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La agonía de un rey por BlackPhilip

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Notas del capitulo:

- Desafío relámpago de la página Es de Fanfics: "Monarquía: No obstante, uno de los protagonistas lidera una resistencia en contra del rey" sin exceder 2000 palabras
- Es un AU donde Louis es un rey y Legosi un rebelde, si, lo sé, no es una gran idea, lo siento ^^u

La corona siempre se sintió pesada sobre su cabeza. Sin embargo, su amplio grupo de consejeros consideró que era necesaria, un gesto que le recordaría a aquel sucio rebelde con quien trataba.

Así que ahí estaba, sosteniendo el pesado ornamento por el cual han luchado por siglos.

Frente suyo, el retrato de un rey muerto le devolvía la mirada. Su padre yacía inmortalizado en una pintura de hermosos trazos, para siempre pertenecer al presente. Louis lo entendía, una imagen como aquella podía embellecer el pasado, borrando todos sus defectos. Él mismo estaba comenzando a olvidarlos, dejando atrás la amargura de haber sido su hijo, para sólo añorar su crianza.

Podía escuchar tan lúcidos los viejos relatos que le contaba antes de dormir, susurros nostálgicos de su infancia que le narraban las heroicas hazañas de sus antecesores, historias contadas por los vencedores. Pero con el paso de los años, él descubrió la realidad de estas.

Los valerosos cérvidos habían reivindicado a las grandes ciudades de esclavos con la visión de cambiar la vieja cadena, gobernada por carnívoros. El fuego y la sangre se volverían cenizas, y de las cenizas se alzaría el nuevo mundo. Esa fue la promesa que nunca se cumplió, el pútrido engaño que escupió el anhelo de los inocentes. Tan pronto como el ciervo tomó el trono por sobre todos los animales, la brutal tiranía volvió a regir. Una vieja historia que ya había terminado, pero estaba empezando de nuevo.

El eco de sus súbditos llamando a su puerta volvía a resurgir, cantando maldiciones que presagiaban su dolorosa muerte, aullando los gritos de guerra de toda una generación, que se alzaban tan magníficos como la libertad. Él podría tener las riquezas, una fortaleza, una corona, pero ellos tuvieron el odio para encender las llamas de la resistencia. Estaba presenciando como su nación se marchitaba en una guerra, lo sabía perfectamente. Y ahora era él quien debía ser derrocado.

¿Lo merecía? Tal vez. Había intentado ser justo. Pero ¿Cuánta justicia se puede hacer cuando uno nace con miseria en el corazón?

Él nunca fue parte de esa familia de grandes y honorables Señores. Era sólo el hijo de un herrero y una ramera, en el mejor de los escenarios. Un extranjero que fue acogido bajo el opulento manto real, y le inyectaron como veneno una falsa sangre de oro.

No cargó la corona con honor, no trajo prosperidad a su reino, porque un día entendió que nunca fue el deber divino de los ciervos hacerlo, ellos simplemente lo tomaron con engaños, haciéndose llamar salvadores.

Y fue como si volviera a nacer.

Cual cazador, empezó a traer a su mesa el martirio de otros animales para disfrute de su Corte. Los consumían y realizaban festines con los restos. No le producía ningún placer, ningún remordimiento. Sólo era un ferviente creyente del orden natural de las cosas.

Pero conforme más retumbaban los portones de su baluarte con golpes ensordecedores, comprendía que el banquete de cadáveres estaba llegando a su fin. Bendición o maldición, poco le importaba. Había perdido la guerra antes de darse cuenta.

—.

La voz de su caballero lo alejó de sus pensamientos, anunciando la llegaba del inusual invitado. Con un leve asentimiento, comunicó su decisión al obediente soldado.

Las pesadas puertas se abrieron dolorosamente ante él, y el crujir se extendió por todo el salón como un cruel lamento. Escoltado por varios de sus guardias, un enorme lobo avanzaba torpemente hacia la cámara. Era joven, de pelaje gris, grandes manos y una larga y penosa cola metida entre las piernas. Intimidado, quizás. Sus ojos viajaban por los rincones del salón, observando casi absorto la obscena magnificencia que lo rodeaba. El más excéntrico arte se reproducía ahí dentro.

Finalmente, el canido miró a los ojos del Rey regente. Louis no ocultó una diminuta sonrisa petulante, el canto de un valeroso héroe revolucionario prometía ser cualquier cosa menos ese carnívoro cohibido.

Con la misma confianza, pidió estar a solas con su visitante, y sus hombres acataron, dejando al ciervo a merced de un depredador que demandaba la sangre de Lores.

Cuando las puertas se sellaron con el mismo dolor, la soledad y el silencio abrazó ambas almas, atrapándolos en lo que podía compararse a un frío mausoleo de piedra luciferina. Sólo la suave voz de Louis irrumpió en la mudez.

—Lord Legosi, he oído grandes historias sobre ti —Saludó. Sus palabras significaban tanto como un montón de arena.

—Yo no- No soy- —Apenas logró a balbucear cuando fue cortado por su majestad.

—¿No es ese tu nombre?

—Lo es, pero no soy ningún Lord, Su Alteza —Corrigió, su voz átona constataba su incomodidad—. Nací de baja cuna.

—¿Ah, sí? ¿Qué clase de animal es tu padre? Debe estar orgulloso de los logros de su hijo.

La boca del lobo se abría y cerraba, pero ninguna respuesta salía de ahí. Parecía una cuestión que no solía discutirse. El ambiente era un poema al disgusto.

—Nunca lo conocí —Admitió Legosi finalmente.

Un simple sonido fue la respuesta del rey, que poco parecía importarle. Le indicó con un gesto que se sentara, y era bien sabido que era más una orden que invitación. En medio del silencio, la penetrante mirada del ciervo rojo estudiaba con gran escudriño la bestia que tenía delante, y sin preámbulo, un venenoso brillo iluminó sus ojos al reconocer por fin ese rostro gris tan familiar.

—Te conozco —Anunció para sorpresa de su aparente adversario—. Te he visto ¡Pertenecías a la guardia de mi padre!

—Si, Su Alteza.

—Te acusaron de traición. —Los fragmentos de su memoria se volvían cada vez más cristalinos, y sin esperar respuesta, preguntó— ¿Por qué?

Nuevamente, a Legosi le tomó un par de segundos formar las palabras de su testimonio. Mantenía los hombros bajos, intranquilo. Era casi ridículo pensar que se tratara de un renegado.

—El Rey Oguma se enteró de mis sentimientos por el príncipe, así que él...

—¿Qué clase de sentimientos tenías por mí? —Interrumpió Louis, con una dulzura hipócrita.

Sabía la respuesta, al igual que cualquiera de sus allegados. El rumor de un soldado enamorado de su Señor corrió rápido por el palacio. Ante la corte, su padre le había perdonado la vida por una repentina pizca de humanidad, así que en su lugar lo retiró de su armada con la bandera de deslealtad. ¿Quién hubiera adivinado que la benevolente lastima de un tirano llevaría su legado a la ruina?

Sin importarle recibir una contestación, procedió a servir vino en dos copas. Tomó una, viendo divertido como su contrario rechazaba la suya.

—¿No bebes? ¿Cómo consigues el coraje suficiente para mandar hombres a morir? —Cuestionó con curiosidad pura, bebiendo un gran sorbo de vino.

—Todo esto es un error —Confesó Legosi, para sorpresa de su rey—. ¡Nunca he buscado otra cosa más que proteger a los herbívoros!

—Pues estás fallando.

—¡Los animales que me siguen están ignorado el verdadero propósito! ¡Dicen ser mis abanderados, pero manchan las calles de sangre! —Exclamó el lobo, con una evidente pasión de genuinos sentimientos. Pero en el mismo segundo, recordó a quien tenía delante— Su Alteza, yo- lo lamento-

Su sumisa disculpa fue callada por una carcajada seca y carente de gracia, proveniente de Louis. Y sólo volvió a hablar cuando esta se convirtió en una sonrisa.

—Voy a morir despedazado sólo porque no supiste escoger bien tus palabras.

—Eso es lo que vine a evitar.

—¿Llegaste hasta aquí sólo para entregarte?

—No. Quiero que usted se entregue.

Al resonar esas últimas palabras, todo rastro de ironía desapareció en un instante.

—Yo sé que no es el hombre que todos creen. Hay piedad en su corazón, y aceptara rendirse si eso detiene esta masacre.

Sin poder decir nada debido a la sincera conmoción, Louis notó que había algo ahí, una sola palabra que no recordaba pues la había visto marchar hace años: honestidad.

—¿Aún tienes esperanza?

—Si, Su Alteza. Aún tengo esperanza en mi rey. Sé que se rendirá, porque es lo correcto.

—No. No me voy a entregar. No seré el maldito prisionero de nadie —Escupió Louis, con el dolor que le causaba vomitar esa palabra.

Pero sólo eran negaciones sin sentido, mantras inútiles. ¿De qué le serviría luchar con fiereza por conservar el poder, y el trono? ¿A qué mundo volvería? Atrás no le quedaba nada, y lo que venía por delante era peor.

El fin de la dinastía de los ciervos.

—Retiraré mi armada del campo —Declaró. Había entendido que su honor maldito ya no podía repararse—. Los hombres del Norte y Sur pelearán a tu lado, sin oponentes.

Su decretó le dejo una desagradable huella. No había honradez en sus palabras, pero carecía de sentido llorar por algo que nunca tuvo.

—Supongo que si soy el hombre que todos dicen —Musitó, observando como su alrededor perdía valor—. No me interesa tu guerra, ni la corona, ni la muerte. Sólo quiero curarme, y borrarme de esta familia condenada.

Alzó la vista, encontrando como consuelo un montón de caras familiares que condenaban su decisión. La soberana casa de los cérvidos cayó, no por los insurgentes, sino por su último rey.

—Y serás tú quien acabe conmigo. —Sentenció, sin estar dispuesto a discutirlo.

—No —Habló por fin Legosi, saliendo lentamente del estupor que le causó la voluntad de su rey—. No lo haré. Me niego a hacerle daño.

Louis dejó escapar una sonrisa, un leve ápice de honesta felicidad en medio de la amargura. Y para Legosi, verlo fue más doloroso que cualquier insulto, porque provocó que su corazón creara utopías que morirían al final de la guerra. El delgado herbívoro abandonó su lugar para sentarse al lado de su antiguo defensor.

—¿Sabes que pasará conmigo cuando tus animales rabiosos me atrapen?

—No los dejaré hacerlo.

—Legosi, si es verdad que tuviste sentimientos por mí, déjame morir con dignidad —Susurró en un suspiro lastimero, el primero en su vida—. Te lo suplico.

Por un momento, ambos se vieron a los ojos. No como rey y súbdito, sino como dos criaturas heridas por la vida, tratando de entender que las cosas jamás volverían a ser iguales, y que el nuevo mundo estaba por venir.

—Gana la guerra y pon mi cabeza en una lanza.

—.

Como se había predicho, ellos tumbaron las puertas en un torbellino de sangre y triunfo. Podía escuchar los gritos de sus cercanos detrás de esas cuatro paredes. La sinfonía infernal se complementaba junto al sonido de la carne siendo cercenada, y el llanto de las madres, los gruñidos guturales de los hijos muriendo en batalla.

Desde la ventana veía la luna reflejada en los charcos de sangre, el pestilente olor metálico opacaba incluso al de sus banderas quemadas.

La puerta se abrió con un leve crujido. La presencia de un depredador embriagó sus sentidos, y finalmente se sintió en casa. No era capaz de ver más allá de la oscuridad, y sólo pudo ver el rostro de Legosi cuando este estuvo frente a él. Las palabras sobraban, pues el silencio era más elocuente que cualquier poesía.

El lobo alzó la espada que empuñaba. Ningún animal había muerto bajo ella, lo supo con solo ver un acero brillante y pulido en medio de la masacre. Con cuidado, Louis acercó su mano a la del canido y sin mucho esfuerzo hizo que la soltara. El frío eco de metal firmó la última diligencia del regente.

—Hazlo con la boca —Susurró, tan dulce como la miel.

Ambos se abrazaron, y el ciervo rojo se sintió envuelto en un tierno calor. Legosi besó su cuello como preludio de su inminente martirio. Percibió ese gran cuerpo temblar violentamente, incluso más que el suyo.

No fue tan rápido, ni tan prolongado, sólo el tiempo suficiente para una disculpa silenciosa. La justicia que ocurría afuera ya no importaba, porque la despedida del rey era más gloriosa.

Y pronto su piel quemó a la par que un horrible jadeo se escapaba de sus labios.

Al final, no hubo nada más allá, sólo la lluvia carmesí borrando su pasado, su futuro.

Notas finales:

Es una lástima que sólo estuvieran permitidas 2000 palabras, hubo tantas cosas y diálogos que quería incluir ^^u
¡Muchas gracias por leer!


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