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Ignacio y Álvaro por TadaHamada

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Notas del capitulo:

Feliz año nuevo :3 <3333333333

La tensión en aquel consultorio pasaba desapercibida para Álvaro, que se había concentrado en hacer lo que Emiliano le había pedido. Se sentía muy relajado gracias al medicamento que le había prescrito éste, tal vez era también parte de lo que le mantenía ajeno al ambiente pesado de aquel lugar.

Ignacio le estaba ayudando a acomodar los medicamentos que recién habían llegado de la capital, todo por orden alfabético. Se estaba empezando a aburrir demasiado, pero no quería irse de ahí porque sabía que Álvaro se quedaría a solas con Emiliano.

—Doctor — tocó a la puerta el capataz para hacerse notar —. Ya están listas las últimas camillas — le avisó.

—Gracias — respondió y se puso en pie para ir a supervisar que los pacientes fuesen puestos en el pabellón correctamente —. En seguida regreso — anunció a los dos presentes y fue tras el hombre.

Ignacio esperó un tiempo prudente para hablar, rompiendo aquel silencio entre los dos.

—¿Por qué te agrada tanto Emiliano? — inquirió de repente. Álvaro exhaló largamente, con fastidio.

—¿Es en serio? ¿Vas a seguir cuestionando lo mismo? — se giró a verlo.

—Es que no logro entenderlo — respondió, intentando tener paciencia.

—No es necesario que lo entiendas. Es como tu extraña fascinación por tener amistad con Enrique y Raúl, a pesar de que a veces no los soportas — expuso, intentando hacerle entender —. No busco entenderlo, sólo lo acepto. Tienes amigos que no me agradan ni yo a ellos, pero te queremos, nos agradas tú, eres nuestro amigo en común — le explicó.

Ignacio tuvo qué reconocer, con pesar, que tenía razón. Suspiró. No lograría hacerle entender que la amistad con Emiliano no era buena a su parecer, más aún con lo que ya sabía. Y no se lo diría, no sería él quien se ganara el desprecio de Álvaro por arruinar las cosas entre éste y Emiliano. Creía que Álvaro pensaría que sólo quería echar a perder las cosas entre ellos diciendo mentiras.

Emiliano mismo se tendría qué confesar un día o vivir con su secreto para siempre. Obviamente no sabía que ya lo había hecho y pensaba que de ahí a que Álvaro correspondiera sus sentimientos era otro asunto…

¿Lo harías? ¿Corresponderías los sentimientos de Emiliano? No… Tú no eres como él… Eres sensible, extraordinariamente sensible, pero no quiere decir que seas un... — lo miró, eran preguntas que quería hacerle pero que su boca no estaba dispuesta a dejar salir — Está bien, dejaré el asunto por la paz. Lo último que necesito es que dejes de quererme por algo tan estúpido — entornó los ojos. Él tenía las de perder y lo sabía. Todo debido a su insistencia absurda. Recibió aquella palmada en la espalda con mucho gusto.

—Nunca dejaría de quererte — le sonrió, con inmenso cariño.

—Tengo qué ir al baño — dijo de repente Ignacio, con semblante extraño.

Se había puesto pálido de la nada, así que Álvaro asumió que algo le habría caído mal, aunque le resultaba extraño, pues Ignacio era de estómago fuerte. Incluso sopesó la posibilidad de que se hubiera contagiado de viruela, pues no sabía si ya estaba vacunado.

—¿Estás bien? — inquirió, con preocupación. Extendió su mano para tocarle la frente, pero sólo sintió un sudor frío.

Ignacio sintió aquella cálida mano sobre su frente y se quedó estático por un instante. Tragó saliva y cuando por fin pudo hablar sin sentir que tartamudearía, murmuró:

—Sí, no te preocupes, enseguida vuelvo — le dijo y salió rápido de ahí.

Álvaro lo siguió con la mirada hasta que Ignacio se perdió en la distancia. Le preocupaba, esperaría a que volviera, así que continuó acomodando medicamentos, le pediría a Emiliano que lo revisara, se dijo.

Pero Ignacio no fue al baño. Fue hacia el campo, donde se perdió entre el maizal. Había poca gente en la pizca porque la mayoría de los trabajadores estaban construyendo las partes faltantes del pabellón de enfermos. Caminó y caminó hasta que consideró que estaba lo suficientemente lejos y solo.

—¿En qué demonios acabo de pensar? — se preguntó, mirando a su alrededor, nervioso — Yo no soy un…— se llevó ambas manos hacia el estómago, pues sentía algo extraño que no sabía descifrar.

Sólo podía pensar en la sonrisa de Álvaro… Eso era lo que le producía aquella sensación en el estómago, el sólo pensar en esa sonrisa. Podía recordar cómo, fugazmente y sin poder evitarlo, había visto sus labios y había pasado por su cabeza la idea de besarlo. Y al sentir aquella mano en su frente, aquella necesidad se había incrementado...

No, él no… No podía… Ignacio Lascuráin Montiel no podía ser una abominación.

Todo tenía qué tener una explicación lógica.

Pero se había sentido tan bien de oírle decir aquello con tal sonrisa llena de cariño…

“Nunca dejaría de quererte...”

Se estaba metiendo ideas raras en la cabeza a causa de lo que Emiliano le había confesado, de todas esas cosas que le había dicho César, de esos comentarios hechos por Enrique y Raúl… Era lógico, ¿no?

Él quería a Álvaro... como amigo. Era su mejor amigo, tenía derecho de ser cariñoso con él… ¿cierto?

Se puso en cuclillas y se llevó las manos a la cabeza, intentando procesar todo.

¿Y si por eso había aceptado casarse con Esther?

“Pero tranquilo, tendrás una copia de Álvaro en tu cama, esperándote todas las noches… Aunque dudo que la señorita Esther sea tan... afectuosa como Álvaro… Ojalá ella fuera más como Álvaro, ¿no crees?”

“Si Álvaro fuera una mujer, le haría mi esposa sin pensarlo...”

En aquel momento le había molestado la manera en la que ellos dos lo decían, le sonaba como que estaban burlándose de Álvaro por ser tan sensible y de él mismo por ser tan unidos. Que los catalogaran a ambos de maricones le hacía enojar sobremanera porque se suponía que eso era algo malo. Eso le habían enseñado toda su vida, esas personas no eran normales, según la sociedad.

Él no era un anormal. Él era un Lascuráin Montiel, un hombre con todas sus letras. Amaba tener sexo con mujeres.

Y sin embargo recordó cómo la primera vez que estuvo con una, en su época de adolescente, había elegido justo a una que se parecía mucho a… Álvaro…

Pretendía esconder en lo más recóndito de su ser que la única razón por la que elegía a una rubia o a una castaña de grandes pechos era porque sentía aún ese miedo de elegir a Álvaro inconscientemente.

Su vida en Nueva York durante esos años en que estuvo lejos de Álvaro había sido muy frívola. Estudiar, ir a casa y esperar a las cartas, que tardaban varios días en llegar. Prefería tener algo escrito por el propio Álvaro que un frío telegrama, aunque éstos fueran más rápidos. Había dedicado sus días a estudiar y salir por las tardes a beber algo para “relajarse” junto a sus nuevos amigos. Iban por mujeres, tenían encuentros con ellas, sólo fugaces, nada de más de una noche. Él no quería estar atado a nadie…

La única persona con la que imaginaba que estaría el resto de su vida era Álvaro. Crecer juntos, envejecer juntos, divertirse, compartir momentos… Se dio cuenta de que había comenzado a ser un idiota posesivo con él a antes de los 15 años, cuando Álvaro había tenido un pequeño acercamiento con Lorena Villaseñor a raíz de la amistad de ésta con Esther. Había pretendido demostrarle a la jovencita que Álvaro lo prefería a él… Pero Lorena había ganado cuando se había anunciado el compromiso en su fiesta de XV años.

Luego ocurrió la separación por cuestiones de estudios. Álvaro había insistido en ir a Berlín, ¿por qué había querido irse tan lejos, teniendo la oportunidad de ir a la misma universidad que Ignacio? No había podido detenerlo esta vez, no había logrado que Álvaro se mantuviera con él y se sentía frustrado. Tanto tiempo lejos de él…

No comprendía por qué quería alejarse...

Ambos volvieron a México durante el verano del primer año, pero Álvaro decidió que regresaría de nuevo hasta que terminara sus estudios. Durante las vacaciones le había hablado a Ignacio de sus nuevos amigos allá, de actividades divertidas, de cosas que jamás había hecho junto a él.

Aquella tarde Ignacio se había molestado con él por “alguna razón”. ¿Habían sido celos?

Si Álvaro no iba a volver a México hasta terminar, Ignacio se quedaría en Nueva York igualmente, se dijo. Estaba comportándose como un niño caprichoso, lo sabía.

Comenzó a pensar en todo… Siempre había buscado en Nueva York mujeres pelinegras. No se le había hecho raro para nada, pero esas mujeres le hacían sentir bien por un momento, extrañamente bien, en paz.

La llegada de una carta de Álvaro era motivo para quedarse en casa y beber ahí a solas. Escribía su respuesta rápidamente entre copas y se sentía dichoso. Todavía tenía todas y cada una de las cartas en una gaveta de su habitación, ordenadas y guardadas bajo llave. Algunas cartas llegaban con una o dos fotografías e igualmente él enviaba fotografías. En aquel departamento de Nueva York mantenía esas fotografías enmarcadas, en su habitación. Las veía diario al despertar, le traían nostalgia y le hacían sentir un poco de la presencia de su mejor amigo.

Era normal, ¿no? Tener esa devoción por su mejor amigo…

Lo había extrañado tanto mientras estuvieron lejos que cuando volvieron a México, quiso estar con él a todas horas. Pero Álvaro había cambiado tanto. Sí, Ignacio era un caprichoso y le gustaba que se hiciera su voluntad, pero Álvaro siempre se había mostrado feliz de hacer con él todo… Y ahora parecía querer su propio espacio, se sentía hecho a un lado, pero ya había aceptado que estaba equivocado al pretender que Álvaro siguiera siendo el mismo que antes por la fuerza.

No quería perderlo… No quería ser reemplazado por Emiliano…

—No… Álvaro es mío — masculló mientras apretaba los puños y se quedó helado por sus propias palabras. Lo había dicho sin querer, pues el sólo pensar en que Emiliano lo apartara de su lado le frustraba demasiado, más de lo que había querido admitir —. ¿Qué me está pasando? — murmuró, asustado, cubriéndose la cara con ambas manos, ahogando sus propios gritos de desesperación por no comprender absolutamente nada de lo que pasaba por su mente. Su corazón latía tan rápido, con tal desesperación, que sentía que se le saldría del pecho.

Cuando logró tranquilizarse, se levantó de ahí y volvió hacia donde estaba el dispensario, tenía qué hablar con Álvaro para aclarar sus pensamientos. Él siempre había sido quien le daba tranquilidad en momentos de tensión, quien le ayudaba a aclarar su mente, aún sin palabras, con su sola presencia bastaba.

Cuando estaba por abrir la puerta, oyó unos murmullos y se mantuvo quieto, intentando escuchar qué pasaba exactamente adentro.

La ira se apoderó de él cuando escuchó la voz de Emiliano. El sólo saber que estaba ahí dentro, con Álvaro, queriendo aprovecharse de él, le hacía hervir la sangre.

—Me preocupa… No se sentía bien, algo lo tiene muy nervioso, no sé qué sea, pero… Ojalá pudiera hacer algo — esa era la voz de Álvaro.

Tranquilo, solo pretende llamar tu atención como un niño pequeño haciendo berrinches — respondió Emiliano —. Aún no madura, a pesar de que ya tiene suficiente edad. Está a punto de casarse y todavía no lo puede aceptar...

No es eso… es que está más raro de lo usual. Yo lo conozco muy bien, no está actuando normal desde hace días — observó Álvaro.

Quizá es porque yo estoy cerca de ti — expresó Emiliano, a sabiendas que así era.

¿Crees que sea así?

No tiene la menor idea de nada, pero… supongo que es normal que esté celoso de que su mejor amigo tenga a alguien más… Clásico de las personas posesivas como él. La egomanía es terrible, insiste en dominar a quienes cree que son suyos — expuso Emiliano.

Ignacio se sintió realmente molesto por aquello, pero aún así guardó la calma lo mejor que pudo, necesitaba escuchar más.

No lo sé…

—Ya, deja de pensar en eso… Mejor… ¿no te gustaría que vayamos a pasear solos? — el tono con el que había dicho eso le había alertado. Era ese tono que cualquier hombre utilizaba para flirtear con una mujer y Emiliano estaba invitando a Álvaro a pasear solos con quién sabe qué oscuras intenciones. Su volumen de voz había cambiado gradualmente, como si fuese acercándose a él demasiado.

No sé… yo… no me siento a gusto sabiendo que él podría estar mal, perdóname…—un suspiro de Álvaro hizo sentir algo culpable a Ignacio.

¿Puedo ir a tu habitación en la noche entonces?

Sí, está bien...

Ignacio no toleró oír esto último y decidió tocar para entrar. Maldijo su manera inconsciente de seguir modales.

—Ah, ya volviste — habló Emiliano y entornó los ojos. Ignacio pudo ver que estaba demasiado cerca de Álvaro. Notó que una de sus manos estaba aún sobre el antebrazo de Álvaro, pero no se atrevió a hacer un escándalo ahí.

—Álvaro, ¿me puedes acompañar? — inquirió, serio, sin prestar atención a Emiliano.

—¿A dónde? — preguntó el aludido, extrañado — ¿Te sientes mejor?

—Sí, estoy bien, ¿vienes? — le instó.

—En seguida vuelvo — le dijo a Emiliano, volteando a verlo.

¿Cuándo será el día en que dejes de seguirlo de esa manera? — pensó Emiliano al verles irse y suspiró.

Ignacio caminó a grandes zancadas, lejos del consultorio, seguido de Álvaro, que no paraba de pensar que las cosas entre el mayor y Emiliano no iban a terminar nada bien. No sabía cómo hacerle entender a Ignacio que no tenía por qué ser enemigo de Emiliano sin tener qué revelarle la relación que tenía con él.

—Ven…— dijo de repente Ignacio y le tomó de la muñeca para llevarlo entre los surcos de maíz. Al principio parecía que irían hacia la casona, pero Ignacio parecía haber cambiado de opinión.

—¿A dónde…? — se calló en cuanto comenzaron a andar por aquel lugar. El maizal era más alto que Ignacio, así que le hacía sentir demasiado pequeño. Cuando estuvieron a buena distancia de cualquier camino, Ignacio se detuvo y soltó a Álvaro.

Se giró hacia él y lo miró fijamente. Álvaro estaba algo asustado por su actitud extraña, pero confiaba en él, así que sólo se quedó ahí, esperando a que Ignacio le explicara de qué se trataba todo.

Y mientras, Ignacio se debatía internamente. No era capaz de dejar salir una sola palabra, una sola pregunta. No era capaz de aclararse como quería, de soltar todas sus dudas para que el menor las resolviera si podía. Estaba demasiado frustrado, demasiado molesto consigo mismo. No podía olvidar las palabras de sus amigos, de su hermano, de Emiliano…

“Tú eres muy posesivo con él, deberías de darle su espacio… A Álvaro lo tratas como si fuera tu esposa y no tu mejor amigo…”

Y en aquella ocasión en que le recriminó a Emiliano el tocarlo tanto...

“¿Celoso?... A él no le molesta”

—¿No te molesta que ponga sus malditas manos encima de ti? — pensó, mirándolo, con dolor.

Lo único coherente que pudo hacer entonces fue tomar a Álvaro por los hombros y atraerlo para abrazarlo muy fuerte. Álvaro se quedó estático por un momento, pues lo había tomado desprevenido.

Ignacio hundió su cara en el cuello del menor y sintió tanta paz en ese momento. Álvaro tenía esa capacidad de hacerle sentir tranquilo aún en sus peores momentos… ¿por qué él no había podido brindarle la misma tranquilidad a Álvaro cuando se sintió mal el día anterior?

Sentir ese cuerpo delgado entre sus brazos, tan frágil, tan suave y cálido… Podía sentir el corazón de Álvaro latiendo tan rápido, probablemente asustado porque no tenía idea de qué sucedía, pensó.

Pero la realidad que desconocía era que en ese momento Álvaro sentía su corazón a punto de salirse de su pecho, por esa emoción de sentirse entre los brazos de la persona que más amaba.

Tímidamente los brazos de Álvaro lo rodearon y su voz murmuró un “Todo está bien”, quizá pensando que Ignacio buscaba consuelo para alguna preocupación.

¿Y si lo beso? ¿Qué va a pasar si lo beso? — se preguntaba Ignacio. Quizá con un beso podría aclarar todas esas emociones que tenía. Todas esas dudas… Quizá así podría darse cuenta de que en realidad no sentía nada, de que sólo eran confusiones suyas por todo lo sucedido, quizá le daría asco y se arrepentiría de hacerlo, pero… ¿y si se daba cuenta de que en realidad sentía algo hacia Álvaro? ¿Y si sí era un desviado? ¿Y si alguien más los veía?

A Álvaro no le importaba si ese abrazo duraba para siempre, para él mejor si permanecían ahí abrazados todo el día. Ni el inclemente sol le haría soltarlo, se dijo feliz.

Tengo qué besarlo… Tengo qué hacer algo… Pero, ¿y si me rechaza? ¿Y si no vuelve a hablarme?... ¿y si me odia? — Ignacio se fue llenando de miedo. Un miedo atroz a perderlo, tan así que solamente se separó suavemente de él y le murmuró una disculpa.

—¿Estás bien? Sabes que puedes contarme lo que sea — le recalcó el menor, preocupado. Quería mirarlo a los ojos pero Ignacio evadía su mirada. Todo el valor que el mayor pudiera haber adquirido se había esfumado y sólo pudo asentir.

Fueron de regreso al consultorio en silencio e Ignacio se retiró a la casona luego de dejar a Álvaro en la puerta del lugar.

Una vez que entró a la casona, pidió no ser molestado y dijo que no se sentía bien. Estaría en la habitación que le habían asignado, encerrado durante el resto del día, arrepentido de haber sido tan cobarde.

Pero ahora tenía aún más dudas… Aquella necesidad de besarlo se había vuelto sumamente imperiosa… ¿Era sólo curiosidad malsana?

*—*

—¿Qué sucede? Estás raro desde que volviste…— apuntó Emiliano, notando cómo Álvaro había estado más callado de lo usual. Había entrado en silencio, se había sentado a su lado y se había quedado mirando distraídamente unos folios.

—N-Nada… — negó enérgicamente con la cabeza. Tenía una sonrisilla boba que Emiliano asumió que era de enamoramiento.

—¿Nada? — requirió, celoso.

—Deberíamos ir a comer, ya es tarde — desvió la mirada.

—Eres pésimo mintiendo, ¿sabes? — se giró un poco hacia él y le tocó la mejilla. Le sonrió con cariño, pero aquella sensación en su pecho sólo aumentó al pensar en que el motivo de su sonrisa y su sonrojo no era él — ¿Te dijo algo?

—No, nada en realidad — esta vez no mentía y Emiliano lo notó, con alivio.

—Vayamos a comer entonces…— le instó, no queriendo dejar que los celos tomaran más vida.

—Está bien — se puso en pie. Emiliano permaneció sentado y lo sujetó del brazo con suavidad. Le hizo acercarse hasta poder pegar su cabeza al abdomen de Álvaro — ¿Qué pasa?

—Tú me dirías si ya no quieres seguir con lo nuestro, ¿verdad? — soltó en voz baja, con cierta tristeza.

—¿En qué estás pensando? — no pudo evitar sentir una punzada de culpabilidad. Lo que Ignacio había hecho hacía poco no significaba nada, ya no podía seguir haciéndose ilusiones de algo que nunca pasaría, se dijo. Lo único real ahí era Emiliano, él le podía dar todo ese cariño romántico, esas caricias, los placeres que antes sólo había imaginado, esas palabras… Ignacio jamás haría eso, se dijo, él no era una abominación como ellos. Tenía qué poner los pies en la tierra y decidir si seguía con su estúpida fantasía o si se entregaba a la realidad y la oportunidad que le ofrecía la vida.

Emiliano podría tener a cualquiera pero estaba ahí, con él… Debía sentirse dichoso de que se hubiera fijado en él, ¿no?

Tragó saliva. Se sentía tan poca cosa para él. Emiliano, un joven dulce, inteligente, apuesto, adinerado, con una mente abierta, sensible, paciente… Sí, podía tener a sus pies a cualquier persona…

—Es sólo que… —suspiró —. Olvídalo —Emiliano sonrió comprensivamente, negó con la cabeza y se puso en pie para poder tomarle suavemente el rostro con ambas manos y besarlo largamente.

¿Estaba dispuesto a renunciar a eso por una fantasía?

—Vayamos…— dijo Álvaro, no queriendo darse a sí mismo una respuesta definitiva.

*—*

Enrique Villaseñor Molina se apersonó en la hacienda de su mejor amigo, Raúl Iturbide, a sabiendas de que había ido hacia allá para ultimar detalles de su enlace matrimonial. Faltaban pocos días ya y conocía a Raúl, seguramente estaría muy estresado y de mal humor.

Como padrino de dicho enlace, tenía qué hacer algo al respecto. Además, le había preparado una pequeña sorpresa para su despedida de soltero.

Cuando Raúl entró a la sala de aquella casona, se sorprendió gratamente de ver a su mejor amigo ahí, antes de lo previsto.

—Enrique, qué agradable sorpresa — se acercó al sofá donde éste estaba sentado desde hacía unos minutos.

—Querido Raúl, he venido a alegrarte un poco tus días previos al funeral — bromeó el mayor y se puso en pie para darle un fraternal abrazo.

—Bueno, tu presencia sí que aligera las cargas, ¿te han ofrecido algo de beber? — inquirió, sentándose en el sillón contiguo —. ¿Algo de comer? Hiciste un largo viaje hasta acá.

—Claro, ya vino una de tus doncellas a ofrecerme lo pertinente — asintió —. Pequeña propiedad la que tienes aquí, amigo mío — observó con tono bromista —. Aunque hace demasiado calor a pesar de ser casi invierno.

—Nada más 800 hectáreas, algo sencillo — respondió en el mismo tono bromista —. Ha sido la mejor adquisición de mi familia, el calor es lo de menos cuando te das cuenta de que el henequén es literalmente oro verde — encogió los hombros —. La compraron cerca del año 1870, yo todavía ni siquiera nacía, pero estaba destinado a poseer esta propiedad… Sólo falta cumplir el pequeño requisito de casarme y será toda mía.

La joven indígena que había ido a ofrecerle a Enrique una bebida y bocadillos se acercó con una bandeja y les ofreció a ambos. Enrique tomó el café que había pedido y bebió un poco para luego poner el platito y la taza en la mesita de centro de la sala.

Raúl ordenó a la joven que llevara whisky y volvió su atención a su mejor amigo.

—Faltan sólo unos días para la ceremonia, asumo que permanecerás aquí hasta entonces, así que ordenaré que te preparen la mejor habitación disponible. Más tarde puedo mostrarte la propiedad. La casona es enorme, tiene más de 20 habitaciones.

—Llenarás de niños este lugar…

—No pienso hacer tal cosa, demasiados herederos no es bueno y lo sabes — se rió bajito —. Sólo uno, dos a lo mucho. Ojalá ninguno sea niña — la joven sirvienta se acercó con una bandeja donde llevaba una botella de whisky, un par de vasos y un pequeño recipiente con hielo para dejarlos sobre la mesita y retirarse tan silenciosamente como aparecía. Raúl se inclinó hacia la mesita y tomó la botella de whisky para servirse.

—¿Por qué no? — inquirió Enrique, extrañado.

—No quiero que sufra… He visto cómo Lorena, Esther y Cecilia son tratadas como muñequitas de porcelana todo el tiempo, pero en realidad a nadie le interesa la opinión que puedan tener. No quiero que una hija mía pase por eso, no quiero que venga cualquier hacendado a pedir su mano como si fuese a comprar ganado… —bebió un poco de whisky.

—Como pasó con la madre de Ignacio, ¿no? Desconocía esa parte de ti…— enarcó una ceja, sorprendido —. Pero… ¿si la tuvieras?

—Supongo que no habría remedio… — encogió los hombros —. Mi prometida es una mujer de alcurnia y aún así se casará conmigo aunque no me ama, sólo por conveniencia, por prestigio… ¿Te imaginas si pudiésemos casarnos con la persona que amamos? — miró fijamente la botella de whisky en la mesa, como si ahí fuese a encontrar alguna respuesta a sus constantes vacíos existenciales.

—Hmp… —suprimió una risa irónica y negó con la cabeza, sonriendo —. No en esta vida, querido Raúl…

—Tienes razón… — murmuró, con semblante melancólico.

—Así que estás enamorado, vaya interesante novedad — observó Enrique —. ¿Puedo saber quién es?

—Diener Landeros…— murmuró. Sentía que tenía qué confesarlo, aunque fuera a medias, para aligerar el peso en su alma.

—Esther…— enarcó ambas cejas, asumiendo que era ella. Raúl no se molestó en desmentirlo —. Es una pena…

—Se casará pronto… Nunca voy a poder decírselo… —suspiró. En sus pensamientos sólo tenía cabida Álvaro, todas las veces en las que le veía sonreír, aunque sabía que no era para él esa sonrisa.

—Es el cruel destino de nosotros, los herederos. En esta era no podemos darnos el lujo de coincidir con la persona amada. Sería un acto de rebeldía tal que causaría quizá un desastre — exhaló sonoramente.

—¿Y tú? ¿Siquiera amas a alguien más que a tí mismo? — bromeó, sabiéndolo narcisista. Nunca había visto a Enrique interesado en alguna mujer genuinamente.

—Oh, querido Raúl, yo he aceptado mi cruel destino desde muy joven. No ha existido mujer en la faz de la tierra que sea merecedora de mis suspiros. Mi futura esposa es bella, inteligente, de buena familia, ¿qué más puedo pedir? — tomó de nueva cuenta la taza de café para beber el resto.

—Ojalá pudiera ser más como tú. Pero mi corazón recibió la hiriente flecha de cupido cuando menos lo esperaba, me tomó desprevenido. Cuando me di cuenta, ya había caído enamorado de esos ojos azules, ese cabello negro y alborotado, de esa sonrisa preciosa... Ha sido difícil la empresa de extraer esa flecha, pero quizá con el tiempo lo haga, quizá no… Duele, conforme se acerca el día duele más. Y tenerle así de cerca y a la vez tan lejos…

—Esto de tu boda te ha puesto demasiado melancólico… Si necesitas llorar, hazlo, no te voy a juzgar — le dijo, serio, comprensivo.

Raúl se llevó una mano al rostro, ocultando su llanto, avergonzado de ser tan débil. Ojalá pudiera haberle dicho la verdad completa a Enrique, pues sentía que no podía sanar del todo. Enrique se puso en pie. Raúl pensó que se retiraría de la sala para dejarle a solas, pero sólo fue y se sentó en el reposabrazos del sillón donde estaba su mejor amigo y le palmeó la espalda suavemente, confortándole de la mejor manera que podía, poco acostumbrado a tener qué hacerlo por alguien.

Pero Raúl no podía decirle la verdad… Sabía qué era lo que opinaba Enrique sobre los maricones, sabía que lo repudiaría… No podía contarle… No a riesgo de ser condenado por la sociedad. No había absolutamente nadie ahí que entendiera su dolor. Apresuró otro trago de whisky, buscando anestesiarse, aunque no demasiado como para soltar el nombre de la persona que lo tenía en semejante situación.

*—*

Por la noche, Álvaro y Emiliano permanecieron en la habitación del primero. Se recostaron en aquella cama y conversaron un poco antes de ponerse cariñosos.

—¿Cuándo te diste cuenta de que te gustaban… tú sabes? — inquirió, temiendo ser escuchado por alguien que pasara cerca de la puerta, aún y cuando su volumen de voz era bajo. La paranoia era algo casi permanente en él debido a su secreto.

—Pues me di cuenta de muy pequeño que no me atraían las niñas. Nunca sentí especial afecto por alguna de mis compañeras de colegio o algo. Es decir, tenía amigas, pero no me sentía románticamente atraído a ellas… Había un compañero… no éramos amigos ni nada, pero había muchas miraditas… Era una cuestión muy extraña porque nunca nos dijimos nada, pero comenzó a gustarme. Nos graduamos y no volvimos a vernos — negó con la cabeza, divertido —. En la adolescencia tuve un par de… novios… Fueron muy agradables, pero eran mayores que yo, así que tenían mucha experiencia en muchas cosas y ahí fue donde yo aprendí tanto — se sonrojó ligeramente —. Mi primera vez fue con uno de ellos, me dolió muchísimo pero al final lo disfruté mucho… Y en la universidad tuve varias relaciones, todo muy superficial, no quería comprometerme con nadie en realidad porque quería centrarme en mis estudios como se lo prometí a mis padres. No pensaba venir a México hasta terminar mi especialidad, pero… sentí que tenía qué tomarme un respiro. Aún no decidía cuál sería mi especialidad. Estaba entre psiquiatría y pediatría — le relató. Mantenía la mano de Álvaro entre las suyas, acariciando con sus finos dedos la palma, provocándole un cosquilleo agradable —. Pero me dan ganas de quedarme aquí y poner un consultorio como el que te había comentado… Atender a gente que no puede costearse un médico…

—Eres muy noble… Ver cómo atiendes a los peones de mi padre es muy motivador — le tocó la mejilla con su mano libre.

—Tú y yo podemos hacer algo así… Tú eres abogado, hay mucha de esta gente que necesita ayuda legal también, tienen deudas impagables y sueldos miserables, por eso son prácticamente esclavos. Basta con que pidan un préstamo por una urgencia y quedan sentenciados de por vida, ellos y sus herederos — se incorporó para ponerse entre las piernas de Álvaro e inclinarse hacia él —. Hagamos algo así, ¿sí? — murmuró por la distancia.

—Me encantaría, pero necesito organizarme. En enero comenzaré a trabajar en la firma de mi familia. Quizá tenga un par de días libres para hacerlo — pasó sus brazos alrededor del cuello de Emiliano. Sus piernas se ciñeron alrededor de la cintura de éste y recibió aquellos labios de forma hambrienta. Podía sentir la creciente erección de Emiliano frotándose contra la propia. Las manos de Emiliano comenzaron a juguetear debajo de la camisa de Álvaro, acariciando todo cuanto podían.

Emiliano habría querido marcarlo en un lugar visible para que Ignacio lo viera, para que entendiera el mensaje, pero Álvaro no se lo perdonaría, así que tuvo qué contenerse.

Los jadeos iban en aumento y las caricias se volvían más lascivas, más íntimas...

Pero una vez más, Álvaro no se sentía seguro de llegar más lejos. Sólo jugaron con sus erecciones, se tocaron lo más que pudieron y se recostaron para seguir hablando y dormir.

Emiliano era paciente, le estaba costando trabajo, pero lo sería.

*—*

Emiliano seguía trabajando en aquel dispensario, en el seguimiento a los pacientes. Iba al pabellón con frecuencia, así que podía ver poco a Álvaro en esos días.

Ignacio se había reportado enfermo y Álvaro se había abocado a cuidarle, a hacerle compañía y atenderle, así que se sentía algo solo. Iba saliendo del pabellón, iría a comer algo, pues ya comenzaba a darle hambre, así que dirigió sus pasos hacia la casona cuando lo escuchó:

—¡Eres un inútil!

Emiliano volteó a ver luego del estruendo que hizo lo que parecía un mueble de madera quebrándose contra el suelo. Vio al capataz gritarle a un muchacho sumamente delgado, vestido con ropa de manta bastante percudida y algo raída ya. El muchacho sólo mantenía la cabeza gacha y se hallaba en una postura defensiva, como si esperara un golpe. Golpe que no tardó en llegar cuando el hombre le pegó con una fusta en la espalda.

El médico sintió la sangre hervir y fue hacia allá de inmediato.

—¡¿Qué le pasa?! ¡¿Cómo se atreve a golpearlo así?! — se interpuso entre el capataz y el muchacho, que se mantuvo inmóvil, apenas si se había quejado un poco del dolor y casi ni se había movido. O estaba acostumbrado, o sabía que si se movía o se quejaba le iría peor.

El capataz retrocedió un par de pasos al ver quién era la persona que reclamaba. No le convenía quedar mal con Emiliano aunque lo detestara. ¿Cómo no iba a detestarlo? Un riquillo, con estudios, capaz de salvar las vidas que él tanto despreciaba.

—Perdone, doctor, es que éste indio inútil tiró un mueble del señor Diener, son muy caros, ahora lo va a tener qué pagar y ni toda su maldita vida le va a alcanzar para hacerlo — le dijo, guardando la fusta, conteniendo su ira.

—¡Ese no es motivo para que haga eso! —se giró hacia el indígena y lo tomó por los hombros suavemente — ¿Estás bien? — le preguntó. Le alzó el rostro con una mano al notar que el muchacho no iba a hacerlo por su propia voluntad.

Miró de reojo y el hombre veía al muchacho fijamente, con mucho odio, como amenazándolo con la mirada.

—Ven, te llevaré al consultorio — le instó a caminar, pero el muchacho parecía no querer avanzar —. No temas… Yo asumo toda la responsabilidad — le pasó el brazo por la espalda y el muchacho comenzó a andar a pasos dudosos.

El capataz se quedó ahí en pie, mirando a Emiliano con mucho odio, incapaz de hacer algo por desafiar su autoridad. Emiliano tenía el favor del señor Diener, así que hacerse enemigo de éste equivalía a quedar mal con su patrón.

El médico abrió la puerta del consultorio y llevó al muchacho hacia la camilla, donde le instó a sentarse para revisarlo.

—Déjame revisarte, ¿sí? — le habló, inclinándose un poco. No podía verle claramente el rostro por la postura que había adquirido. Parecía más un animalito temeroso y herido.

Rodeó la mesa y le quitó suavemente la camisa. Descubrió en aquella espalda de piel tostada y maltratada por el inclemente sol no sólo la marca de la reciente agresión, sino marcas viejas… Fácilmente contó más de diez cicatrices del mismo tipo y otras tantas más pequeñas.

Emiliano pasó sus dedos por aquellas marcas. No daba crédito a tanta crueldad…

—Te voy a curar — le dijo y sacó de la alacena donde guardaba todo su equipo el material necesario. Mientras hacía la curación, sólo podía oír cómo el menor aguantaba los gemidos de dolor y se mantenía lo más inmóvil posible. Aquella herida había empezado a sangrar un poco, así que la limpió con suma delicadeza y le colocó un apósito —. Listo, has aguantado mucho, pero con esto no te va a doler tanto — le tendió una pastilla para el dolor.

El indígena alzó un poco el rostro y miró a Emiliano a los ojos, luego miró aquella mano que le ofrecía la pastilla y parecía dudoso de tomarla, pero al final lo hizo.

—Gracias — murmuró.

Emiliano sonrió, aliviado y gustoso de poder oír su voz, de que hubiera tomado más confianza para hablar. Le tendió un vaso con agua para que pudiera tomar el medicamento y lo observó atentamente.

—Me llamo Emiliano, soy el médico… Vas a estar bien, ¿sí? — le tocó la mejilla, sonriente.

—G-Gracias — contestó de nuevo, agachando el rostro.

—Necesitarás alejarte de ese hombre, para que no te haga más daño. Puedes quedarte conmigo en el consultorio, necesito a alguien que me ayude con algunas cosas, ¿estás de acuerdo?

—El capataz no va a quirer — murmuró —. Ya mi voy — se quiso poner en pie pero Emiliano se lo impidió.

—No, no te vayas… Yo hablaré con el señor Diener… Ese tipo no te va a volver a poner una mano encima, te lo prometo — aseveró. Sentía tanta compasión por él, tantas ganas de protegerlo. Se dijo a sí mismo que lo sacaría de ahí, sin importar cuánto le costara.

*—*

Los días pasaron y Emiliano reportó al señor Diener que los trabajadores mejoraron. Algunos habían muerto porque la enfermedad ya había avanzado demasiado cuando él llegó a atenderlos, pero la mayoría presentaba buena evolución. El resto de los trabajadores había sido inoculado con la vacuna y no se contagiaría si había algún brote nuevo en las cuadrillas o el pueblo, pues constantemente llegaban más peones nuevos. También habían ido ahí a vacunar a las personas esa mañana, para evitar que se esparciera.

—Muy bien, supongo que partirá esta tarde hacia Yucatán con mi hijo e Ignacio, para la boda de Raúl Iturbide, ¿es así? — inquirió, mientras escribía algo con su pluma fuente. Una sirvienta les llevó un poco de café y se retiró de ahí silenciosamente, haciendo una leve inclinación.

—Gracias… Así es, pero yo volveré en cuanto pueda, para seguir con esto — tomó aquella tacita que había servido la mujer y le puso un terrón de azúcar. Revolvió parsimoniosamente con una cucharilla que colocó después en un platito y procedió a dar un sorbo al café —. Dejaré instrucciones a las enfermeras de igual manera — contestó, resuelto. Esperaba que las cosas siguieran marchando bien a pesar de su ausencia.

—Muy bien, le agradezco mucho… — le tendió un cheque por sobre la mesa —. Cuando todo termine le entregaré la otra mitad — aseveró, contento.

—No hace falta, señor Diener, todo lo hago de corazón — negó con la cabeza, sonriente. Puso la tacita de vuelta en el escritorio —. Me alegra haber ayudado a estas personas, el mejor pago han sido sus rostros llenos de alivio.

—Acéptelo, por favor — pidió, sintiéndose un poco mal por no poder retribuirle como era debido —. Su gran trabajo precisa de un pago, ¿o me dirá que no? Son mis peones, yo respondo por ellos como es debido, cobre como es debido, por favor — insistió.

—Creo que hay una manera en la que podría…—asintió levemente —. Hay un trabajador que me interesa… Con el cheque podría cubrir su deuda, ¿no es así? — miró al hombre, que no comprendía aún por qué se interesaría en un simple peón. Además, la deuda que tenía cada trabajador no ascendía a tanto, fácilmente podría llevarse 20 si quisiera. Que los trabajadores no ganaran lo suficiente para poder comprar su libertad era diferente.

—¿Quién será? — indagó, curioso, considerando que sería demasiado injusto sólo darle un peón a cambio de todo lo que había trabajado.

—Se llama Jerónimo. Me ha sido muy útil en estos días. Me ha asistido mientras Álvaro cuida de Ignacio. Aprendió muy rápido y es un muchacho muy inteligente. Me gustaría poder brindarle mejores oportunidades — explicó Emiliano al hombre mayor, convencido.

—Ah, es el muchacho que siempre está con el capataz… Muy buen muchacho, es cierto — aseveró, recordando a aquel joven indígena.

—Lo quiero — sentenció Emiliano.

—Creo que será algo complicado, es ahijado del capataz o algo así. Lo recogió cuando era muy pequeño y lo ha criado. Dudo mucho que lo deje ir — encogió los hombros —. Tengo muchos más peones, puede elegir a otro...

—Creí que el que mandaba aquí era usted… — se atrevió a pronunciar Emiliano, sabiendo que el señor Diener era algo orgulloso —. No me lo tome a mal, claro…— entrecerró los ojos y sonrió, casi con malicia.

—Doctor… — se rió bajito, negó con la cabeza y suspiró —. Haré el papeleo necesario — le dijo, entre divertido y asombrado por la firmeza en la decisión de Emiliano —. Es usted muy perspicaz…— admitió, sabiendo que Emiliano le había dado en su punto débil.



Notas finales:

Gracias por leer, espero que este 2021 esté lleno de salud y prosperidad para todos :3 <333333333333333333


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