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El pecado del demonio por AlbaYuu

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La creencia de que tu alma vaya al infierno por cometer un pecado contra dios ha estado siempre presente en los humanos. Para ellos el mundo está dividido en: El Olimpo, el cielo; territorio de los ángeles y las almas puras que al morir suben para disfrutar paz eterna. Zeus, el dios supremo concede a dichas almas el paraíso. Allí viven las ninfas y los elfos. Cantan bellas canciones dirigidas por Orfeo, el músico del cielo.


Luego está el infierno, allí las almas son enviadas cuando han cometido algún pecado y han sido malas en vida. El infierno está dirigido por Pandora, la dama negra. Fue enviada al infierno tras abrir la caja prohibida liberando las peores pesadillas sobre el cielo y el mundo de los humanos; causando muchas enfermedades y feroces guerras que por poco acabaron con el mundo. Pandora es la líder suprema del infierno. Bajo su liderazgo están los llamados tres jueces del infierno, quienes tras un juicio juzgan a las almas que llegan al infierno y son enviadas a diferentes infiernos donde pasan toda la eternidad entre terribles castigos y agonías. Estos seres eran tres demonios de mucho poder que mantenían el orden en el infierno. Radamanthys, considerado el demonio más poderoso después de Pandora, estaba por encima de sus dos hermanos debido a su descendencia del mismo dios Zeus. Fue condenado al inframundo por enamorarse de Pandora. Una vez allí ella le ofreció ser uno de los seres más poderosos otorgándole el poder de la destrucción. Él es el demonio como "Wyvern", cuyo poder se hace más temible debido a su ira y posé un temible veneno. Luego están Minos, siendo el demonio del Grifo, cuyos hilos controlan todo lo que tocan y después se encuentra Aiacos o demonio de la Garuda, quien conoce todos los secretos de las almas de los humanos. Luego podemos destacar demonios de menor rango, quienes son el demonio del Balrog, Lune, quien controla hasta el fuego y lava más ardiente del infierno, Farao, e demonio de la esfinge, quien es el encargado de medir el nivel de pureza en los corazones de las víctimas con su balanza de la igualdad, y luego está Valentine, el demonio del odio y los desamores. Cada uno de ellos dirige uno de tres infiernos. El infierno de las Pasiones Pecadas, el cual encierra todos los placeres del mundo los cuales se convertirán en tu peor pesadilla. El Infierno de las torturas, donde tú castigo será sufrir una tortura por toda la eternidad. O el infierno del juicio final, donde siempre tendras un juicio en el que serás declarado culpable y a posteriori serás engullido por Cerbero vivo y luego volverás otra vez a ser juzgado.


Muchas veces, a los demonios les encanta jugar con los humanos y tentar a sus almas para que cometan algún pecado.


Un día llegó al infierno cierta alma que llamó la atención de Radamanthys, pero no solo la atención de Wyvern, sino también la de Grifo y Garuda. El alma era un joven de largos cabellos rojizos y unos profundos orbes verdes. Pero lo que más resaltaba era su fisionomía, parecía ser un ser delicado. Poesía rasgos levemente afeminados mezclados con una masculinidad natural y una complexión musculosa y delgada. Se encontraba frente a los tres jueces, esperando para ser juzgado. Farao dio unos pasos hacia delante y alzó la balanza por la cual se vería la pureza del ser. Si superaba el peso de la pluma su pureza sería muy grande y sería mandado al cielo, si igualaba la pluma se le abriría el paso a los Elíseos, donde solo unas posas almas afortunadas lograban llegar y donde sus dos guardianes, Tánathos e Hypnos, le brindarían la vida eterna de paz y felicidad.


—Muy bien—dijo Farao. —pon aquí tu corazón y veremos si eres merecedor de entrar a los Elíseos, ser mandado al cielo o a alguno de los infiernos...


Con algo de temor, el joven extrajo el corazón de su pecho y lo puso sobre la balanza. Todos permanecieron en silencio ese rato que la balanza se balanceó de un lado a otro hasta quedar nivelada. Farao abrió los ojos al ver que la balanza estaba perfectamente igualada, no se pasaba a ningún lado. Estupefacto se giró mirando a los tres jueces y se habló.


—Esta nivelada a perfección. Pido el paso de esta alma a los Campos Elíseos.


Todos miraron asombrados a Farao. Minos carraspeó un poco y se levantó para abrir las puertas que daban a los Elíseos. Y así aquella alma entró para perderse en aquel paraíso en el del infierno.


Y así vino la siguiente y tras varios juicios Radamanthys pudo retirarse por fin a descansar. Pero en vez de ir a sus aposentos en su propio castillo dentro del inframundo se dirigió al castillo de su señora Pandora. Al llegar se presentó en la sala del trono donde estaba la reina de los infiernos junto a algunas damas de compañía. Al ver a su general pasó a dar un par de palmadas para hacerlas desparecer por una de las puertas y se centró en su adorado y más fiel demonio. Radamanthys se había arrodillado ante ella y esperó a que le diese el permiso para hablar:


—Wyvern, Radamnthys, ¿ qué te trae por aquí? No sueles venir a pedir nada? —hizo incapie ahí viendo como este alzaba la cabeza, había acertado.


—Mi señora Pandora, hoy vino un alma muy extraña al infierno, fue muy afortunada de entrar a los Elíseos, siempre me he preguntado por qué seres como ellas han tenido que morir. —confesó.


Esa duda golpeaba su cabeza desde algún tiempo, pero esa alma se la había recordado. Aún tenía muy presente su rostro, era único y muy bello. Pandora permaneció callada observando a su general de confianza. Era extraña esas palabras, si tanto quería ver aquel alma podía acercarse a los Elíseos.


—Puedes ir a verla, pero sabes qué pasará si sucumbe a ti, ¿verdad? —alzó una ceja para ver a su demonio.


Radamanthys asintió con la cabeza y tras retirarse con el permiso de su señora pasó a adentrarse hacia el parasíso del cual solo unas pocas almas disponían de un privilegio para entrar. Pocas veces había estado allí. Bajó por el Inframundo hasta llegar a unas enormes puertas y tras identificarse con el guardián se le condeció el paso.


Los Elíseos eran un auténtico paraiso. Eran grandes campos de flores y hiervas por los cuales corrían las almas afortunadas en compañía de las ninfas y elfos del lugar. No había hambre, ni tristeza, agonía, dolor o cualquier otro sentimiento de tristeza que inundara a las almas. Allí solo existía la paz. Sus pies tocaron la fina hierva, pero no pudo notar su textura, pues llevaba unas duras botas de cuero para poder andar por los rocosos caminos del infierno. Su búsqueda no fue muy larga y al cabo de unos minutos halló al alma que busqueba. Primero la observó desde la distancia, estaba sentado en uno de los campos y con sus finas manos rozaba aquellas flores. Vestía una túnica blanca estilo griego corta que dejaba ver sus largas y esbeltas piernas. Radamanthys no perdió detalle en estudiarlas de arriba a bajo. Eran muy bonitas, podía rivalizar con las de su señora. No las piernas de su señora eran sagradas y nadie podía pensar en ellas. Borró esa idea de la cabeza cuando una voz llamó su atención. Una de las ninfas se acercaba a aquel perrijo y le hacía entrga de una corona de flores, luego se sentó a su lado y de forma coqueta empezó a tocar una de sus piernas y se acercaba a su oído para susurrarle algunas cosas. De repente empezó a sentirse incómodo y trato de alejarla, pero ella siguió insistiendo. Radamanthys observó unos segundos y luego entró en acción. El joven pelirrojo se levantó y trató de escapar de aquella ninfa, entonces se chocó con alguien y al segundo un brazo rodeaba su cintura. La ninfa se detuvo al ver Radmanthys y como extendía sus grandes alas para dar mayor ferocidad.


—Lo siento, pero deberás de buscarte a otro para tus juegos. Esta alma ya tiene dueño.—dijo de forma amenazante hasta conseguir que la ninfa se marchara asustada.


El joven pelirrojo no había podido evitar sonrijarse. Ese demonio le tenía muy pegado a él. Pero le gustó. Cuando la ninfa se marchó Radamnthys le soltó y guardó sus alas. El joven sostenía la coraona entre sus mano y solo pudo sonreír para darle las gracias.


—Muchas gracias, desde que he llegado a este lugar no hacía más que seguirme y colmarme de regalos.—dijo avergonzado un poco y mostrando su incomodidad por la invasión de su espacio personal.


Eso llamó la atención aún más de Radamanthys, generalmente, cuando las almas llegaban a los Elíseos solían dejarse llevar por los palceres que las ninfas y elfos ofrecían a los afortunados. Pero ese joven no, había rechazo a esa ninfa. ¿Por qué? Le observó de arriba a bajo de nuevo y pudo notar que su mirada parecía intimidarle, sus mejillas se habían vuelto de un leve color rosado. Adorable, pudo pensar Radamanthys de forma inconsciente. Chasqueó la lengua y se giró para marcharse de allí. Pero la voz del joven le detuvo.


—¡Espera!—logró que Radamanthys se girara.—¿Como te llamas? Quiero saberlo.


—Soy Wyvern, pero puedes llamarme Radamanthys.


—Radamanthys, es un nombre muy interesante. Yo soy Lugonis, dime ¿vendrás a visitarme más veces?


¿Cómo? Realmente ese chico era de lo más intrigante y llamaba mucho su atención, no solo por su aspecto físico, sino por su forma de ser. Irritado por ese comportamiento se acercó a él para quedar a centímetros de su rostro y verle bien a los ojos. Eran verdes como esos prados y profundos que hacían querer seguir mirándole. En definitiva, ese chico llamaba su atención, pero obviamente no lo admitiría así como así.


—Escuchame, soy un deminio muy podoro y con muchas ocupaciones, me pillaste aquí de casualidad...No te acostumbres.


Se separó de él y se alejó molesto llehando a mirar hacia atrás. Lugonis le hacía gestos con las manos y sonreía con una sonrisa que podía llegar hasta el fondo del corazón del ser más frió. El corazón de Radamanthys se aceleró y sus mejillas tomaron ese carácteristico color rojo. ¡No podía ser! No volvería a ese lugar. Solo le causaría distracciones en su trabajo y quehaceres. Pero, lamentablemente, para Radamanthys, esa no fue la última vez que piso los Elíseos...


Durante bastante tiempo, tras acabar los juicios a las almas y cuando disponía de tiempo libre iba a visitras a Lugonis a los campos Elíseos y allí se pasaba junto a él largos ratos. Al principio solo le observaba desde lejos y no hacía nada por querer acercarse. Se fijó en que Lugonis rechazaba a todos lo que le proponían pasar tiempo junto a él y/o disfrutar de algún placer. Simplemente Lugonis permanecía sentado en el mismo lugar donde tuvo lugar su primer encuentro y se limotaba a esperar. Al principio no hacía nada y solo observaba las flores, pero luego empezó a tener consigo un arma, la cual tocaba algunas suaves melodían. Y para sorpresa de Radamanthys cautivaron su oído. Hasta ahora solo había aceptado oír tocar a su amada señora Pandora cuando tenía el lujo, junto a sus otros compañeros de oírla tocar en persona. Los menos afortunados tenían que conformarse con oírlo desde sus infiernos. Pero aquel joven demostró tener talento para la música. Y así, de forma sucesiva Radamanthys acudía a los Elíseos para oír las bellas melodías que aquellas manos lograban crear al juntar aquellas notas musicales para tener como resultado melodías perfectas. Oía tocar a Lugonis hasta el final, cuando ya se retiraba para dormir en las camas de los templos que tenían.


Un día, Lugonis estaba tocando tranquilamente en el mismo lugar y a la misma hora. Tenía tan concntrado a su oyente secreto que no le vio venir cuando al fin dejó ver su conocimiento de sus espionajes. Cesó de tocar el arma y sonrió.


—Estaría más cómodo si estuvieras a mi lado, señor Radamanthys.— aclaró con su voz haciendo refernecia al ser que llevaba tiempo espiándole.


Radamanthys se mantuvo en silencio unos seundos y fue entonces cuando se dejó ver saliendo de detrás del árbol que había ocupado hasta ahora. Salió en absoluto silencio y solo se acerccó hasta Lugonis tomando asiento a su lado y sin decir ni mu. Lugonis no necesitaba ninguna palabra o gesto para entender lo que quería. Entonces volvió a retomar su toque matutino y tocó para Radamanthys otro largo rato. Lugonis sabía perfectamente que aquel demonio le había estado escuchando todas aquellas veces en las que no había hecho acto de presencia. Y el mismo Radamanthys había deducido que todas aquellas melodías las había tocado exclusivamente para él. Era irónico, jamás un alma había dedicado canciones a los demonios. Hasta en el propio infierno eras discriminados de aquella manera. Las bellas melodías las solían dedicar a las ninfas y a los elfos del lugar. Era el bello paraíso con el que los demonios jamás podrían soñar y alcanzar. Era injusto si lo pensabas, pero nunca nadie se había quejado. Radamanthys observó al joven Lugonis, pasaba los dedos por las finas cuerdas del arpa y sacaba las notas a la perfeccción. Cerró los ojos disfrutando de tan bello canto, solo para él. Cuando Lugonis Finalizó Radamanthys siguió observandole sin saber que decir.


—Espero que te haya gustado, señor Radamanthys.—sonrió Lugonis.


¿Por qué? ¿Por qué era tan amable con él? Las almas solían temerles, las ninfas se arrodillaban ante ellos como sus seres superiores y no osaban decir nada. Lugonis era bastante extraño, siempre estaba solo y con el tiempo las ninfas le fueron olvidando y cruzaba pocas palabras con los demás. Siempre estaba en aquel campo apartado esperándole. No mostraba enfado, ni miedo, solo sonreía y daba paso a emanar un aura resplandeciente. Con el tiempo se había ido acercando a él, pero esa indiferencia le seguía molestando a veces. Se levantó y se dispuso a macharse.


—Gracias por el rato, pero tengo cosas que hacer...—dijo.


Y de nuevo se dispuso a marcharse sin dirigirle mucho la palabra, pero antes de irse se acercó y le cogió un poco del mentón.


—No se qué es lo que pasa por tu cabeza, pero no quiero que le dediques a nadie más estas canciones, ¿entendido?—dijo mientras Lugonis asentía. El dedo pulgar de Radamanthys acarició el labio inferiro de Lugonis, era suave y de un tono rosado que llamaba la atención. Su corazón se aceleró de nuevo. Se apartó y le dio la espalda.—Mañana aquí, ¿te queda claro?


—Aquí estaré.


Y así durante los siguientes días Radamanthys acudía a los Elíseos para disfrutar de un concierto privado que el alma más bella del lugar le dedicaba. Era en esos instantes cuando podía olvidarse de todo, de su día a día. Radamanthys no era conocido, o no tenía fama, de ser alguien que sonriera con amor y dulzura, sus dos compañeros se mofaban de él haciendo alguna que otra burla. Radamanthys solo los ignoraba y pensaba en cuando llegaría el momento de ver a Lugonis. En esos días ambos se volvieron más cercanos, Lugonis dejaba que Radamanthys se acercar a él y Radamanthys no rechazaba esa oportunidad. No era agresivo, no le gritaba y ante todo le dejaba su espacio personal. Fue el propio Lugonis quien se dejó acercar y Radamanthys le brindó esa possibilidad. Las muestras de cariño tampoco tardaron en llegar. Todo empezó cuando Radamanthys apartó uno de sus mechones rojos y se lo puso detras de la oreja recibiendo una dulce sonrisa. Desde ahí Lugonis empezó a mostrarse más abierto y también realizaba sus muestras de cariño, como poner la cabeza en el hombro de Radamanthys o en su rezado. Para su suerte Radamanthys se mostró muy receptivo y dejó que se tumbara en su regazo. Acarició sus cabellos rojos y le miró con su mirada ámbar. No se había dado cuenta, pero su cariño solo era demostrado hacia Lugonis (y para su señora Pandora, eso no podía olvidarlo jamás). Su corazón parecía sentirse "feliz" al lado de aquel ser. Toda su rabia, ira y violencia, con la que se le conocía, desaparecía en esos instantes. Lo que más caracterizaba a un demonio se desvanecía junto a Lugonis.


En ese mismo momento casi tuvo lugar un beso, pero fue interrumpido por uno de los elfos de los campos Elíseos, al parecer ya debía marcharse. Eso molestó bastante a Radmanthys. Nadie podía interrumpir aquel momento, su único momento de paz. Todo había sucedido cuando estando tumbados los dos en la hierba se miraban cara a cara y Lugonis acariaba sus mejillas sonriendo y hablando de como se sentía, preguntando sobre como era él. De repente ambos se habían callado y solo se hablaban con las miradas. Radamanthys se posicionó un poco de Lugonis y fue acercando sus labios a los contrario. Lugonis no se movió y fue cerrando los ojos poco a poco. El silencio les sumergía en un espacio de tiempo donde solo estaban ellos dos, hasta que la voz de aquel elfo derrumbó tal precioso momento. Radamanthys sintió unas enormes ganas de matarlo, pero no podía. La única regla de los Elíseos: NO DERRAMAR SANGRE. Era un luegar sagrado y si un demonio lo hacía sería despojado de ese título y condenado a los mismos infiernos que un alma, iría al infierno de la tortura, donde sufriría el por castigo del mundo. Se apartó de encima de Lugonis y este se incorporó un poco.


—Elwin... ¿Qué haces aquí?—preguntó confundido.


Elwin, como era conocido ese elfo, le deidcó una dulce sonrisa a Lugonis y tendiendole la mano le invitó a levantarse.


—Lugonis, es hora de marcharnos, debemos volver a las habitaciones. —dijo cogiendo su mano y tirando de él para levantarle.


Radamanthys quería interponerse, evitar que se lo llevara; pero sabía que no podía. Lugonis no pudo replicar nada, ya que Elwin se lo llevaba casi a rastras, ignorando por completo la presencia de Radamanthys. Lugonis giró la cabeza para ver por última vez a Radamanthys, hizo unos gestos con los labios y Radamanthys no pudo llegar a deducir sus palabras.


A la vuelta de los Elíseos, nada más llegar a su castillo arremetió el puño contra una de las columnas de piedra con tal fuerza que la destruyó. Valentine acudió de inmediato a la sala principal para ver que había ocurrido. Las monjas que allí estaban solo habían gritado y dejado de hacer lo que estaban haciendo. Al ver lo que su superior había hecho, Valentine se acercó de forma apresurada.


—¡Mi señor! Pero ¿qué se ha cruzado por la cabeza? ¿Acaso deseais que el castillo se nos venga encima?—preguntó Valentine.


Radamanthys no dijo nada y solo se apartó de la columna que había derrivado con su fuerza a causa de la rabia y la ira. Giró la cabeza dejando ver sus ojos rojos. Valentine mantuvo la calma y se inclinó hacia delante en señal de respeto.


—Con todo mi respeto, señor Radamanthys, el castillo necesita de las columnas para mantener el peso...—habló.


—Pues haz que la reconstruyan...—respondió Radamanthys amenazante. Cuando se enfadaba era bueno no replicarle nada, algún que otro demonio de bajo rango había acabado muerto por pillarle en mal momento. Caminó hacia una de las puertas laterales para abandonar la sala. —Quiero la mesa lista para la cena ya y que se recoja todo este desorden.


—Así será, mi señor Radamanthys. — dijo Valentine viendo como se marchaba. Se giró para mirar a las monjas que estaban allí paradas. —Ya habéis oído, hay que recoger este desorden..


¿Qué le había pasado a su señor? Jamás le había visto romper una columna del castillo. Habitualmente quienes más le hacían enfadar eran Minos y Aiacos. No el dio mucha importancia y solo acató las órdenes de su señor para dejar todo limpio, la construcción de la columna se haría se inmediato. Hizo llamar a los demonios de bajo rango y les encargó la construcción para que la dejaran reparada lo más rápido posible. Luego se dirigió al despacho de su señor donde le encontró sentado en la mesa con una copa de licor en la mano, se lo imaginaba, no había nada que más le relajara que su copa de vino. Tocó la puerta con cuidado y cuando Radamanthys le dio el permiso para entrar así lo hizo, hizo una reverencia hacia delante y luego pasó a tomar asiento delante de su señor. Había confianza de sobra como para tomar coger la botella de whisky y servirse una copa, Radamanthys no le decía nada. Ni siquiera le había mirado, su vista estaba puesta en el gran ventanal del despacho por el cual se podía ver gran parte del infierno.


—Mi señor, estáis enfadado, ¿puedo preguntar a qué se debe? —preguntó Valentine con la esperanza de que Radamanthys le confesara su malestar. Recibió una mirada, pero nada más. Eso claramente un no, no en esos momentos.


—Sinceramente, Valentine, no deseo conversar sobre dicho tema. —declaró dando por finalizada la conversación.


Valentiene suspiró, tenía que aceptarlo. La palabra de su señor era la palabra de su señor y no podía ser cuestionada. Se bebió la copa de un trago y levantó de su asiento.


—Entonces, con su permiso, me retiro a revisar los papeles de hoy y a dar una vuelta por el Infierno de las Torturas...—habló.


—Está bien, luego déjame sobre la mesa el informe y lo archivaré...—dijo Radamnthys.


Valentine hizo otra reverencia y se marchó del despacho dejando a Radamanthys solo de nuevo.


Radamanthys miró por la ventana pensando que había sido eso de ese día. ¡Aquel elfo había estropeado un momento muy valioso! Justo cuando iba a...un momento, ¿iba a besar a Lugonis? Detuvo la acción de ir a beber para pensar en esa nueva cuestión que su mente acababa de hacerse. Sí, iba a besar a Lugonis y este iba a corresponderle. ¿Qué demonios? ¿Cuándo había querido él besarle? Lo había hecho de forma inconsciente. Ahora que lo pensaba, ambos habían compartido momentos con muchos acercamientos. Lugonis había dejado que le brindara esos momentos, caricias, miradas, risas...y él no se había apartado. ¿Se había enamorado de Lugonis? No era posible, los demonios no se enamoraban, no conocían ese sentimiento. Apretó la copa hasta hacerla reventar y luego vio los restos de sangre que caían de su palma hacia el suelo. Miró aquel tono rojo y de inmediato pensó en los cabellos de Lugonis, de ahí pasó a imaginarse sus ojos, sus labios; esos labios rosados; sus manos; su sonrisa... Su corazón se aceleró y se llevó las manos a la cara. Quería estar con él. Las ganas le dieron sensación se asfixia. Apretó los ojos unos momento, luego los abrió mirando al suelo. Era inevitable, se había enamorado de Lugonis. Se dejó caer en el respaldo de la silla y pensó en las palabras de su señora cuando fue a verla aquella vez


"Puedes ir a verla, pero sabes lo que pasará si sucumbe a ti, ¿verdad?"


Y tanto que lo sabía. No había ningún inconveniente, Pandora lo veía como algo natural, pero ¿le quitaría a Lugonis la oportunidad de vivir en paz por toda la eternidad en aquel paraíso solo por un capricho de tenerle a su lado? Su mente se remontó más atrás, cuando las muestras de cariño empezaron a ser caricias. Las yemas de sus dedos habían tocado aquella suave piel y ahora no podía olvidarla. Tampoco aquellas expresiones de dulzura que le había puesto. Y con ese recuerdo, vino la idea de poseerlo como suyo, llegar al pecado carnal. ¡No! Eso ya era demasiado para él. Si Lugonis aceptaba y lo poseía jamás sería aceptado de nuevo en los Elíseos. Y todo por ser un demonio. Era injusto, pero los ángeles Tanathos e Hypnos así lo habían establecido. Miró al techo pensando mucho en lo que había pasado en aquel tiempo. Lugonis era único, cuando estaba a su lado se olvidaba de todo y él también encontraba la paz. Debía tomar una decisión, una que le dolería mucho.


A la mañana siguiente Radamanthys se presentó en los Elíseos mucho antes de lo habitual. Tenía un único objetivo, en mente, dejaría las cosas claras y luego se marcharía para no volver jamás. Al primer lugar al que fue donde había conocido a Lugonis por primera vez, el lugar estaba desierto, no había nadie allí. Al no encontrarle allí empezó a recorrer los Elíseos buscando a Lugonis, las ninfas le miraban y algunas le saludaban, otras solo se reían hablando lo atractivo que era. Y era cierto, si atra cualidad tenían los demonios es que despertaban el deseo en todos los eres, eran bellos y eso incitaba al pecado de la pasión. Una maldición, algunos lo veían como algo divertido, pero otros no. Ignorando los cuchicheos de las ninfas y los elfos se centró en mirar en todos lados, pero era muy extraño, no estaba por ningún lado. ¿Dónde podía estar Lugonis?


Mientras seguía andando escuchó como una discusión no muy cercana, pero una de las dos voces se le hizo muy conocida, era la de amado Lugonis. Extendió sus alas y como un rayo cruzó aquel campo de flores y prados para llegar a uno de los templos de uno de los templos de los gemelos. Allí veía como dos personas parecían estar forcejeando. Fijó la mirada y vio como Lugonis se soltaba de los agarres de Elwin y le empujaba hacia delante. Elwin no aceptaba aquel rechazo y volvió a coger sus muñecas hasta acorralarle entre sus brazos y abrazarle.


—Elwin, déjame, por favor, no quiero. —decía Lugonis haciendo fuerza para tratar de apartarle, pero Elwin no lo aceptaba.


—Lugonis, por favor, no te has entregado a ningún elfo ni ninfa, puedo tener una oportunidad. —pedía ante la negación de Lugonis.


—Entiende Elwin, no me gustas. — decía Lugonis mientras se lograba soltar de su agarre y retrocedía un par de pasos hacia atrás. —Tú no eres de quien estoy enamorado.


Elwin miró con dolor a Lugonis, no quería aceptarlo. Avanzó de nuevo y se dispuso a agarrar a Lugonis de nuevo antes de que Lugonis echase a correr. Pero en ese instante Radamanthys apareció y bajó en picado aterrizando detrás de Lugonis. Extendió su brazo y agarró a Lugonis para tirar de él hacia él y abrazarle, Elwin se detuvo al ver a un demonio allí.


—Creo que te lo ha dejado bastante claro. —habló Radamanthys controlando sus instintos de matarlo, no podía derramar la sangre de un ser celestial como era él en aquel paraíso. —No eres correspondido.


Elwin apretó los dientes, ese demonio de nuevo, había observado cada momento que habían estado juntos y no lo aceptaba, Lugonis era un ser con mucha pureza y amabilidad en el corazón como estar con un demonio.


— ¡Suéltale! Le has hechizado, Lugonis no puede estar con un ser como tú...Los demonios sois unos aprovechados. —dijo mientras Radamanthys notaba como Lugonis permanecía a su lado.


Era hora de darle una lección a ese elfo.


— ¿Estás seguro de ello? —dijo. Entonces miró a Lugonis y tras tomarle con ternura del mentón pasó a besarle los labios.


Elwin abrió los ojos como platos y se llevó la mano a la boca esperando que Lugonis le rechazara. Pero eso no pasó. Lugonis, al principio, se quedó parado pero a los pocos segundo se encontraba correspondiendo aquel apasionado beso que Radamanthys había iniciado. El beso incluyó sus lenguas; Radamanthys abrió su boca y metió su lengua en la boca húmeda de Lugonis para degustar su sabor más a profundidad. Lugonis no se negó y le siguió el beso pasando los brazos por su cuello para estar más pegado a él. No hacía falta decir nada más. Radamanthys abrazó su cuerpo con ambos brazos y les cubrió a los dos con sus grandes alas. Su corazón explotó en aquellos momentos. La pasión se desató en su interior y sin cortar el beso salió volando de allí hasta llegar al lugar más remoto de los Elíseos; el lugar parecía no tener fin.


Cuando aterrizó el beso se acabó dejando que Lugonis cogiera un poco de aire. Varios hilos de saliva se rompieron. Jadeando Lugonis miró a los ojos muy sonrojado. Se llevó la mano a la boca y bajó la mirada poniéndose aún más rojo.


—Siento si te ha molestado. —dijo Radamanthys viendo su reacción. Se apenó, ¿debía decirle adiós?


—N-no...me ha encantado, pero no me lo esperaba...—contestó Lugonis.


—Entonces mírame y dímelo a los ojos. No te ocultes. —gruñó. Odiaba que no le miraran a la cara.


Lugonis siguió mirando hacia otro lado, pero al final le miró a los ojos. Por primera vez Radamanthys había demostrado su molestia hacia ciertas acciones. —Lugonis me he enamorado de ti, pero si tú no sientes lo mismo dímelo a la cara y directo. Odio las medias cintas. —expresó cogiendo su mentón visualizando mejor aquellas mejillas rojas dándole un toque más tentador al contrario.


Lugonis apretó los ojos y le besó los labios de nuevo callando casi las palabras de Radamanthys.


—No dije que no me gustara. —estaba todavía más rojo y solo podía tratar no morirse de vergüenza. —T-también me gustas Radamantys, pero así de la nada...


No sabía cómo reaccionar ante tal repentina confesión. Mantuvo la mirada uno segundos y luego ocultó la cara en su cuello apretando los ojos. Radamanthys solo suspiró y le abrazó oliendo sus cabellos. Degustó el nuevo sabor que sus labios tenían ahora. Rosas. Los labios de Lugonis sabían a rosas. Era un sabor realmente exquisito, mejor que el whisky. Y eso era mucho decir, pues hasta ahora no había nada mejor que el sabor del whisky. Pero eso acaba de cambiar. Queriendo volver a degustarlos separó a Lugonis y volvió a besarle. Su plan de despedirse se estaba yendo al garete. No podía irse después de descubrir aquel manjar. No, no estaba bien. Tumbó a Lugonis sobre la hierba y le miró a los ojos.


—Lugonis, quiero que lo digas ahora de verdad. Di que me amas. Yo te amo. —dijo besando su mejilla.


—Te amo Radamanthys, te amo con todo mi corazón. Desde que te vi por primera vez en los Elíseos. —confesó Lugonis.


Una sonrisa se formó en los labios de Radamanthys y no pudo evitar no besar aquellos bellos labios para degustar su exquisito sabor. Cuando abandonó los labios, sus labios fueron bajando por su cuello llegando a marcar aquella nívea piel. Lugonis cerró los ojos y empezó a jadear un poco. De repente Radamanthys abrió los ojos y se separó haciendo que Lugonis le mirara extrañado.


— ¿Ocurre algo? —preguntó sin saber a qué se debía su repentina detención.


—No puedo hacerte esto Lugonis. Si sigo ya no podré detenerme, te mancillaré y no podrás volver a los campos Elíseos. —dijo apenado y frustrado.


Lugonis le escuchó perplejo. Radamanthys parecía estar sufriendo tal decisión. Parecía sentirse culpable. Una sonrisa de formó en sus labios y alzó las manos tomando la cara de Radamanthys, su respuesta dejaría a Radamanthys sin palabras:


—Yo quiero irme de aquí. Estar a tu lado es lo que más deseo. —dijo dejando sin hablar a Radamanthys.


¿Había escuchado bien? ¿Lugonis quería irse? Sin dar crédito a sus palabras le miró firmemente.


—Lugonis, ¿te das cuenta de lo que estás diciendo? Eres de los pocos afortunado que entra en este lugar y-


Lugonis le detuvo poniendo su dedo en sus labios.


— ¿Qué sentido tiene estar un sitio así si a quien amo no está a mi lado? —dijo mientras miraba a Radamanthys.


Radamanthys cerró los ojos y besó el dorso de su mano con cariño. Lugonis parecía estar convencido. En verdad le alegrara que dijera eso. No estaba dispuesto a dejarle marchar. Si idea anterior era una auténtica idiotez. Satisfecho con tales palabras le besó con pasión y sonrió mostrando sus largos colmillos.


—Entonces, deberás aceptarme como su amo y señor. Se solo mío Lugonis. Entrégate a mí. —pidió mirándole.


—Lo haré, seré solo tuyo. —sonrió Lugonis. —solo dime qué debo hacer...


Radamanthys sonrió aún más y le besó los labios llegando a morder el labio inferior de Lugonis, debía tener cuidado, ninguna gota de sangre podía caer sobre aquellos campos. Llegando a producir una herida, pasó la lengua por ella para beber su sangre y mezclarla con su saliva y tragar. Ahora llegaba la hora de sacar los colmillos del Wyvern. En ese mismo beso empezó a segregar su potente y mortífero veneno, este se mezcló con la saliva de Lugonis y la tragó. Empezó con una suave cantidad, luego vendría lo demás. Siguió con aquel beso aumentando la pasión en él y succionando todo el aire de Lugonis. A su vez bajó las manos denilando la figura de Lugonis para memorizarla. Lugonis jadeó y abrió los ojos con las mejillas rojas. Se separó de los labios de Radamanthys y se arqueó hacia atrás un poco.


—Lugonis, necesito saber si deseas entregarte a mí, después de esto no habrá vuelta atrás. —dijo antes de seguir besando el cuello de Lugonis.


Lugonis sonrió y asintió.


—Lo deseo, tienes mi palabra. —dijo jadeando.


Radamanthys sonrió y siguió besando aquel beso empezando a marcharlo con sucesivas marcas que estarían allí un buen tiempo. Con las manos fue retirando la parte de arriba de la túnica dejando aquel pecho al descubierto. Tenía los músculos marcados dándole a aquella figura esbelta una mayor hermosura. Pasó la mano por la zona hasta rozar uno de sus pezones. Su deseo crecía por momentos. Jamás había deseado a alguien como lo estaba haciendo con Lugonis. Se acercó a su cuello y lo mordió con más fuerza dejando sus colmillos ahí encajados, segregó de nuevo veneno mientras seguía con las caricias sobre su pecho atrapando uno de sus pezones con los dedos y lo apretó. De los labios de Lugonis salieron algunos jadeos más fuertes.


Radamanthys bajó la otra mano por su cintira hasta llegar debajo de la falda de la túnica y tocar aquel trasero. Dioses, estaba perfectamente redondeando. Lo apretó con la mano y luego bajó la otra para quitar la túnica por completo y dejarle desnudo. Soltó su cuello dejando la marca de la mordida y le miró de arriba abajo. Era hermoso, más hermoso de lo que había imaginado. Se acercó a su pecho y empezó el descenso por sus pectorales, sus manos acariciaban aquellas piernas con las yemas; no se dejaría ningún rincón sin explorar antes de hacerle suyo. Sus besos llegaron hasta uno de sus pezones y lo atrapó para succionarlo. Lugonis llegó a gemir y se removió con las mejillas rojas. Radamanthys jugó un poco con él estimulando el otro a la paz. Sabía exquisito.


Mientras se centraba en esa zona su mano bajó sigilosa hacia la entrepierna de Lugonis y la cogió haciendo que pegara un fuerte alarido. Eso le hizo sonreír.


—Calma...no queremos que todos lo sepan. —dijo Radamanthys soltando el pezón y besando sus labios.


Empezó a masturbarle para que gimiera en sus labios. Le daría el mejor placer de toda su vida. Lugonis se abrazó a su espalda y ahí clavó un poco las uñas.


Tras masturbarlo un rato apartó la mano y bajó el mismo para evitar que se corriera antes de tiempo y se lo metió en la boca entero. Hizo un vaivén lento. Lugonis sintió una gran corriente por toda su espalda y agarró los cabellos de Radamanthys arqueándose de verdad. Le daría el mejor placer de toda su vida, y no solo en esa ocasión, sino toda la eternidad. Lamió aquel pene erecto un largo rato hasta que Lugonis se corrió en su boca y tragó toda aquella esencia. No desperdició ninguna gota. Era todo suyo. Lugonis jadeo con la respiración agitada. Radamanthys se incorporó un poco para ver aquella imagen tan erótica de su amado sonrojado y con algunas gotas de sudor en su piel. Aún no había acabado. Llevó sus dedos a la boca de Lugonis y le indicó que los lamiera. Lugonis abrió la boca y Radamanthys se lo metió dejando que los lubricara. Cuando los tuvo listos los sacó y los lamió él también. Le dio la vuelta a Lugonis alzando su trasero y miró aquella entrada rosa y virgen. Agarró los glúteos y se los separó dejando ver mejor aquel anillo. Con la lengua lo recorrió haciendo que Lugonis se estremeciese. Dejó parte de su saliva en él y entonces metió el primer dedo. Al principio dolió, pero Lugonis aguantó y dejó que lo metiese y sacase poco a poco. Luego vino el segundo y después el tercero. Debía dilatar bien. A la vez que lo penetraba con los dedos mordía aquella espalda dejando también sucesivas marcas. Marcaría todo aquel cuerpo que luego proclamaría como suyo, luciendo la marca del Wyvern con orgullo.


Sacó los tres dedos y lo siguiente que hizo fue abrir más su trasero y rozar con la punta de su pene aquella curvatura tan exquisita. Su miembro palpitaba por entrar y lo pedía a gritos.


—Lugonis, aquí voy.


—Nhg, h-hazlo...


Gimió agarrando la hierba con las manos. Radamanthys empezó a meter la punta y luego siguió con el tronco. Lugonis estaba muy estrecho y temía no poder entrar bien. Casi al final dio una estocada y logró meterse por completo. Lugonis gritó al principio, pero luego trató de mantener la calma. Las embestidas fueron suaves al principio, pero luego fue aumentando poco a poco hasta llegar a un ritmo que le gustaba.


Lugonis sucumbió a Radamanthys dos veces llegando a correrse por lo bien que se sentía entre los brazos de su amado. Radamanthys también le llenó un par de veces. Mientras lo hacían Lugonis había empezado a sentir como su cuerpo ardía y parecía que quería herirse así mismo, pero Radamanthys no le dejó y para combatir aquel dolor le llenó de placer para hacerle olvidar. Como resultado, en el pecho de Lugonis se empezó a formar una marca negra, pero para sorpresa de Radamanthys aquella marca llevaba una rosa además de un Wyvern. ¿Cómo era posible? Lo que hasta luego más adelante desconocía es que él también llevaría esa marca en su espalda.


Ambos se entregaron el uno al otro y como era de esperarse, Lugonis fue expulsado de los Elíseos por haber cometido el pecado del demonio, sí, entregarse a un demonio en el mismo paraíso. Pero eso solo le llenó de alegría. Cuando los ángeles le expulsaron le hicieron caminar hacia la salida, donde Radamanthys le esperaba con los brazos abierto. Lugonis corrió hacia él y al atravesar la puerta su aspecto cambio por completo. Ahora tenía cuernos y una cola que salía del final de su espalda. Unos pantalones ajustados y unas botas hasta los muslos. Tal aspecto solo le favoreció más a los ojos de Radamanthys.


—El aspecto de demonio te sienta mucho mejor. —sonrió mientras le cargaba en sus brazos y le agarraba el trasero con las manos. Lugonis solo sonrió y pasó a besar los labios de su amado mientras enrollaba la cola en su pierna. —Ahora puedo satisfacer todos mis deseos hacia ti.


—Estoy deseoso de verlos. —sonrió Lugonis.


—Luego no te quejes si no puedes moverte. —sonrió Radamanthys mordiendo su labio inferior hasta hacerle un poco de sangre. —Mi ser, mi pecado, mi condena.


Fin.


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