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JoJo's Bizarre Visual Adventure: Rebirth of the Ouroboros por metallikita666

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Me era imposible calmarme. Mi desesperación crecía día con día, y aunque por fortuna nunca fui una persona de muchos amigos, era prácticamente impensable lograr esconderme de los chicos de mi banda.

Especialmente, de Andy.

—¡Jojo!— Gritó, golpeando la puerta de mi casa con el puño cerrado y un tono que denotaba muy poca paciencia. —¡Abre de una vez! Sé que estás ahí, así que si no me abres, voy a trepar el árbol y entraré de todas maneras, ¿me oyes? ¡Te doy treinta segundos para que vengas a abrirme, tomando en cuenta que probablemente estás echado en tu cama! Treinta, veintinueve, veintiocho…—

Faltando diez segundos para que terminara su conteo, ya estaba detrás de la puerta. Pero no le abrí hasta que hubo finalizado, en el momento en que sabía que se preparaba para anunciar que treparía el maldito árbol.

—¡Jojo, joder! Por fin.— Exclamó el pelinegro, desconcertado tras un mes desde que él y los chicos me vieron por última vez antes del accidente automovilístico de mi madre, el cual le costó la vida. —¡Con mil demonios! ¡Nos has tenido muy preocupados, pedazo de idiota!—

Al ser hijo único y mayor de edad, no se necesitó más que mi firma y mi consentimiento para todos y cada uno de los trámites, y para decidir no hacer siquiera las exequias mínimas acostumbradas, sino cremar directamente. Era lo que ella hubiese querido. Puesto que, de todas maneras, ¿para qué darle la oportunidad de un último adiós a una parentela que decidió desconocerla el mismo día en que se enteró de su vergonzoso embarazo, y que ratificó semejante violencia cuando supo que ella estaba decidida a permanecer sola con la criatura? Si yo hubiera muerto primero, ella habría sabido qué hacer; y en el caso contrario –lo que de hecho sucedió–, pues entonces lo mismo. Porque éramos nuestra única familia. Por esa razón, no me avergonzaba en lo más mínimo de seguir viviendo con ella aun a mis veintitantos.

—¿Qué mierda te pasa?­— Insistió el bajista, una vez que estuvimos de frente. —¿Todavía sigues molesto por lo de aquella chica?—

—Nada podría importarme menos que eso ahora. Ella me dejó por otro.—

Ante la réplica, el más alto mantuvo su gesto de desconcierto y molestia. Su expresión disgustada era la manera que tenía de insistir en sus interrogantes, al no poder explicarse el motivo de mi actitud. 

—Andy, mi madre falleció…— Le dije con la voz entrecortada y una mirada de resentimiento, como si mi semblante demacrado y mi aspecto sucio y descuidado, además del aislamiento de esos días, no fueran pruebas suficientes de lo que decía.

—Ya lo sé. No me tienes que decir cosas que ya sé.— Agregó, no obstante, el muy osado. —Lo que quiero saber es por qué carajos no contestaste las llamadas, ni fuiste a los ensayos, ni te comunicaste con nad…—

—¿¡Es qué eres imbécil!?— Lo interrumpí, abriendo la puerta de golpe y dando un paso al frente, como si con mi macilenta silueta de ese momento hubiera podido amedrentarlo. —¡Te acabo de decir que mi madre murió! ¡Se mató en un maldito accidente de coche, ¿lo entiendes?!—

Por toda respuesta a mis alaridos desesperados, mi amigo negó con la cabeza, en silencio. En sus ojos azabaches lucía una dura mirada de desaprobación.

—¿Y a ti te parece que Minako-san habría querido verte así? ¿Tirado en el suelo, sin comer por días o comiendo cualquier porquería, y hecho un asco? ¡Hombre, anda a bañarte! ¡Péinate un poco; perfúmate!—

Sus palabras, sin lugar a dudas, me ofendieron. Pero era justo lo que necesitaba.

Desconcertado, me aparté de él sin poder dejar de mirarlo.

—¿Por qué esa cara, si sabes que estoy diciendo la verdad? Tú la conocías mejor que nadie…—

A partir de ese día, retomé mis actividades diarias con la banda y mi trabajo en la konbini[1]. Poco a poco, fui saliendo del hoyo oscuro en que su ausencia me había sumido, sobre todo cuando quedaba a solas en casa. Pero las lágrimas y los dolores de la vigilia se trocaron en pesadillas que de entrada no eran horrorosas (a veces tenía la desgracia de recordar lo que me tocó presenciar en la escena del accidente y en la morgue), aunque sí una tortura a padecer cada noche, o cuando necesitaba tomar una siesta.

Soñaba con ella y con volver a verla.  

 

***

 

El rubio se hallaba en silencio, sentado aún del lado del sillón que escogió cuando pensó que el parloteo insensato del menor no tomaría más de unos instantes. Con la espalda erguida y las rodillas ligeramente separadas: sus manos sobre estas en posición de aguardar.

—¿Puedes verla?— Preguntó Jojo tras voltearse de frente nuevamente. Después de que le diera la espalda a su amigo durante algunos momentos para hacer aparecer aquella amplia jaula entre sus manos, a unos cuantos metros de donde estaba el otro.

No obstante, en ese momento el de Hokkaido cargaba el encierro con una sola de ellas, sujetándolo de la gran argolla maciza que tenía en la parte de arriba. De la respuesta que Igarashi le diese en ese instante dependía no solo que acabara de sincerarse con él sobre el increíble asunto que arriesgó comenzar a referirle, sino también que su nuevo y querido camarada se terminara de convertir en su compañero en todo sentido. En su hombro y su bastón; en la daga debajo de su manga.

—La veo. Veo la jaula que pende de tu mano derecha.— Respondió el cantante de Marco con absoluta solemnidad. —Es amplia, cupular y tiene barrotes de color negro.—

Jojo sintió que su corazón daba un pequeño salto, pero decidió no adelantarse a los hechos. Todavía faltaba lo más importante de todo aquello.

—Y en su interior… ¿distingues algo? Es decir, ¿la jaula está vacía, o…?—

—Uhm, pues… Vamos a ver.—

El tokiota frunció el ceño como aguzando la vista. No obstante, al sentir que aquello no era suficiente, se levantó de donde estaba y se encaminó lentamente hacia Joestar.

El menor se tensó al verle hacer, presintiendo lo peor de inmediato.

—Rei, no. Por favor, detente. Puede ser peligros…—

Pero Joshua no pudo acabar su frase. En ese instante, el ente energético que estaba cautivo en la jaula salió bruscamente de allí y acometió al mayor, paralizándolo completamente. Hasta ese momento, lo que Rei había podido distinguir con su vista fue un resplandor informe, por causa de lo cual quiso acercarse para poder mirar más en detalle. Sin embargo,  una vez que el brillo escapó se transformó en intenso fulgor y el rubio no pudo retroceder ni moverse a voluntad. Tenía todo el cuerpo engarrotado, lo mismo que los párpados, los cuales luchaba por cerrar para evitar la dolorosa luz.

La estridente voz del stand se escuchó por fin.

—¿Puedes verme ahora, Igarashi-kun?— Inquirió con tono burlón; femenina, pero no por ello menos diabólica. —¿O te parece que todavía no brillo lo suficiente?...—

—¡Succubus, basta! ¡No hagas eso, vuelve aquí!— La regañó el de Hokkaido. Empero, y a pesar de lo categórico de su orden, no consiguió réplica o movimiento alguno. —No debes salir si yo no te lo he ordenado. ¡Regresa!—

Entonces, el ente –que conservaba aún la forma de una bola de luz– descendió desde la altura considerable a la cual se había posado hasta casi tocar la frente de su víctima. Rei separó los labios en ademán de jadeo doloroso, el cual sin embargo no pudo escapar de su garganta. No obstante, su entrecejo se fruncía delatando la espantosa sensación que le embargaba, pues sentía que la luz prácticamente le estaba quemando las pupilas.

—¡Pero qué dices, Jo-chan! Si me has invocado para que lo conozca, ¿no es así? Anda, entonces déjame que lo mire…—

—¡Jojo, detenla!… Te lo… suplico…—

Joestar, quien naturalmente se había preocupado desde que vio a su amigo acercarse y que en ese mismo instante se hallaba muy contrariado, levantó la jaula en alto.

—¡Succubus, te digo que es suficiente! De ninguna manera voy a permitir que lastimes a Rei, ¿me oyes? ¡Vuelve aquí dentro en este mismo instante!— Agregó, con total entereza y decisión.

Ante las palabras, el ente apagó su luz de forma considerable, dejando únicamente un aura dentro de la cual se reveló por fin una pequeña figura antropomorfa. A su vez, liberó los miembros del anfitrión de su influencia, y este pudo por fin llevarse una mano a la cara para cubrirse los ojos.

El cantante de Marco cayó arrodillado al suelo y se apoyó con la mano contraria, para no irse totalmente de bruces.

—Muchacho maleducado…— Replicó el stand con tono de resentimiento, el cual trocó de inmediato por uno de implacable sarcasmo. —Deja de llamarme así. Si sabes bien que prefiero “Minako”…—

Jojo se mordió el labio inferior con tanta fuerza que la marca perduró por varios minutos. Sus ojos también se humedecieron, pero reprimió de manera estoica cualquier posible queja.

—Minako-chan, te lo pido. Vuelve aquí.—

En el momento en que el stand por fin obedeció y entró de vuelta en la jaula, Joshua cerró la pequeña puerta y echó la aldaba. El rubio todavía se hallaba reponiéndose del violento y momentáneo deslumbramiento anterior, pero había escuchado atentamente el intercambio ajeno, en el que la voz de su amigo finalizó muy calma, aunque sin cejar en la demanda hacia el veleidoso ente.

Cuando por fin pudo abrir los ojos, Rei distinguió que lo que había dentro del encierro era una muñeca de cabello negro, ojos enormes y boquita pintada de rojo. Incrédulo, el del tatuaje de la hannya se puso en pie sin poder quitarle la vista de encima a la criatura.

La cautiva, por su parte, parecía muy halagada con las atenciones.

—¿Ella es… Minako?—

—Succubus, porque es un demonio del sueño. Aunque por lo general, le gusta más “Vivi”. Dice que lo encuentra tierno…— Corrigió Jojo rápidamente, mientras emitía un suspiro y bajaba la mirada.

No obstante, la levantó después para hacerla coincidir con la de Rei. El pelicorto hincó en él la propia, al reconocer un regusto amargo en la voz del más joven, y pudo notar la marca de la mordida que él mismo se había infligido.

—Minako era el nombre de mi madre, por eso se empecina en que la llame de esa manera. Así que de vez en cuando… le doy gusto.—

Jojo y Rei permanecieron en silencio unos instantes más, con la vista clavada cada uno en la del otro. Sus miradas fueron mucho más explícitas que cualquier palabra, al menos para lo que tenía que ver con la situación inmediata. La explicación que agregó Joestar, sin embargo, le dio a entender al mayor que todavía quedaba mucho del pelifucsia que ignoraba, y de lo que progresivamente iría enterándose.

Que necesitaba conocer a toda costa, si es que deseaba afirmar que sabía quién era. Y que se volvía todavía más imperioso después de la experiencia que acababa de tener, la cual el cantante de Marco jamás se figuró como posible.

Nunca pensó que la magia de Jojo alcanzaría niveles tan… literales.

—Te creo. Y creeré fielmente cualquier cosa que me digas de aquí en adelante. Perdóname por haber dudado de ti.—

 

***

 

Tres años de pesadillas, ensoñaciones crueles y desgastantes sueños lúcidos. Objetiva y externamente, “había progresado”: Andy y yo formamos The Gallo junto a Kaede y Lulu, y tras mudarnos a Tokio conocimos a Hikaru. Posteriormente, Lulu se fue y en su lugar entró Wajow, quien también venía de Hokkaido. Todo parecía ir viento en popa; pero en mi caso, la realidad era otra.

Gracias al relativo éxito que íbamos teniendo en comparación con nuestros días en The Skull Fuck Revolvers, podía rentar solo, a pesar de que en un inicio Andy me propuso mudarnos juntos. Decidí no hacerlo porque no quería acabar volviendo a él y prefería mantener nuestra gran amistad verdaderamente solo en eso; pero mi principal razón para rechazar la oferta era lograr que mi insalubre ritmo de sueño no fuera supervisado. Dado que pasaba las noches despertando de manera intermitente o directamente en vigilia para no conciliar el sueño y evitar una pesadilla, debía pasarme las mañanas, los mediodías y a veces hasta las tardes recuperando el descanso perdido; rendido de cansancio y desgaste mental, y no raras veces, empujado por alguna sustancia cuando ya no quedaba de otra.

Intentaba utilizar aquellas deshoras para escribir y no atrasarme con la producción de material, pero la verdad era que todas esas malditas noches me estaban pasando factura. A pesar de todo, no deseaba que nadie se enterara y me hiciera problema por eso, como si el inconveniente en sí mismo no hubiese sido lo suficientemente molesto y desesperante.

En especial, porque nadie –a mi criterio– estaba preparado para ayudarme y consolarme. Nadie conocía las implicaciones a fondo de mi relación con mi madre; nadie entendería jamás que su muerte no había sido para mí la simple pérdida de la mujer que me parió y crio. Ella era la razón de mi vida, el centro de todo, y cada vez que recordaba que nunca podría tomar su anciana mano para guiarla y cuidar de ella en esa época de total indefensión y dependencia tal cual había hecho en su momento conmigo, mi corazón y mis entrañas se retorcían de dolor.

En mis sueños, corría hacia ella siendo un niño, tal cual estaba en mis recuerdos. Pero cuando abrazaba sus piernas, la sensación de su corporeidad se desvanecía entre mis brazos como si ella hubiese estado hecha de arena. A partir de ahí, mis gritos lo saturaban todo y mis lágrimas fluían desesperadamente, hasta que por fin me despertaba envuelto en sudor y con el rostro bañado en inequívoco humor salino.

Varias veces pensé en suicidarme, pero tal y como había sucedido aquella tarde en que mi amigo amenazó con trepar el árbol junto a mi casa en Sapporo, la razón que me disuadía era ella. Ella, una vez más. No estaba seguro de creer en el más allá, ni en ninguna de las explicaciones que dan las religiones al interrogante de dónde vamos después de la muerte. Pero había algo que me decía que si ella se encontraba en algún lugar y me veía llegar a él tan pronto o se enteraba de mi partida de la vida terrenal, se iba a sentir muy triste y decepcionada.

Entonces, me volteé hacia mis series nuevamente, pero esa vez con ojos distintos. Deseos, poderes, proyección del espíritu. Sueños, sacrificio; realización de cosas en teoría imposibles. Uno a uno, había ido acumulando esos tomos primero gracias a mis mesadas; y después, con el premio por mis trabajos vacacionales y de medio tiempo. Ella solía verme imitando a mis ídolos frente al espejo, y aunque no entendía bien de qué iba todo, sonreía y me decía lo bien que lucía. Ambos reíamos, y una y otra vez sentía que no necesitaba más en la vida que mis discos, mi manga y a mi madre.

“Viajaré a Sendai”, me dije, y me preparé con lo necesario para la peregrinación. Estaba dispuesto a dejar el alma y hasta la vida en el intento, pues no me quedaba nada que perder una vez que el mayor sentido había sido arrancado de mi lado. Y perder el alma o la vida no significaba necesariamente perecer, sino resignarme a ser un muerto viviente. Pero antes de eso, lo intentaría.

Antes de eso, haría hasta lo imposible por honrar aquella estrella en mi trapecio izquierdo[2].

 

***

 

—No solamente creo que tienes altas posibilidades de éxito, sino que me parece que no podría ser nadie más que tú.— Afirmó el de melena bicolor, esbozando una pequeña sonrisita entre apenada y pícara, a causa de lo evidentemente prendado de su comentario.

Jojo se hallaba sentado en el sillón y sobre su regazo sostenía la cabeza del rubio, quien le miraba desde abajo. El dueño de casa permanecía tumbado de espaldas, siendo receptor de las caricias del más joven en su cabello.

—Vaya. ¿Soy yo o estás… como demasiado seguro?— Bromeó Rei, listo para no dejar pasar la pulla que aquel comentario sin duda merecía. Luego atrapó los venosos dedos de Joshua entre los suyos y se los llevó a los labios. —¿Y por qué yo, a ver… y no Wajow-kun? ¿O Andy-san?…— En ese momento, el rubio hizo una pausa para poder degustar el espacio en medio de índice y dedo corazón ajenos, enroscando su lengua finalmente en el primero de ellos hasta recorrerlo completo. —Uhm… Tú tuviste algo… con Andy-san, ¿no es cierto?—

Joestar se mordió el labio inferior a causa de la doble provocación, pero dejó que el otro hiciese como quería.

—Ay, Rei, por favor…— Replicó el vocalista de The Gallo, aprovechando el fogoso origen de su rubor para dar la impresión de que quería hacerlo pasar por bochorno casto, al menos durante unos instantes.

Luego de los cuales, sin embargo, lanzó terrible granada de descaro.

—Si nos ponemos a hablar de con quiénes estuve, cómo, cuándo y dónde, no terminamos jamás. Así que deja de distraerte y pon atención a lo que te estoy diciendo.—

Naturalmente, el de Hokkaido recibió la mordida que merecía.

—¡Aysh, bruto! ¡Me asustaste!— Se quejó, retrayendo la mano pero sin dejar de reír, al tiempo que su amigo se incorporaba y quedaba sentado frente a él nuevamente. —¡Si no dije nada que no fuera cierto! Bueno, en fin. El tema es que son muchas las coincidencias. No solo se trata de que hayas podido ver a Succubus, sino también de que ella te aprobara.—

Igarashi se señaló a sí mismo, con semblante de extrañeza total.

—¿Lo dices en serio?—

Le costaba creer que aquella fea experiencia que le tocó pasar contara como “aprobación” por parte del sádico stand, pero si su usuario así lo afirmaba, más valía creerle.

—Al carajo con ella. ¡Cómo será cuando alguien no le cae bien!…—

Rei miró de reojo a Jojo, quien se mostraba muy entretenido con sus comentarios ingenuos, pero que intentaba recatarse para que el mayor no lo sintiera como una burla directa.

—En fin. Si tú lo dices, te creo. Aunque de todas maneras me gustaría que me expliques por qué lo aseguras…—

—¿Notaste que te llamó “Igarashi-kun”?— Inquirió el más joven, a lo que su interlocutor gesticuló con duda. —Bueno, en parte por eso. Y por otro lado, realmente nunca quiso dañarte.—

—Comprendo.— Sentenció el del tatuaje de la hannya, aunque no con total convencimiento. —Pero dime, ¿alguna vez… se la mostraste a otra persona?—

Jojo negó con la cabeza y bajó la mirada.

—Nunca como hoy, para ver si sentían su presencia y escuchaban su voz. He usado de ella… bah, eso suena horrible. Ella me ayudó algunas veces en que estuve en peligro, pero jamás confirmé si mis atacantes comprendieron lo que sucedía, o si se dieron cuenta siquiera de su existencia.— Dijo el pelifucsia, encogiéndose de hombros. —Por eso no estaba muy seguro de cómo hacerlo. A decir verdad, me alegró mucho cuando mencionaste que podías ver la jaula…—

Joestar alzó la vista hasta volver a encontrarse con la de Rei. Entonces, ambos se sonrieron.

—Todavía me cuesta mucho asimilar lo que viví hace un rato, Jo-chan. Así que perdóname si sigo actuando de manera tan incrédula.— Anotó el mayor, sintiendo que su corazón latía de una manera especial al decir aquello. —Ahora, aparte de todo lo que me has contado… ¿Qué más te empuja a creer que podré desarrollar uno yo también?—

—Simple.— Contestó el de menor edad, sin dudarlo. —Se trata de algo que tiene que ver con Gara-sama, y tú eres el tercero en este juego. Si lo miras desde la perspectiva que incluye a Kyo-san, somos un cuadrado; y si solo deseas tenernos en cuenta a nosotros tres, somos un triángulo. En todo caso, cualquiera de las dos figuras es altamente simbólica.—

—De acuerdo, pero… ¿y qué papel jugarían otros y otras… posibles involucrados, si es que los hubiera?— Preguntó el mayor con cautela, más por sí mismo y su aún reciente acostumbramiento a la relación, que por cualquier otro motivo.

Dados sus ritmos de vida y oficios, todo radicaba en una sinceridad y confianza absolutas, según como había ido entendiéndolo el vocalista de Marco, y que le parecía fundamental no perder de vista nunca. Tal hecho, por supuesto, resultaba muchísimo más fácil de decir que de llevar a cabo. Él, de manera específica, no solo estaba teniendo problemas con la noticia concerniente a la relación de su senpai con el cantante de Dir en Grey como algo predominante y de larga data, sino que el mismo peso de la tradición solía jugarle en contra reiteradamente. Cada vez que temía que, un buen día, la sombra de una chica cualquiera pudiese alejarlos de su lado, o que acabara convirtiéndose en la causa del desbaratamiento de las esperanzas ajenas.

—Eso es irrelevante. Somos tú, yo y él. Y para él, somos tú, yo y el otro. Todos los demás van y vienen.— El aplomo de Joshua al contestar aquello dejó atónito al dueño de piso. —Así fue, y así habría continuado, de no ser porque existe una fuerza que ahora mismo se salió de control y pretende perturbar ese equilibrio.—

Igarashi suspiró profundamente. Se había prometido y le había prometido a Jojo en voz alta no juzgarlo más, pero su parte racional se rehusaba a emocionarse tan fácilmente por la posibilidad de protagonizar un manga de aventuras. No obstante, sus propios pensamientos sobre una relación que prácticamente cualquiera consideraría de por sí bastante disparatada eran a la vez tan locos y extraños, que acababa cayendo en cuenta de que no había nada de qué cuidarse para entonces. Si es que alguna vez lo hubo.

—Es verdad. Dudo de que haya alguien más aparte de ti y de mí que esté dispuesto a arriesgarlo todo por Gara-senpai. Así que sí. Tiene sentido.—

Dicho aquello, el rubio miró al más alto y recordó un dato que le pareció clave, si bien comprendía que el resto de la información en torno de ese tema la obtendría poco a poco, de así decidirlo su amigo. Haberse enterado de la existencia de Succubus era solo un primer paso respecto de eso; porque, si mal no recordaba, los stands, sus manifestaciones, características y poderes siempre estaban en relación con el usuario y su historia.

—Oye, cuéntame una cosa… Así, con esa sinceridad que te caracteriza.— Agregó el pelicorto con dejo mordaz, aunque no malintencionado. —¿Alguna vez… tuviste una relación con una chica?—

Joshua enarcó una ceja.

—Si lo que preguntas es si he tenido sexo con alguna, la respuesta es sí, muchas veces. Creo habértelo insinuado el día que nos conocimos.— Rememoró el pelifucsia, sonriendo. Empero, de inmediato su sonrisa tomó un cariz marcadamente amargo. —Pero si lo que quieres saber es si he estado en una relación de larga duración con una mujer, entonces debes saber que no. Me es inevitable medir a las chicas con la vara de lo que para mí era mi madre, y jamás he encontrado alguna que siquiera se le parezca.—

Rei asintió maquinalmente, reconociendo en su interior que su sospecha comenzaba a ser justificada.

—Disculpa… si la pregunta te ha molestado o te ha hecho sentir mal. No fue mi intención.—

Jojo ladeó la cabeza por unos instantes, mientras observaba al mayor. No podía ni pretendía esconder o disimular lo mucho que le fascinaba la forma de ser ajena, a pesar de que ambos tuvieran sus diferencias. Fuera de su senpai y aun de una manera muy distinta, el hombre frente a él era una de las pocas personas que lograba comprenderlo y apreciarlo, y que fundamentalmente se comportaba siempre sincero y recto. Todos aquellos indicios seguían insinuándole que no había sido por azar que sus vidas se cruzaron.

Joshua sonrió al cabo de un par de minutos, justo antes de que un confundido Rei le preguntara sobre aquella actitud. Acto seguido, el más joven se arrodilló sobre la alfombra, para después colocar las palmas sobre esta también. El menor clavó la mirada en el dueño de casa con dejo lascivo mientras gateaba hacia en medio de sus piernas, y aquel semblante harto conocido no tardó en hacer efecto en el de Tokio. Una vez que alguno de los dos comenzaba a mirar al otro de esa manera, el desenlace solo podía ser uno.

La mezcla de reflexiones, pensamientos y escrúpulos en la cabeza del cantante de Marco acabó desembocando en una duda que nunca antes se había planteado, espoleado por la enardecida insistencia con la que los gruesos labios del menor captaban su atención, sin importar que en ese momento no llevara labial o brillo alguno.

Así fue que cuando Joestar alcanzó el interior de su muslo derecho y empezó a rozarse contra este como lo haría un minino, Rei alargó su mano para colarla en medio de los mechones ajenos.

—Jojo, pequeño demonio…— Masculló el rubio con suavidad, dejando que sus dedos recorrieran la indómita melena del más joven, hasta que pasaron unos segundos y su mano se acopló a la parte trasera de la cabeza del de Hokkaido.

Una vez ahí, asió con fuerza los cabellos, inmovilizando al chico y obligándolo a subir el rostro para que lo encarara.

—Y ahora confiésame, porque tengo una curiosidad tremenda… ¿Qué es lo más sucio que has hecho con una muchacha… usando esa viciosa boca tuya que tanto me vuelve loco?...—

Sin despegar la vista del semblante enardecido de su amante, el pelifucsia se relamió la totalidad del perímetro de los labios con desfachatez y exageración absoluta. Así, la copiosa saliva que se iba impregnando en la rosada y suave carne acaparó toda la atención de su amigo, quien entonces sintió los efectos de semejante despliegue de erotismo en la parte baja del vientre.

—¿Ves… todo esto que resbala?— Inquirió Joestar, sin moverse un milímetro al estar disfrutando enormemente del brusco agarre en su cerviz, pero haciendo referencia a la saliva que para entonces resbalaba por su mentón. —Así, pero roja… y con olor a jugosa entrepierna…—



[1] Tienda japonesa de conveniencia.

[2] La estrella que es marca de nacimiento de los Joestar, según JJBA, y que Joshua lleva tatuada en el sitio exacto.


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