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DRAGONES por yukihime200

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Notas del capitulo:

Otra historia de transmigración? Claro que sí.

Cliché? Lo más probable.

Omegaverse? Definitivamente.

1. Subasta de otro mundo

 

Las respiraciones alteradas producto de aquella maratón al fin se estaban calmando y su frenético pulso volviendo a la normalidad, o quería pensar que algo por el estilo sucedía.

Apoyando su espalda empapada por el sudor contra la pared de sucios ladrillos oscuros se dejó caer al piso, mientras sujetaba con su mano contraria aquél dolorido brazo que sangraba profusamente y había dejado huellas por doquier. Había corrido durante tanto tiempo y perdido tal cantidad de glóbulos rojos de cada herida infligida por culpa de sus perseguidores, logrando que al fin sus funciones motoras comenzaran a llegar a su término. Su visión estaba borrosa gracias a la hemorragia, la respiración agitada que se había calmado ahora era cada vez una más lenta y pesada, causando que el aire que ingresaba por sus vías respiratorias le produjese un fuerte dolor por el gran esfuerzo que necesitaba su cuerpo para ello.

¿Cómo fue que acabó así? Algunos pocos cabellos largos de color azabache se pegaron a su rostro incomodando sus ojos cuando elevó su cabeza mirando al cielo, odiando la sensación de las pequeñas gotas de agua que caían lentas desde la inmensidad, anunciando una posible lluvia torrencial que se desataría en algunos momentos como en cualquier otro día de invierno.

Se lo habían advertido, al menos las personas más importantes para él, hacer lo que hacía era una mala forma de ganarse la vida, pero ya no podía retractarse, viviría así hasta su último suspiro, ese que ya estaba pronto a llegar.

***

Relajó su cuerpo en los cómodos asientos de cuero negro dentro del auto, era algo que no podía disfrutar muy seguido, casi nunca en realidad, por lo general siempre tenía que arrastrarse para todos lados por sus propios pies. Pero esta vez la misión era al parecer demasiado importante como para mandar a sus subordinados de una manera tan indigna, por lo tanto el jefe había tenido la gran amabilidad de enviarlos en un transporte decente para guardar las apariencias.

Observó en silencio a los demás compañeros que lo acompañaban ahí dentro, todos vestidos de manera formal como su jefe les decía que siempre debían vestir, con sus trajes caros y camisas blancas como si fueran simples oficinistas de élite, pero que no eran más que un mero grupo de asesinos aparentando ser lo que en realidad jamás podrían ser.

Las ventanas polarizadas del sedán estaban cerradas por completo, ofreciéndole la oportunidad de pasar desapercibido para los de afuera pero sin ocultar el mundo de él.

Los transeúntes iban y venían, caminando apresurados o lentos, ajenos a todo lo que no fuera sus propios intereses. De alguna forma ser solo un espectador fue extremadamente aburrido para él.

El auto se detuvo después de un tiempo en un galpón de aspecto deteriorado en los límites de la ciudad, cercano al río Adigio. La misión no era muy difícil, solo tenían que ir, encontrarse con el vendedor bigotudo, y entregarle el maletín de cuero lleno de dinero que uno de los sujetos a su lado llevaba en las piernas; y si no aceptaba el pago o lo subía a último minuto, bueno, para eso iba él.

Fijó su vista a los alrededores nocturnos al bajarse del vehículo junto a sus compañeros, siempre alerta por si tenían alguna sorpresa aguardando por ellos detrás de cada esquina, pero la mala iluminación del lugar no urbanizado le dificultaba un poco el trabajo.

Se encontraron de frente con los guardias del vendedor esperando por ellos y fueron guiados de manera amable dentro de uno de los muchos contenedores azules gigantes del lugar.

Sentado en el centro, con sus dedos moviéndose en un molesto tic nervioso y ojos avariciosos, se encontraba el importante hombre que necesitaban, quien con un gesto de cabeza le indicó a uno de sus trabajadores acercarse a su compañero con el maletín; este por supuesto se acercó por las suyas a la mesa, no confiando en nadie más que en sus propias manos.

Tan pronto el estuche de cuero fue abierto los ojos del hombre brillaron como si estuviese viendo una de las maravillas del mundo. El muchacho no podía verlo, pero estaba seguro de que tan solo uno de esos fajos de billetes podría mejorarle varios meses de su vida. ¿Qué tan importante tenía que ser aquello por lo que venían?

Una vez el dinero fue contado en su totalidad y comprobado la veracidad de los billetes, ante el jefe al mando de la operación fue dejado por el equipo contrario el tan ansiado objeto que fueron a buscar.

Manos fueron estrechadas y contratos cerrados entre sonrisas cordiales y poco sinceras, para que al final las luces fueran apagadas y cada grupo se retirara por su lado.

Cuando subieron al auto todo el equipo contempló la hermosura de ese artículo, y de inmediato los dedos del joven picaron de manera suave al terminar de maquinar de manera rápida un plan sencillo que pudiera mejorarle tal vez toda la vida.

Una palmada en la espalda y comentarios halagadores con carcajadas de compañerismo fue todo lo que se necesitó para despistar a todos y las manos traviesas ya habían intercambiado lo que quería como si fuera un mago a un segundo antes de que el maletín se encontrara cerrado nuevamente.

Llegar a la base y despedirse como si nada fue un acto bien practicado en su día a día, y al salir con su noche libre no perdió el tiempo para perderse entre los callejones, robar un auto, y largarse a otra ciudad. Cualquiera pensaría que era un movimiento estúpido, viajar a otro lado para enviar una simple encomienda, pero él sabía que no podía levantar muchas sospechas, era necesario evitar los alrededores que el grupo conocía.

Para su buena suerte, los tipos más avaros y tacaños siempre tenían sus tiendas abiertas hasta tarde, sobre todo si sabían que a veces iban sujetos como él, que tenían entre sus manos objetos de los que estaban enterados de ser robados pero no les importaba con tal de sacarles provecho.

Le pidió al joyero que desmantelara cada pieza con cuidado y a cambio de olvidarse de todo, inclusive de su cara, dejó una en sus manos por su buen trabajo y tal como se lo pidieron, el viejo hombre lo dejó salir sin darle ni una despedida, como si su visita jamás ocurriera.

Su siguiente paradero fue la oficina de correos que siempre se mantenía abierta. Y para la mañana siguiente ya se encontraba de vuelta en la base fingiendo que tuvo una reparadora noche de ocho horas de sueño.

***

Su nariz se torció en una mueca incómoda que delataba el mal olor que sentía, a su lado descubrió las bolsas malolientes de basura podrida y una sonrisa triste surcó su rostro mientras escuchaba los pasos acercarse.   

—Es inútil. Debiste haberlo pensado muy bien antes de querer robarnos —tres sujetos vestidos con trajes negros de marca detuvieron su caminar frente al pobre joven que daba sus últimos suspiros con mucho esfuerzo. Los mismos compañeros con los que había presenciado el trato, los mismos a los que les había hecho su pequeña jugarreta—. Podría dejar que murieras así, desangrado en este sucio callejón durante algunos minutos más, pero eso sería poco satisfactorio. No nos guardes rencor por esto, muchacho, sabes bien cómo funciona nuestro trabajo. Ahora, por favor, muere como la maldita rata que eres.

Soltó unas cuantas carcajadas que a oídos de los demás sonaban desquiciadas, y cuando se cansó escupió directo a los pantalones del otro la sangre que tenía acumulada en sus labios, sonriéndoles al final con sus dientes rojos. De todas formas moriría pronto, ¿Qué más daba rebelarse ahora en sus últimos momentos?, ya no podía hablar, pero su boca pudo modular un perfecto “púdrete” dirigido a su captor.

Fue entonces que aquél hombre de cabellos cortos y desordenados a causa de la persecución levantó su arma, lo miró asqueado e irritado, y como si fuese una acción tan innata como respirar presionó el gatillo y una bala atravesó el cráneo del agotado muchacho apagando su vida en un segundo. Su cuerpo cayó hacia un costado mientras la sangre de sus heridas grababa su presencia en aquella pared y creaba un gran charco que manchó los zapatos de cuero de sus perseguidores apestando el ambiente a hierro.

—¿Qué hacemos con él, jefe? —preguntó el novato del grupo, aguantando las náuseas al ver su primer cadáver.

—Recuperen la joya y larguémonos de aquí.

Haciendo caso a la orden del segundo al mando, los dos lacayos se acercaron al pobre sujeto que no aparentaba más de 20 años y comenzaron a tocar su huesudo cuerpo en busca del objeto.

—Jefe, no la tiene.

—¿¡Qué?! ¡Maldito crío! ¡Quiero ese collar devuelta! Busquen en todo el país de ser necesario. Nadie dormirá hasta que no esté en mis manos.

—¡Sí, señor!

A partir de ese momento, aquél pequeño pero poderoso grupo formado de los barrios oscuros levantó una orden de búsqueda para encontrar tal codiciado objeto, aquél collar granate que estaba avaluado en una gran suma de dinero. Pero a pesar de sus intentos todo fue inútil, se encontraba en las manos más inesperadas, y al final nadie pudo encontrarlo.

***

El canto juvenil resonaba despacio en el estrecho lugar para aligerar un poco el deprimente día al que estaban acostumbradas, mientras que la dueña de la voz se movía grácil ordenando algunas cosas con un sobre sucio en la mano. La única adulta del lugar la miraba de forma enternecida, demostrando su edad mediante aquellas diminutas arrugas que se mostraban al sonreír.

—Mamá ¿cuándo volverá Río? —le preguntó con un pequeño puchero infantil.

—No lo sé, cariño. Volverá cuando quiera hacerlo.

—Lo extraño —aquella adolescente de no más de 12 años infló sus mofletes en un tierno mohín de disgusto causando la risa de su madre, la que con sus delgadas manos que demostraban su falta de nutrición acarició el largo cabello cobrizo de su retoño luego de acercarse a ella.

—¿Qué tienes ahí, querida?

—Una carta o eso creo. Estaba en el buzón. Tiene tu nombre y el de Río —la frágil dama tomó entre sus delicadas manos el sobre que le ofrecía su hija y leyó con atención la carta que contenía.

 

Querida Marie:

¿Sabes que te adoro? Creo que nunca te lo dije, y puede que después de esto nunca pueda decirlo. Sé que nunca te gustó el rumbo que tomó mi vida, porque tú querías algo mejor para mí. Pero ¿sabes Marie? La gente como nosotros que ha sido olvidada por el mundo jamás tendrá algo mejor si no lo tomamos con nuestras propias manos.

Marie, sé que jamás aceptarías esto, porque tú eres todo lo bueno de este mundo. Eres lo que yo quería ser. Pero aunque no quieras hacerlo tienes que. No por ti. No por mí. Mira a Luna y pregúntate si no quieres algo mejor para ella; con casi 10 kilos menos e incluso más, y un cuerpo tan frágil por la desnutrición que temes que algún día el viento se la lleve. No lo pienses. Esto es un regalo, puedes creer que viene de cualquier lado honesto que quieras. Véndelo por piezas.

Aquí tienes mis ahorros de vida, si es que se le pueden llamar así, no son muchos, pero es lo suficiente para que comiencen otra vez, tomen un barco y salgan de aquí. Tengan la vida que se merecen.

Siempre te consideré mi madre, Marie. Nunca lo olvides.

Con amor, Río.

 

—¿Qué es eso, mami? —la joven observó a su madre poner sobre la vieja mesa de madera un lindo collar o al menos lo que ella pensaba que era un collar, dado que venía desarmado. Cada pedazo simulaba un diminuto hexágono rojo muy brillante que atraía su mirada, como si pudiera hacerla caer en un conjuro por lo hermoso que era.

—¿Esto? Es un regalo de tu hermano —la sonrisa tan triste que mostró la mujer de facciones afiladas le bastó a la pequeña Luna para atraer su atención y saber que Río no volvería, pero no preguntó por ello—. Ven cariño. Haremos un pequeño viaje, tenemos que empacar.

Tomándola de la mano la guio a la cama donde dormían ambas y comenzaron a meter dentro de un saco las pocas pertenencias que tenían. Sabía que Río estaba involucrado en algo grave, como siempre; pero también sabía que tenía razón, y esta vez pensaba aprovechar la oportunidad que le había brindado a su hija.

***

El extraño dolor punzante de una herida abierta lo trajo otra vez a la conciencia. Su cuerpo le dolía de forma terrible y juraba que tenía una conmoción cerebral dado que todo a su alrededor se daba vueltas. Tal vez los tipos a los que les había robado solo lo habían hecho dormir con un buen golpe en la cabeza para poder torturarlo en alguna sede y el último disparo había dado en otro lugar para al fin desmayarse por el shock hemorrágico.

Sentía como si se encontrara debajo del agua, con vibraciones que llegaban hasta sus oídos en reemplazo de voces y la visión borrosa otra vez junto a un mareo intenso.

A medida que sus sentidos iban retornando a la superficie comenzó a notar el ruido a su alrededor con claridad, y que al parecer no era el único dentro del lugar donde estaba. No eran bulliciosos, pero podía saber que eran bastantes debido a la acústica del lugar.

Comenzaremos la subasta con un artículo de baja calidad. Dos monedas de plata por el omega defectuoso —¿Omega? Nunca había escuchado esa palabra, al menos no dedicado a un objeto, tampoco pudo entender ninguna otra aparte de esa, pero su confusión desapareció tan pronto sintió el tirón en su cuello espabilándolo y fue forzado a caer en frente de todos los espectadores que se encontraban ocultos bajo máscaras y capas. El grillete puesto en él le incomodaba, pero le irritaba aún más el que estuviera desnudo delante de todos. Si se fijaba en sus costados podía ver como muchas personas se encontraban en la misma situación, chicas y chicos, algunos despedían mejor olor que otros y variaban en belleza. Darse cuenta de lo que ocurría no fue muy difícil, solo bastaba recordar una de las tantas veces que él también había asistido—. Repentinamente sus feromonas dejaron de emitir un buen olor y su rostro no es destacable. Lo único que resalta en él es que no ha sido tocado aún —. El subastador, que tenía puesta una máscara de payaso, se acercó hasta él y con fuerza le obligó a abrir sus blancas piernas bajo la mirada emocionada del público. Si no sintiera tantos calambres en sus extremidades le hubiera soltado un buen golpe.

—¡Dos monedas! —uno de los casi cincuenta presentes elevó su mano enguantada junto a un número mientras exclamó.

—¡Dos monedas al número cincuenta! ¡¿Alguien da dos monedas y media?!

—¡Tres monedas!

—¡Siete monedas!

Uno a uno comenzaron a levantar sus manos buscando quedarse con el desafortunado y llamativo muchacho. El chico había optado por no causar un revuelo, puesto que si bien era capaz de luchar de una manera muy diestra sus músculos dolían demasiado como para asegurar su victoria en caso de que una gran cantidad de guardias impidieran su escape. Su única oportunidad sería en el momento en que fuera vendido y se encontrara fuera.

Una moneda de oro.

De inmediato reinó el silencio al escuchar una puja de tal magnitud y la voz potente que reverberó durante unos segundos. Nadie esperaba que un omega defectuoso tuviera un valor tan alto, equivalente a cien monedas de jade, unas de las más caras del país. Quien estaba comprando debía ser uno de los hombres más ricos del mundo, no necesitaban pensar mucho para adivinar quién era, solo existía una familia así.

El hombre se acercó a paso decidido para recoger su compra. No esperaba nada interesante, en realidad, le habían obligado a ir a ese lugar porque era una manera más fácil de encontrar un compañero ya que nunca se había interesado por ello en las reuniones sociales, esto era ya la última esperanza de su familia; pero aquel muchacho de rebeldes cabellos como el fuego le miró fijo ahí encorvado desde el escenario, no había rencor en sus ojos, tampoco miedo o resignación. Él podía notar como ese joven estaba calculando una oportunidad para huir, y estaba dispuesto a llevárselo a rastras en cualquier momento de ser necesario, de solo imaginarlo una extraña sensación de euforia lo embargaba, como si en esos momentos fuera un depredador esperando que su presa emprendiera la carrera para poder devorarlo. Pero cuando hicieron contacto visual pudo sentir el mundo girar de manera vertiginosa; sus pupilas rasgadas cual felino se dilataron hasta formar un perfecto círculo y sus fosas nasales se expandieron notando el delicioso olor que el otro desprendía ¿Cómo pudieron decir que era un omega defectuoso? Si no fuera quien era se lo hubiese comido ahí mismo frente a todos.

Se quitó la capa negra que le cubría y la puso sobre los hombros del menor ocultando su desnudez, entonces se dirigió al subastador, le tiró la moneda de oro y se llevó en brazos al chico que aún no podía mantenerse en pie y tenía oculto su rostro.

Caminó con él hasta salir del recinto dejando atrás las voces que murmuraban a sus espaldas con curiosidad, y antes de dejarlo dentro del carruaje casi con delicadeza le susurró al oído.

Eres mío, omega.


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