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Al final del problema quedamos los dos por mei yuuki

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Notas del capitulo:

Qué locura de promt, aunque de alguna manera lo logré, creo (?). 

 

Prompt 3: "¿Crees en los aliens?"

     El telescopio era de bronce, y cuando estaba desplegado hacia el cielo, sobre el marco de la ventana, medía alrededor de un metro con cuarenta centímetros.

     William admitió que se trataba de un objeto interesante y, en cierta medida, valioso; sin embargo, creyó que sería un desperdicio que cayera en sus manos. Cruzando fronteras y dejando en la distancia región tras región, sin permitirse aún asentarse en ningún sitio durante mucho tiempo, Sherlock y él se convirtieron en nómadas. Acumular artilugios como ese incluso les llegaría a estorbar.

     Pero dado que se lo ofreció una viuda en lugar del pago por impartir clases de matemáticas a su hijo y a otros niños del barrio, no tuvo el corazón de rechazar su gratitud.

     ―Por favor acéptelo ―le había insistido la joven mujer pese a sus objeciones, extendiéndole el estuche de madera―. No tendremos dinero suficiente para pagarle, pero todavía debería ser recompensado por lo que ha hecho por nosotros.

     Enseñar era algo que William disfrutaba a hacer, y aunque en la actualidad recurría a ello de forma esporádica para hacerse con el efectivo que requirieran, no podría negarse a compartir sus conocimientos con quien fuera a necesitarlos. Después de vivir tantas vidas en una sola nunca sería capaz.

     De modo que aceptó aquel telescopio que fuera propiedad del difunto esposo de su clienta y resolvió dárselo a Sherlock. Creía que él le daría mejor uso, o al menos lo mantendría entretenido por un rato. Eso creía, hasta que regresó al departamento que rentaban mientras permanecían en la ciudad francesa de Niza, y se lo enseñó.

     ―¿Cuál es la utilidad de esta cosa? ―Le vio entrecerrar los ojos azules y ladear la cabeza para examinarlo con una apatía que le pesaba en los párpados. Enseguida volvió a dejarse caer en el sillón sobre el cual estuvo durmiendo hasta su llegada.

     ―Sirve para estudiar los movimientos de los astros ―contestó una obviedad que esperaba que él supiera. Alternó la vista entre Sherlock y la caja abierta a sus pies, encima de la alfombra―. ¿Es la primera vez que ves uno? Aunque no sea experto puedo mostrarte cómo se ajusta.

     ―Ya he visto un par antes, pero no me concierne algo tan lejano como las estrellas. ―Sacó la cajetilla de cigarros del bolsillo de su pantalón y se inclinó por encima del brazo del sofá para alcanzar las cerillas encima de la mesa baja―: Por eso te pregunté cuál es su utilidad, porque desde mi punto de vista no la tiene.

     ―Los navegantes se han guiado por ellas durante siglos ―replicó William, tomando asiento a su izquierda. Cruzó las piernas y entrelazó las manos sobre su rodilla―. Dudo que ellos concuerden contigo.

     ―A menos que quieras convertirte en pescador o unirte a la tripulación de un buque de carga, no creo que lo necesites. ―Dio una profunda calada al cigarrillo antes de continuar hablando―. Si es por mí, que se ocupen otros de las vueltas que den el sol y el resto de los astros.

     Sin responder nada, William pestañeó con pasmosa lentitud. Cuando el momento se prolongó y siguió sin moverse, Sherlock le observó devuelta, confuso.

     ―¿Qué pasa?

     ―Lo que dijiste recién; me gustaría que lo repitieras ―le pidió a su vez, con suma seriedad.

     ―¿Respecto al movimiento de las estrellas?

     ―Justamente eso.

     ―Dije que se ocuparan otros de las vueltas que diera el sol, la luna o lo que sea ―volvió a escupir con desdén― ¿Qué más da? No me creo que le des tanta importancia a algo así, Liam.

     ―Sherlock ―pronunció despacio, descruzando las piernas. Apoyó la mano en su hombro con suavidad y se inclinó hacia él como si fuese a confesarle un pesado secreto―. El sol no gira, es la tierra la que rota alrededor de él. Ese es un hecho inmutable.

     ―¿Ah? ―Su perplejidad le hizo dar un respingo; aflojó la mandíbula y con ello soltó el cilindro de papel que tenía entre los labios. ―Pensaba que era al revés… ―susurró. Desvió la mirada y se frotó el rostro, consternado― No me estarás mintiendo, ¿verdad?

     William, confundido, dejó caer los brazos; el debería ser quien mostrase tal asombro. Lo observó ocuparse de recoger y apagar el cigarro dentro del cenicero, junto a la cajetilla, antes de que ardiera el tapete.

     ―Es de saber general desde hace más de tres siglos ―señaló con ahínco―. Dime, ¿qué pasó con los conocimientos que adquiriste en la escuela y en la universidad?

     ―Olvidé varios de ellos ―dijo al instante―. Deseché todo lo que pudiera estorbarme aquí. ―Con el dedo índice señaló su propia sien. ―Se trataba de información que no necesitaría para resolver casos.

     ―¿Realmente hacía falta? ―Esbozando una expresión de escepticismo, William movió apenas la cabeza. Aun así, más que tener ánimos de cuestionar su manera de hacer las cosas, sentía auténtica curiosidad. ―Un puñado de cultura no iba a sobresaturar tu mente.

     ―Desperdiciaría espacio, y sobre todo… ―Le pasó el brazo por los hombros y de repente su aliento con sabor a tabaco soplaba contra su oído― Soy tan afortunado que ahora tengo a una bonita enciclopedia viviente justo aquí.

     ―Depender de mí te hace un holgazán, ¿sabes? Quisiera ponerte estudiar.

     Sherlock rio por lo bajo; al besarle el cuello empleó también los dientes para marcarle la piel fina. William alargó la diestra hacia atrás para hundirla entre su cabello suelto y rizado, y de paso también para mantenerlo en su lugar. Aquel brazo ya no le ceñía los hombros, sino que se había reubicado en torno a su cintura con una rapidez alucinante; suspirando, clavó los dedos de la mano libre en la tela de su camisa y la pellizcó ligeramente.

     Momentos más tarde, una idea rasgó la neblina tórrida que discurría desde su mente a su cuerpo y se vio en la necesidad de abrir los ojos.

     ―Ya que no lo quieres, debemos venderlo ―murmuró―. El telescopio, quiero decir.

     De esa manera pagarían el último mes de alquiler antes de marcharse. Niza era un excelente lugar para residir, pero la belleza de la Costa Azul la convirtió en el destino predilecto de algunos miembros de las clases privilegiadas de Inglaterra ―e inclusive de la propia reina*― para vacacionar. Exiliarse en ella suponía altas posibilidades de ser expuestos.

     ―¿Qué dices? ―inquirió, succionando la prominencia de su quijada en vez de detenerse al oírlo―. Acabas de dármelo.

     ―Pero no te gusta, y es más apropiado que algo así le pertenezca a alguien que pueda hacer uso de él.

     Aunque William no veía su semblante, advirtió su malestar por la forma en que cayó en el silencio y su abrazo se estrechó. Imaginándose lo que estaría rumiando, le acarició la coronilla.

     ―Quizá, pero ya lo decidí―espetó Sherlock después―, voy a quedármelo.

     ―Te aclaro, por si acaso, que no me molestará si lo vendes ―dijo al tiempo que luchaba por girarse y fijar la mirada en él―. No te sientas obligado solo porque te lo di.

     El detective se apartó. La desazón se le acumulaba entre las negras cejas contraídas y la boca.

     ―Sea como sea, no pienso deshacerme de un regalo tuyo ―masculló entre dientes y William notó que evitaba verlo. En vez de ello, se levantó e hizo un gesto en dirección al piso; hacia el artículo que descansaba dentro de su estuche―. Así que bien, muéstrame cómo se usa.

     Al amparo de un cielo límpido, la Baie des Anges* lucía desprovista de visitantes a esas horas de la noche. No es que William hubiese esperado lo contrario: cuando le propuso ir hasta allá, Sherlock también había comentado que el común de la gente ignoraba lo que iba a suceder. Además de eso, la gélida brisa marina que soplaba a través de las arenas haría desistir a la mayoría de incautos.

     Con un ligero estremecimiento, William se detuvo, dejó la cesta a sus pies y metió las manos dentro de los bolsillos de su abrigo. Las aguas del Mediterráneo habían adoptado la apariencia de la tinta.  

     ―¿Listo? ―Le preguntó Sherlock con una media sonrisa y el cabello alborotado, luego de sacar del canasto la manta de lana roja y extenderla sobre los suaves montículos.

     ―Espero que no sea decepcionante ―dijo y casi sonó como una advertencia. Se dispuso a sentarse encima de la amplia tela con las piernas dobladas―. Al fin y al cabo, hace mucho frío.

     ―Te abrazaré y ni lo sentirás.

     Ni por asomo fue su intención, pero tras enseñarle a manejar aquel telescopio, Sherlock pareció tomárselo como si fuese un desafío y a partir de entonces dedicó una ingente cantidad de tiempo a explorar el espacio desde la ventana de la sala. Por supuesto, aquello no fue suficiente para satisfacer su ímpetu, y puso en marcha una especie de investigación para ponerse al corriente con aquellos conocimientos que solía menospreciar.

     A sabiendas de que no serviría de nada decirle que no defraudaría expectativa alguna si no tenía la menor idea de qué era la Vía Láctea o no recordaba los nombres de los planetas que la componían, fue testigo silencioso de sus averiguaciones; hasta que un día volvió a casa con una información sorprendente: tras colarse en el observatorio de Niza, había oído que un fenómeno astronómico tendría lugar en un par de noches. Una lluvia de estrellas que al parecer sería perfectamente visible desde Europa*.

     Alzó la vista hacia la luna casi llena, una vez más, y pensó que era una suerte que las nubes fueran escasas. Escuchó a Sherlock encender un cigarrillo, y cuando estuvo a punto de voltearse para decirle que tal vez aquellos astrónomos habrían errado sus cálculos, que quizás ocurriría otra noche (si es que lo hacía) y que deberían volver, percibió los primeros destellos.

     Hilos de plata atravesaron el firmamento a gran velocidad, como si pequeños fragmentos se derritieran y resbalaran directo al océano para disolverse debajo de las olas. Estaban esfumándose sin que nadie, aparte de los dos, pudiese advertirlo. William los contempló olvidándose de parpadear, y tuvo la ocurrencia absurda de que al descender el telón tras el espectáculo, los cielos ennegrecidos iban a devorarle. Tomarían venganza en nombre de todas sus víctimas.  

     Distante de estas ideas, Sherlock removió las hebras rubias que insistían en cubrirle el rostro y presionó los labios contra su mejilla.

     ―¿Crees que haya algo más que planetas y estrellas allá afuera? ―preguntó en medio de sus divagaciones una vez que el brillante aluvión llegó a su fin. Encontrándose recostado entre sus brazos con la frente rozando su bufanda, podía darle la razón ahora: la calidez que le llenaba el pecho había vencido a la frialdad del exterior―. Algo que respire y se mueva, como nosotros.

     De repente, Sherlock comenzó a trazar líneas en su cuero cabelludo con las heladas yemas de los dedos.

     ―No lo sé. No se ha descubierto ningún indicio que lo sugiera ―le contestó luego de considerarlo unos segundos―. Y todo está demasiado lejos como para que pueda investigarse con la tecnología actual.

     ―Eso me temo. ―Sonrió―. Se trata de un misterio que ni siquiera tú podrías resolver.

     ―Un motivo más para no prestarle tanta atención a estos temas.

     ―¿Dices eso después de volverte casi un experto en astronomía? Creí que al menos tu opinión habría mejorado.

     ―No me disgusta especialmente, aunque tal vez ahora me dedique a olvidarlo todo*.

     Atesoraría el recuerdo de esta oportunidad, pero todavía quiso comentarle que no debería haber llegado a tales extremos por él; menos aún después de todo lo que ya había hecho. La deuda que tenía con el detective no hacía más que incrementarse, y William no podría soñar con saldarla ni aunque viviera doscientos años.

     Con la certeza de que pronto tendrían que levantarse para regresar y vería la ocasión escapársele para siempre, musitó las palabras que nunca pudo decirle a Sherlock ni a ninguna otra persona; el único acto de retribución dentro de su alcance.

     Y él se incorporó, imitando la celeridad de los astros que cayeron.

     ―¡¿Justo ahora has…?! ―La luz de la luna centelló frenéticamente en sus ojos― No puede ser, dilo de nuevo. Debes repetirlo fuerte y claro.

     ―¿Es que habré dicho alguna cosa? No estoy seguro ―Fingió, irguiéndose con lentitud sobre el codo hasta quedar sentado― Puede que te confundieras con el sonido del oleaje.

     ―¡Tú…! Ya me hiciste esto una vez, pero no voy a dejarlo pasar de nuevo. ―Tiró de su mano para ponerle en pie junto con él―. Volvamos a casa. Me aseguraré de hacerte confesar aunque me lleve el resto de la noche.

     William le dejó ver de nuevo la expresión que le diera en los inicios de su relación, cuando no eran más que personajes antagónicos condenados a enfrentarse al final de la obra. Una mirada mortal destinada a clavarse en su pecho cual aguijón, y la insinuación del reto en la curva de sus labios.

     ―Sé que lo harás ―en voz baja, le alentó contra su orgullosa boca―. Quiero ver cuántas veces eres capaz de atraparme, Sherly.

Notas finales:
  • Efectivamente, la reina Victoria pasaba largas temporadas (sobre todo en invierno) en Niza. Se hospedaba en un palacio de la colina de Cimiez, que actualmente es un hotel.

  • Baie des Anges: La Bahía de los Ángeles, la cual cuenta con aproximadamente siete kilómetros de litoral según Wikipedia.

  • En el siglo XIX (no pude encontrar la fecha exacta pero se supone que fue en la segunda mitad) se presenció por primera vez la lluvia de estrellas que luego sería conocida como las Gemínidas. El año pasado también se pudieron avistar.

  • Lo último pertenece al canon original de Sherlock Holmes (que no he leído aún y solo conozco ciertos datos). A Holmes no le interesaba llenarse la cabeza con información que no necesitara y comparaba la mente con una habitación en el desván; por ende no tenía idea de astronomía y algunos otros temas. Lo que dice Sherlock en esta historia, de que lo olvidará todo, hace referencia a la misma frase dicha por el original a Watson en Estudio en Escarlata.

  • Para complementar eso último, nuestro Sherlock de YuuMori le comentó la misma metáfora del desván a Liam en una de las historias cortas de la novela Kinjirareta Asobi, la que se ubica durante su encuentro en Durham (esa historia la leí al inglés gracias a la chica de un grupo que la tradujo).


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