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Sin palabras por lpluni777

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Notas del fanfic:

SS pertenece a Masami Kurumada.

Sin palabras

(adecuadas)

 

 

Era extraño, despertar en una cama ajena y en compañía. Costaba creer que lo de la noche anterior no hubiese sido otro sueño; o tal vez una pesadilla, por cómo todo había tomado lugar.

En el calor del momento no lo advirtió, pero, resultó ser mucho más sencillo de lo que jamás había estimado. Acostarse con el onceavo caballero dorado fue toda una experiencia, cosa que al pelirrojo no parecía faltarle. Resultó asombroso, pero ahora que tenía la cabeza en calma, también fue decepcionante, por su propio desempeño más que otra cosa.

Aunque apenas se atrevía a pensar en cómo continuar. Si simplemente intentaba marcharse, podría despertar a su compañero de armas; si lo despertaba, quizás el pelirrojo le pediría que se marche porque el asunto entre ellos había acabado; si aguardaba a que el tiempo pasara, la segunda opción seguía vigente. Cuando pensó en confesar el maremoto de pensamientos que cargaba desde hacía unos meses, no esperó llegar a nada y consiguió mucho más de lo que imaginó; pero podía perder todo lo que había ganado apenas Camus abriese los ojos.

¿Qué había ganado realmente? Esperanzas. Solo eso.

Esperanzas que podían volverse añicos en un segundo.

Incluso si eso era lo mejor, Aioria no deseaba que ocurriese.

No se atrevió a hacer otra cosa que esperar, observando a su compañero descansar. El caballero pelirrojo lucía tranquilo, de un modo que él no había presenciado antes; sin la represión de sentimientos o el tragarse palabras que solo denotarían molestia o incluso alegría. Lo que en verdad logró animarlo, fue que su compañero dormía en calma a su lado. Confiaba en él.

Para alguien como Aioria, el eterno hermano del traidor Sagitario, que uno de sus camaradas no mintiese o se forzase en decir que lo consideraba como tal, resultaba… nostálgico. Casi un alivio.

Pero todo debía acabar en algún punto, y el cielo apenas llevaba unos minutos vestido de celeste cuando los párpados del onceavo santo se separaron de manera perezosa. Pareció requerir de algunos segundos para reconocerlo pero, una vez lo hizo, bostezó. Aioria sonrió un instante al notar como su compañero se estiraba bajo las mantas.

Mas dejó de hacerlo cuando el pelirrojo se incorporó, privándole la visión de sus ojos para cambiarla por la musculatura de su espalda. A la altura de su cadera, alcanzó a notar unas marcas rojizas; volvió a reprocharse mentalmente por haber sido demasiado bruto. Incluso estuvo a punto de disculparse, pero en ese momento el pelirrojo volteó a verlo por sobre el hombro izquierdo.

El león dorado cortó su respiración por un momento, esperando ser echado en cualquier instante. Pero los segundos pasaban y Camus simplemente se le quedó mirando.

—Hola —decidió decir el rubio cuando recordó cómo respirar. La expresión del pelirrojo cambió un poco, como si se hubiese despertado por segunda vez.

—Hola —contestó—… Sigues aquí —añadió tras un momento de duda. Aioria adivinó lo que seguiría a esas palabras—. ¿Te quedas a desayunar?

Su predicción fue errónea.

 

 

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—Ponte ambos pares —indicó Camus cuando le dejó un par de medias en cada mano y regresó su atención al clóset—. Aunque no me afecte, sé que hace frío aquí arriba, sobretodo en la mañana —aclaró.

Aioria se había dado cuenta, aunque el usar las prendas de su compañero le parecía… no muy apropiado, pero el francés había insistido en no permitirle vestir la ropa que dejó regada por el suelo. Aunque seguro eran dos pares de medias porque no pudieron hallar su zapato izquierdo. Cuando acabó de cubrirse los pies, Camus se hallaba frente a él, extendiendo un abrigo.

—Gracias —era un abrigo de cuero con felpudo, algo que nunca vio al pelirrojo vestir; apenas le quedaba corto en los brazos, pero obviamente pertenecía a Acuario. Incluso tenía su signo bordado en la manga derecha—. No sabía que también necesitabas usar éste tipo de ropa —no pudo callarse el comentario.

Camus terminó de enlazar los cordones de su zapato y levantó la mirada con curiosidad.

—Sería un desperdicio de mi tiempo tener que estar dando explicaciones de porqué voy por la calle en pleno invierno vistiendo una musculosa —explicó mientras estudiaba a su compañero—. Se te ve bien.

—Me queda algo chico.

—También se nota —Aioria no supo como reaccionar y eso seguro se vio en su expresión, una mezcla de «No entiendo» y algo de gracia que no llegaba a ser tal, con una sonrisa a medias; quizás aún estaba muy dormido como para procesar las cosas correctamente. Al notarlo, Camus apartó la vista—. Disculpa, creo que… olvida lo que dije —y quizás no era el único medio despierto.

Aioria intentó convencerse de que el ligero rubor en el rostro de su compañero era causado por la pena y ninguna otra cosa, después de todo, no había mencionado absolutamente nada de lo ocurrido horas atrás; así que seguro solo estaba siendo amable al permitirle comer con él en su templo.

—De acuerdo —asintió el rubio.

En verdad, lo había imaginado algunas veces, pues desde que fueran niños, en muy contadas ocasiones había visto a Acuario sin Acuario cubriéndolo. Pero incluso con ropa puesta, que no era precisamente pesada, Camus se veía extrañamente delgado para lo que se esperaría de un caballero; no le faltaba musculatura y éso era lo importante, mas el pelirrojo tenía una residencia estable en Siberia de todos los lugares; Aioria no quería ni imaginar cómo sería enfrentarse ante aquél frío polar estando prácticamente desnudo y con tan poca grasa encima.

Pero verdaderamente, Camus era tan hermoso como lo había pensado. Su piel se mantenía clara en las zonas que la ropa solía cubrir y apenas estaba bronceada en los sitios donde no pero, de una forma u otra, sus pecas no pasaban desapercibidas; su cabello era saludable y de un color precioso, aunque parecía tener la manía de apartarse el flequillo del rostro echándolo hacia atrás; sus manos eran elegantes, con dedos largos y uñas bien definidas que solo acentuaban esa característica; quizás habría sido un buen pianista. Unos minutos antes se sorprendió al notar que tenía el mismo esmalte de uñas en los pies, pues no había reparado en ello unas horas atrás, aunque a su favor estaba convenir que los pies del francés no fueron lo más interesante del encuentro. Eso sí, concluyó que su color favorito seguro debía ser el rojo cuando vio la musculosa que sacó para del armario para cubrirse.

—Iré a preparar la comida. Puedes descansar un rato más si lo deseas, te aviso cuando esté lista —en lo que decía eso, Camus alcanzó la puerta.

Aioria finalmente se levantó del pie de la cama en ese instante.

—Te acompaño.

—No es necesario.

—Quiero ayudar.

El pelirrojo volvió a esquivar su mirada, y se tomó unos segundos con la mano en el pestillo de la puerta antes de decidir.

—Como prefieras.

 

 

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—Creía que ninguno de nosotros podía hacer algo más allá de un emparedado, después de todo, para éso están los asistentes —comentó Aioria en lo que llevaba un esponjoso trozo de panque a su boca.

Ante eso, Camus asintió y continuó comiendo en silencio unos minutos con la mirada baja. Aunque no parecía sentirse halagado. Cuando alzó el rostro, lucía curioso.

—Sí sabes que eres de los pocos santos con el privilegio de tener sirvientes, ¿no? —Aioria ladeó la cabeza—. Además de ti, solo Aldebarán y Shaka tienen gente en sus templos.

—¿De veras? —sabía que Aldebarán comía como un rey cada día pero, de entre todos, pensaba que Shaka era el único sin asistentes.

Camus asintió.

—Creo que el resto no congeniamos con las personas normales —dijo, intentando hacer que aquello sonase divertido. Falló.

—¿Qué quieres decir?

Una vez más, el francés se tomó su tiempo en empezar a hablar.

—Cuando era más joven, me presentaron un sirviente apenas mayor que yo, no recuerdo su nombre pero parecía soportar bien el frío de éste sitio —hizo una pausa y frunció el ceño—. Cuando fui a Siberia por primera vez, me marché sin despedirme y al volver él ya no estaba. Supongo que nunca fui muy amable y vio la oportunidad de irse siendo que no le dejé ninguna orden de aguardar por mí mientras estaba afuera —el pelirrojo se encogió de hombros—. Por otra parte, no necesito explicar porqué Afrodita no tiene. Deathmask ha espantado a todos los que se le permitieron. Milo no es… no quiere tener gente a su cargo, y creo que es el mismo caso con Shura, aunque en realidad no lo sé.

—Lamento oír eso —Aioria inspiró hondo—. Aunque, siendo que no sé cocinar ni aunque mi vida dependa de ello, no los llamaría un privilegio.

Camus lo miró estupefacto un instante, pero luego rió un poco por lo bajo.

—En realidad, me refería al privilegio de tener cerca personas que se preocupen tanto por uno, como Lithos lo hace por ti —Aioria presionó los labios, un tanto agradecido y algo triste también.

—De hecho, le estado buscando un trabajo por el pueblo.

—¿Por qué?

—No estaré aquí para siempre y cuando yo deje mi casa, ella deberá hacerlo también. Quiero asegurarme de que en ése momento no estará perdida y sepa hacer algo para vivir por su cuenta.

—¿Sueles pensar sobre eso?

—¿No lo hacemos todos?

Camus asintió suavemente.

—Claro que lo hago, pero tengo menos cosas que dejar atrás. No creo que sea tan importante como lo es para ti, tienes gente que te ama.

—… Es egoísta que pienses que tú no.

 

 

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Lo besó cuando terminaron de limpiar los platos. Camus no lo apartó, incluso correspondió, llevando una mano para acariciar su cabello dorado.

Aioria, el bravo león, aún no se atrevía a decir nada comprometedor. Después de todo, Camus le permitió pasar la noche con él luego de explicarle mil cosas con las cuales había estado fantaseando durante meses, había dicho muchas cosas vergonzosas, deseos que prefería mantener ocultos… finalmente, el pelirrojo accedió a hacerlos realidad; ya que era el cumpleaños de Aioria. Entre toda la montaña de palabras que soltó estando medio ebrio, nunca mencionó sentimientos.

«Quizás sea simple curiosidad», había sugerido el pelirrojo cuando oyó que era el primer hombre por el cual había sentido atracción. «Si tienes ganas de averiguarlo, no te negaré el deseo hoy».

—¿Te encuentras bien? —inquirió Acuario rompiendo el contacto—. Estás tenso.

—Yo… —dudó.

—¿Es por lo de antes? —intentó adivinar—. No te preocupes por éso, tienes razón. Hyoga me aprecia tanto como yo a él.

—Y Milo —se apresuró a añadir, para morderse la lengua acto seguido. El pelirrojo asintió con una sonrisa, una preciosa sonrisa que pocas veces se podía apreciar. El león tragó grueso, estaban disfrutando de la compañía del otro, pero él ya no tenía motivos para permanecer en la onceava casa; tal vez sería su última oportunidad—… Y yo.

El francés arqueó una ceja.

—No sabía que apreciases tanto a tus compañeros.

—No lo hago —negó rápidamente, pues en verdad la mayoría le caía como una patada en el hígado (a veces de manera literal); tan llenos de sí mismos que podían llegar a pensarse más que meros seres humanos. Claro que él mismo era creído, lo sabía, pero no hacía a menos a otras personas por ello, ni se pensaba el mejor de entre los doce—. ¿Recuerdas todo lo que dije anoche? —Camus asintió—. No estoy seguro de cuándo empezó, pero mi interés hacia ti no es solo físico. Cada vez que te marchas, éste lugar se vuelve casi insoportable.

—¿El santuario?

—Sí. Tú eres el único que no se niega a dirigirme la palabra, ¿sabes? —cuando el pelirrojo frunció el ceño, agregó—. ¿Crees que todos se rebajan a saludar a un traidor cuando pasan por su casa por mero protocolo?

—No eres un traidor.

—También eres el único que parece pensarlo —Camus dio un paso atrás, luciendo verdaderamente extrañado, quizás incluso un poco molesto. Aioria sonrió—. Lamento si eso sonó muy triste, sé que no te gusta lidiar con sentimientos tan inútiles; no espero que me consueles ni nada parecido, ya me he acostumbrado. Solo, quería explicar que aprecio mucho lo poco que haces por mí, y creo que ése aprecio... se volvió algo más en éstos últimos meses.

Acuario arrugó la nariz, pensando en algo que parecía resultarle complicado; sin dejar de ver al griego enfrente suyo. Leo le dio algo de espacio para que sopesara lo que haría a continuación, resignado a que ya había permanecido más tiempo del esperado en aquél templo.

Hasta que el francés soltó un suspiro.

—Entiendo lo que quieres decir, Aioria —en un instante, tomó la mano derecha del rubio con su zurda—. Pero, el motivo por el que luces tan desanimado… ¿Acaso piensas que me acostaría con cualquier persona solo por unas palabras eróticas?, ¿sin tener el menor interés en ellas?

Estuvo a punto de responder afirmativamente cuando cayó en cuenta de lo ofensivo que éso sonaría. Así que se quedó con la palabra en la boca. El pelirrojo se mordió el labio inferior.

—No soy promiscuo. Tampoco negaré que tengo experiencia, pero éso nunca brindó frutos.

—No es de mi incumbencia lo que hagas con tu vida personal, pero aunque te acostaras con cada persona que conozcas, creo que igual me gustarías. Soy feliz con lo que ya me has dado.

Camus cerró los ojos.

—Aioria —presionó la mano del león que tenía aferrada y respiró hondo—, ¿no te gustaría darnos una oportunidad?

—¿Qué?

—Incluso si no lo sabes, comparto la opinión de varios residentes en el santuario. Eres el ejemplo de hombre ideal, luchando desde niño por limpiar tu nombre y demostrar que mereces tu puesto. Nunca te vi como una amenaza, pero siempre entendí porque Milo y los demás podían sentirse amedrentados con tu presencia. Eres uno de nosotros, uno de los hombres más fuertes que existen; no te avergüenzas de tu historia y buscas la redención de tu hermano en tus actos de cada día… Como mínimo, tú eres el que debería ser admirado aquí.

Aioria sintió que su rostro se encendía. La seriedad en la expresión y el tono de voz de su compañero, apenas medio año mayor, sonaba tan reconfortante como algún día lo hicieran los consejos de su hermano.

—Si en verdad puedes aceptarme… me gustaría darnos una oportunidad —resolvió el griego.

Camus acercó su mano libre al rostro ajeno despacio, con delicadeza.

Quizás Leo estaba imaginando cosas, bien todo lo que ocurrió desde el amanecer podía haber sido un sueño, pero aquél beso lo sintió varias veces mejor que el anterior.

 

 

Notas finales:

Esto llevaba guardado por ahí unos meses, así que decidí terminar de escribirlo por fin.


Iba a tener otras escenas, pero cómo olvidé para dónde iba en un inicio y con éste final no encajaban, pues bueno.


¡Cuídate mucho!


Esto ya nada que ver, pero lo comparto: «las hojas entraron detrás del hombre como pájaros muertos», entiendo que el libro que estoy leyendo es de misterio/medio perturbador, pero las metáforas del autor me matan jaja.


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