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Manos Unidas por DanyNeko

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Yugi ya sabía que su alma y la de Yami estaban unidas, de alguna forma, gracias al rompecabezas del milenio. Ese conocimiento era un hecho consolidado en su mente, demostrable tanto en los duelos que Yami había tenido para protegerlo, como en los que habían enfrentado juntos más recientemente.

Sin embargo, aún con ese conocimiento sólido en su cabeza, nunca se había sentido tan espiritual y emocionalmente unido a Yami, como aquella noche, con lágrimas en los ojos y sus dedos aferrándose al rompecabezas -ya que no podía aferrarse físicamente a él- y exhibiendo su alma desnuda, ofreciéndosela al espíritu, a la espera de que este la aceptara como su hogar permanente.

"Yo quiero estar contigo para siempre" Yami había asegurado. Y si bien, su voz siempre era firme, confiada y sin dejar ninguna duda de sus intenciones. Yugi sintió que había algo más ahí, tan intenso, que su otro yo apenas era capaz de contenerlo, e hizo que su voz temblara de un modo que nadie más hubiese notado. Solo él, su compañero "Incluso si no consigo mis recuerdos de vuelta"

A Yugi ya no le importaba ese asunto en lo más mínimo. ¿Para qué necesitaba saber quién había sido, cuando sabía quién era ahora mismo, en el presente que ambos compartían? "Yo también… siempre… te voy a dar todos mis recuerdos" lo que sea, cualquier cosa que él quisiera, siempre que permaneciera a su lado.

El simple pensamiento de ser separado de su otra mitad era desgarrador, y le hacía doler el pecho de un modo que nunca antes había experimentado.

No quería que eso sucediera, nunca. 
Y no importaba si venían otros, como Pegasus, detrás de su rompecabezas. Yugi acababa de tomar una decisión, él se haría fuerte, todo lo necesario para proteger y mantener su rompecabezas. Para proteger y mantener a su yami.

Mientras todo eso se asentaba en su corazón, y entre ellos, el sentimiento fantasmal, casi inexistente de las manos de Yami sobre las suyas, alrededor del rompecabezas, se hizo lentamente más y más perceptible.
Yugi no sabría cómo describirlo, no era totalmente físico, pero era innegable que había habido un cambio.

Tal vez dándose cuenta de lo mismo, o no, una de las manos del espíritu dejó la ajena, y se levantó lentamente hacia la mejilla de su compañero. Los ojos amatistas de Yugi habían dejado de expulsar lágrimas, pero los caminos húmedos seguían cubriendo sus mejillas ligeramente rosáceas en su rostro. 
La mano del espíritu se asentó contra el lateral de la cara del menor, provocando que este enganchara sus miradas de nueva cuenta y, con suavidad, deslizó su pulgar por el pómulo.

Para sorpresa de ambos, Yami fue capaz de retirar y secar los caminos de agua salada en la piel de Yugi, de modo que sus dos manos acabaron acunando el rostro del menor, con un leve deje de sorpresa y satisfacción en los ojos del más alto.

La sonrisa en el rostro de Yami, pequeña pero aun así presente, era absolutamente beatífica; como si acabara de descubrir algo invaluable y magnífico.
Tal vez así se sentía para él, cualquier forma que tuviera de interactuar con su pequeña luz.

Lentamente, Yami guió a su compañero de vuelta a la cama. No estaba seguro de qué hora era, pero hacía un largo tiempo que había oscurecido, y Yugi debía descansar.

Dócil, el de ojos amatistas permitió que su otro yo lo moviera hacia la cama, aunque no se sentó hasta que el mismo espíritu lo hizo.

Es tarde. Necesitas descansar —Yami murmuró, con voz suave y sedosa. Para Yugi, se sentía casi como una caricia.

—Quédate un poco más —susurró, casi rogó, en respuesta.

No había modo en que Yami se negara a cualquier petición de Yugi, aún si hubiese querido, que no era el caso.

Yugi se acostó en su cama, de lado, con su rompecabezas aún entre sus manos. La sábana estaba cerca, si en algún momento la necesitaba, pero la noche no estaba particularmente fresca en ese momento.
Yami reflejó su posición como un espejo, recostándose frente a él luego de un momento de dudar si permitirse esas libertades. Una mirada expectante de los hermosos ojos amatistas le convenció de que su luz no lo tomaría como atrevimiento.

Una mano de Yami se unió a las de Yugi, de vuelta al rompecabezas, la representación física de su vínculo. La otra regresó a la mejilla del chico, prodigando sutiles caricias mientras las hermosas joyas amatistas se escondían lentamente detrás de los párpados.

Yami se quedó ahí hasta que Yugi estuvo profundamente dormido. Repasando los últimos minutos de esa noche y sintiéndose pletórico.

Yugi era su mundo entero, y no lo querría de ningún otro modo.


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