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Ignacio y Álvaro por TadaHamada

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Notas del capitulo:

En Wattpad, en este capítulo 6, coloqué una imagen de quien sería Ignacio *babea* Está súper sabroso UwUr

Así mismo, en los posteriores capítulos fui colocando imágenes del resto de los personajes UvUr

IGNACIO Y ÁLVARO (Wattpad)

Emiliano había vuelto justo a tiempo para ir a sentarse con Álvaro e Ignacio a la segunda fila del lado del novio. Las sillas tenían una etiqueta con el nombre de cada uno y a Emiliano le tocaba en el lado del pasillo por donde caminarían Raúl y su prometida.

—Ignacio, ¿cambiarías de lugar conmigo, por favor? — pidió Emiliano con seriedad.

Ignacio lo miró, extrañado, enarcó una ceja pero no se negó. El orden original era Emiliano, Álvaro e Ignacio. Álvaro seguiría al medio de ambos, pero extrañamente Emiliano había querido permanecer lejos del pasillo.

Álvaro lo notó extraño pero no dijo nada de momento, pues la ceremonia ya iniciaba. Raúl ya estaba frente al altar, con Enrique a unos pasos, como su padrino. El sacerdote estaba igualmente ahí, listo para poder unir en matrimonio a Raúl y aquella hermosa mujer que acababa de comenzar a caminar por ese pasillo, aferrada al brazo de su padre.

La música clásica sonaba de fondo, los invitados admiraban cada detalle del lugar, la decoración, lo apuesto que se veía Raúl con su porte serio, el hermoso y amplio vestido de la novia con aquella cauda tan larga de tul y encaje e hilos de oro, y la incógnita de cómo sería su rostro al quitarse el velo.

Cuando la novia llegó hasta el altar, su padre la entregó a Raúl con toda la ceremonia que suponía aquello. Se apartó y tomó asiento del lado de los invitados de la novia.

Los violines se volvieron más tenues mientras el sacerdote pronunciaba algunas palabras y recitaba fragmentos de la biblia. Raúl ni siquiera miraba de reojo a su prometida, no le interesaba para nada. Tenía unas horribles ganas de bostezar pero tendría qué aguantar hasta que terminara la ceremonia.

Más tarde llegó el momento en el que colocaron los anillos uno al otro, recitando los votos que el sacerdote les pedía. Raúl exhaló por enésima vez, como si su alma estuviese tratando de decirle algo, quizá detener aquello porque sabía que sería infeliz el resto de su vida. Cuando se colocó de costado para ver de frente a su futura esposa y ponerle el anillo, no pudo evitar mirar de reojo hacia donde estaba Álvaro. Tragó saliva y colocó el anillo en la delicada mano de la joven.

El sacerdote pronunció aquellas palabras, declarándolos marido y mujer ante la ley de Dios. Raúl sintió una punzada en el pecho, como si aquello fuese una sentencia de muerte.

—...Puede besar a la novia…— dijo el sacerdote.

Raúl alzó el velo de la joven cuidadosamente. Ella se veía radiante y sus ojos reflejaban mucha ilusión. Él sólo se inclinó para estar más a su altura y besó fugazmente sus labios, con semblante serio. Caminaron por aquel sendero, ella aferrada a su brazo, a paso lento y ceremonioso.

Álvaro siguió con la mirada a la pareja, como todo el mundo, y su mirada se topó con la de Raúl, que la apartó, con dolor.

Se sintió mal por él en ese momento. También se vio reflejado en él… Así serían las cosas cuando se casara con Lorena, pensó. Quizá el resto del mundo sólo veía a un Raúl serio, como todo un caballero… Pero él sabía que por dentro el espíritu de Raúl estaba en agonía. No podía ser libre de amar a quien él quisiera…

Le embargó una tristeza muy profunda por un buen rato, hasta que Ignacio le distrajo con algunos comentarios. Él también había notado que Raúl, más que estar siquiera contento, parecía que estaba en un funeral.

Incluso Enrique se veía más animado por aquel enlace que el propio novio.

Más tarde pasaron a sus respectivas mesas. Ignacio les guió hacia una de las más apartadas, contrario a lo que pensaban.

—No me gusta estar en el centro, así que le pedí a Raúl una algo alejada, así también podremos hablar de lo que queramos sin que nos vean raro — dijo el mayor de los tres, sentándose junto a Álvaro.

Emiliano ocupó el asiento al otro costado de Álvaro, silenciosamente.

—¿Pasa algo? — inquirió Álvaro, mirando al médico.

—No, nada... — mintió.

—Estás raro desde hace un rato, en serio, si algo pasa dímelo — pidió, tentado a tomarle la mano, pero la presencia de Ignacio y el resto de invitados le impedía tener esa clase de roces con él.

—Ahí viene Enrique — señaló Ignacio.

—Caballeros — saludó Enrique y tomó asiento junto a Emiliano —. Esta ceremonia ha sido majestuosa — apuntó —. Raúl no está demasiado feliz, pero así son las cosas. Ya le tomará el gusto a su nueva esposa… Brindemos — pidió una botella de champagne que llevaba un mesero que iba pasando, quien de inmediato les sirvió una copa a todos.

—Salud… — alzó su copa Ignacio.

—Salud — replicó Álvaro.

—Por la horrible tradición de unirnos en matrimonio a quien no amamos — brindó Enrique —. Salud.

—Salud por eso — se rió bajito Emiliano y negó con la cabeza, divertido por las palabras de Enrique.

—Es por eso que se hace más apremiante el hacerle una fiesta apropiada, para que disfrute de aquello que quizá no volverá a disfrutar jamás en su vida. Mujerzuelas y alcohol a raudales… Qué desdichados somos, pues también ocuparemos ese lugar muy pronto… — bebió de aquella copa.

—¿Quién es el siguiente? — indagó Emiliano, curioso.

—Ignacio… Después sigue Álvaro… Yo seré el siguiente en caer… Eso me recuerda, querido Emiliano, ¿cuándo será que contraigas nupcias? — observó Enrique.

—Yo… no tengo prometida. Mi carrera es muy exigente y… preferí esperar hasta terminar todo lo que quiero hacer — explicó, apenado.

—Eso, señores, es libertad — apuntó Enrique, alzando su copa.

—Al menos uno de nosotros es libre — señaló Ignacio.

—Hablan como si estuviésemos en un funeral — se quejó Álvaro, alegre.

—Querido Álvaro, soy consciente de que no amas a mi hermana y que pudiera resultarte trágico casarte con ella, así que no me ofende si opinas mal del matrimonio y lo externas — le dijo Enrique, encogiendo los hombros.

—¿Gracias? — murmuró Álvaro, aliviado de que Enrique fuese tan comprensivo.

—Sin embargo… — le dirigió una mirada muy seria —. Cuando al fin estés casado con ella, no admitiré que la hagas infeliz…

Álvaro suspiró, sabía que tenía mucha presión encima, por muchos flancos.

—Buenos días, caballeros — oyeron una voz que no reconocieron y voltearon a ver hacia Emiliano. Un joven de cabellos castaños claros estaba de pie a su lado, sonriente —. ¿Pueden permitirme un momento a Emiliano? — inquirió.

—Adelante — asintió Enrique mirando a Emiliano, que sólo se disculpó con una leve inclinación y fue con aquel joven.

Era alto como Ignacio, un poco más delgado en complexión, tenía un porte muy elegante. Aquellos ojos grises sondeaban a Emiliano de reojo mientras caminaban hacia la casona en silencio.

Álvaro notó cierta incomodidad en Emiliano al tener qué retirarse con aquel joven, pero no sabía cómo debía proceder. De haberle negado su petición a aquel desconocido, no sabría qué decir para ser convincente y evitar que se fuera.

La conversación acerca de la boda siguió en la mesa.

—Listo, amor… — pronunció aquel joven de cabellos claros cuando llegaron a aquella biblioteca dentro de la casona y hubo cerrado la pesada puerta —. Aquí podemos hacer lo que queramos — se acercó a Emiliano y trató de abrazarlo, pero éste se apartó.

—Julio… — suspiró —. No podemos hacer esto — lo miró con cierto temor.

—¿Por qué no? — le sonrió y avanzó hacia él de nuevo — Ya te dije, todo quedó en el pasado… Todo está bien — la conversación que habían mantenido antes de comenzar la ceremonia había sido corta, pero Emiliano había decidido ir a saludarlo y recordarle los términos en que habían quedado para que no hiciera uno de sus numeritos ahí.

Le había visto caminando en el corredor junto a la madre de la novia. En cuanto Julio había notado a Emiliano, se había despedido de la mujer y había empezado a caminar en el jardín en dirección hacia él. Su rostro mostraba una sonrisa de alegría por verle después de tanto tiempo.

Emiliano no había querido que se acercara a Álvaro… No quería que lo conociera siquiera. Había visto aquellas intenciones. Julio siempre se había querido meter hasta en los aspectos más pequeños de su vida, queriendo saber todo, absolutamente todo lo que hacía.

Emiliano lo había saludado cordialmente en aquel momento, no queriendo hacer un escándalo ahí. Seguramente sería amigo de la novia o algo, por eso estaba ahí, había pensado.

—Es mi hermana — había dicho, sonriente.

—Vaya, qué… coincidencia…— la sonrisa nerviosa de Emiliano sólo daba cuenta de su incomodidad, pero se había aguantado —. Nos vemos más tarde, ¿sí? Me encantaría saludar a tu familia — había dicho. Tal vez así asumiría que su próximo encuentro sería ante la familia nada más, que no habría momento para llevar a cabo ninguno de sus intentos de avance.

Pero parecía que Julio tenía otros planes...

—Pero ya cambié, amor… Anda, vamos a hacerlo, tengo muchas ganas de volver a tener tu cuerpo desnudo entre mis brazos — lo miró de arriba abajo, con deseo. Mientras pronunciaba aquellas palabras, se acercó hasta Emiliano, cuya espalda chocó con un librero.

—¿Estás loco? No pod…

—¡No vuelvas a decir eso! — masculló y lo sujetó por los brazos con fuerza, dejándolo anonadado.

—Me estás lastimando — murmuró Emiliano. Julio lo soltó, algo asustado.

—Perdóname… yo… Ya sabes, amor, no me gusta que me digas así — le tocó la mejilla.

—Tengo qué irme — lo supo… No era el mismo de antes… sería peor.

Precisamente por eso se había alejado de él. Lo había conocido en Veracruz, antes de viajar hacia Francia para estudiar su carrera. En aquel sitio clandestino sólo para hombres como él, de su misma posición social.

Emiliano había estado sentado a aquella barra, bebiendo un trago. Se había ido un mes antes con intenciones de disfrutar el poco tiempo que le quedaba de libertad antes de entregarse a los estudios. Sus padres pensaban que ya estaba en Francia, ultimando detalles para su estadía, acostumbrándose a la vida ahí.

Había encontrado ese lugar por rumores. De ahí había salido con algunos amantes de una noche, nada especial, siempre protegiéndose responsablemente. Todo iba normal, algo monótono, hasta que lo había conocido a él.

—¿Estás solo? — había preguntado Julio, con aquella sonrisa radiante.

Emiliano le había sonreído y sin mediar más palabras, se habían ido de ahí a pasar la noche en el hotel donde se hospedaba.

Lo había pasado muy bien, Julio era un gran amante, sabía hacerle gemir como ningún otro antes había podido. Habían decidido pasar juntos los días que le quedaban a Emiliano en ese lugar antes de abordar el barco. Pero una semana antes de irse, Julio había desaparecido de su vida sin decir nada.

Cuando Emiliano había llegado a Francia, se había encontrado con varias sorpresas. Julio estaba también ahí…

—Vamos a estudiar juntos — le había dicho, totalmente feliz. Había ido a recibirlo al puerto donde había desembarcado.

—¿Qué no ibas a estudiar en Londres? — preguntó, algo sorprendido.

—Cambié de opinión. Quiero estar contigo… —lo había abrazado y Emiliano había soltado sus maletas. La gente alrededor recibía a sus propios familiares y amigos y no prestaban atención a ese par de muchachos que se veían tan cariñosos.

Todo había parecido un sueño… ¿Había encontrado a la persona con la que podría pasar el resto de su vida?

Pero las cosas habían cambiado al pasar los meses. Lo que al principio había parecido un cuento de hadas, se había tornado en un infierno.

—¿Con quién estás hablando? — la manera en que Julio le había preguntado al verle hablar por teléfono le había dicho que era una persona más posesiva de lo que pensaba.

—Con… — ni siquiera había terminado de responder cuando Julio le había arrebatado el auricular y había cortado la llamada de golpe.

Pero había pensado que era normal, siendo pareja, viviendo ya juntos en el departamento de Julio, yendo a la misma universidad, ¿cómo había hecho para entrar a la misma carrera tan rápido? Probablemente lo había hecho con dinero, no le extrañaba tanto.

—Perdóname… es que…

—Descuida…

Con el tiempo había empeorado. Ya no le permitía salir con nadie, miraba a sus amigos con desprecio y con frecuencia intentaba que no volvieran a hablar con Emiliano.

Se hacía el enojado, le decía cosas hirientes, le dejaba marcas en las muñecas de lo fuerte que lo sujetaba en los momentos en que discutían.

En una ocasión incluso le había sacado sangre de la nariz y el labio por una fuerte bofetada.

Supo que no debía seguir ahí y se fue durante la noche. Julio no sabía dónde quedaba la casa que la familia de Emiliano tenía en París, lo cual era una gran ventaja; cambió de universidad, hizo nuevos amigos. Un par de años estuvo tranquilo, intentando superar aquello, pero Julio lo había encontrado y se había disculpado con la intención de volver.

Emiliano sólo le había dicho que lo perdonaba, pero que no podrían volver. Habían quedado como amigos, de vez en cuando volvían a tener sexo, pero sin mayor compromiso. Emiliano había tenido más compañeros sexuales a lo largo del resto de la carrera, cosa que también hacía poner celoso a Julio, pero parecía no querer arruinar de nuevo las cosas.

—Otra vez estuviste con él, dijiste que serían de una sola noche — le había reclamado en los pasillos de la universidad, pues había ido a buscarle a la salida.

—¿Quieres bajar la voz? — le había pedido, no queriendo que todo el mundo se enterara de sus preferencias.

—Dijiste que yo sería el único con el cual estarías más de una vez — le había sujetado tan fuerte la muñeca que Emiliano había comenzado a sentir mucho dolor. Esa vez lo había lastimado aún más, tanto que esa tarde había tenido qué ponerse un yeso en la muñeca por el esguince que le había provocado.

No valía ninguna explicación para Julio, así que no se había molestado en dársela.

—No te quiero volver a ver…

—Amor… no me hagas esto — la manera en que pedía aquello, casi llorando, hacía sentir un poco mal a Emiliano, pero se había dicho que no podía seguir así.

—Deja de llamarme así… Tú y yo no somos nada…

—Está bien… — había visto a Emiliano llevarse la mano afectada hacia el pecho y cubrirla con la otra, con gesto de dolor, sabía que lo había vuelto a lastimar —. La vida no vale nada para mí si no puedo estar contigo…

Emiliano había temido que hiciera una estupidez…

Julio lo había manipulado siempre a su antojo, con la culpa, con el dolor físico, con el sexo… Había sido tanto su temor a que se hiciera daño a sí mismo que le había perdonado todo. Pero seguirían sólo como amigos.

Por suerte, Emiliano terminó su carrera y de inmediato empacó para volver a México antes de que Julio siquiera pensara en seguirlo. Le había mentido diciéndole que estudiaría ahí su especialidad y que estaría ahí unos años más.

Julio no sabía en qué ciudad vivía Emiliano en México, pues lo había conocido en Veracruz y sabía que no era de ahí, así que éste había pensado que jamás se lo volvería a topar… hasta ese momento en que le vio entrar por el corredor, pensando que sería una alucinación.

Emiliano se había interesado en la psicología, el psicoanálisis y la psiquiatría en aquella época por causa de él, pues buscaba entender sus cambios constantes de humor, sus celos, su manera de manipular a las personas...

En cierto momento lo había amado tanto que sólo buscaba entenderlo y ayudarlo.

Sobre todo por cómo reaccionaba si alguien siquiera se atrevía a sugerir que estaba loco.

Emiliano salió de ahí rápidamente, totalmente pálido. Se sobó los brazos, aún le dolían por la presión que Julio había ejercido sobre ellos. Estaba temblando y cuando llegó a la mesa donde estaban los demás y Álvaro le vio en ese estado, le instó a ir a algún sitio a hablar.

Eligieron la habitación de Emiliano para ello, pues así no habría interrupciones, nadie tenía por qué ir ahí precisamente. Álvaro echó seguro a la puerta y fue a sentarse junto a Emiliano, en el borde de aquella cama.

—¿Qué te pasó? — le tocó la frente y sintió aquel sudor frío.

—Nada…

—No me mientas, eso no es “nada”, ¿qué sucede? — le preguntó de nueva cuenta, preocupado.

—Álvaro… — respiró hondo y se inclinó hacia él para besarlo. Necesitaba sentir ese cariño, sentir que estaba a salvo.

—Todo está bien… — lo abrazó luego de aquel beso y Emiliano recargó su cabeza sobre el pecho de Álvaro hasta que se calmó.

Una vez que se tranquilizó, le explicó todo, incluso le mostró sus brazos, donde seguían esas marcas rojas, seguramente serían grandes moretones en unas cuantas horas.

—Por eso, cuando vi que Ignacio era así contigo, inmediatamente sentí aversión hacia él… Supongo que por eso no lo tolero…— admitió, sintiéndose un poco culpable —. No quiero eso para ti...

—Entiendo… Tendré que hablar con Raúl al respecto, no quisiera que él sin saberlo le diga dónde vives — se puso en pie para ir a buscarlo. Sabía que Emiliano no estaba en condiciones en ese momento.

Se dirigió a buscarlo mientras Emiliano descansaba en su habitación.

Cuando llegó al jardín, se dirigió a la mesa donde Raúl estaba con su ahora esposa. Se acercó y se inclinó para decirle que necesitaba pedirle un favor.

Raúl no dudó en ponerse en pie, al ver la seriedad en el semblante de Álvaro.

—¿Qué sucede? — preguntó cuando llegaron al estudio del mayor y éste cerró la puerta. Se acercó a Álvaro, que estaba de pie aún al medio de aquel salón.

Álvaro tomó valor para decirle, no sabiendo qué reacción tendría el mayor, quizá se llevaba bien con Julio y lo defendería, pensó. Aún así se arriesgó.

—Bueno… Hay un problema… Tu esposa tiene un hermano que…

—¿Te ha hecho daño? — inquirió, alarmado, sujetándolo por los hombros.

—No, a mí no — desvió la mirada por la cercanía —. ¿Qué tanto sabes de él? — algo le decía que Raúl conocía más a Julio de lo que había creído.

—Bueno… — lo soltó, aliviado de oír que no se había acercado a Álvaro —. Es un poco… extraño. No está muy bien de la cabeza… De hecho, cuando comencé a frecuentar la oficina de su padre por negocios cuando volví de España, era frecuente que hiciera cosas extrañas… Pensé que era cosa mía, paranoia o algo, pero llegué a sentir que me acosaba. Hasta hace un mes que supo que me casaría con su hermana se detuvo — confesó, apenado, pensando que no le creería.

—Emiliano me dijo que lleva años acosándolo también, por eso quisiera pedirte por favor, que si te pregunta dónde vive o cómo encontrarlo, no se lo digas… Hace un momento le hizo daño — dudó un poco sobre decirle eso último, pero decidió hacerlo para que Raúl también estuviera al tanto, por si tenía qué hacer algo al respecto.

—Tranquilo, ordenaré que lo vigilen muy de cerca — prometió —. Mantente junto a él y procuren estar cerca de Ignacio y Enrique, por cualquier cosa — sugirió, preocupado.

—Te lo agradezco mucho… — esbozó una sonrisa, apenado. Raúl alargó su mano hacia él y le acomodó un mechón de cabello mientras le sonreía, con cariño.

Álvaro se sintió un poco incómodo y se disculpó para poder retirarse de ahí.

Raúl suspiró al estar a solas. El hecho de haberle confesado lo que sentía sólo había hecho que fuese consciente de sus propios sentimientos y éstos se hicieran más fuertes, para su desgracia. Sentía que si volvía a tenerlo cerca, no podría evitar volver a robarle un beso.

Tenía qué alejarse de él.

*—*

Emiliano y Álvaro se mantuvieron siempre cerca de Ignacio y Enrique, tratando de aparentar que no sucedía nada malo. Incluso Emiliano logró sentirse un poco mejor y olvidar el episodio con Julio, olvidar su presencia en ese sitio.

Sin embargo, Julio comenzó a acercarse poco a poco a donde estaban. Siendo el hermano de la novia, no tenía reparo en ir y venir por la hacienda como le daba la gana, así que comenzó a seguirlos sigilosamente.

—¿Alguno de ustedes sabe quién es ese tipo? — inquirió Ignacio discretamente al verlo de reojo de nueva cuenta al final del corredor. Lo había notado hacía algunos minutos, pero al principio pensó que era pura coincidencia. Sin embargo, con el paso de los minutos se le empezó a hacer más y más extraño.

Emiliano miró de reojo, temiendo que fuera quién él creía. Su semblante tranquilo cambió por completo a uno pálido y nervioso.

—¿Hay algún problema? — inquirió Ignacio al notar aquello.

—No… sólo… — desvió la mirada e instintivamente se llevó la mano derecha al brazo izquierdo, donde Julio le había lastimado más.

Julio parecía haber notado que el pequeño grupo sabía de su presencia, así que decidió salir de su escondite.

—Emiliano…— se acercó, pero Ignacio se interpuso, mirándolo con desconfianza.

—¿Se te ofrece algo? — preguntó, mirándolo de frente, listo por si tenía qué usar la fuerza. A pesar de todo, no habían levantado la voz para que la gente no se enterara de que sucedía algo.

—Así que…— murmuró, mirando a Ignacio de arriba abajo, con desdén. Pensó que Ignacio sería esa persona con la cual Emiliano estaba ahora saliendo y la razón por la cual lo había rechazado; por un instante se sintió amenazado. Ignacio era muy apuesto, tan alto como él, y para más inri, le estaba haciendo frente como si estuviera defendiéndolo.

Ignacio enarcó una ceja, algo incómodo por el escrutinio de aquel desconocido.

—Julio… — Emiliano rodeó a Ignacio para poder ver al nombrado —. Este no es el lugar… Ni el momento — pronunció algo abochornado.

—No, no, Emiliano…— quiso acercarse a él y sujetarle la mano, pero Ignacio se volvió a interponer, ahora secundado por Enrique.

—Caballeros… Cualquier malentendido o discusión pendiente, como dijo el querido Emiliano, este no es el lugar ni el momento. Si fueran tan amables… — pidió, mirando a Julio con la misma desconfianza que Ignacio.

—Hmp… Querido Enrique… — habló Julio —. Pensé que me tendrías más estima.

—¿Perdón? ¿Nos conocemos? —enarcó ambas cejas, intentando recordar.

—Soy Julio Arango, el nuevo cuñado de Raúl… Nos vimos hace unos días en casa de mis padres — le refrescó la memoria.

—Creo recordarlo… Me extraña la actitud con la que acudes a nuestro querido Emiliano — apuntó, curioso.

—No es algo malo, te lo prometo, sólo quiero hablar con él. Tenemos una… vieja amistad. Hubo algunos malentendidos y… — encogió los hombros.

—En tal caso, supongo que nuestro querido Emiliano es el que debería decirnos si realmente tiene intenciones de cruzar palabras contigo — miró a Emiliano, interrogante. Ignacio hizo igual, mientras Álvaro se mantenía junto a Emiliano en silencio.

—Sólo quiero pedirte perdón, no quiero que entre nosotros siga habiendo malentendidos… Te aprecio demasiado y lamento… todo — manifestó Julio, mirando al suelo, con fingido arrepentimiento.

—No te preocupes — replicó Emiliano. Sabía que Julio estaba haciendo eso frente a los demás para presionarlo, para no quedar él como el malo del cuento. No quería hacer un escándalo mayor, así que decidió contestarle aquello.

—Me alegra mucho que seas tan comprensivo — le tendió la mano.

—Claro… — se vio presionado también a estrechar aquella mano, momento que Julio aprovechó para jalarlo hacia sí y abrazarlo fraternalmente. Pero en medio de aquel abrazo, pudo murmurarle al oído algo.

—Amor… No creas que va a ser tan fácil que me sustituyas…

Julio lo soltó y agradeció a los presentes para irse de ahí en dirección al jardín donde estaba su familia.

Emiliano se disculpó con todos y se retiró a su habitación. No sabía cómo sentirse al respecto de todo eso, pero no quería que Julio le viera cerca de Álvaro o podría ponerlo en riesgo. No sabía hasta dónde era capaz de llegar. Nunca creyó que se lo iba a volver a topar, y menos ahí.

—Gracias por ayudar a Emiliano — habló Álvaro una vez que estuvo a solas con Ignacio y Enrique.

—No sé qué sucede entre ellos dos, pero… — Enrique se lo pensó un poco antes de decirlo —. Creo que Arango no está muy bien de la cabeza…

—Vaya, es la segunda vez que oigo eso — acotó Álvaro, irónico —. Ya Raúl me lo había dicho hace un rato.

—¿Hay algo de lo que no me estoy enterando? — interpeló Ignacio, algo molesto.

—Creo que este asunto es sólo entre nuestro querido Emiliano y Julio Arango — replicó Enrique.

—Te lo explico más tarde — dijo Álvaro. La respuesta no satisfacía la curiosidad de Ignacio, así que hizo un mohín de disgusto.

Un poco más tarde, Raúl requirió a su mejor amigo Enrique para algunos asuntos, así que Ignacio y Álvaro se quedaron solos y comenzaron a andar por los jardines menos concurridos.

—Entonces…

—Eres demasiado curioso — Álvaro entornó los ojos, divertido.

—No es eso… Es… lo que dijiste en la habitación… — desvió la mirada —. Quizá tienes razón… — había decidido mentirse a sí mismo con ello. Quizá con el tiempo se creyera esa mentira, de que estaba usando a Álvaro para acostumbrarse a Esther.

—Vas a estar bien — respondió tranquilamente, aunque por dentro aquellas palabras le habían dolido muchísimo.

—Sí… — esbozó una sonrisa. Sí, se mentiría… se acostumbraría… Porque tampoco era como que pudiera hacer algo al respecto si admitía que sentía algo por Álvaro en serio, ya que si lo hiciera, igual tendría qué seguir con su vida, casarse, pretender que no sucedía nada y amarlo en secreto por el resto de su vida.

Porque Ignacio no tenía la menor idea de que Álvaro lo amaba… Si la hubiera tenido en ese momento, probablemente hubiera hecho algo diferente.

—Mira, hay un columpio… — señaló Álvaro. Había un enorme árbol con un columpio de madera y cuerda. Le recordaba su infancia en la hacienda de su abuelo, donde podía jugar con muchos niños de la servidumbre.

—Siéntate — pidió Ignacio, animado, mientras ambos llegaban ahí corriendo como dos niños pequeños. Álvaro se sentó e Ignacio comenzó a empujarlo suavemente.

Aquel árbol era frondoso, les cubría del abrasador sol de la tarde. Tenía algunas flores aún, pero sus hojas caían suavemente, víctimas del otoño tardío.

El suelo estaba lleno de esas hojas blancas, de ese dulce aroma que despedían. Ignacio siguió empujándolo con suavidad por un momento, pensando en lo romántico que era aquello, sintiéndose extraño de estar así con su mejor amigo… Extraño, pero a la vez emocionado.

—Entonces, ¿ahora sí me dirás qué sucede con ese tipo? — inquirió, para distraerse a sí mismo de esos pensamientos.

—Ya sabía que no te podías quedar con la duda mucho tiempo — habló Álvaro, divertido —. Pues… fueron amigos en la universidad y, como dijo Enrique, ese tipo está algo mal de la cabeza. Lastimó a Emiliano hace unas horas, sin motivo — dijo, consternado.

—¿Lo lastimó? ¿De qué manera?

—Físicamente… Le dejó unas marcas en los brazos… Estaban teniendo alguna discusión y… — encogió los hombros. No quería darle más detalles, pero Ignacio se imaginaba ya por qué era aquello. Sabiendo que Emiliano era sodomita, asumió que Julio también lo sería y que esos problemas tenían más que ver con una alcoba que con otra cosa.

—Entiendo…

—Nunca pensé que lo defenderías así… Gracias, en serio — agachó la mirada, contento.

—Soy un caballero.

—El gran Ignacio Lascuráin Montiel, defensor de los inocentes — bromeó Álvaro riéndose.

—Soy un héroe — alzó la barbilla, orgulloso.

—Tu turno — le dijo, riéndose y negando con la cabeza.

Ignacio se sentó en aquel columpio y Álvaro comenzó a empujarlo suavemente mientras seguían hablando.

Más tarde, cuando decidieron ir hacia otro de los jardines donde había más gente, un fotógrafo los interceptó.

—Caballeros, ¿me permiten una fotografía para el álbum de los novios? — preguntó al detenerlos.

—Claro — asintió Ignacio y se acomodó la ropa.

—Tienes una hojita — le dijo Álvaro, sacudiéndole el hombro.

—Tú también — replicó Ignacio, sonriente, mientras le quitaba un pétalo blanco del cabello —. Listos.

—Muy bien — el fotógrafo se colocó en posición, con aquella enorme cámara Sanderson hecha de caoba y piel color rojo, montada en un tripié.

Álvaro e Ignacio se pusieron uno junto al otro y miraron hacia la cámara. Inicialmente habían adoptado una pose muy seria, pero Ignacio giró el rostro hacia Álvaro y lo miró con cariño y una suave sonrisa. Álvaro, por su parte, sonrió tímidamente y miró de reojo a Ignacio sin querer.

—¿Puedo tener una copia de eso? — preguntó Ignacio al fotógrafo.

—Claro — asintió. Le parecían un par de jóvenes extraños, pues casi todas las personas solían tomarse fotografías en actitudes muy serias, como si estuviesen posando para una pintura; así eran las cosas en esa época.

La orquesta que tocaba en la fiesta aún seguía deleitando a los invitados con su música, así que se sentaron un momento a escuchar.

—Gerardo tocaba el piano… — apuntó Álvaro con nostalgia al ver al pianista de la orquesta.

—¿En serio? — Ignacio lo volteó a ver.

—Sí… me lo dijo Emiliano. Estuvieron juntos en un conservatorio musical antes de ir a la universidad. Dijo que tocaba maravillosamente el piano… — en sus labios se grabó una sonrisa triste.

—Es una pena — atinó a decir Ignacio. Las cosas terribles que había dicho el día que se había enterado del destino de Gerardo Navarrete aún le causaban culpa. Si hubiera sabido en aquellos días que no eran tan diferentes, si no hubiera rechazado tanto lo que en esos momentos empezaba a asimilar, quizá habría hecho algo al respecto por Gerardo.

No sabía si seguía con vida o si ya había muerto, intentaba no pensar en eso, pero al irse dando cuenta de que él probablemente también era una abominación como Gerardo, le hacía sentirse hipócrita.

¿Sería el espíritu de Gerardo dándole una lección por no haberlo ayudado? Se preguntó. Quizá por eso ahora tenía esas revelaciones sobre lo que sentía hacia Álvaro, por eso ahora empezaba a admitir que sentía algo diferente hacia su mejor amigo. Por eso ahora sufría por ello, supuso.

Disipó aquellas ideas de su cabeza, diciéndose a sí mismo que eran una tontería.

—¿Sabes? Estoy intentando localizarlo… Pero es muy difícil… Encargué a un investigador privado que lo hiciera, sólo que no hay muchas pistas y lo poco que hay es muy restringido por el gobierno. Sólo supe que pasó por Lecumberri y de ahí... Gerardo prácticamente dejó de existir. Es como si se lo hubiera tragado la tierra — confesó Álvaro, pensando que Ignacio le recriminaría el estar buscando a un desviado, cuando debía agradecer que le habían apartado de él.

—No imagino lo que debe estar pasando… — murmuró Ignacio. Lecumberri era una prisión horrible según sabía, donde iban a parar todos los prisioneros políticos, gente indeseable para el gobierno, criminales peligrosos, gente que estaba demasiado mal de la cabeza… ¿Gerardo ahí? No habría sobrevivido de seguro. No sabía si ese destino era peor que ser enviado a Yucatán, donde el destino era morir de hambre, sed, trabajando de sol a sol sin descanso en una lenta agonía. Quizá su propio padre había elegido el destino de Gerardo a modo de escarmiento, pensó Ignacio.

Recordaba a Gerardo, tan alegre, tan optimista siempre, tan conciliador entre Enrique, Raúl y Álvaro e Ignacio cuando había alguna desavenencia. Él siempre era el que ponía la paz.

El amigo siempre dispuesto a ayudar, el incondicional. No era sensible como Álvaro, rara vez le había visto preocupado por algo.

—Yo… lo que dije ese día que supimos lo de Gerardo…— agachó la mirada —. Lo siento… No sé por qué…

—No te preocupes, estoy seguro de que no era lo que sentías… Quieres a Gerardo tanto como a nosotros… Fue algo inesperado, no supimos cómo reaccionar… Gerardo nunca dejará de ser nuestro amigo, no importa lo que él haya hecho — replicó Álvaro, comprensivo, y le palmeó el hombro —. Tampoco es como que haya asesinado a alguien o robado, sólo… es diferente...

—¿Puedo ayudarte a encontrarlo? — preguntó.

—Claro… Hay qué seguir buscándolo, no perdamos la esperanza — animó Álvaro.

*—*

Por la tarde, cuando la fiesta estaba por terminar, Raúl les citó en la sala para poder dirigirles unas palabras antes de partir en su viaje de luna de miel con su ahora esposa.

—Caballeros… Les agradezco por su invaluable apoyo y compañía en este día — los miró uno a uno rápidamente —. Estaré fuera del país por algunas semanas, pero sepan que pueden permanecer en este lugar el tiempo que consideren necesario, disponer de lo que necesiten y disfrutar de lo que este lugar les ofrece — señaló, solemne.

—Agradezco tu gesto, Raúl, pero creo que es tiempo de que también me retire — habló Emiliano, un poco más compuesto, pero se notaba un inusual semblante serio en su rostro.

Ignacio y Álvaro se miraron de reojo, comprendiéndose el uno al otro.

—Nosotros también nos retiraremos, nos esperan un par de asuntos en casa — habló Ignacio.

—Vaya, qué triste noticia, me habría gustado que pasáramos unas lindas vacaciones a expensas de nuestro querido Raúl — habló Enrique —. Pero, ¿qué se le va a hacer? Ya somos adultos y los negocios nos llaman.

—Está bien, no se preocupen, ya tendremos oportunidad de pasar algo de tiempo todos juntos nuevamente — les dijo Raúl, comprensivamente —. Pueden pasar la noche aquí para tomar sus transportes el día de mañana temprano si así lo desean. Yo tengo qué retirarme — les avisó. Miró fugazmente a Álvaro y desvió la mirada antes de que pasara cada uno a estrechar su mano y darle un abrazo fraternal.

—No estoy seguro, pero creo que Julio sí pasará la noche aquí — le dijo en voz baja a Álvaro, a modo de advertencia, antes de que pasara a despedirse Emiliano.

Más tarde, cuando Raúl se retiró de la hacienda para irse con su esposa, Álvaro apartó un poco a Emiliano del resto para comunicarle lo que le había dicho.

—Tengo qué irme ahora mismo — murmuró Emiliano, preocupado —. No quiero darle oportunidad de hacer alguna estupidez — miró a Álvaro a los ojos —. ¿Vendrán conmigo?

—Claro, Ignacio estará de acuerdo — respondió, convencido.

—Gracias… — sonrió con cierta tristeza —. Vaya, cómo cambia el concepto de las personas con el tiempo… No sabía que Ignacio era capaz de abandonar el egoísmo para intentar defender a otros que ni siquiera tolera.

—Ignacio es una buena persona… Sólo es muy mimado y yo tengo en parte responsabilidad por ello, pero te aseguro que es totalmente diferente de ese tipo que te lastimó… Ignacio conoce los límites y se preocupa en serio por las personas que lo rodean, aunque no lo exprese. Sé que él estuvo al pendiente en cuanto notó que había algo raro contigo — aseveró, contento de oírle decir que había cambiado su concepto del mayor.

—¿Crees que no me odia?

—Si a caso está muy a la defensiva es porque hace relativamente poco tiempo que te conoce, pero verás… Yo creo que pueden llegar a ser grandes amigos.

—De mi parte no habrá resistencia, te lo prometo — sonrió un poco más animado.

—¿Nos vamos? — Ignacio se acercó a preguntar en voz baja. Sabía que tenían qué irse con el mayor secreto posible, pues había visto a Julio merodeando y sabía que no tenía buenas intenciones.

—Sí, pediré a alguien de la servidumbre que baje las maletas, así él no notará que eres tú el que se va — apuntó Álvaro, mirando a Emiliano —. ¿Podrías distraer a Julio, por favor? — pidió ahora a Ignacio.

—Claro — asintió y se dirigió a buscarlo.

No fue tan difícil encontrarlo, estaba en la cocina, intentando escuchar qué decía Emiliano. Ignacio ingresó en la cocina, pretendiendo que quería tomar algo de agua, así que al verle ahí, fingió sorpresa.

—Buenas tardes — saludó —. Julio, ¿cierto? — indagó.

—Sí. Aún no tengo el...placer de saber quién eres — apuntó Julio, mirándolo con cierto desprecio.

—Ignacio Lascuráin Montiel… He escuchado algo sobre ti — lo vio con indiferencia.

—¿Ah, sí? ¿Qué cosa? — alzó una ceja, algo molesto por el tono que había usado. Se preguntaba si Emiliano le habría contado todo, se imaginaba que eran pareja e Ignacio estaba ahí para marcarle los límites, para defender su territorio.

—Que eres una verdadera molestia — soltó fríamente, alzando la barbilla.

—Supongo que puedes disfrutar de Emiliano por un tiempo, pero te juro que lo voy a recuperar — masculló.

Ignacio supo entonces que ese tipo creía que ambos estaban juntos. No lo negaría, quizá así el tipo se lo pensaría dos veces antes de volver a acercarse. Al menos eso le traería alguna ventaja a Emiliano mientras abandonaban la hacienda.

—Claro… — le sonrió, burlón —. ¿Sabes? Me parece patético que sigas molestándolo, aún sabiendo tu posición.

Julio lo vio con odio, pero su madre les interrumpió al entrar a la cocina.

—Te he estado buscando, hijo — le dijo —. Oh, buenas tardes — saludó a Ignacio —. Disculpe la interrupción, joven — pidió a Ignacio —. Vamos — instó a Julio.

—No se preocupe, ya habíamos terminado de... conversar — le sonrió a la mujer.

—Con su permiso — dijo ella y salió de ahí seguida por Julio.

Julio le dedicó una última mirada furiosa a Ignacio antes de perderse tras la puerta.

Ignacio miró aquella puerta largamente. No se había equivocado, ese tipo y Emiliano habían tenido algo qué ver y ahora le estaba causando problemas. No solía meterse en líos de ese tipo por cualquiera, pero sentía que Emiliano, aunque le resultaba alguien a quien no toleraba del todo por su cercanía con Álvaro, también era parte de su grupo de amigos. Álvaro lo quería y no quería verlo triste por los problemas de Emiliano.

Ese tipo tenía algo mal en la cabeza, era demasiado insistente. La manera en que miraba a Emiliano le daba incluso escalofríos. Y saber que lo había lastimado ya estaba en otro nivel, no podía permitir que le hiciera más daño, no si él podía evitarlo.

Salió de ahí y se encontró con los demás en la entrada de la casona. Ya estaban listos, ya les habían llevado las maletas y sólo debían subir al auto que les llevaría a la estación de tren.

—Ignacio, ¿pudiste…? — inquirió Álvaro, preocupado.

—Descuida… — le revolvió los cabellos —. Ahora sólo tenemos qué procurar que no se entere a dónde vamos. Ese tipo será un gran problema si nos sigue, pero su madre lo llamó, supongo que lo mantendrá ocupado más tiempo — apuntó.

—Gracias — pronunció Emiliano, mirando a Ignacio y haciendo una leve reverencia.

Enrique no entendía casi nada, pero no se molestó en preguntar.

—Caballeros… Partamos — instó, subiendo al amplio auto. Todos lo imitaron y el auto partió pronto.

Desde una de las ventanas de aquella casona, en el segundo piso, Julio observó aquello. Al fin había dado con la habitación que había ocupado Emiliano, pero ya era tarde. Sólo había quedado ahí una camisa que la sirvienta que había empacado no había visto. Estaba colgada en un gancho, en el perchero tras la puerta. Era la parte superior de la pijama. Julio la tomó y la abrazó, aspirando el aroma aún perceptible de Emiliano y prometiéndose que lo encontraría y no lo dejaría ir de nuevo.



Notas finales:

Gracias por leer UwU <333333333


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