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Inmor(t)al por Furia_Rosita

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—¡Pero serán...! —Grita Gabriel pateando la puerta de la organización.


Aprieta sus puños fuertemente y nota el crujido de las hojas que sostiene al arrugarse. Después afloja la presión y, aún con el ceño fruncido y ganas de darle una patada en el culo de viejo a su jefe, se pone a leer el informe.


''Misión: acabar con el primer vampiro.


Tiempo: indefinido.


Encargado: Gabriel Ekaf


Detalles: se sospecha que es un varón de metro noventa, cabello negro y gustos variados. Es metódico algunos meses, otros es totalmente desordenado. Última vez visto: Hace 10 días en Balercona, ha cazado en el Xenx, un local nocturno, hay altas posibilidades de que vuelve a atacar ahí durante el próximo mes.''


—Genial, al menos está aquí al lado. No tendré que viajar mucho para que me maten. —se ríe con sarcasmo, tomando la hoja de papel y arrugándola en su mano hasta hacer con ella una pequeña bola que tira contra la puerta de entrada de la organización de cazavampiros. —Que os jodan, capullos. —escupe.


Mete las manos en sus bolsillos y con los hombros relajados empieza a andar hacia el local descrito en ese papel. Anochecerá en un par de horas, con suerte llegará, se topará con el gran primer vampiro y sucederá lo que tenga que suceder.


Gabriel se ha dejado dentro del edificio de la organización su teléfono móvil con localizador, necesario siempre que un miembro va a cazar vampiros en una misión, pero ¡Oye! No piensa ponérselo tan fácil a los rancios de sus jefes, si quieren su cadáver después de que esa bestia vampiro lo mate tendrán que ir a buscarlo ellos solitos. Gabriel espera que si muere ese demonio lo haga pedazos, para darle más trabajo a la organización.


Él siempre ha amado matar vampiros, o más bien a odiado a los vampiros, pero la organización no ha sido nunca de su agrado. Demasiadas normas y demasiado desprecio hacia los jóvenes como él, demasiada burocracia y presupuestos en armas que se invierten mal -porque jura que desde que tiene memoria él no ha visto una sola de sus pistolas siendo mejoradas- y ahora ¡Ahora sí que la han cagado! Le han enviado a la horca, al foso común, le han tirado a la basura.


Gabriel entiende que Norman es uno de los agentes más importantes de la sede de su organización, es realmente bueno y, bueno, también es el hijo de Luca, el jefe de la sede española de la organización de caza vampiros. Es por eso que supo, desde que le amputó el brazo bueno en una misión fallida -por su culpa, dice Norman y, claro, su papá le ha creído- que iba a tener consecuencias. Pero nunca pensó que iban a ser esas. Le han destinado a la misión original.


La misión original es la que busca el propósito de los cazavampiros: acabar con todos los vampiros del mundo. El objetivo parece imposible, pero realmente suena más fácil cuando se traduce a efectos prácticos, uno no debe ir matando a todos los vampiros uno por uno, solo debe matar al primero creado, pero ¡E aquí la trampa! Es aparentemente invencible. Al principio la organización era pequeña, pero estaba llena de guerreros elitistas, y solo iba tras ese vampiro, pero uno a uno fueron cayendo y pronto la organización se distribuyó en sedes colocadas en diferentes países con la misión de acabar con todos los vampiros posibles y reducir sus asesinatos, pero la misión original, por su imposibilidad, fue clasificada como maldita. Ahora solo se le asigna a aquellos de lo que la organización quiere deshacerse. La pena de muerte para miembros deficientes fue retirada hace unos siglos, pero enviar a alguien a esa misión es como condenarlo a la silla eléctrica.


A Gabriel prácticamente le da arcadas esa hipocresía, pero trata de ver el lado bueno de toda esa mierda. Él siempre dijo que había nacido para exterminar a todos y cada uno de los vampiros ¡Y ahora esa es su misión, literalmente! Se muerde la lengua y da un vistazo a atrás por encima del hombro, viendo el imponente edificio de la sede de cazavampiros española y entonces sonríe.


<<Cabrones, voy a matar a ese hijo de puta y voy a enseñaros que no mentía cuando dije que iba a acabar con todos los putos vampiros del mundo.>>


Gabriel se da la vuelta de nuevo y sigue andando, lleva su mano a la cintura, notando bajo su sudadera holgada su fiel pistola amarrada a un lado del cinturón. Las balas las lleva en el otro lado, en las botas militares tiene una daga -en la derecha- y un pequeño taser -en la izquierda- aunque rara vez le han servido esos objetos en una pelea cuerpo a cuerpo.


De todos modos, sabe que no está de más ser precavido cuando uno se enfrenta a un ser con miles y miles de años que ha originado a una raza entera de asesinos bebedores de sangre. En el fondo, Gabriel tiene cierta curiosidad por saber cómo es el primer vampiro, le da igual de dónde vino o que magia le mantiene vivo, a él los laboratorios de investigación sobre los vampiros que hay en la organización de la sede le resultan una pérdida de tiempo, lo único que quiere saber de esos seres es cuando va a extinguirlos de una vez por todas. No obstante, quiere ver que clase de hombre es ese ser, quiere ver sus ojos, quiere preguntarle a cuantos ha matado y que después de decir la cifra pueda ver en sus ojos, antes de morir, como se arrepiente por haber arrebatado esas vidas humanas.


<<Vampiros de mierda, son incapaces de entender que lo único que tenemos son nuestras vidas. No entienden el daño que hacen, la desesperación que causan... pero para eso estoy yo, para hacerles agonizar de vuelta antes de quitarles sus miserables vidas.>>


Después de unas horas andando y mascullando maldiciones a Gabriel se le ha secado la boca y se le han cansado los pies. Vislumbra a los lejos el cielo oscuro -se pregunta cuando se ha hecho de noche, pero sabe que una vez se hunde en sus pensamientos no sale a flote hasta horas después, así que conoce la respuesta- y luces de neón que gritan Xenx. El chico sonríe por la vista del local, claramente abierto y lleno de una larga cola y entonces se acerca a uno de los guardias de seguridad. Él no va a ponerse al final de esa infinita hilera de personas idiotas y alcoholizadas que posiblemente se reirán de forma ruidosa, harán el imbécil o incluso vomitarán.


—Hola. —dice con una sonrisa gatuna, el guardia se ajusta la gorra sobre la cabeza, cruza las manos sobre el pecho y hace un gesto silencioso señalando con la cabeza la cola.


Él, fastidiado, le ignora y va en dirección contraria, buscando el culo del local y su poco glamourosa pero muy útil puerta trasera. La encuentra rápido en un callejón lleno de basura, marcas de orín, condones usados en el suelo y olores raros que prefiere no seguir respirando. Se acerca al segurata de la pequeña puerta negra, otro hombre de altura envidiable y con más músculos en el cuerpo de los que Gabriel puede contar.


Se pone frente a su enorme, enorme figura y pone las manos en su espalda, después junta los pies y se balancea sobre las puntas, mirando al hombre desde abajo con los ojos color chocolate bien abiertos y la cabeza algo torcida, el leve flequillo negro cayendo a un lado y sus mejillas luciendo abultadas en la medida exacta.


Gabriel sabe que es un manipulador experto y, según palabras de sus compañeros de trabajo un niñato desobediente y psicópata de mierda, pero también sabe gracias a su espejo que es jodidamente tierno. No necesita mucho más que su tamaño inusualmente pequeño y su bonita cara para que este segurata mire a los lados comprobando que no hay nadie y después se incline hacia él con una sonrisa ladeada.


—¿Puedo ayudarte, bonito? —pregunta en un tono lascivo, con sus ojillos brillando en su rostro lleno de vello facial.


Gabriel tiene arcadas por su aliento aguardentoso mezclado con lo que cree que son lentejas y mala higiene bucal, pero traga sus ganas de gritarle al hombre que es un puerco y sonríe inocente para después morder su labio y suavizar su voz al decir:


—Me gustaría entrar aquí, pero soy menor y no tengo ningún carnet falso. —Después de murmurar eso, haciendo reír un poco al hombre, hace un puchero luciendo apenado y añade: —¿Usted podría ayudarme?


Gabriel sabe que sus casi dieciocho años no se traducen en su apariencia, cualquier le echaría menos, pero eso nunca le ha sido un impedimento para esta clase de cosas, más bien una ventaja. Él sabe muy bien lo que tipos como ese buscan: alguien inocente y lindo al que engañar. Él es solo lo segundo, pero sabe fingir muy bien ser lo primero.


—Las cosas no son gratis, niñito. —le dice el otro, ampliado su sonrisa. Revela sus dientes amarillentos y Gabriel quiere atizarle un puñetazo hasta que se le caigan todos, pero no lo hace, solo se lleva un dedo a los labios, como si estuviese pensando.


—¿Y si se lo pido de rodillas? —pregunta el muchacho fingiendo que se le acaba de ocurrir la idea, después se agacha, quedando a la altura de la entrepierna del tipo, y deja caer sus manos a los lados.


—Ah, eso me gusta más. —susurra el hombre antes de apartar un poco su chaqueta, dejando que su panza abulte más de lo que Gabriel había imaginado, y empezar a juguetear con la hebilla del cinturón con sus dedos regordetes.


El hombre lleva la lengua a sus labios mientras trata de desamarrarse y Gabriel aprovecha que el tipo no le está mirando para meter su mano dentro de una de sus botas, sentir el pequeño rectángulo en sus dedos y sacarlo lentamente, mientras su pulgar busca el botón que lo activa.


Después escucha el sonido metálico y ve la correa del hombre abierta y sus calzones mostrando un bulto nada impresionante. Gabriel sonríe y dirige su mano con rapidez hasta ahí. Pone el táser contra la entrepierna del hombre y aprieta el botón que hace correr la electricidad. El tipo grita un solo segundo, se queda pálido después y los ojos le giran en las cuencas hasta que se derrumba al suelo teniendo espasmos por haber sido electrocutado.


Gabriel sonríe y guarda de nuevo el aparato en su bota. Mira el tipo en el suelo con los pantalones desabotonados y prácticamente la polla fuera y frunce el ceño, se acerca unos pasos, está seguro de que no se levantará en una hora por lo menos, pero aun así le queda algo por hacer. Le da una patada en los huevos, con toda su fuerza, le escupe a la cara y dice:


—Ojalá te haya frito tu asqueroso pene, así no lo usarás para abusar de menores. Puto enfermo de mierda.


Después de eso entra al local rápidamente, no sería bueno si alguien le ve atravesar la puerta trasera sin la compañía del grandulón que ahora está formando un charco de baba en el suelo. Una vez dentro dirige la mirada a todas partes y las luces cegadoras y coloridas del lugar le fastidian. No sabe por donde empezar a buscar ni si ahí encontrará al vampiro, puede que hoy no haya asistido, que se haya ido ya o que simplemente esté matando a su presa en este mismo instante. Se muerde la lengua por la idea, él no quiere que ese cabrón arrebate una sola vida más. Cualquiera diría que da igual ¿Qué es una más en comparación a los millones de humanos que ya habrá matado? Pero Gabriel no piensa así, cada vida tiene un valor incalculable. Cuando ese hombre mató a su primera víctima y cuando mató a su millonésima víctima seguía siendo igual de malo, cada muerte es el mayor pecado del mundo.


Se acerca a la barra teniendo que empujar a gente más alta que él y da un pequeño salto para que su culo alcance el taburete. Ya ahí grita:


—¡Un agua! —el barman le mira con una ceja fruncida y una mueca extraña en su boca y pone el oído de nuevo con una mano al lado, como si no le hubiese escuchado. —¡Un agua, joder! —entonces el hombre se encoge de hombros y asiente.


Una tipa a su lado le mira mal por encima de sus kilométricas pestañas postizas y él la mira peor. No piensa beber alcohol para encajar, nunca hará nada para encajar, le importa una mierda el resto del mundo, o eso dice siempre.


La mujer de las pestañas falsas y el rímel apelotonado en ellas chasquea la lengua y se voltea para seguir hablando con su ligue, un tipo demasiado guapo para ella y demasiado alto en general. Gabriel ve un vaso cristalino deslizarse por la barra y lo intercepta, da un sorbo, entonces lo escupe.


<<¡No jodas! ¿He encontrado al vampiro tan rápido?>> 


 


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