Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Vientos de cambio por Kaiku_kun

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Fic escrito para el 10º Reto Literario del foro de Mundo Yuri

Me llamo Amber, y soy la Exploradora de los Caballeros de Favonius. Quiero contar una historia para que quede grabada en la biblioteca de la Sede. Espero que no os moleste que sea sobre cómo llegué a estar donde estoy hoy, la persona más feliz de la ciudad.

Recuerdo que cuando era pequeña, creciendo en Mondstadt, me maravillaba al ver los enormes molinos de viento. Mis padres, mi abuelo, también caballero y los guardias no me dejaban subir, obviamente. Apenas salía de la ciudad, así aquello que impulsara las aspas gigantes de aquellas torres era algo que quería experimentar de primera mano. Y luego vi gente en el cielo, planeando. No sólo los molinos se movían sin esfuerzo, ellos también. Tenían alas.

Todo en lo que pude pensar a partir de entonces fue poder lanzarme desde las manos de la estatua de Barbatos con unas alas como las que había visto.

¿Mis planes? Aprender del mejor y hacerme un nombre rápidamente. Y el mejor era mi abuelo, el fundador de los Exploradores dentro de los Caballeros de Favonius. A esa edad era una experta en causar revuelo en la ciudad, casos como un par de incidentes con unos huevos y un Slime Dendro en llamas. Eran formas de tener a mi abuelo cerca, tengo que admitir. Le espiaba cuando no me dejaban salir y entrenaba en la lejanía cuando sí. Hasta que su compasión y mi persistencia me permitieron ser una Exploradora.

A pesar de que ya sólo quedo yo, llevo esa categoría con honor. Ojalá mi abuelo pudiera ver que sólo quedo yo y volviera. Él simplemente desapareció, dejando su armadura en la Sede, y los Exploradores a los que había accedido yo pocos días antes fueron dedicándose a otros asuntos para los Caballeros.

Reconozco que con su desaparición perdí a mi guía, mi camino. Necesitaba llegar hasta las manos de Barbatos y preguntarle cara a cara porqué mi abuelo se había ido. No podía aguantar el paso de los otros Caballeros y Exploradores, buscaba viento, fuerza, conocimiento que se me escapaban en cuanto parecía que los alcanzaba.

Un día, de noche, trepé por la estatua del Arconte Anemo con la ayuda de una cuerda y un gancho casero.

—¿Por qué mi abuelo se ha ido? ¿Por qué no puedo seguir sus pasos? ¡No quiero ser una más, quiero ser la mejor! Y quiero volar… —Estaba a punto de llorar, pero no me lo permití. Le miré a la cara, a pesar de que la estatua tenía los ojos cerrados—. ¡Necesito una Visión Anemo! Ya me da igual el reconocimiento, quiero estar donde estuvo mi abuelo y descubrir qué pasó con él, y porqué ahora me siento tan… desorientada…

Ahí en sus manos, me derrumbé en lágrimas una última vez, harta de sentirme sola cuando toda la ciudad me tenía tanto cariño. No sabía qué me faltaba. Pero había cumplido uno de mis objetivos: estaba en las manos de Barbatos. ¿Cuál era el paso siguiente? Las alas.

Convencida de que mi pasión por los vientos de Mondstadt me daría mi paz y una explicación, me abrí camino entre los Caballeros y me hice con un par de alas reglamentarias.

—Si quieres usarlas dentro de Mondstadt tendrás que obtener una licencia, y eso se consigue con un examen —me advirtió Jean, la líder de los Caballeros.

—¡Que venga cualquier examen, lo derrotaré!

Recuerdo la sonrisa compasiva de Jean antes de explicarme qué era un examen, y me mandó entrenar en Levantaviento.

—Con tu habilidad para subirte en todas partes, no tendrás problema en saltar de peñascos y árboles, ¿verdad?

Me fui avergonzada de su despacho, con mis alas atrapadas contra mi pecho y corriendo hasta la estatua Anemo de Levantaviento. Jean me había visto en lo alto de la estatua de la ciudad.

Allí subida en el gran árbol de Levantaviento con mis alas de planear preparadas, me lancé al vacío… y me estrellé al cabo de varios segundos de dar tumbos como un pajarito dentro de un tornado.

—Eso no ha sido para nada la revelación que esperaba —me quejé. Miré de nuevo hacia el árbol y puse los brazos en jarras—. Conque esas tenemos, ¿eh? ¡No me voy de aquí hasta que no lo domine a la perfección! ¡Ni que me rompa un brazo!

Me da un poco de vergüenza admitir que era tan inmadura, pero creo que esa parte de mí sigue ahí. No puedo rendirme por nada en el mundo. ¿Qué clase de Exploradora sería sino? «Obstinada» es mi segundo apellido.

Me entrené día y noche lanzándome de varios sitios: del árbol gigante, de peñascos cerca del Templo de los Mil Vientos, explorando los cañones del Valle Dadaupa… no aprendí exactamente a volar, o a planear. Aprendí a saber hacia dónde fluye el viento, las corrientes, descubrí los trucos de las ráfagas de toda la región. Sabía dónde podía relajarme porque una racha me haría ascender y cuando tenía que apurar mi vuelo para llegar a mi destino sin tocar el suelo.

El examen fue un juego de niños. Jean quedó totalmente asombrada de cómo esquivaba las casas y los molinos de Mondstadt. Yo, durante ese vuelo, sentí una mezcla de emociones: estaba cumpliendo mi sueño de volar con los molinos y me liberaba, pero a la vez me daba cuenta de que aquello, a pesar de que me gustaba tanto, no respondía a mis preguntas ni solucionaba mis problemas. ¿Cuándo había dejado de ser el viento mi prioridad?

—Eres un prodigio, Amber —me dijo Jean, dándome la licencia de vuelo inmediatamente—. He pensado que podrías participar en el primer Campeonato de Vuelo de Mondstadt. Siempre has querido demostrar lo buena que eres en todo lo que haces, y creo que tienes talento para ganar.

—¡Pues claro que participaré! ¡Me voy a entrenar incluso más!

Casi salí corriendo del despacho para evitar pensar en eso que me estaba faltando, cuando Jean me detuvo.

—No te he dado permiso para irte.

—¿Q-qué? —Me giré, asustada—. ¡Perdón! ¡Perdónperdónperdón! ¡No volverá a suceder!

—Quería decirte algo más antes de que vayas a entrenar.

—¡Lo que sea! ¿Qué es? ¿Una nueva misión? ¿Cuál de los gatos se ha perdido esta vez? ¡Yo le rescato!

—No es nada de eso —dijo Jean con una sonrisa—. Eres la nueva líder de los Exploradores de Mondstadt.

Debería haber estallado en gritos de alegría, pero no lo hice. Sabía que no era porque me estuviera ganando el título, sino porque era la última de ellos ya. Los tres miembros que quedábamos ya ni nos veíamos para planear expediciones.

—Supongo que se les necesita en otras partes —dije, refiriéndome a mis compañeros—. ¡Lo tomaré como otro desafío! ¡Gracias!

—Ahora sí puedes irte.

Me fui con una carga que podía soportar: el puesto de mi abuelo. Pero, esperando que hubiera alguna pista de él, me hundí investigando y experimentando en mi nuevo puesto. No ocurrió nada. El viento soplaba igual y me llamaba a volar. Seguía estando ligeramente fuera de sitio.

Un día, buscando en la biblioteca de la Sede encontré un libro en el que se hablaba de la lucha y el valor que tuvieron los primeros pájaros al echarse a volar por primera vez, en la peor de las tormentas. El viento ya les esperaba, les faltaba saltar. Les había faltado coraje hasta que lo tuvieron.

Me di cuenta de que mi camino, no había sido del todo mío. Me había olvidado de mi pasión por volar y para meterme en problemas cuando era pequeña, y mi ilusión por ser Exploradora como mi abuelo. Ahora estaba en su sitio y no había sentido esa ilusión porque perseguía a un fantasma. ¿Dónde estaba mi talento? ¿Por qué sentía que había apagado voluntariamente mi personalidad para llegar donde estaba? ¿Por qué lo había hecho? ¡Era eso lo que me faltaba!

—Debe haber algo que sólo yo sepa hacer. Tiene que haberlo…

Un nuevo peso se meció en mi cadera. Una Visión brillaba a un lado de ella. Era una Visión Pyro. La pesé en mi mano, en silencio. No era Anemo. No era viento. Y no me importaba. No necesitaba mi propio viento para volar, sólo tenía que seguir el espíritu libre de Mondstadt y sus corrientes para hacerlo.

En cambio, tenía que recuperar mi pasión. La Visión Pyro me hizo ver que justo eso era lo que me había faltado, lo que había perdido. Fuego.

—Perfecto. ¡A trabajar entonces!

Salí de la Sede dispuesta a echar a volar y practicar mientras pensaba en un plan para explorar los alrededores y detectar posibles incursiones. Y sólo me detuve un segundo, delante de la estatua del Arconte Anemo.

—Gracias —le dije a Barbatos—. Es justo lo que necesitaba.

Y así fue cómo volví a ser la de antes, pero con dos dedos de frente. Mondstadt recuperó a la antigua Amber, que además se había convertido en una de sus guardianas, en vez de causar problemas entre sus habitantes.

Pasé mucho tiempo aprendiendo de mis nuevas habilidades con mi Visión Pyro. Descubrí que el arco era mi mejor opción para luchar y usé a mi conejo de peluche Baron como explosivo, en recuerdo a aquella vez que el pobre Slime Dendro casi se consume en llamas por mi culpa. Los habitantes de Mondstadt aún se ríen de aquello.

Dejé atrás a mi abuelo. O quiero creer que lo dejé atrás. Tenía mejores y las productivas cosas que hacer para él, me dediqué en cuerpo y alma a la ciudad. Hasta que ella llegó.

—Me llamo Lumine, ¿has visto a alguien parecido a mí por aquí?

Me contó toda su historia… que no era mucha porque apenas recordaba nada. Su mirada preocupada y la insistencia de su compañera Paimon me recordaron a mis momentos duros sin mi abuelo, intentando encontrar un camino para encontrarle.

—No, pero si me sigues a Mondstadt, te ayudo. ¡Colgaremos carteles por todas partes! ¡Vamos!

Su llegada significó muchas cosas. Fue la llegada de un necesario viento de cambio para Mondstadt, que se encontraba en una doble crisis que yo sola no podía manejar, y los Caballeros intentaban minimizar. Stormterror, los Fatui… No me paré a pensar en que no llevaba una Visión hasta que la estatua del Arconte Anemo le dio ese poder por la cara. Descubrimos juntas qué estaba pasando con Stormterror y la Orden del Abismo, luchamos contra todos ellos, contra invasiones de ladrones y Hilichurls, entramos en Dominios que hacía años que no se exploraban.

¿Qué clase de persona era Lumine? ¿De dónde venía? ¿Cómo había llegado hasta aquí? No me atormentaba ninguna de esas preguntas, más bien me fascinaban. Tenía una forma de luchar única, fluía con el viento como si llevara el elemento en su corazón en todo momento. De la misma manera que una tricampeona de vuelo de Mondstadt tenía una Visión Pyro, una viajera desconocida era capaz de usar los poderes elementales de los Arcontes sin una.

Con lo emocional que soy y con la cantidad de historias de amor que he presenciado en Mondstadt (algunas veces hasta haciendo de intermediaria), supe enseguida que me estaba enamorando de la viajera. Toda ella era un misterio, y a pesar de encontrarse sola simplemente fue capaz de encajar como una perfecta pieza de puzle en la ciudad.

A pesar de mis sentimientos, tenía por delante mi propia pasión: Mondstadt. Y ella era una viajera. A pesar de que me entristeció que Paimon y ella se marcharan a Liyue a seguir con su búsqueda, yo estaba feliz con mi vida en la ciudad y sabía que volvería. Los vientos de cambio no habían cesado, a pesar de que habían dejado de soplar directamente sobre Mondstadt.

Cuando la vi planeando desde el Valle Dadaupa volviendo, seguro, de alguna misión, se me aceleró el corazón de inmediato. La saludé desde las llanuras de Levantaviento y le indiqué que aterrizara cerca de allí para sentarnos y ponernos al día.

Le di un abrazo de esos que rompen costillas en cuanto estuvo a mi lado, no pude contenerme.

—¡Paimon también quiere!

—Está bien, toma uno también —dije, sin caber en mi alegría.

Nos sentamos allí cerca, con vistas al gran árbol de la pradera. No pude contenerme de explicar todos los planes, misiones y lo bien que la ciudad estaba funcionando después de que Stormterror se marchara. Ella esperó pacientemente a que le preguntara:

—¿Qué tal os ha ido a vosotras?

—Hemos estado por primera vez en Liyue —me contó una vez que volvió a Mondstadt después de lo de Stormterror. Paimon se había quedado dormida—. Las Estatuas de los Siete de allí me han dado el poder Geo.

—¡Vaya! Si no fueras tan buena persona pensaría que te ha reclutado la orden del abismo. O los Fatui.

—Gracias —dijo con una sonrisa—. Pero nada más llegar a la ciudad nos metimos en problemas. Estamos intentando resolver un misterio de alto secreto evitando a toda la Geoarmada y explorando los alrededores. ¡Es tan diferente de Mondstadt! Es como si las montañas y las costas estuvieran rotas por alguna antigua batalla. Hay solitarios pilares de roca anchos como una casa y el triple de altos que el punto más alto de Mondstadt. Es increíble, te encantaría volar por allí.

—Ah, qué envidia me das… ¡pero me alegro de que te hayas acordado de tus lecciones de vuelo conmigo! Cuando resuelvas ese misterio me tienes que llevar de excursión, ¿vale? —Luego le eché un ojo: parecía agotada—. Aunque ahora necesitas claramente un descanso.

Lumine me sonrió con tranquilidad y se dejó caer en la hierba, descansando y estirando sus brazos. La observé durante unos segundos, dejando que la memoria tomara el control. Además de nuestras aventuras juntas, coincidíamos de vez en cuando ella hacía misiones para el Gremio de Aventureros y la veía revoloteando por ahí cuando buscaba Anemóculus, o minerales, o plantas. Podría haber sido una excelente florista.

Con aquellas dos flores en la cabeza, su pelo rubio brillante y la hierba amarilleando por el otoño, su tranquilidad y una brisa que acariciaba el campo me ofrecían una imagen preciosa de aquella misteriosa extranjera de la que había sido su primera amiga. Ella era lo más cercano al viento de Mondstadt que había presenciado después del propio Arconte. Parecía tan en sintonía con su entorno…

Nunca he pensado demasiado las cosas. Siempre me he guiado por impulsos razonables y aquel me lo pareció: me acerqué a ella, cubriéndole el sol que bañaba su rostro, y le di un beso en los labios, intentando transmitir la paz de espíritu que ella me transmitía a mí. Noté su pequeño temblor de sorpresa, pero se dejó llevar y me correspondió con dos besos rápidos, intentando atraparme el labio superior. Luego se separó, algo sonrojada.

—¿Pretendes que me quede más tiempo en Mondstadt? —me acusó, aunque estaba intentando ocultar una sonrisa.

—¡Nunca! Los Caballeros, el Gremio y la búsqueda de tu hermano van primero, es nuestro trabajo —dejé claro quedándome sentada sobre mis rodillas. Y como hago las cosas sin pensar, tardé en darme cuenta de lo que aquello significaba—. Espera, ¿sabías que me gustas?

—¡Claro! Siempre eres transparente y directa con tus emociones. Irradias pasión y confianza. Me di cuenta cuando volvimos de la guarida de Stormterror. Estabas acabando de poner en orden el puente después del asalto de los Hilichurls y simplemente pusiste tal cara de alivio que… lo supe.

—¡Quería haberos acompañado! —refunfuñé—. Pero mi papel en esa historia era otro, y todo salió bien, que es lo que cuenta.

—Y me quedó más claro cuando Paimon dijo en la taberna Obsequio del Ángel que era hora de marcharnos de Mondstadt para seguir con nuestra búsqueda —añadió—. Estuviste triste un segundo y luego nos deseaste suerte y nos aseguraste que siempre tendríamos dónde volver.

—Pues claro, eres Caballera Honoraria, eso no es de quita y pon. —Y suspiré—. Aunque reconozco que me dije eso para seguir adelante. Me había parecido demasiado poco tiempo el que había pasado contigo.

—Transparente, directa, de confianza y pasional —repitió Lumine. Luego me acercó para darme otro beso—. Por eso me gustas, Amber.

No sé cómo me controlé para no gritar y despertar a Paimon, pero la tomé de las mejillas y le di besos en los labios y toda la cara mientras ella se reía, una brisa suave flotando hacia mis oídos.

—Me quedaré unos días por aquí —dijo, cuando me calmé y me tumbé a su lado. Tenía una sonrisa radiante—. Tengo algunos encargos del gremio por hacer y me gustaría pasar tiempo juntas antes de que tengamos que volver a Liyue.

—Me parece bien. Yo tampoco descanso. Hemos tenido suerte de encontrarnos hoy.

—Ha sido el viento, iba hacia ti.

Me acerqué y le di un beso con algo más de chispa para compensar el detalle.

—No me digas estas cosas, que me llevarás de vacaciones a Liyue mañana mismo y no puedo.

—De acuerdo —dijo, con una sonrisa, mirando alternativamente a mis dos ojos, como si buscara algo.

—¿Ya nos vamos? —preguntó Paimon, adormilada.

Nuestros trabajos hicieron un buen papel: no fueron excesivamente cargantes. Yo me encontraba con ella y Paimon por las mañanas en el Gremio de Aventureros, que tenía algunas camas libres para viajeros, y paseábamos por la ciudad antes de separarnos al final del puente. Las brisas matinales eran frías, lo que era una excusa perfecta para prender una de mis llamas y estar juntitas. Paimon siempre se situaba entre las dos con la excusa de que así tenía más calor, pero me figuré que ya se había dado cuenta de lo que pasaba.

Hacia el mediodía yo volvía a alguno de los campamentos que había montados al alrededor de la ciudad, siempre en el Valle Estelar. Algunos días veía a Lumine de lejos, de aquí para allá, y otros simplemente esperaba no ser atacada durante mi descanso (lo que fue la mayoría de las veces).

Finalmente, durante el atardecer yo volvía a dejar el informe en la Sede de los Caballeros y me sentaba en el borde de la plaza de la estatua del Arconte Anemo, esperando ver una motita blanca y rubia con otra de blanca y morada acercarse a mí.

No confirmaré ni desmentiré que saltaba de lo alto de la plaza cuando las veía para llegar más rápidamente hasta Lumine.

El último día de todos antes de que se fueran había estado pensando en algún posible regalo para Lumine, pero no se me ocurría nada. Las flores de su pelo eran insuperables. Su vestido blanco era precioso. Y no sabía nada de espadas. Solía tomar un abrigo de su mochila cuando hacía frío.

Salí de la Sede de los Caballeros agotada y me dirigí a la plaza del Arconte. Esta vez Lumine y Paimon estaban allí, hablando de su viaje hacia Liyue. Sentí una punzada en el corazón: el tiempo se me acababa.

—¡Hola! —saludé.

—Hola —me lo devolvió con un movimiento de mano Lumine.

—Paimon también está, ¿eh? —dijo irritada. Como me vio incómoda, quiso dejar claras las cosas—. Está bien, Paimon no mira. Haced manitas. Aunque si luego Mondstadt se entera no será culpa de Paimon.

—¡¿Pero qué has estado diciendo por ahí?! —chilló Lumine, avergonzada, mientras yo me reía.

Le tomé de la mano. Ella se centró en mí y volvió a sonreír. Ahora su mirada casaba con la luz del atardecer. Podría quedarme mirándola eternamente.

—¿Vamos a la calle de las tiendas a pasear? Podemos cenar en el Buen Cazador y sentarnos.

Paimon nos miró.

—Si hay comida, Paimon siempre se apunta.

—Pues claro que te apuntas, bribona. Anda, vamos.

Paseamos tomadas de la mano hasta allí, con Paimon flotando a nuestro alrededor pensando en qué plato podría pedirle a Sara, la camarera.

—Unos Matsutake salteados… o unas brochetas… ¿Y algo de pescado? Cuanto por escoger…

—A pesar de que sólo has estado unos días me he acostumbrado a que estés por aquí —le dije a Lumine, tan yo, tan directa—. Te voy a echar de menos.

—Yo también. Pero ya sabes cómo puede cambiar esto, siempre estamos de aquí para allá. Y Liyue no está tan lejos como parecía.

Apreté un poco más nuestras manos, como si eso transmitiera más calor, contacto y amor de lo que ya hacían nuestras miradas.

A nuestro alrededor, los habitantes nos observaban con más sonrisas. Me sentí agradecida de que simplemente nos aplaudieran en silencio. Helen cambió la tonada de su lira para acompañarnos cuando pasamos por su lado. Las dos la saludamos como agradecimiento.

La cena fue más bien una carrera: el día había sido largo y duro y nuestros estómagos rugían. Sara tuvo trabajo extra cuando repetimos de brochetas. Como siempre, Paimon fue la que comió más y más rápido terminó. No había quién la ganara.

Fui la última sólo porque aún no había conseguido el regalo que quería para Lumine. No me preocupé cuando empezamos a caminar de nuevo para bajar la cena. Se iba a ir por la mañana e igualmente tenía que levantarme al alba para ponerme a trabajar.

Nos paramos a ver el puesto de las flores, a pesar de que Flora ya había cerrado, y decidimos no acercarnos mucho al bullicio de la taberna, porque a esas horas era cuando el Obsequio del Ángel empezaba a ser más el antro de la borrachera que no una taberna ordenada. Dimos una vuelta por el barrio bajo y nos despedimos en las escaleras que llevaban hacia la Sede, a pesar de que me iba al ala oeste de la ciudad, y no a los pisos superiores.

—Nos vemos mañana en el alba, ¿vale? ¡Descansad mucho!

Me fui corriendo porque pensaba que sería incómodo besar en una situación en la que no era un adiós (aún), y quería pensar en algo concreto. A ellas no les importó, casaba bastante bien con mi forma de actuar habitual.

En cuanto me encerré en mi cuarto y me hube preparado para dormir, en lugar de tumbarme, miré por la ventana. Había vistas al molino oeste, se podía ver la luna, las luces de la ciudad empezando a apagarse, y yo pensaba en ese regalo.

Quizás me pasé una hora así, pensando, pero también disfrutando de mis recientes memorias con Lumine. Me vino a la cabeza una palabra que mi abuelo me enseñó una vez de cuando era joven y trabajaba en Liyue. Me contó que había oído en la lejana Inazuma un nombre, Yuuna, que significaba, entre otras cosas, «dulce verdura», lo que se acercaba mucho a nuestro primer beso en la pradera y lo bien que ella parecía encajar con los campos otoñales.

Ese era un buen regalo. Un nombre de mí para ella.

Como si me hubiera leído el pensamiento, Lumine apareció por una esquina de mi calle, buscando mi casa. Inmediatamente alzó la cabeza, indecisa, buscando entre los pisos, y no pude resistir: abrí las ventanas para llamar su atención y escalé por las enredaderas para llegar hasta ella sin tener que despertar a mis padres.

—¡Lumine! ¿Qué pasa?

—No podía dormir.

—Yo tampoco. ¿Y Paimon?

—Oh, ella se ha quedado frita en cuanto hemos cerrado las luces. Estaba soñando con una segunda cena cuando he salido. —Las dos nos reímos—. ¿Te importa si subimos hasta la plaza de la estatua?

—Vas en pijama y abrigo —puntualicé.

—Tú también.

—Nunca te había visto en pijama.

—Ni yo.

Nos reímos brevemente de la tonta conversación y volvimos a tomarnos de las manos, paseando. A los caballeros de Favonius en su ronda nocturna no les pareció nada raro ver a dos chicas en pijama paseando por la ciudad. Debían estar demasiado dormidos, nos dejaron a nuestro aire.

—¿Por qué no podías dormir? —le pregunté a Lumine.

—Estoy nerviosa. Liyue es mucho más estresante que Mondstadt. No puedo contarte nada por si acaso, pero están pasando cosas graves allí. Ojalá pudiera quedarme aquí más tiempo, pero tengo que ayudar a solucionar lo que sea que esté sucediendo. ¿Y tú?

Mi excusa para no dormir parecía increíblemente pobre en comparación con su razón.

—No podía encontrar un regalo antes de que te fueras —dije, mientras subíamos los escalones—. He estado pensando días, pero…

—¿Qué? —dijo con una sonrisita socarrona—. No hace falta que me regales nada, tonta. Estos días han sido el mejor regalo.

Le sonreí y le apreté mejor la mano en respuesta, pero toda yo necesitaba expresarse en ese instante. Nos sentamos en uno de los bancos de la plaza, con el resto de la ciudad a nuestra espalda.

—Quería que te llevaras algo de mí por el camino, pero siempre vas tan cargada, y hay que ser prácticos. Entonces, justo antes de que aparecieras, me acordé de un nombre exótico que mi abuelo me enseñó de pequeña.

—¿Cuál es?

—Yuuna. Su significado es «dulce verdura» —dije, tal cual lo había recordado—. Me ha recordado a cuando nos reencontramos.

—Es casi como «dulce pradera». Es bonito. ¿Para qué es el nombre? —preguntó, tan inocentemente que casi me derretí.

—Es para ti. Yuuna es un nombre de chica en Inazuma, y no puedo imaginar otra cosa que a ti estirada descansando, relajada, con el viento moviendo la hierba a tu alrededor.

—Oh, vaya…

—Espero que no consideres que es una tontería, pero…

Lumine prácticamente me atacó con su abrazo y luego me besó con fuerza en los labios.

—Me lo quedo. Pero sólo tú puedes llamarme así.

—Hecho.

Nos sonreímos y pasamos un buen rato compartiendo besos y risitas en presencia de nadie más que la estatua del Arconte Anemo.

No sé a qué hora nos fuimos a dormir, pero la noche se nos hizo muy corta. A la mañana siguiente, por eso, estábamos las tres como un clavo en el otro lado del puente. Ya habíamos tomado provisiones y Lumine se había despedido de sus amigos en la ciudad.

—Bueno, nos veremos pronto, ¿vale? Cuidaos mucho.

Le di un pequeño abrazo a Paimon que agradeció enormemente y luego se giró de golpe y chilló «¡Paimon no mira!». Nos sonreímos un poco más cómplices por la gracia de la situación y nos dimos un beso más simple, las dos tomando las mejillas de la otra.

—Adiós, Yuuna. Que el viento siempre te lleve a tu destino. —le dije, con nuestras frentes en contacto.

—Si no lo hiciera acabaría siempre aquí —bromeó en un susurro—. Hasta pronto.

Entonces se soltó de mí, le dio un toque a Paimon y echaron a correr hacia Aguaclara. Yo me quedé un rato saludándolas hasta que fueron poco más que un puntito y miré hacia la el Valle Estelar, recordando aquel libro que me encontré cuando mi Visión apareció.

—Coraje. Espero que pueda dar a todos tanto coraje como le he dado a Yuuna. Espero tenerlo yo. Y ahora, ¡a trabajar!

 

FIN

Notas finales:

Espero que les haya gustado <3 comentarios son muy apreciados <3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).