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La marca del amor por Abyss

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Lleva días intentando no actuar extraño, aunque es algo casi imposible con la manera en que su padre se empeña en mirar su espalda mientras hace cualquier tarea dentro de la casa. Su mano es una molestia constante, aunque ya no pulsa debido al dolor, la cantidad de vendas que usa para esconder la costra y evitar quitarla no le permite hacer las cosas como antes, eso sin contar que debe tener cuidado al lavar los platos.

Ah, la marca… Escondida tímidamente bajo los gruesos vendajes, escondiéndose junto a un corte “accidental”, un cuchillo bien afilado y con el que jamás había tenido problemas, pero que los nervios de sentir a su padre demasiado cerca le hicieron hacer un fino corte en la piel, ocasionando que la sangre saliera exageradamente y le obligara a disculparse, escondiendo su mano y retrocediendo lejos de su progenitor para ir a curarse por sí mismo, escondiéndose en su habitación, sin saber si eso lo hacía más o menos sospechoso de lo que quería.

¿Qué se supone que debía de hacer? ¿Entregarse? ¿Había tan siquiera alguien a quien contárselo y lo pudiera aconsejar correctamente?

Piensa en sus amigos, la gente que lo rodea y la familia que está cerca. Nadie, absolutamente nadie es de confianza, no teme a los gritos, le tiene miedo al hierro que marcaría la palma de su mano de una peor manera que el cuchillo, teme a un mal matrimonio y la alta posibilidad de criar solo a un niño, de terminar el mismo en la misma situación que su padre, sintiéndose patético por no poder darle a su hijo lo que se merece, intentando llenar un hueco que jamás desaparece por más que lo intente.

—¿Qué debería de hacer?

Hace un esfuerzo por calmarse, lo que últimamente no parece funcionar como normalmente lo hacía, pero aun así lo intenta ya que tampoco sabe que más hacer aparte de respirar profundo e intentar no ahogarse con su propia saliva. Al final se levanta de nuevo, guardando lo que había utilizado antes de buscar la ropa necesaria para salir de casa, la nieve aun cubre todo a su alrededor, normalmente así era siempre, con el paisaje helado en todas partes.

—Padre. —se anuncia cuando entra a la sala, juntando sus manos debajo de sus holgadas mangas, su tipo de ropa favorito y el que justamente le favorecía para evitar preguntas incomodas cuando salga de su hogar—Voy a salir a caminar un poco, ¿Hay algo que desee que consiga?

Esta totalmente listo para salir de su casa cuando finalmente se dirige hacia su padre, es consciente de que los ojos de su padre le han seguido durante varios minutos mientras terminaba de prepararse, hasta que finalmente fue capaz de enfrentarlos para anunciar su pequeña salida, su necesidad de tomar aire fresco, sin ignorar que de paso podía conseguir algo para la hora de la cena o la comida de mañana.

—No es necesario, solo ten cuidado y regresa antes del anochecer, no está bien que estés solo tan tarde.

Hace un esfuerzo de sonreír mientras recibe las palabras de su padre, decide ignorar lo que podría estar sugiriendo, no quiere pensar en eso, así que simplemente hace una leve reverencia hacia su padre antes de abrir la puerta y finalmente respirar el aire frio, el cual golpea su rostro con más fuerza que si simplemente estuviera en la ventana de su habitación

—Bien, estoy fuera. Ahora… Primero hay que buscar al tío Odysseus…

Cierra detrás de si con cuidado, pensando cuidadosamente en sus acciones y lo que ya tenía pensado hacer, caminar hacia la puerta principal y pedir permiso para ir hacia la torre de vigilancia, la cual funcionaba también como una especie de convento, lleno de eruditos que no querían buscar el amor y preferían resguardarse entre libros, sin olvidar nunca la tarea de vigilar desde la parte más alta de la torre, asegurándose de siempre ser capaces de avisar sobre el avistamiento de extraños, intrusos o simplemente gente extraviada que necesitaba regresar y ya no sabía cómo hacerlo.

Esa, era la vida que había querido. Era lo que deseaba hacer, olvidarse por completo que el corazón en su mano podía volverse rojo en cualquier momento y simplemente pasarse el resto de sus días leyendo, encerrado con más gente en el eterno silencio de una fría biblioteca, olvidándose de la posibilidad de amar, ser amado y de tener una familia.

Saluda a los guardias para dirigirse fuera de la muralla que rodea y protege el lugar en el que vive, encaminándose hacia la estructura con la torre de vigilancia donde debía estar su familiar.

Está a medio camino cuando se detiene, los guardias de la puerta ya no le deben de prestar ninguna clase de atención a esas alturas, claramente ocupados con cosas más importantes que un joven encaminándose hacia donde está el resto de eruditos, los cuales, por supuesto, deberían de estar manteniendo una estrecha vigilancia al único camino por donde se podía subir y bajar.

No se mueve de su lugar, permitiendo que el aire frio golpee su rostro mientras su cabello se mece suavemente al no haber nada que detenga el aire a su alrededor, no se lo piensa más tiempo cuando sus pies comienzan a moverse de manera automáticamente, acercándose a la parte exterior de la muralla, donde la nieve se acumula, los arbustos siguen creciendo de esa manera en que la naturaleza se ha acostumbrado y donde lentamente los árboles crean su propio bosque, es peligroso meterse entre todos ellos, la nieve acumulada en las ramas podría caer en cualquier momento, lejos de la vista de todos, si uno llegara a quedar atrapado ahí probablemente terminaría muriendo de hipotermia.

No tenía absolutamente nada en mente cuando se metió por propia voluntad en el extraño terreno, como si las ramas de los árboles no fueran suficientes, la misma nieve acumulada por todas partes era sumamente engañosa, algo en lo que tuvo que caer en cuenta cuando una de sus rodillas se hundió hasta casi cubrir su rodilla, lo que le asusto de inmediato y le hizo retroceder.

¿Qué se supone que estaba haciendo ahí? ¿Por qué se había desviado?

Trago saliva cuando el silencio a su alrededor lo comenzó a tragar, estaba solo, en medio de… Algún lugar, estaba consciente de que aun podía regresar sobre sus pasos, no estaba nevando así que sus huellas eran totalmente visibles, y como si eso no fuera suficiente, solo debía de dar una pequeña vuelta y caminar hasta toparse con una pared de ladrillos, solo teniendo el cuidado de no chocar con fuerza contra algo.

Respiro profundo, sintiendo de repente como la respiración se le atoraba en el pecho mientras su cuerpo se paralizaba, la sensación de ser observado era incomoda, y preocupante. Tanto como podría ser cualquier persona mirándolo desde algún lugar que no alcanzaba a notar, como también podría tratarse de algún animal salvaje que lo estuviera analizando, preparándose para saltarle encima y convertirlo en su comida o alimento para sus crías, ¿Podría ser un oso? No, si fuera uno seguramente sería capaz de notar aun entre tanta nieve, recordaba la piel de oso, era normal que fuera negra o café, imposible de camuflarse a esas alturas de la montaña

Sus nervios y el miedo llegan a un nuevo nivel cuando escucha la nieve crujir y él no se ha movido ni un centímetro, solo se queda quieto e intenta cubrir la mayor parte de territorio helado que puede con la mirada, antes de que, de la nada, un montículo de nieve se mueva por sí mismo y uno de sus brazos es tomado rápidamente. Su boca se abre y toma aire, apunto de soltar un grito de terror debido al susto, antes de que su mirada se encuentra con un par de ojos verdes. No hay más ruido en el ambiente mientras su agitado corazón se calma y deja salir el aire lentamente, olvidándose por completo del miedo y la necesidad de gritar.

Esta demasiado ensimismado mirando los ojos de la otra persona, que se pierde el momento en que hay más ruido a su alrededor, ni siquiera nota la presencia de la segunda persona y tarda varios minutos en sentir como es jalado con suavidad en alguna dirección, sus pies se mueven por sí mismos, dejándose llevar sin oponer ninguna clase de resistencia.

Antes de reaccionar, dándose cuenta que se estaba moviendo montaña abajo en compañía de extraños. ¿Dónde se supone que había quedado su sentido común?

—¡Suéltame! —grita repentinamente, descubriendo que el chico de ojos verdes realmente no lo estaba llevando a la fuerza por lo fácil que fue quitarse su mano de encima, un descubrimiento que hace que su cuerpo se mueva con cierta violencia debido a la exagerada fuerza que uso para apartarlo.

—¡Shh!

Se cubre la boca al escuchar el siseo de las dos personas, obviamente asustadas, aunque no sabía exactamente de qué, ¿Por la posibilidad de que el grito creara una avalancha? ¿O porque podrían ser descubiertos? Cualquiera de las dos tenía sentido si lo pensaba un poco.

Retrocedió torpemente, intentando volver sobre sus pasos sin darle la espalda a esos dos, los intrusos que aún lo estaban mirando como si esperaran que rindiera y accedería a caminar por cuenta propia, lo que no tenía pensado hacer… O al menos no tan fácil como hace unos minutos.

—¿Qué haces aquí? —es lo primero que gruñe entre dientes cuando finalmente descubre su boca, cansado del silencio, la falta de una razón y con el corazón latiendo a mil por hora, con la mente más despejada podía darse cuenta de lo peligroso que era eso, una cosa era extraviarse y llegar a la aldea, pero otra muy distinta era hacerlo con el fin de llevarse a uno de ellos, si la aldea decidía lincharlos o hacerles algo más, nadie les iba a ayudar.

—¿Qué no es obvio? —respondió el castaño de ojos verdes con una sonrisa, como si aquella situación fuera tan obvia que no necesitara explicación alguna—. Vine por mi alma gemela. —admite sin miedo, quitándose uno de sus guantes para mostrar la marca carmesí.

La preocupación sobre lo que podría pasar desaparece en un instante cuando escucha aquellas palabras, es tan romántico que puede sentir como sus mejillas se calientan de forma automática y casi deja salir un suspiro, olvidándose por un instante del mundo en que vive. ¿Cómo se supone que debía de contestar? ¿Debía preguntarle como supo que era él? Su mano llena de vendas se dirige hacia su pecho, donde su corazón ha comenzado a latir con fuerza una vez más y le hace temer que en cualquier momento se le vaya a salir del pecho.

Nunca iba a admitir que había soñado con esto, pero maldita sea si lo había hecho.

Pasan varios minutos más en silencio, hasta que el castaño vuelve a moverse una vez más en la nieve para acercarse a él, teniendo cuidado al momento de tomarlo correctamente de la mano y empezar a jalarlo una vez más, mirándolo a los ojos mientras sigue un camino que no debería de conocer, pero parece que ha memorizado. Sus pies y su mente, una vez más, lo vuelven a traicionar por dejarse llevar, no hay palabra alguna que quiera salir de sus labios, tampoco más explicaciones de por medio y el simplemente se encamina montaña abajo como un idiota.

Su nueva reacción era algo que parecían estar esperando los extraños, ya que ninguno de los dos reacciono negativamente ante el nuevo rechazo, un instante donde tuvo que soltar la mano del castaño como si lo estuviera quemando, pero que realmente se debía a que su consciencia decidió darse cuenta de la situación y decirle que no estaba bien.

—Yo, yo, yo… —se repite torpemente, inseguro, no sabe que decir con exactitud, lo único que sabe es que hay cierto instinto que le dice que se deje llevar, que no pasara nada, la seguridad en las acciones del castaño no mejora ese sentimiento, su sonrisa parece una droga que adormece su racionalidad. Solo para despertar asustado del bello ensueño, recordando lo que está dejando atrás, su padre esperando en casa esperando su regreso, sus amigos y conocidos que aguardan para saludarlo el día de mañana, ¿realmente el sería capaz de abandonar todo, por una vida que jamás soñó?

—No temas, sé que… Se que probablemente jamás podrás volver, pero, realmente, realmente quiero que vengas conmigo. —la nieve cruje cuando se acomoda mejor frente al de cabello verde, extendiendo su mano para permitirle elegir, algo que no le había permitido hacer desde que se lo encontraron, su miedo de irse con las manos vacías era tal, que realmente estaba pensando en la sugerencia de dejarlo inconsciente y bajar la montaña con él en la espalda.

—Pero, no puedo ir contigo —se siente mal al decir aquellas palabras, algo se estruja en su pecho por la expresión que hace el castaño que en ningún momento deja de extender la mano, aguardando pacientemente a que la tome—, me esperan en mi casa.

Dice lo último en un susurro doloroso, su pecho late con fuerza mientras siente que está tomando el camino equivocado, algo le dice que no debe de volver sobre sus pies y simplemente seguir el camino que la nieve le oculta, pero no puede, el sentimiento de culpa no lo dejaría vivir, soltar esos lazos que se forjaron durante tantos años y que ama incondicionalmente, dejarlos ir, sonaba casi como una tortura cuando lo pensaba en ese momento.

—Entonces, ¿no puedes venir conmigo?

Su pecho convulsiona un poco cuando el tono triste del castaño lo golpea, la decepción en su mirada le duele más de lo que debería, sus labios tiemblan mientras sus dientes parecen intentar morder su lengua, callarlo antes de decir lo que no debería.

—No, no puedo…

Se esfuerza por respirar correctamente, sus pasos retroceden lentamente hasta chocar suavemente contra uno de los árboles, el toque es suave pero no puede evitar asustarse, girándose de inmediato para observar las ramas que no se mueven ante nada, antes de recordar su situación y girar de nuevo, abrazándose a sí mismo mientras se encuentra rodeado por dos extraños.

Sostiene con cierto miedo la mano vendada que cubre la marca del alma, y sus ojos se dirigen automáticamente hacia el joven de cabello castaño, el cual no para de observarlo, dirigiéndole una mirada llena de condescendencia, mientras su compañero, impasible ante la situación que se estaba desarrollando, termina por darle la espalda a los dos, vigilando que nadie apareciera de repente en su extraña reunión.

—¿Puedo convencerte, de alguna manera?

Da otro paso más hacia atrás cuando ve a su alma gemela intentando acercarse, su corazón late demasiado rápido que el sonido no llega bien a sus oídos, las lágrimas se acumulan lentamente en sus ojos por la desesperación, quiere tiempo para pensar, pero sabe que es algo que no tiene. Quiere hablarlo con alguien para pedir un consejo, ¿Pero que le dirán? ¿Algo que ya sabe?

Sus labios tiemblan cuando las lágrimas comienzan a rodar por su mejilla, sus rodillas se sienten cada vez más débiles para seguir sosteniéndolo, sabe que en cualquier momento van a ceder y entonces caerá hacia el suelo independientemente de todo.

Realmente, en verdad, quería que lo convenciera de marcharse de ahí.


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