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Corazón roto por sasunarualfaomega

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A última hora de la tarde, el sol abrasador había hecho subir la temperatura hasta los cuarenta grados, y el ganado estaba nervioso. Sasuke estaba sudoroso, acalorado, polvoriento y malhumorado, igual que sus hombres. Habían pasado mucho tiempo reuniendo el ganado, para vacunarlo y marcarlo, y ahora el retumbar amenazador de los truenos anunciaba una tormenta de verano. Los hombres acabaron apresuradamente sus tareas, deseando terminar antes de que empezara a llover.


El polvo se alzaba en el aire al tiempo que los mugidos nerviosos aumentaban de volumen y el hedor a cuero quemado se intensificaba. Sasuke trabajaba mano a mano con los hombres, sin desdeñar el trabajo sucio. Aquel era su rancho, su vida. El trabajo a veces, era desagradable, pero él había conseguido que su rancho fuera rentable, mientras que otros habían fracasado, y lo había hecho a base de sudor y determinación. Su madre había preferido irse antes que soportar aquélla vida; naturalmente, en aquélla época el rancho era mucho más pequeño, no como el imperio que él había levantado. Su padre, y el rancho, no habían podido darle el estilo de vida que ella deseaba. Sasuke a veces sentía una amarga satisfacción al pensar que ahora su madre lamentaría haber abandonado tan cruelmente a su marido y a su hijo. No la odiaba; ni siquiera eso se merecía. Sencillamente, la desdeñaba a ella, y a cualquiera de las personas ricas, caprichosas, aburridas e inútiles a las que su madre contaba entre sus amigos.


Jūgo soltó a la última ternera, y limpiándose el sudor de la cara con la manga de la camisa, miró el sol y los amenazadores nubarrones de la tormenta que se acercaba.


-Bueno, ya está -gruñó-. Será mejor que recojamos antes de que estalle la tormenta -miró a su jefe-. ¿No ibas a ir a ver al tal Namikaze esta tarde?


Jūgo y Suiguetsu estaba en el establo cuando Sasuke habló con Naruto, de modo que había escuchado la conversación. Después de echar un vistazo a su reloj, Sasuke masculló una maldición. Se había olvidado de Naruto, y habría preferido que Suiguetsu no se lo hubiera recordado. Había pocas personas en el mundo que lo irritaran tanto como Naruto Namikaze.


-Maldita sea, será mejor que me vaya -dijo de mala gana. Sabía qué quería Naruto. Le había sorprendido que lo llamara, en lugar de seguir ignorando la deuda. Seguramente, se lamentaría del poco dinero que le quedaba y le diría que no podía de ninguna manera reunir esa cantidad. Con solo pensar en él, le daban ganas de agarrarlo y zarandearlo con todas sus fuerzas. O mejor aún, de azotarlo con el cinturón. Él era exactamente lo que más le disgustaba: un parásito malcriado y egoísta que no había trabajado ni un día en toda su vida. Su padre se había arruinado pagándole sus caprichos, pero Minato Namikaze siempre había sido un poco idiota en lo que a su amado y único hijo concernía. Nada era lo bastante bueno para su pequeño Naruto, nada en absoluto.


Lástima que su querido Naruto fuera un niño mimado. Maldición, cuánto lo irritaba. Le había caído mal desde el primer momento que lo vio, cuando se acercó tonteando a donde estaba hablando con su padre, alzando altaneramente la nariz como si percibiera un olor desagradable. Lo cual, después de todo, era posible. El sudor, producto del trabajo físico, era un olor desconocido para él. Naruto lo miró como habría mirado a un gusano y, considerándolo insignificante, le dio la espalda y se puso a hacerle mimos a su padre para sacarle algo con aquellos encantadores mohines suyos.


-Oiga, jefe, si no quiere ir a ver a ese bombón, yo iré en su lugar con mucho gusto -se ofreció Suiguetsu sonriendo.


-No me des ideas -dijo Sasuke malhumorado, volviendo a mirar su reloj. Podía ir a casa y lavarse un poco, pero entonces llegaría tarde. En ese momento, no estaba muy lejos del rancho de los Namikaze y no le apetecía conducir de vuelta a casa, ducharse, y luego hacer el mismo camino de vuelta para no ofender la delicada nariz de Naruto. Este tendría que aguantarlo tal y como estaba, sucio y sudoroso. Al fin y al cabo, era el kitsune quien iba a pedirle un favor. Con el humor que tenía, bien podía pedirle la devolución de la deuda, aunque sabía perfectamente que no podía pagarla. Se preguntó, divertido, si se ofrecería a pagarle de otro modo. Le estaría bien empleado que él aceptara; seguramente, Naruto se estremecería de repugnancia con solo pensar en entregarle su hermoso cuerpo. Al fin y al cabo, él era un tipo duro, estaba sucio y trabajaba para ganarse la vida.


Mientras se acercaba a su camioneta y se sentaba tras el volante, no podía quitarse aquélla imagen de la cabeza: la imagen de Naruto Namikaze tendido bajo él, de su esbelto cuerpo desnudo, de su pelo rubio claro extendido sobre la almohada mientras él entraba y salía de él. Se excitó al pensar en aquélla imagen provocativa, y maldijo para sus adentros. Maldita fuera el kitsune, y maldito él también. Se había pasado años mirándolo, fantaseando con él, deseándolo y al mismo tiempo queriendo enseñarle de la forma que fuera a no ser un snob, un engreído y un egoísta.


Otras personas no lo veían así; Naruto podía ser encantador cuando quería, y prefería dedicar su encanto a los vecinos del pueblo, tal vez con el único propósito de divertirse con su credulidad. Los rancheros y granjeros de la zona eran gente afable, que compensaba sus interminables jornadas de trabajo con reuniones informales, fiestas y barbacoas casi todos los fines de semana, y Naruto los tenía a todos comiendo de su mano. Ellos no veían el lado de su personalidad que se empeñaba en mostrarle a él; siempre estaba riendo y bailando..., pero nunca con él. Era capaz de bailar con todos los hombres del pueblo, menos con él. Sí, él lo miraba y, como era un hombre sano con un instinto sexual sano, no podía remediar responder físicamente a su cuerpo voluptuoso y a su sonrisa resplandeciente, aunque le molestara hacerlo. No quería desearlo, pero con solo mirarlo se excitaba.


Otros hombres también lo miraban con ojos hambrientos, incluyendo Kiba Inuzuka. Sasuke no podía perdonarle por lo que le había hecho a Kiba, cuyo matrimonio ya se tambaleaba antes de que Naruto apareciera en escena con sus coqueteos y su risa chispeante. Kiba se enamoró de él inmediatamente, y su matrimonio naufragó sin remedio. Entonces Naruto voló en busca de una nueva presa, y Kiba se quedó sin nada, salvo con una vida arruinada. El joven ranchero perdió cuanto tenía, se vio forzado a vender su rancho por culpa del acuerdo de divorcio. Era solamente uno más de los hombres a los que Naruto había arruinado con su egoísmo, como arruinó a su padre. Hasta cuando Minato se encontraba hasta el cuello de deudas, siguió dándole dinero para que Naruto mantuviera su tren de vida. Su padre estaba en la ruina, pero él seguía comprándose ropa y joyas, y seguía yendo a esquiar a Saint Moritz en vacaciones. Hacía falta un hombre rico para mantener a Naruto Namikaze, y fuerte también.


La idea de ser él quien le diera todas aquéllas cosas, y, por tanto, el único que tuviera ciertos derechos sobre él, asaltaba su mente con perturbadora insistencia. Por muy enfadado, irritado o disgustado que se sintiera con el kitsune, no podía evitar desearlo. Había algo en él que le daba ganas de extender los brazos y poseerlo. Naruto tenía la apariencia, la voz y el olor de lo exquisito; Sasuke deseaba saber si también sabía exquisitamente, y si su piel era tan sedosa como parecía. Deseaba hundir las manos en su pelo dorado, probar su boca suave y grande, trazar con los dedos los contornos perfectos de sus pómulos cincelados e inhalar la fragancia turbadora de su piel.


Percibió su olor el día que lo vio por primera vez, el perfume de su pelo y de su piel, y la dulzura de su carne. Él era exquisito, sí, demasiado exquisito para Kiba Inuzuka, y para el pobre hombre con el que se había casado y al que luego había abandonado, y ciertamente también para su padre. Sasuke deseaba perderse en aquélla exquisitez. Era un impulso primitivo y puramente masculino, la respuesta de un hombre hacia un Doncel provocativo. Tal vez Naruto fuera un mojigato, pero sus coqueteos atraían a los hombres como la flor más dulce a las abejas.


En ese momento, Naruto estaba solo, pero Sasuke sabía que no pasaría mucho tiempo sin que se buscara un hombre. ¿Por qué no iba a ser él ese hombre? Estaba cansado de desearlo y de verlo arrugar la nariz cada vez que lo veía. A él no podría manejarlo con un dedo, como estaba acostumbrado a hacer, pero ese era el precio que tendría que pagar por sus caprichos. Sasuke achicó los ojos, intentando ver a través de la lluvia que empezaba a estrilarse contra el parabrisas, y pensó en la satisfacción que le daría que Naruto dependiera de él económicamente. Era una satisfacción primitiva y áspera. La utilizaría para saciar sus deseos, pero no le permitiría acercarse lo suficiente a él como para nublarle la mente y el juicio.


Él nunca había tenido que pagar por un Doncel, pero si tenía que hacerlo para conseguir a Naruto Namikaze, lo haría. Nunca había deseado a un Doncel como deseaba al kitsune, de modo que tal vez así pudiera tomarse la revancha.


La tormenta estalló de pronto, y una cortina de lluvia se deslizó por el parabrisas hasta oscurecer su visión, a pesar de los limpia parabrisas. Ráfagas de viento sacudían la camioneta, obligándolo a sujetar con fuerza el volante para no salirse de la carretera. La visibilidad era tan mala que casi dejó atrás el desvío hacia el rancho de los Namikaze, aunque conocía aquéllas carreteras como la palma de su mano. Cuando llegó frente a la casa de los Namikaze, estaba de un humor de perros, y su exasperación se agudizó al echar un vistazo a su alrededor. A pesar de la lluvia veía con toda claridad que aquel lugar era un desastre. La explanada estaba llena de malas hierbas, el establo y el granero tenían un aire de abandono, y los pastos que en otro tiempo estaban llenos de reses Brahmán de primera calidad, ahora estaban vacíos. El pequeño reino de Naruto se había disuelto a su alrededor.


Aunque había acercado la camioneta a la casa, llovía tanto que cuando llegó al porche estaba empapado. Se sacudió el sombrero contra la pierna para quitarle el exceso de agua, pero no volvió a ponérselo. Alzó la mano para llamar, pero la puerta se abrió antes. Naruto apareció ante él, mirándolo con aquélla familiar expresión de desdén de sus ojos azules y fríos. Titubeó solo un instante, como si no quisiera dejarlo pasar para que no le manchara la alfombra; pero luego abrió la mosquitera y dijo:


-Pasa.


Sasuke pensó que debía de ponerle furioso tener que mostrarse amable con él porque le debía cien mil dólares. Pasó a su lado y notó que se apartaba para que no lo rozara. «Tú espera y verás», pensó él ásperamente. Pronto haría algo más que rozarse con él, y se aseguraría de que al kitsune le gustara. Quizá Naruto arrugara la nariz ahora, pero las cosas cambiarían cuando estuviera debajo bajo él, con las piernas enlazadas alrededor de su cintura mientras se retorcía de placer. Sasuke no solo quería utilizar su cuerpo; quería que él lo deseara, que se sintiera tan ansioso y obsesionado como él. Era una cuestión de justicia poética, después de todos los hombres a los que él había utilizado. Casi deseaba que dijera algo hiriente, para tener una excusa para ponerle las manos encima. Deseaba tocarlo, fuera cual fuera el motivo; deseaba sentir el calor y la suavidad de su cuerpo; deseaba que el respondiera de la misma forma.


Pero Naruto no le dedicó un saludo mordaz, como solía hacer, sino que, por el contrario, dijo «Vamos al despacho de mi padre», y lo condujo por el pasillo dejando tras él, la turbadora estela de su perfume. Parecía intocable, con sus pantalones anchos y vaporosos de color blanco y su camisa blanca de seda, que flotaba encantadoramente sobre su pecho, y, sin embargo, Sasuke deseaba tocarlo de todos modos. Llevaba su pelo rubio cenizo recogido sobre la nuca, con un prendedor ancho y dorado.


Su fastidiosa perfección contrastaba vivamente con la apariencia ruda de Sasuke, y este se preguntó qué haría si lo tocaba, si lo estrechaba contra su cuerpo y manchaba su camisa de seda de sudor y polvo. Estaba sucio y sudado y olía a vacas y caballos, y además estaba empapado por la lluvia; no, era imposible que el aceptara sus caricias.


-Por favor, siéntate -dijo el, indicándole uno de los sillones de cuero del despacho-. Supongo que sabrás por qué te he llamado.


Él le lanzó una mirada sardónica.


-Supongo que sí.


-Encontré el contrato del préstamo antes de anoche, cuando estaba ordenando el escritorio de mi padre. No quiero que pienses que intento ganar tiempo para no pagarte, pero ahora mismo no tengo el dinero...


-No me hagas perder el tiempo -lo interrumpió él en tono de advertencia.


El lo miró con asombro. Sasuke no había tomado asiento; estaba de pie, muy cerca, elevándose sobre él, y la mirada de sus ojos negros lo hizo estremecerse.


- ¿Cómo?


-Esto es coser y cantar; no me hagas perder el tiempo con tonterías. Sé qué vas a ofrecerme, y estoy dispuesto a aceptarlo. Hace mucho tiempo que te deseo, dobe; pero no cometas el error de creer que con unos cuantos revolcones quedaremos en paz, porque no es así. Pienso recuperar hasta el último céntimo de mi dinero.


 


Naruto se quedó paralizado de asombro, y el color abandonó su cara hasta que su tez quedó tan pálida como el marfil. Se sentía desorientado; por un instante no entendió las palabras de Sasuke, que quedaron suspendidas en su mente como las piezas inconexas de un rompecabezas. Sasuke se cernía sobre él, su estatura y su corpulencia le hacían sentirse insignificante, como siempre, y el calor y el olor de su cuerpo saturaba sus sentidos, aturdiéndolo. ¡Estaba tan cerca...! Pero entonces las palabras se ordenaron en su cabeza y su significado lo dejó perplejo. El temor y la furia reemplazaron el asombro. Sin pensarlo, se apartó de él y exclamó:


- ¡Debes de estar de broma!


Aquello fue un error. Naruto se dio cuenta enseguida. Aquel no era momento para insultarlo, dado que precisaba su ayuda si quería conservar el rancho. Sin embargo, el orgullo y la costumbre lo empujaban a burlarse de él. Sintió que el estómago se le hacía un nudo, pero alzó la barbilla lanzándole una mirada altiva, y aguardó la reacción que sin duda despertaría en él aquel temerario desafío mascullado entre dientes, y él lo había hecho de la manera más burda posible.


Él apretó los dientes y, sin decir nada, lo miró con ojos entornados y llenos de rabia. Naruto podía sentir el férreo control que ejercía sobre sí mismo para no moverse.


- ¿Tengo aspecto de estar de broma? -preguntó él en un tono suave y amenazador-. Siempre has tenido algún pobre diablo que te mantenía, ¿por qué no me iba a tocar el turno a mí? A mí no puedes manejarme a tu antojo, como haces con otros, pero, en mi opinión, en este momento, no puedes permitirte ser muy selectivo.


- ¿Qué sabrás tú de ser selectivo? -se puso aún más pálido, y se retiró de él unos cuantos pasos más; casi podía sentir el impacto del cuerpo de Sasuke sobre su piel, y eso que él ni siquiera se había movido. Él había estado con tantos Donceles que Naruto ni siquiera quería pensar en ello porque hacerlo le producía un profundo malestar. ¿Habrían sentido esos Donceles aquélla sensación de indefensión, aquélla fuerza arrolladora que producía su ardor y su sexualidad? Naruto no podía controlar sus instintos y sus reacciones, siempre se había sentido débil respecto a él, y eso era lo que lo asustaba, lo que le había hecho apartarse de él todos aquellos años. Sencillamente, no podía soportar la idea de que lo utilizara con la misma despreocupación con que un semental se servía de una yegua; para él, significaría demasiado, y para Sasuke demasiado poco.


-No te apartes de mí -dijo él, y su voz se hizo aún más suave, más profunda, acariciando los sentidos de Naruto como terciopelo negro. Sin duda, aquélla era la voz que utilizaba por las noches, pensó el aturdido, imaginándoselo cubriendo a una mujer o doncel con su cuerpo poderoso y atlético mientras le murmuraba al oído palabras obscenas. Sasuke no sería un amante sutil; sería fuerte y elemental, y colmaría los sentidos de cualquier pareja. Ahuyentó frenéticamente aquélla imagen de su cabeza y la giró para no verlo.


Él se puso furioso al ver que se daba la vuelta como si no pudiera soportar su presencia; Naruto no podía haber dejado más claro que no soportaba la idea de acostarse con él. De tres largas zancadas, Sasuke rodó el escritorio y lo agarró por los brazos, apretándose con fuerza contra él. A pesar de su furia, se dio cuenta de que aquélla era la primera vez que lo tocaba, que sentía la tersura de su cuerpo y la fragilidad de sus huesos. Sintió ganas de acariciarlo lentamente. Su ansia se hizo más aguda, y su rabia se debilitó en parte.


-No arrugues la nariz como si fueras la reina de las nieves -le ordenó ásperamente-. Tu pequeño reino se ha ido al infierno, cariño, por si no lo has notado. Esos amigos tuyos tan elegantes no querrán saber nada de ti ahora que estás arruinado. Seguro que no se han ofrecido a ayudarte, ¿no es cierto?


Naruto le dio un empujón en el pecho, pero fue como intentar mover un muro.


- ¡No les he pedido que me ayuden! -gritó, enfurecido-. No le he pedido ayuda a nadie, y menos a ti.


- ¿Y por qué no a mí? -Sasuke lo zarandeó ligeramente, mirándolo con rabia-. Yo tengo dinero para mantenerte, cariño.


- ¡Yo no estoy en venta! -Naruto intentó retirarse, pero fue en vano; aunque él no lo sujetaba con la suficiente fuerza como para hacerle daño, el kitsune se encontraba inerme frente a su fortaleza.


-Y a mí no me interesa comprarte -murmuró él bajando la cabeza-. Solo quiero alquilarte por un tiempo.


Tuvo que reunir toda su fuerza de voluntad para apartar la cara de su boca y empujarle por los hombros. Sabía que no tenía la fuerza suficiente para apartarlo; cuando él lo soltó y retrocedió unos centímetros el comprendió amargamente que lo hacía porque quería, no porque él lo obligara. Lo estaba observando, esperando a que tomara una decisión.


El silencio se apoderó de la habitación con su sólida presencia, mientras naru intentaba recobrar la compostura bajo la mirada firme de Sasuke. Podía sentir que la situación se le escapaba de las manos. Durante diez años había cultivado cuidadosamente su enemistad, por miedo a que él descubriera que con solo mirarlo los huesos se le convertían en agua. Había visto a demasiados Donceles y mujeres obnubiladas mientras él les prestaba atención, concentrando sus poderosos instintos sexuales en ellos, pero en cuanto él buscaba un nuevo amante, la obnubilación se convertía en dolor, vacuidad y rencor. Ahora él lo estaba mirando con aquélla mirada penetrante que él siempre había intentado evitar. Nunca había querido que lo viera como Doncel; no quería sumarse a la lista de personas a las que había utilizado y abandonado. Ya tenía bastantes problemas, sin necesidad de dejarse romper el corazón, y Sasuke Uchiha era un auténtico rompe corazones. Ya estaba contra la espada y la pared; no podría soportar un nuevo golpe, ni emocional ni económicamente.


Pero su mirada lo quemaba con un fuego oscuro, deslizándose lentamente sobre su cuerpo como si calibrara su pecho, sus caderas que habían de ajustarse a las suyas, y sus piernas, que se enlazarían sobre él en los estertores del placer. Nunca antes lo había mirado de ese modo, y Naruto se estremeció de pies a cabeza. En sus ojos había un deseo sexual puro. En su cabeza, ya estaba dentro de él, saboreándolo, sintiéndolo, dándole placer. Pocos Donceles podían resistirse a aquélla mirada, una mirada llena de sexualidad impúdica, experiencia y arrogancia, como si estuviera seguro de que cualquier Doncel o mujer quedaría satisfecha en sus brazos. Lo deseaba, y estaba dispuesto a conseguirlo.


Y Naruto no podía permitir que eso ocurriera. Se había pasado la vida en una torre de marfil, erigida primero por la adoración ciega de su padre y después por los celos obsesivos de Gaara. Por primera vez en su vida estaba solo, era responsable de sí mismo y encontraba cierta satisfacción en aquélla responsabilidad. Fracasara o tuviera éxito, necesitaba valerse por sí mismo, no acudir a cualquier hombre en busca de ayuda. Miró a Sasuke con expresión vacía; él lo deseaba, pero no le tenía aprecio, ni lo respetaba, y él no podría respetarse a sí mismo si se convertía en un parásito, como Sasuke parecía esperar.


Lentamente, como si le dolieran los músculos, se apartó de él y se sentó en el escritorio, bajando la cabeza para no tener que verle la cara. De nuevo, el orgullo y la costumbre vinieron en su ayuda; su voz sonó serena y fría cuando dijo:


-Como te decía, no tengo dinero para devolverte el préstamo ahora mismo, y comprendo que la deuda ya ha vencido. La solución depende de ti...


-Yo ya he hecho mi oferta -le interrumpió él, achicando los ojos al percibir su frialdad. Apoyó la cadera sobre el escritorio, junto a naru, y su muslo prieto le rozó el brazo. Naruto tragó saliva para aliviar la repentina sequedad de su boca, procurando no mirar aquellos músculos poderosos, enfundados en tela vaquera. Entonces él se inclinó, apoyando el brazo sobre el muslo, y aquello resultó aún peor, porque de pronto Naruto vio su torso muy cerca de él, tuvo que echarse hacia atrás en la silla-. Lo único que tienes que hacer es aceptar, en vez de perder el tiempo fingiendo que no te gusta que te toque.


Naruto prosiguió como si no lo hubiera oído.


-Si quieres que te pague inmediatamente, tendré que vender el ganado para reunir el dinero, y preferiría no hacerlo. Cuento con esa venta para mantener el rancho en funcionamiento. Pensaba vender parte de las tierras para conseguir el dinero, pero, naturalmente, eso llevará cierto tiempo. Ni siquiera puedo comprometerme a pagarte dentro de seis meses; todo depende de cuánto tarde en encontrar comprador -contuvo el aliento, aguardando su respuesta. Vender parte de las tierras era el único plan que se le ocurría, pero todo dependía de la benevolencia de Sasuke.


Él se incorporó lentamente y lo miró arrugando el ceño.


-Un momento, dobe, vayamos por partes. ¿Qué quieres decir con mantener el rancho en funcionamiento? El rancho ya está muerto.


-No, no lo está -dijo el kitsune con obstinación-. Todavía me queda algún ganado.


- ¿Dónde? -preguntó él, incrédulo.


-En los pastos del sur. La cerca del lado este necesita algunas reparaciones, y no tengo... -vaciló al ver que la rabia crispaba cada vez más los rasgos de Sasuke. ¿Qué le importaba a él todo aquello? Las tierras de ambos lindaban por el norte; su ganado no corría ningún riesgo de extraviarse.


-Retrocedamos un poco más -dijo él con crispación-. ¿Se puede saber quién está cuidando del ganado?


Así que era eso. No le creía porque sabía que ya no había vaqueros en el rancho.


-Yo me ocupo del ganado -le espetó, orgulloso. Él no podía haber dejado más claro que no lo consideraba ni capaz, ni dispuesto cuando se trataba de trabajar en el rancho.


Sasuke lo miró de arriba abajo, alzando las cejas, asombrado. Naruto sabía perfectamente qué era lo que veía, porque el mismo había creado aquélla imagen a sabiendas. Veía sus uñas pintadas de malva, sus sandalias blancas, sus pantalones de lino y su camisa de seda, que el contacto con la ropa mojada de él había humedecido. De pronto, Naruto se dio cuenta de que tenía la pechera mojada, y, aunque se puso colorado, alzó el mentón un poco más. Que mirara, qué demonios.


-Muy bien -gruñó él-. Déjame ver tus manos.


El cerró instintivamente los puños y lo miró con desconfianza.


- ¿Para qué?


Él se movió rápidamente y, agarrándolo de una muñeca, lo obligó a enseñarle la mano. Naruto se echó hacia atrás, intentando desasirse, pero él apretó un poco más, forzándolo a abrir los dedos, y luego le giró la palma de la mano hacia la luz. Observó su mano durante un largo minuto, con el rostro desprovisto de emoción. Después tomó su otra mano y también la examinó. Aflojó un poco su agarre y trazó con las puntas de los dedos los arañazos, las heridas a medio curar y los callos que empezaban a formarse en su piel.


Naruto aguardó, con los labios apretados en una mueca agria, y el semblante deliberadamente inexpresivo. No se avergonzaba de sus manos; el trabajo dejaba inevitablemente su imprenta en la carne humana, y el encontraba cierto consuelo en el arduo trabajo que le exigía el rancho. Pero por muy honrosas que fueran aquéllas marcas, cuando Sasuke las miró sintió como si lo desnudara con los ojos y lo observara atentamente, como si dejara al descubierto su intimidad. Naruto no quería que supiera tanto de él; no quería que le dirigiera aquel intenso interés; no quería que le tuviera lástima, pero sobre todo no quería que se mostrara condescendiente con él.


Entonces él alzó la mirada y sus ojos negros como la noche examinaron su semblante orgulloso e impenetrable, y Naruto sintió que todos sus instintos se ponían alerta. ¡Demasiado tarde! Quizá era ya demasiado tarde cuando le abrió la puerta. Desde el principio, había sentido su tensión, la ansiedad apenas refrenada que al principio el confundió con su habitual hostilidad. Sasuke no estaba acostumbrado a que un Doncel que deseara lo hiciera esperar, y él le había mantenido a raya durante diez años. Pero, en realidad, el único momento en que estuvo verdaderamente a salvo de su influencia fue durante su breve matrimonio, cuando la distancia entre Filadelfia y el interior de Florida no se reducía solo a unos cuantos miles de kilómetros, sino que era la distancia entre dos estilos de vida completamente opuestos, tanto en el fondo como en la forma. Pero ahora se encontraba de nuevo a su alcance, y esta vez era vulnerable. Estaba arruinado, solo, y le debía cien mil dólares. Sin duda, él esperaba que fuera fácil.


-No tienes por qué hacerlo solo -dijo él finalmente, con voz más profunda y pausada. Seguía sujetándole de las manos, y sus pulgares aún se movían suavemente sobre las palmas de las manos de Naruto. Entonces se puso en pie y tiró de el para que se levantara. Naruto cayó en la cuenta de que, hasta el momento, no le había hecho ningún daño; le había abrazado contra su voluntad, pero no le había hecho daño. Le tocaba con suavidad, pero sabía sin ningún género de dudas que no podría desasirse de él hasta que lo soltara voluntariamente.


Su única defensa seguía siendo el leve tono burlón que había usado contra él desde el principio. Le lanzó una sonrisa radiante desenfadada.


-Claro que sí. Como tú has dicho tan amablemente, mis amigos no se han precipitado a venir en mi rescate precisamente, ¿no es cierto?


La boca de él se crispó en una mueca de desdén hacia aquellos «amigos». Nunca había tenido paciencia con los ricos indolentes y aburridos.


-Podías haber acudido a mí.


El volvió a dedicarle la misma sonrisa, sabiendo que la odiaba.


-Pero tardaría mucho tiempo en devolver una deuda de cien mil dólares de esa forma, ¿no crees? Ya sabes que odio aburrirme. Un prostituto de primera categoría saca, ¿cuánto?, ¿cien dólares cada vez? Aunque estuvieras dispuesto a hacerlo tres veces al día, tardaría un año en pagarte la...


Una furia oscura y fulgurante brilló en los ojos de Sasuke. Finalmente le soltó las manos, pero únicamente para agarrarlo por los hombros. Lo mantuvo quieto mientras volvía a mirarlo de arriba abajo.


- ¿Tres veces al día? -preguntó con engañosa suavidad, mirando su pecho y sus caderas- Sí, claro que podría. Pero te olvidas de los intereses, nene. Y yo los cobro muy altos.


Naruto se estremeció, deseando poder cerrar los ojos contra aquélla mirada. Le había provocado temerariamente, y él le había devuelto la pelota. Sí, era capaz de hacerlo. Su apetito sexual era tan intenso que prácticamente ardía con él, atrayendo al sexo opuesto como polillas indefensas. Naruto intentó reunir el aplomo necesario para seguir sonriendo, y consiguió encogerse de hombros ligeramente.


-Gracias de todos modos, pero prefiero revolcarme en el estiércol.


Si, en aquel momento, él hubiera perdido el control, Naruto habría respirado más tranquilo, sabiendo que todavía llevaba la voz cantante, aunque fuera por poco. Si podía mantenerlo a raya a base de insultos, estaría a salvo. Pero, aunque Sasuke crispó las manos levemente sobre sus hombros, logró refrenar su ira.


-No te pases, cariño -le advirtió suavemente-. No me costaría ningún trabajo enseñarte ahora mismo qué es lo que de verdad te gusta. Será mejor que me digas cómo demonios piensas mantener el rancho en funcionamiento tú solo.


Por un instante, los ojos de Naruto le parecieron muy claros e insondables, llenos de una desesperación que Sasuke no estaba seguro de haber visto nunca. Pero al instante recobró su frialdad burlona y su arrogancia, sus ojos se volvieron opacos y sus labios se curvaron ligeramente, de tal forma que a Sasuke le dieron ganas de zarandearlo.


-El rancho es problema mío -dijo, desdeñando la oferta de ayuda implícita en sus palabras. Sabía cuál era el precio que exigiría a cambio de su ayuda-. A ti, lo único que debe preocuparte es cómo quieres que te devuelva el dinero.


Él lo soltó por fin y volvió a sentarse sobre el escritorio, estirando sus largas piernas y cruzando los tobillos.


-Cien mil dólares es mucho dinero. No me fue fácil reunirlo en efectivo.


A Naruto no hacía falta que se lo dijera. Sasuke poseía millones en bienes raíces, pero el dinero de un ranchero estaba atado a la tierra y al ganado, y los beneficios revertían constantemente en la mejora del rancho. El dinero líquido no podía derrocharse en frivolidades. Naruto apretó la mandíbula.


- ¿Cuándo quieres que te devuelva el dinero? -preguntó secamente-. ¿Ahora o más tarde?


El arqueó las cejas.


-Dadas las circunstancias, deberías intentar apaciguarme, en lugar de escupirme a la cara. ¿Por qué no pones el rancho y el ganado en venta? De todos modos, no puedes llevarlo tú solo, y al menos así dispondrás de dinero para vivir hasta que encuentres alguna forma de ganarte el sustento.


-Puedo sacar adelante el rancho yo solo -dijo el, palideciendo. Debía hacerlo; era todo lo que tenía.


-Ni lo sueñes, nene.


- ¡No me llames nene! -la rabia de su voz lo asombró incluso a él. Sasuke llamaba «nena o nene» a todas las mujeres y Donceles. Era una expresión cariñosa que no significaba nada, porque se la había dicho a muchas y muchos otros. El no soportaba imaginárselo en la oscuridad con otra persona, llamándole «nene» con voz profunda e indolente.


Sasuke lo agarró por la barbilla con su mano grande y ruda, y lo obligó a levantar la cara mientras le acariciaba el labio inferior con el pulgar.


-Te llamaré como quiera..., nene, y tú cerrarás la boca, porque me debes un montón de dinero y no puedes pagarme. Voy a pensar con detenimiento qué vamos a hacer con esa deuda. Hasta que lo decida, ¿por qué no piensas en esto?


Naruto intentó apartar la cara demasiado tarde, pero Sasuke seguía sujetándole por la barbilla, y se apoderó de su boca antes de que el pudiera desasirse. Naruto cerró los ojos, procurando ignorar la oleada de placer que lo invadió, intentando ignorar el modo en que los labios de él se movían sobre los suyos. Aquello era aún peor que la vez anterior, porque ahora él le besaba con firmeza y detenimiento, seduciéndole al mismo tiempo que lo forzaba. El intentó apartar la cara, pero Sasuke, anticipándose a sus movimientos, abrió las piernas y lo sujetó entre sus muslos. Naruto empezó a temblar. Abrió las manos sobre su pecho con la intención de empujarlo, pero sintió el latido de su corazón bajo la palma de la mano y, al notar su ritmo acelerado, deseó hundirse en él. Él metió la mano entre su pelo y le hizo girar la cabeza levemente. Naru no podía moverse y, lentamente, empezó a abandonarse a su voluntad. Abrió la boca, aceptando los lentos movimientos de su lengua mientras penetraba en su boca, llenándola con su sabor.


Le besaba con una pasión desarmante, como si no se saciara de él. Ni siquiera la perturbadora idea de que hubiera practicado aquélla técnica con cientos de Donceles disminuía su poder. Naruto se sentía completamente rodeado por él, indefenso ante sus caricias, su olor y su sabor, y su cuerpo se estremecía de deseo y de placer. Lo deseaba; siempre lo había deseado. Sasuke Uchiha se convirtió en una obsesión para él, desde el momento en que lo vio por vez primera, y Naruto se había pasado la mayor parte de los diez años anteriores huyendo del influjo de aquélla obsesión, y aun así había acabado a su merced.


El alzó la cabeza lentamente con los párpados entrecerrados y la boca humedecida por el beso. Al mirarlo, una expresión de satisfacción se apoderó de su semblante. Naruto estaba apoyado contra él, inerte, con la mirada enturbiada por el deseo y los labios enrojecidos e hinchados. Muy suavemente, Sasuke lo apartó de sí, sujetándolo por la cintura hasta que Naruto se mantuvo en pie; luego, se levantó.


Como siempre, cada vez que se cernía sobre él, Naruto retrocedió un paso sin darse cuenta. Intentó desesperadamente recuperar el dominio sobre sí mismo y trató de decirle algo que desmintiera la reacción que le había provocado su beso, ¿pero ¿qué podía decir? No podía haber dejado más claro que lo deseaba. Pero, por otra parte, él tampoco. Era inútil intentar recuperar el terreno perdido, y no perdería el tiempo intentándolo. Lo único que podía hacer era procurar mantenerlo a raya a partir de ese momento.


Lo miró de frente, muy pálido y juntó las manos con fuerza.


-No me acostaré contigo para pagarte la deuda, da igual lo que decidas. ¿Has venido aquí esta noche esperando llevarme directamente a la cama, dando por sentado que preferiría hacer de furcia para ti?


Él le lanzó una mirada penetrante.


-Esa idea se me pasó por la cabeza. Lo estaba deseando.


- ¡Pues yo no! -jadeó el, intentando refrenar la rabia que le provocó aquel ultraje. Debía controlarlo; no podía derrumbarse en ese momento.


-Me alegra, porque he cambiado de idea -dijo él con indolencia.


- ¡Vaya, qué generoso por tu parte! -exclamó el.


-Acabarás acostándote conmigo, pero no lo harás por el dinero que me debes. Cuando llegue el momento, te abrirás de piernas para mí porque me deseas tanto como yo a ti.


Naruto se estremeció bajo su mirada, y la imagen que conjuraron sus palabras ásperas atravesó su cerebro como un rayo. Sasuke lo usaría y luego lo abandonaría, como había hecho con tantos Donceles, si le permitía que se acercara demasiado.


-Te lo agradezco, pero no. Nunca me ha gustado el sexo en grupo, y eso es lo que tendría contigo.


Deseaba enfurecerlo, pero él le tomó de las manos y le acarició ligeramente los nudillos.


-No te preocupes, te garantizo que solo estaremos tú y yo entre las sábanas. Ve haciéndote a la idea. Volveré mañana para echarle un vistazo al rancho y ver qué hay que hacer...


-No -lo interrumpió el con fiereza, apartando las manos-. El rancho es mío. Puedo manejarlo yo solo.


-dobe, tú ni siquiera has manejado una chequera solo en toda tu vida. No te preocupes; yo me ocuparé de todo.


Naruto apretó los dientes, más por miedo de que tuviera razón que por otra cosa.


- ¡No quiero que te ocupes de nada!


-Tú no sabes ni lo que quieres -contestó él, inclinándose para darle un ligero beso en la boca-. Nos veremos mañana.


Así, sin más, se dio la vuelta y salió de la habitación, y al cabo de un momento Naruto se dio cuenta de que se había ido. Corrió tras él y alcanzó la puerta delantera justo a tiempo para verlo correr bajo la lluvia hacia la camioneta.


Sasuke no le tomaba en serio. ¿Pero por qué iba a hacerlo?, pensó Naruto amargamente. Nadie lo hacía, al fin y al cabo. Se apoyó en el quicio de la puerta y lo vio alejarse; le temblaban las piernas. ¿Pero por qué precisamente ahora? Durante años lo había mantenido a distancia con su hostilidad cuidadosamente manufacturada, pero de repente sus barreras defensivas se hacían pedazos. Como un depredador había percibido su debilidad y había entrado a matar.


Naruto cerró la puerta despacio, dejando fuera el sonido de la lluvia. La casa silenciosa lo cercaba, como un recordatorio vacío de los bandazos de su vida.


Apretó la mandíbula, pero no se echó a llorar. Sus ojos permanecieron secos. No podía permitirse perder tiempo ni fuerzas entregándose a llantos inútiles. De alguna forma tenía que aferrarse al rancho, devolver la deuda y mantener a raya a Sasuke Uchiha...


Esto último sería lo más difícil, porque tendría que luchar consigo mismo. No quería apartarlo de él; quería lanzarse en sus brazos y sentir que lo rodeaban. Quería alimentar el deseo que sentía por él, tocarlo como nunca había hecho y sumergirse en él. Sintiéndose culpable, notó un nudo en la garganta y estuvo a punto de romper a llorar. Se había casado con otro deseando a Sasuke, amando a Sasuke, obsesionada con Sasuke; de alguna forma, Gaara, su ex marido, se había dado cuenta, y sus celos acabaron convirtiendo su matrimonio en una pesadilla.


Su mente ardía en recuerdos, y para distraerse entró en la cocina y se preparó la cena: un cuenco de ramen instantáneo. Había tomado lo mismo para desayunar, pero estaba demasiado nervioso para ponerse a cocinar. Al final no fue capaz de comerse ni la mitad del cuenco; de repente, soltó los palillos y escondió la cara entre las manos.


Toda su vida había sido un príncipe, el niño de los ojos de sus padres, pues nació cuando estos tenían casi cuarenta años y ya habían perdido la esperanza de tener hijos.


Naruto recordó con pesadez cuando su madre estaba viva


Flashback


Su madre había sido una persona fuerte que siempre ayudo a su padre a salir adelante, pero una grave enfermedad acabo con la vida de Kushina Uzumaki, ahora bien Minato tuvo que criar a su hijo doncel que era su viva imagen, y le cumplía todo capricho que tuviera aquélla no era una idea extraña en su generación, y Naruto no lo culpaba por ello. Minato Namikaze había protegido y mimado tanto a su mujer como a su hijo; así pensaba que debía ser la vida, y para él era un motivo de orgullo poder mantenerlos sin estreches. Cuando su madre murió, Naruto se convirtió en el depositario de toda aquélla devoción. Minato quiso que tuviera lo mejor; que fuera feliz, y, a su modo de ver, fracasaría como padre y como hombre si no lo era.


En aquellos días, a Naruto le producía alegría dejar que su padre la rodeara de regalos y lujos. Su vida transcurría como siempre había esperado, hasta el día que Minato puso su mundo patas arriba al vender la casa de Connecticut donde se había criado, y se lo llevó a un rancho ganadero en el interior de Florida, no muy lejos de la costa del Golfo. Por primera vez, Minato no se dejó conmover por las súplicas de Naruto. El rancho ganadero era su sueño hecho realidad, la respuesta a una necesidad profundamente enterrada en su interior que había ocultado bajo sus camisas de seda, sus trajes de rayas y sus citas de negocios. Lo deseaba tanto, que ignoró las lágrimas de Naruto y le aseguró alegremente que al cabo de poco tiempo tendría amigos nuevos y amaría el rancho tanto como él.


En eso, en parte, había tenido razón. Naruto hizo nuevos amigos, poco a poco se acostumbró al calor, y hasta empezó a disfrutar de la vida en un rancho ganadero. Minato remodeló completamente la vieja casa del rancho, para asegurarse de que su amado hijo no se viera privado de las comodidades a las que estaba acostumbrado. De modo que Naruto se hizo a la idea, e incluso procuró convencer a su padre de que estaba contento. Él se merecía cumplir su sueño, y él se avergonzaba de haber intentado convencerlo de lo contrario. Su padre hacía cuanto podía por hacerlo feliz; lo menos que Naruto podía hacer era intentar complacerlo.


Entonces conoció a Sasuke Uchiha. Naruto apenas podía creer que hubiera pasado diez años huyendo de él, pero era cierto. Lo había odiado, temido y amado, todo al mismo tiempo, con la loca y apasionada obsesión de la que solo era capaz una adolescente, pero siempre había tenido clara una cosa: a él no podría manejarlo. Nunca había fantaseado con ser el Doncel que lograra domarlo; él era demasiado débil y Sasuke era demasiado fuerte. Podía tomarlo y utilizarlo, pero él no era suficiente Doncel para retenerlo. Era un niño mimado y consentido; a él ni siquiera le agradaba. Como mecanismo de defensa, Naruto se empeñó en resultarle aún más antipático, a fin de asegurarse de que nunca se interesara por él.


Naruto había ido a una exclusiva universidad para señoritas y donceles en el este, y después de su graduación pasó un par de semanas con una amiga que vivía en Filadelfia. Durante aquélla visita, conoció a Gaara, heredero de una de las familias más antiguas y acaudaladas de la ciudad. Era alto y pelirrojo, llevaba un tatuaje en la frente. Tenía carácter serio y mirada fuerte a pesar de que su color de ojos eran verdes. Su parecido con Sasuke era nulo, salvo por esos detalles de su personalidad, y Naruto no podía decir que se hubiera casado con él conscientemente porque le recordara a Sasuke, pero temía que, inconscientemente, hubiera hecho justamente eso.


Gaara era muy divertido, tenía una sonrisa sutil, no exagerada y le encantaba organizar juegos absurdos. En su compañía, Naruto conseguía olvidarse de Sasuke y divertirse. Le tenía un profundo afecto a Gaara, y había llegado a quererlo tanto como era capaz de querer a cualquier hombre que no fuera Sasuke Uchiha. Lo mejor que podía hacer era olvidarse de Sasuke, no mirar atrás, y seguir con su vida. Después de todo, entre ellos nunca había habido nada, aparte de sus fantasías, y Gaara lo adoraba. Así que se casó con él, para alegría de su padre y de él.


Aquello fue un error que casi le costó la vida.


Al principio todo fue bien. Pero después Gaara comenzó a mostrar signos de celos cada vez que Naruto se mostraba amable con otro hombre. ¿Notaba acaso que no lo quería cómo debía? ¿Que solo era dueño de la parte más superficial de su corazón? Naruto seguía sintiéndose culpable incluso ahora, porque los celos de Gaara no eran infundados. Él había sido incapaz de descubrir al verdadero objeto de los deseos de Naruto, de modo que se ponía furioso cada vez que le sonreía a otro hombre o que bailaba con otro.


Las escenas se hicieron cada vez peores, y una noche acabó dándole una bofetada durante una fuerte discusión, después de una fiesta; él había cometido el error de hablar dos veces con el mismo hombre mientras recorrían la mesa del bufé. Asombrado, con la cara ardiendo, Naruto miró los rasgos crispados de su marido y comprendió que los celos se habían apoderado de él. Por primera vez, le tuvo miedo.


Aquel incidente también impresionó a Gaara, que escondió la cara en el regazo de Naruto como aferrándose a él mientras lloraba y le suplicaba que lo perdonara. Juró que nunca volvería a hacerle daño; dijo que prefería cortarse las manos antes que volver a pegarle. Conmovido, Naruto hizo lo que tantos Donceles hacían cuando sus maridos les pegaban: lo perdonó.


Pero aquélla no fue la última vez. Por el contrario, todo empeoró a partir de entonces.


Naruto estaba tan avergonzado e impresionado que no se lo dijo a nadie, pero finalmente no pudo soportarlo más y presentó cargos contra él. Para su espanto, los padres de él sobornaron discretamente a todos los implicados, y Naruto se quedó sin apoyos legales, pues todas las pruebas desaparecieron. Los Sabaku no, estaban dispuestos a proteger a su hijo costara lo que costase.


Finalmente, Naruto intentó dejarlo, pero solo consiguió llegar a Baltimore antes de que Gaara diera con él, lívido de rabia. Fue entonces cuando Naruto comprendió que había perdido la razón; los celos lo habían enloquecido. Agarrándolo del brazo con tanta fuerza que le dejó moretones durante dos semanas, pronunció la amenaza que la retuvo a su lado durante los dos años siguientes: si volvía a abandonarlo, haría matar a su padre.


Naruto no dudó ni por un momento de que lo haría, como tampoco dudó de que saldría indemne; estaba protegido por el dinero y el prestigio de su familia, y por una red de viejos amigos de la familia que procedían del mundo del derecho. De modo que Naruto se quedó, temiendo siempre que la matara en uno de sus ataques de furia, pero sin atreverse a marcharse. Debía proteger a su padre, costara lo que costase.


Sin embargo, finalmente, encontró un modo de escapar. Una noche, Gaara le golpeó con un cinturón. Pero sus padres estaban de vacaciones en Europa, y para cuando se enteraron del incidente, ya era demasiado tarde para utilizar sus influencias. Naruto se escapó de casa, se fue al hospital, donde le curaron las heridas, y consiguió copias del informe clínico. Esas copias le valieron el divorcio.


Pero el kitsune se llevaría las cicatrices a la tumba.

Notas finales:

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LA ADAPTACIÓN NO ME PERTENECE


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