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Besos sabor té verde por Marbius

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Notas del fanfic:

Hace años que leo BNHA pero de pronto hace un par de meses el bakudeku me pareció lo más de lo más. Un par de fics leídos después y estaba chocha y dispuesta a escribir mis propias historias. He aquí la primera de ellas :)
Los Besos sabor té verde que verán mencionados a morir en el fic son una receta mía que incluiré en el último capítulo por si quieren probarlos, y de paso no duden en contarme si les gustaron.

1.- “No prometo nada.”

 

Katsuki Bakugou no era por definición un hombre paciente.

No en condiciones normales al menos, y mucho menos a las cuatro de la mañana cuando apenas revisar su teléfono encontró una larguísima ristra de mensajes que su amigo Eijiro le había escrito la noche anterior. Mala suerte para el bastardo que decidiera contactarlo a eso de las diez, porque Katsuki se había retirado a dormir puntual a las ocho y ni un minuto después. Eijiro estaba al tanto luego de muchos años de amistad, pero eso no le había impedido escribirle con una petición que podría ser beneficiosa para ambos, pero que desde temprano hizo a Katsuki rechinar los dientes de frustración.

 

EK: Colega, tienes que ayudarme.

EK: Un cliente quiere contratar al mejor pastelero para su boda, ¡y por supuesto pensé en ti!

EK: Tiene una petición de lo más extraña que francamente no entendí porque no es de mi área.

EK. ¿Alguna vez has preparado ‘Besos sabor té verde’?

EK: Porque es lo que ha pedido.

EK: Mentí diciendo que eran tu especialidad.

EK: Puedes aducir que fue un error mío.

EK: Pero seguro que antes encuentras la receta y consigues prepararlos.

EK: Son para su boda.

EK: Es el mes entrante y está desesperado por encontrar quién los prepare.

EK: El tipo es todo un caso.

EK: Muy de tu tipo.

EK: Pero también podría sacarte de quicio.

EK: Ya lo verás por ti mismo cuando lo conozcas.

EK: Pasará hoy por tu tienda a eso de mediodía.

EK: Y recuerda: Al cliente lo que pida.

EK: ¡Cuento contigo, colega!

 

Katsuki terminó de leer todos aquellos mensajes con un ojo cerrado y el otro semiabierto a la ofensiva luz de la pantalla de su móvil. A esas horas de la madrugada, no eran sólo los mensajes siempre alegres y ruidosos de Eijiro los que le fastidiaban, sino la humanidad entera interfiriendo con su vida, pero no le quedaba de otra más que salir de la cama y enfrentarse al día que tenía por delante.

Claro que decirlo era más fácil que hacerlo, pero la práctica ininterrumpida de tres años jugó a su favor para lanzar las mantas lejos de su cuerpo y con prisa empezar con su rutina de cada día.

Además de lo normal (lavarse los dientes, pasar por el retrete), Katsuki también se dedicó a su rutina física, que incluía un buen número, ya fuera de abdominales, lagartijas y sentadillas (según el día de la semana) y que consistían en su ejercicio diario, y después pasó por la ducha.

Ya limpio y dispuesto a reconsiderar la petición de Eijiro por recibir a uno de sus clientes en la pastelería, Katsuki releyó los mensajes mientras bebía de su licuado de proteínas y se tomaba los últimos minutos de paz de lo que sería una mañana de lo más ajetreada.

Y no era para menos. Con su propio negocio, Katsuki raras veces tenía tiempo para desperdiciarlo en nimiedades que no le proveyeran ningún beneficio. A pesar de no tener ninguna predilección particular por los dulces, se había labrado un futuro asistiendo a la escuela de cocina y reconociendo que lo suyo era la pastelería a pesar de que su predilección por lo picante inducía a pensar lo contrario, así que apenas graduarse se había aliado con un par de compañeros para establecer su propia tienda que ahora consumía la mayor parte de su tiempo.

Menos mal que los primeros años ya habían pasado y ahora contaban con empleados a su cargo. Katsuki no echaba de menos el primero año en que se levantaba a la una para estar antes de las tres preparando la masa de los pasteles. Ahora ese trabajo le correspondía a Rikido, y Katsuki podía darse el lujo de llegar más tarde y no romperse las pelotas desde tan temprano.

Además de él con la pastelería, Denki, Kyoka y Yuga trabajaban el área de la repostería y panadería, de tal modo que Plus Ultra se había convertido en un establecimiento con un buen número de clientela y fama bien merecida que por fin se estaba reconociendo en Tokyo.

Sus compañeros atribuían su éxito al esfuerzo y a la buena suerte, pero Katsuki prefería no depender de esa última y poner el doble de su empeño día a día para que Plus Ultra continuara haciéndole honor a su nombre.

 

KB: ¿Es una noviadzilla?

 

Al salir de casa, Katsuki escribió ese mensaje y se guardó el móvil sin intenciones de revisarlo en al menos un par de horas.

En Plus Ultra ya tenía Rikido algunas masas listas esperando por él, y sin importarle que afuera todavía estuviera oscuro o que los primeros clientes no arribarían sino hasta mucho después, Katsuki empezó con la preparación de varias bandejas de pastelillos que más tarde estarían a la venta en el mostrador.

Su especialidad era esa: Pastelería. Y modestia aparte era lo suyo. Daba igual si a Katsuki la idea de comer una de sus propias creaciones le provocaba arcadas ante la mera idea de lo dulce en su paladar, porque al parecer tenía talento suficiente para que la clientela (en su mayoría mujeres) corriera la voz de que los mejores pastelillos para romper la dieta eran los que se vendían en Plus Ultra.

Katsuki no había aspirado a nada más que abrir su propia tienda después de la graduación en la escuela culinaria, pero ahora que lo había conseguido sus fantasías se desviaban hacia la posibilidad de una segunda sucursal en un distrito diferente.

En cambio... Las posibilidades de expansión que se le habían presentado eran otras.

Eijiro era un amigo de los tiempos del colegio. Katsuki a ratos ni comprendía cómo Eijiro lo había tolerado durante su tumultuosa adolescencia, antes de que varias experiencias le enseñaran a controlar su mal genio y tendencia a ceder a la ira a la menor provocación, pero la amistad había prevalecido en sus altas y bajas, con la novedad de que sin planearlo sus profesiones tenían puntos en común.

O algo así.

Porque esa era su pasión, Eijiro se había dedicado a poner en práctica sus dotes de orden y afabilidad para montar un negocio de organizador de bodas. Su novia Mina era su segunda al mando, para sorpresa de más de uno que lo había tachado de gay por la facilidad con la que podía enfrascarse hablando de arreglos florales, vestidos de novia y menús para el banquete nupcial.

A ratos Katsuki encontraba gracioso que de entre ellos dos fuera más bien él el que terminara atraído sobre su mismo sexo, aunque no es como si ser pastelero fuera el trabajo más masculino del mundo, sin importar qué dijera Eijiro al respecto...

Con la mente distraída en aquel viaje a los recuerdos, Katsuki se tomó una pausa a eso de las diez de la mañana, y mientras esperaba a que una bandeja de pastelillos saliera del horno en lo que entraba la siguiente, revisó su móvil por mensajes, y Eijiro no lo decepcionó.

 

EK: ¿Es que no leíste bien?

EK: Es un novio el que irá a tu tienda.

EK: Trátalo bien.

EK: El pobre es un manojo de nervios.

EK: Y me ha contratado sólo Kamisama sabe por qué.

EK: Lo lleva bastante bien sin mi ayuda, pero quiere una de esas bodas perfectas y de ensueño.

EK: Por eso lo de los ‘Besos sabor té verde’.

EK: Haz lo que puedas, ¡y cuida tu temperamento!

 

—Tsk... —Katsuki leyó aquella última línea y chasqueó la lengua. Como si no lo hiciera siempre.

 

KB: No prometo nada.

 

Pero a pesar de su renuencia, se apresuró para tener su área de trabajo lista para mediodía, que era cuando esperaba aquella visita.

En realidad podía considerársele una consulta.

Eijiro había sido quien le vendiera la idea a Katsuki de aliarse para trabajar banquetes de bodas. Más veces que no la feliz pareja quería decorar la recepción con una mesa especializada en pasteles, y si bien Katsuki todavía confeccionaba piezas grandes y de varios niveles como era la tradición, más y más matrimonios pedían una selección tipo buffet para sus invitados, con piezas individuales y variadas que se habían vuelto la sensación en Tokyo los últimos años.

Para Katsuki aquello estaba genial. Su porcentaje de ganancias era considerable, y de paso le permitía publicitarse, pero tenía el inconveniente de tener que lidiar con toda clase de noviadzillas que no tenían claro lo que querían y podían ponerse pesadas hasta el punto de provocar la peor de sus iras contenidas. Katsuki ya había aceptado varios encargos de ese tipo en el último año, pero también rechazado unos cuantos, y Eijiro no se lo había tomado a mal porque él mismo lidiaba día a día con los preparativos paso a paso que podían incluir en una boda.

Incluso si jamás se lo admitía, Katsuki guardaba un respeto reverencial por Eijiro al no mandar a la mierda a las parejas que días antes de la boda querían hacer cambios masivos en los arreglos y montaban un berrinche espectacular si sus demandas no podían ser cumplidas o requerían de un coste extra.

Él por su cuenta no tenía ni una gota de paciencia extra, y era firme con los clientes que Eijiro le enviaba: Sus precios no eran negociables, el depósito de 50% no era reembolsable, y no se podían hacer cambios en el menú con menos de una semana de antelación de la boda.

Por el resto, se las ingeniaba para que su siempre burbujeante mal humor no saliera a flote.

Con ello en mente, Katsuki metió a hornear la última bandeja de su día justo a tiempo para que en la parte delantera de la tienda escuchara una voz preguntar por él porque tenían una cita.

«Al menos es puntual», pensó Katsuki al revisar la hora y comprobar que eran las doce en punto.

Kyoka estaba tras el mostrador, e hizo pasar a su interlocutor a la cocina, al espacio que Katsuki pomposamente llamaba su oficina y que más bien consistía en un hueco entre dos muebles donde a veces le gustaba revisar las facturas del mes y pensar en nuevas adiciones para su menú.

—Uhm, ¿Bakugou-san? —Llamó su interlocutor al entrar a la cocina, y Katsuki puso los ojos en blanco.

—Basta con Katsuki —dijo, y le tendió la mano.

Frente a él, un hombre de aproximadamente su edad y nervios a flor de piel se apresuró a corresponderle el gesto.

—Yo soy Izuku Midoriya —se presentó con una corta reverencia, y después agregó—. Puede llamarme Izuku.

—Ok. ¿Qué lo trae a mi tienda?

Izuku tenía un puñado de pecas en el rostro. No, Eijiro no se había equivocado al afirmar que el cliente era muy del tipo de Katsuki, pero éste no hizo ningún gesto que lo delatara. Después de todo, la persona frente a él estaba por casarse y era ese asunto el que lo traía ahí a buscar sus servicios.

—¿Podríamos esperar a...? No tarda en llegar —dijo Izuku, con nerviosismo mirando por encima de su hombro hacia la puerta por donde había entrado.

Katsuki bufó. Retiraba lo de antes. La falta de puntualidad en la otra persona que al parecer les acompañaría le crispó los nervios, pero se forzó a indicarle a Izuku un asiento frente a la barra en la que se preparaban las masas y ofrecerle algo de beber.

—Un té, ¿podría ser? Si no es molestia.

Katsuki asintió ante la petición, y puso en marcha la tetera eléctrica con el agua mientras sacaba de una alacena tres tazas y tres sobres. Suponía él que a quien estuvieran esperando también querría beber uno.

Mientras esperaban el agua, Katsuki fue directo al asunto que los atañaba.

—Besos sabor té verde. ¿Qué son?

Izuku entrelazó las manos sobre su regazo, y sus cejas se unieron en un gesto contrariado. —No lo sé.

—¿No lo sabes?

Exactamente no.

«Jesucristo, Alá y Buda, estoy lidiando con un idiota», pensó Katsuki, tamborileando sus dedos sobre la barra.

—Es decir... —Izuku se apresuró a agregar—. Sé que deben de ser alguna clase de postre. Algo dulce, ¿quizá? No conozco bien la distinción, pero es una masa.

—Es un avance —ironizó Katsuki.

—Son especiales —murmuró Midoriya, por una vez alzando la vista y mirando a Katsuki directo a los ojos con determinación—. No tengo ni la menor idea de qué clase de preparación se trate, por eso estoy en búsqueda de alguien que pueda ayudarme con la receta. Recuerdo el sabor, y busco quién pueda emularlo.

Katsuki exhaló con pesadez. Si el tipo pecoso que tenía frente a él creía que la tarea de pastelería era tan simple como prueba y error con un par de ingredientes y limitado número de combinaciones, estaba más que pirado, y cuanto antes se deshiciera de él mejor.

—Mira, no es así como funciona-...

—¡El dinero no es un problema! —Se apresuró Izuku a asegurarle—. Pero me gustaría tenerlas en la recepción de mi boda si es posible.

—Porque son especiales —repitió Katsuki, e Izuku asintió con solemnidad.

—Exacto.

—Imposible.

—¡Pero-...!

—Katsuki, alguien más vino preguntando por ti —volvió a entrar Kyoka a la cocina, y con ella venía un hombre también dentro de su rango de edad que instintivamente le desagradó a Katsuki.

—Shouto —se puso en pie Izuku—. ¡Qué bueno que pudiste venir!

—No me lo perdería por nada del mundo —dijo el recién llegado, que a pesar de sus palabras, las había enunciado con una apatía tal que a Katsuki le crispó todavía más los nervios de lo que ya los tenía.

Así que aquel era la otra mitad de esa boda que estaba por atender. Eijiro no había mencionado nada de que se tratara de una unión homosexual, pero igual nunca lo hacía. Y no era que Katsuki tuviera problema alguno siendo él mismo gay. Al fin y al cabo, era siempre agradable ver que esa clase de uniones eran cada vez más frecuentes y celebradas sin prejuicio en Japón, por lo que no tenía inconveniente en tolerar una pizca más de sinsentidos cuando se trataba de su misma comunidad.

Mientras Izuku hacía las presentaciones y Katsuki descubría que el recién llegado respondía al nombre de Shouto Todoroki, la tetera empezó a hervir, y Katsuki se apresuró a servir el té y a volver al tema que los tenía reunidos ahí.

—En verdad no creo poder cumplir tu petición —dijo Katsuki, sosteniendo su taza con dos manos sin verse afectado por el calor—. Crear una receta desde cero siguiendo un sabor memorizado es casi imposible.

Izuku pareció desinflarse con la negativa, y ahí donde sus expresiones decayeron, las de Shouto cobraron vida.

Katsuki lo detestó más por ello. No tragaba a los de su tipo, y en su opinión no hacía ni falta conocerlo para detectar en él un cierto toque de presunción. Con una cabellera en dos llamativos colores y una quemadura en el rostro que en lugar de ocultar portaba de lo más orgullo, el tal Shouto no daba la impresión de ser del tipo que se amedrentara fácil, pero Katsuki tampoco lo era, y no iba a permitir que las órdenes las diera él en su local estando presente.

—Izuku tiene un 90% de la receta —dijo Shouto, colocando su mano sobre el muslo de su prometido—. Sólo hace falta ultimar detalles.

—Incluso así...

—¿Tan imposible es? —Preguntó Izuku en un hilo de voz—. Porque lo sería todo para nuestra boda.

Por una vez, Katsuki experimentó la culpa de haber sido tan firme con su negativa. Quizá... Aunque con un 90% de la receta seguía siendo una labor de bastantes horas para dar con el sabor exacto.

—Eijiro dijo que nos pondría en contacto con el mejor pastelero de Japón, pero creo que exageró y por mucho —dijo Shouto, picándole en el orgullo, y poco le faltó a Katsuki para estallar. Con gusto le habría tirado el té caliente sobre el otro ojo para que tuviera una quemadura a juego de no ser porque Izuku estaba presente, y por alguna extraña razón, la idea de decepcionarlo le pesaba.

Katsuki apretó la mandíbula. Se odiaba por lo que estaba a punto de hacer, pero... Ahora su orgullo estaba en juego, y también su reputación.

—Tendría que ver la receta primero. Y no prometo nada —se apresuró a aclarar cuando Izuku levantó la mirada y en sus ojos brilló un exceso de humedad—, pero veré qué puedo hacer.

A una velocidad impresionante, Izuku sacó de la mochila que traía consigo un cuaderno, y tras pasar un par de hojas le entregó a Katsuki la libreta en la página que quería que viera.

Entre tachones y marcas de tinta por doquier, Katsuki encontró una burda receta escrita con letra apretada y apenas legible, pero que tenía sentido. Lo que Izuku pedía eran pastelillos, y a juzgar por la lista de ingredientes y los preparativos, no era una receta fuera de lo ordinario. Es más, incluso podía afirmar que era básica, pues no contenía ninguna preparación especial, ingredientes exóticos, o tiempo de cocción específico. Era una simple receta con un nombre peculiar, porque aunque no lo mencionaba, su sabor debía derivar del té verde.

—Mmm... —Katsuki leyó dos veces la lista de ingredientes y los pasos, y después asintió para sí—. Ok. Puedo intentarlo. Pero de nuevo, no prometo nada.

Izuku exhaló con alivio. —¿Cuándo podría ser eso?

—¿Hoy mismo? —Katsuki revisó la hora en un reloj de pared—. Pero tendría que ser en mi casa. Yo estoy a punto de salir, y la cocina la ocupará alguien más.

Izuku accedió al instante, pero Shouto torció la boca en una mueca. —Yo no puedo. Tengo una cita por la tarde en la galería.

—No importa. Ya hiciste bastante acompañándome hoy —dijo Izuku—, y te estoy muy agradecido.

Por su cuenta, Katsuki se guardó de comentar que era lo menos que podía hacer si la boda era de ambos, pero se guardó de externar su opinión donde no le llamaban.

En su lugar, comenzó a confeccionar una lista de compra que sin falta tendrían que pasar a proveerse en el supermercado antes de ir a su casa y empezar con los preparativos. Katsuki tenía intenciones de hacer valer su tiempo y esfuerzo de manera económica, y al comunicárselo a Izuku, éste no tuvo inconveniente alguno en correr con todos los gastos y pagar por su tiempo como horas extras de su trabajo.

Así quedó pactado entre ellos la elaboración de esos Besos sabor té verde.

 

Katsuki habría preferido no entrometerse más de lo estrictamente necesario, pero como suele suceder en casos similares, uno propone y el destino dispone.

A esa conclusión había llegado cuando luego de una hora caminando por los pasillos del supermercado con Izuku se había llegado a hacer una idea aproximada de la persona con la que sin duda pasaría algunas horas en los días siguientes.

De Izuku había aprendido que trabajaba en un horario similar al suyo porque era instructor de yoga y pilates en un gimnasio cercano. Katsuki había asentido ante aquella información, confirmando así sus sospechas de que Izuku era gay, y los siguientes datos de él se lo conformaron: Era fan de un viejo fisiculturista que se hacía llamar All Might y coleccionaba mercancía de él. Además había algo en él... Un cierto dejo de algo indescriptible que él sólo podía identificar como reflejo de sí mismo, y que para cuando llegaron a la caja a pagar le hicieron lamentar que se tratara de un cliente, y uno que estuviera a punto de contraer matrimonio.

Como siempre, el amor no era amable con Katsuki, pero éste ya se había resignado hasta cierto punto. Con un deseo casi enfermizo por triunfar como pastelero y con su propio negocio, la soledad era el costo mayor que había pagado, y raras veces lo resentía. Pero esa no era una de esas ocasiones.

Indispuesto a dejarse vencer por aquella debilidad suya, Katsuki se forzó a mantener la calma, y a la salida del supermercado guió a Izuku a su departamento a un par de calles de ahí. Todo el camino lo habían hecho a pie porque Katsuki había tenido la precaución de buscar vivienda en las cercanías de su trabajo, e Izuku comentó que era una ventaja, porque él tampoco vivía lejos.

—Uhm, pasa y perdona el desastre —masculló Katsuki al dejarlo pasar a su piso, e Izuku entró después que él tras quitarse los zapatos.

Katsuki lo llevó a la cocina, y luego de dejar las compras en la mesa, procedió a ponerse manos a la obra.

—¿Necesitas de vuelta el cuaderno? —Preguntó Izuku, pero Katsuki rió entre dientes.

—Bah, ¿para qué?

—¿La memorizaste? —Inquirió Izuku de lo más asombrado, y Katsuki hinchó el pecho de orgullo.

—Claro. ¿Qué clase de pastelero sería si no pudiera memorizar una receta tan simple?

—Ya veo... —Izuku ayudó a desempacar los ingredientes—. ¿Puedo ayudar con algo?

—¿Sabes algo de cocina?

—Lo normal.

—¿Y eso es...?

—Puedo cocinar para mí, pero... Nunca he hecho ninguna clase de postres.

—Genial, porque hoy es tu día de suerte para aprender —dijo Katsuki, que tras ponerse un delantal y darle a Izuku otro igual, no perdió más tiempo—. ¡Hora de hornear!

 

—¿Dónde exactamente probaste esos Besos sabor té verde? —Preguntó Katsuki una hora después, ya con la masa lista para vaciarse a los moldes y después al horno.

Izuku se había convertido en un eficiente ayudante, lavando trastes sucios y abriendo espacio, porque Katsuki no le había encargado ni siquiera labores simples como medir los ingredientes o engrasar los moldes. En sus palabras, podía arruinarlo y mejor no tentar su suerte en ese primer intento.

—Ah, mi prometida me los dio a probar tiempo atrás —dijo Izuku, y con la cuchara en la mano y el tazón con la masa a punto de resbalársele de las manos, Katsuki consiguió reponerse en tiempo récord.

—¿Prometida? —Repitió la única palabra de toda aquella oración que no le encajaba.

—Ajá, prometida.

—¿Qué no era...?

—¿Uh? —Parado frente al fregadero y con las mangas de su camiseta por encima de los codos para evitar mojarse, Izuku continuaba tallando un par de tazas medidoras con abundante jabón.

¿Acaso Katsuki se había equivocado? ¿No era Shouto el prometido de Izuku? Porque si no lo era, ¿qué había hecho en su tienda actuando como tal?

—Shouto... —Fue la única palabra que Katsuki pronunció, y al instante cerró Izuku la llave del agua y se dio media vuelta.

—¿Shouto qué? —Una pausa—. ¿Pensaste que él era mi... prometido?

—¿Y no lo es?

—¡No! —Izuku enrojeció—. Shouto y yo sólo somos amigos. Mi prometida no pudo venir, así que le pedí a él que me acompañara en su lugar.

—Pero... —Haciendo a un lado la masa, los moldes y que el horno ya había alcanzado la temperatura óptima, Katsuki lo miró directo a los ojos en búsqueda de cualquier reacción que siguiera a sus palabras—. Tú eres gay.

El rubor en las mejillas de Izuku empeoró, pero éste no se amedrentó. —Bueno, sí...

—¿Y te vas a casar con una mujer?

—Uhm... sí. —La inseguridad en su tono volvió loco a Katsuki, que no tuvo tiempo de celebrar que su radar no estuviera dañado.

—¿Cómo es que...? —Katsuki aspiró hondo para dejar pasar una oleada de enojo que le recorrió igual que una descarga eléctrica el cuerpo—. ¿Por qué?

Alzando el mentón en ademán orgulloso, Izuku pareció no estar dispuesto a explicarse a sí mismo, pero al final imperó ese carácter suyo que Katsuki había llegado a conocer en las últimas horas de su compañía, y que era honesto y sin falsos artificios.

—Su familia... Ella también es gay, y... Pensamos que sería la mejor solución.

—Qué idiotez.

—Nosotros no-...

—¡Idiotas! —Repitió Katsuki, dando rienda suelta a su frustración—. Los dos por igual. ¿Qué clase de matrimonio puede ser ese? Sólo un par de descerebrados creería que esa es la solución. Imbéciles redomados...

Tomando una toalla cercana, Izuku procedió a secarse las manos con parsimonia. Sin refutar las ofensas de Katsuki, en su lugar le dio la razón.

—Puede que no estés equivocado, pero es nuestra decisión. Vamos a casarnos, y si Ochako merece Besos sabor té verde en la recepción, entonces es mi trabajo como futuro esposo asegurarme de que así sea. Lo que es más —agregó con la voz ligeramente temblorosa, pero sin dejarse aplastar—, no es tu lugar para juzgarnos. Así que o horneas esos pastelillos o le pediré a Eijiro que nos ponga en contacto con alguien más.

En opinión de Katsuki, ¡bah!, que lo hicieran. A él no le importaba una mierda si perdía aquel contrato. Eijiro no se lo reprocharía y le seguiría enviando parejas deseosas de tener en su boda una mesa de pastelillos, pero... Katsuki no se vio con las fuerzas suficientes para abrir la boca y cerrar ese trato de emprender caminos separados.

En su lugar, chasqueó la lengua y lo dejó ir.

—Haz lo que quieras —masculló por lo bajo—. Tú y esa Ochako.

—Justo eso hacemos —finalizó Izuku, qué dándole después la espalda, volvió al fregadero a terminar con el resto de utensilios sucios.

 

La primera tanda de Besos sabor té verde que salió del horno tenía un aroma increíble. Hasta Katsuki podía apreciar en su fragancia la inequívoca señal del té verde dominando la pizca de vainilla que se incluía en la masa, y con satisfacción fue colocando los pastelillos sobre la mesa y le ofreció a Izuku el primer bocado.

Después de su faux pas de antes, los ánimos habían estado tensos en su cocina hasta que la masa comenzó a inflarse en el horno y la habitación se comenzó a llenar del delicioso aroma de la pastelería gourmet, pero no había nada mejor que un pastelillo para hacer las paces, y por alguna extraña razón, Katsuki quería asegurarse de que así fuera.

Sin embargo, el primer mordisco de Izuku no obtuvo la reacción que Katsuki esperaba. En lugar de apreciar en sus facciones el arrobo que generalmente sus pasteles conseguían, Izuku frunció levemente el ceño, y tras unos segundos de masticar, denegó con la cabeza antes de deglutir.

—No es el sabor exacto.

—¿De qué hablas?

—No es el correcto.

Por su cuenta, Katsuki tomó un pastelillo y lo mordió. Al instante el sabor le dio de lleno en la lengua y se convirtió en un estallido que era tanto un deleite para el sentido del gusto como del olfato y hasta del tacto. La masa había quedado firma pero sin convertirse en un peso difícil de deglutir, y conservaba un toque húmedo del que Katsuki se vanagloriaba porque sus pasteles no se volvían resecos y quebradizos sin importar cuántas horas hubieran pasado después de hornearse.

De la receta que Izuku le mostrara de su cuaderno y a la que le faltaban ingredientes para estar completa, Katsuki notó que no tenía ninguna mención de té verde como para hacerse merecedora de ese nombre. Tras comprobar con Izuku que ese era el sabor que quería obtener, había hecho uso de una porción de matcha que tenía en la alacena y se había dado por bien servido, pero al parecer su experimento no había tenido el éxito que él esperaba obtener.

Para él era un pastelillo que bien podría comercializarse en su tienda, pero bastaba ver la expresión contrariada de Izuku para que sus ilusiones de haber conseguido su objetivo se echaran por tierra.

—¿Qué le falta? —Preguntó Katsuki tras deglutir su bocado de Besos sabor té verde, e Izuku sacudió la cabeza.

—Le sobra. Esa es la cuestión. Esto no es un beso, más bien es una especie de...

—¿Qué, un magreo intenso? —Bromeó Katsuki, pero Izuku pareció tomar en serio la comparación y coincidió con él en su analogía.

—El sabor que recuerdo es más tenue, mucho más ligero...

—Bastará con justar la cantidad de matcha en la receta —dictaminó Katsuki—. Todavía queda harina suficiente para otro intento. ¿Tienes tiempo?

Y porque al parecer había bastante en juego con aquellos Besos sabor té verde, Izuku aceptó.

 

Con un tercio de la porción inicial de matcha, Katsuki creyó que habían dado con la receta correcta, pero una hora después, Izuku volvió a negarle la satisfacción de haber hecho un buen trabajo.

—Sigue siendo demasiado fuerte —murmuró con el segundo panecillo entre sus dedos y actitud derrotada—. No es como lo recuerdo.

—¿Estás seguro de que tu memoria es de confiar?

Irritado porque su vanidad de maestro pastelero estaba en juego, Katsuki se quitó el delantal con mal humor y lo dejó caer con desgana sobre la barra.

—Jamás podría olvidar ese sabor... —Dijo Izuku, sus pupilas dilatándose al extraer de su memoria el recuerdo exacto de la primera vez que probó aquellos pastelillos—. La consistencia es correcta, y el aroma se le asemeja, pero el sabor todavía no es el correcto.

Katsuki bufó. —Ok. Te diré qué haremos. Compraré los ingredientes de vuelta y volveré a preparar esta receta. Esta vez utilizaré una décima parte de matcha, y más vale que funcione, o empezaré a pensar que me estás tomando el pelo y sólo quieres fastidiarme.

La ira contenida en su voz y la seriedad en su rostro hicieron que Izuku tomara aquellas palabras como una amenaza, y por inercia dio un paso atrás y se golpeó en la cadera con la barra de la cocina. En el acto se arrepintió Katsuki de haber cedido a uno de sus accesos de mal humor, y se apresuró a ponerle remedio.

—Ugh, quita esa cara. Esto ya es personal, y ahora soy yo el que quiere que esos estúpidos pastelillos estén listos para tu —«No la cagues», se contuvo Katsuki a tiempo— boda.

Izuku lo contempló unos segundos congelado en su sitio y después parpadeó como saliendo de un trance. —Gracias...

Katsuki encogió un hombro. —Ya, lo que sea...

Que para nada lo hacía para que Izuku tuviera su falsa boda de ensueño ni nada por el estilo. A él eso le daba igual. Bastaría con reinventar esa elusiva receta de Besos sabor té verde y entonces podría dar vuelta de hoja a ese patético enredo en el que se había visto envuelto. Maldito Eijiro. La próxima vez que se hablaran le pondría reglas en sus colaboraciones, como no recomendarlo en bodas por conveniencia ni tonterías similares.

—Supongo que debería marcharme —interrumpió Izuku el monólogo interno que Katsuki tenía consigo mismo, y tras despojarse del delantal que éste le había prestado, recogió sus cosas, rechazó la oferta de llevar consigo algunos de los pastelillos (“No debería, Ochako podría olerlos y darse cuenta de la sorpresa que planeo para ella”) y se quedó parado unos segundos frente a la puerta de Katsuki.

—¿Olvidas algo? —Preguntó Katsuki, pero Izuku le hizo saber que no era el caso.

—No, sólo pensaba... Eijiro en verdad tenía razón al recomendarte —dijo con una sonrisa limpia, sin dobles intenciones que hizo a Katsuki contener el aliento—. En verdad eres el mejor pastelero que podría haber contratado. —Y tras agitar la mano unos instantes, se dio media vuelta y se marchó.

Atrás quedó Katsuki, al que le costó un poco más recuperarse y reconocer que en su interior había más de un tipo de frustración bullendo dentro de su pecho.

 

—¡Woah! ¿Qué duele tan delicioso? —Denki no se cortó en elogios al entrar a la cocina de Plus Ultra, y con desparpajo tomar uno de los panecillos que Katsuki estaba decorando con un simple glaseado para poner en exhibición. Luego de comerse uno y tomar otro, inquirió—: ¿Ef una refeta nueva?

—Mastica y luego habla —le regañó Katsuki.

—No molestes a Katsuki —dijo Kyoka, entrando a la trastienda para reñir a Denki—. Lleva los últimos dos días horneando esos pastelillos de matcha y sigue sin estar satisfecho.

—No feo pof qué —dijo Denki, ya en el tercer pastelillo—. Eftan delifiosos.

—Ugh... —Katsuki les dio la espalda y los ignoró, porque deliciosos o no, esos pastelillos continuaban sin quedar como él quería.

Con Izuku había acordado reunirse de vuelta en su piso más tarde en la semana para una segunda prueba y para entonces quería tener la receta en su punto, pero por más que disminuía las porciones de matcha en la receta, no conseguía hacer que aquellos fueran Besos.

A lo sumo, podía catalogarlos de Achuchones, y la mera idea de su fracaso lo atormentaba.

—¿Ya tienes un nombre para este nuevo producto? —Preguntó Kyoka, lista para sacarlos a exhibición y convertirlos en la novedad de ese mes en la tienda.

Katsuki gruñó por lo bajo. —Nalgadas sabor té verde.

Kyoka alzó las cejas. —Qué nombre tan... sugestivo.

—Intento que se conviertan en Besos —siguió Katsuki con ese tono peligroso.

—Erm, ¿suerte con eso?

Pero Katsuki ya no la escuchaba. Suerte o no, tenía que conseguirlo.

 

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Notas finales:

Ah, primer fic de un fandom que no es muy popular en español, creo yo. Pero no pierdo la esperanza de encontrar gente a la que le guste el bakudeku como a mí, especialmente hoy 20 de abril que es cumpleaños de Kacchan :)
En total el fic tiene 3 capítulos y actualizaré el lunes, miércoles y sábado. Si hay comentarios (en cualquiera de las 3 páginas donde lo subo) habrá otro capítulo al siguiente día de esa lista. Si no es el caso, nos veremos en una semana sin falta.
Graxie por leer~!


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