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Corazón roto por sasunarualfaomega

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Naruto Namikaze encontró el papel mientras ordenaba los efectos personales del escritorio de su padre. Desdobló la hoja con leve curiosidad, como había desdoblado tantas otras, pero solo había leído un párrafo cuando enderezó lentamente la espalda y empezó a sentir un hormigueo en los dedos. Asombrado, comenzó otra vez, abriendo mucho los ojos, aturdido de espanto por lo que acababa de leer.

A cualquiera, menos a él. ¡Cielo santo, a cualquiera, menos a él!

Le debía cien mil dólares a Sasuke Uchiha.

Más intereses, claro. ¿A qué porcentaje? No pudo seguir leyendo para averiguarlo. Dejó caer el papel sobre la superficie desordenada del escritorio y se reclinó en la vieja silla de cuero de su padre y cerró los ojos. La conmoción le provocó náuseas, miedo y esa sensación de vértigo que produce la muerte de la esperanza. Su situación ya era bastante mala; aquélla deuda insospechada lo dejó destrozado.

¿Por qué había de ser precisamente Sasuke Uchiha? ¿Por qué no con un banco cualquiera? El resultado final sería el mismo, desde luego, pero al menos no se sentiría tan humillado. La idea de encontrarse con él cara a cara hacía que la parte más tierna de su ser se encogiera de temor. Si Sasuke llegaba a sospechar que esa ternura existía, estaba perdido.

Todavía le temblaban las manos cuando recogió el papel para leerlo de nuevo, con la intención de cerciorarse de los detalles del acuerdo financiero. Sasuke Uchiha le había hecho un préstamo personal de cien mil dólares a su padre, Minato Namikaze, a una tasa de interés un dos por ciento más baja que la tasa del mercado... y el préstamo había vencido dos meses atrás. Naruto se sintió aún peor. Sabía que la deuda estaba pendiente, porque había revisado minuciosamente los libros de cuentas de su padre, con la esperanza de salvar algo del desastre financiero en el que estaba inmerso cuando murió. Había liquidado apresuradamente todos sus bienes para pagar las deudas más acuciantes, todos menos el rancho, que había sido siempre el sueño de su padre y que de alguna forma había llegado a convertirse en un refugio para él. Diez años antes, cuando su padre vendió la casa familiar y lo obligó a cambiar su ordenada y próspera vida en Connecticut por el calor y la humedad de un rancho ganadero en el interior de Florida, no le gustó aquélla tierra, pero eso había sido una década atrás y las cosas habían cambiado. La gente cambiaba, el tiempo cambiaba... y el tiempo cambiaba a la gente. El rancho no representaba para él ni el amor, ni un sueño; era sencillamente todo lo que le quedaba. En otro tiempo, la vida le había parecido muy complicada, pero resultaba extraño lo simples que eran las cosas cuando se trataba de sobrevivir.

Sin embargo, le resultaba difícil rendirse a lo inevitable. Sabía desde el principio que le sería casi imposible conservar el rancho y que volviera a rendir beneficios, pero estaba dispuesto al menos a intentarlo. No habría podido vivir con su mala conciencia, si elegía el camino más fácil, y hubiera dado el rancho por perdido.

Pero después de todo tendría que venderlo, o al menos vender el ganado; no tenía otro modo de devolver aquellos cien mil dólares. Lo extraño era que Sasuke no le hubiera reclamado ya su devolución. Pero, si vendía el ganado, ¿de qué serviría el rancho? Para salir adelante dependía de la venta del ganado, y sin esos ingresos tendría que vender el rancho de todas formas.

Era tan duro pensar en abandonar el rancho... Casi había empezado a tener esperanzas de poder conservarlo. Le había dado miedo hacerse ilusiones y había intentado no hacerlo, pero aun así aquel leve destello de optimismo había empezado a crecer poco a poco. Pero finalmente había fracasado también en aquello, como en todo lo demás: como hijo, como esposo y ahora también como ranchero. Incluso si Sasuke le concedía una prórroga sobre el préstamo, cosa que no esperaba que ocurriera, no tenía ninguna posibilidad de poder pagarlo cuando el plazo venciera de nuevo. Lo cierto era que no tenía ninguna opción; estaba sencillamente al borde de la ruina.

No ganaría nada demorando lo inevitable. Temía hablar con Sasuke, de modo que, cuanto antes, mejor. El reloj de pared marcaba casi las nueve y media; Sasuke todavía estaría despierto. Buscó su número, marcó y lo invadió la sensación habitual. Incluso antes de que sonara el primer tono, sus dedos se cerraron con tanta fuerza sobre el teléfono que los nudillos se le pusieron blancos, y el corazón empezó a latirle a tal velocidad que se sintió como si hubiera estado corriendo. Se le hizo un nudo en el estómago. ¡Oh, cielos! Ni siquiera podría hablar con coherencia si no conseguía calmarse.

Contestaron a la sexta llamada, y para entonces Naruto ya había reunido fuerzas para hablar con él. Cuando la asistenta dijo: «Residencia del señor Uchiha », la voz de Naruto sonó perfectamente sosegada, incluso cuando pidió hablar con él.

-Lo siento, no está en casa. ¿Quiere que le dé algún mensaje?

Naruto se sintió casi aliviado, aunque sabía que tendría que llamar otra vez.

-Por favor, dígale que llame a Naruto Namikaze-dijo, y le dio a la asistenta su número. Luego preguntó-. ¿Volverá pronto?

La asistenta vaciló un instante antes de decir:

-No, creo que vendrá bastante tarde, pero le daré su mensaje a primera hora de la mañana.

-Gracias -murmuró Naruto, y colgó.

Debería haber supuesto que no estaría en casa. Sasuke era famoso, o quizá fuera mejor decir conocido, por su apetito sexual y sus aventuras. Si se había tranquilizado con los años, era solo en apariencia. Según las habladurías que Naruto oía de cuando en cuando, su fogosidad seguía intacta. Una mirada de aquellos ojos negros e implacables todavía podía hacer que a una mujer o doncel se le acelerara el corazón, y Sasuke miraba a muchas mujeres y Donceles, pero Naruto no era uno de ellos. Entre ellos había surgido una profunda antipatía en su primer encuentro, diez años antes, y en el mejor de los casos su relación era una especie de tregua armada. Su padre había actuado a modo de mediador entre ellos, pero ahora estaba muerto, y Naruto esperaba lo peor. Sasuke Uchiha no tenía término medio.

No había nada que pudiera hacer respecto al préstamo esa noche, y se le habían quitado las ganas de seguir revisando el resto de los papeles de su padre, así que decidió dejarlo. Se dio una ducha rápida, pese a que a sus músculos doloridos les habría venido bien una más larga, pero no quería gastar mucha luz y, dado que obtenía el agua de un pozo, mediante una bomba eléctrica, debía renunciar a los pequeños lujos en beneficio de otros más importantes, como comer.

Pero a pesar de lo cansado que estaba, cuando se acostó no pudo conciliar el sueño. La idea de hablar con Sasuke lo obsesionaba, y de nuevo su corazón se aceleró. Intentó respirar hondo, lentamente, siempre le sucedía lo mismo, y era aún peor cuando tenía que verlo cara a cara. ¡Si al menos no fuera tan corpulento! Pero medía un metro noventa de estatura y pesaba cerca de cien kilos; se le daba bien amedrentar a la gente. Cada vez que lo tenía cerca, Naruto se sentía amenazado de forma irracional, y hasta pensar en él le producía inquietud. Ningún otro hombre le hacía reaccionar de aquélla forma; nadie lo ponía tan furioso, tan a la defensiva... y tan excitado de una forma extraña e instintiva.

Había sido así desde el principio, desde el momento en que lo vio por vez primera hacía diez años. Entonces era un jovencito de dieciocho años, mimado y altivo como solo un adolescente que defendía su dignidad podía serlo. La reputación de Sasuke lo precedía, y Naruto estaba decidido a demostrarle que él no era una de esos Donceles que lo perseguían sin descanso. ¡Como si él hubiera estado interesado en un adolescente!, pensó Naruto agriamente, dando vueltas en la cama. ¡Qué crío era entonces! Una crío estúpido, mimado y asustado.

Porque, en efecto, Sasuke Uchiha lo asustó, a pesar de que no le hizo ningún caso. O, mejor dicho, fue su propia reacción lo que lo asustó. Entonces él tenía veintiséis años, era un hombre muy distinto a los chicos a los que estaba acostumbrado, y un hombre que ya había convertido un insignificante rancho ganadero del interior de Florida en un próspero y pujante imperio con solo su fuerza de voluntad y muchos años de arduo trabajo. Al verlo por primera vez, cerniéndose sobre su padre mientras ambos hablaban de ganado, se había llevado un susto de muerte. Aún recordaba que se quedó sin aliento como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

Estaban de pie junto al caballo de Sasuke, y este tenía un brazo apoyado sobre la silla mientras descansaba la otra mano, descuidadamente, sobre la cadera. Era pura energía, todo él músculos y vitalidad, y dominaba al inmenso animal a su antojo. Naruto ya había oído hablar de él; los hombres, riendo lo llamaban «semental» con cierta admiración, y las mujeres y donceles también, pero siempre en voz baja, alterados y casi temerosos. A una mujer o doncel se le concedía el beneficio de la duda si salía con él una solo vez, pero si eran dos, se daba por sentado que se había acostado con él. En aquélla época, a Naruto ni siquiera se le ocurrió pensar que su reputación era probablemente exagerada. Ahora que era mayor, seguía sin pensarlo. Había algo en el modo de mirar de Sasuke que hacía que una mujer o doncel creyera cuanto se decía de él.

Pero ni siquiera su fama lo había preparado para encontrarse con el hombre en carne y hueso, pues este irradiaba fuerza y energía. La vida relucía más fuerte y brillante en ciertas personas, y Sasuke Uchiha era una de ellas. Era un fuego oscuro que se erguía sobre todo cuanto lo rodeaba con su altura y su poderosa constitución, y dominaba a la gente con su personalidad impetuosa e incluso ruda.

Naruto contuvo el aliento al verlo, con su pelo negro como el carbón que el sol hacía brillar, sus ojos negros afilados bajo las cejas oscuras y prominentes, era de piel blanca aun cuando pasaba largas horas trabajando a la intemperie durante todo el año; mientras Naruto lo observaba, una gota de sudor se deslizó por su sien y por la curva de su pómulo alto, antes de rodar por su mejilla y caer por su mandíbula cuadrada. Manchas de sudor oscurecían su camisa de faena azul debajo de los brazos y en el pecho y en la espalda. Pero ni siquiera el sudor y el polvo eclipsaban su halo de poderosa e intensa masculinidad, sino que, por el contrario, parecían realzarlo. Al ver su mano apoyada sobre la cadera, Naruto reparó en sus caderas y en sus largas piernas, y en los vaqueros descoloridos y estrechos que resaltaban su cuerpo tan poderosamente que se quedó boquiabierto. El corazón dejó de latirle un instante, y luego emprendió un ritmo frenético que le hizo estremecerse por entero. Tenía dieciocho años, era demasiado joven para dominar sus emociones, demasiado joven para enfrentarse a aquel hombre, y su reacción lo asustó. Por ello, cuando se acercó a su padre para que lo presentara, se comportó con desdén.

Empezaron con mal pie y así habían seguido desde entonces. Él era posiblemente el único Doncel del mundo que no congeniaba con Sasuke, y no estaba seguro, ni siquiera ahora, de querer que fuera de otro modo. Por algún motivo, se sentía más a gusto sabiendo que a él le desagradaba; al menos, así no utilizaría con el su formidable encanto. En ese sentido, su hostilidad entrañaba cierta seguridad. Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras yacía en la cama, pensando en él y en lo que solamente se atrevía a reconocer para sus adentros: que él no era más inmune a los encantos de Sasuke que la legión de Donceles y mujeres que ya habían sucumbido a ellos. Estaría seguro únicamente mientras él no se diera cuenta de lo vulnerable que era a su potente masculinidad. Sin duda, disfrutaría aprovechándose del poder que ejercía sobre el para hacerle pagar todos los comentarios sarcásticos que Naruto le había dedicado a lo largo de los años, y todas las demás cosas que no le gustaban de él. Para protegerse, Naruto debía mantenerlo a raya a base de hostilidad; resultaba bastante irónico que ahora precisara de su simpatía para sobrevivir económicamente.

Casi se le había olvidado reír, como no fuera por las muecas que delante de la gente pasaban por risas pero que carecían de toda alegría, y también sonreír, salvo por la falsa máscara de jovialidad que refrenaba el dolor. Pero en la soledad de su habitación, a oscuras, sintió que una sonrisa cansina curvaba su boca. Si tenía que depender de la buena voluntad de Sasuke para sobrevivir, ya podía salir al prado, cavar un hoyo y cubrirse de tierra para ahorrarse tiempo y complicaciones.

A la mañana siguiente merodeó por la casa esperando a que lo llamara tanto tiempo como pudo, pero tenía trabajo que hacer, y el ganado no podía esperar. Finalmente se dio por vencido y se fue al establo, con la mente puesta en los innumerables problemas que el rancho presentaba cada día. Había varios campos de heno que segar y empacar, pero se había visto obligado a vender el tractor y la empacadora; el único modo que tenía de segar el heno era ofrecerle a alguien parte de la cosecha para que se encargara de segarlo y empacarlo por él. Metió la camioneta en el establo y subió al pajar para contar las pacas que le quedaban. Sus reservas estaban muy mermadas; tendría que hacer algo pronto.

No podía alzar las pesadas pacas, pero había ideado un sistema para manejarlas. Aparcaba la camioneta justo debajo del ventanuco del pajar y lo único que tenía que hacer era empujar las pacas por el borde del ventanuco y estas caían en la parte de atrás de la camioneta. Empujar el heno no era fácil; el peso de las pacas variaba, pero algunas de ellas eran tan pesadas que apenas podía moverlas centímetro a centímetro.

Llevó la camioneta al otro lado del prado, donde pastaba el ganado; las reses alzaron las cabezas, observaron con sus grandes ojos marrones la camioneta, y el rebaño entero empezó a avanzar hacia él. Naruto detuvo la camioneta y se montó en la parte de atrás. Tirar las pacas a pulso le resultaba imposible; así que cortó los cordeles que sujetaban las balas y las deshizo con el rastrillo que llevaba consigo; después arrojó el heno al suelo en grandes montones. Volvió a subirse a la camioneta, avanzó un trecho por el prado y se detuvo para repetir la operación. Hizo aquello una y otra vez hasta que la parte de atrás de la camioneta estuvo vacía, y para cuando acabó le dolían tanto los hombros que tenía la impresión de que le ardían los músculos. Si el rebaño no hubiera menguado tanto, no habría podido manejarlo. Pero si tuviera más cabezas de ganado, se dijo, podría pagar a alguien para que lo ayudara. Al recordar cuánta gente solía trabajar en el rancho, la cantidad de personas que hacían falta para sacarlo adelante, le invadió una oleada de desesperanza. La razón le decía que era imposible que lo hiciera todo el solo.

¿Pero qué tenía que ver la razón con la cruda realidad? Debía hacerlo el solo porque no tenía a nadie. A veces pensaba que eso era justamente lo que la vida se empeñaba en demostrarle: que solo podía depender de sí mismo, que no había nadie en quien pudiera confiar, nadie en quien pudiera apoyarse, nadie lo bastante fuerte para darle ánimos y ayudarlo cuando necesitaba descansar. En ocasiones, experimentaba una insoportable sensación de soledad, sobre todo desde que su padre había muerto, pero al mismo tiempo encontraba cierto consuelo, un tanto perverso, sabiendo que no podía confiar en nadie más que en sí mismo. No esperaba nada de los demás, de modo que nunca se sentía desilusionado cuando no daban la talla. Sencillamente, aceptaba los hechos tal y como eran, sin embellecerlos. Hacía lo que tenía que hacer y seguía adelante. Al menos, ahora era libre y ya no temía despertarse cada mañana.

Anduvo por el rancho, haciendo sus tareas, procurando no pensar en nada y dejando sencillamente que su cuerpo ejecutara los movimientos necesarios. Era más fácil así; podría lamerse las heridas cuando acabara su trabajo, pero el mejor modo de acabarlo era ignorar las protestas de sus músculos y el dolor de los arañazos y rasguños que se había hecho. Ninguna de sus antiguas amistades habría creído nunca que Naruto Namikaze sería capaz de emplear sus delicadas manos para un trabajo físico tan duro. A veces, le divertía imaginar cuál sería su reacción, otro juego mental al que jugaba para entretenerse. Naruto Namikaze siempre había sido risueño y dado a gastar bromas; habría estado perfecto con una copa de champán en la mano y diamantes en las orejas.

Ahora, sin embargo, debía alimentar el ganado, segar el heno, reparar el cercado, y eso era solamente la punta del iceberg. Tenía que refrescar al ganado, aunque todavía no sabía cómo iba a apañárselas. Tenía que marcarlo, castrarlo, alimentarlo... Cuando pensaba en todo lo que tenía que hacer se sentía desalentado, de modo que rara vez pensaba en ello. Afrontaba cada día según venía, haciendo lo que podía. Se trataba de sobrevivir, y se había convertido en un virtuoso de la supervivencia.

Esa noche, a las diez, al ver que Sasuke no le llamaba, se armó de valor y volvió a llamarlo. De nuevo fue la asistenta quien contestó; Naruto dejó escapar un suspiro, preguntándose si Sasuke pasaba alguna vez la noche en su casa.

-Soy Naruto Namikaze. Quisiera hablar con el señor Uchiha, por favor. ¿Está en casa?

-Sí, está en el establo. Le pasaré su llamada.

De modo que tenía teléfono en el establo. Por un instante, mientras oía los ruidos del teléfono, Naruto pensó con envidia en el rancho del Sasuke, y aquello lo distrajo del repentino galopar de su corazón y del ritmo entrecortado de su respiración.

-Aquí Sasuke -su voz profunda e impaciente sonó como un ladrido para el oído de Naruto, y este dio un respingo apretando con fuerza el teléfono y cenando los ojos.

-Soy Naruto Namikaze-procuró mantener un tono lo más distante posible al identificarse-. Me gustaría hablar contigo, si puedes.

-Ahora mismo no tengo tiempo. Tengo una yegua a punto de parir, así que di lo que tengas que decir cuanto antes.

-Me temo que tenemos que hablar largo y tendido. Así que, preferiría que nos viéramos. ¿Te viene bien que vaya a tu casa mañana por la mañana?

El soltó una breve carcajada áspera, y desprovista de humor.

-Esto es un rancho, cariño, no un club social. No tengo tiempo para verte mañana por la mañana.

-Entonces, ¿cuándo?

Él masculló una maldición.

-Mira, ahora mismo no puedo atenderte. Me pasaré por tu casa mañana por la tarde, cuando vaya a la ciudad. Sobre las seis -cortó la comunicación antes de que Naruto pudiera decir nada, pero cuando el colgó a su vez, pensó amargamente que era él quien tenía la sartén por el mango, de modo que poco importaba si a él la hora le convenía o no. Al menos, ya lo había llamado, y le quedaban veinticuatro horas por delante para reunir el valor que necesitaba para enfrentarse a él. Al día siguiente, dejaría de trabajar a tiempo para ducharse y lavarse el pelo, se maquillaría y perfumaría, y se pondría sus pantalones de lino blanco y su camisa de seda blanca.

Al verlo, Sasuke pensaría que era lo que siempre había pensado que era: un inútil y engreído.

 

Notas finales:

TAMBIEN LO ENCUENTRAN EN WATTPAD 

 https://www.wattpad.com/1004343855-una-vida-propia-uno

 

LA ADAPTACION NO ME PERTENECE


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