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Diver por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Esto empezó como un one-shot spin off de otro fic mio, Runner, pero como me suele pasar pues se me alargó, así que en vez de un capítulo serán un par (tengo la esperanza de que no sean más de cuatro).

 

En fin, aquí lo tenéis con todo el cariño que le he puesto.

Capítulo 1. El chico de los patines.



Desde que era apenas un niño dormía muy poco, el sueño profundo se le escapaba antes siquiera de que pudiera olerlo. Al principio era un problema, nunca descansaba del todo y sus ojeras se volvieron crónicas, pero con el tiempo su cuerpo y su mente se acostumbraron a esa falta.

Aprendió a aprovechar esas horas de vigilia extra, de manera que ese sueño ligero y exiguo pasó a ser algo ventajoso; como aquella mañana, que despertó a la milésima después de oler el humo. Otra vez.

Se alzó un grito. Él saltó de la cama como una flecha al cuarto de baño. Recogió una toalla y la empapó en agua. Corrió a la cocina, donde la persona que vivía con él ya había echado a arder. Le arreó de lado con la toalla extendida, de manera que quedó bien envuelta alrededor de su cabeza. Seguidamente, tomó un paño, lo empapó bajo el grifo igual que había hecho con la toalla, lo estrujó, y tapó la sartén prendida.

Las llamas se apagaron.

Law, cansado, colocó la sartén con lo que quiera que se estuviera cocinando en el lavabo. Cora se apartó un poco la toalla, sin quitársela de encima, y abrió la ventana a la vez que dispersaba el humo con la mano.

–Después esperarás que crea que si me independizo vas a estar bien.

–Lo siento, quería sorprenderte con un desayuno. Ya estudias tanto que apenas comes.

–El estómago me pesa si desayuno de más. Y sí que como.

–En el mejor de los casos en la cafetería del hospital, en el peor en la cantina de la universidad. Yo hablaba de comer bien.

Dirigió sus ojeras hacia el tipo rubio y exageradamente alto. Con reproche le señaló la sartén quemada, “así que eso te parece sano”, le dijo sin decirle. Y el tema se dejó por zanjado.



Veinte minutos después...



Estacionó el coche en parking y caminó directo hacia la Facultad de Medicina. Le llegó un mensaje de móvil. Bepo, un chico que estudiaba enfermería, le dijo que estaría con los demás en la cantina a la hora de comer, por si se quería unir. Law contestó seco y displicente que sí, lo que no impidió que Bepo le mandara un montón de emojis de entusiasmo efusivo. “Te esperamos allí”, fue su último mensaje.

No sabía cómo lo había conseguido, pero a pesar de su nefasta personalidad y sus muros intraspasables, tenía a esos chicos. Era más mérito de ellos, en vez de envidiarle por ser un prodigio en medicina que había conseguido pasar curso tras curso con matrícula de honor en cada asignatura; y eso que ya desde primero se pasaba por el forro a más de un profesor y sus clases; habían preferido admirarle. Law agradecía esa pequeña zona de confort, aun así, esa admiración le hacía sentirse como si le obligaran a estar un escalón por encima de ellos, y nunca se sintiera del todo integrado. Porque no le veían como a un igual.

Oyó el derrapar de unas ruedas por la acera. Alzó la mirada.

–¡Cuidado ahí delante!

Demasiado tarde, un despropósito de persona se arrojó sobre él y le derribó. Rodaron por el suelo mientras sus cosas se desparramaban en una caótica estela. Hubiese sido raro que las magulladuras no le dolieran hasta una semana después.

Law, de un empujón, lanzó al gilipuertas que se le había tirado encima.

–¡Estás mal de la cabeza, niñato!

Era un chico joven, de pelo y ojos negros, realmente aniñatado, con unos patines. Sonrió sin culpa.

–Perdona, la cuesta es más empinada de lo que imaginaba. Cuando me he dado cuenta iba en picado.

Law reprimió un gruñido, no tenía tiempo para cabrearse. Recogió los libros y papeles que se le habían caído. Se sorprendió un poco cuando el muchacho le ayudó, no lo esperaba tan considerado.

–Oye, ¿sabes dónde está la Facultad de Periodismo?

Esa pregunta le extrañó, el curso estaba más que empezado como para que fuera un alumno nuevo, tampoco tenía pinta de un traspaso desde el extranjero.

–Todo recto en esa dirección.

–Oh, entonces iba bien encaminado cuando te has puesto en medio –se rió mientras el otro reprimía sus ganas de estrangularle–. Bueno, me voy que llego tarde. ¡Gracias por tu ayuda!

Law vio como desaparecía cuesta abajo, suspiró. Antes de irse él también, se dio cuenta de que un libro seguía en el suelo. Si prestarle mucha atención lo guardó en su bandolera y se fue.



A la noche...



Regresó a casa bastante cansado. Cora le esperaba con la cena preparada; el desayuno incinerado de la mañana no lo había amedrentado. Law no tenía mucho apetito, pero hizo el esfuerzo para que, por lo menos, los intentos de aquel grandullón rubio con riesgo de morir ardiendo no quedaran en vano. Por otro lado, reconocía que cuando la comida de Cora no estaba quemada sí estaba buenísima.

Luego se encerró en su cuarto y se sentó, quería repasar un par de temas antes de acostarse.

–¿Hum?

Había abierto su bandolera en búsqueda de uno de sus libros, entre ellos encontró uno que no le pertenecía. Se dio cuenta de que era el que recogió del suelo después de que aquel chico se fuera. Resopló, eso significaba que era de él. Se quedó mirando el lomo, la tipografía del título se le hacía familiar: “Sora, el guerrero del mar”.

Recogió el volumen con una sensación extraña. No era una monografía o ensayo, ni siquiera una novela, era... un comic. Lo recordaba, hasta que entró en bachillerato había coleccionado los tomos para leerlos y releerlos. Se atrevió a abrirlo un poco.

–No –se obligó a cerrarlo. Lo guardó de nuevo en la mochila, mañana ya vería que haría con él, en ese momento le tocaba estudiar.



A la mañana siguiente...



Aparcó, se detuvo. Estaba justo donde ese chico le atropelló. Aún guardaba aquel cómic en su bandolera, su intención era llevarlo a objetos perdidos y esperar que su dueño tuviera las suficientes luces para preguntar allí. O quizás debiera ir a la Facultad de Periodismo.

Qué tontería, se reprendió. Sólo era un cúmulo de papelajos metidos en una misma encuadernación, ya se estaba tomando demasiadas molestias. Lo sacó de entre sus libros con una mueca. Debería dejarlo ahí y esperar que el de los patines pasara por el mismo lugar, o lo recogiera otra persona, ¿a él que más le daba?

Se quedó mirando la portada. El dibujo era un poco más distinto a como recordaba, quizás más elaborado, maduro, sobre todo en comparación con los primeros tomos, los que leía con su hermana pequeña cuando era un crío. Casi sin pensarlo, lo abrió, ojeó las páginas, leyó algunos bocadillos.

La esencia parece la misma, pensó, o por lo menos lo pensó hasta que vio algo que le saltó un ojo. Espera ¿Qué? ¿Qué hacía el odioso de Stealth Black de compañero del protagonista? ¿El autor se había vuelto loco o qué?



Un par de días más tarde...



Se dio por terminado el seminario en el hospital universitario, los alumnos se incorporaron y se mentalizaron para otra jornada de prácticas a favor de sus pacientes. Law se alegró que no hubiese sido una inmensa pérdida de tiempo; esas ponencias solían ser más un alarde de falso conocimiento, más parecidos al monólogo de un cómico en un bar, que un aporte a su formación. Cierto era que le fue imposible no prejuzgar al ponente de esa ocasión, con una cresta rubia en la coronilla que hacía que su cabeza tuviese forma de piña; no obstante, a la tercera o cuarta frase que pronunció se dio cuenta de que su competencia era superior a muchos catedráticos con los que se había topado.

En esas, cuando el ojeroso ya estaba con su uniforme de universitario interino, el dicho ponente se le acercó.

–Water Law D. Trafalgar, ¿cierto?

–¿Hum? ¿Me conoce?

–Me gusta informarme un poco por encima de los asistentes de mis charlas. Tu expediente académico resalta como ningún otro y, por lo que he oído, has mostrado tales habilidades en estas prácticas que tus mentores se han acostumbrado dejarte una considerable libertad. Tenía curiosidad por el futuro que tendría en mente alguien tan prometedor.

–Aún no lo he decidido. La cardiología me interesa, pero quiero meditarlo antes de cerrarme a otras ramas de especialización.

Aquel tipo, satisfecho con esa respuesta, estuvo a punto de decir algo más, sin embargo, ambos caminaban por el pasillo del hospital donde al segundo pasaba algo que al anterior no pasaba.

–¡Ayuda! ¡Mi hermano está a punto de perder una pierna!

Apareció de frente un joven, de melena oscura y pecas en la cara. Éste, en cuanto cruzó miradas con el ponente cabeza piña, soltó el bártulo que cargaba a su espalda.

–¡Marco! –saltó con reluciente alegría, ignorando abiertamente el golpe seco del cuerpo de su hermano contra el suelo.

–¡Ace, desgraciado, no me sueltes!

Law, con no poca sorpresa, reconoció al chico de los patines. Ahora no los llevaba puestos, pero si lucía una buena herida sanguinolenta desde un lado de la tibia hasta la rodilla.

–¿Qué ha ocurrido? –se acercó el más adulto.

–Lo de siempre –dijo el pecoso conforme él y Marco ayudaban al chico a levantarse–. Que está como una cabra. Se quedó a dormir en nuestro piso y en vez de poner el despertador antes para llegar al instituto ha preferido tirarse por las escaleras en patines. ¿Y tú que haces aquí?

–Tenía que dar una ponencia para universitarios.

–¿En serio? –de repente su tono se volvió más sugerente y meloso–. No te imaginaba a ti de profesor.

–Me sigo desangrando por la pierna, Ace –le recordó el joven con mala cara debido a la pérdida de sangre.

Ese reproche por parte del muchacho hizo que se volviera a la realidad y la presunta pareja hablara de donde llevarlo. Law se adelantó.

–Yo me encargo. Bepo –llamó a su compañero que justo cruzaba el pasillo–. Tráeme una silla de ruedas. Y llama al anestesista.

En breves minutos, el chico de los patines sin patines estaba en una camilla con el ojeroso tratando su pierna. Sólo ellos dos, y el anestesista, visto que el ponente cabeza piña le dijo al pecoso que Law era un prodigio de medicina a pesar de ser un estudiante; por decisión unilateral le dejaron al chico a su cargo y se fueron entre coqueteos exagerados a por un café.

–Ah, duele mucho. Creo que me voy a desmayar... Duele... ¿¡Pero qué mierda es esa aguja!? –se puso histérico cuando vio al anestesista preparar los utensilios.

–Lo que hará que precisamente no te duela –contestó Law con profunda paciencia.

Finalmente, se calmó y, con una mínima intimidad entre médico y paciente, Law pudo tratar su herida. Tenía una buena incisión, que después de limpiarla la habría que coser, pero no estaba infectada. Tampoco el asunto había sido tan grave como para hacerle una transfusión.

–Nunca había visto a un médico con tantos tatuajes –observó.

–¿Te molesta? –ya había habido más de un paciente que había mostrado su recelo.

–Que va, me gustan –le sonrió–. ¿Se me quedará cicatriz?

–¿Hum? Quizás si te hubiese tocado otro en prácticas, yo no soy tan inútil.

–Pues vaya... –dijo como decepcionado de que no le hubiese tocado un torpe.

Como fuera, la anestesia local ya había hecho efecto, así que Law se preparó para cerrar la herida. El chico se le quedó mirando. No dijo nada y el ojeroso empezó a coser.

–Tú eres el del otro día, ¿no? Nos chocamos en la cuesta.

–Vaya, así que me has reconocido. Aún tengo ese cómic tuyo.

–¡Sora, el guerrero del mar! –sus energías se reponían asombrosamente bien–. ¡Qué alegría! Creí que lo había perdido. ¿Te gustó? Si quieres te dejo el siguiente.

–No tengo tiempo para leer cómics.

–¿En serio? Qué pena. Desde que aparecieron ninjas en la historia la cosa está aún más guay de lo que ya era.

–¿Ninjas? –casi pierde la concentración por culpa de su niño interior sumamente interesado en esos ninjas.

El chico se rió, Law se recobró y siguió con su trabajo. Terminó de coser y empezó con las vendas.

–Oye, si quieres quédatelo un tiempo, a mí no me importa, a lo mejor encuentras un hueco y te lo lees. Y cuando eso vienes y me lo devuelves. ¡Podríamos incluso quedar en casa de mi hermano! La tiene recién nueva, ¿sabes?

Law, frustrado, estuvo a punto de dar otra negativa, una más tajante, pero la parejita regresó.

–Ni lo intentes –le aconsejó el pecoso–. Luffy es como una sanguijuela, cuanto más tires para quitártelo de encima más te hincará los dientes. Yo fui el primero, de pequeños se agarraba a mí y me lo tenía que llevar de mochila a todos lados.

–Porque cuando éramos pequeños eras un borde conmigo y me dejabas sólo –dijo, se volvió a Law–. En verdad le encantaba que le persiguiera, por eso en cuanto hice mis propios amigos fue y se enrolló con uno de ellos.

–¡Oye, que pasaron muchas cosas, y muchos años, entre que te hiciste amigo de Zoro y saliéramos juntos! –se alteró enrojecido el pecoso. Lo cual a Marco le hizo bastante gracia.

El alboroto fue suficiente para que viniera la jefa de enfermeras y les pidiera silencio, pero el ambiente de jolgorio siguió un rato más. Casi ni parecía un hospital ni que el chico hubiese tenido un accidente tan grave como para tener que coserle una pierna. Cuando se fueron, luego de convencer a Law de intercambiar números y dirección, el aspirante a médico se sintió raro.



A la noche...



Regresó a casa, por alguna razón más cansado de lo habitual. Olía a comida no quemada, así que supuso que a Cora le iba a salir bien la cena, de momento. Entró en el salón para ir a la cocina, pero antes se tuvo que parar. En la mesa había un libro, un cómic. El cómic de ese chico, de Luffy.

Cuando viró hacia la puerta de la cocina Cora estaba allí, observándole con ojos llorosos.

–Entré en tu cuarto esta mañana y lo vi. ¿es el que leías hace unos años verdad?

–¿Por qué te pones así?

–Porque hacía mucho que apenas te veía hacer algo más que estudiar.

–No seas ridículo –recogió el cómic–. No es mío, es de un chico con el que tuve cierto accidente el otro día, se le cayó.

–Y te lo quedaste vilmente en vez de devolvérselo. Eso no está bien, Law.

–Me lo quedé sin darme cuenta –le corrigió–. Si me lo hubiese llevado hoy se lo podría haber devuelto.

–Espera, ¿lo has vuelto a ver?

–De casualidad, esta mañana apareció en el hospital con media pierna cortada.

Cora se le quedó mirando como si le costara creerle. Luego sonrió.

–¿Y cuándo se lo devolverás? Podrías invitarle a cenar a casa.

–Mira, no sé cómo te imaginas que es, pero creo que mucho tiene que pasar para que yo salga con un crío de instituto. Así que entierra a ese alcahueto que llevas dentro.

Resopló, bajó la mirada hacia aquel tomo que tantos dolores de cabeza le estaba dando. Sí, quizás lo mínimo era devolvérselo.



Un fin de semana cualquiera...



Se frotó los ojos cansado, ¿qué hacía ahí, delante de ese portal? Sabía que, después de dejar pasar más de un par de semanas y encontrar un hueco libre, había contactado con Luffy y que finalmente habían quedado para verse en casa de su hermano, justo como el chico dijo que quería en el hospital. La realidad se le hacía demasiado extraña.

–¡Torao! –alzó la voz alguien antes de que llamara al timbre. Por el lado contrario al que él había venido se le acercaba Luffy. Iba con pantalones largos, así que no supo cómo de bien estaba su pierna, pero desde luego corría y brincaba con ella como si nunca hubiese tenido un accidente–. Qué pronto llegas, si habíamos quedado a en punto.

–Son menos cinco pasadas.

–Venga, entremos –ignoró lo que dijo y sacó unas llaves–. A ver que tienen estos en la nevera.

Law pretendió darle su cómic y volver a su casa a estudiar, sin embargo, Luffy parloteaba y le arrastraba. Casi sin darse cuenta había subido por las escaleras y entrado en el apartamento.

Se notaba que vivían dos estudiantes, o más. No es que fuera una pocilga, pero algo de desorden o cajas de pizza sin tirar de la noche anterior había. Le extrañó oler un aroma a comida.

–¿Hay alguien ahí? –preguntó una persona anónima, de voz masculina, desde la cocina.

–¡Sí! ¡Torao y yo! Ese es Sanji –le explicó a la vez que se daba la libertad de alimentarse con los restos de pizza–, no vive aquí, pero viene y hace comida. ¡Es un cocinero buenísimo! Ven, siéntate. ¿Quiere tomar algo?

–Gracias, quiero irme pronto y...

Luffy logró que se sentara en uno de los sillones; la verdad es que había bastantes asientos entre sillas, sofá, sillones y taburetes para sólo vivir dos estudiantes; salió otra persona a escena, no pensó que fuera ese Sanji porque no venía de la cocina sino del cuarto de baño, recién duchado y sin camiseta, con el pelo verde, pendientes de macarra en una oreja y los músculos marcados. A Law le costó salir del punto muerto.

–Luffy, ¿otra vez aquí? Como sigas así Ace de verdad te va a obligar a pagar el alquiler, o el presupuesto de la compra por lo menos. ¿Quién ese ese?

–Es Torao, ya te hablé de él.

La primera vez no se había dado cuenta, la segunda le había extrañado, pero a la tercera era consciente de que el muchacho le había colocado un mote.

–¿Por qué me llamas así?

–Porque es tu nombre –tomó uno de los taburetes y se sentó cerca–, Marco me lo dijo, Toraogar.

–Trafalgar. Y es mi apellido. Mi nombre es Law.

–Me gusta más Torao –y no hubo más que hablar.

Llegó al salón el último que faltaba, el de la cocina. Un rubio bien peinado, elegante, que se desremangaba la camisa y encendía un cigarro. Se sentó en el sofá al lado del peliverde, el cual ya se había cubierto el torso y bebía una lata de cerveza que había por ahí.

–Bueno, si este pozo sin fondo no arrambla otra vez, diría que en alimentación estáis cubiertos hasta fin de mes.

–No tenías por qué –le dijo el peliverde–. Aún nos quedaban víveres de comida precocinada.

–Ignoraré que has pronunciado la palabra “precocinada” en mi presencia.

–Zoro y Sanji están juntos –le siguió explicando Luffy–. Desde hace poco, antes Zoro salía con Ace, y Ace salía con...

–Eh –le cortó el rubio–. No le cuentes toda nuestra vida a un desconocido.

–Oye, que es Torao, curó mi pierna, y también es fan de Sora, el guerrero del mar.

–Yo no soy fan de nada.

–¿Los cómics esos? Sí, me acuerdo –Sanji mostró una mueca antes de tomar una nueva calada–. Sí, a mis hermanos de niños les entusiasmaban los antagonistas. El German o algo así. Eran insufribles. ¿Cómo dices que te llamas? ¿Torao?

–Law –corrigió tajante.

–Luffy le ha puesto un mote –le informó Zoro antes de dar un trago.

–Ah, bueno, eso significaba que te ha cogido cariño, como yo a Cabeza Brócoli –señaló con el pulgar al peliverde.

–Sí, se nota con el cariño que me lo dices, Príncipe de los idiotas.

Empezaron una gresca verbal que acabó por traer las carcajadas de Luffy. Law entendía muy poco de lo que presenciaba en ese momento.

–Tranquilo, Torao, siempre están así. Es su manera de entenderse.

–Menuda manera. De todas formas, no esperaba encontrarme con un círculo tan LGTB.

Sanji fijó su atención en Law.

–Oh, no, yo no soy homosexual. Este cabeza musgo sólo ha sido una excepción, yo soy hetero. Adoro a las mujeres.

–Algunos llaman a eso bisexualidad –comentó el aspirante a médico sin tapujos.

–Sí –intervino Luffy con inocencia–. Zoro es bi.

–Bueno, eso de la bisexualidad es otro tema –dijo el rubio, como si no creyera en ella–. ¿Quién sabe cuánto nos aguantaremos este y yo? Pero si se acaba volveré al redil de la heterosexualidad.

–Eres idiota –le soltó Zoro de la misma manera que hubiese dicho “eres rubio”. Lo cual levantó otra gresca.

Law suspiró, Luffy fue el único que se dio cuenta de que se levantaba.

–¿Vas a la cocina?

–No, me marcho ya. Tengo muchas cosas que hacer.

–¿En serio? –evocó en un tono apenado–. Si ahora vienen los demás.

No le preguntó quién eran esos demás, pero por las sillas y sillones dedujo que no iban a ser pocos. Como fuera, Luffy le insistió un poco más para que se quedara, pero respetó su decisión y le dejó marchar.

–Nos seguimos por mensaje, Torao, a ver si la próxima puedes venir, que el resto de mis amigos son también una risa.



Durante las siguientes semanas...



Su ambiente cotidiano se mantuvo tranquilo, como siempre había sido antes de conocer a ese chico que se accidentaba cada vez que usaba patines. Creyó que no tardaría mucho en olvidarse de aquella anécdota.

–Doctor –le llamó la atención Bepo cuando descansaban en la cafetería. Siempre le hablaba con esa veneración–. Le están llegando mensajes al móvil.

Se fijó en la pantalla. Era Luffy: “Torao, ¿sí se deja una uña encarnada en el dedo gordo del pie te lo acaban amputando?”. Law se quedó a cuadros, le contestó un tajante NO pensando que no le preguntaría más estupideces. Si hubiese conocido más al chico hubiese sabido que no era así.

Cada vez que veía el móvil encontraba con un excéntrico cuestionario, algunas cuestiones ni tenían que ver con medicina; como esa vez que le preguntó cuando era la media de vida de una mosca. A veces parecía que estaba jugando al Trivial.

–A saber de dónde se saca sus absurdas preguntas –masculló al tiempo que tecleaba la respuesta.

–¿Otra vez con el móvil? –le preguntó Sachi, otro del grupo de enfermeros–. A ver si algún día nos presenta esa chica con la que no paras de hablar. ¿Cómo es de guapa?

Bepo y Penguin se coordinaron a la perfección para darle un codazo en los riñones a su compañero. Law ni les prestó atención, estaba acostumbrado a que le tomaran continuamente por hetero, incluso si sabían de sobra que era gay porque él lo había comunicado desde el inicio sin remilgos. Era cansado tener que salir del armario una y otra vez con cada persona que conocía, o repetirlo para los que ya se lo había dicho, pero no se enteraba, aun así no había remedio y lo tenía asumido.



Una tarde...



Terminó su última clase de viernes, se pasó por la biblioteca de la Facultad para ver si podía adquirir algunos libros de una nueva bibliografía que le había pasado uno de sus profesores. No había salido del edificio con los libros cuando recibió un nuevo mensaje: “Torao, ¿puedo ir hoy a dormir a tu casa?”.

Sin duda, la pregunta más rara de las que le había hecho. ¿Tanta confianza tenían? Lo dudaba. “¿Por qué?”, le preguntó. “No puedo dormir hoy en mi casa”, contestó.

Lo admitió, eso sonó bastante grave para ser Luffy, al menos lo que conocía de él. Se lo pensó unos segundos, al final accedió.



Entre veinte y treinta minutos más tarde...



Quedó con Luffy en una zona concreta del paseo marítimo, allí le recogió con su coche; el chico parecía ir bien preparado con una bolsa de deporte al hombro.

–Muchas gracias, Torao, me has salvado la vida.

–¿Tan desesperado estabas?

–En parte. Vivo con mi abuelo, y a veces es un pesado. Antes de que Ace se independizara podíamos los dos con él, pero ahora que sólo estoy yo... Buff. Es muy pesado –repitió–, por un lado, quiere que decidamos las cosas por nuestra cuenta, por otro piensa que decidimos mal.

–Suele pasar. Lo que me extraña es que no te hayas ido al piso de tu hermano.

–Ace tenía hoy planes con Marco. Pensé en quedarme con Zoro, pero seguro que Sanji se presenta, y los quiero mucho a los dos, pero están demasiado empalagosos, incluso en sus discusiones. Mi amiga Nami dice que es una fase, que se les pasará –suspiró.

Law se preguntó por qué no se fue a casa de esa Nami, o de cualquiera de los miembros de la jauría que deducía que tenía por amigos. Sin embargo, ya estaba hecho, interrogarle estaba de más.

Bajaron del coche, guió al chico hasta el bloque de apartamentos. En la puerta, Cora, que había sido avisado de antemano, les abrió con entusiasmo.

–Oh, pasad, pasad. A la cena aún le queda un rato, pero poneos cómodos. Law me ha dicho que te llamas Luffy, siéntete como en tu casa. ¿Quieres ducharte? Las toallas están recién lavadas.

–Gracias, ya me duché –olisqueó–. Qué bien huele.

–Oh, tampoco esperes nada impresionante, sólo he hecho un par de cosas y...

–Aunque, ¿no huele también un poco a quemado?

Se hizo silencio. Law y Cora lo olieron, Salieron pitando para la cocina, Al principio sólo era humo, pero la habilidad del rubio grandullón estaba en su mejor momento. Ardió la sartén, ardió él y Law hizo malabares para extinguir las llamas. Cuando pasó todo, Luffy no paró de carcajear.

–Que divertidos sois –dijo, mientras el aspirante a médico curaba las pequeñas quemaduras del otro.

Al final, entre una cosa y otra, se sentaron a cenar. Por suerte Cora había hecho un menú copioso y variado, así que no se había quemado todo. Luffy devoró como un animal hambriento, sus manos iban rápidas de un plato a otro, casi ni masticaba, engullía. Los otros dos le observaban aturdidos.

–¡Qué bueno está todo! –se le logró entender con la boca llena.

–Cuánto me alegro. Por fin alguien come en condiciones en esta casa. Law debería aprender de ti.

Luffy trataba de tragar, el de las ojeras le pasó agua, no se supo cómo no se asfixió.

–Buff, que hambre traía –continuó comiendo, más moderado si acaso–. ¿Hace mucho que compartís piso?

–¿Hum? –el rubio dirigió una mirada inquieta a Law–. Sí, podría decirse.

–Cora me adoptó cuando tenía ocho años.

Sabía cómo hacía sentir esa verdad a la gente, pero ese no era problema suyo. Luffy lo miró, primero a él, luego a Cora.

–¡Anda! Entonces sois padre e hijo

A Cora se le desencajó la boca, su rostro se enrojeció.

–Se puede decir que soy su padre. Aunque, también soy muy joven. Quiero decir, hubiese sido muy joven si lo hubiese engendrado yo...

–Está entre eso y hermano mayor que necesita atención constante.

Eso pretendió ser un corte para Cora, pero sólo lo hizo emocionarse más, lo que hizo que Law estuviese aún más incómodo. A Luffy le parecía todo muy divertido.



Al rato...



Cora se quedó con Luffy en el salón viendo una película, Law se retiró a su cuarto para adelantar algo de trabajo. El chico era algo escandaloso y se le oía cada dos por tres, pero nada que se le hiciera insoportable; quizás si un poco raro, era como si llenara la casa, y Cora parecía encantado con él. Después se hizo silencio. Luffy apareció tras abrir la puerta de su cuarto.

–¿Sigues estudiando, Torao? Es tarde.

–Por la noche es el mejor momento.

–Ah. –hizo una pausa–. ¿Puedo venirme contigo? Cora se ha quedado dormido en el sofá.

–Como quieras, pero no esperes que te de conversación.

–No, no te preocupes –le sonrió–. Me he traído videojuegos.

Se echó sobre la cama de Law sin ningún pudor, sin embargo, tuvo la delicadeza de poner la maquinita en silencio. Los dos siguieron a lo suyo, en su propio mundo, pero dándose compañía. Se le hizo aún más raro, pero a la vez agradable.

Consiguió estudiar bastante hasta que notó que no oía los dedos de Luffy pulsar botones continuamente. Giró la cabeza, el chico se había sentado a los pies de la cama, le observaba.

–¿Te pasa algo?

–Nada –y volvió a sonreír–. Es que verte trabajar me relaja. Estás ahí tan tranquilo con tus cosas...

–¿Mis cosas?

–Sí, cuando me curaste la pierna fue igual. Yo estaba que me iba a ir patas abajo de miedo.

–Quitando el momento de la anestesia no lo parecía.

–Pero verte a ti curándome me relajó. Das una calma rara, incluso cosiéndome la herida, siempre creí que sería algo que me haría vomitar.

–Eso es porque soy un buen médico y sé lo que hago –sonrió con suficiencia–, aunque todavía no tenga un título para demostrarlo.

–Ya, y mira que a primera vista no lo pareces –dijo sin intención de insultarle, pero Law se sintió insultado–. Cuando nos conocimos me pareciste un gruñón.

–Me hiciste una apisonadora voladora y tiraste todas mis cosas.

–Aun así fuiste amable y me dijiste donde estaba la Facultad de Periodismo. Llegué bien, por cierto. ¡Y a tiempo! Ace se había dejado no sé qué pendrive de un trabajo, si no llega a ser por nosotros dos lo crujen.

–Así que quiere ser periodista.

–Sí, es un aburrido. Zoro se lo dijo una vez, que a quién se le ocurre, que a él solo se le hubiese ocurrido meterse en una carrera así para suicidarse de aburrimiento.

–Vaya, todo un experto. ¿Y él qué divertidos planes de futuro tiene? ¿Competir de culturista?

–¿Qué dices? –soltó una carcajada–. Si Zoro es un mendrugo de inculto.

–No, si eso no era...

–Él va a ser mi montajista. Mi editor de vídeo.

–Tu editor de vídeo –repitió sin entender nada–. Espera, ¿qué planes tienes tú?

–Voy a ser director de cine.

Lo dijo con una confianza plena. lo que no quitó que Law recordara que el chico se había peleado con su abuelo por no saber decidir bien en la vida.

–Eso es muy difícil.

–Lo sé, pero es lo que quiero. Lo decidí hace mucho.

Tanto su forma de hablar como lo que decía dejó sin palabra al aspirante a médico. En cierta manera le abrumó.

–Me está entrando hambre –comunicó después de que le sonaran las tripas–. Voy a ver que tenéis en la cocina, ¿vale?

–No te tomes tanta confianza –le regañó en vano.

Después de eso, volvió a sus estudios, y Luffy regresó a su cama a seguir jugando videojuegos. Las horas pasaron hasta que se hizo de madrugada.

Law decidió parar por esa noche. Estiró su espalda y se giró, una segunda vez, hacia la cama. Luffy se había quedado completamente dormido.

–Eh –le tomó del hombro–. Eh, que estás en mi cama.

El chico roncó más fuerte. Law resopló. En el sofá del salón seguía Cora, podría dormir en su habitación, aun así...Volvió a mirar al chico, se le frunció el ceño. Esa era su cama, si le incomodaba que se fuera él.

Con el pijama puesto se echó sobre la parte libre del colchón, dándole la espalda a Luffy. Estaba bastante enfurruñado por ello, esperaba de verdad que el chico se despertara y de la vergüenza se fuera. O eso se contó así mismo.

La habitación estaba oscura, silenciosa salvo por la respiración de Luffy. Law acabó concentrándose en ella, de manera instintiva sus pulmones se acomodaron a los del chico. Con movimientos suaves de pecho, cerró los ojos. Al principio se limitaba a descansar los párpados, a dejarse llevar; el sueño ligero no se tardó mucho en venir, le envolvió.

Poco a poco, buceó hasta un sueño profundo y absoluto.



Continuará...


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