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Unidos como por costuras por Marbius

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Notas del fanfic:

Me gusta coser, pero es una actividad que me requiere tiempo (para mí) y amor (hacia los demás) para llevarla a cabo. Imaginé que Sirius sería igual, porque él tiene ambos elementos de sobra cuando se trata de Remus, y por ser una extensión suya que adora, también Teddy.

Además vi un fanart increíble en Tumblr, y no pude resistirme~ Les dejo el link por si quieren verlo por ustedes mismas: https://avril-circus.tumblr.com/post/188857544452/my-dad-made-this-just-for-me-the-proud-boy-has

~I~

 

Sirius había tenido su oportunidad con Remus y la había desperdiciado cuando ambos tenían quince años y las hormonas en revolución perpetua.

Por aquel entonces, eran alumnos de Hogwarts y miembros de la misma casa, la siempre condecorada Gryffindor con sus colores tradicionales en rojo y dorado que tanto les henchían el pecho de orgullo. Más que eso todavía, pues pertenecían al mismo dormitorio, e incluso sus camas eran contiguas la una de la otra, de tal manera en que no era para nada extraño que desde siempre uno de los dos se colara a la cama del otro cuando el resto de sus compañeros ya se hubieran dormido y ellos dos tuvieran oportunidad de contarse secretos a media voz.

Como todo lo bueno en la vida de Sirius por aquel entonces (y era poco realmente, se podía contar con los dedos de una mano), su enamoriscamiento con Remus no estaba destinado a funcionar.

En la agonía de un primer amor y que éste fuera uno de sus mejores amigos en el mundo, Sirius sólo consiguió un beso y una confesión a medias de ser correspondido por parte de Remus antes de que la caldera pútrida que era su familia estallara por completo. Bastó que a oídos de Madre llegara el rumor de que Sirius atentaba nuevamente contra el ya bastante lacerado honor Black para que fuera requerido en casa durante el periodo vacacional, y la situación llegó a niveles tan insostenibles que su hermano Regulus abandonó su trono de hijo intachable para pedir ayuda por ambos y le puso así fin a esa etapa infernal en la que habían nacido.

Fue así como Sirius y Regulus abandonaron Grimmauld Place acompañados de una pareja de policías, y su patria potestad pasó a mano de su tío Alphard, a quien sólo conocían por las vilipendiosas historias que Madre contaba de su hermano, y que resultaron ser una completa patraña cuando él examinó las heridas físicas que su hermana les había infligido, pero también se identificó con ellos en aquellas que no podían verse a simple vista, y sin necesidad de palabras los rodeó con sus brazos y les hizo saber que todo iba a mejorar a partir de ese punto.

Así, Sirius y Regulus cambiaron su domicilio en Londres y se mudaron con su tío a Sudáfrica donde éste se había establecido desde varias décadas atrás y en donde se esforzó en hacer para ellos un hogar. No lo consiguió, por supuesto, pero no fue culpa suya. Ambos hermanos Black eran nacidos y criados de Londres, y llevaban en sus venas el hechizo que la ciudad ejercía en unos cuantos afortunados. No que por ello su estancia en Sudáfrica fuera infeliz o poco provechosa, sino todo lo contrario. Lejos de sus padres, Sirius y Regulus tuvieron oportunidad de florecer como personas, sus propias personas, y redescubrir que eran más que el apellido que les había sido impuesto al nacimiento con una serie de reglas a seguir.

En Sudáfrica había asumido Sirius su homosexualidad, conseguido un segundo beso, perdido la virginidad, mantenido su primera relación seria y también obtenido su primer corazón roto. O mejor dicho, el segundo... Remus realmente había sido el primero en muchos más aspectos de los que se le podía dar crédito en realidad. Pese a que Sudáfrica representó para él y Regulus un nuevo comienzo, una segunda oportunidad de vivir lejos del yugo de sus padres, Sirius nunca olvidó al mejor grupo de amigos que alguna vez tuvo en Hogwarts: Los autoproclamados Merodeadores.

El contacto con Remus, James y Peter durante esos años fue siempre intermitente. A su llegada a Sudáfrica, Sirius intercambió cartas con ellos sin parar y consiguió paliar así la nostalgia de Londres y la soledad de encontrarse al otro extremo del mundo, pero pronto el contacto fue espaciándose hasta desaparecer. Casi. Sirius siempre podía contar con felicitaciones por su cumpleaños, y él a su vez hacía lo suyo llamando de vez en cuando y poniéndose al tanto con los últimos acontecimientos de su vida.

Con James fue más fácil que con el resto. Ellos dos compartían intereses en común y la amistad nunca resultó forzada sin importar las circunstancias. El trato con Peter fue diferente, un tanto menos frecuente pero no afectuoso, y Sirius siempre podía contar con su amigo cuando lo necesitaba. En tanto que Remus... Él y Remus adoptaron una política de olvidar su beso, sus sentimientos y seguir adelante. Los cuatro como Merodeadores hicieron un pacto de ser amigos por siempre, que a sus diecisiete ya era ridículo, pero no por ello se volvió una mentira.

El trato siguió en pie cuando cinco años después, recién graduado de la universidad, Sirius decidió que quería volver a Londres a probar suerte, y con la bendición de su tío Alphard y la de Regulus, así lo hizo.

A su retorno, poco había cambiado en Londres. La ciudad tenía esa atemporalidad que la mantenía como una de las grandes urbes del ayer, hoy y siempre, pero en cambio él había cambiado, y también sus amigos cuando se reunieron con él.

Peter había perdido la grasa de la infancia que todavía el último año que se habían visto cara a cara conservaba, y aunque no era alto, sí era fornido y asiduo levantador de pesas. James en cambio había dado un estirón y perdido el acné de la adolescencia; conservaba los lentes, y su corazón prendado de Lily Evans, pero al menos ahora la chica era su novia oficial desde años atrás y ella también recibió a Sirius con un abrazo y la más sincera de las bienvenidas por su retorno. Remus era quien más había cambiado. Alto como Sirius (y éste se vanagloriaba de su estatura por encima del promedio) ahora llevaba su cabello en un corte moderno que resaltaba sus rizos color miel y que servían para ocultar la prominente cicatriz que le cruzaba el rostro de lado a lado.

La historia Sirius la conocía: Apenas dos años atrás, saliendo de un bar a las tantas de la madrugada, ellos habían presenciado la discusión de una pareja en un callejón. El chico gritaba, la chica forcejeaba, y James intervino. Sus lentes habían salido volando con un puñetazo, y al salir Remus en defensa de su amigo, había recibido un corte que primero no reconoció como tal, sino como un latigazo de agua helada. Peter había desarmado al atacante, y después la policía arribó, pero fue necesaria la asistencia de los servicios médicos y de recuerdo hubo secuelas que perdurarían como un ingrato recordatorio. James se había recuperado aunque con una ligera desviación del tabique, Peter había testificado con contra del atacante, y Remus era quien peor la había llevado. Y mejor, desde el punto de vista que se apreciara. Cierto que salió del incidente con una cicatriz que ahora era su sello característico y resultaba imposible de ignorar, pero también con una novia, porque justo la chica que estaba siendo atacada en el callejón acudió a visitarlo al hospital y... El resto como se dice era historia.

Ella también acudió a recibir a Sirius con el resto de sus amigos, y Sirius aprendió su nombre (Nymphadora Tonks) y que sólo podían llamarla por su apellido, excepto Remus, que tenía el honor de decirle Dora y a cambio obtener una mirada de absoluta devoción.

Encontrarse con que Remus tenía novia rompió cualquier ilusión que Sirius tuviera respecto a ellos dos y a las alocadas fantasías con las que había alimentado su alma en los últimos años de soledad, pero consiguió reponerse en tiempo récord, y con una sonrisa en labios que ocultaba su corazón nuevamente roto por su primer amor, intercambió con Dora frases de cortesía y se forzó a apreciarla, no tanto como persona, sino como la novia de Remus, a ojos vistas, lo hacía feliz.

A su modo de razonarlo, era lo único que le quedaba.

 

***

 

—¡Siriuuusss! —Corrió Teddy al encuentro de su padrino cuando éste acudió a recogerlo después del colegio y Sirius aguantó un quejido sofocado a medias cuando el niño brincó y se prendió a él como un koala. Hasta hace un año, cargarlo no había sido problema alguno, pero Teddy tenía ya ocho años, pronto serían nueve, y al igual que su papá, sería tan alto como para provocarle una hernia si no controlaba esas muestras de su afecto.

Con todo, Sirius vivía por los momentos como ese, donde la felicidad de Teddy se anteponía a su bienestar, y la sonrisa de su ahijado lo significaba todo, especialmente ahora que su situación familiar era un caos.

Vale, que llamarlo caos era exagerar, aunque no por mucho. Después de todo, un divorcio no era el fin del mundo, y había que reconocérsele a Remus y a Dora que estaban dando lo mejor de sí para que su separación no afectara más de lo necesario a su hijo, pero eso no impedía que el asunto por sí solo fuera de lo más desastroso y deprimente, y le influyera así al niño de manera negativa.

Las grietas en su matrimonio ya se habían visto venir en los últimos años, incluso antes del nacimiento de Teddy, pero como muchas parejas en su situación, ambos creyeron que un bebé serviría para fortalecer su unión y en cambio sólo sirvió como un recordatorio de lo incompatibles que eran. Teddy por supuesto no era ningún error y ambos lo amaban y habían hecho hasta lo imposible porque su relación funcionara, pero después de un largo periodo en que apenas si se toleraban en la misma habitación por el bien de su hijo, al final había elegido separarse.

De eso hacía ya tres años, y alternaban temporadas en las que se prometían volver e intentarlo de vuelta, y después acababan por retirarse a esquinas opuestas a lamerse las heridas...

—Los rompimientos nunca son tan simples como cortar de raíz y ya está, porque esto es un árbol y no una brizna de hierba —había dicho Remus en una de esas ocasiones en las que Sirius estuvo para él cuando pasó a medianoche a la casa que compartía con Dora y le ayudó a empacar una vez más sus pertenencias.

Realmente el amor no era sencillo. Si lo sabría Sirius, que incluso más de una década después de haber vuelto a Londres seguía tan enamorado de Remus hasta la médula como desde el inicio. Pero en realidad, pocas relaciones lo eran. Incluso su amistad, en apariencia incondicional, era a ratos difícil de sobrellevar cuando debía anteponer sus sentimientos platónicos por encima de los románticos y recordar su lugar en la vida de Remus como un amigo más, de los mejores, pero sólo un amigo.

—¿Papá tampoco pudo venir por mí hoy? —Preguntó Teddy al soltar un poco a Sirius, y la sonrisa que antes enarbolaba perdió un poco su sinceridad.

—No —confirmó Sirius sus sospechas—, pero mi pidió venir en su lugar y llevarte al parque.

—No es cierto. A papá no le gusta que vaya al parque cuando está por llover porque cree que puedo resfriarme —le confió Teddy—, pero no importa.

—Será nuestro secreto, ¿vale? —Le pidió Sirius al dejarlo de vuelta en el piso y Teddy asintió.

Cómplices como ningún otro par, enfilaron al parque.

 

Después de la última separación entre Remus y Dora, la que ellos llamaban la definitiva y que habían mantenido como tal por el último año, poco habían hecho por finiquitar su matrimonio con un divorcio legal. Si bien les costaba a veces verse a los ojos para tratar temas banales y de ahí que las pequeñas diferencias desgastaran su matrimonio más que una gran desavenencia, tratándose de Teddy no tenían problemas en hacer por él lo que era más conveniente para su hijo que para ellos, y ya que era Dora la que tenía un horario nocturno trabajando con la policía en una unidad cibernética dedicada a desmantelar redes de pornografía infantil y otros delitos similares, le correspondía a Remus la mayor parte de los días hacerse cargo de su hijo.

En teoría, genial. Remus había estado dispuesto a acudir a los tribunales a pedir por ley la mitad de custodia compartida que le correspondía como padre, y poder disfrutar de su hijo cinco de cada siete días de la semana encajaba de maravilla con sus deseos, pero en la práctica... Sus horarios eran sólo un poco mejores que los de Dora.

Remus trabajaba como editor en una casa editorial internacional que se dedicaba a hacer traducciones de otros idiomas y a buscar nuevos talentos, y más veces que no tenía Remus que quedarse hasta tarde corrigiendo galeras y supervisando impresiones. De no ser porque después de Teddy su trabajo era lo más importante en su vida y de paso una generosa fuente de ingresos cuando la renta en Londres era un motivo constante para jamás bajar la guardia, Remus haría rato que reduciría su jornada a medio tiempo con el corte de salario y beneficios correspondiente de no ser porque siempre tuvo a su lado amigos que lo apoyaran.

No mucho después de graduarse de la universidad había perdido Remus primero a su mamá por cáncer y a su papá de la pena por su ausencia, y aunque los veía poco porque ellos seguían afincados en Cardiff, siempre podía contar con ellos para cualquier brete en el que se hubiera metido. Tras su fallecimiento, ese apoyo lo había recibido de su grupo de amigos, siendo Sirius quien más cerca permaneciera a su lado dispuesto a colocar sus necesidades por encima de las suyas.

En algún punto durante ese último año, James le había reñido a Sirius innumerables veces y acusado de paliar su corazón roto de maneras que no eran las adecuadas, como lo era convertirse en el apoyo constante de Remus durante su divorcio haciendo a un lado sus propios sentimientos y sentido de autopreservación.

Sirius había mentido asegurándole a James que lo tenía todo controlado, pero mientras observaba a Teddy en el parque jugar con otros chicos a un improvisado juego de fútbol, no podía dejar de pensar que quizá su amigo no estuviera tan desencaminado y que él no estuviera haciendo nada para proteger su corazón de un inminente rompimiento...

Hacía tiempo que Sirius había hecho las paces por su amor a Remus. Lo amaba, sí, y no esperaba más de él que su amistad. Simple como eso. A buena hora había vuelto a Londres para encontrar que el único chico por el que alguna vez hubiera albergado emociones profundas ya hubiera superado el único beso que intercambiaron durante su adolescencia y tuviera una novia, que después sería su esposa, y por último exesposa... La progresión no era la idónea, y Sirius no guardaba rencores contra Dora, aunque a ratos detestaba ser tan patético como para que ese divorcio provocara en él una sacudida en la caja de Pandora que era su corazón, donde la esperanza todavía anidaba y le hacía fantasear con escenarios de lo más improbables.

«Oh, no te hagas esto a ti mismo, Padfoot», pensó Sirius, refiriéndose a sí mismo por el apodo que se había ganado durante sus años en Hogwarts. Si acaso porque sólo podía pensar en Remus en los mismos términos. «Moony no es para ti y lo sabes bien...»

Para mal que sin importar cuánto se lo repitiera, Sirius invariablemente volvía a esas ideas, especialmente ahora que él y Remus se habían acercado tanto en los últimos meses.

Por supuesto, el resto de su grupo de amigos también habían puesto de su parte. James y Lily siempre echaban la mano cuando podían con Teddy, pero ellos ya tenían a Harry unos cuantos años mayor, y se les complicaba un poco; Peter estaba en la misma situación, pues se había casado con una afable mujer de nombre Mary Macdonald que le había dado mellizas y las niñas todavía acudían al kindergarten. Eso había dejado a Sirius el camino libre para ser el mejor apoyo de Remus, pues soltero (siempre disponible para él) y sin un trabajo fijo (aunque sí ingresos, por un fideicomiso e ilustraciones que vendía aquí y allá) tenía completa disponibilidad para fungir como la faltante figura materna de Teddy mientras su situación familiar se normalizaba.

O como él prefería fantasear, su segundo padre...

—Oh, Padfoot —masculló Sirius al haber alcanzado peligrosos niveles de autocomplacencia, y con desgana, echó la cabeza hacia atrás en la banca del parque sobre la cual descansaba y se forzó a olvidar a Remus.

Al menos por un rato.

 

Teddy accedió a acortar su visita al tarde cuando la leve llovizna intermitente que había ese día se convirtió en una lluvia en toda regla, y Sirius no tuvo inconveniente en ayudarle con su mochila mientras sostenía sobre sus cabezas (más sobre Teddy, que su hombro del lado opuesto iba mojado) la sombrilla. A la par que maniobraban por las calles encharcadas y evitaban el tránsito de otros transeúntes en la calle, Teddy le iba contando a mil por hora del próximo festival navideño que se celebraría en su escuela y que requeriría un disfraz si es que quería participar sobre el escenario.

—Ah, sólo que creo que volveré a ser un árbol, o un arbusto, o algo del decorado —agregó con una nota triste en su tono de voz, y Sirius no aguantó la curiosidad.

—¿Por qué? ¿Es que el reparto de papeles no es equitativo y la profesora tiene sus favoritos?

—La maestra McGonagall hace siempre un sorteo —dijo Teddy, pisando con fuerza en un charco—, pero ni papá ni mamá me dejan aceptar los papeles buenos. Dicen que no tienen tiempo para trabajar en mi disfraz y que debo elegir lo que sea más sencillo. Los arbustos sólo requieren de cartón y pintura verde.

Sirius bufó. —¿Y a ti qué te parece eso? ¿De qué será la obra de este año?

—Se llama “Los doce príncipes y las doce princesas” —dijo Teddy, que procedió a contarle a Sirius la trama de la historia.

Básicamente todos los alumnos de su clase serían príncipes y princesas en sus mejores galas, habría un baile y un par de luchas con espadas, y de pronto a Sirius le resultó insoportable la idea de permitir que Teddy se convirtiera en el único arbusto vivo del decorado sólo porque Remus y Dora no tenía de su parte tiempo suficiente para dedicárselo a Teddy en esa actividad.

—¿Pero te gustaría ser uno de los actores principales? —Presionó Sirius al niño, y éste encogió un hombro.

—Supongo... Los arbustos nunca tienen diálogo, y yo siempre quise hablar sobre el escenario. Sería divertido participar en los ensayos.

—No se diga más —declaró Sirius al pasarle un brazo por la espalda y atraerlo contra su costado con cariño—. ¿Cuándo será ese sorteo?

—Mañana durante la clase de artes.

—Puedes participar. No importa qué papel te toque, puedes representarlo.

—Pero papá dijo... Mamá dijo... —Teddy suspiró—. Jamás tendrán tiempo para ayudarme con el disfraz.

—Ellos no —replicó Sirius de buen humor—, pero yo sí.

Teddy giró el rostro, y con ojos grandes y tan parecidos a los de Remus que podrían convencer a Sirius de cualquier cosa, preguntó: —¿En serio?

—Creo que sabrías mejor que preguntar eso —le chanceó Sirius, y le hizo cosquillas, perdiendo el balance con la sombrilla y mojándolos a ambos en el proceso, pero era parte de su tradición—. Yo siempre soy serio.

—¡Oh, Sirius! Gracias —dijo Teddy, que feliz como no se le veía en meses, rió por su broma como si fuera la primera vez.

Que a consideración de Sirius, ya habría tiempo después de resolver los tecnicismos como lo eran la creación de un disfraz desde cero y convencer a Remus de que era una buena idea.

 

Para cuando Remus estuvo de vuelta en su piso, Sirius ya había preparado la cena, metido a lavar tres cargas de ropa, alimentado los peces, supervisado la tarea de Teddy y preparado la tetera para que cuando éste cruzara el dintel de la puerta pudiera recibirlo con una taza humeante de su sabor favorito: Chai con leche.

—No sé qué haría sin ti, Pads —dijo Remus al dar el primer sorbo a su té, antes incluso de desprenderse de su maletín y la gabardina que venía mojada por los bajos.

Sirius le ayudó a deshacerse de las prendas mojadas, y puso el paraguas a secar en su sitio designado para ello mientras le daba espacio a Remus para volver a ser persona luego de haber viajado apretado en el metro como sardina luego de una jornada laboral que con toda certeza lo había drenado de fuerzas y paciencia.

—¿Y Teddy? —Preguntó Remus cuando ya había bebido media taza y él y Sirius estaban en la cocina.

Remus se había sentado en la mesita que ahí tenía, y Sirius se enfocó en preparar para él un bocadillo simple de lo que antes había cocinado: Un panecillo con pavo y abundante alfalfa y aderezo.

—Lo mandé a bañarse —dijo Sirius, colocando el plato frente a Remus y considerando su quedo ‘gracias’ como todo el pago que necesitaba—. Fuimos al parque, hizo su tarea, ya pagué la factura del gas y mañana estaré cuando venga el plomero para arreglar esa gotera en la caldera.

Remus sonrió con su panecillo en el aire y a centímetros de su boca. —Eres increíble, ¿lo sabes, verdad?

En el pecho, el corazón de Sirius pareció ensancharse hasta ocupar por completo su caja torácica.

—El mejor amigo que jamás podría tener —prosiguió Remus, y con la misma rapidez que su pecho se había expandido, se colapsó en uno. Y con todo, la expresión afable de Sirius se mantuvo inamovible.

—Sólo hice lo que necesitaba hacerse —dijo Sirius con sencillez, que se había sentado frente a él en la mesita de la cocina y servido una taza de té para sí mismo.

De hecho, no tenía ni sed, pero adoraba que la mesa era tan reducida en espacio que invariablemente su pierna rozaba siempre la de Remus.

—¿Cómo te fue en el trabajo? —Preguntó Sirius con genuino interés, y entre bocados Remus lo puso al tanto de las últimas novedades en la editorial.

Con absoluta atención escuchó Sirius acerca del día de Remus, que como siempre sabía convertir lo más mundano en un relato digno de atención. A pesar de trabajar en una editorial y tener la vista clavada en los próximos libros a publicarse, Remus contaba también con un sexto sentido para descubrir drama y tensiones subyacentes a donde quiera que iba, así que estaba al tanto de la última pelea conyugal entre Alice y Frank Longbottom del equipo de impresiones, del vicio secreto de Edgar Bones por el frasco de jarabe para la tos que a diario rellenaba con whisky, y otros cotilleos similares que pasaban desapercibidos en la oficina para todos menos para él.

Sirius no conocía en carne y hueso a las personas de las que Remus le hablaba, pero como si importara. Después de años, estaba tan al tanto de sus vidas que casi los sentía como personajes de su propia novela particular, siempre con un horario de lunes a viernes y transmisiones en esa misma cocinita.

—¿Y qué tal tú día? —Preguntó Remus al terminar de hablar, como si Sirius no le hubiera descrito ya lo que había hecho, pero entonces comprendió que no se refería a su tarde, sino a la mañana.

—Ah, trabajé un poco en las ilustraciones que me pidieron para esa revista, pero... —Pero había tenido que ponerle un alto porque había salido a hacerle la compra de la semana a Remus y después había hecho tiempo antes de ir por Teddy al colegio.

La esquina de la boca de Remus se contrajo apenas de manera perceptible. —Sirius...

—¿Qué? —Replicó éste a la defensiva—. No es nada. Me han dado una extensión de tiempo hasta finales de mes. Además, no es como si mi trabajo peligrara. Ventajas de ser mi propio jefe, ¿recuerdas?

—Mmm, incluso así... —Remus recogió de la mesa un par de migajas que habían caído de su pan—. Me sabe mal que por mi culpa estés-...

—No es tu culpa —le interrumpió Sirius—. Para nada. Estaba aburrido y sin inspiración. De todos modos hoy no habría avanzado gran cosa ni forzándome.

Remus suspiró. —Vale. Pero no dejo de pensar que estoy abusando de tu generosidad.

—¿Por unos cuantos favores que te hago? No bromees, Moony —le chanceó Sirius—. De todos modos tenía que salir, y me gusta ayudarlos a ti y a Teddy.

Remus pareció a punto de señalar que la definición ‘unos cuantos favores’ variaba de manera considerable entre él y Sirius, puesto que éste último no tenía inconveniente en ayudarle sin importar de qué se tratara. Daba lo mismo un favor que otro, y Sirius jamás decía ‘no’ a Remus, lo que a ratos hacía sentir a éste como si se aprovechara de su amistad a pesar de lo mucho que insistiera Sirius de que no era así.

—Incluso así... —Presionó Remus, pero entonces Teddy gritó desde el baño porque había olvidado entrar con una toalla, y Sirius se ofreció a ir en su ayuda.

Remus mientras tanto lavó su plato y taza, y a su vuelta Sirius le riñó por no dejarlos para él en el fregadero.

—Eres mi amigo, Sirius, no la sirvienta —dijo Remus, tocando de vuelta otro punto sensible porque gran parte de la limpieza del piso corría por mano de éste.

A Remus le mortificaba que Sirius se hubiera tomado tan en serio su labor de ayudarlo, en especial cuando al volver a casa encontraba cada superficie impecable, los canastos de ropa sucia vacíos y los cestos de basura limpios. Tras su primera separación con Dora, Remus había descubierto que no era nada bueno con la limpieza, y que sus horarios tampoco le proporcionaban el tiempo o las energías suficientes para mantener el orden en su espacio personal, que a solas no era un problema tal cual, pero sí cuando Teddy se quedaba con él. De no haber sido porque Sirius le había echado la mano también en ese aspecto de su vida, Remus estaría jodido y lo tenía así de claro.

—¿Puedes dejar de preocuparte por tonterías? —Le riñó Sirius juguetón, y después reveló sus intenciones para el resto de la velada—. Vuelve a casa y disfruta de tu tarde. Además, hoy salió la nueva temporada de esa serie que te gusta tanto.

La línea de tensión en la frente de Remus desapareció completo. —¡No! —Exclamó con incredulidad.

—¡Sí! —Le sorprendió Sirius, que venía planeando esa velada desde semanas atrás—. Y compré vino y chocolates.

Remus se quedó sin palabras, y tras largos segundos, por último se sonrió con timidez. —Eres único en tu clase, y yo afortunado por tenerte en mi vida.

—Lo mismo podría decir de ti —murmuró Sirius, que para no dejar que el momento se convirtiera en uno del que después se tuviera que arrepentir por si acaso sus sentimientos por Remus sacaban lo peor de él, le indicó a Remus esperarlo en el dormitorio.

El piso de Remus era pequeño como cualquier otro en Londres. Apenas una cocina-comedor-salita con lo indispensable, baño, un armario, y dos dormitorios. El de Teddy era diminuto, apenas cabía su cama y el armario, pero no era como si el de Remus fuera mejor. Éste se había conformado con una cama doble a costa de meter su ropa en una cajonera, pero valía la pena porque era el pretexto perfecto para que pasaran del sofá de segunda mano repleto de bultos y mejor se acostaran juntos en la cama.

Platónicamente, por supuesto. Sirius no tenía que recordárselo más de lo indispensable, pues en medio siempre quedaba el portátil de Remus y los bocadillos para poner distancia.

Mientras Sirius se hacía con el vino y el chocolate, Remus acomodó las almohadas y sacó una manta extra para que su amigo tuviera con qué taparse.

Como siempre que tenía permiso de acompañarlo en su cama (Sirius brincó igual que haría un perro al que se le prohibiera acceder a los muebles), buscó una posición cómoda que le permitiera robarle miradas a Remus sin que éste se percatara. Y no es como si fuera a necesitarlo. La nueva temporada del programa favorito de Remus lo mantuvo absorto por las siguientes dos horas, hasta que se hizo demasiado tarde y los bostezos comenzaron a hacer mella en él, por lo que a Sirius no le quedó de otra más que anunciar su retirada.

—Ve con cuidado —le aconsejó Remus en la puerta de su piso, y Sirius tuvo que contenerse para no ceder a la tentación de tomar su rostro entre ambas manos y simplemente besarlo.

—Eso haré. Nos vemos mañana, Moony.

—Cuídate, Padfoot.

Y después se separaron.

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Notas finales:

Un one-shot de casi 17k, pero en Slasheaven & Amor-Yaoi el límite por capítulo es mucho menor así que lo corté en 4 partes que iré actualizando apenas llegue el primer comentario. O sea, subo parte 1, llega comentario, en ese mismo momento tienen el capítulo 2, y así hasta completarlo. Fácil, ¿no? :)

Graxie por leer~!


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