Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

If It Hadn't Been For Love por Lady_Calabria

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

¡Hola! Después de muchos años perdida he vuelto a escribir y quería compartir con vosotros esta historia. A ver qué os parece.

Actualizaré semanalmente.

También está en Wattpad https://www.wattpad.com/884437010-if-it-hadn%27t-been-for-love-1-lucas-y-el-chapero

 

 

Notas del capitulo:

La mayor parte de la historia es coral, de modo que cada capítulo tiene un personaje como protagonista.

En este el protagonista es Lucas. (Es un amor, ya lo veréis)

Esa noche hacía tanto frío que el aire helado entraba en sus pulmones a cada inhalación y el simple hecho de respirar le era molesto en la base de la garganta. Ese cosquilleo le dijo que estaba a poco de resfriarse, y solo de pensar en el drama que haría su madre aceleró el paso para llegar a su calentito apartamento lo antes posible.

Algunos sutiles copos de nieve descendían desde la negrura del cielo, restos tímidos de una nevada mucho mayor. El suelo se había teñido de blanco y él lo iba pisando rogando para no resbalar.

Caminaba con los músculos de la espalda contraídos involuntariamente y las manos enterradas en los bolsillos de su abrigo, se había olvidado sus guantes en casa. Pero el abrigo era calentito, gracias al cielo. Por fuera era de imitación de piel y por dentro estaba revestido de lana. Pudiera ser que no fuese era el más moderno y estiloso que tenía, pero sí el más impermeable. Carecía de capucha de modo que las partículas de nieve que caían del cielo se le agarraban a su cabello oscuro.

La tranquilidad aplastante que envolvía las calles de su barrio le otorgaba, a su juicio de ebrio milenial, un clima casi de hecatombe distópica. Esperaba por favor que así no fuese, no le apetecía que el apocalipsis le pillase con ese abrigo feo puesto.

Eran las tres de la madrugada, bien lo decía su reloj. No se había cruzado en todo el camino con nadie. Pocas personas se atreverían a salir tan tarde un día entre semana con aquel frío que asustaba hasta a las ratas. Pocos coches debían recorrer las calles a aquellas horas. 

Lucas tampoco hubiese salido sin una muy buena razón. Era el cumpleaños de su mejor amigo, Diego. Cumplía veintinueve años aquel día de enero y su ánimo se había venido abajo al encontrarse una prematura cana, incluso había amenazado con el suicidio si llegaba a encontrarse alguna arruga para los treinta.

Todo el grupo de amigos, desde el instituto, se había mantenido muy unido. Y todos juntos cenando en su piso decidieron ayudar a Diego con su problema canoso.

La idea había sido de Germán. "Rápate, adiós canas". Habían bebido lo suficiente como para que aquella broma se convirtiera en idea, y la idea en genialidad.

El nuevo corte de pelo de Diego ya era un hecho. Adiós canas. Sí, y adiós pelo en general. Seguramente cuando se le pasase la resaca al día siguiente padecería una depresión por todo lo alto y lloraría tirando la maquinilla de afeitar a la basura.

Pura exageración, el pelo siempre crece. En un mes volvería a tener el cabello como antes. Diego no solía dejárselo muy largo. Un mes, a lo sumo dos... y su cabello estaría como siempre lo había estado.

O eso esperaba Lucas, que se empezaba a sentir culpable.

Lucas se encogió más cuando una brisa le pegó en la cara con su tacto helado.

Él tenía veintiséis, se había encontrado dos precoces canas en los pelillos de una patilla y no había caído en la miseria. Incluso le parecía divertido. No es que envejecer fuese una fiesta, pero juzgaba que todavía le quedaba una o dos décadas para tomárselo a broma.

No entendía porqué Diego se comportaba de aquella forma tan infantil. Incluso aunque de un día para otro su cabello se tiñese de blanco como en alguna surrealista película de Studio Ghibli... seguiría llevándose a la cama a quien quisiese. Porque Diego era así, y punto.

El tiempo pasaba, era inevitable. Lucas lo llevaba con tranquilidad. Nada se podía hacer contra la realidad. De todas formas... no es que estuviese usando su juventud para mucho. 

Lucas era un joven común en todos los aspectos de su vida. Su propia normalidad le exasperaba en demasiadas ocasiones.

No era muy alto ni muy bajo, ni muy delgado, ni muy fuerte, ni gordo. Carecía por completo de panza pero sus abdominales ni siquiera se apreciaban para el ojo humano bajo una capa de grasa. No era muy pálido, no estaba moreno. No destacaba en nada.

Su cabello castaño no era ni rizado ni liso, más bien ondulado, carente de forma y un poco seco. Era un cabello feo, sin brillo, del montón. Desde su pesimista punto de vista él no era más que una piedra más en una cantera, invisible. Su cuerpo, como las olas del mar junto a muchas otras olas, se confundía con otros muchos cuerpos.

"Un hombre con el pelo marrón... los ojos marrones..." decían al describirle, como tantos otros. No usaba aparatos en los dientes, ni gafas, ni un parche en el ojo, ni ropa extravagante. Nada diferente con lo que poder describirle. Quizá su nariz fuese un poco grande, lo cual tampoco era un dato muy esperanzador. No era feo en absoluto (o eso esperaba él intentando ser optimista) pero tampoco tenía ningún rasgo más bello que el resto que llamase la atención. De hecho, al contrario de Diego, cuando intentaba ligar con alguien en la discoteca rara vez se salía con la suya. Todo en él era... común.

Tenía una vida también muy cotidiana. Trabajaba ocasionalmente en un despacho en el centro de la ciudad. Lucas era psicólogo, como lo había sido su padre y lo era su hermano. Pero no era un afamado en su profesión ni tenía un lujoso despacho. Solo era un joven recién salido de la carrera con buenos contactos, que siempre había estado a la sombra de su hermano mayor. Desde la facultad seguía sus pasos intentando recibir los mismos halagos, y fracasando. La mayor parte de su jornada laboral transcurría haciendo cafés y contestando llamadas.

No tenía pareja, pero la había tenido durante mucho tiempo. Siete años de relación que se había apagado sin enormes discusiones ni maletas volando por la ventana, simplemente el amor se les murió como muere un pajarito sin alimentar.

Se habían despedido con un abrazo y un "Ya nos veremos". Llevaba un tiempo solo y no le iba tan mal así.

Lo único que se le podía considerar diferente a Lucas era el hecho de ser gay. Aunque no estaba seguro si tener la misma orientación sexual que millones de personas era una gran diferencia.

Jamás lo había ocultado y sus padres lo aceptaron con naturalidad. Lucas nunca tuvo que sentarse con ellos y decir "Papá, mamá; soy gay" porque ellos ya lo sabían. No hubo dramas. Desde siempre sus comentarios habían estado dedicados a los chicos guapos que veía en televisión. Suponía que la gran pista había sido cuando a los cinco años Lucas siempre insistía en que Aladdín y Hércules eras sus novios. Los dos.

Su teléfono móvil sonó y vibró en el bolsillo de su pantalón. Sonrió al ver el nombre de su amigo en la pantalla y descolgó.

—¿Qué he hecho? —gritaba Diego sin darle tiempo a saludar. La bebida siempre le había sentado tan mal...apenas se le entendía.

Lucas rio.

—Te has afeitado la cabeza al tres. No es para tanto —le dijo riendo—. Lo has hecho tú mismo, tío. Lo ha grabado Juan. Lo colgará en youtube, lo sabes. Pero te vuelvas loco, ¿Vale? En unas semanas volverás a tener pelo. Quizá te hagas viral y los niños acaben haciendo un challenge en TikTok o algo así.

—Os voy a matar —dejó arrastrar la amenaza con voz ebria. Lucas rio con ganas a costa de su voz desesperada.

Su risa se desvaneció cuando fijó la vista en el bulto que se encogía en esa misma esquina. Bajo el foco de un portal se sentaba un joven que frotaba sus manos compulsivamente como si pretendiese prenderles fuego para entrar en calor.

No llevaba guantes y su ropa no parecía muy abrigada. Pasaba tanto frío que se encogía como queriendo abrazarse a sí mismo mientras temblaba.

Parecía ser joven. Debía rondar los diecisiete o dieciocho años. Un hombre en construcción. Le recordó a su hermano pequeño, que también tenía la misma edad, aunque su aspecto era muy diferente. Instintivamente quiso ayudarle, porque a él le gustaría que si su hermano Guillermo se veía alguna vez en una situación parecida alguien se acercase para echarle una mano. 

Pero algo en la actitud de ese chico le decía que no quería recibir su ayuda, ni la de nadie.

Sus vaqueros de color negros estaban apretados contra sus piernas finas pero torneadas, y si no hubiese estado sentado Lucas hubiese visto un precioso culo turgente. Llevaba una camiseta muy larga y ancha, rasgada y rota que dejaba ver la piel blanca de su pecho. Y por encima de ella una chaqueta de cuero negro con algunas tachuelas que parecía bastante cara aunque usada, y que no llevaba bien cerrada.

Su cabello negro estaba tan despeinado que apuntaba hacia todas partes captando las motas de nieve como pequeñas estrellitas en un cielo oscuro.

No podía verle la cara porque se encogía sobre sí mismo. Aún así, en las sombras, pudo apreciar unos brillantitos en su oreja emitiendo destellos.

Lucas no era el tipo de hombre que gustaba de meterse en líos. Hubiese seguido su camino si no hubiese sido por la sangre.

Algunas gotas manchaban el suelo alrededor del chico, tiñendo la nieve de rojo.

—Cuando os pille yo... —le decía Diego a través del teléfono. Lucas volvió a la realidad rápidamente. Aquel muchacho no parecía estar bien. Temblaba violentamente, y las gotas de sangre seguían manchando el blanco a sus pies cayendo rítmicamente. Quisiera o no su ayuda iba a recibirla.

—Tengo que colgar —le dijo a su amigo y sin más así lo hizo. Cerró el teléfono y lo guardó.

El chico se giró rápidamente al oír su voz más cerca. Con un movimiento violento que solo puede provocar el alcohol, como un gato asustado en un callejón, le miró mientras Lucas se acercaba con paso tranquilo dejando huellas en la nieve.

La luz de la farola iluminó su rostro por fin. No tuvo que fijarse mucho para ver que el copioso goteo de sangre provenía de su nariz aunque al muchacho no le importase, su mejilla derecha estaba manchada de marcas, hinchada; y en su labio había un corte.

Y aún así...era hermoso. Su rostro irradiaba juventud y exceso. Como un halo de salvaje descontrol a su alrededor. Sus rasgos eran finos, angulosos y marcados, pero fuertes al mismo tiempo. Algo le decía que esa mandíbula de hierro no era fácil de desencajar.

Tenía piercings en las orejas, y aunque la oscuridad no le dejaba ver bien, Lucas pudo ver algunas líneas tatuadas en sus manos y lo que parecía un pájaro en su cuello.

Ese aspecto moderno y rebelde no le impresionó demasiado. "Modas de la juventud" pensó sintiéndose un anciano a pesar de no cumplir la treintena.

Cuando él era joven, allá por los no tan lejanos noventa, también había chicos que vestían así y se agujereaban el cuerpo para lucir brillantitos. No él, que siempre había sido muy reacio a destacar.

Pero el rock era muy viejo ya, y siempre había habido rockeros con tachuelas y botas negras.

El muchacho se puso en pie. No era más bajo que él, incluso le pareció más alto por pocos centímetros. Estaba delgado pero parecía fuerte. Las cadenas de sus pantalones brillaron a la luz de las farolas.

—Oye —le dijo el chico vestido de negro para llamar su atención. Lucas pudo observarle mejor. Su atractivo resaltaba como lo haría una amapola entre basura. Joven y exótico. Un aro de plata le atravesaba la nariz sangrante igual que a los toros en el campo y a medida que miraba descubría nuevos tatuajes, como la pequeña cruz que adornaba su pómulo bajo el ojo derecho— ¿Tienes fuego?

—No, eh.. yo... no fumo —le dijo intentando parecer amable. La nariz del chico no dejaba de gotear sangre y no parecía preocuparle en absoluto.

—Joder con la gente sana, os vais a morir igual que los fumadores ¿sabes? —gruñó el chico de malos modos. Le temblaban las manos. 

—¿Estás bien?¿Qué te ha pasado?

El chico hizo un gesto de encogerse de hombros. Lucas frunció el ceño. No solo le sangraba la nariz. Tenía sangre en la camiseta. Debían haberle dado una paliza muy fuerte para dejarle el cuerpo en ese estado. 

—A veces uno se cree muy fuerte, se encuentra con un gilipollas... y piensa que tiene la polla más grande —le dijo el chico sin darle importancia, reía. Su voz tenía un natural todo despectivo y su risa amarga estaba bañada por la sangre que resbalaba desde su nariz manchando sus dientes de rojo—. Pero no. No es más grande, para nada.

Lucas alzó una ceja. Se debía estar congelando, hacía muchísimo frío y eso que él tenía ropa abrigada cubriendo su cuerpo. Vestía muy a la moda, pero no muy funcional.

—Apenas puedes caminar —comentó. El chico de negro rio. Sus ojos almendrados eran de un color extraño, difícil de adivinar con tan escasa luz. No eran pequeños, en absoluto, pero se achinaban por su expresión dándoles un extraño aspecto rasgado.

Era evidente que el muchacho había bebido mucho. Incluso más que él. Podía oler el alcohol desde donde se encontraba, sus movimientos eran torpes y sus ojos parecían velados por un manto de estupidez.

—¿No? Si yo estoy perfectamente. Podría follarte ahora mismo; aquí y ahora   —le dijo de malos modos, arrastraba algunas palabras.

Lucas alzó las cejas sorprendido por ese comentario ¿Era gay el chico? ¿Por eso estaba en ese barrio de locales de ambiente? Pero el muchacho no pareció notar su gesto y siguió hablando.

—Estoy perfectamente —repitió—. Igualmente tampoco voy a hacer un maratón ¿Sabes? solo tengo que llegar a casa.

Lucas suspiró. Sabía que no debía inmiscuirse en la vida de quien, aún sangrando, prefería quedarse en la calle con aquel frío. Pero Lucas se vio incapaz de marcharse y dejar al chico en ese estado sin asegurarse de que no le pasaría nada malo.

—¿Está muy lejos?, ¿Pueden venir a buscarte tus padres?

El chico estalló en carcajadas, aunque Lucas no consideraba su comentario gracioso en absoluto.

—No, no pueden —le dijo riéndose aún. Su risa era una mala canción que inspiraba sentimientos desagradables—. Tengo una idea, ¿Y si me llevas tú?

—¿Yo? —dijo sorprendido. El chico asintió torpemente— No tengo coche.

—No tienes mechero, no tienes coche...empiezo a pensar que eres inútil —le dijo el muchacho entrecerrando sus ojos— ¿Que hace un bastardo a estas horas, con la nieve, caminando solo por la calle... si no fuma ni tiene coche? ¿Eres un degenerado pervertido? Si tu plan es secuestrarme tienes que saber que estoy sin blanca.

Lucas no se ofendió en absoluto, dejó pasar el comentario tranquilamente. Aquel chico le resultaba gracioso con su grosería adolescente.

—No soy un degenerado, niño ¿Que haces tú por la calle entonces, sangrando, sin coche ni mechero? —inquirió él siguiéndole el juego.

El chico sonrió de lado, acercándose a él con repentina lascivia. Los gatos debían haber aprendido a caminar así viendo a ese muchacho moverse, inclinándose insinuante hacia él. La pura realidad era que a Lucas no se le solían insinuar muy regularmente y, aunque le avergonzase reconocerlo, reaccionó absurdamente aguantando la respiración con cara de pasmado. Lo primero que pensó fue que era una broma, pero el verdadero motivo lo supo un segundo después.

—Estaba trabajando. Pero si quieres... trabajo contigo esta noche, ¿tu casa tiene calefacción?

Lucas abrió mucho los ojos en un acto-reflejo cuando comprendió de golpe. Como una bofetada que no había visto venir. Eso explicaba que el chico estuviera en aquella esquina a esas horas...Por supuesto. No era raro en aquel barrio ver a chicos que ofrecían su cuerpo. Era un barrio muy liberal con la prostitución, por así decirlo. A pocas calles de allí se concentraban los bares y locales dedicados a un público homosexual de lo más variopinto. Lucas lo había descubierto cuando fue a visitar el piso con su casera antes de alquilarlo. Un precio muy bajo siempre trae un inconveniente y aquel era el motivo.

A algunas personas le resultaba incómodo y repulsivo cruzarse por la calle a la flor y nata de la comunidad lgtb, ataviados con sus mejores galas, mientras se dirigían hacia la Calle Rosa para pasar la noche en sus locales favoritos.

Lucas en cambio sonrió. Su calle era tranquila, y a él no le molestaba en absoluto lo que pasase en aquel barrio mientras no llenase de ruido sus noches. 

Aunque pasasen cosas como esa. Chaperos.

—No vas a conseguir muchos clientes con esa nariz chorreando —le dijo señalándola con un gesto de su mano. En el justo momento que comprobó que Lucas no estaba dispuesto a contratar sus servicios la lascivia desapareció de su mirada y dejó de actuar. El chico rio despectivamente e intentó sorber la sangre.

—Claro que sí, tú te has acercado, ¿No? —le dijo con gestos ebrios en sus manos—. Pasará  otro hombre al que se le ponga dura al ver mi sangre. Hay mucha gente rara por ahí, ni te haces una idea de la de pirados que puedo encontrar.

—¿Ha pasado mucha gente por esta calle hoy? —preguntó Lucas divirtiéndose bastante al ver la cara del muchacho. El chico, visiblemente enfurruñado, negó con la cabeza.

Dudaba que tal y como estaba sentado el muchacho cuando le vio... hubiese pasado alguien más que él. Hacía demasiado frío.

—Solo tú —le dijo gruñendo— . Mira, solo para que lo sepas. Ciento cincuenta la hora, setenta si es solo una mamada rápida ahí atrás.

—¿Setenta euros? —inquirió Lucas sorprendido. Él no tenía ni idea de las tarifas del sexo ilícito. Le vino a la mente el pensamiento contradictorio de que ese era un precio caro de pagar, pero increíblemente barato de cobrar. Le parecía que era una cantidad enorme de dinero para pagar por algo fugaz como una mamada, pero puestos a pensar en ponerle un precio en un acto así, desde el punto de vista de quién se vendiese, era un valor triste.

—No. Setenta flores. A mí me pagan en flores ¿Sabes? En gardenias, normalmente —le dijo el muchacho hecho sarcasmo. Luego se puso muy serio y le miró fijamente evaluándolo a conciencia— ¿Qué te crees, eh? No soy un chico barato, ¿Eres retrasado o algo así?

Lucas sonrió por el descaro del chaval frente a él. Su voz áspera era despectiva por naturaleza, amarga como el café quemado. 

—No soy retrasado, niño.

—Mira, amigo. Me canso de hablar contigo.

Su nariz sangrante no cesaba de gotear. Lucas frunció el ceño cuando sin decir nada más el chico dio media vuelta y se marchó. 

Era un muchacho guapo, y si caminaba una media hora llegaría a la zona céntrica de pubs, encontraría fácilmente un cliente que pagara sus tarifas, por precario que fuese su aspecto. Por algún motivo ese pensamiento hizo que se le contrajese el estómago.

Le parecía denigrante y repulsivo venderse a sí mismo como un objeto de placer, del mismo modo que también se lo parecía comprarlo. 
Corrió a su encuentro, poniéndose frente a él para cerrarle el paso.

El joven estaba tan borracho y adolorido que apenas podía caminar en línea recta.

—¿Te lo has pensado mejor? —preguntó sorprendido. Lucas asintió.

—Te ofrezco un trato —le propuso seriamente—. Ven conmigo a mi casa esta noche. No es bueno que estés fuera con esas heridas, y mañana cuando decidas irte... te pago un taxi.

El chico le miró a los ojos. Estaban cerca y por fin pudo ver de qué color eran. Eran extraños. Parecían verdes y azules al mismo tiempo, tan claros que incluso parecían grises pero con marrón rodeando su centro. Verde intenso por los bordes. Su mirada era fría, calculadora. Sopesaba la propuesta a pesar del alcohol.

—¿Sin sexo? —preguntó receloso.

—Nada de sexo —le aseguró él—. No pienso pagarte. Solo pagaré el taxi hasta tu casa. Pero dormirás en un sitio caliente.

El chico se lo pensó tranquilamente unos segundos más y luego asintió.

—Hace un frío de cojones esta noche.

Tardaron casi media hora en ver su edificio. Llegaron a su portal caminando lentamente porque el muchacho apenas podía moverse, cojeaba y se quejaba de un dolor en su costado. En cuanto Lucas propuso visitar el hospital más cercano el dolor del chico sanó milagrosamente y no hubo más quejas. Aunque seguía cojeando.

Tomaron el ascensor hasta el tercer piso en lugar de las escaleras, porque Lucas calculaba que estarían subiendo escalones hasta el día del juicio final a ese ritmo.

Su piso no era grande. Tenía una cocina minúscula y el salón adherido a ella por una barra americana, un aseo diminuto que comunicaba con su dormitorio y otra habitación que usaba como despacho. Lucas atendía las visitas privadas de sus escasos clientes en casa, y cobraba una tarifa parecida a la del chapero. Por la mañana trabajaba en el despacho junto a su hermano haciéndole las veces de ayudante y secretario.

El chico entró y miró a su alrededor con los ojos desenfocados por el alcohol.

—¡Joder! Así que esta es tu casa... —susurró. Lucas asintió. El chico sonrió con aquella característica sonrisa sarcástica— Y yo que pensaba que eras pobre y por eso no me querías pagar...¡Oh! ¡Tienes un gato!

Lucas rio. En realidad no era SU gato. Él no le tenía. Un día apareció en su balcón y se le ocurrió ponerle agua y algo de comer. Desde entonces no se había separado de su casa. A veces se iba y volvía a los pocos días. A Lucas le gustaba su compañía. Desde que había cortado la relación con su ex... se había estado sintiendo un poco solo.

Lucas aceptó tenerle como compañero de piso, que no como mascota, a cambio de mantenerlo limpio concienzudamente. No quería pulgas en su casa.

Se trataba de un gato de color negro como la más oscura noche, pero una de sus patas era de color claro. Como si la hubiese metido en pintura. Le había llamado Tacheté, que significaba "manchado" en francés.

—En realidad es un gato callejero que...

El muchacho negó con la cabeza, interrumpiéndole con una desdeñosa risotada que en realidad parecía divertida.

—Te gusta llevarte cosas abandonadas en la calle a tu casa, ¿eh? —le cortó él, guiñándole un ojo.

Lucas se quedó en el umbral de la puerta observando las reacciones de aquel chico al entrar. Caminaba lentamente, por el dolor de su costado. Se comportaba igual que Tacheté la primera vez que entró en la casa. Caminaba con cuidado, como preparado para salir corriendo en cualquier momento, observándolo todo a su alrededor con curiosidad.

Había algo en aquel chico respondón. Una mezcla de rabia y melancolía. Su voz sonaba tan terriblemente sarcástica... Sus ojos parecían astutos. Y era furia lo que despedía a su alrededor, cada poro de su piel sudaba tristeza y rencor. No el tipo de tristeza autocompasiva que llena los ojos de lágrimas ni la tristeza momentánea. Aquel chico padecía de un enorme pesar asumido, tan anclada estaba esa melancolía mordaz en su ánimo que le resultaba normal.

¿Y qué otra cosa se espera de un niño con esa vida?

Lucas enfermaba solo con imaginarlo. Él jamás vendería su cuerpo para que otro lo tocase a voluntad. Aunque gracias a su vida entre los algodones de la clase media nunca se había sentido abocado a ello. Él solo daba placer cuando recibía placer. Hacerlo por obligación le parecía tan... tan triste...

—Voy a buscar el botiquín para pararte esa sangre, no quiero que me manches el sofá —le dijo, y fue a por el algodón y alcohol de heridas.

Cuando volvió al salón, el muchacho había rebuscado en su cocina hasta encontrar una botella de vodka a medio acabar.

Eso le molestó bastante, pues él no le había dado permiso a aquel muchacho entrometido para tocar sus cosas.

—Sí... tú como en tu casa. Busca lo que quieras —le dijo alucinando. El muchacho frunció el ceño mientras pegaba un trago a la botella.

—Si me quedase un poco de dinero compraría una botella, o puedo encontrar a alguien que me invite...—le dijo tambaleándose— Pero me has recogido de la calle... ¿Y ahora te das cuenta de que no soy precisamente una buena persona y tienes miedo de que te robe? ¡Pues sorpresa! Tienes muchas cosas bonitas y seguro que tienes mucho dinero...

—Más te vale que no. Mañana estará todo en su sitio, por tu bien. Anda, quítate la chaqueta.

Y así lo hizo el muchacho. Con su camiseta rasgada podía ver que el chico tenía un tatuaje que le cubría el hombro izquierdo y parte del brazo. 

Algo parecido a un cuervo con las alas extendidas, grande e intrincado, cada pluma parecía contener un diseño único. Aquel era el trabajo de un verdadero artista. El cuervo tenía unos extraños ojos amarillos, que parecían mirar sin ver.

En su brazo izquierdo más dibujos decoraban su piel, y en sus manos tenia tatuadas unas calaveras simples, líneas tan simples como las letras y figuras que también marcaban sus nudillos. El muchacho parecía un lienzo.

—¿Cuantos años tienes? —preguntó por simple curiosidad. Su juventud era evidente, rozando la mayoría de edad. La pregunta era... ¿Era mayor de edad o solo lo parecía?

—Me estoy meando.

—¿Me has escuchado? —le dijo frunciendo el ceño. El muchacho le miró directamente a los ojos severamente. Su interior estaba lleno de amargura, era evidente.

—¿Y tú a mí?

Se observaba un gran moratón en su costado, a través de su ropa rasgada, parecía que le habían pegado una patada. Tenía también arañazos con sangre seca que parecían más antiguos.

—¿Qué es lo que te ha pasado? —le dijo Lucas acercándose. El muchacho se quitó la camiseta y se sentó en el sofá.

Su piel era blanca como si jamás tomase el sol, lisa y de apariencia suave. Era delgado, pero no flaco. Su torso y sus abdominales se marcaban equilibradamente. La verdad es que el muchacho estaba como quería.

—Me han pegado una paliza —le dijo asintiendo— y la verdad... me la merecía. Le he vacilado a un cabrón ENORME. He dicho cosas muy feas sobre su madre, y él se ha enfadado. Natural. ¿Porque me lo preguntas? ¿Acaso vas a ir a reñirle por pegarle a los niños indefensos?

—¿Por qué eres tan desagradable?

—Así evito matar gente.

Lucas sonrió divertido por sus respuestas, y notó que el chico relajaba notablemente su actitud al ver su sonrisa.  Miró sus puños, sus nudillos estaban sangrando también. Debió haber pegado algunos buenos puñetazos.

El chico tomó un trago de la botella.

Y al levantar el brazo Lucas pudo verlo. No se había parado a mirar la cara interna de sus muñecas.

Se le fue la respiración. Y su corazón se olvidó de latir como es debido. Agarró su brazo y lo extendió para verlo mejor.

En su muñeca había cicatrices profundas y gordas, rugosos gusanos que marcaban su piel. Eran cortes rectos, ni por asomo accidentales.

Agarró su otro brazo y el chico se dejó hacer. Se quedó mirando la cara de Lucas cuando vio que en el otro brazo había un espectáculo similar. En la vena de su antebrazo, había muchas marcas de pinchazos. Aunque parecían marcas antiguas.

—¿No eres muy joven como para ser drogadicto? —le dijo Lucas con la voz fría como un tímpano. ¿Porque estaba tan molesto? Ni él lo sabía con seguridad. El chico rio de nuevo con aquella risa suya muerta, una risa sin alegría.

—¿No eres demasiado desconocido para que me importe tú opinión? —le replicó tranquilamente. Frunció el ceño pero no se movió, dejó que el hombre examinara sus cicatrices.

—¿Cuántos años tienes?

—Ni pocos ni muchos. Los suficientes. 

—¿Pero cuántos?

—Puedo tener los años que tú quieras que tenga, ¿A ti cómo te gustan?

Lucas dejó escapar el aire de sus pulmones en un suspiro cansado, había evitado responder aquella simple pregunta por todos los medios por mucho que la hubiese repetido, aquel muchacho no debía ser mayor de edad. Si lo fuese hubiese contestado.

—Te autolesionas—le dijo el hombre muy serio. Su tono reprobatorio dejaba muy claro lo que pensaba sobre el asunto.

En su trabajo había topado con muchachos que se cortaban. Su experiencia le decía que solía pasar en jóvenes con problemas para manejar sus propios sentimientos y que habían perdido el control de forma abrumadora, pero jamás, en toda su carrera, se había encontrado con un suicida. La piel del muchacho estaría marcada para siempre.

—Suena como si me cortara un brazo... solo fueron algunas venas y tendones, no los suficientes—gruñó él.

—¿Como te llamas? —le preguntó Lucas, serio como cuando hablaba con un paciente. El chico le sonrió burlonamente—Yo me llamo Lucas y...

—Yo soy Nolan —le interrumpió él—¿Vas a curarme la nariz o tengo que mancharte el puto sofá para que prestes atención?

—Sí, claro —asintió él, que había olvidado el goteo del muchacho. Le curó las heridas con alcohol aunque el chico se quejase como una chiquilla solo para molestarle. Luego le colocó dos tapones de papel en las fosas nasales y el chico llamado Nolan echó la cabeza hacia atrás.

Nolan era un nombre extraño, por supuesto no sería su nombre real, pero como apodo... seguía siendo raro.

Se preguntó cual sería el nombre real de aquel muchacho extraño. Su apariencia indicaba que podía ser de cualquier sitio y en su voz no había ningún acento.

—¿Por qué tanta ayuda? —le preguntó de pronto Nolan, con los tapones en la nariz, su voz sonaba extraña. Tomó un trago de la botella y se atragantó.

Lucas juzgó que ya había bebido suficiente y la apartó. El muchacho estaba tan borracho que ni siquiera intentó recuperarla.

—Me gusta ayudar a la gente cuando puedo hacerlo —le dijo Lucas en voz baja. Nolan frunció el ceño como si le costase entenderlo.

—¿Como en una ONG o algo así? —opinó— Por setenta euros yo sí que podría ayudarte a ti.

Lucas rio.

—Si no puedes ni moverte —le dijo el mayor. El chico se acercó a él lentamente. Se sacó los tapones de la nariz. Lucas se quedó quieto.

Le costaba recordar la última vez que había estado cerca de alguien tan atractivo.

—¿Quieres que te enseñe lo bien que puedo moverme?

Lucas entendía que ese muchacho se dedicase a eso. Parecía haber nacido para seducir, aunque tuviese la mejilla hinchada y la cara manchada de sangre.

Su voz era áspera, sin llegar a ser ronca. Parecía tan triste... y a la vez...

Tragó saliva y se apartó de él bruscamente. Se vio de pronto de pie frente a él, sin saber qué hacer o dónde mirar.

—Supongo que eso es un no...—susurró el chapero a media voz.

********************************************

El muchacho durmió en el sofá aunque intentase meterse en su cama varias veces. Después de dejarle claro que no ganaría sus ciento cincuenta euros la hora con él por mucho que lo intentase y cerrar con fuerza la puerta de su habitación, el chico se ofendió. Viendo que no conseguiría nada, Nolan se fue al sofá y se acabó la botella de vodka.


Durmió gran parte de la mañana también, y despertó con un intenso dolor de cabeza.

Lucas no había oído el ruido del cuarto de baño en toda la noche, pero el muchacho ya no se quejaba de querer usarlo. Miró el macetero de la planta que decoraba su salón. La tierra estaba mojada y él no había regado desde hacía unos días.

"Qué puto asco, joder" pensó arrugando la nariz.

—¿En serio te has meado en mi planta?

No se lo podía (o quería) creer. Nolan se encogió de hombros.

—No me dejabas entrar en tu habitación. Era eso o el balcón... y hacía mucho frío. Se me iba a quedar la picha chica.

Lucas evitó decir lo que pensaba porque no quería ofender a nadie, pero apretó los puños para controlar su mal genio y en pocos minutos ni le daba importancia.

Miró a Nolan. Ya no sangraba, y a excepción de la resaca, parecía encontrarse mejor.

Lucas se ofreció a prepararle el desayuno, pero él lo rechazó.

—Estoy muy gordo para mi profesión —le dijo con un mohín. Si algo no estaba el muchacho era gordo.

—¿Por qué haces eso? —le preguntó Lucas. Se le partía el corazón al ver la mirada rabiosa en aquellos ojos tan bonitos. Se intentó imaginar la vida del chico ¿Como acaba uno vendiéndose en las calles? ¿Y su familia? Pero no supo responder a sus dudas.

El chico se acercó y le sonrió altanero.

—Tal vez me gusta, ¿Lo has pensado? Todos esos hombres sudando por mi culo... dispuestos a pagar lo que fuese por mí ¿No te parece maravilloso?


Desde luego Lucas no concebía tal cosa. Se imaginó que los clientes del chico le tratarían mal muchas veces, y que algunos serían desagradables físicamente, violentos o maleducados.

"Ni te haces una idea de los pirados que puedo encontrar" le había dicho.

Si era cierto que le gustaba por el hecho de sentirse deseado... el chico padecía de la necesidad de amor y atención más fuerte que Lucas hubiese presenciado en su vida. Eso, y el hecho de sus cortes en las muñecas y sus coqueteos con las drogas... Era fácil de entender. El chico tenía problemas emocionales muy graves. No era normal tanta tristeza en alguien tan joven.

Le tendió su tarjeta. Nolan se la quedó mirando con expresión absurda en el rostro.

—Soy psicólogo —le explicó con un gesto para que la cogiera—. Si algún día quieres hablar o necesitas ayuda yo...

El chico sonrió sin diversión, como siempre. Simplemente como una burla.

Lucas se quedó mirando absorto su nariz pequeñita y recta, pero con una muesca en el puente como si se la hubiese roto alguna vez. Ese chaval con pelos despeinados, ojos envueltos en furia y piercings, era guapo de cojones. Se sintió culpable por pensar de esa forma. Pero debía admitirlo. Nolan era la persona más atractiva que hubiese visto en su vida. Un joven de diecisiete años como mucho con la actitud más sombría que hubiese visto nunca.

Le hubiese gustado verle sonreír de verdad, aunque fuese una sola vez; un pequeño atisbo de felicidad le hubiese cegado. 

—Mira —le dijo suspirando cansado—, Prefiero un buen polvo a una charla, y no me vas a ayudar en eso ¿verdad?

Tomó un post-it y escribió algo en él. Le tendió el trozo de papel con su número de teléfono.


—Yo soy chapero —le dijo él imitando su fórmula—. Si algún día quieres hablar o necesitas ayuda...llámame.

Dicho eso, marchó cojeando con mucha dignidad por la puerta. Lucas oyó como la puerta se cerraba, se giró. Y suspiró.

Menudo chico.

********************************************

—Te lo follaste, admítelo —dijo Diego dándole un golpecito en el brazo. Se encontraban en una tienda de ropa de mujer de la calle principal, y al oír aquellas palabras dichas sin la menos discreción, la mujeres que hacían cola en el probador se giraron alarmadas como vírgenes de una comuna Amish — ¿Qué miran, señoras?


Lucas negó con la cabeza, rojo de pura vergüenza. Le incomodaba sobremanera hablar de ese tema tan personal en voz alta, aunque fuese con su mejor amigo. Diego carecía de pudor.


—No lo confesará jamás. Ya le conoces. Es un cabroncete cobarde —apostilló Germán. Era bajito, él más nervioso del grupo con diferencia. Empezaba a quedarse medio calvo pero su cara siempre lucía una cuidada barba. Una muchachita de piernas largas se puso a mirar faldas cortas a dos metros de ellos—. Con vuestro permiso, voy a aconsejar a una dama.


Lucas respiró hondo arrepintiéndose de aquel error de principiante que era contarle un secreto a sus amigos.
Ellos no lo entendían en absoluto. Porque ellos no habían visto al chico, ni habían oído sus palabras ni habían rozado sus heridas. Ellos no habían mirado esos ojos tristes.


Diego, su mejor amigo, el único con su misma orientación sexual en el grupo, le pasó el brazo por lo hombros.

Era, con diferencia, el más atractivo de sus amigos. Siempre tan presumido que cada vez que se acercaba su cumpleaños sufría una crisis existencial. Sus rasgos eran mucho más recordables que los suyos propios. Diego tenía los ojos verde oscuro como el musgo de otoño. El cabello de color castaño rojizo y su barba corta parecía descuidada a voluntad. Incluso ahora, con el cabello tan corto, estaba guapo. Le empezaba a crecer el cabello de nuevo y resaltaba mucho más su mandíbula fuerte. Con unos rasgos bonitos cualquier cosa le quedaba bien.

Era alto y su cuerpo era atlético, grande y ancho de espalda. Era tan encantador que Lucas a veces pensaba que incluso lo fingía.


"Yo quiero uno así" decían algunas chicas al verlo. Tenía realmente gracia que fuese tan extremadamente homosexual.


—Amigo mío...Tú no eres un cobarde —le dijo. Lucas apretó los labios dudándolo seriamente—. Dime que anoche metiste la polla en caliente, venga. Dímelo. Por como has descrito al niño parece una joya. Como la última coca-cola del desierto.


Lucas negó con la cabeza de nuevo.


—Se trataba de un chapero —le dijo despacio. Y como su amigo parecía no entender cual era el problema añadió—Un chaval. Un chapero joven sangrante, borracho y triste. Tengo un código moral. No pienso follar con alguien a quien solo le interesa el dinero que le voy a pagar.


—¡A la mierda con el código moral! ¡Cuando se trata de un culo bonito no hay leyes, Gilipollas! ¿Es que no te he enseñado nada? —exclamó él llamando la atención de muchas clientas a su alrededor— Ese chico se quedó en tu casa porque le gustaste. Te lo ofrecía gratis, subnormal, ¿Cuánto hace que no follas?


Iba a contestar pero Juan se acercó alarmado haciendo aspavientos con los brazos y paseando una cara de alarma.


—¿Venís a mi puto trabajo a hablar de pollas y de culos? —les dijo enfadado, intentando bajar su tono de voz. Juan era el más joven, el hermano pequeño de Germán. Era delgado y alto. Y había heredado los mismos ojos oscuros que su hermano. 


—Solo hemos venido para ver ese uniforme —le dijo Lucas. Juan vestía de negro completamente, con un traje elegante de corbata—¿Porque te visten como si fueras un mafioso italiano venido a menos?


—Espero que te paguen bien por llevar puesta esa corbata tan fea —dijo Diego, apostillando su comentario— Bueno, te cuento. Estaba comentando la subnormalidad intrínseca de nuestro amigo Lucas...que anoche tuvo en su casa a un niño que le ha dejado embobado...


—No estoy embobado, solo digo que era guapo —interrumpió Lucas para defenderse. Diego le puso su mano enorme en la cara, tapándole la boca.


—Embobado. Completamente agilipollado por su culo —repitió él—. Un chaperito emo o algo así ¿Y no va el atontao este y no le pega el polvo de su vida?


—¿Un chapero no es como... una puta? —Inquirió Juan frunciendo el ceño— Yo tampoco me follaría a una puta por muy buena que esté... Detrás de esas cosas hay trata y mafias. No sé, está mal. 


—GRACIAS, Juan. 


—Mientes —sentenció Germán, que había vuelto con un número de teléfono en el bolsillo. El boquita de oro siempre conseguía ligar— ¿De qué vas disfrazado, hermano? Bueno, da igual. Si ves pelis porno pajeándote... imagina que aparece en tu casa Sasha Gray, y te dice "Oye, Juan. Me he enamorado locamente de ti y quiero que me folles ya, aquí y ahora" ¿Tú que harías?


—Si me dice eso... Primero me desmayo. Y cuando me recupere de la emoción sí que me la tiraría, coño, esta muy buena...Pero no es lo mismo —asintió Juan con ímpetu— Porque no creo que ese chico te dijese "Lucas, estoy enamorado de ti, cásate conmigo y huyamos de la trata de blancas en tu caballo a la luz de la luna"


—No. No fue eso lo que dijo.


—¡JUAN! —interrumpió el dueño de la tienda. El hombre abrió los ojos y recordó que su misión al acercarse era la de echarles a la calle por llamar la atención de su clientela de heterosexuales mujeres decentes, en su mayoría.


—¡FUERA! —dijo él muy alto, les señaló la puerta— Como me despidan por vuestra culpa, otra vez, os mato a todos ¡FUERA DE AQUÍ, DEGENERADOS! ¿Quedamos mañana? ¡ESTA ES UNA TIENDA DECENTE! salgo a las seis ¡AQUÍ NO PERMITIMOS UN VOCABULARIO TAN SOEZ! Marchaos, ya, joder. Moved vuestra diminutas pollitas hacia la puerta, por favor.


—Tío... vaya vergüenza de hermano tengo—le susurró Germán fingiendo estar decepcionado—. A veces me sorprendes.


—Hasta la seis, Corleone —dijo Lucas riéndose. Juan enrojeció. Diego se iba refunfuñando.


—Esto es acojonante...

Y se fueron.

Germán se marchó a su casa en cuanto salió de la tienda. Se despidió de ellos sin dar muchos detalles y marchó calle arriba. Seguramente tendría alguna cita.

Lucas se quedó a solas con Diego. Su mirada pícara le incomodaba sobremanera.

Su amigo, con su cuerpo atractivo de brazos fuertes, con esa sonrisa suya que parecía iluminarle el rostro... su amigo no entendía que a menudo la gente no tuviese ningún interés en acostarse con uno salvo el dinero, y que no estaba bien dejarse llevar por esa situación para apaciguar un impulso...


Él siempre conseguía lo que quería. Sin ningún tipo de culpabilidad.


Lo cierto era que ya habían pasado tres días desde ese extraño encuentro con el muchacho y que apenas podía apartarlo de sus pensamientos. Pocas veces se había sentido así por alguien. No era un ensoñamiento amoroso, ni mucho menos. Tampoco era deseo. Simplemente... una honda curiosidad. Un intenso deseo de ayudar.

—Deja de pensar en ese chico —le dijo su amigo propinándole un buen empujón. Lucas recobró la compostura y le sonrió.

—Es fácil decirlo...

—Tú lo que necesitas es salir una noche. Ir a un buen local con buena música, buena gente y ver si ligas con alguien. Desde que dejaste tu relación con Esteban... dudo que hayas metido.

—¿Metido?

—Follado, alelado —le dijo— ¿Ves lo que te digo?

Lucas enrojeció al instante. Lo cierto es que tras la ruptura había conseguido llevarse a alguien a casa algún sábado en contadas ocasiones. Y en ninguna de ellas le había ido demasiado bien.

—Más de lo que crees...—se tiró el farol sin titubear, al fin y al cabo "un par de veces" seguía siendo más de lo que Diego suponía.

—Claro, claro —susurró Diego, escéptico— Te voy a buscar a las doce a tu casa, más te vale estar presentable.

Y así quedaron.

Lucas se arregló como supo, y lo triste es que ni él mismo apreciaba una notable diferencia. Poco se podía hacer con tan defectuosa materia prima. Se peinó el cabello para darle un aspecto más cuidado, se afeitó con esmero. Se puso unos tejanos azules y una camiseta negra con cuello redondeado. Y unos zapatos negros. Su reflejo en el espejo de devolvió una mirada crítica.

—Eres la hostia y esta noche vas a arrasar... —se dijo, al instante se sintió totalmente estúpido y su reflejo pareció caer en la resignación—. En realidad tienes pinta de pagafantas, pero ni siquiera eso... esta noche serás el aguantavelas de Diego.

Porque eso era muy cierto, ligaba mucho más si iba solo que si le acompañaba Diego. Las comparaciones eran odiosas.


Lucas no era feo en absoluto, pero sí invisible. Su aspecto no llamaba la atención, su timidez era un lastre. En cambio Diego era alegre y extrovertido, un cazador nato.

—¡Mariquita! —gritaba alguien desde la calle. Lucas se asomó al balcón para confirmar que Diego había venido a buscarle en su coche negro y brillante porque estaba recién lavado— ¡Baja ese culo hasta aquí que no encuentro aparcamiento!

—Ya voy —le dijo Lucas gesticulando con las manos, para que Diego esperase frente a su casa—. Hasta luego, Tacheté.

El gato no le miraba, por supuesto, se lamía muy ocupado una pata.

**********************************************

Lucas miró a ambos lados de aquella puerta de cristal negro. El guardia de seguridad le devolvió una mirada extraña.

—¿Dónde me has traído?- preguntó Lucas. Dentro unas luces de colores iluminaban la oscuridad y el humo.

—Se llama Olimpo, será porque aquí vienen dioses. Mira, mira —le dijo Diego elevando la voz para hacerse escuchar sobre el ruido. Le señaló a unos muchachos que entraban junto a ellos y Lucas se sintió como un muñeco troll bajito y gordo.

Pasaron la puerta y la música les dio en la cara. Música tecno, sin llegar a ser machacona.  Las personas que bailaban se encontraban en la planta de abajo, restregando sus cuerpos para no caerse con sus contoneos. Desde allí podían verlo, iluminados por los rayos de luz con color.

Para acceder a la pista de baile debían bajar una ancha escalera iluminada por luces azules en sus escalones y para ir a la barra rodeada de sillones con mesas bajas había que girar a la izquierda.

Lucas se sentó en uno de los sillones miando a su alrededor, eran puffs negros, así que en cuanto se sentó se sintió encajonado. Había mucha gente ese día allí. Como en toda discoteca gay que se precie, había jóvenes guapos bailando sobre algunas tarimas. También había jóvenes guapos caminando de aquí para allá, bailando, sentados, pidiendo algo de beber en la barra... Allí era hermoso todo dios menos él.

No era una típica discoteca decadente donde, en su mayoría, iban los hombres maduros en busca de carne fresca, para nada. De los ahí presentes, solo el jefe de camareros pasaba los 40.

—No empieces a quedarte en una esquina esperando a que alguien se te acerque —le dijo Diego gritándole al oído. Lucas pensó "No es tan fácil" pero calló. Tomó su vaso de vodka con redbull y lo sorbió de un trago— ¡Eh, eh! Bebe con moderación.

—¡A la mierda la moderación! —contestó Lucas de mal humor—¡Sabes que solo puedo hacer esto borracho!

Realmente él no quería estar allí. A su alrededor pasaban muchos jóvenes guapos, y hombres algo mayores que él con aspecto atractivo. Y ninguno de ellos podía lamer la suela del zapato de Nolan. No podía olvidarse de su nariz rota.

Diego tenía razón, no podía aparcarse en una esquina cerca de la barra ¡Él no era feo, por el amor de Dios! Iba a ligar esa noche, iba a olvidar a ese maldito chaval. 

Pidió otro vodka con redbull.

Diego miró a la multitud como escaneando, apartando la paja del oro, en busca de un diamante. O el diamante se escondía bien o aquella noche prefería quedarse con él, pues no se movió. Pero bien sabía Lucas que si a Diego le gustaba alguien se iría con esa persona sin dudarlo y le dejaría solo.

—Esos de allí están locos, podrían ser tus clientes —bromeó Diego señalando hacia unos muchachos que se peleaban en la pista de baile, gritando y moviendo los puños amenazadoramente pero sin llegar a tocarse en ningún momento.

Lucas rio y se acercó a la barandilla para observar lo sucedido en el piso inferior.

Por lo que parecía dos jóvenes demasiado borrachos habían chocado, hacían mucho ruido pero no iban a pelearse.

Se quedó como embobado mirando como los chicos eran separados por sus amigos y todo volvía a la normalidad. Aquellos jóvenes bailaban casi todos al mismo tiempo, del mismo modo, tan juntos que parecían apoyarse en el otro por si se caían.

Entonces, como un rayo directo a su cerebro. Como si el maldito cañón de luz solo le iluminase a él (cosa que no era cierta).

Le vio.

Nolan.

Allí.

No bailaba, tampoco parecía divertirse. Caminaba lentamente, escurriéndose entre los cuerpos para hacerse un hueco y pasar.

Era imposible no reconocerle. Su cabello estaba totalmente despeinado, negro como su amargura. A diferencia de muchos de los que allí estaban, Nolan llevaba mucha ropa puesta. Vestía de negro y gris, con su chaqueta de cuero y unos vaqueros rasgados. 

Algunos cuello se giraban para que los ojos mirasen y los labios le dedicasen sonrisas a su paso.

—Eh, Diego —le llamó, señaló al muchacho— ¿Ves ese chico de negro?

—Como para no verlo...—susurró Diego, pero le oyó bien. Lucas asintió.

—Ese es Nolan.

Diego abrió mucho los ojos más como un gesto condenatorio que por asombro .

—No jodas, ¿Y no te lo follaste? 


—No empieces...— susurró Lucas.

—Está bueno —dijo su amigo— Espera, ¿Qué hace?

Lucas se fijó mejor. Las manos de Nolan no estaban quietas mientras pasaba. A medida que iba pasando registraba los bolsillos ajenos que tenía a su alcance con sigilo y de vez en cuando se guardaba algo en el interior de su chaqueta.

—Creo que está robando —dijo Lucas simplemente. Diego rio.

—Vaya cabrón.

Nolan pasaba entre la gente sin prisa. Un chico se acercó a hablar con él. Las luces parpadeaban. A Lucas no le gustaban las discotecas, todo allí le resultaba agobiante; el ruido, el humo, el olor, las luces.

Y en aquel momento menos. Tenía calor, se le empezaba subir el alcohol.

Vio como el muchacho hablaba brevemente con Nolan y luego se iba con las manos vacías y el rechazo pintado en la cara.

"Quizás no tiene dinero" pensó Lucas de mal humor.

Entonces algo impredecible sucedió. El muchacho caminaba tan tranquilo, robando lo que podía, y cuando llegó al final de la pista se giró hacia atrás.

Nadie le habló, nadie le tocó.

Pero Nolan se giró y le pegó un empujón con todas sus fuerzas al chico que tenía más cerca. El muchacho cayó al suelo, borracho y desorientado. Sus amigos intentaron agarrar a Nolan, que se defendió a base patadas descoordinadas fingiendo estar mucho más borracho de lo que estaba.

Diego y Lucas se miraron sorprendidos por aquella muestra de violencia gratuita.

Llegaron los guardias de seguridad y agarraron a Nolan en volandas, y se lo llevaron de allí sin que él se resistiese. Por un momento... Lucas juró ver en sus labios algo parecido a una sonrisa.

—Vale, algo malo debía tener...—dijo Diego— Tu chico está como una puta cabra.

Lucas ya lo sabía, le había dado su tarjeta pero el muchacho no le había llamado.

—Se va por la puerta de atrás con los bolsillos llenos de carteras. Ha desaparecido de la pista de baile en menos de dos minutos...para cuando alguien note que le falta algo en el bolsillo él ya estará lejos —le dijo Lucas. Diego asintió comprendiendo— Oye, Diego. Quiero irme a casa.

**************************************************

Un sábado por la noche en aquella zona del barrio de ambiente de la ciudad significaba ruido y personas extravagantes por la calle. En aquella calle había al menos siete bares BDSM uno en frente de otro. En menos de diez minutos de paseo hasta el coche de Diego pudo ver a tres drac queens con tacones de vértigo, pudo ver a un hombre disfrazado de vaca con shorts de cuero, a una lesbiana borracha mientras su novia le recogía el cabello para vomitar en una esquina...

A Lucas todo ese ambiente le disgustaba, prefería la zona más tranquila. Lucas era de los que les gustaba salir a divertirse de forma más serena, quizá a algún bar con mesas... y en horario diurno.

—Que ese chico se crea que esto es el puto Pressing Catch no te debería poner de mal humor —le dijo Diego. Lucas se encogió de hombros.

Entonces Diego se quedó quieto. Lucas conocía bien esa mirada. Su amigo había visto un diamante. Uno que parecía gustarle mucho.

Siguió la dirección en la que miraban sus ojos y lo vio también.

Se trataba de un chico joven, demasiado joven. Lucas dudaba que fuese mayor de edad.

El chiquillo rubio rondaría los diecisiete, como mucho. Miraba el cartel en la puerta de un bar como si se estuviera decidiendo si entrar o no.

Era delgado y bajito. Su cara aniñada tenía una forma bonita, y sus ojos eran grandes y azules.

—Es un bebé —le dijo Lucas a su amigo. Diego sonrió con picardía.

—¿Y qué hace aquí? —le dijo fingiendo una inocencia que no había tenido en la vida— Este no es lugar para un niño ¿Y su niñera?

—Se habrá perdido —dijo Lucas riendo.

—Voy a preguntarle si necesita ayuda.

Lucas sabía perfectamente que Diego carecía de ética moral, si podía se llevaría a ese niño a la cama, pero le echaría de su casa al día siguiente para no volver a verlo.

—¿Eso significa que me vuelvo andando a mi casa? —le dijo con una ceja alzada. La amplia sonrisa que le dedicó su amigo le contestó sola antes de caminar hasta el muchacho.

Se quedó mirando por diversión. El chico era bajito, apenas llegaba al pecho de Diego, y al alzar la mirada hacia las puertas de aquel bar parecía asustado.

Vestía de forma impecable. Tejanos caros y camisa blanca. Parecía perdido, temeroso y adorable como un cachorrito blanco en una noche lluviosa.

De su cuello colgaba una cruz de plata en una cadena muy fina. Cristiano, lo que faltaba. Lucas realmente se preguntaba que hacía ese muchacho en un lugar como aquel. Podía pasarle algo malo. En los bares había muchas malas personas. Desde luego, si debía acercarse alguien prefería que fuese Diego. Su amigo le trataría bien.

—Hola —le dijo Diego. Tuvo que afinar bien el oído para poder oírle a través del ruido. El muchacho dio un respingo notándolo tras él. Se giró y sus mejillas adquirieron un color casi carmesí— ¿Vas a entrar en ese antro de perversión?

—Bueno... me... me lo estaba pensando —respondió el muchacho en apenas un susurro. Parecía demasiado tímido para ser clientela habitual de aquel local BDSM.

Diego le sonrió pensando exactamente lo mismo que Lucas. Dudaba que el portero le dejase pasar. Pero por supuesto él no se lo iba a decir.

En realidad era un muchachito muy adorable, y cuando sonrió nervioso por algo que había dicho el mayor, más.

Lucas se quedó mirando la escena en medio de la calle, sin pizca de vergüenza ni disimulo.

"Soy un mirón"

—Creo que te asustarías si entrases ahí... no tienes pinta de venir mucho por aquí...

El chico frunció el ceño y intentó inflarse para parecer mayor. No le salió muy bien. Seguía siendo bajito y delgado.

—Pues vengo mucho...—dijo el niño en un intento de impresionarle.

"Claro, desde que te quitaron el pañal" pensó Lucas sonriendo.

Decidió marcharse caminando. No le guardó rencor a Diego por haberle dejado tirado. Estaba acostumbrado. Conocía a su amigo desde hacía muchos años y siempre había sido igual. Lucas no era la persona que solía enfadarse durante días por motivos sin importancia. Su hermano Berto siempre le decía que él era un felpudo complacido de ser pisado, Lucas pensaba que simplemente le daba pereza estar enfadado.

A demás, ese muchachito bien se lo merecía. Si Lucas encontrase a alguien atractivo que le riese los chistes también dejaría tirados a sus amigos sin pensarlo un segundo.

Al pasar por la esquina donde se encontró por primera ver con Nolan se acordó del chico. Rememoró su mirada inteligente y su expresión mordaz...

¿Qué estaría haciendo en ese momento el muchacho?

La nevada de la noche anterior había cubierto la acera, ya no quedaba rastros de sangre.

Lucas suspiró y se dirigió caminando a su casa con paso tranquilo.

Notas finales:

Por favor, dejen su opinión. Es muy importante para mí <3

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).