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Bad Luck? por BlackHime13

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Notas del fanfic:

Hace un tiempo que no escribía un 1827 y pues la verdad es que ya tenía ganas de hacerlo nwn


Los personajes no me pertenecen a mi sino a Akira-sama (=^w^=)

Notas del capitulo:

Solo quiero decir una cosa:


Este one-shot fue basado en una frase específica... ¿sabríais decirme cual? ;P

A pesar de lo que muchos creían. Él no era tan despistado, estúpido e inútil como aparentaba. Sí, seguía siendo torpe. Sí, sus notas no eran perfectas. Sí, en ocasiones no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Pero él sabía algo que nadie más había si quiera imaginado. Desde que tiene memoria al menos una vez al día se veía envuelto en algún tipo de accidente donde su vida podría haber llegado a su fin.


Simples accidentes decían. Mala suerte, comentaban muchos otros. No obstante él sabía la verdad. Alguien intentaba matarle. Alguien se encontraba ansioso por deshacerse de su persona. No sabía por qué, pero tenía claro que ese era el caso.


Al principio, hasta él pensó que tenía mala suerte y esa era la razón de que casi fuese atropellado o cuando se vio envuelto en un robo a una tienda y él fue tomado como rehén… O aquella vez que al andar por la calle calló una maceta a pocos centímetros de su persona. Claro que si hubiesen sido incidentes casuales nadie podría pensar que estaba siendo atacado constantemente. Sin embargo, no puedes llamar casualidad a algo que ha sucedido seis veces en una sola semana o lo que ocurrió tres veces la misma semana o cuando esos accidentes transcurren a lo largo de tan solo una hora. ¿Lógicamente cuantas macetas pueden casi matarte a lo largo de una mísera hora? Que él contara el número ascendió a la cifra total de 17. Así que no, nadie podía decirle que veía cosas que no estaban ahí. Que era simple paranoia. Que nadie tendría razones para querer acabar con su vida.


Por muy descabellado que pareciera, aquella era la única opción que tenía el más mísero atisbo de sentido en su cabeza.


Por lo que, a la tierna edad de 10 años, decidió sentarse en su pequeña cama y pensar detenidamente en todas y cada una de las ocasiones en las cuales su vida corrió peligro. Las apuntó en un cuaderno, con cuidado de no dejar ningún detalle fuera, y no supo si llorar o reír ante lo que sus ojos veían. Podía contar casi 300 incidentes desde a casi ser atropellado por un auto en descontrol, a ser empujado al tráfico, y cuando cosas parecían caer cerca de su persona, fallando por pocos centímetros. Los incidentes se remontaban a cuando tenía más o menos cinco años, eso que él recordara.


Su madre en ocasiones había mencionado su torpeza y también apuntó esos sucesos, como cuando se “perdió” un día cuando tenía poco más de cuatro años y le encontraron a media hora de su guardería, en la zona boscosa cerca de un parque infantil, con algunos rasguños y moratones, comiéndose una piruleta tranquilamente al tiempo en que se encontraba sentado sobre un hombre vestido completamente de negro el cual había perdido el conocimiento por un golpe en la cabeza.


Él no recordaba mucho de aquello, pero sí que ese hombre se le acercó y le dio una chuche para convencerle de que le siguiera, cosa que hizo dado que era muy pequeño como para comprender que no debía hacerlo. Luego todo se veía borroso. Recordaba como este paraba cerca del parque y le decía algo, pero su atención se vio enfocada en una mariposa a la cual persiguió, dejando al hombre atrás quien gritó y le siguió hasta el bosque. Él solo paró cuando el insecto desapareció de su vista y al girar vio al señor recostado en el piso con la cabeza sangrando levemente. Al parecer se había tropezado con algo y se golpeó contra una piedra al caer.


Fue una mujer paseando a su perro quien les encontró y llamó a la policía. No sabía que había sucedido con aquel hombre después de ser arrestado, pero tal vez debería haber prestado algo más de atención puesto que le podría servir para descubrir la verdad.


Bufó molesto consigo mismo, sin embargo comprendió que tampoco podía esperar tanto de su yo de cuatro años, por lo que decidió centrarse en pensar si algo extraño sucedió por aquel entonces. Fue en medio de sus cavilaciones que su madre le llamó para que bajara a cenar. Suspiró y después de dejar el cuaderno con sumo cuidado bajo su almohada, salió de su habitación y bajó las escaleras lentamente, no queriendo resbalarse y plantar la cara contra el suelo.


Una vez abajo caminó hacia la cocina, pero sus ojos se toparon con las fotografías enmarcadas y colocadas sobre la mesita que se encontraba en el pasillo, cerca de la entrada. Había cinco de ellas: una de sus padres cuando se casaron, una de ellos tres cuando él acababa de nacer, una con su madre cuando dio sus primeros pasos, una de su padre cargándole sobre sus hombros en lo que parecía ser un parque, y la última… era de ellos tres en un aeropuerto, pero junto a ellos se encontraba un señor de avanzada edad, sonriéndole a la cámara mientras sostenía a un castaño de unos cuatro años.


No recordaba mucho, pero sí que aquel hombre se hospedó en su casa durante unos días. Con el ceño fruncido, agarró la foto y caminó hacia la cocina donde su madre le esperaba.


- ¿Mamá, quien es este señor? – preguntó mostrándole la fotografía en sus manos. Ella le miró con una sonrisa dulce en el rostro la cual se amplió al observar lo que su hijo sostenía.


- Veamos… ese es el jefe de tu padre. Vino a pasar sus vacaciones a Japón cuando tú eras muy pequeño. Si no recuerdo mal en esa fotografía tendrías poco más de cuatro años. – respondió ella.


- Mmm… ¿solo vino esa vez? – inquirió con el ceño fruncido.


-Si… lamentablemente es un hombre muy ocupado y tu papá es prácticamente su mano derecha, por eso tampoco viene mucho a casa. – dijo ella despreocupadamente.


Él miró más inquisidoramente la fotografía. No le veía sentido. Su padre decía que su trabajo era en la construcción y que viajaba por todo el mundo por ello. Le parecía absurdo que nunca tuviera tiempo de ir a casa. Además cuando le preguntó a su profesora sobre ello, esta le dijo que todos tenían derecho a coger unos días de vacaciones para estar con la familia. Así que él concluyó que el que su padre no viniera era porque no quería, no porque no pudiera.


Habían pasado casi cinco años desde la última vez que el hombre rubio apareció por la casa y aunque llamaba ocasionalmente siempre era para decir alguna excusa sobre por qué no podía venir de visita. Un día le enseñó una de las postales que su padre le envió a su profesora quien parecía muy enfadada por ello. Esta le explicó que nadie podía llevar tan poca ropa en el polo norte porque se moriría de frío. Él miró la fotografía de su padre con un peto de construcción naranja, llevando claramente una camiseta blanca de tirantes, y sin decir nada la rompió. Ella parecía mirarle con tristeza y él simplemente dijo que sabía que él mentía, pero no quería que su madre se sintiera mal así que nunca lo decía en voz alta.


Sinceramente poco podía importarle aquel hombre que se hacía llamar su progenitor. Podría no volver a verle en su vida y no se sentiría mal en lo absoluto.


- ¿Tsu-kun? – oyó que su madre le llamaba y él alzó la mirada para verla. - ¿A qué vino la pregunta? – cuestionó ella sin borrar su sonrisa. Él mordió el labio, no sabiendo muy bien cómo responder. No podía simplemente decir algo como “sospecho que papá y este señor tienen la culpa de que alguien esté intentando matarme.” Primero porque parecía completamente descabellado y segundo porque aunque adoraba a su progenitora esta no era muy… espabilada. Ella creía fervientemente en las palabras de su marido y no veía nada de extraño en lo que sucedía.


Por suerte la castaña pareció malinterpretar su vacilación a la hora de responder porque le abrazó con fuerza y le alzó en sus brazos al tiempo en que le besaba la frente con cariño.


- Ooohh cariño… se que echas de menos a papá, al igual que yo, pero seguro que vendrá muy pronto a casa. – aseguró ella con voz dulce. Él solo asintió y dejó que le depositara sobre la silla que usualmente ocupaba para comer.


Ambos cenaron y él volvió a su cuarto, cansado de tanto pensar se recostó sobre su cama y bufó, pero antes de que el sueño le venciera sacó el cuaderno de debajo de su almohada y escribió sus sospechas. Cuando terminó volvió a guardarlo con cuidado y fue entonces que se dejó llevar por el sueño.


Durante los siguientes días, prestó más atención a su alrededor, notando las miradas sobre su persona más que antes. Estas le producían escalofríos por todo el cuerpo, pero él siguió haciendo como si no las notara. De vez en cuando sentía una sensación extraña, como un zumbido dentro de su cabeza. Era entonces cuando paraba o se movía del sitio y algo caía donde se encontraba previamente. Comprendió que debía prestar atención a esa sensación, la cual más tarde reconoció como “intuición”, dado que solía sacarle de situaciones más que peliagudas.


Fue como a los dos meses que entró a su casa enfadado y cansado. Tiró al suelo su mochila y caminó directamente hacia el baño, donde procedió a atender los rasguños que adornaban su cuerpo. Bufó molesto al recordar lo sucedido. Durante la clase de educación física, los chicos tenían que jugar un partido de béisbol. Como si no fuera suficiente el que a él no se le diera particularmente bien aquel deporte y sus compañeros se mofaran de su torpeza, un señor vestido de negro decidió intentar atacarle.


Le vio desde el rabillo del ojo cuando se disponía a correr hacia segunda base, algo que no solía suceder porque solían eliminarle cuando le tocaba batear. El caso es que notó como este sacaba un arma de su chaqueta. Sintió todas sus alarmas sonar en su cabeza, pero no podía simplemente gritar y señalar en dirección a aquel hombre. No teniendo en cuenta que este parecía importarle poco el que fuese visto, sobretodo dado que parecía más que dispuesto en dispararle frente a tanta gente.


Así que hizo lo único que se le ocurrió, tirarse al suelo al tiempo en que este parecía disparar. La bala le rozó el hombro, rasgando levemente su uniforme y logrando que sangrara levemente. No prestó atención a las burlas de sus compañero por tropezarse con el aire, más interesado en aquella figura que desaparecía del patio. Sabiendo que ya no intentaría matarle, no cuando varios chicos le rodeaban y no había una línea de tiro clara, fue que pudo suspirar aliviado.


Su profesor le ordenó ir a la enfermería para que miraran aquel corte, pero decidió no hacerlo. La clase se dio por terminada después de aquello, puesto que la campana ya había sonado y mientras todos se dirigieron a los vestidores para cambiarse la ropa, él simplemente agarró sus cosas y se marchó de allí lo más rápido que pudo.


Durante su trayecto a casa no pudo evitar refunfuñar con enojo palpable saliéndose por sus poros. ¡Es que ya era el colmo! ¡No solo llevaban años causando pequeños accidentes a su alrededor sino que ahora le apuntaban con una pistola en mitad de clase! ¡Ya es que ni disimulaban! Cierto que gracias a ese estúpido acto, tenía las pruebas necesarias para respaldar su teoría, pero seguía molestándole de sobremanera.


Miró su reflejo en el espejo y decidió que era hora de tomar cartas en el asunto. Ahora que era evidente que intentarían ir a por él más directamente no podía seguir con su día a día como hasta ahora.


Repasó mentalmente sus opciones, pero ninguna le pareció una buena idea, hasta que recordó algo muy importante. Algo que toda persona que residiera en la ciudad de Namimori tenía grabado en su memoria.


Con decisión cogió lo que creía que sería necesario y salió de su casa, en dirección al lugar más temido de toda la ciudad.


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A sus doce años de edad, Hibari Kyoya ya era conocido como el demonio de Namimori. Por su gran habilidad física, no había nadie que pudiera ganarle en una pelea, pero no era solo fuerza bruta lo que poseía. No. El joven de cabellos brunos, ojos de un gris metalizado con ligeros toques cobalto, y piel pálida era de las personas más inteligentes que residía en aquella ciudad. Toda la familia Hibari era conocida por sus habilidades en las artes marciales y su increíble don para la estrategia. El clan residía mayoritariamente en Asia, donde su influencia y contactos les permitía ser los líderes del bajo mundo. Algo que sorprendería a muchos es que los Hibari no se regían por las mismas leyes que el resto de personas. Ellos no tenían problemas en cometer actos criminales si con ello podían lograr sus propósitos.


Contrario a lo que cualquiera podría pensar, ellos no eran egoístas ni malvados. Simplemente eran decididos. Cuando tenían un objetivo en mente pensaban en la mejor forma de cumplirlo y si con ello debían cometer actos considerados como “ilegales” pues era lo que iban a hacer.


Kyoya era el único hijo de los cabeza de familia, sabiendo desde muy temprana edad que algún día él lideraría al clan. No le molestaba. Le gustaba tener la libertad suficiente para tomar todas las decisiones que quisiera en cuanto a su vida. Durante años entrenó y pulió sus habilidades de combate, sintiéndose satisfecho ante los resultados que su esfuerzo mostraba. Sus padres, alguien que cualquiera consideraría como seres fríos y deshumanizados, se sentían orgullosos de él y se lo hacían saber. Tal vez no cada día, pero con ligeros gestos que eran más que suficientes para ellos. No hacía falta un gran acto de cariño para que ellos pudieran entenderse.


Desde hacía un par de años que formó el comité disciplinario el cual fue ganando influencia con el pasar del tiempo, donde se centraba en hacer cumplir las normas en la ciudad de Namimori. Podría ser de una forma poco convencional, pero él era una persona dada a las acciones y no a las palabras, por lo que consideraba que morder hasta la muerte a todos los herbívoros que cometieran infracciones era el mejor método de reprenderlos.


El miedo que les infringía era también una buena arma de cara al futuro, algo que le producía satisfacción dado que era bien sabido que los herbívoros recordarían su castigo y se lo pensarían dos veces antes de volver a cometer cualquier tipo de infracción.


El caso es que ellos eran temidos. Las personas solían alejarse de ellos lo más posible, incluso aquellos que se encontraban dentro del otro lado de la ley. Es por eso que nadie pensó que algo como aquello podría ocurrir jamás.


Para que se pueda entender la situación. Kyoya había vuelto a casa después de terminar su patrullaje por la ciudad. Su hogar era una mansión de estilo tradicional, propia de una familia yakuza, aunque ellos no se consideraran como tal, pero les daba igual que la gente les denominara de aquella forma. En ese momento se encontraba con sus progenitores cenando en el comedor principal, escuchando como estos hablaban de los negocios recientes y dando su aportación cuando consideraba oportuno. Su discusión se vio interrumpida cuando el mayordomo jefe llamó a la puerta. Su cara denotaba confusión y nerviosismo, algo inusual en aquel hombre de mediana edad el cual llevaba tantos años al servicio de la familia que había aprendido mejor que nadie a mantener la compostura en todo momento.


- Yun. ¿Sucede algo? – inquirió su madre. Hibari Hui ying, una hermosa mujer de ascendencia china, cuya piel pálida, cabello negro largo y sedoso e imponentes ojos cobalto llamaba la atención donde quiera que fuese. Como su nombre indicaba, ella era una mujer fuerte, valiente, inteligente y hermosa, digna de liderar un clan tan poderoso como lo era el clan Hibari.


- Señora… hay alguien que quisiera hablar con ustedes. – respondió el hombre quien parecía claramente inquieto por la repentina visita.


- No recuerdo tener ninguna visita en la agenda. – comentó ahora su padre. Hibari Isamu, un hombre de apariencia regia y temible con sus cabellos negros, piel pálida y ojos como el carbón, los cuales poseían cierto brillo que ocasionaba que la gente prestara atención a tan dominante hombre.


Su madre negó con la cabeza para indicar que ella tampoco y cuando los ojos del varón se posaron sobre él, simplemente se encogió de hombros. No sabía quién era la persona que se había presentado de forma tan repentina y no sabía si bufar con diversión por la idiotez o sentir curiosidad por la valentía mostrada.


Todo el mundo sabía que no era buena idea molestar a un Hibari. Si no eras convocado por uno, no debías mostrarte en su presencia. Habría consecuencias no muy pacíficas si aquello ocurría. Yun suspiró y sin decir nada se apartó ligeramente de la puerta, dejando ver al visitante.


Sorpresa fue el sentimiento que claramente salió como ganador. Ninguno de los presentes llegó a imaginar que un pequeño herbívoro se presentaría ante ellos. Era un chico de cabellos alborotados castaños, ojos color miel, piel pálida y complexión delgada. Reconoció el uniforme de educación física de la escuela primaria de Namimori y frunció el ceño al notar el mal estado de esas prendas. Se podía ver como había sido rasgada de un hombro, donde restos de sangre resaltaban en la blanca tela, algo de tierra cubría los pantalones que tan solo llegaban a las rodillas del menor y varios vendajes cubrían la piel del más bajo.


Se sintió irritado ante la imagen. Nadie debía presentarse ante su persona con semejantes pintas. Maltratar el uniforme de su querida escuela era una clara ofensa para su persona, pero antes de que pudiera siquiera moverse un milímetro de su posición, notó la gélida mirada de su progenitora la cual indicaba que no se moviera. Normalmente no obedecería órdenes de nadie, pero de entre todos los presentes ella era la más carnívora de todos. Apretó los puños con fuerza y frunció el ceño a más no poder, pero no hizo amago de moverse.


- ¿En qué podemos ayudarte? – cuestionó ella hacia el pequeño animal el cual les miraba con una mezcla de miedo y nerviosismo.


El castaño se mordió el labio inferior, indeciso en cómo formular lo que fuese que tenía en mente. Él miró a su padre quien a su vez observaba al de ojos como la miel con una ceja alzada y parecía que estaba por perder un poco la paciencia. De nuevo su madre fulminó a alguien de su familia con la mirada para impedir que hicieran algo. Su padre bufó con algo de diversión y poco después él también comprendió lo que sucedía. Para ellos era bien sabido el amor que la mujer le profesaba a los pequeños animales. Todo lo que considerara como “adorable” era algo por lo que ella sentía debilidad. Miró de nuevo al pequeño niño y dejando de lado el estado de su ropa, él también pudo ver lo que ella. El castaño era menudo, de apariencia suave y tierna, con claros gestos de herbívoro que le hacían parecer un conejito asustado y ansioso. Lamentablemente para su persona, él compartía aquella misma fijación y ahora que lo había visto, su irritación anterior había desaparecido por completo, dejando paso a la curiosidad y al deseo de saber si el de ojos miel era tan suave como parecía.


- ¿Por qué no empezamos presentándonos? – habló de nuevo la mujer con una ligera sonrisa en su fino rostro. Le indicó al castaño que se acercara y este lo hizo, lentamente como un pequeño animal acorralado, pero cuando estuvo lo suficientemente cerca se sentó al lado de la morena quien simplemente esperó pacientemente a que este se relajara en su nuevo asiento. – Yo soy Hibari Hui ying y ellos dos son mi marido, Isamu, y mi único hijo, Kyoya. El hombre que te recibió es nuestro mayordomo jefe, Yun. – señaló la mujer a los presentes de la estancia.


El pequeño conejo miró a todos y asintió en son de saludo cosa que los morenos correspondieron. El silencio se hizo de nuevo. Los Hibari esperando que el joven dijera algo mientras este frotaba sus manos de forma nerviosa y miraba hacia su regazo. Él notó que algo caía cerca del menor y extendió una mano para cogerlo, pero aquello pareció sobresaltar a este quien soltó un ligero chillido y agarró el objeto, apretándolo con fuerza contra su pecho.


- Kyoya… - mencionó su madre con ligero tono a reprimenda, pero antes de que pudiera decir algo más oyeron la voz del castaño por primera vez.


- Lo siento… - susurró este al tiempo en que suspiraba y dejaban sobre su regazo lo que ahora sabía era una libreta de color azul marino.


- No tienes porqué disculparte cariño. Sabemos que podemos ser un poco… intimidantes. Es normal que estés nervioso. – aseguró la mujer con toda la dulzura que era posible para ella expresar. Lo cual no era mucho, pero aún así el castaño pareció relajarse más ante sus palabras.


- Tsuna… - murmuró este y por primera vez subió la mirada y les miró a los ojos. – Me llamo Sawada Tsunayoshi. – se presentó con una ligera y nerviosa sonrisa en el rostro.


- Mmm… Yun dijo que querías hablar con nosotros. – decidió hablar su padre el cual suspiró al notar como el de ojos miel se tensaba ligeramente ante su voz.


- Emm… sí… - no dijo nada más y él se sintió algo irritado de nuevo. Reconocía que no era la persona más paciente del mundo, pero la situación le estaba enervando cada vez más. Sin decir nada se levantó de su lugar, el cual se encontraba a la izquierda del herbívoro el cual saltó de la sorpresa y le miró con los ojos abiertos como platos.


- ¿Kyoya? – inquirió su madre con una ceja alzada.


- Voy a por ropa. – gruñó y sin esperar respuesta salió de la sala. No tardó en llegar a su habitación, agarrar unos pantalones y una camiseta cualquiera, y volver de nuevo al comedor donde procedió a lanzarle la ropa a la cara al castaño quien volvió a soltar un chillido agudo. - ¡Cámbiate herbívoro! – ordenó al tiempo en que volvía a sentarse en su lugar.


Notó la mirada molesta de la única mujer presente, pero decidió ignorarla en pro de ver al menor mirar con indecisión las nuevas prendas que poseía. Le vio morderse el labio inferior de nuevo, mirar lo que en ese momento portaba y asentir ligeramente. Entonces este hizo algo que sorprendió a todos de nuevo. En vez de salir un momento para cambiarse, este se colocó la ropa sobre la que ya llevaba y después de contorsionarse un poco, se sacó la que llevaba debajo. Soltó un bufido satisfecho cuando terminó y con cuidado dobló las prendas y las dejó a su lado.


- Podrías haberte cambiado en otro sitio. – señaló con ligera diversión bañando su tono de voz. El castaño frunció el ceño y negó con la cabeza.


- Si hubiera salido e ido a otra habitación no habría podido volver. – respondió este tranquilamente.


- Yun podría haberte acompañado. – comentó señalando al mencionado el cual miraba la escena con una amplia sonrisa divertida en el rostro. El de ojos color miel volvió a hacer una mueca ante sus palabras.


- Mi profesora dijo que nunca debía cambiarme de ropa si estaba a solas con un adulto que no conozco. – declaró el menor. Aquello les hizo fruncir el ceño a ellos.


- Tsunayoshi-kun… ¿te ha pasado eso alguna vez? – preguntó su padre seriamente.


- El año pasado. Fui a la enfermería porque me torcí el tobillo y el doctor quiso que me quitara la camiseta. – explicó el castaño mirándole con la cabeza ligeramente ladeada.


- ¿Qué pasó después? – inquirió suavemente su madre la cual pensaba algo no muy bueno.


- Contrario a lo que muchos piensan no soy idiota. – murmuró el herbívoro lo que sorprendió a todos nuevamente. – Supe que era raro lo que pedía así que le golpeé en el estómago y cayó al suelo. Sensei oyó el ruido y entró a la enfermería. Después de preguntarme lo que había pasado me sacó de allí y aunque no lo vi estoy seguro que ella lo golpeó porque cuando llegó la policía, le sangraba la nariz y estoy seguro que oí a alguien comentar que tenía la mandíbula rota. – relató  lo sucedido soltando una ligera risita divertida.


- Es bueno que no te pasara nada. – comentó el moreno mayor con una leve sonrisa decorando sus facciones.


- Supongo. – dijo al tiempo en que se encogía de hombros.


- ¿Puedo preguntar algo? – habló Yun desde su lugar cerca de la puerta. El herbívoro giró a mirarle y asintió. - ¿Por qué viniste a ver a los señores? – inquirió el mayor.


-¡YUN! – exclamó la morena molesta. Estaban intentando que el castaño se relajara y hablara de ello cuando se sintiera cómodo.


- Lo siento señora, pero se está haciendo tarde y Tsunayoshi-kun tendrá que volver a casa pronto para no preocupar a sus padres. – recordó y todos giraron a mirar al castaño quien solo rió divertido.


- Podría no volver en una semana y mamá no lo notaría. – declaró este con tranquilidad.


- ¿Disculpa? – la voz del patriarca de los Hibari parecía más gélida que de costumbre.


- ¡Ah! No quiero decir que mamá sea mala… solo es… ¿cuál es la palabra? – murmuró el menor y se quedó pensativo unos segundo. - ¡Ah! ¡Despistada! – exclamó riendo después de decirlo.


- ¿Despistada? – inquirió él.


- Sip. La quiero mucho, pero sé que ella no es muy… espabilada. Siempre está en las nubes. – aclaró mirándole con una sonrisa en el rostro.


- Ya veo… pero tu padre debería preocuparse ¿no? – volvió a hablar Yun. La mueca de disgusto que hizo el ojimiel no se la esperaba nadie.


- Me sorprendería que siquiera recordara mi nombre. – comentó como si nada el menor. – Además, es su culpa que esté aquí. – bufó con molestia el adorable herbívoro.


El silencio que se hizo presente ante la declaración del castaño era casi físicamente pesado. Miraron como este refunfuñaba algo entre dientes, algo inaudible para ellos, hasta que pareció decidirse y giró a mirarle a él.


- Hibari-san… no espera… ¿Hibari-sempai? ¿Kyoya-sempai? – le vio rascarse la nuca con nerviosismo al tiempo en que fruncía el ceño. Claramente con tres Hibaris en la habitación no sabía muy bien cómo dirigirse al moreno menor.


- Kyoya. – respondió sin tener que pensarlo demasiado. Aunque normalmente no dejaría a nadie llamarle por su nombre, mucho menos a un débil herbívoro, debía reconocer que el castaño era adorable y tenía el valor suficiente como para no solo acercarse a su hogar sino adentrarse y hablar con su familia. Aquello no muchos eran capaces de lograrlo así que el ojimiel merecía cierto reconocimiento por ello.


- ¡Kyoya-sempai! – exclamó con una enorme sonrisa en el rostro que le hizo sonrojar levemente. Maldijo entre dientes cuando notó la sonrisa burlona en los rostros de sus progenitores ante su reacción.


- ¿Qué? – cuestionó decidiendo enfocarse en el conejo enfrente suyo.


- ¡Por favor, entréname! – pidió educadamente el menor. De verdad que este era un herbívoro inusual.


- ¿Entrenarte? – dijo estupefacto, su cerebro no parecía procesar del todo bien lo que estaba sucediendo.


- Si. Quiero aprender a pelear. – aclaró el castaño sin borrar la sonrisa de su rostro.


- ¿Por qué? – murmuró sin comprender. Este bufó enojado y apretó con fuerza el cuaderno que seguía sobre su regazo.


- Es culpa del idiota que se hace llamar mi padre. – medio gruñó el ojimiel.


- Tsunayoshi-kun… ¿te importaría explicarnos la situación desde el principio? – pidió el moreno mayor.


- La gente dice que tengo mala suerte, pero sé que no es verdad. Puedo ser torpe, despistado y no un genio en cuando a estudiar se trata, pero no soy idiota. No hay forma posible en que lo mío sea solo mala suerte. ¡Y hoy lo he comprobado! ¡A nadie intentan dispararle solo por mala suerte! – exclamó haciendo un puchero que les haría sonreír por su adorabilidad de no ser por que se encontraban más centrados en las palabras que este dejó escapar de su boca.


- ¿Alguien ha intentado dispararte? – habló seriamente su progenitora.


- Durante la clase de educación física. – respondió el menor.


- ¿Eso ha sucedido antes? – inquirió ahora su padre.


- No. Siempre intentan que parezca un accidente, pero debieron sentirse frustrados de que siguiera vivo y si van a empezar a ser más directos tengo que saber defenderme ¿verdad? – ellos no comprendían como el más bajo podía decir aquellas cosas de forma tan tranquila.


- Estás hablando en plural. ¿Hay más de una persona que ha intentado hacerte daño? – cuestionó ahora Yun.


- Hacerme daño no. Matarme. – aclaró el castaño.


- Herbívoro. Explícate. – exigió él, sintiendo que su cabeza daba vueltas. El mencionado se mordió el labio con clara frustración y pareció darse cuenta que no estaba siendo muy claro con lo que le sucedía por lo que suspiró cansado y después de dudar unos segundos le acercó el cuaderno que había traído consigo.


Él miró el objeto sin comprender, pero pronto entendió que este quería que lo cogiera por lo que eso hizo. Había una especie de marcador y abrió por allí, rápidamente leyendo el contenido. Su ceño se frunció todavía más al ir asimilando la nueva información hasta que un gruñido repleto de ira escapó de su garganta.


- Mañana empezaremos. – declaró después de unos minutos en silencio. El ojimiel le sonrió ampliamente y le saltó encima, rodeando su cuello con ambos brazos al tiempo en que le susurraba lo muy agradecido que se encontraba por que hubiera aceptado ayudarle.


Sus progenitores no parecían entender así que sin decir nada, deslizó el cuaderno por sobre la mesa y dejó que lo leyeran. Estos se tensaron a cada palabra que leían: allí el menor había relatado la cantidad de “accidentes” que recordaba que le hubieran pasado y sus deducciones en cuanto a la causa. Sus ideas no eran para nada descabelladas puesto que parecía muy lógica la conclusión a la cual había llegado el castaño. Su progenitor debía estar metido en asuntos ilegales y habría hecho enfadar a alguien, quien había decidido matar a su hijo como represalia.


Durante las siguientes semanas vio como el herbívoro mejoraba gracias a su tutela, muy despacio, pero sin detenerse. Él decidió acompañarle a clases y recogerle una vez estas terminaban. Pronto fue testigo de cuando un hombre de negro intentaba matar al castaño. Se encontraban cruzando por el parque cercano a la casa del conejo cuando este salió de detrás de unos árboles. Él no dudó en morderle hasta la muerte nada más le vio. Lamentablemente, resultó ser más herbívoro de lo esperado porque con tan solo unos pocos golpes, decidió que salir corriendo era una buena idea, pero al darse la vuelta para huir, resbaló y cayó al suelo, golpeándose en el cuello con una botella que había por ahí. ¿El resultado? El idiota se partió el cuello solo, muriendo de una forma absolutamente patética.


Él recibió una reprimenda de sus padres dado que con el tipo muerto no podrían sacarle información. El castaño les calmó al decir que siempre habría un próximo, pero el moreno pronto comprendió que todos los asesinos que venían eran cada vez más inútiles que el anterior. Casi todos terminaban muriendo de forma estrepitosamente estúpida y los pocos que lograban quedar con vida, fueron interrogados, desafortunadamente todos decían lo mismo. Su trabajo era matar a Sawada Tsunayoshi, pero ninguno sabía por qué.


Después de varios meses, decidieron que no merecía la pena el esfuerzo. Quien quisiera que los estuviera contratando no tenía la intención de darles la más mínima información que pudiera serles útil a ellos, por lo que decidieron enfocarse en entrenar al castaño para que pudiera defenderse. Para hacerlo en mejores condiciones, tomaron la decisión unánime de hacer que el conejo se mudara a la mansión Hibari.


Sus padres fueron un día a la residencia Sawada, donde conocieron a la madre de este, una mujer de cabellos castaños y cálidos ojos avellana de nombre Nana. Tsuna no se equivocó al describirla como despistada y no muy espabilada. Aquella mujer se encontraba tan en su mundo que no hubo que darle razones por las cuales querían que su hijo se mudara y empezara a vivir con ellos. Esta solo les sonrió y accedió a que su “Tsu-kun” se fuera con ellos.


Él no pudo evitar murmurar: “menos mal que la idiotez no es hereditaria.” Lo que hizo al conejo reír con diversión y a sus progenitores sonreír entre divertidos y maliciosos. No tardaron mucho en guardar todo lo que el ojimiel quería llevarse y trasladarlo a la mansión. Su cuarto se encontraba junto al del moreno, lo cual era la mejor opción puesto que aunque el menor llevaba meses visitando la casa seguía perdiéndose cada que le quitabas los ojos de encima.


Sorprendentemente la convivencia resultó de lo más agradable y natural. El menor se adaptó rápidamente a la rutina del moreno y no tardó en convertirse en un miembro más de la familia. El de ojos pizarra juraba que su madre quería más al castaño que ha su propio hijo, pero esta le sonrió con maliciosidad y le susurró “como si tú no te sintieras igual” a lo cual no pudo rebatir. Después de todo, su amor por los pequeños y adorables animales lo heredó de ella. No se podía esperar ningún otro resultado.


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Es increíble lo rápido que pasa el tiempo. Todavía recordaba estar frente a aquella imponente mansión, nervioso a más no poder por conocer a los temibles dueños de esta, queriendo pedirles que le ayudaran a entrenar.


Ahora se sentía absolutamente cómodo entre aquellas personas. Considerándoles su más cercana familia. Durante cinco años, le aceptaron y ayudaron, le apoyaron en cada una de sus decisiones y aconsejaron cuando creían que lo necesitaba. No le trataban como a un inútil, ni como a alguien que necesitaba protección. Le ayudaron a crecer, a hacerse más fuerte, a sentirse mejor consigo mismo, a aceptar sus debilidades y mejorar en todo lo posible.


Llegó un punto en el cual casi que ya le daba igual la cantidad de asesinos que llegaban a su puerta o se cruzaban en su camino. Todos aceptaron que tardarían en conseguir respuestas y de cierta forma ya casi que le daba igual la razón detrás de todo el asunto. Después de todo, el que ahora tenga una gran familia es debido a ello, así que no podía sentirse tan enfadado como en un momento llegó a sentirse.


Aunque si era completamente sincero consigo mismo… sí que seguía fastidiándole que no pudiera ni ir a la esquina sin ser atacado por alguien.


Caminó a paso rápido por los pasillos del edificio donde se encontraba en ese momento. Su destino claro en su mente, tanto que ignoró a aquellas personas que le saludaban o asentían ligeramente con respeto. Abrió la puerta de golpe y se adentró, no perdiendo ni un segundo en lanzarse sobre el regazo del único ocupante de la sala.


-¡Kyoyaaaa! – exclamó al tiempo en que rodeaba el cuello de su novio con sus brazos y escondía la cara en el pecho de este. Le oyó bufar divertido a la vez en que le rodeaba la cintura con uno de sus brazos.


- Tsunayoshi. – saludó el moreno mayor. El castaño esperó, pero estaba claro que su pareja no tenía pensado decir nada más, por lo que bufó molesto y se separó lo suficiente para que sus orbes chocaran. Miel y carbón frente a frente. Calor y frío. Polos opuestos que se sentían atraídos por el contrario.


- ¿No vas a preguntar? – cuestionó haciendo un puchero que se le hizo adorable al prefecto.


- Mmm… Tetsuya me informó de lo ocurrido. – comentó tranquilamente.


- Son solo las diez de la mañana.  – medio gruñó el ojimiel.


- ¿Y? – fue la respuesta que obtuvo. Se revolvió el cabello frustrado ante la pasividad de su novio ante el tema.


- ¡Que es la 5ª vez esta mañana que me atacan! – se quejó exasperado.


- Lo dices como si no fuese algo que ocurra todos los días. – habló el de ojos grises con una media sonrisa adornando sus facciones.


- ¡AAAAgggghhh! Solo quiero que me dejen tranquilo un día. ¿Es tanto pedir? – se lamentó el castaño a la vez en que hacia un puchero. El mayor le acarició el cabello suavemente.


- Cuando descubramos quién está detrás de esto y porqué, podrás tener todos los días tranquilos que quieras. – prometió el moreno.


- ¿De verdad? – murmuró el más bajo mirándole parpadeando adorablemente.


- Mmm… de eso me encargaré yo. -  juró el más alto sonriéndole maliciosamente lo que hizo reír al contrario.


- Te quiero Kyoya. – susurró el ojimiel sonriéndole ampliamente a su novio.


- Y yo a ti Conejito. – respondió el moreno quien le besó casta y dulcemente por todo el rostro al tiempo en que el menor dejaba escapar de entre sus rosados labios ligeras y adorables risitas.


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Unos días más tarde apareció en frente de Tsuna un bebé con traje y fedora quien declaró que era un tutor enviado por el padre de este para convertir al castaño en el próximo jefe de la mafia más poderosa del mundo.


Lo primero que Tsuna exclamó al oír las palabras de Reborn fue: “¡Sabía que era culpa del viejo!” para la estupefacción del moreno más bajo quien confundido le vio correr hacia el despacho de su novio que se encontraba en el instituto de Namimori. Lo primero que pensó Kyoya al oír lo sucedido fue: “Voy a tener que cazar a un estúpido herbívoro.”


Para cuando Reborn se enteró de quién era la pareja del castaño y quiénes eran los padres de este, lo primero que pensó fue: “¡Nono no me paga lo suficiente para esto!”


Entre todo el caos que se desarrolló con la llegada del hitman numero 1 lo único que realmente valió la pena fue: la cara de idiota de Iemitsu cuando Reborn lo contó que su único hijo mantenía una relación romántica con el único hijo de los líderes del clan Hibari; la reacción histérica del rubio cuando llegó a Japón para ver a su hijo y este le golpeó de lleno en el estómago; y la paliza que recibió del moreno prefecto cuando la mano derecha de Nono intentó abrazar al castaño entre lágrimas después de ser rechazado por este.


Definitivamente, Tsuna tendrá que esperar bastantes años más hasta poder tener un día tranquilo en su vida, cosa que le recordaría cada que pudiera a su novio el cual se sentía extremadamente frustrado por no poder cumplir con la promesa que le hizo a su conejito. Ambos empezaron a apreciar mucho más esas siestas que se tomaban solo ellos dos, puesto que eran los únicos momentos de paz que tendrían durante mucho tiempo.


……FIN……

Notas finales:

Pues esto es todo nwn


Sinceramente siento que no hay mucha actividad en este fandom lo cual es triste porque es uno de mis favoritos y pues... si no encuentro fanfics nuevos de ellos, me toca escribirlos a mi ¿no? XD


Espero sinceramente que os haya gustado esta cortita historia y me encantará saber vuestra opinión n.n


Nos leemos pronto (=^w^=)


PD: sé que Reborn llega cuando Tsuna tiene 14 no 15... pero decidí retrasarlo un año por que así quise hacerlo ;P


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