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Coffee and Drawings por Dra-chan

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Notas del fanfic:

Regalo de intercambio de Santa Secreto para la linda anne o nan de un grupo KatsuDeku de fb. Ella lo recibió el día viernes y le encantó y yo soy súper feliz por eso.


Fue un poco difícil de escribir porque como es un AU me peleé mucho para no hacer demasiados OoC a los personajes. Mantuve también el contacto con otros personajes al mínimo porque de por sí hacer una historia de ellos dos se me fue de las manos, no quiero ni saber qué hubiera pasado si metía más personajes. Igual la cosa era sólo con el KatsuDeku


Ya saben, los personajes no me pertenecen, la historia fue a pedido de mi santa secreto y llegados a este punto de la vida ya no sé qué porcentaje de la historia me pertenece a mí.

1


Cuando su mamá llegó con la idea de abrir una pequeña cafetería, ya varios años atrás, ninguno de los dos imaginó que llegarían tan lejos. Pensaban dejarlo en algo pequeño que los dos pudieran manejar de alguna forma.


Hubo tiempos difíciles, como en cualquier negocio, pero llegaron a un punto donde tuvieron que cambiar a un local más grande, contratar a más personas que les ayudaran, ampliar el menú con variedad de productos que nunca imaginaron preparar, ya que de pronto se vieron con una gran afluencia de clientes que no esperaron llegar a tener.


De ser un pasatiempo y un trabajo a tiempo parcial, se convirtió en el trabajo al que Izuku Midoriya se dedicaría en cuerpo y alma. No sólo porque su café es delicioso y disfruta preparando diferentes mezclas para la variedad de personas que ponen un pie en el establecimiento, sino porque encuentra singular alegría en ver y conocer a todo tipo de personas todos los días.


Tienen clientes regulares, como suele pasar. Gente que siempre pedirá su latte de vainilla con leche descremada sin falta porque les gusta ir a lo seguro. Los oficinistas con sus expresos dobles porque de alguna forma deben afrontar el día a día. Hasta el cliente frecuente que ha hecho de su meta personal el probar todo lo que está en el menú porque la vida es muy corta como para encasillarse en una sola cosa. Existen también los clientes que se han enamorado de los postres que preparan u siempre están expectantes a las nuevas creaciones del mes o la temporada.


Midoriya disfruta que un trabajo que en apariencia parezca algo tan monótono en realidad sea tan fascinante. Enfrentarse a los clientes difíciles con una sonrisa es su especialidad. Es naturalmente muy amable, de paciencia infinita y, aunque llegue a perder los nervios, su sonrisa nunca flaquea, o intenta al menos que no lo haga, porque la otra opción es que sea su madre quien se enfrente a esa gente.


Prefiere ser él, por supuesto, a dejar que sea su madre.


Ese díe no es diferente a ningún otro. Tiene el turno de la mañana, el más pesado ya que entran sin parar los estudiantes y trabajadores llenos de prisa y urgidos de cafeína.


Generalmente hay dos cajas abiertas a esa hora para agilizar las cosas y los mismos que atendían la caja preparaba el café. Izuku puede compartir turno con su compañera Asui o su compañero Aoyama quien, a pesar de su apariencia excéntrica y comportamiento egocéntrico, realmente sabe de café. Su madre está en la cocina la mayor parte del tiempo ayudada por Sato, un pastelero que contrató cuando se hizo todo el cambio y expansión del negocio, y hace los mejores dulces que hayan probado en su vida.


A veces parece que no tienen suficientes manos, pero de alguna forma se las arreglan para que funcione. Asui, Aoyama son de medio turno, Izuku de turno completo y se ayuda de Uraraka que también es de medio turno, aunque mayormente por las tardes a menos que deban hacer algún cambio por sus estudios u otros asuntos personales. Izuku terminó sus estudios en economía un año atrás y usa sus conocimientos en las finanzas del negocio porque espera que sea algo de lo que puedan vivir él y su madre durante muchos años.


Ese día es Aoyama quien le hace compañía y ambos se preparan para el pesado turno.


Y todo parece normal, hasta tranquilo a pesar de lo atareados que se encuentran. La fila de personas poco a poco va bajando hasta que parece que podrán respirar unos segundos. Izuku termina su último pedido y ve que no hay nadie más esperando frente a su caja registradora. Voltea a ver a su compañero con intención de ayudarle, cuando la puerta se abre de un golpe.


—¡Te estoy diciendo que eres un inútil! —gruñe el hombre que entra por la puerta, exaltando a todas las personas en el local.


Tiene el cabello de color rubio cenizo, alborotado como si algo hubiera explotado en él y decidiera que era mucho trabajo arreglarlo. Sus ojos son rojos y furiosos e Izuku no puede evitar encogerse un poco en su lugar cuando se clavan sobre su cuerpo. Es lógico, es la caja disponible y Aoyama ha decidido tomarse su dulce tiempo para no tener que enfrentar la furia de ese hombre.


—Americano, solo —es lo que dice Don Gritos al segundo de estar frente a Midoriya y vuelve a su llamada.


—¿Qué tamaño? —pregunta con cada gota de paciencia y cortesía en su pequeño cuerpo.


No obtiene respuesta. De hecho, el hombre ni siquiera le dirige de nuevo la mirada, pero Izuku se queda tercamente en su sitio hasta que tenga una respuesta. No es adivino para saber los deseos de su cliente y si ese hombre le grita por darle un tamaño equivocado, mucho teme que le va a contestar de la misma manera.


—¿Tamaño y a nombre de quién? —vuelve a preguntar en un tono de voz más fuerte.


El escalofrío en su cuerpo es claramente visible cuando esos ojos se giran de nuevo a él, igual de fruncidos y molestos que la primera vez.


—Grande —contesta el rubio, dejando un billete en el mostrador de un golpe—. No te estoy hablando a ti, idiota —regresa a su llamada.


Izuku no vuelve a intentar preguntar por el nombre, considerando que es ganancia tener el tamaño de la bebida. Toma el dinero, marca la orden en la caja registradora y deja el cambio en el mostrador. Acto seguido se gira para preparar la orden. Debe tomar un respiro antes de continuar. A veces se pregunta qué tan difícil es para la gente tener un poco de modales.


Toma el vaso grande y un plumón para poder escribir hasta que recuerda que el rubio nunca le dio su hombre. Rueda los ojos y sin pensarlo demasiado escribe “Kaboom!!” con su impecable letra.


Menos de cinco minutos después deja el pedido al lado del cambio que aún sigue sobre la barra.


—Listo. Tenga buen día —dice porque su madre sí le enseñó buenos modales.


Como esperaba “Kaboom!!” toma su pedido sin dirigirle una segunda mirada a Midoriya, ni tomar su cambio, y sale del lugar.


Duda que realmente vea lo que escribió en el vaso, pero de hacerlo, seguro no vuelve por ahí.


2


Para sorpresa de nadie, Izuku se equivocó al pensar que Señor Explosivo no volvería por ahí. No sabe si acaba de empezar a trabajar cerca o apenas descubrió la existencia de esa cafetería, ya que nunca lo había visto por ahí. Recordaría bien a un cliente así.


Así que al día siguiente cuando el rubio entra al local y se forma frente a la caja de Izuku y no la de Asui, está muy listo para que le griten durante horas. Igualmente parece ser la especialidad de ese hombre, gritar furiosamente ya que de nuevo está en una llamada. No sabe a quién le grita, pero siente mucha lástima.


Midoriya vuelve a equivocarse ya que el rubio al llegar hasta la caja no cuelga la llamada ni hace amago de querer interesarse demasiado en él.


—Americano, solo —dice dejando el dinero en la barra—. Grande —agrega al final y le dedica una sonrisa socarrona a Izuku que se borra de inmediato—. ¡¿Por qué puñetas te pediría un café a ti?! —berrea al teléfono.


Por una razón que no entiende, Midoriya sonríe un poco, ya sea en respuesta a la sonrisa del rubio o por su último comentario. Marca el pedido en la registradora después de tomar el dinero, dejando el cambio en el mostrador de forma visible. Por inercia toma el plumón con el que anota los nombres en los vasos. Vuelve a pensar en si es prudente intentar preguntar su nombre, pero al ver cómo el rubio está muy entretenido gritando al teléfono, desecha la idea.


Considera varias opciones para escribir en el vaso y sólo decide poner “Señor Gruñón” a falta de una mejor idea y más seguro ahora que sabe que el rubio no lee lo que pone.


De nuevo Señor Gruñón toma su café y deja el cambio en la barra. Izuku intenta llamar su atención, pero el rubio ha salido del local.


3


Se vuelve una rutina extraña. El hombre va sin falta todos los días entre semana a la misma hora, siempre gritando al teléfono. Izuku de alguna forma sabe identificar sus estados de ánimo entre enojado, furioso y corran, corran todos por sus vidas.


No es difícil distinguir entre los dos primeros. Su estado enojado está lleno de gruñidos y monosílabos. Es como si entre menos habla, más tranquilo está por dentro. Furioso es cuando grita e insulta mucho, demasiado. Expresa su furia con cada poro del cuerpo, como si de un segundo a otro fuera a explotar de verdad. A alguien tan tranquilo como Midoriya le parece increíble que exista todavía un nivel más arriba de eso, pero lo descubre ese mismo día. Izuku estaba a punto de entregarle su café cuando el rostro del rubio –quien aún no se digna a darle su nombre- comenzó a ponerse de un rojo tan intenso que casi parecía purpura. Las manos le temblaban cuando tomó su vaso de café. Por un segundo Midoriya pensó que le estaba dando un ataque. Que algo ya le había petado de tantos corajes. Pero no, el rubio caminó a la salida y en cuanto puso un pie fuera del lugar, el vaso en su mano se vio violentamente estrujado, derramando todo el contenido en el suelo y la mano del hombre.


—¡Son una bola de inútiles incompetentes! —fue el grito que atravesó hasta dentro de la cafetería—. ¡Esperen que llegue y acabe con todos ustedes! ¡Extras buenos para nada!


Los gritos se iban haciendo más tenues conforme el rubio se alejaba y por mucho que a Midoriya le hubiera gustado ofrecerle hielo y una toalla para su mano, aun había clientes que debía atender.


Incomprensiblemente y a pesar de sus claros problemas de control de ira, ese hombre nunca había sido grosero con nadie en el café. Grita mucho al teléfono, pero espera pacientemente su turno y aunque no suele contestar preguntas básicas ni dar los buenos días, va a lo que va sin hacer daño a nadie. Es, al contrario, Izuku quien intenta meterse con él con apodos extraños a falta de un nombre que no es indispensable. Incluso ese día que su enfado llegó a nuevas proporciones tuvo la delicadeza de primer salirse del local antes de hacer la rabieta y estrujar el café.


Ese día se cumple un mes desde su primera visita e Izuku debe cambiar al turno de la tarde por una semana. Así que antes de abrir, y aunque nunca hay certeza que un cliente vuelva todos los días sin falta, comienza a dibujar.


Ya tenía varios días queriendo agregar un dibujo a su repertorio de bromas, pero cuando un cliente pide un americano no hay tiempo para hacer mucho a parte de escribir el nombre. O un apodo.


Es un dibujo simple, no es un experto en ello, pero se siente satisfecho cuando termina el cuerpo de un dragón en posición de ataque, la cola alzada y las alas desplegadas. Su cabeza, por otra parte, es una representación caricaturesca del rubio, su eterna expresión furiosa y fuego saliendo de sus fauces. Todavía se atreve a agregar un globito de diálogo donde agrega un “Rawr!” simulando un gruñido.


Guarda el vaso cerca para no confundirlo o tirarlo y espera la apertura del local.


Por suerte TNT, uno de sus tantos apodos, no falla ese día. Tiene la mano izquierda vendada, pues es la que se quemó con el café el otro día. Sigue con el celular al oído e Izuku se pregunta sino nació con el ahí. Parece tranquilo, sólo hace ruidos de aprobación o suelta una palabra de tanto en tanto por lo que asume que sea lo que sea que haya pasado antes, se solucionó. O el hombre al fin se rindió ante la estupidez humana y no ve necesario gastar energía en enojarse.


Repiten el mismo ritual de siempre, Izuku tentado en preguntar de nuevo su nombre por si esta vez sí lo obtiene, pero cree que se esmeró mucho en su dibujo como para desperdiciarlo. Que igual entregarlo lo ve como un desperdicio ya que nunca se ve recompensado su ingenio con ese hombre.


No tiene más tiempo para pensarlo, el café está listo y lo sirve en el vaso con el dibujo.


Cuando el rubio abandona el local toma el cambio que éste nunca recoge y lo echa en el bote de propinas.


4


El turno de la tarde es mucho más tranquilo. La mayoría de los clientes habituales van por la mañana así que le toca ver una mayor variedad de personas.


Son clientes tranquilos porque no llevan las prisas matutinas. De vez en vez le toca saludar a algún cliente mañanero que va por su segunda ración de cafeína y poco más.


Se pregunta con bastante frecuencia si Señor Dinamita prefiere hacer fila con Asui o con Aoyama. No es por darse aires de grandeza, pero a pesar de todos seguir el mismo protocolo al momento de preparar el café, sabe que el suyo es el favorito de la mayoría de los comensales. Sus compañeros también preparan un café delicioso, pero no sabe dónde radica la diferencia y la preferencia de las personas.


Es posible que el rubio prefiera tomar el de Aoyama, el chico sabe lo que hace con los granos, aunque es difícil acercarse a él cuando todo lo que hace es sonreír crípticamente y pestañear mucho con sus enormes ojos.


Intenta no pensar demasiado en eso, porque luego teme que no vuelva a tomar de su café. No es que importe, o eso cree, le divierte pensar en diferentes sobrenombres, aunque es posible que deba detenerse pronto. No quiere problemas. En general no sabe si es un problema, pero tampoco quiere averiguarlo.


Tampoco quiere averiguar por qué le importa lo que ese chico piense. Un cliente más o un cliente menos no marcaría una gran diferencia en la cafetería –que su madre no le escuche decir es-o. Así que la molestia del rubio a una broma que nació por su falta de modales no debería ser un verdadero problema, ¿verdad? Y dejar de hacerlo, o de verlo, o que prefiera el café de alguien más tampoco lo es, ¿verdad?


No logra convencerse a sí mismo de ello.


5


El lunes siguiente que debe volver al turno de la mañana nuevamente está junto Aoyama.


—Alguien te extrañó —dice su comentario con una sonrisita—. Por desgracia no podemos igualar tu café, al parecer.


Izuku ladea la cabeza, extrañado.


—Sé que hay clientes especiales en ese tema, pero estoy seguro que tú o Asui-san pudieron hacerlo perfectamente o hasta mejor.


Parece que Aoyama quiere decir algo más, pero se limita a sonreír burlón, negar con la cabeza y preparar su caja para el día, lo cual descoloca un poco a Midoriya quien no insiste en el tema e imita su acción.


Si tiene que elegir un día en especial como el más pesado, sería el lunes. Parece que la mayoría de las personas aún viven un poco en el fin de semana y llegan con más prisas de lo habitual. Es cuando los clientes se ponen más difíciles o exigen las cosas más rápido, como si fuera culpa suya que ellos vayan tarde.


Izuku está tan concentrado en sus labores que no pone atención a cuando Señor Gruñón entra por la puerta, ni cuando se forma en la fila frente a su caja registradora. Sólo le nota cuando está frente a él. Quizás la razón principal por la cual no le puso atención desde el principio es porque no está gritando. De hecho, ni siquiera está en llamada.


Por primera vez tiene la completa y total atención de esos ojos rojos sobre su persona. Tiene el ceño fruncido, como es habitual. Parece molesto, aunque esa mañana nadie lo esté haciendo enojar a través de una línea telefónica.


—¿Americano grande? —pregunta cuando el hombre no dice nada a pesar de estar ya en su turno.


—A nombre de Katsuki —dice el rubio, descolocando totalmente a Izuku quien, torpemente, toma el billete que le ofrece directamente en la mano.


—E-en seguida —responde torpemente, marcando la orden y sacando el cambio que, también por primera vez, deja directamente sobre la mano del cliente.


Toma uno de los vasos para servir el café y el plumón que usa para escribir nombres. Ya ha escrito el “Ka” del nombre que se le dio, pero aún está demasiado descolocado por las cosas tan inusuales que están pasando y, por alguna razón que desconoce, no termina de escribir el nombre, sino que termina poniendo “Kacchan” porque Midoriya es un chico de costumbres que, por alguna razón, no quiere romper ese día.


Mientras prepara el café escucha el tintineo de monedas y se gira un poco para ver que Katsuki –aun le suena extraño ponerle un nombre normal-, pone las monedas en el bote de propinas. No sabe si esa ha sido su intención con todos los billetes anteriores o si en algún momento vio que es precisamente eso lo que hace Izuku con el dinero, pero le parece entrañable.


—Listo —dice después de ponerle la tapa al vaso y acercarse para entregar la orden.


Iba a seguir su rutina de poner el vaso en la barra, pero el rubio estira el brazo y Midoriya debe entregárselo directamente en la mano. El roce caliente de los dedos contrarios cosquillea en los suyos. Teme por un segundo dejar caer el vaso con el líquido caliente por lo inesperado del contacto, pero se las arregla de alguna forma para mantenerse estoico.


—Gracias, Izuku —comenta Katsuki después de tomar su café, volver a sonreír de forma un poco ladina y salir del lugar.


Sólo es hasta que termina su turno ese día que nota que, de hecho, no lleva la placa con su nombre. La había olvidado dentro de la pequeña oficina que tienen para llevar registros y la contabilidad del lugar. Es ahí donde guarda su uniforme y se cambia cuando entra o sale de su turno. Es raro que lo olvide.


Es aún más raro que aquel hombre dijera su nombre si no llevaba su placa ese día. No sabe cuándo puso la suficiente atención para aprenderlo y tampoco sabe por qué ese pensamiento y el recuerdo de su voz diciendo “Izuku” le provoca cosquillas en el estómago.


6


Es una rutina que se repite durante toda esa semana. Katsuki deja de entrar al local mientras hace una llamada, simplemente entra como cualquier persona normal, se forma frente a la caja de Izuku y espera tranquilamente su turno. Pide su orden siempre con una sonrisita que le pone los pelos de punta a Midoriya, siente que de alguna forma se está burlando de él. Deja siempre el pago en la mano del pecoso y recibe el cambio de la misma forma, aunque después lo pondrá en el bote de propinas.


Todas y cada una de las veces le da su nombre con un susurro ronco y hasta sensual, pero Izuku sigue negándose en poner su nombre, no entiende por qué.


Hoy antes de abrir ha hecho un bonito diseño en 3D con varios plumones de colores, que definitivamente no le pidió prestados a su madre, que dice “Dynamite”. Considera que mientras practica con este cliente en especial a mejorado mucho su caligrafía y su dibujo. Se esmeró más en este porque es viernes y sabe que el rubio no va los fines de semana. Igual son los días libres de Midoriya.


No que piense en el rubio como alguien especial, sólo es una rutina que aún no puede quitarse.


Katsuki toma su bebida, nuevamente rozando sus dedos con los de Izuku, quien pide al cielo no estarse sonrojando estúpidamente, y sale del lugar.


7


El lunes, por algún motivo, empieza todo mal. Su alarma no sonó o no la escuchó, por lo cual es una llamada de su madre lo que lo despierta.


Llega tarde al trabajo, sólo para encontrarse a su madre y a Asui batallando con la clientela. Entra tan rápido que no ve que en la fila ya está el rubio esperando su turno frente a la caja de Asui. Está tan atareado relevando a su madre que tampoco ve cómo Katsuki sale de la fila y se forma frente a la suya. Sólo está concentrado en comenzar a hacer su trabajo e ignorar la mirada entre molesta y desconcertada que le dedica su madre, pues no es común que él falte o llegue tarde a trabajar. Asui sólo le regala una sonrisa y él continua con el trabajo.


Quizás es por esa misma razón que tampoco piensa demasiado en un nuevo apodo ni en nada ingenioso qué decirle al rubio cuando lo tiene al frente. Recibe el dinero, regresa el cambio y escribe “Katsuki” en el vaso sin más ceremonias.


No es hasta dos horas después, que se siente más tranquilo y la cafetería está más calmada, que piensa un poco en ello.


Tampoco es que le dé demasiada importancia, sólo escribió su nombre como normalmente debería de hacerlo, qué podría pasar.


8


En realidad, al parecer, pueden pasar muchas cosas.


La primera cosa fue que Uraraka no pudo llegar a su turno de la tarde, por lo cual le toca a Midoriya quedarse hasta que cierren el café junto con Aoyama, que tiene el turno de la tarde esa semana. Será un turno largo y cansado, está seguro de eso. Pero al menos por la tarde es más tranquilo. Dentro del local no hay muchas mesas, por lo cual no es usual tener demasiado movimiento dentro, quisieron especializarse más en algo que fuera rápido y para llevar.


Son casi las dos de la tarde, hora en la que ya se estaría mentalizando para salir de trabajar en dos horas más. Ahora invierte ese tiempo en mentalizarse en que debe esperar hasta las ocho de la noche. Ha pasado mucho tiempo desde que hizo turnos tan largos. Su madre y él lo tuvieron difícil en aquella época, pero desde que tienen más ayuda es rara la ocasión donde debe quedarse tanto tiempo. No es que tenga nada mejor que hacer y cuando sale temprano o no tan tarde aprovecha algunos de esos momentos para arreglar el papeleo del local.


La segunda cosa rara del día pasa por esa hora. Por la puerta entran dos chicos, lo cual no sería raro sino fuera que entran observando el lugar de arriba abajo, detallando cada rincón del lugar con una sonrisita en los labios. Es un chico pelirrojo con el cabello en puntas que hasta parecen peligrosas. Tiene una playera con estampado de rayas algo estrafalario, pero viste un pantalón y zapatos formales. El otro es un chico rubio con una sonrisa bobalicona en el rostro, también con un estilo mitad casual, mitad formal. El par de ojos de esos chicos se mueven rápidamente a la figura de Izuku y puede jurar que ambos sonríen de forma maliciosa mientras caminan hasta él.


—Buenas tardes, ¿qué les ofrecemos? —comenta por educación. Ninguno de los dos si quiera le da una mirada a Aoyama, quien también tiene la caja vacía, pero les dedica una mirada y regresa a lo suyo, sea lo que sea que esté haciendo.


—Un frappé de caramelo —dice el chico rubio con una sonrisa.


—Un latte de crema irlandesa —agrega el pelirrojo.


Midoriya marca rápidamente la orden en su caja y les menciona el total.


—¿A nombre de quién? —pregunta mientras deja el cambio en manos del rubio, aunque pagó el pelirrojo, y toma su plumón.


Ambos sonríen, burlones al parecer.


—Esperaremos en la mesa de allá —dice el chico rubio, sin contestar a la respuesta y empujando a su compañero hasta una pequeña mesa vacía.


Izuku no puede evitar arrugar la nariz, contrariado y molesto por esa actitud. Parece que los modales son un tema complicado para la gente de hoy en día.


Le pide ayuda a Aoyama para preparar lo más rápido que pueden el pedido, aprovechando que no ha entrado más gente, haciendo él el latte y su compañero el frappé. Su rubio compañero se ríe al ver lo que escribió en los vasos cuando le entrega el vaso que deberá usar, notando que con el tiempo Midoriya, de hecho, va perdiendo más y más la paciencia con la gente, aunque no se esté dando cuenta.


Ambos se mueven de forma coordinada en lo que preparan el pedido. Ya son un par de años los que llevan trabajando juntos y han sabido adaptarse al ritmo del contrario. Aoyama le pone una tapa al vaso donde tiene el frappé desbordante de crema batida y se la entrega a Izuku.


—Aquí tienen —dice Midoriya con una sonrisa mientras deja el pedido de los chicos en la mesa. Regresa rápidamente a su lugar y, por atender nuevos clientes que entran en el lugar, se pierde las risas discretas que sueltan los chicos al ver en sus tazas “Twiddledee y Twidledum” porque el pecoso es un amante de los clásicos de Disney.


La tercera cosa extraña que pasa en el día es justo después de cerrar el café. Se siente agotado y sólo quiere llegar a casa y desmayarse en su cama hasta el día siguiente. Cree que lo merece, pero justo al girar en la esquina que le llevará a su casa se encuentra parado Katsuki, el rubio explosivo.


Parece tranquilo en lo que espera pacientemente por algo, no sabe el qué. Medita si será prudente saludarlo o sólo pasar de largo. Considera que si hacen contacto visual será educado y hará un pequeño gesto. Sino, ni se tomará la molestia. Ha sido un día largo y aún le queda una larga semana por delante.


No tiene mucho tiempo para considerarlo pues cuando pasa frente al rubio, sus ojos rojos se clavan en él.


—Ey, nerd —saluda Katsuki.


Izuku debe detenerse, voltear a todos lados y corroborar que, efectivamente, le habla a él.


—¿Cómo me dijiste? —pregunta, entre ofendido y asombrado.


—El nerd puede ponerme un montón de sobrenombres ¿y se ofende si hago lo mismo?


Puede sentir cómo los colores se le suben al rostro. Definitivamente es muy hipócrita de su parte ofenderse si tiene más de un mes haciendo apodos y dibujos ridículos. En su defensa, nunca pensó que serían tomados en cuenta. Lo de la tarde con aquellos chicos fue un desliz que definitivamente nunca más se permitirá y del que se ha estado arrepintiendo mucho. Si su madre se enterara le caería un buen regaño.


—¿Necesitas algo? —prefiere preguntar para no entrar en debate con ese tema.


No había notado que el rubio tenía algo en la mano hasta que la levanta y le muestra el vaso de café de esa tarde. Puede leer el “Katsuki” garabateado de forma rápida y sin pensar.


—¿Te quedaste sin imaginación hoy? —pregunta Katsuki, dando un paso hasta él—. Aunque no creo que sea eso si pudiste darles un nombre tan tonto a los idiotas de la tarde.


Va a preguntar de qué diablos está hablando, pero el rubio sigue dando pequeños pasos hasta estar muy, muy cerca de Izuku, tan cerca que el varonil aroma de su colonia le inunda las fosas nasales y por un segundo se siente tan mareado que pierde el hilo de sus pensamientos.


Por algún milagro recuerda al chico pelirrojo y al rubio de la tarde y lo que puso en sus vasos de bebida.


—¿Cómo…? —quiere preguntar cómo sabe, pero luego piensa que quizás son compañeros de trabajo. A pesar de todo, Midoriya se considera un chico bastante listo así que logra detener la pregunta tonta antes de soltarla—. Si la gente maleducada no me da su nombre cuando se lo pido, lo que merecen es que les dé uno acorde a ellos —se encoje de hombros.


Por un terrible segundo cree que el rubio le va a gritar, pues frunce el ceño profundamente antes de soltar un resoplido de risa.


—Eres un nerd muy interesante —dice al fin el rubio, alejándose un poco, lo suficiente para no marearlo, pero no lo suficiente como para no considerar que sigue violando su espacio personal—. El dragón sin duda ha sido el mejor —resuelve mientras aprieta el vaso vacío en sus manos y lo tira en un bote de basura cercano—. Que eso no se repita —le dice apuntando el bote de basura y, por fin, alejándose de él por la calle.


Izuku no sabe qué acaba de pasar, pero considera que debe estar alucinando de tanto trabajo.


9


Resulta que no estaba alucinando lo de la noche anterior. Tuvo una buena noche de descanso y por suerte ese día todos estarán en su turno, así que tampoco es una vivida alucinación ver a Katsuki entrar con una sonrisa, directamente hacia él, y pedir “lo de siempre”, dedicándole una mirada intensa. No vuelve a decirle que el pedido está al nombre de Katsuki así que Midoriya exprime su neurona como puede para pensar en qué más poner en el vaso. Al final decide poner “King Explosion” porque si tiene un don y es el mejor en ello, es en explotar.


Siguen con esa rutina durante un tiempo más. Por alguna razón, toda la creatividad que antes tenía Izuku para inventar nombres se esfumó de pronto. En todo lo que podía pensar era en Katsuki. En su nombre, obviamente. Sólo en su nombre. Nada más que su nombre.


Aunque es claro que sólo está intentando engañarse a sí mismo, era obvio que pensaba demasiado en el rubio. En su olor, en su voz, en sus ojos rojos y penetrantes, en su sonrisa ladina, en su cálido roce. En lo mucho que esperaba a ver su reacción a la sorpresa que encontraría en su vaso. Un día volvió a improvisar un pequeño dibujo. Era una versión caricaturizada de Katsuki, con granadas enormes en vez de manos que generaban explosiones a su alrededor. El rostro en el dibujo era de malvada felicidad.


La enorme sonrisa del rubio le dio a entender lo mucho que había disfrutado del dibujo y para el viernes, sabiendo que pronto estaría dos largos días sin ver al rubio, decidió arriesgarse de una forma tan estúpida que estaba a nada de vomitar de los nervios.


Es la rutina de todos los días. No tiene preparado ningún dibujo ni un mote especial, pero tampoco planea poner el nombre de Katsuki en el vaso.


Las manos le tiemblan, cree que va a dejar caer el plumón con el que está escribiendo y si su madre viera lo horroroso de su caligrafía en ese momento se sentiría muy avergonzada. Aunque quizás se sentiría avergonzada por la tremenda tontería que hará.


Para su buena o mala suerte, al rubio le entra una llamada justo cuando le va a entregar el vaso, por lo cual no se entretiene demasiado observando lo que ahí dice, sólo sale por la puerta, maldiciendo como hace mucho no le escuchaba hacerlo.


Es algo nostálgico y si alguien le hubiera dicho, dos meses atrás, que extrañaría escuchar a alguien gritar y maldecir, se hubiera reído sin control.


Ahora no le hace tanta gracia. En realidad, en ese momento le gustaría salir corriendo y taclear a Katsuki y arrebatarle el vaso donde escribió su número telefónico.


10


Esa misma tarde, poco después de salir de trabajar, recibe un mensaje de un número desconocido. Tiene una foto adjunta y lo abre con demasiadas expectativas.


“No soy Bakugo”


“Sólo quería que supieras esto”


Y por “esto” se refiere a la fotografía. Es una foto de lo que parece una pared de corcho. Le cuesta un poco encontrarle forma hasta que se da cuenta que son todos los vasos de papel que usan en la cafetería. Fueron recortados y estirados de tal forma que los dibujos y nombres sean perfectamente visibles. Muchas tachuelas mantienen pegados en su lugar los pedazos de papel.


La cara le duele de la enorme sonrisa que se forma en su rostro. Puede ver en una de las esquinas el papel del vaso donde puso su número telefónico, un mal lugar si alguien le pregunta. Incluso después de poner mucha atención, también puede ver el vaso que Katsuki arrugó entre su puño, lo cual le provocó la quemadura en la mano. Lo sabe no sólo por el color oscuro que agarró por el café, ni lo maltratado que se ve, sino porque ese día había escrito “I am Lord Dynamite” con una rápida e improvisada carita sonriendo malvadamente a un lado.


Le llega un nuevo mensaje con otra fotografía adjunta. Reconoce a Twiddledee y Twidledum –el chico rubio y el chico pelirrojo del otro día-, los dos tienen el signo de amor y paz en la mano, una enorme sonrisa en los labios y ven a la cámara con algo de picardía. No sabe si debería responder a los mensajes, o qué decir al respecto.


¿Un gracias? ¿Gracias por qué? ¿Por exponer a su compañero de trabajo? ¿Por estarse divirtiendo a su costa? ¿Gracias por hacerle estúpidamente feliz por algo que no tenía ni idea que estaba esperando pero que ahora cree que es todo lo que necesita para levantarse cada día y esperar con ilusión a Katsuki?


Gracias al cielo un nuevo mensaje detiene su hilo de pensamientos.


“¡No le hagas caso a esos idiotas!”


Es un número desconocido, pero por alguna razón puede escuchar la voz del rubio mientras lee el mensaje.


“Pensé que los tirabas sin leerlos” es lo único que atina a responder.


“Aprecio tu creatividad” recibe respuesta casi de forma inmediata.


Se atreve a registrar el número con el nombre de “Kacchan” porque no le convence ponerle ninguno de los otros apodos ni su nombre. Quiere, por algún motivo, sentir más personal ese contacto.


Pasan el resto de la tarde y parte de la noche enviándose mensajes de forma intermitente. Katsuki sigue trabajando, algo sobre un proyecto en fase final que deben terminar sí o sí esa semana y, en sus propias palabras “está rodeado de idiotas que atrasan todo”, así que les toca hacer tiempo extra para poder terminar y no extenderse hasta el fin de semana, ya que tiene planeado salir con Izuku el día sábado.


Lo chistoso de todo es que no parece estar preguntándole si quiere salir con él, sino que le está avisando que saldrá con él. Muy amable de su parte.


No que a Izuku realmente le importe, ni que tenga otros planes, pero no debería emocionarle tanto como le emociona la actitud del rubio.


11


El resto de la semana la rutina no varía demasiado de forma significativa. Bakugo sigue yendo todas las mañanas por su café. A veces va hablando por teléfono, a veces cuelga durante unos minutos para poder tener, aunque sea, un intercambio de palabras con Midoriya y después continuar gritando como se debe. Izuku sigue teniendo que exprimir sus neuronas para poder pensar en varios apodos que no suenen extremadamente cursis y mantener a raya los corazones que a veces quiere dibujar en los vasos de café.


La mirada inquisidora que le da Aoyama, e incluso Asui, le dan a entender que no está siendo todo lo sutil que quiere ser respecto al interés que el rubio despierta en él y en la emoción que siente al pensar en la salida del sábado.


Se mandan mensajes de texto durante todo el día. Son mensajes intermitentes porque ambos están trabajando y no pueden estar todo el día en el teléfono así que en general son mensajes con coqueteos sutiles o preguntas banales sobre el día. Sus charlas más largas son durante sus horas de descanso. Parece que Katsuki está atento a cuando Izuku responde más rápido y de forma más constante los mensajes, deduciendo que está en su descanso y él mismo tomando el suyo para poder hablar un poco más. Incluso el miércoles le hace una llamada que dura a lo mucho quince minutos. Fueron los mejores quince minutos que Midoriya recuerda, teniendo la voz de Bakugo tan cerca de su oído, escucharle tan cerca y tan íntimo le tuvo temblando todo el día.


El jueves se atreve a dibujar dos pequeñas versiones de ellos. Es un diseño rápido y Bakugo como siempre está explotando por alguna razón mientras su versión miniatura lo ve con ojos en forma de corazón. Se siente un poco ridículo, pero piensa que, si ya llegó tan lejos como para darle su número telefónico escrito en un vaso igual, bien puede ponerse un poco más en ridículo.


Esa misma tarde recibe un mensaje por parte de los compañeros de trabajo de Katsuki.


“Es A-DO-RA-BLE” con una foto adjunta del dibujo pegado en la misma pared de corcho donde poco a poco se van agregando más pedazos de papel. Ese, el dragón y el que dice “Kacchan” tienen stickers de corazón pegados en las esquinas.


“Así marca sus favoritos”


Izuku sigue sin saber cómo responder esos mensajes, pero los agradece de todo corazón. Bakugo siempre quiere mostrar un lado soberbio y confiado cuando se ven o hablan por mensajes de texto, pero le gusta saber de ese lado tan humano y adorable que tiene, una dualidad que le parece perfecta y sólo acelera más su corazón.


Mira de nuevo la foto con una sonrisa boba en los labios antes de mandar un mensaje.


“Por favor, quiten mi número de ahí” porque quién deja el número de alguien tan a la vista.


“De acuerdo” es la respuesta que obtiene. Sin embargo, cinco minutos después recibe otro mensaje “Pero ya todos en la oficina tenemos tu número”.


Y, por alguna razón, eso no le molesta para nada.


12


El sábado quedan de verse cerca de la cafetería porque es un punto medio para ambos.


—¿Vas a invitarme un café? —bromea Izuku porque no tiene idea de a dónde irán.


—¿Trabajas en un café y quieres más café? —inquiere Bakugo levantando una de sus cejas de forma incrédula.


—La última vez que me invitaron a salir fue a un café —se encoge de hombros—. A mi propio café, de hecho.


Después de hablar, Midoriya cree que ha metido la pata por hablar de ese tipo de cosas, pero Katsuki rompe a reír con fuerza.


—Qué patético —dice cuando se calma e Izuku está a punto de sentirse muy ofendido por ese comentario—. Espero que no salieras con una basura así de nuevo.


—Se enojó cuando le cobré la cuenta, no volvió a llamarme.


Esta vez son los dos quienes se ponen a reír como locos en medio de la calle, Izuku confía en que definitivamente todo va a salir bien.


13


De hecho, sí, todo sale más que bien. Bakugo le lleva a un restaurante informal, pero que no es de comida rápida, que está increíblemente delicioso y hablan de todo un poco.


Midoriya logra saciar su curiosidad en una variedad de temas que nunca pensó que podría conocer.


—¿Por qué siempre gritas por las mañanas? ¿En qué trabajo dejan que le grites así a tus compañeros de trabajo? ¿Te has revisado la presión arterial? ¿Tu mano sigue bien después de quemarte con café?


—Relájate nerd, una pregunta a la vez —sin embargo y a pesar de sus palabras, Katsuki tiene una sonrisa en los labios—. Me cambiaron a esta oficina para manejar varios proyectos y acepté sin pedir detalles. Resulta que todos los proyectos debían terminarse en mes y medio sin importar si yo estaba adaptado al equipo de trabajo o ellos a mí. Por suerte conozco a un par de ellos y saben de mi mal carácter —se encoge de hombros—. Les dije que si alguien tenía alguna queja bien podían despedirme y me ahorraba yo los corajes. No hago milagros. Por suerte hemos logrado salir del hoyo. Gritar es pura costumbre para que no olviden que son idiotas.


Le parece admirable la confianza con que dice las cosas y, sabe bien, no es confianza infundada pues puede ver por los mensajes de sus compañeros que éstos de alguna forma le tienen bastante aprecio, sin importar los gritos o el tipo de comentarios que el rubio hace constantemente.


—Estoy muy sano, tengo buena resistencia —sonríe por el profundo sonrojo en Izuku—, y mi mano está bien.


Siguen hablando y hablando por horas. Descubren que no viven tan lejos el uno del otro. Aunque Izuku ya no vive con su madre, quien se mudó a un departamento arriba del café para siempre estar atenta, vive a unas cuantas cuadras porque quiere ser independiente pero no estar tan lejos de ella. Katsuki se mudó de otra ciudad a un pequeño departamento en lo que conocía la ciudad y se acostumbraba al trabajo, aunque admite que no ha tenido tiempo de buscar algo mejor y tampoco le urge. Hablan de sus familias, sus compañeros de trabajo –al fin Izuku descubre que los chicos que fueron al café anteriormente son Kirishima y Kaminari, aunque el rubio siempre se va a referir a ellos como “los idiotas” o “los extras”-, sus pasatiempos y un montón de cosas más.


Bakugo parece especialmente complacido cuando Midoriya comenta que va de vez en cuando al gimnasio para no perder condición por su trabajo tan estático y le invita a ir con él cuando tenga tiempo, a lo que el rubio accede con gusto.


Las horas se les escurren como agua y cuando se quieren dar cuenta están caminando por una pequeña plaza, la tarde cayendo sobre ellos.


Se despiden en el mismo punto medio donde quedaron de verse más temprano.


Cuando Izuku llega a casa, recibe un mensaje de texto.


“Una muy buena primera cita, espero la siguiente”.


Y debe contener la emoción que recorre su cuerpo. No había pensado en eso como una cita y ahora no se lo puede sacar de la mente.


14


El martes de la siguiente semana quedan de ir por la tarde juntos al gimnasio, para que Katsuki conozca las instalaciones y ver si se anima apuntarse. Es un lugar que también les queda cerca, en general porque a Midoriya no le gusta moverse demasiado lejos de su zona de confort, pero el lugar está bien equipado, tiene excelente iluminación, las duchas están sorprendentemente limpias.


A Bakugo le permiten tener un día de prueba para que use las máquinas, conozca a fondo las instalaciones y vea si se siente cómodo con el lugar.


Él y Midoriya compartes sus rutinas de entrenamiento por un par de horas, sacando su lado competitivo para medir su resistencia y sonriendo como tontos cuando se dan cuenta, de pronto, que se están picando como si fueran dos chiquillos en competencia.


Al finalizar ese día de prueba, después de un buen baño en las duchas del lugar y sintiéndose mucho más fresco de lo que debería después de todo ese ejercicio, Bakugo sale con membresía para seis meses.


15


El siguiente sábado vuelven a salir. Izuku usa la excusa de querer ir a comprar unos granos de café a una tienda orgánica que queda algo lejos. Su plan original es tomar el metro y mostrarle parte de la ciudad a Bakugo, pero el rubio le sorprende llevando un automóvil.


—Es de la compañía —sonríe con cinismo cuando Midoriya sube al asiento de copiloto.


—Pensé que sólo los prestaban para asuntos de la compañía —le regresa la sonrisa sabihonda.


—Si tú no dices nada, yo tampoco.


El viaje es ameno, Izuku despliega su conocimiento sobre café de forma emocionada, aunque se disculpa de vez en cuando, considerando que puede ser un tema aburrido.


—Espera, ¿qué? —interrumpe Bakugo una de las disculpas de Izuku después de explayarse un rato hablando sobre el Kopi Luwak—. ¿Café cagado por murciélagos?


Midoriya voltea a verlo, conteniendo la sonrisa que la pregunta le provoca.


—No tienen heces. El animal se come el fruto, lo digiere parcialmente y luego lo expulsa. Obviamente los granos se limpian antes de su venta.


—Yo no sé si pagaría por un café de esos después de esa información.


—Una taza de ese café puede costar hasta noventa dólares.


—Con mayor razón nunca compraría ese café.


El viaje es ameno. Izuku aprovecha para mostrarle a Katsuki otras partes de la ciudad que no había tenido tiempo de conocer, aunque sólo sea un vistazo rápido porque el rubio debe ir concentrado en el camino. Compran varias bolsas de granos de café, algunos frutos secos y frutas orgánicas que su madre le encargó para hacer varios postres de encargo especial y uno que otro antojo de ellos dos.


—La tarta de manzana de mi madre es la mejor. Sato siempre intenta imitarla, pero jamás la iguala —presume orgulloso el pecoso.


—Soy más de comida picante.


—Cuando mi madre haga trufas de chocolate con curry y chile de nuevo te guardaré algunas.


—Ufffff, sino me caso contigo, lo haré con tu madre.


Midoriya no puede evitar soltarle un codazo, aunque se esté riendo por el comentario.


Nuevamente cae la tarde cuando regresan a sus rumbos. Izuku acompaña a Katsuki a dejar el automóvil a la compañía, pues en su casa no tiene dónde estacionarlo y no quiere arriesgarse. Caminan juntos hasta su usual punto de encuentro hablando de todo y nada, tranquilos sólo con la compañía del contrario.


—El lunes trabajaré en la tarde —recuerda comentar Izuku cuando siente que ya es casi hora de separar sus caminos por ese día—, debo cubrir un turno.


Bakugo frunce el ceño ante eso, nada feliz con la información.


—Espero la chica rana esté de turno, el otro me da mala espina —comenta para diversión de Midoriya.


—Asui es mejor con las cosas dulces, Aoyama es extraño pero su café es bueno.


—Si tú lo dices —responde encogiéndose de hombros.


Ambos se quedan parados en medio de la banqueta, ninguno parece con ganas de irse.


Parece que Katsuki toma una decisión cuando corta la distancia entre ellos, acercándose tanto que sus alientos chocan y sus narices se rozan. Los labios del rubio atrapan los de Izuku en un beso suave y tranquilo. Parece tantear terreno hasta que Midoriya pone de su parte para responder sin intenciones de alejarse. El ritmo del beso sube de a poco, los labios dando paso a los dientes que mordisquean la piel, tiran de los labios contrarios hasta que sus lenguas colisionan en un toque húmedo y caliente.


Midoriya pierde el aliento, abrumado por las sensaciones, pero hambriento de más. Con una de sus manos sostiene las bolsas de sus compras y la otra la lleva hasta la nuca de Katsuki, donde acaricia el rebelde cabello antes de atraerlo más a él, profundizando el beso hasta que siente la lengua contraria intentando conquistar todo el interior de su boca.


Ambos se separan con un sonido húmedo y las respiraciones agitadas. La luz del sol ha desaparecido y poco a poco las luces de las calles van iluminando todo a su alrededor, como los ojos centelleantes de ambos chicos, los cuales se miran sin poder contener la emoción que ese contacto a despertado en sus cuerpos.


—Pensé que besabas hasta la tercera cita —dice Midoriya, sus neuronas aun atrofiadas por el beso, pero recordando parte de una plática que tuvieron en su primera cita.


—Los besos son en la tercera cita —recuerda que dijo Katsuki—. El sexo cuando el ambiente lo indique. Desde la primera cita en ocasiones.


—No besas, ¿pero sí quieres follar? —pregunta, incrédulo—. Interesante.


—Mis modales, ante todo —responde cínico.


Midoriya recuerda bien que estuvo partiéndose de risa un largo rato por su respuesta.


—Es nuestra tercera cita —aclara Katsuki, dándole una mirada fastidiada, esa que pone cuando habla con alguien que considera especialmente idiota.


Izuku frunce el ceño, listo para refutarle cuando una idea cruza su cabeza.


—Dime por favor que ir al gimnasio no contó como una cita —suspira con resignación.


—Lo marqué en el calendario y todo —le guiña el ojo, el muy cabrón.


Izuku no tiene tiempo de quejarse de eso, pues un nuevo beso le hace olvidar cualquier otro pensamiento que no tenga que ver con Katsuki y su lengua invadiendo el interior de su boca.


16


El lunes por la mañana Katsuki comienza a bombardearlo con mensajes desde temprano.


“Kacchan, no arruines el día que puedo levantarme tarde” le dice cuando puede despabilarse un poco.


“Si yo sufro, tú sufres. Es cosa de parejas”.


Por largos minutos Midoriya cree que sigue medio dormido porque no termina de entender bien el mensaje. Se le queda viendo a la pantalla de su celular hasta que esta se apaga y aun así parece que no puede reaccionar.


“¿Es muy pronto?” es el mensaje que vuelve a iluminar la pantalla del aparato y lo que le regresa a la realidad.


“¡No!” se apresura a escribir.


“No me lo esperaba…”


“Yo…”


“Oh, dios, ¡eso no se dice por mensaje!”


“Es más, ¿sabes qué? Ni siquiera has dicho nada”.


Se revuelca durante un largo rato en su pánico antes de lograr calmarse y enviar otro mensaje.


“Pero definitivamente es cosa de parejas”.


“;)” es toda la respuesta del idiota de su novio.


17


Esa tarde Katsuki le sorprende yendo al café no sólo por su propia presencia, sino porque va acompañado de Kirishima y Kaminari.


—No pude deshacerme de ellos —suspira Bakugo, fastidiado.


—Es nuestra hora de comida —comenta Kaminari con una risita.


—No, no es cierto, ya pasó su hora de comida.


—La tuya también —recuerda Kirishima, compartiendo la sonrisa cómplice con Kaminari, quien le choca lo cinco.


—¿Te estás escapando del trabajo? —pregunta Midoriya con una sonrisita.


—Quería verte —es la respuesta que obtiene, junto a un encogimiento de hombros.


Le es imposible, pero Izuku intenta por todos los medios ignorar el “awwww” que sueltan los amigos del rubio, más concentrado en pelear con el sonrojo en sus mejillas.


18


Si alguien meses atrás le hubiera dicho que terminaría en una relación con alguien como Bakugo, la verdad es que se hubiera reído con ganas. Ambos son como el agua y el aceite. Comparten ciertas aficiones, pero en gustos, personalidad, sentido del humor, estilo de vida, todo, completamente todo es opuesto entre ellos dos. Pero, de algún modo inexplicable, hacen que las cosas funcionen.


Su madre está entre encantada y horrorizada con la idea que salga con alguien como Katsuki, quien es todo buenos modales con su madre, pero Inko sabe perfectamente el carácter que se carga el rubio y no le pasan desapercibidos sus gritos en la cafetería. Sin embargo, es la primera en admitir que los dos se ven bastante felices juntos, así que consciente a Bakugo con muchas trufas de chocolate picantes y se gana al rubio de la misma forma que lo hizo Izuku, por su estómago.


Midoriya se lleva bien con todos los compañeros de trabajo de Bakugo, lo más cercano que tiene a amigos, sobre todo con Kirishima y Kaminari, los cuales, a pesar de ser las mayores víctimas de los gritos del rubio, se niegan a despegarse de él.


También, ambos disfrutan de muchas tardes en el gimnasio, compitiendo entre ellos porque, aunque en Katsuki es obvia la competitividad, a Izuku no le gusta quedarse atrás.


Bakugo también ha logrado de alguna forma llevarse bien con los compañeros de trabajo de Izuku. Le cuesta un poco admitir la genialidad de Aoyama con el café, dice que Uraraka le desespera la mayor parte del tiempo y que le perturban los enormes ojos de Asui, pero logra ser educado y no gritar en el proceso de conocerlos. Así que Midoriya se da por satisfecho.


Es una tarde de viernes, tienen dos meses de estar yendo juntos al gimnasio. Están cansados y se dieron una ducha a consciencia en el establecimiento antes de enfrentarse al frío de la noche. Caminan de forma tranquila al mismo punto de siempre, ambos están cansados pero satisfechos con su rutina del día.


—¿Quieres ir a mi casa? —ofrece Izuku, porque cree que ya están en ese punto de la relación, aunque no sabe si Bakugo piensa lo mismo.


—¿Oh? ¿Quieres que vaya? —es la contestación que obtiene, para su disgusto, ya que le costó bastante hacer la invitación y siente que los nervios se lo comen vivo.


—Es una respuesta de sí o no, Kacchan. Pero si no quieres… —comienza a darse vuelta para caminar hasta su casa cuando siente que una mano le detiene.


—El nerd no aguanta una broma —susurra Katsuki en su oído, pegando su cuerpo completamente al de Midoriya por la espalda, pasando sus brazos por su cintura y abrazándolo hasta dejar sus cuerpos sin un espacio entre ellos—. Claro que quiero ir —confirma, en el mismo tono bajo contra su oído, dejando caer su aliento en la sensible piel de la zona, ganándose un escalofrío por parte de Izuku.


El departamento donde vive el pecoso no queda muy lejos, pero el camino se le hace eterno. Más cuando Katsuki lo único que hace es intentar meterle mano a la menor oportunidad. Primero cuela su mano por su cintura, abrazándole, aunque su intención es meter la mano por debajo de su playera y tocar la piel sensible de su cadera, los dedos serpenteando por toda la superficie que alcanzan.


Ni bien la puerta se cierra detrás de ellos, Bakugo le estampa contra una de las paredes y le hunde su lengua sin ceremonias en la boca de Midoriya, en un beso rudo que es más dientes y lenguas que labios y aire. Por un segundo Izuku olvida que puede respirar por su nariz y siente que se ahoga. Sin embargo, ni siquiera la sensación de ahogo le hace separarse, más concentrado en enterrar sus manos en el cabello rebelde de Katsuki, desordenándolo más, si es que es posible, y atrayendo el cuerpo contrario hasta el suyo, como si no quisiera que existiera separación alguna entre los dos.


Tiene un momento de más lucidez en donde intenta poder separarse de la pared y guiarlos a ambos hasta la habitación. Bakugo no pone de su parte, por supuesto, más concentrado en arrancar las prendas que aun cubren sus cuerpos, como si estas lo estuvieran ofendiendo ya que tira, maldice y casi arranca todo hasta dejarlos a ambos completamente desnudos e Izuku ni siquiera ha logrado que avancen la mitad del camino.


Tiene que girarse, tomar entre sus manos el rostro de Katsuki, el cual estaba muy concentrado en su tarea de marcar su cuello y cuando lo tiene de frente intenta besarle de nuevo, y de alguna forma hace que le ponga atención.


—La segunda puerta, llévame a la cama —es todo lo que logra decir de forma coherente, su cerebro inundado de endorfinas que no le permiten carburar bien. Estaba más tentado en decirle que le tire al sillón y le folle ahí mismo.


Pero, en el fondo, Izuku es un romántico y piensa que, si es su primera vez juntos, al menos debería haber una cama con ellos. Por suerte parece que Katsuki entiende bien entre líneas lo que le quiere dar a entender, porque se detiene el tiempo suficiente para guiarlos a ambos hasta el dormitorio y dejarse caer en la cama. Midoriya siente la blanda superficie de su cama contra su espalda y el firme peso del cuerpo de Bakugo sobre él.


—Perfecto —piensa, o quizás dice, pero ninguno de los dos está poniendo la suficiente atención, más entretenidos en comerse la boca a besos.


Acarician todo a lo que sus manos tengan acceso, la espalda, las piernas, el pecho. Las grandes manos del rubio se ciernen sobre los globos de carne que es el trasero de Izuku, apretando con saña, como si quisiera dejar sus manos marcadas en la piel.


Como puede, Midoriya se estira hasta alcanzar la cajonera al lado de su cama, rebuscando en el primer cajón hasta que da, de forma torpe, con lo que necesita.


—¿Te preparaste para esto? —se burla un poco Katsuki cuando siente en su mano la botella de lubricante—. ¿Eh? —insiste al darse cuenta que, de hecho, el contenido está más o menos por la mitad.


—Tengo rato preparándome —sonríe el pecoso, imitando la sonrisa cínica de Bakugo.


A cambio obtiene un nuevo beso, profundo y lleno de ardor que hace que su miembro dé un latigazo interesado. Está tan concentrado en saborear la lengua extra en su boca que no nota cuando Bakugo abre la botella, embarra sus dedos en el líquido viscoso y pierde esos mismos dedos entre las nalgas de Midoriya. Es sólo hasta que un dedo irrumpe en su interior que lo nota y debe separarse del beso para soltar un largo jadeo.


—¿Y en qué pensabas mientras te preparabas? —pregunta Bakugo, hurgando con sus dedos en el cuerpo contrario.


Antes de contestar, Izuku se permite un momento para recrearse en la vista. El cuerpo de Bakugo sobre el suyo se sostiene por sus rodillas y su mano izquierda apoyada al lado de su cabeza, la derecha entretenida en prepararle para lo que viene. Un segundo dedo entra sin ceremonias y debe intentar enfocarse para recordar cómo hablar.


—En esto —responde al fin, estirando una de sus manos y tomando el miembro duro de Katsuki—. Pensaba mucho en esto —repite haciendo énfasis en “esto” cuando da un apretón con su mano.


Bakugo debe morderse el labio para no perder su sonrisa segura, aunque sólo quiere deshacerse en jadeos al sentir cómo la mano de Midoriya comienza a masturbarlo lentamente.


—¿Sólo en eso? —vuelve a preguntar, acelerando el movimiento de sus dos dedos, abriéndolos en tijeras y tanteando en el interior, aprendiendo sobre todos los puntos débiles en su interior.


—¿Debía pensar en algo más? —sonríe Izuku. Es una sonrisa socarrona que le pone los pelos de punta a Bakugo, ya sea por el placer que le provoca ver esa extraña pero agradable personalidad en su novio.


Como castigo por su respuesta, un tercer dedo entra de golpe en su cuerpo, justo en el momento que Bakugo encuentra el punto exacto donde está su próstata y comienza a abusar de ese punto sin compasión.


—Dete… deten… ¡Kacchan, para! —logra articular Midoriya a duras penas, la sensación de placer sobrecargando su cerebro—. Pensaba en ti, Kacchan —susurra al tiempo que se estira hasta pasar sus brazos por el cuello de Katsuki, abrazándolo firmemente y uniendo sus cuerpos.


Midoriya balancea las caderas al ritmo de los dedos, los cuales bajaron su intensidad un poco. Restriega todo su cuerpo contra el del rubio, igual de sudoroso que el suyo a pesar del frío en el ambiente, logrando que sus erecciones choquen en una deliciosa fricción que les arrancan suspiros a ambos.


—Siempre pienso en ti, sobre mi cuerpo, dentro de mi cuerpo —continúa refregándose cual gatito, concentrado en que ambas erecciones sigan en contacto.


Katsuki retira sus dedos de golpe, alejando su cuerpo del de Midoriya, el cual cae laxo sobre el colchón. Debe hacer un esfuerzo sobre humano para no correrse en ese momento ante la visión. Izuku está tendido sobre la cama, sus brazos extendidos a sus lados, la piel perlada en sudor, rojiza en algunos puntos de su cuerpo donde estuvo mordisqueando. Sus hombros llenos de pecas, las cuales resaltan más por el rubor que baja desde su rostro, le parecen adorables. Baja la vista por su pecho, el cual sube y baja por lo acelerada de su respiración, su abdomen marcado, su polla descansando cerca de su ombligo, erecta y con la punta brillante, sus piernas abiertas esperando recibirle es todo lo que soporta antes de separar sus muslos y con una de sus manos dirigir su erección hasta la cavidad que se muere por profanar.


Está considerando si debe entrar lento y suave o dejarse ir de una estocada. Sin embargo, Izuku no le da tiempo de pensar demasiado, igual de necesitado como él, en cuanto siente la punta de su miembro alinearse con su cuerpo, le rodea con sus piernas y de un embiste se empala más allá de la mitad.


Ambos jadean con fuerza, perdiendo todo el aire de sus pulmones por la sensación tan brutal que experimentan. Midoriya sintiéndose abierto a la fuerza, el punto dulce en su interior siendo rozado y abusado desde el primer momento. Bakugo por su parte intentado calmarse para no correrse al sentir la caliente opresión en su miembro.


Se quedan quietos largos segundos, intentando acoplarse a las nuevas sensaciones, conocer las reacciones de su cuerpo. Bakugo masajea los muslos de Midoriya, sus dedos recorren la firme, pero tersa piel que muere por mordisquear hasta dejar marcas de sus dientes por todos lados. Sube por los costados hasta llegar a la cintura, donde acaricia un poco en un intento de distraerse a sí mismo y también a su compañero antes de aferrarse con firmeza, considerando que ha pasado el tiempo suficiente.


El primer movimiento es tentativo. Sube la vista para ver las reacciones en el rostro de Midoriya, ver si hay algún signo de dolor. Todo lo que ve son sus enormes y cristalinos ojos verdes mirarlo con atención, inundados de placer. Su boca, roja e hinchada, entre abierta dejando escapar pequeños sonidos de placer.


Es todo lo que necesita antes de sacar su miembro un poco y volverse a enterrar de golpe, ahora sí hasta la base, dentro de ese cuerpo que le recibe con gusto.


Las embestidas se vuelven brutales en poco tiempo, el ritmo frenético hace rechinar los muelles de la cama, pero el sonido es opacado por los jadeos de ambos chicos. Katsuki tiene las manos firmes en la cintura de Midoriya mientras éste se aferra como puede a las muñecas del rubio, sus piernas ahora abiertas para dejarle maniobrar con presteza dentro de su cuerpo.


A pesar de las emociones que experimenta en su cuerpo y que difícilmente puede hilar algún pensamiento, Izuku siente que el cuerpo de Kacchan está demasiado lejos del suyo. Sí, está dentro de su cuerpo. Entra y sale con una velocidad endemoniada y seguramente sus manos dejarán marcas en su piel al día siguiente, pero sigue sintiendo demasiada distancia entre ellos. Como puede sube sus manos hasta los hombros del rubio y de alguna forma logra jalarle hasta dejar sus cuerpos completamente unidos. Bakugo debe bajarle al ritmo de sus movimientos y sus manos pasan por detrás del pecoso hasta aferrarse a sus hombros y usarlos de apoyo para seguir embistiendo, esta vez en un ritmo más calmado. Bajar la velocidad no significa para él bajar la intensidad, así que ahora se concentra en hacer la penetración más profunda, buscando el ángulo correcto hasta lograr que Midoriya nuevamente se deshaga en gemidos cuando su polla al fin logra encontrar la próstata.


Es difícil moverse en la nueva posición, pero Izuku no parece dispuesto a dejarle alejarse, le rodea con las piernas, se aferra a su espalda encajando las uñas y gime deliciosamente en su oído, su erección disfrutando de la fricción entre sus cuerpos.


—Kacchan… Kacchan… Kacchan —repite como un mantra. Como si todas las demás palabras hubieran desaparecido de su vocabulario, lo cual le parece maravilloso a Katsuki ya que todo en lo que puede pensar, todo lo que puede sentir es “Izuku, Izuku y más Izuku”.


El orgasmo para ambos es brutal, la corriente eléctrica les sube desde las plantas de los pies y recorre todo su cuerpo hasta terminar directamente en sus erecciones. No saben quién termina primero. Es sólo un largo jadeo al unísono que detiene todo movimiento hasta que ambos se dejan caer laxos sobre la cama, Katsuki siempre procurando no dejar caer todo su peso en Midoriya.


No hablan o hacen otro movimiento durante el rato que les toma regular sus respiraciones. Cuando se sienten más tranquilos, Midoriya se gira hasta que queda de costado, frente a Kacchan quien tiene los ojos cerrados, pero se mantiene despierto y alerta. Quiere decir algo, pero después de pensarlo unos segundos sólo se aferra al cuerpo del rubio y se queda dormido.


Katsuki le rodea con sus brazos, considerando que debe moverse para cubrir sus cuerpos. Cuando el sudor se seque les dará bastante frío, pero la idea de moverse y alejarse, aunque sea por unos segundos del pecoso no le atrae para nada.


Se queda dormido antes de tomar una decisión.


19


Para sorpresa de absolutamente nadie, Izuku pesca un resfriado. Los detalles de cómo pasó se queda solamente entre él y Katsuki, el cual por supuesto que se burla de él y su debilidad.


—Eres un nerd debilucho —comenta mientras le sirve un poco de sopa que acaba de preparar.


Midoriya pasó todo el fin de semana enfermo y siendo martes aún no logra recuperarse. Por obvias razones no ha ido a trabajar y no aceptó que su madre fuera a verle, para no contagiarla. Si Kacchan se contagia es porque tercamente se aferró a ir alimentarlo, así que solito se lo está buscando, considera él.


—Debo regresar a trabajar —le informa Katsuki—. Dejé más sopa si te da hambre, no olvides tomar tu medicamento y mantenerte hidratado —Izuku no dice nada, pero tiene ganas de preguntarle si se cree su madre o algo, pero no lo considera prudente—, llámame si te vuelves a sentir muy mal. Vendré en la tarde después de recoger algo de ropa de mi departamento.


El rubio está casi a punto de salir cuando escucha la voz de Izuku susurrar.


—Aquí cabemos los dos.


Hay un silencio largo. Bakugo sigue en la entrada, con la puerta a medio abrir y el pecoso considera que la fiebre definitivamente lo tiene mal.


—¿Es muy pronto? —pregunta Izuku, aterrado por la respuesta o por haber echado a perder las cosas. Quizás Bakugo ni siquiera entendió el significado de sus palabras.


Midoriya no sabe si quiera qué significado quiere darles y está a punto de decir que mejor lo olviden.


La respuesta que obtiene antes de decir algo más es a Katsuki entrando de nuevo al departamento, apresurado hasta llegar al sofá donde Izuku está hecho bolita desde la mañana y le besa con intensidad.


—No, es el momento perfecto —responde al fin, sonriendo tranquilo mientras choca sus frentes.


—Te vas a contagiar, tonto —es todo lo que puede responder, abrumado por la felicidad.


—Claro que no, no soy un nerd débil como tú —le responde con un nuevo beso—. Debo irme, vuelvo en la tarde —se aleja al fin, saliendo por la puerta con una sonrisa, la misma sonrisa que tiene Izuku pintada en los labios.


Para sorpresa de nadie, Bakugo termina pescando un resfriado. Pero al rubio no le importa porque así tiene el tiempo de planear su mudanza.

Notas finales:

La cafetería no tiene nombre porque yo no tengo suficiente imaginación para poner nombres mamalones de cafeterías.


Espero les gustara. ¿Reviews?


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