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Al final del problema quedamos los dos por mei yuuki

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Notas del capitulo:

He vuelto (cualquier error será corregido más tarde).

Prompt 7: “Necesito un abrazo”

     En días posteriores a su aparatosa salida de la vida pública, Liam se pasaba algunas noches en vela ―de forma literal, permanecía petrificado junto a luz de la flama hasta que la cera se derretía y solo sus agudos ojos continuaban ardiendo en la penumbra―, como si el Támesis hubiese estropeado su reloj interno a la par que el de bolsillo. Encontrarle ahí pudo ser una vista aterradora para cualquiera; a Sherlock, sin embargo, lo que le inquietaba eran las ideas peligrosas que estaría contemplando. De modo que se dispuso a interrumpirlo.

     ―Temo que a este paso estarás demasiado cansado por la mañana para que puedas ir a explorar la ciudad ―le previno amablemente la primera noche en que le hizo compañía. Se frotó los codos mientras observaba con aire ausente el insondable exterior a través de la ventana del cuarto de alquiler.

     ―Si tú puedes manejarlo, ¿qué te hace pensar que yo no? ―Expulsó el humo del cigarrillo y se arrellanó en la silla enfrente de él, cruzando las piernas―. Ya que te gusta tanto la noche, quizá deberíamos adecuar nuestro estilo de vida a ella.

     ―Y de ser así ¿qué sugieres para estas horas de ocio?  

     ―Hablemos ―repuso, y se reclinó hacia delante con entusiasmo―. Nunca tuvimos la oportunidad de hacerlo largo y tendido.

     Tal vez si hubiesen tenido la ocasión, habría vislumbrado desde mucho antes lo que veía ahora con suma claridad: un individuo dañado hasta el punto de olvidarse de sí mismo; de cualquier aspecto de su persona que no atañese a la realización de aquellos planes cuyos misterios entretejidos procuraban a Sherlock inmensa fascinación. Pero dado que ese maldito telón cayó por fin, el tiempo corría por su cuenta y podía dárselo para compensar. Era lo que los dos deseaban, después de todo.

     Le habló de tantas cosas como se le vinieron a la mente, le contó historias de sus casos hasta que perdió la noción del tiempo y el cielo comenzó a clarear. Liam le brindó sus acertadas opiniones, la atención fija en él, y no pudo más que sentirse satisfecho de conseguir distraerlo. Esta situación se convirtió en rutina a partir de entonces; Sherlock se negaba a retirase a su propia habitación a menos que le viera caer rendido por el sueño y este nada hacía por impedírselo.

     Un día, no obstante, no avistó luz debajo de su puerta. Quiso creer que estaría durmiendo, lo que era lógico, pero tratándose de él nunca podría ser así de simple. Giró el pomo sin hacer ruido y se encontró en medio de la alcoba vacía excepto por los escuetos muebles.

     Retrocedió hacia el pasillo y bajó las escaleras a toda prisa. Había notado que las pocas pertenecías que poseía seguían allí, así que era improbable que estuviera lejos, pero eso no sirvió para atenuar la sensación de alarma que le sobrevino. Ni en la cocina ni en el vestíbulo dio con él. Ambos lugares estaban a oscuras, como el resto de la hostería, y al precipitarse al exterior su suerte no fue otra. Del firmamento neblinoso se deslizaba una persistente llovizna, y por un momento no supo si cruzar el patio en dirección a la calle o dar la vuelta al edificio para buscar en el claro que se abría justo detrás. Se decidió por la segunda opción, la más inmediata, y se encaminó hacia allí.

     Revolviéndose la melena oscura, soltó una maldición al no verle en aquel paraje desierto. ¿Dónde demonios podría haberse metido con ese clima? Se le ocurrieron innumerables posibilidades nada halagüeñas. Decidió que proseguiría la búsqueda en las manzanas circundantes, aunque antes regresaría por algo con lo que protegerse de la lluvia; esta amenazaba con arreciar y había salido apenas en mangas de camisa.

     Fue el sonido de ramas agitándose, procedente del fondo, lo que le hizo ver que se estaba apresurando. De la espesura de los árboles emergió una silueta, casi indistinguible en la oscuridad. Sherlock se lanzó en pos de ella sin aguardar por más señales.

     ―¿Dónde andabas? ―increpó incluso antes de comprobar que se trataba de él―. Agradecería al menos un aviso si vas a salir en mitad de la noche.

     ―No creo que ahora te deba explicaciones de todo lo que hago ―dijo el otro con una sonrisa casi invisible, en tanto se sacudía unas cuantas hojas que se habían adherido a su chaqueta―. Salí a dar un paseo, no llovía entonces, pero me desorienté cuando quise regresar. Ese bosquecillo es más grande de lo que pensé.

     ―¿No te lo había dicho ya, acaso? Y recuerdo que te negaste a dar una vuelta ―refunfuñó a pesar del alivio que sentía.

     ―Quería estar a solas, y tampoco es como si pudiera depender de ti para todo, Sherlock.

     Pronunció su nombre con cierta dureza, pero el detective ya estaba familiarizado en demasía con sus intentos fútiles por establecer distancia como para interpretar este trato a modo personal. En cuanto salieron al camino observó el brillo húmedo del cabello claro, los temblores que traspasaban su compostura perfecta y poco le faltó para soltar una carcajada. Completamente empapado luego de su aventura, Liam se asemejaba a un pájaro aturdido tras caer en una pileta. Se alegró de poder reemplazar con esta imagen bastante más alegre la que resurgía de su memoria en cada oportunidad que lo veía dormir: aquella visión de su cuerpo despatarrado, mojado e inconsciente, de la vez que lo sacó del río.

     Al entrar y ponerse por fin al resguardo de las gotas, bajo el tejado de madera, Sherlock actuó según lo que le pareció correcto en tales circunstancias. Le gustara a su compañero o no, asió su escuálida muñeca y le apresó en un abrazo helado.

     Pasaron segundos sin que percibiera su respiración ni el más leve movimiento de sus miembros rígidos. Tuvo el presentimiento de que cometió una estupidez; sin embargo, comprenderlo no bastó para que lo liberase.

     ―Pescarás un resfriado si no me sueltas pronto ―señaló Liam de la nada, dejando salir el aliento contenido.

     Sherlock reparó en la nota de duda que se le escapó a media frase y al instante arrastró la mano hacia arriba. Le propinó con los dedos un ligero golpe en la cabeza que lo hizo respingar. 

     ―No digas tonterías, necesitas calentarte aunque sea un poco y aquí ni siquiera hay una chimenea.

     ―Pero también estás mojado, así que tampoco vas a generar mucho calor.

     ―Demasiadas críticas viniendo de alguien que se perdió en el jardín trasero y regresó temblando de frío.

     No le hubiese causado sorpresa que le empujara para apartarle de sí; lo cierto es que le pareció la más probable de las reacciones aun viniendo de él. En su lugar solo recibió un suspiro que traslucía un cansancio infinito y sintió sus hombros desplomarse.

     ―Me disculpo por causarte inconvenientes ―dijo tras unos instantes―. No está bien que pases por tantos problemas debido a mí. Quisiera que dejaras de desgastarte.

     Ahí aparecía otra vez. Sherlock llevaba escuchando este discurso desde que decidió sacarle de Inglaterra; y a diferencia de todas las ocasiones anteriores, esta vez no le contradijo con palabras que caerían en saco roto, sino que se limitó a deslizar los dedos a través de su espalda esperando que sus vagos movimientos se tradujesen en caricias. Era la primera vez que intentaba reconfortar a alguien de esta forma; la intimidad del gesto, aunada a la cercanía, encendió una chispa de calor dentro de su pecho que repiqueteó en los latidos de su corazón.

     La respiración de Liam dio un vuelco, y luego de minutos que bien podrían pasar por años para su percepción agudizada, le rodeó a su vez; las manos empuñadas a la altura de sus omóplatos. No había luz aparte de aquella que con dificultad conseguía filtrarse por entre las lejanas cortinas, pero Sherlock habría dado todas sus posesiones materiales por una sola vista del rostro refugiado entre su hombro y cuello.

      ―No me desgasto, Liam. El único que hace eso aquí eres tú ―le aseguró en voz baja y suave como el sonido de la lluvia.

      Un estremecimiento serpenteó a lo largo de la columna bajo su palma y no creyó que se debiera únicamente al frío. El caso que fuera, Sherlock le habría dejado abrazarle para siempre si lo deseaba.

     En el transcurso de los meses siguientes, se mudaron a París y las cosas cambiaron entre Liam y él con la misma naturalidad que desprendían durante la época en que eran un par de desconocidos intrigados el uno por el otro. Por su parte, no veía nada extraño en querer proteger a alguien que le era preciado, en sostenerlo lejos de sus penurias y esperar por sus sonrisas. Era muy probable que nadie antes de él hubiese advertido la fragilidad que escondía tan celosamente, todos cegados por su carisma y habilidades, pero ya no tenía necesidad de investir al Señor del Crimen ni a ningún otro personaje que le corroyera las entrañas. En lo que a Sherlock concernía, la sociedad podía irse al demonio; en su lugar sería él quien le brindaría la aceptación y el perdón que necesitaba.

     Nunca fue asiduo al contacto físico, pero traspasar tales límites le nacía del alma cuando se trataba de él. Pese a sus reservas iniciales, Liam pronto dejó de rehuirle, y un día, mientras se abrazaban, el último velo cayó de sus ojos y fue consciente de que se había enamorado. Menos una epifanía que la constatación de un hecho que siempre estuvo ahí, semioculto entre las preocupaciones diarias.

     A su ahora amante le ocurrió igual, con el amargo añadido de la culpa; la inherente sombra que a veces Sherlock creía que le hostigaba hasta por seguir respirando.

     ―¿No irás a arrepentirte? ―le preguntó en una ocasión, casi un susurro cerca de su oído. Por el tono pudo adivinar a qué se refería antes de que agregara―: Podrías tener una vida diferente, quizá en un futuro llegarías a casarte y a tener una familia…

     En ese punto le tomó por los hombros para alejarlo y mirarle a la cara. Era curioso que eligiera precisamente ese momento, cuando le tenía sobre el regazo, para soltar esa clase de disparates. Era como si buscara tentarlo en dos direcciones opuestas, y podía estar seguro de que era deliberado.

     ―¿No eres tú mi familia ahora? ―replicó, frunciendo las cejas. No hizo caso del insignificante calor que le subió a las mejillas―. Has de saber que no ando en busca de ningún reemplazo o añadido.

     Solo pretendía eliminar lo que sea que estuviera gestándose en su mente, pero esta respuesta tan franca causó más impacto en el otro de lo que anticipó. Sus ojos rojos se agrandaron y perdieron el foco inmediatamente después.

     ―… ¿Lo soy? ―Lucía entre pasmado y cohibido.

     ―No sé cómo puedes dudarlo cuando compartimos hasta la cama.

     ―Te lo tomas a la ligera ―repuso luego de un corto silencio; la conmoción sustituida por una débil sonrisa de desánimo―. Ya sabes que solo por eso en muchos lugares se te considerará como a un criminal.

     ―De preocuparme no habría llegado hasta aquí contigo. Pero si tienes alguna queja sobre mí, dila claramente en lugar de buscar excusas. ―Pasó la mano bajo su mentón y le sujetó el rostro de medio lado. Arrastró los labios sobre la piel sonrosada, sin bajar a su boca aún, y Liam resopló.

     ―En realidad tengo un par: es molesto que fumes justo antes de dormir, llenas el cuarto de humo y debo levantarme en mitad de la noche para abrir la ventana ―dijo, enderezándose pese a su agarre―. Suelo encontrarme con tus cosas tiradas en todos los rincones; incluso he tropezado con ropa tuya en la cocina, y desearía que dejaras de guardar químicos peligrosos en la alacena. Sé que hay poco espacio en este piso, pero un día de estos terminarás aderezando la comida con veneno.

     ―No soy ningún idiota para caer en esos descuidos ―se defendió, torciendo el gesto y volviendo la vista hacia la almohada blanca del otro lado de la cama. Semejante avalancha de regaños le tomaba desprevenido.

     ―¿Estás seguro? Creo que probaré con muchísimo cuidado tus platillos a partir de ahora.

     ―Los tuyos pueden resultar mortales sin necesidad de veneno alguno, Liam, no tienes derecho a decir eso.

     Se recostó de espaldas con él entre sus brazos. En venganza por la afrenta, recibió un pequeño mordisco en el labio inferior y tuvo que agarrarle por la mandíbula para impedir que su malicioso semblante se escabullera sin siquiera darle un beso. Al encontrarse con su boca, Sherlock evitó dejar caer los párpados deprisa; recorrió la línea de pestañas rubias como si se propusiera memorizarlas por separado, aunque hubiese preferido colarse entre ellas para examinar su alma. Ahuyentaría a besos cualquier imagen que no correspondiera al presente que les pertenecía.

     ―Oye, si te molestaba el humo debiste decírmelo antes ―le llamó al cabo de unos minutos, sacudiéndole los mechones dorados que resbalaban por su frente.

     Acurrucado e inmóvil en la calidez de su cuerpo, por un instante lo creyó dormido; sin embargo, de pronto parpadeó y estiró la mano que descansaba sobre su arrugada camisa.

      Con la punta del índice, Liam comenzó a acariciarle el cuello con languidez.

     ―¿Abrirás la ventana en mi lugar?

     ―Intentaré dejar de fumar aquí ―declaró elevando una sonrisa en desafío. Sujetó su mano intrépida―. ¿Te crees que no soy capaz de lograrlo?

     ―No, pero supondré que piensas incluir en eso los otros puntos que señalé, Sherly. Son importantes también.

     ―Si te pondrás tan exigente, tendrás que echarme una mano.

     ―No me importaría ―afirmó, y en sus facciones adormiladas se dibujó una expresión suave, melancólica―. No en vano ahora compartimos casi todo, ¿cierto?

     Sherlock le observó sin responder. Soltó su diestra y estrechó el abrazo a su alrededor. Hundió la nariz en su cabellera con tanto ímpetu que Liam soltó un par de risas ahogadas, sonido que se superpuso al golpeteo veloz dentro de su pecho.

     ―Es así ―confirmó, sonriendo con los ojos cerrados―. Y no te dejaré olvidarlo.

Notas finales:

Y con este one-shot se completa la lista al fin, llevó más tiempo del que debería. ¡Muchas gracias por el apoyo! Tengo planes para más fics que espero traer en breve. <3


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