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Ignacio y Álvaro por TadaHamada

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Notas del capitulo:

Hola! Aquí les traigo el siguiente capítulo.

Muchas gracias a MarNegro por tu respuesta >w<

Espero que les guste este nuevo capítulo ~u~  <33333333333333333

—Me gustas…

Silencio…

La sonrisa de Álvaro fue desvaneciéndose hasta terminar en una expresión de asombro.

—¿C-Cómo? — pensaba que había oído mal, aunque no por ello su expresión de asombro era menor.

—En serio… Me gustas mucho… Desde la fiesta de compromiso… No he podido dejar de pensar en ti y… Nunca me había pasado con nadie… Es decir, me han gustado muchos hombres, pero… Nunca como tú — arrugó la tela de su pantalón entre sus puños mientras decía aquello con la cara roja como un rubí. No se atrevía a mirar a Álvaro ni de reojo, esperando quizá el rechazo, o palabras duras como las proferidas esa mañana por el resto de sus amigos.

Álvaro se quedó pasmado, incapaz de hilar una sola frase, con las mejillas igual de coloradas.

Los ojos miel de Emiliano se posaron por fin sobre Álvaro, como esperando una respuesta.

—E-Emiliano…

—Si no quieres verme más, lo entiendo…—hizo ademán de ponerse en pie para irse, pero Álvaro lo detuvo sujetándolo por la muñeca.

—No te vayas…— pidió, no sabiendo qué más hacer.

—Yo sé que no te soy indiferente — el sonrojo era incapaz de abandonar sus mejillas. En cambio, Álvaro sintió como si toda la sangre se le fuera a los pies al oír eso, ¿era tan obvio? Si así de obvio había sido sólo porque Emiliano le parecía atractivo, ¿era más obvio que estaba enamoradísimo de Ignacio?

—Sí, llamaste mi atención desde que te vi, pero…

—Ignacio, ¿cierto? — otra vez dejó helado a Álvaro — Es lo que supongo… Eres tan cercano a él, lo miras con devoción… Quizá una persona “normal” no se da cuenta, pero… Al menos yo sí — encogió los hombros y agachó la mirada.

—Sí… Ignacio… pero es imposible — suspiró y agachó la mirada, triste.

—Dame una oportunidad — le tomó las manos a Álvaro, mirándolo con anhelo.

Álvaro nunca se había permitido estar con alguien, tener un romance. Siempre había sido “fiel” a Ignacio, siempre pensando en él; muchas veces se le acercaban hombres con esas intenciones pero los rechazaba, él solamente quería estar con Ignacio.

Pero con Ignacio nunca pasaría, se repetía. Se resignaba a sólo verlo, a estar con él como amigos. Era su destino, pensaba.

Sin embargo, el tiempo estaba pasando y cada día que pasaba, se acercaba más el inevitable momento en que ni siquiera podría verlo para salir como amigos por sus futuras ocupaciones, aunque Ignacio le hubiera dicho que eso no sucedería.

¿Y si lo intentaba? ¿Y si le decía a Emiliano que sí? Sentía que, más que nunca, necesitaba a alguien que le hiciera sentir amado.

Sin darse cuenta, casi como hipnotizado por aquellos ojos miel, asintió. Lo próximo que sintió fueron aquellos labios delgados posándose suavemente sobre los propios, en un beso que sellaba el inicio de aquella relación furtiva.

En su cabeza se repetía una y otra vez el eco de esas palabras: “Te vas a casar en poco tiempo”, pero éstas fueron perdiéndose, oyéndose cada vez más lejanas conforme aquel beso se tornaba más ansioso.

*—*

Aquella mañana se despertó algo tarde. No había podido dormir temprano por estar pensando en lo sucedido, en aquel beso, en esas sensaciones que Emiliano había despertado en él. No podía dejar de pensar en lo feliz que habría sido si Ignacio le hubiera dicho eso.

—¡Álvaro! — Lorena se puso en pie al verle pasar por fuera de la sala en la mansión de los Diener. Rápidamente fue hacia él y le tomó del brazo para llevarlo a la sala a saludar a sus padres.

—Buen día, Álvaro. Estamos acordando algunos detalles para la boda entre tú y Lorena — le saludó su futuro suegro, animado.

—Buenos días… Cuánto lo siento, es que tengo un asunto muy urgente qué resolver — respondió luego de saludar apropiadamente a los padres de Lorena y a ésta. Siempre con un casto beso en la mejilla.

—No te preocupes, querido Álvaro, es culpa nuestra por venir sin avisar — habló la madre de Lorena —. Es que Lorena tenía muchas ganas de verte, no pudo aguantar hasta más tarde — explicó, logrando que Álvaro se sintiera algo culpable.

—Puedo quedarme unos minutos, supongo — dijo. Lorena pegó su mejilla al brazo de Álvaro, emocionada, y le instó a sentarse —. Ignacio se va a molestar…— pensó, pues tenía qué ir a verlo y, como había dicho Enrique, no era precisamente paciente.

Acordaron que la fiesta sería en la hacienda de los Diener por ser más cercana. Ésta quedaba a las afueras de la ciudad, era enorme y sería perfecta para todo aquello que la madre de Lorena y la madre de Álvaro tenían planeado. No querían que la boda de Esther y la de Álvaro fueran iguales, además de que Esther había elegido primero hacerla en la mansión.

—¿No te parece perfecto, Álvaro? — indagó la joven, sin soltarle el brazo. Suspiraba, sonreía, se le notaba sumamente emocionada por el futuro acontecimiento.

—Sí, creo que sí — respondió, intentando sonar convencido. No podía dejar de mirar el reloj y cada minuto que pasaba se le hacía tortuoso.

Su mente comenzó a divagar en lo sucedido la tarde anterior, con Emiliano, en su declaración de amor y en aquel beso. Lo había disfrutado, era la primera vez que se dejaba llevar de esa manera a pesar del miedo a ser descubierto. Comenzaba a pensar en que, después de todo, podría lograr desenamorarse de Ignacio si se lo proponía. Emiliano le gustaba, le provocaba emociones muy intensas y le hacía sentir bien... Pero en medio de aquel beso había pensado en Ignacio irremediablemente. No había pasado de eso, pero había tenido qué contenerse mucho para no ponerse duro, para que Emiliano no creyera que estaba desesperado o algo así.

Tenía sentimientos encontrados, por un lado se sentía muy bien de tener al fin a alguien con quién desahogar sus instintos, su necesidad de ese cariño que con una mujer no sentía igual. Y por el otro, el no poder ser capaz de dejar de pensar en Ignacio, de desear que fuera él quien le prodigaba aquellos mimos y besos.

Se reprendió por no poner atención a nada más de lo que hablaban y asentir a todo, intentando que no se notara que le importaba muy poco su matrimonio con Lorena.

El teléfono de la casa sonó y un sirviente atendió.

—Es el amo Ignacio, busca al amo Álvaro, dice que es urgente — les comunicó al entrar a la sala.

—Bien, Álvaro, no te entretenemos más — le dijo su futura suegra.

—Gracias por su tiempo, nos veremos más tarde — se despidió de ellos con todo el protocolo que esto requería y salió de ahí, apurado.

Ver a Lorena le causaba culpa, pues ella desde hacía muchos años parecía completamente enamorada de él. La alegría que la había embargado al saber que se casaría con Álvaro por aquel arreglo familiar le había hecho desmayarse prácticamente cuando se lo dijeron. Era la mejor amiga de Esther, era la única hermana de Enrique Villaseñor Molina, su padre era amigo cercano del presidente del país, era bella y joven, y se iba a casar con el hombre de sus sueños… No podía ser más feliz.

Era una lástima que ese hombre amara a otro...

*—*

—Perdón, llegaron Lorena y sus padres, querían hablar de los detalles de la boda y… — soltó un jadeo de cansancio, pues había prácticamente llegado corriendo hasta aquel club social donde Ignacio le esperaba hacía una hora. Había subido hasta aquel segundo piso aprisa, pensando que quizá ya se habría ido.

—Entiendo…— entornó los ojos —. Es una cruz que debemos cargar, como futura cabeza de nuestras familias — encogió los hombros y le hizo un ademán para que se sentara — Me tomé la libertad de pedir algo para ti — le indicó.

—Gracias… —bebió un poco de agua y tardó un poco en recuperarse.

—Deberíamos ir un fin de semana a descansar fuera de la ciudad — sugirió Ignacio —. Ya sabes, olvidarnos de esos asuntos, dedicarnos un rato a nosotros mismos… Tengo planeado ir a ver una propiedad en el norte, me encantaría que fuera algo así como nuestra casa de descanso, para cuando nos cansemos de nuestras esposas, ir y pasar un rato agradable allá, lejos de todo esto…

—Sí, suena bien — respondió Álvaro. No había puesto mucha atención, sólo podía ver los labios de Ignacio, recordar el beso de Emiliano y preguntarse qué se sentiría besar a Ignacio, si sería tan agradable como aquel beso con Emiliano.

—Vayamos este fin de semana, estoy a punto de cerrar el trato — bebió de su taza de café y miró a Álvaro.

—¿Eh? — se reprendió a sí mismo por estar tan ensimismado — Perdón, es que...

—Te noto distraído, Álvaro, ¿sucede algo? — inquirió Ignacio. Generalmente, al salir a tomar algo, solían conversar de lo que fuera, Álvaro solía estar siempre atento a todo lo que Ignacio tuviera qué decir. Los silencios no eran comunes entre ellos, pero ésta vez Álvaro estaba más callado, más ensimismado.

—No… Nada — respondió y esbozó una sonrisa. Un ligero rubor adornó sus mejillas un momento, como si se hubiera dado por descubierto de aquel secreto que guardaba desde el día anterior.

—Bien — fue lo único que soltó Ignacio ante aquella respuesta —. Esta noche iremos al teatro...

—Eh… no creo poder… — murmuró. Ignacio enarcó una ceja y lo miró con recelo —. Tengo algo qué hacer — encogió los hombros.

—¿Qué es más importante que venir conmigo al teatro, si se puede saber? — entrecerró los ojos.

—Es que… —desvió la mirada —. Emiliano… —inmediatamente Ignacio le dirigió una mirada fría, nada más oír ese nombre —. Él tiene un recital… Y me invitó — aquella mirada le había calado en el fondo del alma.

Pero tenía qué esforzarse, desenamorarse de Ignacio, de un imposible. Empezar a soltarlo, apartarse de él… Le estaba costando muchísimo en esos momentos el no ceder a su necesidad de complacerlo en todo, pero tenía qué hacerlo, se dijo, pues tenía 6 meses para lograrlo.

—Y mi presencia no es requerida… —afirmó Ignacio cruzando los brazos, indignado.

—No es eso… Es que como… Bueno… Emiliano… Su padre no está muy de acuerdo con esto y…

—Ya, no me expliques nada, no me interesa — bufó —. Mañana vamos a desayunar entonces, ¿o también tienes qué ir con él a algún lado?

Álvaro suspiró. Sabía que Ignacio era muy posesivo y que probablemente que él no estuviera a su disposición le estaba hiriendo el ego más de lo que le hubiera gustado admitir.

—...Te aviso más tarde — soltó, no sin un poco de miedo.

Ignacio no dijo nada, al menos verbalmente. Pero su expresión fue de total indignación. Se fue de ahí sin más.

Álvaro sintió como si le estrujaran el corazón dentro del pecho. Un nudo se formó en su garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las contuvo. Conocía bien a Ignacio, él siempre quería ser el centro de atención, probablemente cuando viera que Álvaro ya no era el satélite rondando alrededor de él, buscaría a alguien más para reemplazarlo.

Suspiró. Le dolía, pero así tenía qué ser.

Faltaba poco para que Ignacio se casara con Esther, así que de una manera u otra, ambos se separarían por mucho tiempo y tendrían qué asumir que iban a vivir de esa manera por el resto de sus vidas.

Y Emiliano parecía haber llegado justo a tiempo. Era como un bálsamo para su atribulada alma. Además, Emiliano podía darle ese cariño que Ignacio no podía.

*—*

El recital había sido un deleite. Álvaro amaba la música también, pero más como un espectador que como un artista. Ver a Emiliano ahí, en el escenario, tocando las más bellas melodías en esa guitarra le hacía sentir tranquilidad por un momento.

Cuando fue a buscarlo tras bambalinas, Emiliano le recibió con un efusivo abrazo. Las flores que Álvaro le había llevado como regalo por su impecable actuación, fueron recibidas con gratitud, emoción y un fugaz beso en los labios mientras nadie más veía.

—Estuviste increíble — aseveró Álvaro.

—¿Sabes? Me sentí inspirado con sólo verte ahí, en el público — respondió mirándolo a los ojos con cariño.

Álvaro se ruborizó y agachó la mirada, sonriente. Se sentía extraño, pero a la vez muy feliz. Aunque eran cosas que él había soñado oír de Ignacio.

Pero ahí estaba Emiliano. Cuando por esa tarde, después del desencuentro con Ignacio, Álvaro había sopesado la posibilidad de abandonar todo intento por ser feliz y seguir a Ignacio hasta el fin del mundo aunque le hiciera infausto el resto de sus días, aparecía Emiliano para ofrecerle todo aquello que tanto anhelaba.

Se iba a dar la oportunidad, se dijo.

Más tarde, al salir del recital, fueron a cenar a casa de Emiliano. La madre de éste era muy amable con Álvaro. Le alegraba que Emiliano llevara amigos a casa.

—Desde hace días no hace más que hablar de ti — pronunció la mujer —. Me alegra por fin conocer al muchacho maravilloso del que tanto habla…

Álvaro miró de reojo a Emiliano, ruborizado.

—No creo ser tan maravilloso, pero muchas gracias — contestó aquel halago con timidez.

—Y además modesto y apuesto — agregó la mujer —. Tu futura esposa sí que es muy afortunada… A Emiliano no le hemos conseguido prospecto aún porque, aunque ya terminó la carrera, quiere hacer una especialidad y no queremos distraerlo con esas cosas, pero en cuanto termine, le presentaré algunas jovencitas hermosas y de buena familia — continuó hablando la mujer, sin notar que aquel tema era incómodo para ambos.

—Sí, madre… Pero primero quiero ser un gran médico, como mi padre… Quizá hasta que tenga ya suficiente experiencia y…

—Tonterías, eres joven pero no lo serás por siempre, tienes qué aprovechar tu juventud para formar una bella familia.

—Pues en realidad eso no es algo que me apure demasiado, madre… Mi padre se casó contigo teniendo una edad más avanzada y no pasó nada — encogió los hombros.

—Lo sé, pero por esa razón tu padre no jugaba contigo cuando niño. Además de su carrera, ya no le quedaban energías para hacerlo. Aún estás a tiempo para que al menos disfrute a mis nietos — insistió ella.

Emiliano siguió intentando convencer a la mujer, pero fue en vano, así que decidió zanjar la conversación dándole la razón. Nunca le haría cambiar de opinión y le dolía tener qué romper sus ilusiones algún día.

Al finalizar la cena, subieron a la habitación de Emiliano.

—Disculpa a mi madre, por favor — pidió Emiliano —. Como soy su único hijo, tiene puestas todas sus esperanzas de tener veinte nietos en mí — se rió nerviosamente.

—No te preocupes, mi madre es igual. Nunca van a comprender esto que somos — secundó aquella risilla nerviosa y se sentó en el borde de la cama.

—Por eso pensaba quedarme en París al finalizar mis especialidad, poner allá mi consultorio y tener un amante con quién compartir la vida, lejos de mi familia y del temor a que se enteren. Pero agradezco el haber venido aquí y haberte conocido… — se acercó a Álvaro y se colocó entre sus piernas, para pasar sus brazos alrededor de su cuello. Se inclinó y besó suavemente sus labios, siendo correspondido y recibido por los brazos ajenos con suavidad. Lentamente se recostaron sobre la mullida cama, sin separarse, y se miraron largamente, embelesados.

Álvaro estaba muy nervioso porque nunca había hecho eso con un hombre, pero Emiliano parecía tener más experiencia, así que tomó el mando. Tomó las temblorosas manos de Álvaro y las llevó a su entrepierna para que comenzara a estimularlo por sobre la ropa. Álvaro, con las mejillas encendidas y tratando de controlar su respiración acelerada, comenzó a tocar a Emiliano; aquella hombría comenzaba a endurecerse y levantar la prenda. Emiliano jadeaba suavemente por la cercanía de ambos y trataba de aguantar lo más que podía, pero el sentir las manos reales de Álvaro, a quien por muchas noches imaginó haciendo eso, sólo le hacía sentir mayor éxtasis.

Álvaro se atrevió a colar sus manos en aquella prenda y comenzar a tocar la piel cálida y suave. Estaba siendo osado, pero parecía que a Emiliano le había agradado esa iniciativa de su parte y se corrió más pronto de lo que planeaba. Más tarde fue el turno de Emiliano de estimular a Álvaro, de llevarlo a ese plano del éxtasis del cual aún no era conocedor.

Con Emiliano estaba conociendo cosas de las que se arrepentía no haber experimentado antes. Sentir aquella cálida erección entre sus manos, esa piel suave, ese líquido viscoso ajeno y caliente entre sus dedos, escuchar los latidos del corazón del otro tan desbocados, sentir sus labios dulces, suaves y su lengua que exploraba dentro de su boca tímidamente al principio…

Pero por esa noche se conformaron con sólo tocarse uno al otro. Álvaro aún tenía cierto recelo, cierta inútil fidelidad hacia Ignacio. Por eso cuando Emiliano había llevado su mano hacia la espalda baja de Álvaro y había intentado explorar entre sus nalgas buscando el esfínter, Álvaro se había apartado un poco.

Emiliano le tendría paciencia, prometió.

*—*

—Vaya, querido Ignacio, ¿adónde está tu fiel escudero? — inquirió Enrique al llegar a aquella mesa donde solían desayunar Ignacio y Álvaro en el restaurante de siempre.

—Tuvo cosas qué hacer — respondió en tono poco amable.

—¿Otra vez discutieron? — tomó asiento sin pedir permiso. Raúl les alcanzó al poco.

—No es de tu incumbencia — siguió con aquel tono molesto y bebió su whisky de un solo trago.

Enrique alzó su mano para llamar la atención del mesero y éste fue a tomarles el pedido. Cuando se fue, Enrique volvió a hablar.

—Bueno, de todos modos, querido Ignacio, Álvaro ya debe despegarse de ti y volar con sus propias alas…—hizo una pausa cuando el mesero les llevó el café —. Es lo natural…— bebió un sorbo después de ponerle un terrón de azúcar y revolver el contenido suavemente con una cucharilla.

—Últimamente pelean mucho, ¿no? Debe ser porque el día del “divorcio” está más cerca que nunca. En cuanto te cases con su hermana, todo habrá acabado — aseveró Raúl en el mismo tono mordaz que Enrique.

Ignacio se pasó la mano por la cara, con fastidio.

—Pero tranquilo, tendrás una copia de Álvaro en tu cama, esperándote todas las noches — agregó Enrique —. Aunque dudo que la señorita Esther sea tan... afectuosa como Álvaro.

—¿Estás tratando de decir algo? — inquirió Ignacio, volteando a verlo con resentimiento.

—Nada, querido Ignacio. Sólo conozco a Esther y es bastante fría… casi como tú. Ojalá ella fuera más como Álvaro, ¿no crees? — apuntó Enrique.

—Sí, Álvaro es más dulce… Sonríe todo el tiempo, demuestra más sus emociones que ella. Sus ojos tienen cierta luz que los de ella no. Él tiene más carisma, más alegría — añadió Raúl —. Si Álvaro fuera una mujer, le haría mi esposa sin pensarlo.

—No digan estupideces — Ignacio se hartó, se puso en pie y arrojó la servilleta sobre la mesa.

—Tranquilo, no estamos burlándonos al respecto. Es la pura verdad — respondió Enrique sin inmutarse.

Ignacio salió de ahí, visiblemente molesto. Ambos hombres se miraron uno al otro, sonrientes. Les gustaba fastidiar a Ignacio y sabían que su talón de Aquiles era precisamente Álvaro.

Desde que les habían conocido, lo sabían. Eran inseparables, pero parecía que ahora las cosas iban a cambiar e Ignacio no lo estaba tomando bien.

Cuando Ignacio llegó a su auto, condujo casi sin pensarlo hacia la casa de Álvaro. Cuando se dio cuenta, ya estaba frente a la reja principal y un sirviente le permitió el paso de inmediato.

Pronto se halló sentado en la sala, conversando con su futuro suegro acerca de Esgrima. Se sentía un poco más tranquilo estando ahí, pero estaba pendiente y ansioso por la llegada de Álvaro.

—Álvaro…— le llamó su padre al verle pasar hacia la escalinata para subir a su habitación —. Tienes visitas — le comunicó.

—Buenos días, padre… —puso expresión de fastidio antes de girarse pero entró a la sala y vio ahí a Ignacio, cosa que le sorprendió, pues pensó que serían Lorena y su familia — Ignacio, pensé que estarías con Enrique y Raúl… — no pudo evitar sentir alegría al verle ahí, esperándolo.

—No es lo mismo sin ti — respondió Ignacio —. ¿Ya tienes tiempo para mí ahora? — entornó los ojos.

—No puedo creer que dejes esperando a tu mejor amigo, Álvaro, ¿en qué ocupas tu tiempo últimamente? — indagó su padre, curioso.

—Un amigo me invitó a un evento — desvió la mirada.

—Pues bien, ¿te parece que pasemos a desayunar y me platiques cómo estuvo? Por supuesto, estás más que invitado, Ignacio — señaló el señor Diener.

—Muchas gracias — asintió Ignacio —. También me encantaría oír qué clase de evento fue para que no llegaras a dormir — replicó Ignacio, con un dejo de molestia.

—¿No llegaste a dormir? Pensé que habías salido muy temprano…— preguntó el señor Diener, mirando a Álvaro con extrañeza, pues su hijo no solía hacer esas cosas, no sin Ignacio.

—Es que… El evento fue algo lejos y me quedé a dormir en su casa. Sabes que no me gusta conducir tan tarde — tomó asiento frente a la mesa. Ignacio se sentó al otro extremo, frente a él, mientras que el señor Diener tomó asiento a la cabecera.

—Debiste llamar, hijo — le dijo en tono paternal. Se colocó ceremoniosamente la servilleta en los muslos.

—Lo siento, la próxima vez lo haré. Era muy tarde cuando terminó y no quise despertarlos — se excusó. Podía sentir la mirada fría de Ignacio clavándose en su ser, así que trató de distraerse acomodando la servilleta en su regazo, como había hecho su padre.

—Pues, ¿qué clase de evento era? — indagó Ignacio, incisivo.

—Un recital de cuerdas, toca la guitarra y lo invitaron de la Academia de Bellas Artes — respondió Álvaro, algo molesto porque Ignacio estaba tratando de hacerle quedar mal con su padre.

—No suelen terminar tan tarde, ¿o sí? — agregó Ignacio mientras se acomodaba la servilleta en el regazo con parsimonia.

—Generalmente no, pero fuimos a festejar su maravillosa actuación — respondió Álvaro, cada vez más molesto con Ignacio. Arrugó aquella servilleta con un puño, intentando contener las ganas de reclamarle aquello ahí frente a su padre.

—Me parece muy bien que apoyes a tus amigos, hijo. Quizá hasta podrías invitarle a la boda de Esther e Ignacio y pueda deleitarnos con su música — sugirió el señor Diener, totalmente ignorante de la tensión entre los menores.

—No — dijo de repente Ignacio, pero cambió su tono al seguir hablando —. Preferiría una orquesta, como en la fiesta de compromiso.

—Tal vez en tu boda entonces, hijo… — encogió los hombros.

—Sí, yo creo que sería más apropiado dado que es más amigo mío que de Ignacio y quizá él ya tiene sus propios planes para su boda… Yo apenas he podido decidir un par de cosas sobre la mía, pero ahora que lo dices, creo que sería maravilloso que tocara. Muchas gracias por la idea, padre — le sonrió a ambos.

Ignacio hizo una ligera expresión de desprecio y desvió la mirada. Estaba sumamente enfadado, se sentía desplazado de repente y no le gustaba.

Una moza les llevó el almuerzo y comenzaron a comer en silencio. Ignacio miraba de reojo a Álvaro todo el tiempo, aún molesto. La comida transcurrió en aparente calma aún así. Álvaro le dio más detalles sobre Emiliano a su padre.

—Terminó de estudiar Medicina, pero se tomó un año sabático y volverá para estudiar una especialidad. Su padre era médico también.

—Vaya, justo iba a buscar un médico. En la hacienda parece estar brotando alguna enfermedad y no hay médicos ni farmacias en el pueblo más cercano, me lo dijo apenas el capataz — comentó, preocupado —. Llamé a los médicos que conozco pero no tienen tiempo o no quieren ir a atenderlos porque…— encogió los hombros —. Tú sabes… no creen que esa gente merezca atención médica — negó con la cabeza con cierta decepción.

—Le diré a Emiliano, estoy seguro de que él puede hacer algo al respecto — aseguró Álvaro, sonriente.

La conversación derivó en asuntos de la hacienda, cosas que Álvaro tenía qué ir aprendiendo dado que tenía qué empezar a hacerse cargo de los negocios familiares, pues en cuanto se casara tomaría ciertas responsabilidades de su padre.

—Debo irme, hijo; tu madre y Esther regresan más tarde, salieron de compras… — un sirviente le tendió su saco —. Nos veremos en la cena — se despidió —. Un gusto verte, Ignacio.

Álvaro se quedó viendo unos segundos aquella puerta por donde su padre salió y cuando escuchó el ruido del motor del auto alejarse, se giró hacia Ignacio con expresión seria.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Que mi padre me prohíba salir? No soy un niño, Ignacio — a pesar de que lo amaba con toda su alma, había muchas ocasiones en que Ignacio lo sacaba de sus casillas.

—No sabía que no habías llegado a dormir, sólo adiviné y tú solo te delataste — encogió los hombros, sonriéndole cínico.

—Te comportas como un niño. Madura, ¿quieres? — bufó.

—Entonces ahora lo prefieres a él… — asintió con la cabeza, como si se percatara de algo gravísimo, con expresión de indignación — Está bien…

—Por favor, Ignacio, no digas tonterías — se llevó la mano a la frente—. Tú eres mi mejor amigo… —suspiró —. Además… Tengo derecho a tener más amigos, como tú también los tienes...

—Te dije que Emiliano no me agrada y justo tienes qué ir a hacer amistad con él, ¿acaso quieres molestarme? — reclamó.

—¿Es en serio? ¿Tanto te molesta que sea precisamente él? — interrogó, exasperado.

—Es que…—se calló.

—Explícame por qué, si hay algo malo y lo sabes, entonces dímelo… Pero si sólo es por tu manía de querer que el resto del mundo haga tu voluntad, te comunico una cosa: No eres Dios — se giró y comenzó a subir la escalinata para ir a su habitación.

—Ya te dije que simplemente no me agrada, ¿no puedes entenderlo? — dijo Ignacio, siguiéndolo.

—Explícame, dame una respuesta lógica, sino no insistas — replicó.

—...No tengo una… Quizá tienes razón y sólo quiero que hagas lo que yo digo… Quizá soy un maldito egoísta… Así que tú eliges…— se calló cuando Álvaro se detuvo y se giró para encararlo.

—No te atrevas a imponerme condiciones, Ignacio Lascuráin Montiel — espetó, sumamente molesto, dejando a Ignacio desencajado por un instante.

—Eres imposible — se pasó la mano por la cara, frustrado —. Desde que hiciste amistad con él te comportas de esta manera. Maldita sea la hora en que Gerardo lo trajo — masculló.

Álvaro estuvo a punto de decirle algo hiriente, pero se contuvo.

—Lo mejor que podrías hacer es intentar conocer a Emiliano, estoy seguro de que serían muy buenos amigos. Si no fueras tan necio… — se giró para seguir subiendo.

—Esa ropa no es tuya, ¿verdad? — inquirió Ignacio de repente, tomándole el brazo.

—... Emiliano me prestó ropa… No iba a vestirme con la misma ropa de ayer, ¿sabes? — respondió, aliviado de haber pensado tan rápido una respuesta coherente.

—Sabía que conocía ese olor… — murmuró Ignacio —. Ve a bañarte, no lo tolero — lo soltó y se giró para bajar la escalinata —. Te espero en la sala, no tardes. Vamos a ir al club.

Álvaro se quedó ahí en pie durante un par de segundos, frustrado por la actitud infantil de Ignacio. No le extrañaba nada, siempre había sido muy posesivo con él, con sus hermanos y con su madre. Parecía que quería protegerlos a toda costa de lo que fuera, aunque sus maneras no eran las mejores.

No lograba entender qué era lo malo que veía en Emiliano. Quizá Ignacio se había dado cuenta de la manera en que Emiliano lo veía y trataba de alejarlo de un desviado, pensó. Se le hizo una razón más que coherente, así que decidió ignorarlo, se prometió no molestarse más por ese asunto, pues si bien Ignacio quizá pretendía hacer lo “correcto”, no tenía conocimiento de que Emiliano y él ya tenían algo. Quizá tendría qué hablar con Emiliano para que fuese más discreto.

Subió y se dio una ducha rápido. Ignacio debía estar muy impaciente y molesto, así que no quería echarle más leña al fuego.

*—*

Fueron a su club privado, donde se encontraron con más amigos, entre ellos Enrique y Raúl. Ignacio estaba molesto con los dos aún y éstos parecieron complacidos de ver su cara de molestia al saber que estarían ahí.

—Discutiste otra vez con ellos — no fue una pregunta e Ignacio lo sabía.

—No quiero hablar de eso — se dirigió a saludar a otros amigos. Álvaro iba a seguirlo, pero pronto se arrepintió de no ir tras él rápido.

—Querido Álvaro, parece que las asperezas entre tú e Ignacio han quedado en el pasado — se acercó Enrique a saludarle.

—¿Perdón? — inquirió, preguntándose qué tanto sabrían de sus discusiones.

—Esta mañana vimos a Ignacio bastante afectado por tu ausencia, supusimos que habían discutido una vez más — habló Raúl, rodeándole los hombros con el brazo.

Álvaro se sintió algo incómodo, pues después de lo que le había contado Gema, ya no conseguía ver a Raúl del mismo modo. Raúl solía fastidiarlo por el más mínimo motivo, parecía que le gustaba hacerle enojar. Por esa razón pensaba que quizá se refería a otro Álvaro, pues siempre había considerado que Raúl no lo tragaba o tendría algo en contra de él.

Enrique solía ser quien secundaba los comentarios irónicos de Raúl y viceversa; esos dos eran un tanto insoportables muchas veces.

—Vayamos a sentarnos — les instó Enrique y ambos se sentaron dejando a Álvaro en medio.

Por su educación, no podía maldecir ahí mismo, pero sabía que venía una serie de preguntas incómodas y el disculparse para dejarlos solos no le funcionaría dado que Ignacio parecía querer ignorarlos también y se hallaba lejos, con otros amigos. Quizá era una manera de castigar a Álvaro, porque sabía la clase de víboras que eran esos dos y lo había dejado ahí solo, a propósito.

Me las vas a pagar, Ignacio Lascuráin Montiel — pensó, mirándolo cómo reía con algunos amigos de adolescencia.

—Buenos días — saludó Emiliano llegando hacia los 3, que parecieron decepcionados por no haber podido ni comenzar a molestar a Álvaro.

—Emiliano — Álvaro le sonrió, sintiéndose salvado.

—¿Qué pasa? — inquirió el aludido, sintiendo aquella extraña tensión en el ambiente.

—Qué bueno verte — se levantó para saludarlo. Emiliano saludó a los otros dos también.

—¿Qué te trae por aquí, querido Emiliano? — inquirió Enrique con ese tono tan particular que siempre usaba.

—Mi madre quiso venir a ver a sus amigas, sólo pasé a dejarla, pero los vi y pasé a saludar — miró de reojo, buscando a Ignacio.

—¿Tienes tiempo para una partida de póker? — inquirió Raúl.

Emiliano miró a Álvaro y adivinó que no quería quedarse solo de nuevo con esos dos, así que asintió.

Un rato más tarde, cuando Ignacio buscó a Álvaro, éste estaba sentado junto a Emiliano, quien estaba mostrándole cómo jugar al póker.

—¿Qué apostamos, caballeros? — indagó Enrique, mirando a los presentes — Oh, Ignacio, deberías unírtenos.

—No, gracias, tengo qué retirarme — soltó fríamente.

Álvaro se puso en pie al verle irse y lo alcanzó en el pasillo de salida.

—¿Qué es lo que te pasa? Primero me traes aquí ¿y ahora te vas? — masculló en voz baja, intentando que la gente no se diera cuenta de que discutían.

—Pues entonces ven conmigo — le tomó de la muñeca para llevarlo hacia afuera.

—No, no quiero irme — se zafó y lo miró con indignación.

Ignacio estaba anonadado… Álvaro nunca se había comportado así con él, nunca le había hecho semejante desplante. Siempre había sido un cachorrito que lo seguía a todos lados, a donde él dijera, sin preguntar.

—Álvaro...

—Es por Emiliano, ¿cierto? — preguntó Álvaro.

—No estoy de humor para soportar a ninguno de los 3, vámonos — le instó, pero ésta vez no lo sujetó. Algo dentro de sí le hizo temer que Álvaro volviera a hacer lo mismo y no quería volver a sentir ese rechazo. ¿Rechazado él? ¿Ignacio Lascuráin Montiel? Jamás.

—De verdad no te entiendo… ¿Por qué todo te molesta últimamente? No estás actuando normal, Ignacio — señaló.

—Tú tampoco… Tal vez Raúl tiene razón… Casándome, esto se va a acabar — agachó la mirada con tristeza —. Y es irónico, porque seremos cuñados, pero…

—Tú fuiste el que dijo que nada iba a cambiar — fue su turno de agachar la mirada. Sintió aquel denso nudo en la garganta otra vez, impidiéndole decirle a Ignacio lo que en realidad sentía.

—Pues me equivoqué, ¿sí? — se cruzó de brazos.

—Ya no importa… Tengo qué soltarte...tengo qué soltarte aunque me duela tanto, no tengo mucho tiempo para aprender a vivir sin ti… Tal vez sea lo mejor para los dos… últimamente sólo discutimos, nos enojamos por tonterías… Ya ni siquiera disfrutamos de salir como antes… —sonrió con tristeza y sintió cómo una lágrima logró escaparse.

—Yo me rehúso… Yo no voy a perderte… —le quitó la lágrima con el pulgar —. Eres mi mejor amigo, no tendría por qué cambiar nada, sólo… No entiendo qué está pasando, pero las cosas deberían ser como siempre.

—Ese es el problema, Ignacio… Creo que yo ya no soy el mismo de antes… ni tú… Míranos, esos años de distancia en la universidad parecían no haber hecho el más mínimo cambio, pero… Las circunstancias actuales nos han orillado a reaccionar como jamás creímos hacerlo. Ahora tenemos nuevas obligaciones, nuevos amigos… Estabas tan acostumbrado a que yo hiciera todo lo que tú querías que ahora que no lo hago te vuelves loco… No tiene por qué ser así, tienes qué respetar que yo también quiero hacer cosas diferentes, tener más amigos… ¿Qué esperas que haga cuando te cases? ¿Que me quede en mi casa, guardado en una caja como un muñequito de porcelana, esperando a que te acuerdes de mí? — le reprochó.

—Así que el problema soy yo — siguió de brazos cruzados y apretó los dientes, enfadado.

—Entiende lo que quieras. Cuando quieras hablar de verdad, búscame — se giró para regresar a la mesa donde Enrique, Raúl y Emiliano esperaban.

Ignacio salió de ahí, furioso.

Álvaro se giró para ver si ya se había ido. Cuando notó que no estaba, se desvió hacia el área de baños para ir a lavarse la cara. Sentía ese hueco en su pecho, ese nudo en la garganta que le impedía respirar. Tenía qué calmarse, no quería llorar ahí, pero en cuanto se vio solo en el baño, no pudo evitar comenzar a hacerlo.

*—*

—Hermano, volviste temprano — le saludó su hermano menor, César. Parecía que estaba por salir, pues llevaba su equipo de esgrima.

—El idiota de Álvaro me hizo enfadar — masculló.

—¿Por qué? — fue hasta donde su hermano mayor y se sentó para escucharlo.

—¿Qué no tienes qué ir a tu clase? — inquirió, aún sin poder superar su enojo. No quería desquitarse con su hermano.

—Descuida, sólo quería ir a practicar con unos amigos — dejó sus cosas en el sofá —. Dime qué sucede…— pidió, atento.

—No lo sé. Desde que volvimos a México las cosas no han estado bien, siento que ha cambiado mucho y…

—Y tú quieres tratarlo como siempre, ¿no? — inquirió César.

—Parece que eres el único que entiende el concepto — entornó los ojos e hizo un amplio ademán con las manos.

—Ese es el problema, de hecho, hermano — se rió bajito —. Álvaro ya creció, ya vivió cosas nuevas, ya experimentó la libertad… Y déjame decirte algo… Tú eres muy posesivo con él, deberías de darle su espacio. Tú siempre decides todo, no le dejas ser quien tome una decisión, ¿has ido a algún lugar a donde él quiera últimamente? ¿Le has preguntado cómo se siente desde que llegó de Berlín?

Ignacio sintió como un balde de agua fría aquello. Que fuera su hermano quien le dijera exactamente lo mismo que Álvaro le hacía sentir el malo del cuento. Sentía cómo la ira comenzaba a apoderarse de él, quería liberarla de alguna manera, pero obviamente no le pegaría a su hermano, no lo habían educado así.

—¿Sabes qué? Iré contigo a esgrima — bufó.

—No me has contestado, hermano — le dijo, con esa sempiterna sonrisa. Era un jovencito de 19 años, tan alegre y encantador como el propio Ignacio, pero sin ese carácter tan posesivo y altanero.

—... No… no hemos hecho nada que él quiera hacer… No se lo he preguntado… —desvió la mirada y sintió algo de vergüenza.

—Papá trata con la misma frialdad a nuestra madre, por eso ella siempre está triste… A Álvaro lo tratas como si fuera tu esposa y no tu mejor amigo — le dio un suave puñetazo en el hombro —. Espero que no trates así a Esther también, aunque papá te haya enseñado que así debes hacerlo, no es correcto… — encogió los hombros —. Vamos, podrías aprovechar para enseñarnos algunos movimientos de esgrima — le instó alegremente.

Ignacio fue por sus cosas y salió de ahí con su hermano menor. No podía dejar de pensar en las palabras de César, no podía creer que él era el egoísta…

*—*

—Vaya, no ha regresado, quizá se fue con Ignacio — observó Enrique mirando su reloj y notando que habían pasado más de 30 minutos. Ya habían jugado una partida de póker incluso.

—Iré a buscarlo — dijo Emiliano, poniéndose en pie.

—Sí, quizá esté llorando también, es una de las posibilidades — encogió los hombros Raúl al decir eso.

—¿Llorando? — preguntó Emiliano, preocupado.

—Cuando éramos niños, con frecuencia Ignacio lo hacía llorar. Eso no cambió mucho en la adolescencia. Esperaba que con la Universidad y el cambio de aires Álvaro se volviera más fuerte, pero creo que sigue siendo el mismo — respondió Enrique, mirando sus cartas distraídamente.

—Con mayor razón iré. Enseguida vuelvo — se retiró a buscarlo de prisa. Sentía tristeza de sólo pensar que Álvaro pudiera haberse ido con Ignacio, aunque sabía perfecto que de un día para otro éste no iba a cambiar el amor que sentía por Lascuráin ni su dependencia, pero guardaba la esperanza de que se hubiera quedado.

Escuchó sollozos al pasar cerca del baño y decidió entrar. Buscó con la mirada y decidió llamarlo.

—Álvaro… ¿estás bien? — inquirió. Casi de inmediato escuchó movimiento y una puerta abrirse.

—Emiliano… — agachó la mirada, triste.

—Te quedaste… — murmuró y suprimió aquella sonrisa de alegría que pugnaba por salir.

—Sí… — suspiró —. Tengo qué aprender… sólo quedan unos meses, si no me quito este sentimiento, voy a enloquecer el día que le vea en el altar con mi hermana — murmuró —. Necesito hacerlo… Aunque me duela tanto… — se llevó la mano al pecho e inhaló y exhaló varias veces.

—¿Estás bien? — se acercó y lo abrazó — Todo va a estar bien…— le dijo mientras Álvaro volvía a sollozar.

Cuando se calmó, se lavó la cara y salieron de ahí. Álvaro no quería que se dieran cuenta de que había estado llorando, pero seguramente Enrique y Raúl ya habrían notado que tardaba demasiado.

—Querido Álvaro, sigues siendo tan sensible como siempre — señaló Enrique al verle.

—No lo pensamos de mala manera, no creas eso, nos agrada en realidad… —agregó Raúl —. Ignacio es el insensible, no entiendo cómo sigues siendo tan devoto de él si todo el tiempo te ha hecho sentir mal — hizo un mohín de disgusto.

—No todo el tiempo — murmuró Álvaro, queriendo defenderlo.

—Dejemos ya ese asunto, caballeros… Juguemos — pidió Emiliano.

Enrique y Raúl se miraron, con aquella sonrisilla cómplice, pero no dijeron más.

El juego de esa mañana terminó horas después. Emiliano era muy bueno en póker, así que prácticamente dejó limpios a los demás, pues habían apostado todo lo valioso que llevaban encima.

—Espero que cuides mi reloj, no dudes que lo recuperaré — le dijo Enrique con falsa indignación.

—Descuida, lo guardaré para ese momento — aseguró Emiliano, sonriente.

—¿Cuánto me costará hacer que me devuelvas mi anillo, querido Emiliano? — preguntó Raúl.

—No, no… el juego es sagrado, querido Raúl, en la próxima partida recuperaremos nuestros efectos personales — intervino Enrique —. Hasta entonces, caballeros — se despidieron esos dos y subieron al auto de Enrique.

—¿Quieres ir a algún lugar? Enrique y Raúl invitan — inquirió Emiliano, divertido, mostrándole los billetes que recientemente les había ganado.

—¿Acaso hay algo que no sepas hacer bien? Tocas la guitarra, eres Médico, juegas al póker, ¿qué más tengo qué aprender de ti, Emiliano Landa Gamboa? — preguntó, alegre.

—Bueno… Hay algo… — le tomó la mano y lo miró a los ojos —. Pero será hasta que estés listo…— lo miró a los ojos, con deseo, aprovechando que no había nadie cerca.

Álvaro se mordió el labio inferior y agachó la mirada, avergonzado.

*—*

Ignacio venció uno tras otro a sus oponentes en esgrima. Parecía bastante animado, bastante enérgico. Su hermano lo observaba desde la distancia, mientras sus compañeros le comentaban lo mucho que lo admiraban.

—Es un experto, deberías pedirle que venga más seguido. Ha sido la práctica más emocionante que he tenido, creí que me iba a matar — le comentó uno de ellos, entusiasmado.

—Creo que mi hermano está furioso… — murmuró preocupado —. Pero no sé si con Álvaro, conmigo o consigo mismo — preparó su careta, tomó su florete y se preparó para enfrentar a su hermano.

Tras el saludo inicial, tomaron sus posiciones y César notó que las estocadas de Ignacio eran fuertes, algo violentas, podía oír su respiración agitada aún con la careta, podía oír cómo gruñía cuando fallaba en alguna estocada. Estaba realmente furioso.

De pronto, César resbaló y apenas logró esquivar el florete de Ignacio, cuyo ataque había sido tan fuerte que no pudo detenerlo a tiempo.

—¿Estás bien? — Ignacio se quitó la careta, estaba sumamente sudado, con los cabellos castaños pegados al rostro, aún jadeando. Le tendió la mano a su hermano y le ayudó a ponerse en pie.

—¿Ya te sientes mejor? — inquirió César.

—...Algo — desvió la mirada.

—Vamos a casa… Tienes qué comer algo y luego ir donde Álvaro a ofrecerle una disculpa — dijo el joven, pero Ignacio se quedó serio, cabizbajo.

¿Disculparse? ¿Se tenía qué humillar una vez más? Lo del papelito con el número de la prostituta había sido divertido, pero ésta vez su ego le decía que no debía disculparse. ¿Y si Álvaro lo rechazaba? ¿Y si de nada valían sus disculpas y aún así no volvían a ser amigos? ¿No podía simplemente pretender que nada había pasado, como siempre?

—Necesito tiempo… — musitó y fue hacia las duchas.

—Quizá, pero mientras más tiempo pase, menos fácil será — le palmeó la espalda. Oyó a su hermano soltar un bufido de frustración y se rió bajito.

—Mañana… Hoy ha sido suficiente — sentenció Ignacio.

*—*

—Buenos días… — murmuró Ignacio, hincado junto a la cama de Álvaro.

—¡Ah! ¡¿Qué haces aquí?! — exclamó, asustado. Se había incorporado tan rápido de la impresión que se llevó las manos a la cabeza, mareado — ¿Por qué haces eso siempre? — se llevó la mano al pecho, donde su corazón aún latía tan fuerte.

—Quería recordar viejos tiempos — encogió los hombros —. Cuando eras niño lograba que mojaras la cama — le mostró una sonrisa cínica —. Y no olvidemos los momentos más bochornosos de la adolescencia — se rió bajito. Aún podía recordar cómo algunas de las veces que había entrado a hurtadillas a la habitación de Álvaro, lo había encontrado con un pequeño problema entre las piernas, quizá por algún sueño húmedo.

—¡Argh! ¡Voy a poner un maldito candado a esa puerta! ¿Qué haces aquí tan temprano? — miró el reloj y vio que eran las 7 de la mañana.

—Te traje el desayuno — levantó una bandeja del suelo, donde había un plato con pan tostado y mantequilla, una taza con café y un florerito con una margarita —. Son tus favoritas…

—¿Quién eres y qué hiciste con Ignacio? — lo miró con desconfianza — Debo estar soñando… —sacudió la cabeza.

—Un “gracias” sería más apropiado — puso los ojos en blanco.

—Gracias — entornó los ojos y puso aquella bandeja sobre sus piernas —. ¿A qué se debe esto? No es mi cumpleaños — miró aquella bandeja con cariño.

—Te debo una disculpa… — agachó la mirada, avergonzado —. No quiero perderte… He sido muy imbécil contigo toda la vida y no me había dado cuenta, ¿me perdonas? — puso su mejor cara de cachorrito.

—¡No pongas esa cara, tonto! — luchó para no reírse — Sí... te perdono — soltó una risilla —. Eres imposible — comenzó a comer aquello que Ignacio le había preparado.

Se sentía tan feliz… Era la primera vez que Ignacio tenía un detalle así con él.

—Te prometo que voy a hacer mi mejor esfuerzo por dejar de ser un idiota, prométeme que…

—No empieces con lo de Emiliano, por favor — lo miró mal.

—No era eso, pero gracias por recordarme a mi enemigo número uno — puso en blanco los ojos.

—No es tu enemigo, sólo eres muy necio; ya te dije, tienes qué darte la oportunidad de conocerlo mejor — se llevó la mano a la frente.

—Bien, ya… Iba a decir: prométeme que me dirás cuando esté siendo un imbécil de nuevo, ¿sí? — pidió y se sentó en el borde de la cama. Apoyó su cabeza en el hombro del menor, totalmente ignorante de lo que éste estaba sintiendo en esos momentos.

Álvaro, por su parte, sentía aquella colonia de mariposas en el estómago y su corazón desbocado. Sus mejillas estaban rojas como el carmín y agradecía que Ignacio no lo estuviera viendo de frente, o seguramente se daría cuenta.

—Te lo prometo…—murmuró.



Notas finales:

Gracias por leer :B~

 

 


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