellas cuestiones y asegurarse de que el pequeño diablillo pelirrojo cumpliría con su parte del trato, entregando el sobre a Tony Thorson. Al final le dijo que preguntara directamente por su nombre, sería lo más sencillo. Se despidió agradeciendo la hospitalidad de la familia y se marchó tal como había llegado, atravesando uno de sus círculos mágicos que le llevaría de vuelta a Nueva York, pero antes se ocupó de dejar la despensa de la casa bien aprovisionada. Era lo menos que podía hacer.

 


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