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Al final del problema quedamos los dos por mei yuuki

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Notas del capitulo:

Ayuda, ya no sé escribir drabbles, todo lo que escribo se alarga.

Prompt 2: “Me perteneces”

Advertencias: Alusiones a travestismo y prostitución dentro del contexto histórico (no de nuestros protagonistas ni de ningún personaje del elenco).

 

     Entre la multitud enmascarada que abarrotaba las estrechas calles, Sherlock atisbó una cabellera rubia deslizándose a través de la marea. Sin creerse del todo que le hubiese encontrado tan rápido, aguzó la vista y se abrió paso entre el bullicio y los vistosos trajes de satén con plumas.

     ―Te encontré, ¡Liam! ―dijo y le tomó por el hombro, una sonrisa extendiéndose debajo de su propia máscara de Bauta*. Sin embargo, apenas aquel se giró para encararle, la victoria se esfumó como flama bajo la lluvia.

     ―¿Perdone? ―Un par de ojos desconocidos le devolvió la mirada con extrañeza.

     Soltó su agarre de inmediato sin decir nada; a pesar de la careta plateada que le cubría la mitad del rostro, descubrió que ni siquiera se le parecía. Chasqueó la lengua, reprendiéndose por dejarse confundir con tanta facilidad, y se volteó arrastrando la capa negra para seguir buscándole.

     Tampoco es que se quejara; si fuera sencillo, no supondría ningún reto.

     Habían arribado a Venecia hacía apenas unas semanas, y esa era ya la última noche del carnaval. Debido a que no le interesaban en gran medida las festividades como esa, tan solo en un par de ocasiones se dedicó a contemplar la sucesión de espectáculos públicos, mientras fumaba en el balcón de hierro del cuarto en que estaba hospedándose. Se hallaba precisamente haciendo aquello, cuando Liam apareció sosteniendo dos máscaras muy diferentes entre sí y le propuso salir a tener una pequeña competencia.

     ―Si estás aburrido, mañana por la noche intenta encontrarme en la ciudad mientras lleve esto ―le desafió alzando un antifaz dorado con filigranas negras y aplicaciones rojas―. Tendrás tiempo hasta el amanecer.

     Por muy descabellada o imposible que pudiese parecer, Sherlock nunca rechazaría una propuesta suya, y esa la primera que le hacía ―irónicamente― a cara descubierta. En tal caso, aceptó con bastante entusiasmo la máscara blanca y de boca triangular que su amante hubo elegido para él. No importaba cuantos meses transcurrieran luego de sus supuestas muertes ni la enrevesada manera en que las vidas de ambos terminaron por unirse; la mente y el corazón de Liam, aunque ahora permanecieran más cerca que nunca, siempre le serían fascinantes, como un libro cuyo contenido se modificara cada vez que lo abriera. Quería beber de sus páginas para siempre y alejarlas del fuego que amenazaba con consumirlas.

     Y es que amarlo fue un resultado inevitable que sorprendió más a Liam que a sí mismo.

     Recorrió las calles que circundaban el Gran Canal y llegó hasta la Plaza de San Marcos. Hasta entonces había visto pasar numerosos desfiles y escrutó a cada individuo en el que detectó similitudes físicas; sin embargo, sabía de antemano que no daría con él andando a ciegas. Se apartó de la muchedumbre que pululaba en torno a los cafés y caminó junto a las columnas blancas que flanqueaban la basílica, entonces se detuvo para fumar un cigarrillo.

 

     Le restaban todavía un par de horas, pero después de meditar respecto a los lugares que visitaron con anterioridad y rememorar los tantos comentarios aislados que él dejó caer, tal vez a propósito para confundirle en esta situación, creyó ser capaz localizarle en minutos.

     «―¿Sabías? Hay cierto lugar en Venecia que solía usarse para mantener a raya la homosexualidad».

     Lanzó el cigarro al piso y lo aplastó. De los dos posibles significados que podía encerrar este acertijo, uno de ellos era alarmante en demasía. Se puso en marcha de nuevo, esta vez para buscar una góndola que le llevara al Rialto Carampane*, el antiguo barrio rojo. Esperaba que la correcta fuera la segunda alternativa y que Liam solo estuviese jugándole una broma.

     Porque quizá se tratara de una despedida, quizá de no reunirse con él a tiempo Liam planeara desvanecerse al despuntar el día. Imaginárselo le retrotrajo hacia el terreno de la angustia que experimentó sobre aquel puente que les separó del mundo. Desesperación por él, por sí mismo, y por perderle de una manera tan estúpida e injusta.

     Al igual que el resto de la urbe esa noche, el área comercial y la zona destinada a los placeres ardían en actividad. El ambiente festivo lleno de música y risas acentuaba su impaciencia. Llegó frente al puentecillo que salvaba la distancia de un diminuto canal entre las viejas y alargadas construcciones, y se dispuso a revisar los locales coronados por luces rojas que estuviesen en funcionamiento. No eran tantos como cabría imaginar, y fue en el tercero donde a la persona que perseguía.

     Apartó con la mano la tela transparente que servía a modo de puerta, seguramente debido a la ocasión, y se internó en aquel tugurio aglomerado. Envueltos en disfraces, hombres y mujeres charlaban y bebían; mientras avanzaba por el pasillo que separaba las mesas de la barra, fue empujado por una pareja que no se molestó en subir las escaleras antes de enroscarse como serpientes para besarse. Más que un poco hastiado, echó un descuidado vistazo hacia la izquierda. Entonces, sus ojos se expandieron tras los agujeros de la máscara.

     De pie contra un pilar de madera, Liam prestaba atención a lo que una mujer de robustas proporciones, cabello corto y antifaz de gato* le decía. Llevaba la misma capa de terciopelo negro encima del traje que se puso horas antes, al salir de la posada.

     Que no hubiese alterado su atuendo le reveló a Sherlock que no pretendía añadirle una mayor dificultad al desafío. Su semblante encubierto se estiró en uno de dicha; el alivio barrió sus temores al descartarse el peor escenario.

     Les alcanzó en dos pasos largos, al tiempo en que la cortesana estiraba la mano para acariciar el brazo de su amante con coquetería.

     ―Siento interrumpir, ¿señorita? ―soltó dirigiéndole una breve ojeada; comprobó que no se trataba precisamente de una mujer. Enseguida se volvió hacia Liam con ojos exultantes―. Pero este chico de aquí ―continuó, tomándole por el antebrazo para enfatizar ― me pertenece.

     Como si los dos pintasen un cuadro insólito, su extraño interlocutor se echó a reír tapándose la boca.

     ―Vaya, ya veo ―dijo después con voz rasposa, antes de retroceder un palmo―. Que tengan buena suerte entonces.

     Liam se limitó a curvar los labios finos un ápice. No alcanzó a ocultar a tiempo de Sherlock la sorpresa que se reflejó en su mirada transparente.

     Tal como le contó su escurridizo amante, El Ponte delle Tette* era el nombre que hacía siglos le otorgaron a aquel cruce de peldaños blancos y altura mínima, debido a que las prostitutas solían elevarse en él para enseñar los pechos desnudos a los potenciales clientes que transitaran por los alrededores. Las propias autoridades de Venecia, le explicó, haciendo alarde de su sabiduría, impulsaron esta práctica en un desesperado intento de combatir la amenaza latente de la atracción que sufrían algunos hombres por su mismo sexo.

     ―Pero ya descubriste que no solo las meretrices trabajan allí ―le recordó momentos después de salir del prostíbulo, en tanto paseaban por el puente Rialto sobre las aguas inmóviles del Gran Canal―, ¿crees que a pesar de eso funcionara? Ese punto de la historia no está claro.

     ―Lo dudo, pero me da igual. ―Se quitó la molesta máscara y se precipitó directamente al motivo de su inquietud. ―¿Ibas a huir si no llegaba a tiempo? ―Frenó sus pasos y Liam le imitó. Se dio la vuelta para enfrentarlo a través del antifaz― Después de todo, ¿intentarías desaparecer de nuevo?

     ―Así que lo interpretaste como pensé ―confirmó para sí mismo al pasar unos segundos, en los cuales solo le contempló con una expresión neutra. La capucha había caído de su cabeza y la brisa nocturna lamía la melena rubia―. Sin embargo, te equivocas, Sherly. Ese no era el plan.

     De repente, le sobrevino el impulso de reír hasta explotar. Lo hizo, y cuando se calmó, se echó el largo cabello hacia atrás, suspirando acalorado.

     ―Lo que buscabas era ver mi reacción al encontrarte en un sitio como ese. ―Se inclinó hacia él con las cejas en alto. ―¿Satisfecho? Ahora tendrás que esperar por mi revancha.

     ―No, aún no lo estoy del todo ―negó con una misteriosa sonrisa y le dio un leve empujón. La espalda de Sherlock tocó la piedra clara de la balaustrada―. Quise que experimentaras que, durante el carnaval, los límites y la moral caen en el olvido. Todo se permite mientras no muestres tu cara, incluso esto.

     Liam le quitó la careta y con ella ocultó el lateral de su rostro de las miradas de los transeúntes que cruzaban el puente junto a ellos. Sus parpados bajaron despacio, y Sherlock sintió que los ojos escarlata le arrebataban el alma durante los instantes previos al beso. Le estrechó con el mismo ímpetu que imprimió a sus labios; tal vez se excedió, pero no advirtió señales de incomodidad. Con gusto se tragó el suspiro que de él brotó al sentir el toque de su lengua.

     Él le incitó a deambular a lo largo y ancho de aquel endemoniado carnaval, pero puede que fuese un precio justo a cambio de este momento inolvidable.

Notas finales:

Máscara de Bauta: Se trata de una máscara clásica del carnaval de Venecia que data del siglo XVIII, es plana y con una boca alargada que permite comer y beber sin sacársela (por eso Sherlock en un momento fuma con ella puesta).

Rialto Carampane: El barrio rojo legal de Venecia durante el siglo XV, se supone que llegó a albergar a cientos de trabajadoras.

Antifaz de gato: En el siglo XVI, los travestis (llamados Gnaga) acostumbraban a usar antifaces con orejas de gatos, esto se debía principalmente a que la homosexualidad era perseguida y castigada pero no se podía condenar a aquellos que fueran sorprendidos con el rostro cubierto. Esta información la conseguí de esta web, y es bastante interesante:

https://www.masquemascaras.es/historia-mascaras-gato-gnaga/

Ponte delle Tette: “El Puente de las tetas”, es tal cual se cuenta en el fic. Quienes gobernaban Venecia en el siglo XV esperaban que la prostitución evitara que los hombres se convirtieran en homosexuales (LOOL), cometieran violaciones y cayeran en otros vicios, por eso incentivaron a las chicas a desnudarse desde el puente, el que hasta el día de hoy tiene un cartel con el nombre.

Y por último, lo que dice Liam es real: durante el carnaval las clases sociales, la moral restrictiva de la época, etc., dejaban de tener importancia y la población se entregaba al desenfreno.


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