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Ignacio y Álvaro por TadaHamada

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Notas del capitulo:

28/02/2021

Abrió los ojos cansinamente y notó que estaba recostado de lado. Seguramente Jerónimo lo había girado aprovechando que estaba sedado, para no causarle dolor. Vio ahí en el sofá al indígena, sentado. Cabeceaba de sueño, pero se resistía a dormir, aunque parecía estar más cerca del mundo de los sueños que nada.

No hizo ruido, quería dejarlo descansar, pues llevaba tantos días cuidándolo con tanto esmero y cariño.

Sonrió con ternura al recordar cada momento en que abría los ojos y ahí estaba él, pendiente de lo que necesitara.

Jerónimo dio un respingo y por fin despertó.

—Niño Emiliano — pronunció y se aproximó para sentarse a su lado, en aquella silla —. ¿Cómo amaneció? — inquirió con preocupación.

—Bien, estoy bien, gracias —respondió con voz muy baja y le sonrió. Ya podía hablar un poco más, pues había descansado sus cuerdas vocales varios días sin interrupción luego de que Jerónimo le entregara la carta a Ignacio —. Deberías dormir, en serio, voy a estar bien — aseveró —. Te vas a enfermar si sigues desvelándote. Las enfermeras pueden cuidarme mientras tanto.

—No, mi niño — la mano de Jerónimo se posó sobre la de Emiliano suavemente —. Yo voy a estar con usted…

—¿Quieres recostarte conmigo? — sugirió, quizá así podría lograr que durmiera. Las marcadas ojeras que tenía el otro le hacían sentir algo de culpa.

Si Jerónimo hubiera podido sonreír, en ese momento habría tenido la sonrisa más radiante. Pero a Emiliano sólo le bastó ver aquel brillo en sus ojos. El indígena asintió suavemente, con timidez.

Movió con sumo cuidado y paciencia a Emiliano, para dejarlo boca arriba. Tenía buen rato que lo había colocado de lado, así que de seguro ya se había cansado, pensó. Una vez que se aseguró de que Emiliano estaría a gusto, ocupó aquel espacio en la cama con cuidado de no moverlo demasiado.

Jerónimo se quedó recostado de lado, hacia Emiliano, viéndolo con cariño.

Justo como Emiliano pensó, no tardó mucho en ganarle el sueño. Lo supo porque su respiración se volvió acompasada y el silencio imperante en la habitación le permitió oírla, así que le dejó dormir.

A esas horas, si Ignacio había hecho algo al respecto, ya debía estar lejos con Álvaro… Sino, debía estar arreglándose para su boda.

Esperaba que fuera lo primero.

*—*

Aquella noche, el señor Diener había irrumpido en la mansión Lascuráin con aquel rifle, gritando el nombre de Ignacio.

El padre de éste había salido a ver qué sucedía, indignado por tal acción, pero sin saber qué ocurría. No fue sino hasta que se sentaron ambos en el despacho a hablar del asunto que éste comprendió la reacción de su socio y amigo.

Habían convenido en buscarlos, en enviar a la policía a sondear cada camino, cada estación de tren, cada posada en la ciudad.

Pero no habían tenido éxito.

Ignacio no era tonto, pues había dado nombres falsos en toda ocasión. Si bien el dueño de la posada podía delatarlos, no sabía hacia dónde se dirigían. Sus padres sólo se enterarían de que habían estado ahí. Por lo demás, en la estación de trenes siempre había gente de su estatus viajando, gente blanca, con características similares a ellos.

Había comprado ropa más sencilla con unos viajeros de segunda clase, había vendido su auto en una escandalosamente baja suma, pero sabía que esa persona no sería capaz de delatarle porque se dedicaba a comprar y vender cosas robadas. Sería estúpido si lo hiciera.

Ignacio había investigado muchas cosas, planeando su escape con antelación, así que sabía lo que hacía. Debía deshacerse de todo aquello que representara una pista para sus padres. Sabía que los buscarían, pero no sabía cuánto ni hasta dónde.

Subieron a aquel vagón de segunda clase en cuanto salió el primer viaje, con aquella ropa puesta, intentando llamar la atención lo menos posible. Se sentaron juntos y se miraron de reojo. Se tomaron discretamente de la mano y se prepararon mentalmente para el largo viaje.

Tenían miedo de que en las siguientes estaciones subiera la policía y los descubrieran, pero no pasó. Al menos no en ese vagón. Parecía que sólo habían revisado la primera clase. Quizá pensarían que ellos, por ser de clase alta, no admitirían viajar en otro sitio.

Quizá a la policía le daba igual y sólo lo hacían por cumplir la orden.

Las horas fueron largas y tortuosas, no habían querido hablar para no llamar la atención de alguna persona alrededor, no habían querido decir accidentalmente sus nombres reales. Sólo se sintieron a salvo cuando aquel carruaje les dejó frente a la hacienda.

La reja de entrada era enorme y estaba custodiada por un hombre mestizo, que de inmediato se acercó a preguntar qué se les ofrecía.

—Soy el dueño de esta hacienda, Ignacio Lascuráin Montiel — habló éste y aquel hombre pareció al fin darse cuenta quién era, a pesar de la facha.

—Perdón, señor, no lo reconocí — se disculpó, apenado.

—No te preocupes — le sonrió, animado —. Eso significa que funcionó — le dijo a Álvaro.

—Pásele, patrón — le instó el hombre al abrir la reja —. ¿Ocupa algo? — inquirió, servil.

—Gracias. Lo único que necesitamos es descansar, ¿puedes conseguir una buena cocinera para la hora de la cena, por favor? — pidió.

—Ahorita voy y se la consigo, patrón, conozco una muy buena — asintió e hizo un par de leves reverencias, nervioso.

—Gracias. Y por favor, que no nos molesten por hoy, más que para cenar.

—Ándele patrón, estése sin cuidado — respondió y fue de inmediato a hablarle a una de las mujeres que trabajaba en el campo.

Aquella hacienda producía muy bien, especialmente el maíz y el trigo. Además, se criaba ganado bovino. Le generaba muy buenos ingresos a Ignacio desde el momento en que la había adquirido. Tenía a un empleado que administraba y vivía ahí, pero en una casa más pequeña dentro de la hacienda. La casa grande era para cuando Ignacio fuera de visita y debía estar en orden siempre. Sólo asistían ahí quienes limpiaban cada cierto tiempo. No tenía cocinera, sirvienta ni mayordomo, pero los conseguiría después.

Por el momento, lo único que anhelaba era estar a solas con Álvaro para demostrarle cuánto lo amaba.

Subieron la escalinata que daba hacia la puerta principal y se miraron de reojo. Álvaro lucía bastante nervioso, lo adivinó por su sonrojo.

Una vez que entraron, le tomó la mano y depositó un suave beso en el dorso.

—Bienvenido a casa — le dijo en un murmullo, sonriéndole.

—Gracias — susurró Álvaro como respuesta y el sonrojo en sus mejillas se incrementó —. Quisiera tomar un baño — desvió la mirada.

Ignacio lo guió escaleras arriba sin decir nada más. Las cortinas de aquellos ventanales estaban echadas, así que nadie los vería, pero decidieron esperar hasta llegar a la habitación.

Álvaro vio aquel pasillo con varias puertas color blanco, intentando adivinar a cuál se dirigían. Ignacio lo llevó de la mano directamente a la habitación del fondo y le proporcionó ropa y una toalla. Álvaro se disculpó para entrar a darse un baño rápido, mientras Ignacio aguardaba, sentado en un diván.

Al poco rato se puso en pie y se acercó a aquella puerta, pegó su frente a ella, impaciente. Oyó los pasos de Álvaro acercarse y, en cuanto el menor abrió la puerta y salió, lo acorraló contra la pared más cercana y comenzó a besarlo con hambre.

Las manos ansiosas de Ignacio comenzaron a desabrochar aquella camisa recién puesta y tocar aquella piel nívea mientras sus labios se rehusaban a abandonar los ajenos. Álvaro tampoco se mantuvo quieto y comenzó también aquella tarea de deshacerse de la ropa de Ignacio, pero comenzando por aquel estorboso cinturón.

Podía sentir la hombría endurecida del mayor bajo las prendas. Ansiosamente bajó el cierre e introdujo su mano para sentirla por primera vez.

Ignacio soltó un jadeo al sentir aquella suave mano rodeando su miembro. Aquello había sido tan placentero que tuvo qué apoyar su frente en el hombro del menor, intentando controlarse. Hasta ese momento sólo había soñado con eso y el sentirlo en realidad era muchísimo mejor.

Álvaro comenzó con aquella tarea de estimularlo. Su pulgar acarició con delicadeza el glande, sintiendo el líquido preseminal que fluía por aquel orificio y esparciéndolo por la superficie de aquella cabeza rosada. Imitó a Ignacio y también apoyó su frente en el hombro de éste, intentando controlar su respiración agitada.

Ignacio le besó el cuello y el hombro, dejando un camino de suaves mordidas en partes que sabía que no serían fácilmente visibles. La camisa de Álvaro seguía ahí, sólo siendo sostenida por los brazos de éste, pero sus hombros y su pecho ya estaban descubiertos.

De pronto, Álvaro apartó un poco a Ignacio y lo miró a los ojos, con deseo. Le tomó la mano y lo guió hasta el pie de la cama, donde le hizo sentarse. Se colocó de rodillas entre sus piernas y se inclinó hacia su erección, sin dejar de ver a los ojos al mayor.

Ignacio lo miró todo el tiempo, primero un poco sorprendido. Ver cómo los labios de Álvaro se cernían sobre aquel trozo duro de carne le había resultado una visión sumamente erótica. Sentir aquella suave succión, aquella lengua moviéndose y acariciando toda su extensión, aquellos finos dedos sujetándolo con delicadeza… Era lo mejor que había sentido en toda su vida…

Intentó advertírselo, pero simplemente no pudo. Se vino en la boca de Álvaro y sintió mucha vergüenza por ello, pues pensó que se molestaría. Sin embargo, Álvaro tragó aquello como si ya lo hubiera hecho antes, cosa que le hizo sentir una punzada de celos.

—Ya lo habías hecho… — murmuró dolido. Álvaro asintió, cabizbajo.

—Sólo eso… N-No he llegado más lejos con nadie — confesó. Sintió la mano de Ignacio tomarle la cara. Los labios de éste buscaron los suyos, en un beso apasionado.

Ignacio le hizo ponerse en pie y lo empujó sobre la cama para luego posicionarse sobre él.

—Entonces nunca lo has hecho con un hombre... — le mordió con suavidad el cuello, ahora sí en una parte visible. Estaba celoso y quería que el mundo viera que Álvaro era suyo.

—Nunca — rodeó la cintura del mayor con sus piernas. Su hombría seguía despierta, necesitada de atención, pero no esperaba que Ignacio hiciera lo mismo, no porque pensara que no le agradaría o que era demasiado macho para meterse un pene en la boca, sino porque sabía que probablemente jamás lo habría hecho y no tendría idea de cómo —. ¿Qué vas a hacer al respecto? — sintió cómo despertaba aquella parte de la anatomía de Ignacio y se clavaba encima de la propia.

—No sé… me gustaría tomar a cierto joven, pero… No sé si debería — murmuró —. ¿Y si no está listo?

—Oh, deberías, yo creo que ya está listo... Y que tiene muchas ansias por estar contigo… — murmuró, divertido. Se había preparado mientras se bañaba, justo como Emiliano le había enseñado.

—Te amo tanto — lo miró a los ojos largamente, embelesado.

—Y yo a ti — respondió, sonrojado y sonriente.

—No puedo creer que estás aquí conmigo, es como… un sueño hecho realidad… Te he anhelado tanto — acarició su mejilla —. Aún no me lo creo… Tengo miedo de despertar en mi casa y ver que no estás a mi lado tú, sino tu hermana… — desvió la mirada —. Siento como si esto no fuera real, como…

—Es real — le tomó la mano y la colocó sobre su pecho, para que sintiera los latidos de su corazón —. Lo es y vamos a disfrutarlo juntos — pasó sus brazos alrededor del cuello del mayor, para besarlo —. No pienses más… Sólo… Sé mío… Así como yo seré tuyo — murmuró contra sus labios.

Ignacio correspondió aquel beso largamente, con todo su amor, concentrándose en hacerle sentirlo, en decirle con eso que no era sólo deseo sexual, sino que anhelaba estar con él en todas las formas posibles, por el resto de su vida.

Lo demás fue dándose conforme pasaron los minutos. Cuando ambos se hallaron desnudos, siguieron con aquel ritual. Las caderas de Ignacio se movieron suavemente para frotar su erección contra la de su amado Álvaro por unos momentos. Luego se incorporó para verlo, extasiado.

Álvaro, ahí tendido, jadeando en busca de aire, con las mejillas rojas, con aquellas marcas rojizas en los hombros, el pecho, el cuello; aquel miembro de proporciones un poco más pequeñas que las de Ignacio, aquella piel nívea… Era su sueño hecho realidad.

El menor se cubrió la cara con ambas manos al sentir aquella mirada sobre sí, pero Ignacio las apartó con suavidad.

—No puedo evitarlo, me encanta verte — pidió —. Siempre me ha encantado verte, aún y cuando no tenía idea de lo que sentía… No sé si lo notabas… — confesó con una sonrisa tímida.

—¿A mí? — se rió bajito — Yo siempre te veía a ti… Pero tenía miedo de ser demasiado obvio… De que me vieras con asco por ser… — suspiró.

Ignacio ciñó la cintura de Álvaro y se inclinó para depositar un beso en su frente y otro en sus labios. Se incorporó para poder ponerse en posición y le sonrió.

Álvaro se incorporó también y se puso de rodillas en la cama. Ensalivó sus dedos y llevó su mano hacia su propio esfínter, para comenzar con la tarea de dilatar su entrada un poco más. Ignacio lo observó y comenzó a masturbarse, extasiado. Las expresiones de Álvaro al hacer aquello le parecían tan sugestivas…

—Recuéstate — le pidió Ignacio y Álvaro obedeció. Colocó una almohada bajo sus caderas. Aún recordaba todos los consejos que le había dado Emiliano para hacer todo eso, desde cómo prepararse, hasta cómo evitar salir demasiado lastimado. No podría evitar sentir el dolor, porque siempre dolería, según le había dicho Emiliano.

Ignacio se colocó entre sus piernas y tocó aquel miembro, logrando que Álvaro soltara un gemido y que de inmediato se llevara las manos a la boca para acallarlo.

—Quiero oírte — le murmuró mientras le tomaba ambas manos —. Éstas paredes son suficientemente gruesas como para que nadie se de cuenta — quiso tranquilizarle.

Álvaro asintió, sonrojado. No sabía si sería capaz de hacerlo, pero quería entregarse por completo a él. Respiró hondo y asintió. Apretó la sábana con sus puños, nervioso, mientras Ignacio se acomodaba y le alzaba las caderas un poco para ubicar su entrada.

No sabía exactamente cómo se hacía eso con otro hombre. Generalmente en las fiestas clandestinas, tomaba a la mujer más hermosa y menos parecida a Álvaro, la llevaba a alguna habitación, ella separaba las piernas y él sólo entraba y hacía lo suyo.

No había amor de por medio, así que no le preocupaba, sabía que ellas simplemente estaban listas y ya, que ese era su trabajo.

Pero ver a Álvaro así, estar a punto de poseerlo… Comenzó a dudar un poco, temiendo hacerle daño. Sin embargo, Álvaro se dio cuenta de eso y le tomó la mano.

—Sólo hazlo despacio — le indicó y volvió a inhalar y exhalar, tomando valor.

Ignacio asintió y miró aquel esfínter rosado palpitando, ansioso por recibirlo. Llevó su glande hacia él y presionó suavemente para entrar. Volteó a ver el rostro de Álvaro, que ahora tenía una expresión de dolor y mantenía los párpados apretados. Podía jurar que se le había escapado una lágrima, así que se detuvo.

—No, no te detengas — pidió Álvaro sin abrir los ojos —. Emiliano me dijo que así dolía…— respiró agitadamente un momento —. Ya pasará… Sigue — pidió.

Ignacio vio nuevamente hacia donde su miembro se hallaba enterrándose en Álvaro. Notó unas gotitas de sangre y se alarmó un poco. Álvaro sintió que quiso salir de él, así que volvió a hablar.

—Sigue… — pidió, jadeando.

—Pero estás sangrando — murmuró Ignacio.

—Es normal… Sigue — insistió.

Ignacio respiró hondo. La presión sobre su glande era ligeramente dolorosa y placentera a la vez. Empujó suavemente para entrar unos centímetros más, sintiendo cómo su miembro palpitaba en el interior de Álvaro. Era tan placentero que se detuvo por el miedo a correrse antes de tiempo. La expresión dolorosa de Álvaro seguía ahí y éste sólo se aferraba a aquella sábana; sus mejillas estaban rojas, su rostro sudoroso, su sexo había perdido un poco de firmeza por el dolor.

—Te lastimo demasiado, deberíamos…

—Ignacio Lascuráin Montiel, si tú no continúas con esto, voy a matarte — masculló Álvaro sin abrir los ojos.

—De acuerdo — se rió nerviosamente y se inclinó un poco para besar sus labios —. Es que…— le vio abrir los ojos y mirarlo con enojo.

—Hazlo, maldita sea. Voy a estar bien — le sujetó el rostro con ambas manos y depositó suaves besos en sus mejillas y labios —. Anda…— le sonrió cariñosamente.

Ignacio se incorporó. Su miembro había terminado saliéndose, así que volvió a empezar. Entrar de nuevo fue tan problemático como al principio, pero comenzar a empujar se tornó un poco doloroso para ambos, sin embargo continuó hasta que por fin quedó instalado dentro de él. Se inclinó de nuevo para distraerle del dolor con sus besos y mimos.

—Te amo… Me encantas — fue dejando suaves mordidas por el cuello. Tenía qué relajarlo, así que inexpertamente tomó su miembro y comenzó a masajearlo. Fue lo único que se le ocurrió en ese momento y que pareció funcionar. Álvaro comenzó a emitir suaves jadeos de placer.

Cuando consideró que había sido suficiente o se correría, soltó su miembro y sujetó su cintura con ambas manos. Se preparó mentalmente y se movió un poco dentro de Álvaro, que al principio sólo hizo un mueca de dolor. Continuó moviéndose aún así, entrando y saliendo un poco, hasta que pareció tocar el punto exacto, pues Álvaro soltó un quedo gemido y se sonrojó.

Sus piernas se afianzaron a la cintura de Ignacio. Lo miró largamente mientras éste seguía aquel suave vaivén. Sus miradas se cruzaron y ambos sonrieron. Ignacio había comenzado a sudar también y las gotitas de sudor hacían que sus cabellos se pegaran a su frente.

Álvaro arqueó la espalda un poco al sentir más placer. Su respiración se tornó agitada nuevamente y sus gemidos comenzaron a ser más sonoros.

Ignacio se inclinó hacia él de nueva cuenta para besarlo, sin dejar de embestirlo suavemente. Fue el turno de Álvaro de dejar esos labios y comenzar a repartir besos por el cuello del mayor, encontrándose con que Ignacio era muy sensible y le causaba cosquillas. Ambos se rieron un poco, más relajados y felices.

Volvieron a mirarse a los ojos, embelesados, mientras Ignacio seguía con las embestidas, aumentando la fuerza y velocidad. Éste se incorporó sujetándo a Álvaro, que quedó a horcajadas sobre él, y fue su turno de moverse. Álvaro comenzó a subir y bajar, sujetándose de los hombros de Ignacio, sintiendo que llegaba más profundo.

Aquella habitación se llenó de gemidos en poco tiempo, cada vez más altos y constantes. El golpeteo de los muslos de Ignacio contra las nalgas de Álvaro fue haciéndose más rápido, sobre todo cuando Ignacio se recostó y Álvaro tuvo más libertad de cabalgar sobre él.

Finalmente, Ignacio se vino dentro de Álvaro, que podía sentir cómo aquel miembro palpitaba y expulsaba aquel líquido caliente y viscoso en su interior. El último gemido ronco de Ignacio había sido tan sublime para él, había sido como cumplir con el sueño de toda su vida.

Álvaro se vino sobre el abdomen de Ignacio. Se sintió avergonzado por eso, pensando que le molestaría, pero Ignacio no le dio importancia; sólo lo atrajo para besarlo largamente. Su miembro salió del interior de Álvaro casi por sí solo y el semen comenzó a escurrir por la entrepierna del menor, pero parecía tampoco tener importancia de momento.

Álvaro se recostó junto a Ignacio, apoyando su cabeza sobre el pecho del mayor, cansado. Ignacio le besó la frente y sonrió, satisfecho. Había podido al fin ver la cara de satisfacción de Álvaro y sabía que jamás había tenido tal expresión en su vida, ni con esas prostitutas ni con nadie más. Se sentía tan feliz de ser él quien la hubiera causado...

—¿Estás bien? — inquirió, abrazándolo.

—Estoy… excelente — se rió con cansancio —. ¿Qué tal tú? — pasó sus finos dedos por el pecho del mayor, haciendo dibujos imaginarios.

—Excelente… Fue mejor de lo que pensé — exhaló, cansado también —. Descansa, mi amor…

—Tú también… Te amo — cerró los ojos, a punto de sucumbir al sueño. El cansancio del viaje y aquello le estaban pasando factura.

—También te amo — le besó la frente y cerró los ojos.

*—*

Aquel departamento donde vivían Manuel y su esposa Carmen en la ciudad era grande, pero no tenía un jardín. Estaba en el centro de la ciudad, en la planta alta de un edificio. Los ventanales que daban hacia la calle estaban cubiertos por cortinas blancas, para dejar entrar luz.

Ambos tenían un muy buen negocio de préstamos e inversiones. Manuel había estudiado contabilidad y era bueno con las matemáticas, la economía y estadística. Su esposa también era una mujer letrada y había aprendido muchísimo en los años que llevaban casados.

A la vista de todos, Manuel era un esposo amable, atento, amoroso y perfecto con Carmen, y ésta era la esposa perfecta también. Eran una pareja envidiable en su círculo social, pues rara vez tenían problemas y siempre parecían resolver todo con mucho amor.

Hasta entonces no habían tenido hijos y, aunque siempre había quién preguntara, ambos decían que simplemente todavía no tenían la suerte de tener uno pero que llegaría el momento.

La realidad era que Manuel, a pesar de llevar casado tantos años con Carmen y demostrar siempre mucho amor y afecto, no sentía por ella más que cierto cariño. Habían aplazado el tener hijos por unos años y ambos estaban de acuerdo en que querían primero disfrutar un poco más de la libertad, hacer fortuna y tener algo bueno qué ofrecerles por sí mismos y no a expensas de las fortunas de sus familias. Pero comenzaron a pensar en el asunto cuando Manuel llegó a los 30 años, pues querían al menos un heredero. No le costaba mucho tener sexo con ella, pues le gustaban también las mujeres y Carmen era muy hermosa.

Pero Manuel estaba enamorado de Gerardo desde que lo había conocido, aunque éste era menor y un hombre también. Sin embargo, en aquel entonces no guardaba alguna esperanza de estar con él, sólo lo amaba en secreto, le demostraba su cariño quizá excesivamente esperando que correspondiera, pero nunca había respondido más allá de sonrisitas y pequeñas muestras de cariño, así que se resignó en cierto modo y siguió con la línea establecida: tener una esposa, hacer crecer su negocio, quizá en el futuro tener hijos.

No conseguía olvidarlo, pero se conformaba con verlo, con fantasear con él mientras tenía sexo con Carmen, con que Gerardo lo dejara tocarlo como siempre, con soñar que algún día remotamente Gerardo le dijera un “te amo”...

Fue hasta que supo que Gerardo había sido arrestado por estar en aquel baile que se dio cuenta que quizá habría tenido una oportunidad si le hubiera confesado lo que sentía, pero ya no tenía caso, pues se había enterado tarde de lo sucedido y todo el mundo le decía que probablemente ya estaría muerto.

Aquello lo había dejado devastado y para nadie era raro porque sabían el cariño que le profesaba al hijo de los Navarrete.

Quizá por eso había reaccionado de aquella manera al verlo en la hacienda, quizá por eso había perdido el control y le había hecho daño… Había estado mal, lo sabía, pero no se arrepentía realmente, sólo quería intentar tenerlo de nuevo, pero ésta vez de manera más “correcta” y no contra su voluntad. Y tener la oportunidad de vivir bajo el mismo techo que él le encantaba, pues podría mover las piezas a su favor. Sabía que con los traumas recientes sería sumamente fácil manipularlo a su antojo.

Sí, siempre había sido así de egoísta, pero encubría siempre todo bajo una máscara de amabilidad.

—Bienvenido — la voz de Carmen era alegre, como siempre. Aquella mujer era joven, de no más de 30 años. Había sido educada para ser una excelente esposa y así lo cumplía, así que todas las decisiones de su marido para ella eran una ley y las tomaba de la mejor manera.

Gerardo le agradaba y le causaba compasión, así que el poder tenerlo en su casa para atenderlo le era grato.

—M-Muchas gracias — murmuró Gerardo, apenado. Manuel empujó aquella silla de ruedas fuera del elevador, para cruzar el pasillo y poder entrar al lugar.

—Lo que necesites, no dudes en decirnos — recalcó Manuel —. No tenemos un jardín como tal, pero hay una terraza y Carmen se ha ocupado de llenarla de flores y plantas muy bonitas. Podemos hacer algunas mejoras para que te sientas más cómodo y…

—No, no es necesario, no quiero que se preocupen, está bien así — negó con la cabeza enérgicamente —. No quiero molestar…

—No es molestia, Gerardo. Sabes que yo te quiero mucho y el tenerte en nuestra casa es un placer — le palmeó el hombro —. Te llevaré a tu habitación — le dijo y comenzó a empujar la silla hacia un pasillo con varias puertas. Señaló una en específico y le habló —. Esa es la habitación principal, ahí dormimos Carmen y yo — apuntó —. Tú dormirás enfrente — se apartó para abrir la puerta y encender la luz —. ¿Quieres descansar?

—Sí, por favor — murmuró, avergonzado. El viaje había sido largo y tedioso, sobre todo porque él no tenía la libertad de levantarse para estirar las piernas cuando se cansaba. Quería recostarse un momento al menos.

—Claro — empujó la silla dentro y luego cargó a Gerardo entre sus brazos —. Te traeré tus libros más tarde, para que puedas entretenerte si quieres.

—Muchas gracias, en serio… No sé cómo agradecértelo — agachó la mirada.

—¿Estás triste porque no estarás con Raúl? — preguntó y lo depositó suavemente en la cama, sentado. Movió las mantas y lo ayudó a recostarse para luego arroparlo.

—Algo — respondió y esbozó una sonrisa.

—Todo estará bien — le acarició la mejilla —. Descansa — le besó la frente y le sonrió.

—¿No te causará problemas con Carmen el que seas tan cariñoso conmigo? Quiero decir… siempre lo has sido, pero... — preguntó, un poco incómodo.

—Cuando pensé que te había perdido para siempre, lamenté tanto no poder tenerte cerca para demostrarte lo mucho que te quiero… Ahora que sé que estás aquí, siento que quiero darte todo el cariño posible… — se rió bajito y agachó la mirada —. Quisiera incluso besar tus labios, pero… No creo que lo tomes bien… Sólo es… Siento que quiero demostrarte que te quiero, pero que lo que hago no es suficiente...

Gerardo se sonrojó al oírle decir aquello y agachó la mirada también.

—Carmen se molestaría si haces eso...

—A ella no le molesta. Me ha visto darte muchas muestras de afecto… Ella también te aprecia mucho y sabe que yo soy un hombre muy cariñoso con las personas que me importan — volvió a alzar la mirada y le acarició el cabello —. Descansa… — esperaba más un reclamo tal como “pero ambos somos hombres” o “no me gustaría”, sin embargo no lo hubo. El principal problema de Gerardo parecía ser que Carmen fuese a molestarse, pensó.

Qué inocente podía llegar a ser Gerardo, se dijo.

—Gracias.

Manuel se inclinó para besarle la frente, pero en lugar de hacer eso, buscó sus labios, dejando a Gerardo algo sorprendido.

—Perdóname… no me pude resistir — se rió nerviosamente —. ¿Te molesta?

Gerardo negó con la cabeza suavemente, aún con el sonrojo en sus mejillas. Sentía que no podía negarse por todo lo que estaban haciendo por él.

Él no tenía absolutamente nada, ya no era nadie. Ni siquiera podría usar su propio apellido el resto de su vida. No podía sostenerse en pie por sí solo y se hallaba moralmente abatido, así que sentía que todas las atenciones que le daban debían ser recibidas con una sonrisa al menos, aunque le dieran miedo… Una parte de sí le decía que, de negarse, sería abandonado a su suerte y terminaría de nuevo en un lugar terrible como aquella hacienda y moriría sin remedio o sería víctima de cosas peores.

En aquel vagón de tren en el que lo habían enviado a Yucatán había escuchado tantas historias tan terribles. Decían que Yucatán era horrible, era un infierno, pero hablaban también de Valle Nacional, en Oaxaca. Decían aquellas personas que era un infierno mucho peor, como si con eso pudieran soportar más su cruel destino en Yucatán, como si pensaran que su suerte no había sido tan mala al terminar ahí. Si en Yucatán los indígenas llevados de otros sitios morían poco después del año por el exceso de trabajo y las condiciones inhumanas, en Valle Nacional sólo duraban 6 meses máximo. Algunas personas se habían vuelto ricas porque comerciaban con todo aquel indígena que se les cruzara. Bastaba con que contrajeran una deuda por alguna emergencia, o acusarlos de un delito menor y eran encarcelados y vendidos. Algunos incluso sólo iban por la calle y simplemente se los llevaban, sin decir nada.

No importaba si eran hombres o mujeres, ni la edad, niños, adolescentes, adultos… A veces ni siquiera si eran mestizos y no indígenas puros… Solo bastaba con que tuvieran la piel morena para ser prácticamente secuestrados con fines de explotación y sus familias no volvían a saber de ellos.

La ley solo escuchaba a quien tenía con qué pagar...

Y Gerardo ya no tenía nada… ¿Qué le esperaba a él, si nunca en su vida había trabajado tan duramente? No había pasado ni un mes trabajando en la hacienda y estaba a punto de morir… Sabía que era muy débil, no en balde su sistema aún no se recuperaba y no lograba dar dos pasos sin caer de rodillas. Su autoestima estaba en el suelo, sus esperanzas de lograr algo en la vida también. Se culpaba por lo que le había sucedido, desde el momento en que asistió a ese maldito baile, hasta el hecho de que hubieran abusado de él.

Sólo podía aspirar a recuperarse y servir a quienes le habían tendido la mano. Tenía mucho miedo de hacer algo mal, de que lo dejaran solo, justo como Dago y su padre lo habían abandonado, y eso que se suponía que eran las personas que más lo amaban…

Se llevó los dedos a los labios, pensando que no había sido tan terrible como recibir un latigazo y que podría soportarlo. Manuel aún le causaba miedo, pero lentamente iba convenciéndose a sí mismo de que él no había tenido nada qué ver en lo sucedido.

—Entonces, ¿puedo seguir haciéndolo? — la voz de Manuel le trajo de vuelta a la realidad.

—Como tú quieras — agachó la mirada —. Si no te causa problemas…

Ojalá Raúl fuera el que le estuviera preguntando aquello, pensó.

Pero seguramente Raúl, al ser recién casado, no podría tenerlo en casa más. Estaba mal estar entre un par de recién casados, jodiéndoles la intimidad, lo sabía. Quizá Manuel y Carmen lo llevarían mejor, sería como cuidar de un hijo enfermo, aunque no fueran tan mayores. Carmen era sólo 3 años mayor que Gerardo en realidad, y Manuel sólo un par de años mayor que Carmen.

Escucharon suaves toques en la puerta y dirigieron su atención hacia allá. Carmen abrió suavemente y se asomó, sonriente.

—¿Qué tal tu habitación? — inquirió, acercándose al pie de la cama — Lo que necesites, no dudes en decirnos, ¿de acuerdo? — lo miró con amor maternal.

—Muchas gracias — no fue capaz de verla a los ojos, sólo asintió con vergüenza —. Lamento molestarlos tanto…

—No digas eso más… Vamos a estar para ti — le acarició la cabeza y se puso en pie para ir junto a su esposa. Le pasó el brazo por la espalda y le instó a salir —. Vamos a dejarte descansar. Iremos a descansar también. Cualquier cosa, nos llamas — cerró la puerta al salir.

Gerardo asintió y les vio irse. Se acomodó bajo las mantas y cerró los ojos, pero dio un respingo al oír la puerta abrirse nuevamente. Manuel entró rápidamente, se acercó y le besó los labios para irse nuevamente, farfullando un “descansa”.

No, no iba a perder una sola oportunidad de hacer eso, se dijo Manuel.

*—*

Raúl se alistó para la tan esperada boda de Ignacio y Esther, aún sin saber lo que ocurría. Bajó a la sala, donde Catalina estaba siendo ayudada por una doncella, que le retocaba un poco el peinado. Lucía hermosa, casi como un ángel, pero eso a Raúl le dio igual, pues ni la miró bien.

—Vámonos — le instó. Estaba demasiado serio, como de mal humor, aunque no fuera grosero con nadie. Catalina había aprendido a distinguir sus estados de ánimo en aquel viaje de luna de miel. Sabía que le estaba afectando que Gerardo no estuviera en casa, pues junto a él siempre lucía tan tranquilo.

Subieron al auto y Raúl ordenó al chofer partir. Emprendieron el camino hacia la mansión Diener. Aún nadie había avisado de la cancelación, puesto que muchos de los invitados fueron llegando.

Parecía que habían podido avisar a unos pocos, pero por la premura de la situación, no habían avisado ni a la mitad. Todos se hallaban ahí, extrañados de que el sitio no estuviera listo para el evento.

—¿Qué sucede, Enrique? — le preguntó Raúl al verlo, pues éste había llegado más temprano. Aquel frac y ese sombrero de copa alta le hacían lucir más distinguido.

—Parece que hubo un problema de último minuto, querido amigo — notó a Catalina del brazo de Raúl y se quitó el sombrero para luego ofrecerle su mano. Ella respondió aquel gesto y Enrique besó suavemente el dorso de aquella delicada mano —. Buenos días — le dijo, caballerosamente.

—Buenos días — respondió ella, sonriente, intentando dar la apariencia de que era completamente feliz junto a Raúl aunque fuese todo lo contrario. Se sentía abandonada y sola, aún estando él a su lado físicamente. Pero no quería que la sociedad se diera cuenta de que su matrimonio era un fracaso.

—¿Qué clase de problema? — preguntó Raúl y tomó asiento en una de esas sillas que los empleados de la mansión empezaron a acomodar para que nadie se quedara en pie tanto tiempo.

—Desconozco por completo la situación, el mayordomo sólo salió a decirnos que podíamos pasar al jardín, que en breve vendrían sus amos a explicarnos la situación — respondió y tomó asiento junto a su mejor amigo —. Esperaba que nuestro querido Álvaro saliera para darnos los pormenores, pero no lo he visto…

Los sirvientes se apresuraron a servirles algunas bebidas y bocadillos luego de acomodar las mesas.

—Buenos días dama, caballeros — saludó Manuel, llevando del brazo a Carmen —. ¿Qué sucede? — inquirió al notar aquel ambiente.

—Hermano — Raúl se puso en pie para saludarlo y saludar a Carmen apropiadamente, al igual que Enrique. Catalina hizo lo propio y se sentó junto a Carmen para platicar, así que los 3 hombres se dedicaron a especular.

—Quizá Esther esté indispuesta — supuso Manuel, despreocupadamente.

—Insisto en que Álvaro ya habría salido a darnos los pormenores, se me hace muy extraño, casi tanto como el hecho de que anoche ninguno de los dos acudió a la fiesta de despedida — habló Enrique y encendió un puro luego de ofrecerle uno a sus amigos. Estaba algo molesto debido a eso, pero supuso que ambos habrían tenido una razón muy poderosa para perderse semejante evento.

—En eso tienes razón — respondió Raúl con aquel puro entre los labios.

No se imaginaban el pánico dentro de la mansión. Esther lloraba a mares, acompañada de su madre y Lorena, que recién se había enterado de lo ocurrido. La noche anterior tontamente había creído que aquellos dos solamente se habían fugado a algún sitio de mala muerte. Ella lloraba también, pero creía que Álvaro había sido llevado contra su voluntad y lo recuperarían. El señor Diener se había abocado a la búsqueda de su hijo e Ignacio en cada estación, acompañado del señor Lascuráin. No habían vuelto en toda la noche.

—Señora, los invitados siguen llegando, ¿qué hacemos? — inquirió una doncella, preocupada.

—Será mejor que salga a decirles lo que sucede — se puso en pie la mujer.

—¡No! ¡Nadie se puede enterar de esto! — exclamó Esther, sintiéndose lo suficientemente humillada como para que todo el mundo se enterara.

—Bien, hija… sólo… diremos que Ignacio huyó con otra mujer, mientras tu padre trae de vuelta a Álvaro — propuso.

—Sería menos humillante decir que se fue con otra a decir que se robó a mi hermano — murmuró ella —. Aún así… — comenzó a llorar de nuevo y Lorena la abrazó.

—Cálmate, todo va a salir bien — le sobó la espalda, no sabiendo qué más decirle. Ella misma estaba devastada, temiendo que nunca los encontraran.

—Les diré que la boda se pospone por problemas de salud entonces… — suspiró —. No, no puedo… Ignacio no va a volver aquí con vida seguramente, así que no habrá una nueva fecha… — volvió a suspirar —. Sólo… Diré que Ignacio y tú tuvieron problemas y él se fue, ¿de acuerdo?

Esther asintió y se quedó en la cama, hecha un ovillo, mientras Lorena intentaba consolarla.

La señora Diener bajó, rogando que el escándalo no se hiciera más grande con lo que diría. Había escuchado a sus doncellas cuchichear sobre el asunto y parecían saber demasiado, así que les había advertido que si alguien más se enteraba las echaría.

No, nadie debía enterarse de eso. Álvaro volvería y, para sanar su honor, se casaría con Lorena en cuanto volviera. Eso había convenido ella con su esposo cuando habían hablado por teléfono a medianoche.

Cuando la señora Diener salió al jardín, todos los invitados voltearon a verla y callaron. Ella, con su porte elegante, se quedó ahí en pie en la cima de la pequeña escalinata que daba hacia el jardín y carraspeó un poco para aclarar su voz.

—Estimados amigos, lamentamos no haber informado a todos debidamente para no hacerles perder su valioso tiempo, nos fue imposible localizar a algunos y contactar con todos en tan poco tiempo. Ha habido un problema entre mi hija y su prometido y… Bueno, él se ha ido del país. Éste problema es motivo de la cancelación de la boda. Les agradezco su presencia y cariño, y les pido de la manera más atenta que por favor no hablen al respecto. Mi hija no se encuentra bien debido a esto y quisiera evitarle más disgustos — pronunció la mujer con seriedad —. Debido a la premura de la situación, siéntanse libres de permanecer aquí y degustar los platillos que iban a ser servidos, beber lo que gusten y disfrutar la música. Se les atenderá de acuerdo a lo programado si así lo requieren. Muchas gracias y… disfruten la comida. Permiso — dijo y entró de vuelta.

Los meseros salieron de inmediato con platos servidos en bandejas y fueron repartiendo. El silencio fue roto por murmullos y posteriormente ya no hubo más silencio. La orquesta tampoco había sido cancelada y básicamente nadie les había dicho que no se instalaran, así que empezaron a tocar de nueva cuenta, como si aquello fuera la fiesta.

Enrique, Raúl y Manuel se miraron, sorprendidos.

De haber un problema tal, ¿Ignacio no habría acudido a ellos? ¿Cómo que se había ido al extranjero? Algo se les hacía muy raro en ese asunto.

Carmen y Catalina hablaron al respecto, sabiendo del asunto lo mismo que todos.

—¿Será que Álvaro está indispuesto porque Ignacio se fue? — inquirió Manuel.

—Es una posibilidad, querido Manuel — aseveró Enrique —. Aunque… Conociéndolo, es más probable que esté con él — encogió los hombros.

—¿Que hayan huido juntos? — se rió Raúl, sosteniendo aquel puro entre sus dedos — Qué sentido del humor más particular tienes hoy — se colocó el puro entre los labios para acallar su propia risa, no queriendo que el resto de los invitados se diera cuenta.

—Sino, ¿por qué no está aquí? — bromeó… La manera en que lo había dicho Raúl sonaba más a una escapada de amantes que a lo que él había querido decir, pues imaginaba que Álvaro iría tras Ignacio para convencerlo de volver, pero lo analizó un poco y comenzó a tener sentido…

Enrique conocía a Ignacio perfectamente bien y había notado que su forma de mirar a Álvaro había cambiado gradualmente los últimos meses. Ya no lo veía simplemente como su mejor amigo, lo veía con cierto anhelo, lo tocaba mucho más e incluso ese tacto parecía cada vez más íntimo… Álvaro parecía totalmente ajeno a ese cambio. Enrique incluso notaba que el mayor de los Diener estaba intentando poner algo de distancia con Ignacio, sobre todo la semana previa al enlace, pues incluso lo había estado evitando, lo supo por sus actitudes y lo confirmó por Lorena.

Sacó sus conclusiones solo y se le hizo lo más lógico: O habían huido juntos, o Ignacio se lo había llevado contra su voluntad...

—O bien, puede estar consolando a su hermana — dijo Raúl, para calmar los ánimos. Tampoco quería que fueran a hablar de Álvaro o Ignacio de mala manera si las cosas no eran así. Después de todo, eran sus amigos.

Enrique asintió. Aún así, una punzada de desagrado se instaló en su ser al darle ese sentido a los comportamientos de éstos.

Pero Enrique era un caballero, no hablaría de más. Sólo había sembrado esa pequeña suposición entre sus amigos sin querer, bromeando, sabiendo que Álvaro adoraba a Ignacio y viceversa.

—¿Qué pasa? ¿Por qué te pusiste tan serio de repente? — inquirió Raúl.

—No… nada — no podía dejar de darle vueltas al asunto, de sentir rechazo hacia esa idea —. Damas, caballeros, creo que será mejor que nos retiremos, no es correcto disfrutar esto a expensas del dolor de Esther — propuso.

—Claro, sólo esperemos a Catalina, que pasó al servicio — les dijo Carmen. Recién los otros 3 fueron conscientes de ello.

Adentro, Catalina caminaba por aquel pasillo de las habitaciones de huéspedes. Al fondo estaba el sanitario y recién había salido de ahí. Escuchó a dos doncellas hablando tras una puerta entreabierta, parecían estar limpiando una de las habitaciones y cuchicheando sobre lo acontecido. No iba a prestar atención a chismes de sirvientas, pero se quedó literalmente helada al oír aquello.

... Entonces el joven Ignacio se lo llevó cargando sobre el hombro, yo lo vi. El joven Álvaro ni siquiera se movía. Y al rato la niña Esther salió gritando que el joven Ignacio se lo había robado

¿Para qué va a robarse el joven Ignacio al joven Álvaro?

—¿Para qué va a ser? A lo mejor porque tienes poco tiempo aquí, pero yo tengo años, esos dos se llevaban bien extraño. Era como ver una pareja, se querían muchísimo, nada más les faltaba darse besos… o quién sabe si en privado lo harían. Bueno, después de saber lo que pasó, como que todo fue cuadrando… Esos dos se querían más que como amigos, pero quién sabe por qué el joven Ignacio se lo tuvo qué llevar así, a lo mejor el joven Álvaro no quería… El señor Diener dijo que iba a encontrarlos e iba a matar al joven Ignacio por eso. Salió con su arma anoche, hecho una furia, lo hubieras visto…

Catalina se cubrió la boca y se apresuró a salir. Cuando llegó a la mesa donde estaban Raúl y los demás, se sentó y no dijo nada más. Tenía una cara de pasmo tal, que todos la miraron con preocupación.

—¿Estás bien, querida? — inquirió Carmen.

—Tengo qué decirte algo, pero aquí no — le murmuró.

—Claro — asintió ella y se pusieron en pie, para abandonar el lugar, tal como habían dicho.

La gente fue retirándose poco a poco, hasta que quedó vacío aquel jardín. Todo el mundo especulaba que Ignacio se había ido con su amante, pero nadie lograba dar con la razón real. Sólo Catalina sabía y tuvo qué cargar con el peso de eso hasta que llegaron a la mansión Iturbide.

—¿Qué querías decirme con tanta urgencia? — inquirió Carmen cuando estuvieron a solas en el despacho. Manuel le había permitido ir con ella para poder estar a solas con Gerardo. Raúl había subido a quitarse aquel frac que tanto le incomodaba.

Ambas tomaron asiento en aquel diván de terciopelo guinda y Carmen notó el nerviosismo de la menor, que no tardó en hablar.

—Yo me enteré sin querer de lo que pasó con Ignacio y Esther. Oí a sus doncellas hablar… Ignacio se robó a Álvaro — no pudo contener más aquello que sabía, sentía que era algo muy importante y le pesaba guardarlo.

—Oh, por Dios — se cubrió la boca con la mano, impactada.

—¿Qué? — Raúl había abierto la puerta justo cuando Catalina pronunciaba aquello.

Catalina palideció y miró a su esposo con miedo. Raúl se acercó a grandes zancadas hasta ellas. Incluso Carmen temió que Raúl estuviera furioso.

—Repítelo — ordenó.

—Ellas dijeron que anoche Ignacio bajó con Álvaro al hombro, que Álvaro estaba inconsciente… El señor Diener dijo que iba a matar a Ignacio y salió desde anoche con su arma tras ellos — respondió, temerosa.

Raúl asintió, como ido.

—Ni una palabra de eso a nadie, ¿entendieron? — les ordenó y ellas salieron de ahí, con semblante preocupado. Raúl fue a sentarse tras el escritorio, incluso se había olvidado de que tenía qué llamar a la hacienda para ver cómo iban los asuntos más urgentes.

Aquello que había dicho Enrique era cierto, si bien lo había dicho bromeando…

Sentía que tenía qué hacer algo…

Buscó en su agenda y encontró aquel número. Si su presentimiento era correcto, ahí los encontraría, pero… No había pasado aún tiempo suficiente para que llegaran.

Ignacio le había dado el número de teléfono de aquella hacienda hacía mucho tiempo, cuando recién la había adquirido. Raúl solía ocuparse de supervisar la administración de ésta, cosa que no le tomaba mucho de su tiempo. Llamaba una vez al mes, cuando le llegaban los informes por correo. Ignacio le remuneraba aquello apropiadamente.

Supuso que irían ahí, pues Ignacio también le había comentado que quería ese sitio para descansar. Ninguno de los Lascuráin sabía de esa propiedad, pues no quería ser molestado. Álvaro mismo tampoco sabía gran cosa, sólo sabía que existía.

Decidió esperar, quizá llamar a la mañana siguiente sería más seguro. Anotó el número y la dirección en una hoja y rayoneó lo que estaba escrito en la agenda. No quería que alguien encontrara esa información por accidente, sobre todo Catalina, que ya conocía la verdad. Después de lo sucedido con Emiliano y Julio, sentía que ya no podía confiar en ella del todo, aunque ella no lo hubiera hecho a propósito.

Guardó aquel pequeño papel en su billetera. Se quedó pensativo durante un buen rato. No sentía celos, sólo preocupación… Probablemente el señor Lascuráin también se había unido a los esfuerzos del señor Diener para localizarlos y querría matar a su propio hijo por esa deshonra.

Suspiró… ¿Por qué debía ser tan difícil amar a un hombre? No pudo evitar pensar de inmediato en Gerardo y tuvo qué admitirlo… Le gustaba y estaba haciéndose un espacio cada vez más grande en su corazón. Lo extrañaba, pero no llamó porque probablemente Manuel aún no llegaba a su departamento, pensó.

Quizá Gerardo estaría dormido, no quería molestarlo con el ruido del teléfono. Mientras esperaban a que les entregaran sus autos, le había preguntado a Manuel por él y éste le había dicho que estaba al cuidado de una enfermera mientras acudían a la boda; que lo veía tranquilo, leía mucho y dormía mucho, que le había ayudado a caminar un poco antes de dormir.

Manuel le había mentido en parte, pues no lo había puesto a hacer sus ejercicios; le convenía que no se recuperara pronto, necesitaba tenerlo lo más dependiente de él posible.

Cuando Manuel llegó al departamento le dijo a la enfermera que ya podía retirarse y pagó sus honorarios completos, aunque no hubiera estado con él la jornada acordada. Fue silenciosamente hacia el pasillo y abrió con cautela la puerta de la habitación de Gerardo. Éste dormía, pero se despertó a pesar de que el ruido había sido mínimo. Había tanto silencio que lo había notado.

—Perdona, no quería despertarte, sólo quería ver si estabas bien — le dijo y se sentó en el borde de la cama en dirección a él.

—Descuida. Acababa de dormirme. ¿Qué pasó? ¿No estabas en la boda? — preguntó, extrañado. Se quiso incorporar solo, pero Manuel le ayudó — Gracias — agachó la mirada.

—Se canceló. Ignacio y Esther tuvieron problemas o algo así y él se fue — le relató escuetamente —. ¿Cómo has estado? — le tocó la frente y la mejilla — ¿Estás bien? — se inclinó para besar sus labios suavemente.

—S-Sí… Sólo leí y me dormí. No es como que pueda hacer gran cosa — se rió, nervioso, luego de aquel beso.

—Me alegra mucho — le volvió a besar los labios —. Lo siento, es que… Me gusta mucho besarte — se disculpó como si eso le pesara.

—N-No te preocupes — sentía sus mejillas calientes, como cuando le daba fiebre —. Yo… ¿Viste a Raúl? — inquirió.

—Ah, sí… Está bien, él y su esposa estuvieron conmigo, ella estaba radiante y parecía muy contenta. Él… ya sabes cómo es, aunque siempre está con esa cara de que está amargado, hoy estaba de particular buen humor — dijo a propósito y encogió los hombros.

Gerardo asumió que era porque ahora sí podía disfrutar de su matrimonio. Esbozó una sonrisa para dar la apariencia de que le alegraba, pero en realidad le hacía sentir tan triste…

—¿Por qué pones esa cara? — le tocó la mejilla — ¿Dije algo malo? — pronunció tan cerca de su rostro que Gerardo intuyó que lo besaría de nuevo.

Lo único que deseaba en ese momento era sentir el cariño de alguien. Si hubiera sido de Raúl, habría sido maravilloso, pero en cuanto Manuel lo besó, correspondió aquel beso como si el que lo besaba fuera el propio Raúl.

Manuel, gratamente sorprendido por ello, profundizó aquel beso y lo recostó suavemente, sin separarse de él.

Gerardo palideció. De repente le había causado miedo, pero no dijo nada, sólo murmuró una disculpa.

—No debí…

—Ni yo — respondió Manuel —. Perdóname, yo… No sé qué me pasa contigo… — mintió —. Es sólo que… Verte siempre me da ganas de… besarte…

—No debemos, Carmen podría entrar y…

—Descuida, Carmen se quedó con Catalina — le acarició la mejilla y se inclinó para besarle el cuello, pero Gerardo se apartó suavemente.

—Si no te molesta, quisiera… dormir un poco — pidió, avergonzado y perturbado.

—Tranquilo, entiendo — le besó la frente —. Te quiero… Descansa — estuvo a punto de besar sus labios, pero se apartó.

Gerardo lo agradeció internamente. Sentía que estaba aprovechándose de Manuel porque era bastante parecido a Raúl, físicamente hablando, y no debía permitir que sus fantasías de que Raúl fuera quien le prodigara aquellos mimos se hicieran realidad a expensas de Manuel.

Se sentía una mala persona por eso.



Notas finales:

Gracias por leer UwU

Espero traer pronto el siguiente capítulo :'3 <333333333333


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