Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Parte del océano por lpluni777

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada.

ADVERTENCIA: aunque roce el nsfw, no lo considero tal, así que +16 totalmente subjetivo

Parte del océano

 

——— Empatía (DMxC) ———

Las puntas de los dedos de sus pies entraron en contacto con el agua helada del lago. Observó el cielo cubierto por nubes grises un momento, antes de regresar su vista al agua. En el otro extremo del lago, una familia de cisnes estaba disfrutando del fresco que surgió de manera repentina en medio del insoportable verano.

Cuando las primeras gotas de lluvia empezaron a caer, sopesó la idea de marcharse, así como lo hacía la familia de aves; mas escogió quedarse y mirar como el agua se veía perturbada, ya no por sus pies, sino por las gotas que caían del cielo.

Pensó en cómo podía dejarse caer al lago y, si no se esforzaba por mantenerse a flote, algo tan común e inofensivo como un montón de agua podía acabar con su vida. Mientras que ni cien hombres unidos eran capaces de hacerle un rasguño.

…Otro aprendiz se había suicidado, incapaz de continuar el entrenamiento para convertirse en un santo, e, intuyendo que moriría de una forma u otra escogió una manera que le parecía apacible. Pero al ver el agua turbulenta, Camus no pudo sino dudar, ¿qué podía tener de apacible ahogarse? Sentir cómo tus pulmones se llenan de líquido en vez de aire y, aún sin desearlo, tu cuerpo intenta salir a flote.

Milo solía ahogarse por beber o comer demasiado rápido, y nunca era agradable de ver ni oír.

En medio de sus pensamientos, alguien se le acercó y, agarrando su flequillo entonces húmedo, tiró de su cabello para levantar su rostro al cielo. Creyó que las gotas de lluvia molestarían a sus ojos, pero el recién llegado lo protegió de eso y lo observó desde arriba con una poco envidiable expresión de disgusto.

—¿Acaso quieres morir, mocoso?

Camus frunció el ceño.

—Ya tengo diecisiete.

Deathmask alzó una ceja.

—¿Y eso qué? —soltó bruscamente el cabello pelirrojo.

Acuario debió aferrarse a la roca sobre la cual estaba sentado para no caer al agua. La lluvia había empeorado en unos pocos segundos y levantó las piernas para evitar tocar el lago a toda costa. Algo cayó sobre su cabeza.

—Levántate de una vez, porque si termino pescando un resfriado, no volverás a cruzar por mi casa sin una pelea de por medio.

El pelirrojo volteó y acomodó la chaqueta de cuero que tenía sobre la cabeza para que también cubriera sus hombros. Deathmask había estado fuera un tiempo, así que debió haber regresado ése mismo día luego de que él saliese de las doce casas. Tener el cabello mojado hacía que luciera menos amenazante, cosa que a Camus le pareció graciosa, aunque no lo demostró.

—Si sigues tratándome como un niño, tampoco pasarás por Acuario en paz —se puso de pie y caminó hasta quedar al lado del mayor.

—...¿Y tus zapatos?

—No sé.

Compartieron una mirada y emprendieron el rumbo de regreso a sus hogares sin decir otra palabra.

 

El santo de Acuario escogió permanecer en el templo de Cáncer.

Tras limpiarse y secarse, ambos se dirigieron a la recámara del cuarto santo. El que había empezado con su extraña relación, fue el joven francés. En un principio el italiano se lo tomó a broma y lo molestaba al respecto, pero con el paso de los años, fue aceptando que incluso alguien como Camus podía sentirse atraído por otra persona —aunque seguía sin imaginar porqué esa persona resultó ser él—.

Deathmask, fuera de la intimidad, no veía a Camus como nada más que un hermano de armas más joven e inexperto. Pero se veía forzado a tratarlo como un adulto joven con necesidades como las de cualquier otro cuando se hallaban a solas. Por suerte resultaron ser compatibles en la cama, al menos lo suficiente como para que el de Cáncer ya no pensara en visitar burdeles en sus viajes largos.

El pelirrojo no era hablador, incluso buscaba mantener su voz a raya en cada momento, fuera mordiendo su propio brazo, el de su pareja, o las sábanas que rara vez usaban en el caluroso santuario. Deathmask no era amable ni paciente y su compañero no tenía quejas al respecto.

Había pasado un tiempo considerable desde la última vez que lo hicieran, y el hecho de que Acuario acabase una vez cuando Cáncer apenas comenzaba a acoplarse en su interior no ayudaba a que el mayor intentara controlarse. No esperó ni un minuto para continuar con lo que habían empezado, sabiendo que de una forma u otra, Camus no le reprocharía nada; lo sabía porque, si estuviera molesto por su accionar, estaría mordiendo su antebrazo con más fuerza.

Deathmask no lo oía gemir, pero, podía sentir la vibración de sus cuerdas vocales contra su piel y la manera en que movía las caderas para acompañar su ritmo; así sabía que disfrutaba aquello tanto como él.

Acuario hincó los dientes al tiempo que sus hombros temblaron cuando llegó al clímax por segunda vez. Su interior se contrajo y Cáncer no tardó en acompañarlo. Solo cuando el italiano se retiró, Camus aflojó la mandíbula y liberó su brazo. El pelirrojo dio media vuelta para ver a su pareja y éste no resistió el impulso de besarlo.

Deathmask se dejó caer sobre el lado desocupado de la cama y miró a los ojos carmín del francés, tan similares a los propios y tan diferentes a la vez.

—Sigue lloviendo —comentó Acuario luego de un rato.

—Sí… ¿Por qué saliste descalzo? —porque sabía que Camus simplemente no era capaz de olvidar en dónde había dejado sus zapatos.

El más joven apartó la mirada hacia el techo.

 

Acuario juntó las sábanas sucias en un montón y las bajó al piso junto a la cama, pensando en lavarlas luego. A pesar de que se tomó su tiempo para hacer algo tan sencillo, su compañero aún no estaba de regreso. Se sentó al pie de la cama y aguardó con cierta ansiedad. Cuando él era pequeño solía llorar más que el resto, siempre que cometía algún error se le escapaban una que otra lágrima.

Se preguntaba de qué estarían hablando en el pasillo. Sabía que Shura, tan responsable como era, se arrepentía de haberle dado la noticia en la mañana. Aunque bajo otras circunstancias habría dado igual. Piscis aconsejó que no le permitieran salir sin supervisión, así que Camus tuvo que escabullirse de manera sigilosa a través del décimo templo mientras su guardián confiaba en que no saldría en un día tormentoso.

Haber pasado por tantas travesuras junto a Milo le enseñó un par de trucos al joven francés.

Detestaba que Deathmask lo tratase como a un crío, pero imaginaba que por sus acciones seguro lo molestaría con eso. Pasados unos minutos, la presencia del santo de Capricornio se dispuso a dar media vuelta y regresar sendero arriba, seguro aprovechando que la lluvia se había calmado un poco.

El santo de Cáncer entró en la habitación al cabo de un minuto. Acuario intentó mostrarse confiado sin bajar la mirada, pero era el mayor quien evitaba verlo a los ojos. El italiano se dirigió hacia la cama y subió para acomodarse detrás del pelirrojo, sentándose detrás suyo y envolviendo al menor en un abrazo. Camus se encogió contra el pecho de su compañero y éste colocó su mentón sobre la coronilla del francés.

—¿Te entristeció la muerte de aquél muchacho? —inquirió el mayor.

El tema de la muerte para alguien como Deathmask representaba todo en la vida, desde la cosa más común y simple, hasta la más importante y compleja. Camus pensó bien en lo que debía responder.

—Sabes que no fue por su muerte —empezó—. Todos nosotros vamos a morir tarde o temprano, pero yo sé que tanto mi muerte como mi vida tendrán alguna relevancia en el futuro de éste mundo… En cambio, no encontré a nadie en el camino que supiera el nombre de aquél aprendiz.

—Qué extraña combinación de orgullo y empatía —comentó el de cabello blanco, abrazando al pelirrojo con firmeza. Exhaló—…Lamento lo de tu alumno.

Camus se tensó un instante. Sintió que su rostro enrojecía y mantener los ojos abiertos le dolía. Respiró hondo y se calmó. No deseaba mostrarse débil porque sabía que incluso si el alumno de Deathmask, Mei, muriese sin llegar a portar una armadura, al italiano solo le parecería que había perdido tiempo de su vida en vano.

—No tienes porqué. Su muerte tendrá relevancia un día —aseguró, distrayéndose al pasar sus dedos sobre las huellas que sus dientes habían dejado en el antebrazo de su pareja. 

 

——— Rencor(IxH) ———

El río estaba congelado, superficialmente. La gente sabía que el hielo no era lo suficientemente espeso para cruzar sobre éste, así que continuaban utilizando el gran puente. También eran conscientes de que un rompehielos pasaría dentro de unas horas, como cada día.

Sobre el punte, se hallaba un muchacho observando el paisaje. El cielo coordinado con una noche polar no daba señales de luz solar pese a ser las tres de la tarde, mas brillo de estrellas no faltaba. Pero lo que robaba la atención del joven, eran las luces de colores que danzaban en el cielo. Las contemplaba con nostalgia y el cariño que no se permitió sentir a tiempo.

Estando solo, el muchacho podía ser él mismo. No debía cubrir sus sentimientos con seriedad ni fingir que tenía más fuerza que resolución en su corazón. Incluso así, ya no deseaba llorar por todas las pérdidas que había enfrentado en su corta vida. Su maestro pasó años asegurando que las vidas de los seres que le fueron importantes y ya no están a su lado, continúan existiendo a través de sus propias acciones; que sus historias, continúan escribiéndose a la par de la suya.

Podía sentir el peso del mundo sobre sus hombros e ignorarlo en presencia del espectáculo de luces que tenía enfrente. Se suponía que ese día las nubes no se disiparían ni de broma, pero el pronóstico se equivocó para bien y decidir salir del hotel resultó ser una buen idea.

Al haber nacido y pasado la mayor parte de su vida en el Norte, recordaba con claridad cada momento en que contempló las auroras en compañía de sus seres amados. Esos que ya no estaban a su lado.

El teléfono en el bolsillo de su abrigo vibró; lo tomó y, tras ver quién llamaba, lo dejó caer al río. No tenía los ánimos para hablar con cualquiera de ellos. No era capaz de considerar a sus hermanos tal cosa, pues la única figura paterna en su vida fue el santo de Acuario, y su hermano…

Extrañaba a su familia. Detestaba que no pudiesen disfrutar de la paz por la cual había luchado hasta el hartazgo.

Respiró, y el vaho que desprendió al exhalar le recordó que debía tomar un tren a las cinco.

 

Al salir de la estación, una persona empezó a caminar a su lado. Hyoga lo vio de reojo y continuó su camino con normalidad sin intenciones de reconocerlo.

Anduvieron un largo tramo hasta que la cantidad de transeúntes a su alrededor disminuyó. En medio de una calle desolada, el hombre que lo seguía, tomó al rubio del brazo y lo forzó al interior de una callejuela oscura. El rubio no se sorprendió.

—Hola —saludó resignado. Y arqueó una ceja cuando el hombre enfrente suyo puso sus manos contra la pared a la altura de sus hombros, cómo si él fuera a pensar en escapar.

—Les está resultando más difícil contactar contigo que conmigo, ¿eres consciente de eso? —aunque no podía ver sus ojos a través de las gafas oscuras, por la forma en que sus cejas se fruncían, sabía que eso le molestaba en sobremanera.

—¿Significa eso que para ti fue sencillo? —se buscó el puñetazo que terminó en su mejilla izquierda. Apenas le hizo voltear el rostro, solo fue una advertencia.

—¿Qué es lo que estás haciendo, Hyoga?

—De todas las personas, creía que tú serías el primero en entenderlo. Necesito estar solo un tiempo —decirle algo así al «lobo solitario» del grupo, resultaba incluso chistoso si se paraba a pensarlo.

Ikki lo «liberó» y sacó una cajetilla de su chaqueta. Hyoga lo observó encender un cigarrillo e inspirar en silencio; recordaba ese olor, algunas veces estaba impregnado en las ropas de su maestro luego de una visita al santuario.

Nunca le gustó.

—Entonces, ¿deseas que me marche? —cuestionó el japonés.

El joven ruso lo pensó.

—Conozco un buen hotel cerca de aquí.

Muy pese a que Ikki tampoco lo consideraba su hermano —ese título le correspondía exclusivamente a Shun—, se notaba a leguas lo que pasó por su cabeza en ese momento: No es correcto.

Ese pensamiento momentáneo no impidió que quince minutos después se encontrasen ambos desnudos en la misma habitación. Incluso así, Hyoga podía imaginar a la perfección la cara del japonés en un limbo entre el placer y el instinto de detenerse, mientras le practicaba una felación.

Al ruso le resultaba indiferente su lazo de sangre, pues incluso creía que a su horrendo padre biológico le hubiera dado igual lo que ellos decidieran hacer con sus vidas.

Bueno, mentía, sabía lo que él deseaba que hicieran con sus vidas. Su intimidad era otro tema.

Ya que no podía tener el amor de una madre, un padre o un hermano; Hyoga escogió tener el amor de un amante. Cuando ambos se hallaban sobre la cama, se aseguró de que Ikki lo viese de frente, directamente, para que no pudiese pensar en nadie más mientras se acostaba con él.

Eso sí, no se besaron.

 

Ikki se ató las botas y, cuando estaba buscando su chaqueta, volteó a ver al caballero del Cisne; éste lo observaba sin ninguna expresión en particular, tal vez esperando el momento adecuado para decir «Adiós», sin ánimos de tener una conversación.

—¿Sabes? —pero le habían rogado por su ayuda, Shun lo había hecho—. Lo único que conseguirás quedándote solo, es que tu odio se incremente.

—¿Es éso algo malo? —replicó el rubio.

—No para mí —reconoció el Fénix, subiendo la cremallera de su abrigo—. Pero creo recordar que un santo de hielo debe mantener sus emociones a raya.

Hyoga apartó la mirada y giró sobre la cama, cubriéndose con las mantas hasta el cuello. Ikki alzó los hombros y se dispuso a marcharse. Ya no tenía nada que hacer allí.

—Nos vemos—logró escuchar antes de cerrar la puerta del hotel.

 

——— Anhelo (ExI) ———

Tenía las piernas pegadas al cuerpo, las abrazaba con su brazo izquierdo y descansaba su mentón sobre las rodillas. En la mano derecha tenía el teléfono que sonaba por tercera vez, indeciso sobre si recibir o no la llamada.

Se encontraba al límite de un pequeño muelle, de unos 30 tablones de madera, de los cuales solo 20 estaban sobre el agua. Ese lago, muy a la derecha, se conectaba con un río que salía directamente al mar.

Había nevado la noche anterior y el cielo continuaba cubierto por nubes blancas, así como el suelo estaba protegido por la escarcha. De cualquier manera, la mañana era cálida.

El tono de llamada que tenía le resultaba agradable, por eso lo había elegido, no era alto ni molesto. Por suerte, tampoco perturbaba la vida de aquellos cisnes que nadaban en el lago. Dos crías perseguían a su madre por el agua y jugueteaban entre ellos, en un momento la madre salió del agua y los pequeños corretearon detrás de ella con prisa, temiendo quedarse atrás. Porque, por supuesto, si se quedaban atrás terminarían solos y, por tanto, acabarían muriendo.

El muchacho no pudo evitar preguntarse porqué él mismo seguía con vida.

Decidió contestar la séptima vez que empezó a sonar el tono de llamada.

Si no lo encuentras, ni pienses en volver ala casa—se oyó una amenaza en la distancia.

Lo sé, lo sé, ¡vayan en paz!—en los labios del muchacho se formó una ligera sonrisa. Esos dos simplemente no podían llevarse bien, aunque fingían de maravilla frente a su jefe—. Isaac, ¿en dónde te metiste? Llevamos una hora buscándote.

El tono de voz de quien llamaba cambió drásticamente al dirigirse a él. El muchacho presionó los labios y se preguntó porqué había respondido la llamada. ¿Siquiera quería regresar?

—Los cisnes bebé, realmente lucen como patos—comentó.

¿Qu- —terminó la llamada antes de oír otra pregunta y apagó el teléfono.

Una vez la familia se perdió de su vista en el bosque que había enfrente, Isaac observó las burbujas que subían a la superficie en el centro del lago, indicando la respiración lenta de un gran animal bajo el agua. Estaba durmiendo.

Hacía tiempo creía en Atenea, en que lucharía por su bien y el alcanzar la paz que ella promulgaba. Tiempo después creyó en Poseidón y se volvió en contra de la diosa de la sabiduría. A ella nunca la conoció, y a él le debía la vida. Por más que lo pensaba, no comprendía porqué le dolía el haber sobrevivido. Porqué no podía simplemente estar agradecido.

 

Sorrento muchas veces parecía arrepentirse de haberlo salvado en medio del derrumbe del santuario sub-acuático. Aunque el europeo era consciente de que él era el más cercano a Isaac y el único capaz de tenerlo bajo control, razón por la cual lo mantenía cerca.

Al general de Kraken, por descarte, Kanon debió haberlo salvado; pero el Dragón Marino no dio la cara frente a ellos tras la caída de su falsa utopía. Rescatar al más joven quizás fue su manera de disculparse por haberles mentido durante años. Kaza siempre estuvo en contra de tener a un niño tan joven en un cargo tan importante, cosa que deterioró cualquier tipo de amistad que esos generales pudiesen haber tenido; pues los estándares del portugués iban en contra de la voluntad del dios de los mares. Pero en silencio muchos opinaban igual que Limnades.

En particular, a Eo le parecía bien. Isaac le contó un poco de su historia y lo cierto era que él tenía más formación como guerrero que muchos de ellos —seguro, más que el mismo Eo— y Kanon seguro era consciente. De hecho, el general chileno sabía que el griego le tenía cierto aprecio a Isaac; cosa que no comprendió hasta que todo se desplomó y finalmente conoció la historia de la sombra de Géminis, al igual que el finlandés, se suponía que él iba a ser un santo de Atenea.

Eo solo tuvo un dios al cual respetar en su vida. Pero entendía que a Isaac el echo de haber dado la espalda a su antigua deidad debía pesarle en el alma. Así que condujo con prisa y cuidado a través del sendero de tierra. Su compañero mencionó cisnes y el primer lugar en que pensó era… Correcto.

Bajó de la minivan tomando el paraguas del asiento trasero, pues notó que había empezado a nevar. Cerró la puerta y corrió por el muelle hasta llegar al final. Abrió el paraguas cuando se encontró junto a Isaac para cubrir al muchacho que ya tenía varios copos de nieve acumulados en la capucha. Respiró aliviado.

—Oye —llamó en tono recriminador, agachándose para quedar a la altura del finlandés—, no puedes desaparecer así —la vista de Eo se desvió al lago un segundo, siguiendo la de Isaac. Tragó saliva al recordar porqué esa zona estaba restringida al paso, más allá de pertenecer a la familia Solo desde hacía unas semanas.

—No me habrían dejado venir —se excusó el menor, finalmente viendo al latino.

—…Bueno, es cierto, por eso ahora nos marchamos —resolvió con una sonrisa, extendiendo una mano.

Isaac aceptó su ayuda y caminaron hombro con hombro de regreso a la camioneta en lo que la caída de la nieve iba en aumento a su alrededor.

Una vez dentro de la minivan, Eo decidió encender la calefacción, en el mínimo, porque el calor no era del agrado del finlandés así como él mismo no se llevaba bien con los grados por debajo de cero. Cuando iba a encender el motor, Isaac lo detuvo aferrando su brazo. Antes de que pudiese preguntar qué ocurría, el joven de cabello verde se inclinó hacia su asiento y lo besó.

El chileno correspondió y, más temprano que tarde, las manos de Isaac se dispusieron a tantear el cuerpo de su compañero. Eo se apartó un momento.

—Pasemos atrás —indicó, pues había más espacio allí para hacer lo que desearan.

Lo que ocurría en verdad no era que Eo comprendiese cada pensamiento de Isaac sin necesitar hablar primero. Sino que habían desarrollado una relación más íntima con el paso de los años. En un inicio fue inocente y más una hermandad que cualquier otra cosa, pero las cosas escalaron rápidamente cuando se encontraron fuera del agua y enfrentando un mundo que los había olvidado —desechado—.

Ambos necesitaban sentirse acompañados por alguien que no tenía razones para utilizarlos de manera inconsciente, forzándolos a crecer y conocer cosas que no escogieron.

 

Sorrento los recibió en la entrada.

—¿Por qué el retraso? —cuestionó con los brazos cruzados sobre el pecho.

Eo e Isaac compartieron una mirada rápida. El más joven levantó la bolsa de papel que tenía en mano.

—Como se saltó el almuerzo, tenía hambre, así que lo llevé a por algo de comer—explicó el de pelo rosa.

Sorrento entrecerró los ojos, mas pareció aceptar la excusa.

—Bien, duerman temprano, nos marchamos en la madrugada.

—Sí, señor —respondieron al unísono. El asistente de Solo rodó los ojos, pero escogió dejarlos en paz.

Los muchachos se dirigieron a la cocina de la casa y ocuparon sillas opuestas en la mesa.

—Al final no me has dicho porqué fuiste al lago —comentó Eo.

—Quería darle las gracias por salvarme. Pero estaba durmiendo —el de cabello rosa no pudo evitar respirar con alivio, logrando que el finlandés arquease una ceja.

—Entiendo que tengas una conexión con él, pero…

—Ya sé, por eso no lo desperté.

El muchacho sacó un bollo de la bolsa y le pegó un mordisco ansioso, pues en verdad tenía hambre.

—Entonces, ¿por qué te quedaste allá?

—Vi unos cisnes en el lago.

—Si extrañas a ese santo, podrías-

—No —Isaac frunció el ceño—. No ahora, él está con Atenea y yo con Poseidón. No deseo que ninguno de nosotros idee esperanzas de cosas que no ocurrirán.

Quizás era egoísta, pero el muchacho prefería permanecer anhelando el pasado donde no estaban solo él y el Cisne sino también el santo de oro de Acuario, antes que pensar en un futuro cuasi ideal que sabía no le estaba permitido experimentar. No a alguien que traicionó a un dios.

—Estamos en tregua —insistió el latino.

—Eso no significa que podamos convivir en armonía —la expresión preocupada de su pareja, le indicó que no estaba siendo razonable, o lo que decía sonaba sonaba muy deprimente—. Además, soy feliz contigo a mi lado.

De manera inconsciente, confesar eso lo hizo sonreír.

 

 

4/10/20

Notas finales:

La parte de Isaac totalmente censurada porque él sí es jovencito jaja.

Bueno, sí había cisnes (uno) en medio de la reflexión de Hyoga.

Nada más que comentar por mi parte, ¡cuídate!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).