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You are my Destiny por BlackHime13

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Notas del fanfic:

¡He vueltoooo! Ha pasado un tiempo desde que escribí un SasuNaru, pero tenía muchas ganas de escribir esta histria n.n

 

Son tres capítulos en total. AU-Romance-Fantasia

 

Los personajes no me pertenecen a misino a Kishimoto-sensei (=^w^=)

Notas del capitulo:

Este capítulo está narrado desde la perspectiva de Naru, aunque es en 3a persona (;

No entendía por qué toda la aldea parecía odiarlo con tanto tesón. A pare de su abuela podía sentir las miradas de odio de todos y cada uno de los demás cada vez que caminaba por el pueblo. Sabía que la única razón por la cual no transcendía a agresiones físicas era causado por el hecho de que su abuela era la única sanadora de la aldea y todos eran más conscientes de que si algo le pasaba a él, ella no dudaría en coger todas sus pertenencias y abandonar el lugar para siempre.


Durante años buscaron a alguien que pudiera sustituirla, desafortunadamente para ellos, no encontraron a nadie, dentro de los residentes, que tuviera las aptitudes necesarias como para tomar el cargo. Alguien de fuera tampoco era una opción dado que su aldea se encontraba en un claro siendo rodeado por frondosos árboles y montañas.


Para los adultos la situación era clara y evidente, por ende sus actos no eran más que miradas y muecas de disgusto acompañados por palabras hirientes. Sin embargo, aquello no era lo mismo que sucedía entre los más jóvenes, puesto que estos no se contenían y el ser empujado, golpeado e insultado se encontraba a la orden del día.


Él se había acostumbrado a mentir y con una sonrisa decir que se había tropezado al correr por ahí. Era consciente de que su abuela no le creía, pero mientras la situación no escalase y le dañaran de verdad, ella estaba dispuesta a apartar la mirada. Si no fuese por la insistencia de él, quien declaraba que no quería marcharse del lugar que consideraba como su hogar, ella habría tomado la decisión de irse hacía mucho tiempo.


Era por ello, conociendo a la mujer como lo hacía, que él tomó la decisión de alejarse de los demás lo más posible en lo que duraba el día. Al amanecer corría hacia el bosque y se entretenía explorando hasta que era casi entrada la noche, momento en que volvía directamente a la cabaña que compartía con ella.


Normalmente solo los cazadores de la aldea tenían permitido adentrarse a las profundidades de aquel mar verde cuyos habitantes eran peligrosos hasta para el más y mejor entrenado individuo. Donde a cada criatura que encontraban el escenario más plausible era morir o matar.


Él conocía los peligros que residían allí, no obstante la maliciosidad que los aldeanos dirigían hacia su persona le hizo tomar la decisión de arriesgarse, deseando encontrar aunque fuese un pequeño atisbo de bondad que no procediera de su única pariente con vida.


Los adultos se lo permitieron, sin embargo sus intenciones eran obvias y plagadas de rencor, su deseo de verle adentrándose y no regresar jamás, deseo de que la muerte le llegara sin piedad ni misericordia. Para irritación de los mayores, aquello no pareciera que fuese a suceder. Después de varios meses en los cuales el joven iba y venía sin apenas un par de rasguños, ellos comenzaron a odiarle con mayor profundidad.


No era difícil el comprender de dónde vino aquella ira, puesto que a lo largo de los últimos años incontables guerreros habían perecido a mano de innumerables bestias, dejando a sus familias sumidas en el dolor y la tristeza de no poder ver a sus seres queridos de nuevo. Mientras él no recibía el más mínimo daño, como si el mismo bosque protegiera a aquella criatura que ellos consideraban como un estorbo y una desgracia.


Su hostilidad se hizo aún más evidente, creando un ambiente tenso que ocasionó que el joven se sintiera aún más asustado de permanecer entre ellos y, por consiguiente, alejándose todavía más causando que el rechazo hacia él incrementara. La situación era un claro círculo vicioso, uno que no iba a romperse hasta que alguien saliera herido. Para su pesar, era cuestión de tiempo en que él fuese el perdedor.


El día llegó, algo indudable e inevitable.


Fue poco antes de su séptimo cumpleaños donde lo ineludible sucedió. Un grupo de cazadores fue ataco durante su excursión, muchos murieron en el acto y muchos otros sobrevivieron, pero se encontraban en un estado grave. Su abuela, desbordada por el volumen del trabajo, incluso cuando muchas de las mujeres de la aldea se encontraban dándole una mano, no se percató de la hora que era, de que era más o menos cuando el menor volvía de su visita al bosque. Quien al no verla en casa intentaría buscarla.


No fue hasta que oyó los gritos que salió de la cabaña donde se encontraba, la que era considerada como el centro médico y se ubicaba más en el medio de la aldea. No fue hasta que le vio a él, tirado en el suelo con la ropa lacerada al igual que la piel que ahora se encontraba a la vista, moratones ya visibles adornando su cuerpo y, lo que la encolerizó hasta niveles insospechados, la sangre que se acumulaba en el suelo y que provenía sin lugar a dudas del rostro del pequeño.


Le vio quejarse, temblar, llorar en silencio al tiempo en que sus manos tapaban su cara, ocasionando que aquel líquido espeso cubriera sus pequeñas y suaves palmas, al igual que sus brazos y otras partes de su cuerpo.


El silencio se hizo presente, adultos observaban la escena con sonrisas evidentes adornando sus facciones mientras que niños y adolescentes dejaban escapar risas repletas de diversión.


La mujer hizo todo lo posible por ignorarlos, más enfocada en su nieto y su estado. Caminó a paso aparentemente tranquilo, acercándose al pequeño niño, apartando con brusquedad a aquella niña de tan solo diez años la cual seguía sosteniendo el cuchillo repleto de sangre que había utilizado para atacar al menor, mirando a todos y cada uno de los presentes sin emoción alguna en sus orbes color avellana.


A continuación, posó su vista de nuevo en su nieta el cual, sintiendo su presencia, alzó un poco la cabeza y le miró con sus gemas zafiro brillando por las lágrimas acumuladas en ello, intentando escapar de su prisión y las que lo consiguieron se unieron al espeso líquido rojizo que cubría parte del rostro de este. Sin pronunciar palabra, ella le cargó en brazos y se alejó de allí en dirección a la tienda que había sido su hogar desde el día en que nació, lugar que dejaría de serlo desde aquel mismo momento.


Al llegar a su destino, se adentró en aquel vacío espacio, sus pertenencias hacía tiempo que se encontraban guardadas y almacenadas en la carreta ubicada detrás de la cabaña, sabiendo que el día donde se marcharían sería inevitable, por lo tanto sus preparativos para alejarse de allí ya se encontraban listos.


Con cuidado depositó al joven sobre la mesa de madera en medio de la estancia, objeto que no tenía pensado llevar consigo, y procedió a atender las heridas que el pequeño ahora portaba. Al terminar, besó la frente del niño con cariño y dulzura quien la miró entre sollozos y asintió levemente, comprendiendo lo que sucedería a continuación.


Ella le vio bajar de encima del mueble y agarró una hoja de papel, donde escribió algo con rapidez, luego cogió una pequeña bolsita de cuero de dónde sacó un brazalete creado con dos cuerdas negras con pequeñas y brillantes piedras del mismo color, a excepción de una la cual era de un increíble tono zafiro. El menor se colocó el objeto en su muñeca derecha y entonces agarró con fuérzala bolsita contra su pecho al tiempo en que metía la nota dentro del saquito.


Sus zafiros se enfocaron en ella y comprendió que el pequeño se encontraba listo para su viaje, no obstante había algo que necesitaba hacer primero. Ella asintió con una leve sonrisa adornando sus facciones y los orbes del pequeño brillaron con emoción. Este intentó sonreír, sin embargo una mueca de dolor fue lo que obtuvo por sus esfuerzos dado que sus heridas en sus regordetes mofletes eran demasiado recientes. El niño cogió aire y a continuación salió corriendo de allí con un claro objetivo en mente.


Mientras todo aquello sucedía, la agitación entre los aldeanos se hizo presente y aumentó a medida en que el tiempo pasaba y nadie salía de allí. Las mujeres que continuaban dentro de la cabaña médica, comenzaron a llorar desconsoladas cuando sus heridos maridos, hermanos e hijos empezaron a fallecer uno tras otro, sus cuerpos no aguantando el dolor sin la apropiada atención médica.


Como ellas no se encontraban presentes durante el conflicto, no comprendían porqué la doctora había salido del lugar y no había regresado. Llenas de pesar e ira, salieron en su busca, notando entonces la agitación palpable entre los demás aldeanos, los cuales se habían congregado alrededor de la cabaña más alejada de la aldea: la de la sanadora.


Sin pensar mucho en ello, se encaminaron hacia allí y no fue hasta que vieron al pequeño niño salir corriendo del lugar, con claras magulladuras y sangre todavía presente en la escasa ropa que le cubría, que comprendieron la situación.


Sintiendo un nudo en su garganta, como su pecho era apresado por la congoja, esperaron agitados el momento en que ella hiciera acto de presencia, cosa que ocurrió varios minutos después de la salida del menor. Su rostro inexpresivo, sin embargo todos los allí presentes podían sentir la rabia y desagrado que ella contenía en su interior, tan palpable en el aire que la rodeaba que muchos sintieron nauseas.


Ellas se desplomaron, cayendo al suelo de rodillas y lloraron embargadas por el dolo y el pesar. Sus familias, más de veinte hombres de diferentes edades, se encontraban convalecientes sobre una cama, sufriendo por el dolor de sus heridas y esperando a que la parca hiciera acto de presencia para llevarse sus almas. Quién tomó la decisión de dictar su sentencia era nada más y nada menos que la única mujer con las habilidades necesarias para evitarlo, pero no por maldad, no, fue por algo mucho peor. Fue por el dolor que todas aquellas personas egoístas, todos y cada uno de los que se encontraban gritándole, reclamándole y exigiéndole que volviera a su puesto… esos monstruos, habían dañado a lo más preciado que la mujer poseía, a la única familia que le quedaba… y ellas sabían con certeza que la mujer no tenía la más mínima intención de ayudarles y que no había nadie que podría hacerla cambiar de parecer. Ellas, como madres, esposas, hermanas e hijas, comprendían que la doctora había escogido y ellos nunca fueron si quiera una de las opciones.


La mujer se mantuvo firme, esperando de pie frente a la entrada de la cabaña, con los brazos cruzados, el rostro desprovisto de emoción y con una bolsa colgada a su espalda. Permaneció en silencio, aguardando el regreso de su nieto, haciendo oídos sordos a la amalgama de voces que se unían hasta convertirse en una cacofonía de palabras inentendibles.


Miró con desagrado y animosidad a los presentes, posando su afilada mirada en la joven cuya ropa seguía manchada de sangre perteneciente a su nieto, la cual reclamaba más fuerte que nadie el que volviera para salvar a su progenitor. Fue entonces que una enorme sonrisa se instaló en el rostro de la mujer, no obstante el gesto no podía estar más lejos del cariño y la gentileza. Ese simple acto heló la sangre de todos los habitantes de la aldea que allí se encontraban.


Ella no se sintió satisfecha con sus reacciones por lo que la poseedora de orbes como la miel pronunció las últimas palabras que jamás les dirigiría a los aldeanos, aquellas que les atormentarían hasta que a muerte llamara a sus puertas: "¿Qué derecho tienes tú a exigirme que salve a tu ser querido, cuando no dudaste en atacar e intentar asesinar al mío?"


Esa escueta frase, les hizo palidecer y muchos de ellos cayeron al suelo con miradas ausentes y cuerpos temblorosos. Ninguno fue capaz de moverse. No cuando oyeron pasos apresurados acercarse hacia ellos. No cuando un pequeño niño llamó a la mujer y corrió hasta ser alzado en sus brazos. No cuando ella se alejó de ellos ni cuando escucharon el sonido de una carreta moverse junto a las pisadas del caballo emprender su camino. Y mucho menos pudieron hacerlo cuando el silencio tras su marcha fue roto por el rugido del cielo, el cual descargó su ira sobre ellos, sentenciando su destino.


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-¡Naruto! – oyó su nombre ser gritado y aunque reconoció al portador de aquella voz giró de todas formas para así encontrarse cara a cara con un joven de su edad, cabellos rojizo, tez pálida y orbes cual esmeraldas.


-¡Gaara! – saludó contento de ver a su mejor amigo quien se acercó a él con una leve sonrisa en el rostro para luego sentarse a su lado junto a la orilla del río.


-¿Qué hacías? Parecías ausente mientras mirabas el agua correr. – preguntó con curiosidad. El rubio de ojos como zafiros rió levemente y sin pensarlo jugó con el brazalete que portaba en su muñeca derecha.


- Solo… recordé algo que sucedió hace mucho tiempo. – susurró a la vez en que sus manos rozaban con suavidad las tres cicatrices que decoraban su mejilla de forma permanente.


El pelirrojo frunció el ceño, sabiendo desde hacía mucho lo que había ocurrido en la antigua aldea del rubio para que este recibiera aquellas marcas en su rostro. Con suavidad acarició la mejilla contraria donde reposaban las mismas marcas.


-No merece la pena Naru… esas personas, por llamarlos de alguna forma, pueden morirse por todo lo que me importa. – declaró apretando los dientes con enojo.


El ojiazul soltó una risita sin que pudiera evitarlo. – Eso es lo mismo que dijo Obaa-chan. – comentó el más bajo de los dos.


El de ojos esmeralda sonrió satisfecho por haberle hecho reír y pronto se sumieron en un agradable silencio, sin embargo sus ojos se posaron en la joyería que el rubio portaba y cuidaba como si fuera su mayor tesoro. Se mordió el labio inferior, inseguro en si debía hacerlo o no, pero la curiosidad llevaba carcomiéndole por dentro desde hacía ya tiempo. Cogió aire para darse algo de valor y sin mirarle decidió dar el paso que había querido dar desde hacía tanto.


- Naru… ¿significa algo esa pulsera? La llevas desde el día en que nos conocimos y… no sé, como que no es algo que vaya mucho contigo… ya sabes, son tanto negro y tal… - habló nervioso a más no poder. No quería entrometerse en la intimidad de su mejor amigo, pero no podía evitar cuestionarse el origen de aquella joya.


El mencionado le miró durante varios segundos y después pasó su azulina mirada en el objeto en cuestión: eran dos finas cuerdas negras adornadas por pequeñas y pulidas piedras negras junto a una sola de un tono azul semejante al de sus ojos que ocupaba el centro de la pieza.


Era totalmente cierto que el objeto contrastaba con su usual ropa en tonos brillantes y sin poder, ni querer, evitarlo una suave sonrisa se instaló en su rostro. Alzó la mano y observó como las piedras brillaban bajo los rayos solares que en esa nueva posición lograban alcanzar.


Ocho años… ese era el tiempo que llevaba viviendo en aquella aldea, a meses de viaje de dónde residía con anterioridad, y nunca nadie antes le había preguntado aquello. Sabía que algunos de sus amigos querían hacerlo, incluso algunos adultos, pero ninguno de ellos se había atrevido a hacerlo.


-¿Naru? – su amigo le llamó y él le miró, chocando zafiros con esmeraldas. Podía notar la ligera preocupación y el nerviosismo provenir de ellas lo que causó que sonriera con mayor amplitud.


A continuación se dejó caer de espaldas sobre la suave hierba que allí residía y alzó su brazo hacia el sol de nuevo.


- Es verdad… no es algo que yo llevaría y nunca fue creado para que yo lo mantuviera conmigo para siempre. – dijo sin apartar la mirada de aquellas brillantes gemas. – Después de todo… esta es mi promesa. – murmuró, suaves palabras que el viento llevó consigo.


El pelirrojo observó la escena y notó como el rubio acercaba el brazalete hacia sus labios y besaba castamente la gema azul. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y entonces supo que aquel objeto era más peligroso y mucho más precisado de lo que a simple vista parecía, como si aquellas palabras conllevaran un puso sobre ellas ineludible e irrompible.


Fuese lo que fuese que el ojiazul prometió bajo esas cuentas, estaba claro que no tenía la más mínima intención de dar un paso atrás, de olvidar y seguir con su vida. Aquella era una cadena que el menor escogió llevar, una que no tenía pensado quitarse y abandonar.


Si no fuese por el brillo de determinación que su amigo poseía en aquellos magníficos zafiros suyos, seguramente se habría sentido angustiado por lo que el futuro le depararía al contrario, pero una sonrisa se apoderó de sus facciones y se dejó caer junto al rubio al tiempo en que miraba hacia el despejado cielo sobre sus cabezas.


-Estoy seguro que lo cumplirás. – susurró más para sí mismo que Naruto quien cerró los ojos y amplió sus sonrisa, sabiendo que no era necesario que respondiera a aquellas palabras.


Fue momentos más tarde que, sin poder evitarlo, los recuerdos volvieron a invadir su mente. Le era imposible el olvidar aquel encuentro que sin saberlo marcaría su vida para siempre.


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Queriendo huir de las miradas, de los susurros y palabras maliciosas de las personas que le rodeaban, se adentró al bosque.


Aunque los demás niños no tenían permitido salir de la aldea, dado que aquel lugar era peligroso pues se encontraba plagado de criaturas salvajes y sedientas de sangre, él a sus seis años lo consideraba su refugio.


Aquella contaba como su décima visita al bosque, poco a poco adentrándose más y más en las profundidades del lugar, y aunque durante sus primeras visitas se sintió algo ansioso por lo que pudiera atacarle, su mente recordando las historias que los adultos contaban sobre sus expediciones entre la flora, pronto comprendió que no iba a pasarle nada malo a él.


Era algo que sabía desde lo más profundo de su ser. El bosque le hacía sentir protegido y querido. Lo sentía cada vez que los rayos del sol se colaban por entre las ramas de los árboles, alumbrando su camino; por los dulces olores de las diversas frutas y bayas que crecían a su alrededor; por la gran variedad de coloridas flores que iba descubriendo; por la suave y cálida brisa que parecía protegerle y acompañarle… era como si el mismo bosque se encargara de mantener alejado a toda criatura que pudiera hacerle el más mínimo daño.


Él, como todos los niños de la aldea, había oído historias sobre aquellos seres mágicos que habitaban aquel bosque y nunca imaginó que sería capaz de conocer a uno, mucho menos que saldría vivo del encuentro. Fue por eso mismo que aquel día se convirtió en el más increíble de su corta vida.


Se encontraba descansado después de andar más de lo habitual, recostado sobre la suave hierba que crecía poco antes de llegar a la orilla del río, se dedicó a desfrutar de la cálida brisa que corría y de la luz que caía sobre su rostro, bañándolo de un sentimiento que no sabría muy bien cómo describir.


Sus ojos, cerrados para no cegarse por los rayos solares, se abrieron cuando sintió una sombra cubrir su cuerpo. Tragó saliva cuando sus orbes chocaron contra carbón, un profundo negro que le atraía hacia un infinito abismo, ni el mismo cielo nocturno podía competir contra aquellas gemas oscuras. Vio como un ligero tono rojo bailaba entre la oscuridad, pero pronto desapareció, ocasionando que se sintiera ligeramente decepcionado sin saber muy bien la razón detrás de ello.


Parpadeó entre curioso y confundido, para luego ver como el poseedor de aquellas piedras se alejaba hasta el punto en que pudo ver con claridad todo su ser. Las escamas de color negro que brillaban sutilmente en un tono azul, al igual que el cabello del más alto pensó para sí mismo poco después, dependiendo del ángulo en que los rayos de sol impactaran sobre estos. Llegando más a la base de aquella magnífica cola, pudo notar como el brillo de las escamas era algo distinto, asemejándose más a aquel tono rojizo que con anterioridad danzaba en los orbes carbón.


Tardó un poco en procesar lo que sus ojos veían, demasiado absorto en lo maravilloso que ese ser era, pero cuando por fin lo hizo sintió su aliento cortarse y su corazón latir con mayor rapidez: Naga, así era conocida la criatura mitad humano, mitad serpiente.


Sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal cuando él, lo supo gracias al torso desnudo del contrario, le sonrió de lado. Sus finas facciones, las cuales podrían ser más femeninas de lo usual, le hicieron ver más imponente y masculino de lo que alguien podría imaginar para un ser de semejantes proporciones.


Paralizado, más por emoción que miedo, le vio lamerse los labios lentamente como si pudiera saborear algo que el rubio no. Esa acción dejó que una lengua, que no era para nada humana, se asomara con sutileza, al igual que los pequeños, pero no por ello menos peligrosos, colmillos que también residían en aquella cavidad. El naga no hizo nada para acercarse a su persona, manteniéndose lo suficientemente alejado al tiempo en que le observaba fijamente sin pronunciar palabra. Cuando por fin se movió lo hizo en la dirección contraria a donde el de orbes zafiro permanecía sentado y más pronto de lo que el más bajo hubiera deseado la figura del de cabello azabache ya había desaparecido entre los altos e imponentes árboles que allí residían.


Para su sorpresa y alegría, aquella no fue la única ocasión en que se vieron. Desde aquel día, cada vez que el rubio llegaba a la orilla del río, el naga ya se encontraba allí, como si le estuviera esperando. El ojiazul era quien siempre hablaba, sin embargo ninguno de los dos parecía molestarle aquel hecho. El silencio del moreno le hacía sentir tranquilo y protegido, una sensación parecida a la que el mismo bosque le hacía sentir, por lo que a veces se recostaba junto a este y cerraba los ojos, disfrutando de la paz que en muy pocas ocasiones había logrado sentir estando en la aldea.


Unos meses después de empezar aquella extraña amistad que compartían, el rubio llegó a su lugar de encuentro y se sorprendió al no ver al de cabellos negros allí. Mirando a su alrededor se acercó a la orilla, donde se sentó y procedió a lavar algunos de los rasguños y heridas que cubrían sus rodillas. Ese día, algunos de los niños mayores que él le atraparon antes de que pudiera salir y adentrarse al bosque.


Suspiró cansado de solo recordar lo sucedido, no obstante no pudo evitar sonreír cuando sintió una mirada fija sobre su persona, una que podría reconocer sin problemas puesto que su amigo tenía la costumbre de hacer aquello bastante. Gimió levemente con satisfacción una vez terminó con su trabajo y giró para ver al moreno el cual se acercó hasta sentarse en su sitio habitual. El ojiazul soltó una risita divertida y con una amplia sonrisa se acercó al más alto, se sentó junto a este y sin miramientos comenzó a acariciar con suavidad y cuidado aquella brillante cola repleta de escamas.


No pudo evitar que un sentimiento de calidez le bañara el pecho. Un día donde él se encontraba algo ausente, comenzó a recorrer su mano por la cola del naga y cuando se percató de lo que hacía temió que su amigo se molestase con él. Para su sorpresa aquello no sucedió puesto que el moreno simplemente le miró con una ceja alzada y una leve sonrisa ladeada, para luego asentir cuando le preguntó si podía seguir haciéndolo.


Desde aquel día, cuando él se sentía algo ansioso, triste o simplemente no tenía ganas de hablar de nada, se dedicaba a acariciar las escamas con sumo cuidado y admiración, pues mentiría si no dijera que se sentía atraído por esa belleza que el azabache poseía.


Metido en sus pensamientos como estaba, no se percató como el más alto le miraba de reojo, pasando de su cara y bajando hasta sus manos para finalizar en sus rodillas, observando con el ceño fruncido las heridas que allí residían. El naga recordaba perfectamente todo lo que el rubio le había contado sobre su vida en la aldea y al apretar los puños con enfado, pareció recordar lo que en su mano residía. Miró de reojo el objeto y sin decir nada extendió su extremidad hacia el ojiazul el cual le miró sin comprender.


-Sasuke. – oyó la voz del moreno por primera vez, pero no tuvo tiempo de reaccionar a aquello cuando acto seguido sintió que algo se estrellaba contra su pecho y caía sobre su regazo. Al dirigir su azulina mirada hacia allí sintió su corazón saltarse un latido pues un bonito collar reposaba con tranquilidad sobre sus piernas. Con cuidado lo alzó y miró cada detalle, desde la fina cuerda negra a las dos piedras redondas que brillaban con un toque plateado hasta la pieza central, una brillante gema que dependiendo de la luz cambiaba de un increíble zafiro a un precioso esmeralda.


Lo observó durante minutos, totalmente maravillado ante el objeto en sus manos, no notando la sonrisa que se instaló en el rostro del ojinoche ante su reacción. Leves lágrimas escaparon de los orbes color azul, no por sentirse triste sino que se sentía abrumado, y entonces sintió como el contrario las limpiaba con cuidado con una de sus pálidas manos.


- Es muy bonito Sasuke…- susurró y se mordió el labio inferior de forma nerviosa, cogiendo aire para lo que estaba por decir y le extendió el colgante de vuelta. - … pero no puedo aceptarlo. – sintió su pecho doler después de decir aquellas palabras, un sentimiento de inexplicable pesar embargándole. Miró apenado al naga, Sasuke, el cual frunció el ceño y se cruzó de brazos, claramente ofendido de que rechazara su regalo.


Las punzadas que sentía en su corazón aumentaron de intensidad ante la profunda y juzgadora mirada carbón lo que ocasionó que nuevas lágrimas brotaran de sus orbes. El de cabello azabache bufó y aunque todavía seguía enfadado, la forma en que secó sus mejillas continuaba siendo gentil y fue por ello que él pudo sonreír levemente entre sollozos.


Tardó más de lo que quiso en calmar su respiración y dejar de sentir como su pecho dolía y ardía a partes iguales, pero cuando lo logró miró de nuevo el objeto que seguía en su mano, para a continuación dejarlo con sumo cuidado sobre la cola del de ojos como la noche. Este observó la acción sin moverse, no impidiéndolo, pero claramente tampoco aceptándolo.


- No puedo tenerlo, Sasuke porque… no quiero que alguien me lo quite y se lo quede. Como… sé que no podré protegerlo… es la razón de que no pueda aceptarlo. – explicó Naruto lo mejor que pudo sonriendo con tristeza. El rubio no quería imaginar que el regalo que el moreno le dio pudiera terminar en manos de alguien más y por eso no podía arriesgarse a llevárselo a la aldea.


El naga le observó y poco después suspiró, aunque fue más un bufido de rabia contenida, para luego asentir y coger de nuevo el colgante, demostrando que comprendía la situación aunque no le gustara para nada.


-Sabes… puedes guardarlo y… cuando crezcamos te prometo que lo aceptaré. – propuso tímidamente el ojiazul y sonrió ampliamente cuando el más alto miró el objeto primero para luego asentir con una leve sonrisa.


Emocionado e increíblemente feliz, aunque no comprendía muy bien porque le hacía sentir tan contento el que el naga aceptara su propuesta, el rubio le abrazó repentinamente. Rodeó el cuello ajeno con sus brazos e impulsivamente besó la mejilla del contrario dulce y castamente.


Por su parte, Sasuke no tuvo tiempo de reaccionar, pues para cuando procesó lo ocurrido el ojiazul se encontraba caminando hacia el bosque, con la intención de regresar a la aldea antes de que anocheciera todavía más. Oyó como este le gritaba que se verían al día siguiente antes de desaparecer entre los árboles, dejando a un estupefacto moreno atrás.


Ninguno imaginó que aquello no sucedería.


A la mañana siguiente, Naruto corrió a su lugar de encuentro, sintiendo su corazón latir rápidamente ante la necesidad de volver a ver al naga. Al llegar no le vio y él esperó, pero el contrario nunca apareció. Se sintió algo decepcionado, pero sabía que el moreno no desaparecería de repente sin ninguna razón por lo que dedicó su día a hacer algo que llevaba rondando por su mente desde el día anterior.


No comprendía muy bien por qué, pero después de que Sasuke le obsequiara aquel objeto él había sentido la necesidad de hacer algo para él. Desde lo más profundo de su alma, algo parecía gritarle que el gesto era importante para el naga y que debía corresponderle de igual forma y es por ello que se dedicó a buscar bonitas y brillantes piedras para confeccionar un colgante para el de cabello azabache. Sin embargo, acabó con más de las que debería y como no quería tirar ninguna, decidió hacer algo diferente a su plan original.


Cuando terminó se sintió satisfecho a más no poder por el resultado de su arduo trabajo: dos brazaletes reposaban en frente de su persona. Ambos similares, pero diferentes al mismo tiempo. Uno era formado por piedras negras junto a una única gema azul, mientras el otro era todo lo contrario, repleto de piedras azules y una única negra. Lo que más le entusiasmó fue que a la luz del sol las pequeñas gemas carbón brillaban con un ligero tono rojizo semejante al de los ojos y escamas de Sasuke.


Soltando una risita eufórica se percató que se había hecho más tarde de lo usual, todo causado por lo absorto que se encontraba creando aquellos accesorios, y corrió de vuelta a la aldea, yendo directamente a su casa donde guardó su nuevo tesoro dentro de una pequeña bolsita de cuero.


Miró a su alrededor, extrañado de que su abuela no se encontrara allí comenzando a preparar la cena y decidió ir a buscarla. Fue cuando llegó más al centro de la aldea que notó las miradas hostiles, más que antes y para cuando notó que algo andaba mal, fue demasiado tarde.


Lo siguiente que supo fue como todo su cuerpo dolía y sentía que sus mejillas le ardían. Un espeso y caliente líquido recorría su cuerpo, bañando sus prendas de ropa y piel. Instintivamente posó sus manos en el origen de semejante cascada lo cual fue un error porque el grito que salió de su garganta causado por el intenso dolor que aquello le provocó no pudo ser contenido, así que apartó sus manos y vio como estas se encontraban teñidas de rojo.


Sintió su mente quedar en blanco, un vacío total que le ayudó a ignorar los gritos y risas que las personas a su alrededor le dirigían. No fue hasta que sintió una presencia cálida junto a él que alzó la vista y sus orbes que encontraron con los ojos miel de ella quien rápidamente le alzó en sus brazos y le llevó de vuelta a casa.


Cuando terminó de tratar sus heridas y le volvió a mirar, el rubio comprendió lo ocurrido y lo que ella había decidido que ya era hora de hacer. Supo que lo que le habían hecho los aldeanos era algo que su abuela no iba a tolerar y que a partir de ahora todo iba a cambiar. Así que asintió, aceptando la decisión de ella, pero había algo que debía hacer primero.


Para cuando se percató de ello, él se encontraba corriendo por entre los árboles, recorriendo el camino que se sabía de memoria. No deteniéndose hasta que llegó a su destino. Su cuerpo se detuvo frente a aquel río, el lugar que le hacía sentir más en paz que cualquier otro, donde había conocido a la persona que le hacía sentir tantas cosas que no podría describirlas todas.


Buscó con su mirada, solo necesitaba un sitio, el lugar indicado para dejar lo que llevaba en sus manos, aquel objeto que necesitaba que le llegara al naga. Pronto lo vio, en aquella roca donde solían recostar sus espaldas de vez en vez un agujero del tamaño indicado esperaba y con decisión dejo dentro la bolsita de cuero junto a lo que en esta residía.


Sintiendo las lágrimas recorrer su rostro, mojando los vendajes en su mejilla, emprendió el camino de vuelta, corriendo a todo lo que sus piernas daban siendo guiado por la luz de la luna y sintiendo las caricias del aire por última vez, sabiendo que no sería pronto cuando fuese capaz de volver a reunirse con el moreno.


Es por esa razón, que decidió dejar aquel objeto atrás, el que se suponía que debía de llevar su persona mientras que él portaba el que había creado para su amigo. Desde su muñeca derecha aquellas gemas brillaban gracias a la luz de la luna, la pequeña N grabada en la gema azul anunciando la verdad sobre su verdadero portador.


Con cuatro palabras inundando su mente y repitiéndose una y otra vez, se lanzó a los brazos de su abuela y así comenzar un largo viaje hacia lo que sería su nuevo hogar durante mucho tiempo, pero con la certeza en su corazón de que no lo sería para siempre.


"Prometo que volveré, Sasuke."


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Incluso después de ocho años, aquellas palabras que resonaron en su cabeza una y otra vez mientras corría por aquel bosque y se alejaba del moreno, continuaron presentes, sonando más y más fuerte con el pasar de los días lo cuales se convirtieron en meses y finalizaron siendo años.


Todavía no era el momento, lo sabía y cada vez que miraba aquella pulsera, su determinación aumentaba. Debía esperar hasta que aquella sensación en su pecho ardiera hasta que sintiera el aire faltarle; hasta que su cuerpo, mente y alma gritaran que era el momento de volver a su verdadero hogar. No era algo racional, no tenía explicación lógica. Simplemente era lo que más claro tenía. Era lo que quería y necesitaba. Era lo que iba a ocurrir sin importar lo que la gente opinara sobre ello.


Mientras ese brazalete siguiera en su posesión, la conexión entre ambos no se rompería, daba igual cuanto tiempo pasaran separados. Su vínculo era real y aquellas gemas eran la prueba de ello. Volvería… incluso aunque no supiera exactamente cuándo… lo haría. Porque lo prometió y sabía que el moreno cumpliría con su propia promesa. Debía volver e iba a hacerlo.


Continuará…

Notas finales:

Pues... ¿qué os parece? Tengo que decir que el fic está basado en tres imágenes concretas que no querían dejar mi mente. ¿Sabríais decirme cuales? En cada capítulo habrá una de ellas como base (;


Si algo no queda claro, no dudéis en preguntarme n.n


Nos leemos en el siguiente cap. (=^w^=)


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