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Juntos por Liss83

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Los pies de ese árbol en el punto intermedio entre la casa Cullen y la reserva era el testigo de los besos entre risas y abrazos de ambos enamorados

 

 

 

 

-          Ya te echo de menos.

-          No tengo por qué irme. Puedo quedarme...

-          Mmm...

 

 

 

Durante un buen rato se hizo un silencio sólo roto por el golpeteo de su corazón, rítmico como el de un tambor, de Jacob, la cadencia desacompasada de su respiración y el susurro de sus labios mientras se movían de forma sincronizada.

Algunas veces le era tan fácil olvidar que besaba a un vampiro. No porque pareciera corriente o humano, ya que no podía olvidar ni por un segundo que tenía entre sus brazos a alguien más parecido a un ángel que a un hombre, sino porque Jacob hacía que pareciera natural tener sus labios contra los suyos, contra su rostro y su garganta.

 

 

 

Abrío los ojos y encontró los suyos abiertos también, clavados en el rostro propio. Nada parecía tener sentido cuando se miraban de esa manera, como si el otro fuera el premio, en vez de la afortunado ganador por pura chiripa.

Sus miradas se entrelazaron durante un momento; sus ojos dorados eran tan profundos que imagino estar mirando en realidad el mismo centro de su alma. Le parecía una sandez de tomo y lomo lo que le había contado sobre alguna vez se hubiera puesto en tela de juicio la existencia misma de su alma, incluso a pesar de que él fuera un vampiro, pues no conocía un ánima más hermosa que la suya, más aún que su mente aguda, su semblante inigualable o su cuerpo glorioso.

 

 

 

Le devolvió la mirada como si él también estuviera viendo su alma, y no solo su mente, y como si le gustara lo que veía.

Edward acerco su rostro al del lobo otra vez.

 

 

 

-          Definitivamente me quedo — murmuró un momento más tarde.

-          No, no. Es tu despedida de soltero — susurro Jacob contra sus labios — Debes ir.

 

 

 

Dijo las palabras, pero el brazo derecho se trabo debajo de sus axilas, mientras presionaba la izquierda con fuerza contra la parte más estrecha de su espalda. Edward le acarició la cara con esas manos heladas suyas.

 

 

 

-          Las despedidas de soltero están diseñadas para quienes se entristecen por el fin de sus días de libertad — murmuro Edward  —. Y yo no podría desear más el dejarlos a mi espalda. Así que realmente no tiene mucho sentido.

-          Eso es verdad — suspiro Jacob contra la piel de su garganta, fría como el invierno.

 

 

 

Estaban acurrucados a los pies de unos árboles del bosque con el que colindaba la casa Cullen, tan entrelazados como era posible, considerando que Jacob solo vestía un short corto. Una mano se deslizo por la cintura del vampiro mientras unos labios atacaban suavemente su cuello

Jacob deslizo la mano por su pecho ancho, recorriendo los tan bien trabajados músculos de su estómago, maravillándose. Le atravesó un ligero estremecimiento y su boca buscó la del vampiro de nuevo. Con cuidado, dejo que la punta de mi lengua presionara su labio liso como el cristal, y él suspiró. Su dulce aliento sopló, frío y delicioso, sobre el rostro del lobo.

 

 

 

Edward comenzó a apartarse, ya que ésta era su respuesta automática cuando decidía que las cosas estaban yendo demasiado lejos y su reacción refleja, a pesar de que él era quien más deseaba continuar. Edward había pasado la mayor parte de su vida rechazando cualquier tipo de satisfacción física. Sabía que ahora le aterrorizaba cambiar esos hábitos.

 

 

 

-          Espera — dijo Jacob, abrazando su cintura con fuerza  —. Lo prometí y lo cumpliré. Soy un caballero — y Edwards se echó a reír entre dientes — no me crees

-          Claro que te creo — dijo Edward  —. Eres mi caballero de armadura brillante

-          ¿tu caballero de armadura brillante? — repitió  —, ya verás que mañana no seré tan caballeroso cómo crees

-          Más te vale — dijo Edward — pero mañana. No hoy

 

 

 

Apretó sus labios contra los del vampiro para detener su ataque de pánico. No le iba a permitir que se desesperará. Edward le devolvió el beso durante un momento, pero quedó claro que ya no estaba tan implicado en él como antes. Siempre preocupado, siempre.

 

 

 

-          ¿Qué tal están tus pies? ¿Fríos? — pregunto Jacob

-          Calentitos — contesto Edward de inmediato, sabiendo que no se refería a ellos de modo literal.

-          ¿De verdad? ¿No te lo has pensado mejor? — pregunto Jacob — Todavía puedes cambiar de idea. Podemos esperar

-          ¿Intentas dejarme plantado? — pregunto Edward

-          Sólo me cercioro — dijo Jacob echándose a reír entre dientes — No quiero que hagas algo de lo que no estés convencido

-          Estoy seguro de ti — dijo Edward  —, ya me las apañaré con el resto. ¿Tú… tienes los pies fríos?

-          Tan calientes que apenas puedo esperar... — dijo Jacob besándolo

-          ¡Oh, por el amor de todos los santos! — gruño Edward

-          ¿Qué hice mal? — dijo Jacob separándose y el vampiro apretó los dientes con fuerza.

-          Nada — siseo Edward  —. Mis hermanos. Parece ser que Emmett y Jasper no están por la labor de dejarme en paz esta velada.

 

 

 

Jacob lo estrecho muy fuerte durante un segundo, le beso el cabello y luego le dejo ir. No desataría una batalla la noche antes de la boda. Ya se los cobraría después a sus cuñados

 

 

 

-          Pásatelo bien. Te amo

 

 

 

Emmett, Jasper y Carlisle salieron de entro los bosque riendo mientras Edward gruñía

 

 

 

-          Respeta a tu padre — lo regaño Jacob poniéndose de pie

-          Si no sueltas a mi hermanito — susurró Emmett con voz amenazadora  —, ya verás.

-          Desde mañana no te lo devolveré — gruño Jacob haciendo reír a los otros  —. Vete antes de que Emmett eche el bosque debajo de una pataleta.

 

 

 

Edward puso los ojos en blanco, pero se levantó con sólo un movimiento fluido y Jacob le besó la frente.

 

 

 

-          Duerme algo. Mañana te espera un buen día.

-          Nos espera un gran día — corrigió Jacob — Te veré en el altar.

-          Yo soy el que va de blanco — sonrió Edward por lo displicente que había sonado y

-          Muy convincente — replico Jacob sonriente

 

 

 

Y después se agachó, con los músculos contraídos para saltar, hasta que se desvaneció en la oscuridad. Se oyó un golpe sordo y apagado; a continuación, Jacob escucho maldecir a Emmett.

 

 

 

-          Será mejor que no lo hagan llegar tarde — grito Jacob, sabiendo que podían oírlo.

 

 

 

Y entonces Jasper se asomó por entre los arboles con su pelo del color de la miel brillando a la débil luz de la luna que se veía entre las nubes.

 

 

 

-          No te preocupes, cuñado. Le llevaremos a casa con tiempo suficiente.

-          Yo me encargare de eso — dijo Carlisle

-          Gracias suegro — contesto Jacob

 

 

 

De pronto, se sentía muy tranquilo y todas sus quejas dejaron de tener importancia. Jasper era, a su manera, igual de efectivo que Alice con sus increíblemente precisas predicciones. Pero lo suyo no era el futuro. Jasper tenía un don natural para manejar los estados de ánimo. Por mucho que alguien se resistiera, acababa sintiéndose exactamente como él deseaba.

 

 

 

-          ¿Jasper? — pregunto Jacob como si el otro estuviese a su lado — ¿Qué es lo que hacen los vampiros en sus despedidas de soltero? ¿No lo irán a llevar a un club de striptease, verdad? — y se escucharon carcajadas amortiguadas

-          ¿Tú quieres ir a uno? — gruñó Emmett desde los árboles, pero hubo otro golpe sordo y Edward se echó a reír por lo bajo — lo siento pero aún no eres un Cullen oficial. Edward aún se puede arrepentir

-          Tranquilízate Jake — instó Jasper, y así lo hizo  —. Nosotros, los Cullen, tenemos nuestra propia versión. Sólo unos cuantos pumas, y un par de osos pardos. Casi una noche como otra cualquiera.

-          Gracias, Jasper.

 

 

 

Este le guiñó un ojo y desapareció de la vista. En el bosque no se oía absolutamente nada. Jacob se quedó parrado, mirando a la nada.

Era su última noche de soltero. Su última noche como como el joven Black.

 

 

 

_________________

 

 

 

Los párpados se le abrieron solos de sopetón. La más radiante de las sonrisas cruzo su rostro. Era el gran día.

Salto de la cama totalmente libre del sueño. El cielo fuera de su ventana se volvió gris y después pasó al rosa pálido mientras esperaba a que se calmara su corazón.

Se sintió un poco enfadado consigo mismo cuando regreso por completo a la realidad de si desordenada habitación. ¡Vaya sueño para tener la noche antes de su boda! Hacia un par de semanas que quería conocer más acerca del mundo al que pertenecía su familia política, por lo que cada noche iba a la mansión Cullen a escuchar las historias de Carlisle, y luego, salían a dar una vuelta por los alrededores de la casa. Una de esas historias, la que más lo había impactado era la de los niños inmortales.

La historia de la madre de la del clan Denali era una entre otras muchas, un cuento con moraleja que ilustraba una de las reglas que tenía el mundo de los inmortales. Sólo una regla, en realidad, una ley que luego se plasmaba en mil facetas diferentes: «Guarda el secreto».

 

 

 

Mantener el secreto significaba un montón de cosas: vivir sin llamar la atención; como los Cullen, mudándose a otro lugar antes de que los humanos sospecharan que no envejecían. O manteniéndose alejados de cualquier humano, excepto a la hora de la comida, claro, del modo en que habían vivido nómadas como James y Victoria, modo en el cual aún vivían los amigos de Jasper, Peter y Charlotte.

Y sobre todo significaba no crear cualquier cosa, porque algunas creaciones terminan siendo imposibles de controlar.

 

 

 

-          No sé cuál era el nombre de la madre de Tanya — admitió Carlisle, y sus ojos de color dorado, casi del mismo tono que el de su cabello claro, se entristecieron al recordar el dolor de Tanya  —. Nunca hablan de ella si pueden evitarlo, ni piensan en ella por voluntad propia.

 

 

 

La creadora de Tanya, Kate e Irina (quien también las amó, creo) vivió muchos años antes de que Carlisle naciera, durante el tiempo de una plaga que cayó sobre nuestro mundo, la plaga de los niños inmortales. Eran muy hermosos, tan simpáticos y encantadores que era imposible de imaginar. Bastaba su proximidad para quererlos, era algo casi automático.

 

 

 

No se les podía enseñar nada. Se quedaban paralizados en el nivel de desarrollo en el que estuvieran cuando se les mordía. Algunos eran adorables bebés de habla ceceante y llenos de hoyuelos que podían destruir un pueblo entero en el curso de una de sus rabietas. Si tenían hambre, se alimentaban y no había forma de controlarlos con ningún tipo de advertencias. Los humanos los vieron, comenzaron a circular historias, y el miedo se extendió como el fuego por la maleza seca...

 

 

 

La madre de Tanya había creado a uno de esos niños, y los Vulturis se implicaron.

La simple mención de ese nombre hacia a más de uno encogerse, pero claro, la legión de vampiros italianos, algo así como la realeza vampírica según ellos mismos, era una parte central de esta historia. No podía haber leyes si no hubiera castigos, y no habría castigo sin alguien que lo impartiera. Los antiguos, Aro, Cayo y Marco, controlaban las fuerzas de los Vulturis.

 

 

 

Estos estudiaron a los niños inmortales, tanto en su hogar de Volterra como en todo alrededor del mundo. Cayo decidió que los más jóvenes eran incapaces de proteger nuestro secreto y que por eso debían ser destruidos.

Dado que eran adorables, los miembros de los aquelarres lucharon con intensidad para protegerlos, por lo que quedaron diezmados. La carnicería no se extendió tanto como las guerras del sur en América, pero en cierto modo resultó más devastadora porque afectó a aquelarres que llevaban mucho tiempo funcionando, viejas tradiciones, amigos... Se perdieron muchas cosas. Al final, la práctica quedó completamente eliminada. Los niños inmortales se convirtieron en algo que no se debía mencionar, un tabú.

 

 

 

Cuando Carlisle vivía con los Vulturis, se había encontrado con dos de esos niños inmortales, así que conocía de primera mano su encanto. Aro había estudiado a los pequeños durante muchos años después de que tuviera lugar la catástrofe que habían causado y tenía la esperanza de que pudieran dominarse; pero al final, la decisión fue unánime: no se debía permitir que existieran niños inmortales.

 

 

 

En realidad no estaba muy claro lo que ocurrió con la madre de Tanya. Esta, Kate e Irina vivieron completamente ajenas a todo hasta el día en que los Vulturis vinieron a buscarlas, a ellas y a su madre, por la creación ilegal del niño, y las convirtieron en prisioneras. Lo que salvó la vida de Tanya y sus hermanas fue su ignorancia. Aro las tocó y descubrió su total desconocimiento del asunto, de modo que no fueron castigadas como su madre.

 

 

 

Ninguna de ellas había visto nunca antes al niño, o ni siquiera soñado con su existencia, hasta el día en que le vieron arder en los brazos de su madre. Carlisle suponía que ella mantuvo el secreto para protegerlas precisamente de esa situación. Pero en cualquier caso, ¿por qué lo había creado? ¿Quién era él y qué significaba para ella cuando no le importó el peligro de cruzar aquella línea? Tanya y las otras nunca recibieron contestación a ninguna de estas preguntas, pero jamás dudaron de la culpabilidad de su madre y tal vez nunca la hayan perdonado del todo.

 

 

 

Cayo quería hacer quemar a las tres hermanas, incluso aunque Aro estaba completamente seguro de su inocencia. Las consideraba culpables por asociación. Tuvieron mucha suerte de que Aro se sintiera aquel día bastante compasivo y fueran perdonadas, aunque les quedó en sus corazones heridos un respeto muy sano por la ley...

 

 

 

Esa historia había sido la historia que lo había hecho soñar contemplando un campo desierto, gris, y aspirando el olor denso del incienso quemado en el aire. Y no estaba sola.

Había un grupo de figuras en el centro del campo, todas envueltas en capas del color de la ceniza. Lo normal es que lo hubieran aterrorizado, porque evidentemente no podían ser otros que los Vulturis y Jacob solo era un humano. Pero sabía, como sólo se sabe en los sueños, que no podían verlo.

 

 

 

Dispersas en distintos montones por el suelo se veían piras que desprendían humo. Reconoció su dulzura en el aire y no se acerqué para examinarlas. No tenía ninguna gana de ver los rostros de los vampiros que habían ejecutado, temiendo que pudiera reconocer alguno en aquellas piras ardientes.

Los soldados de los Vulturis permanecían en círculo alrededor de algo o alguien, y escucho sus voces susurrantes que se alzaban muy agitadas. Se acercó al borde de sus capas, empujado por el mismo sueño, para ver qué cosa o persona estaban examinando con un interés tan intenso. Se deslizo sigilosamente entre dos de aquellos sudarios susurrantes y finalmente pudo ver el objeto de tal debate, alzado sobre un pequeño montículo que se cernía sobre ellos.

 

 

 

Era hermoso y adorable, tal y como Carlisle lo había descrito. Todavía era un niño pequeño, con poco más de dos años. Unos rizos de color marrón claro enmarcaban su rostro de querubín de mejillas redondeadas y labios llenos. Estaba temblando con los ojos cerrados, como si estuviera demasiado asustado para ver cómo se le acercaba la muerte a cada segundo que pasaba.

 

 

 

A Jacob lo abrumó una necesidad tan poderosa de salvar a aquel niño encantador y aterrorizado que dejaron de importarle los Vulturis, a pesar de la devastadora amenaza que suponían. Pasó de largo a su lado, sin preguntarme si ellos se daban cuenta de mi presencia. Saltó hacia el niño.

Pero se quedé clavada en el sitio cuando tuve una visión más clara del montículo sobre el que se sentaba. No era de roca y tierra, sino que estaba formado por una pila de cuerpos humanos, vacíos de sangre y sin vida. Era demasiado tarde para no ver sus rostros. Los conocía a todos ellos: Seth, Quill, Embry, Sam, toda la manada... Y justo al lado de aquel chico tan adorable estaban los cuerpos de Billy y su padre.

El niño abrió sus brillantes ojos del color de la sangre.

 

 

 

La familia de Tanya, el clan de Denali, llegaría en algún momento previo a la ceremonia.

Habría sido poco delicado poner a la familia de Tanya en la misma habitación que los invitados de la reserva Quileute. Los de Denali no es que fueran muy amigos de los licántropos que digamos. De hecho, la hermana de Tanya, Irina, ni siquiera iba a venir a la boda. Todavía abrigaba el deseo de emprender una vendetta contra los hombres lobo por haber acabado con su amigo Laurent justo cuando él se disponía a matar a Bella.

 

 

 

Debido a esa disputa los de Denali habían abandonado a la familia de Edward en su peor momento. Y había sido la alianza con los lobos Quileute, poco deseada por ambas partes, la que habían salvado la vida de todos cuando la horda de vampiros neófitos los atacó...

Edward le había prometido a Jacob que no habría ningún peligro en tener a los de Denali cerca de los Quileute. Tanya y toda su familia, aparte de Irina, se sentían terriblemente culpables por haberles dejado abandonados a su suerte. Una tregua con los licántropos era un precio pequeño que pagar por aquella deuda.

 

 

 

Jacob nunca había visto antes a Tanya, pero estaba convencido de que el encuentro no sería una experiencia nada agradable. Hacía mucho tiempo, antes de que él naciera probablemente, Edward había jugado sus bazas con Edward; y no es que yo la culpara a ella o a nadie por quererle. Aun así, seguro que sería hermosa como poco y magnífica en el peor de los casos. Aunque a pesar de todo lo que habían pasado le quedaba la duda. ¿Edward lo amaba o era solo la imprimación?

 

 

 

-          Somos lo más parecido que tienen a una familia — dijo el vampiro  —. Todavía se sienten huérfanos, ya sabes, después de todo este tiempo.

 

 

 

El aquelarre de Tanya era ahora casi tan grande como el de los Cullen. Contaba con cinco miembros: Tanya, Kate e Irina a los que se habían unido Carmen y Eleazar, de un modo muy parecido al que se habían unido Alice y Jasper a los Cullen. Todos ellos deseaban vivir de un modo más humano al que solían estar acostumbrados los vampiros.

 

 

 

Pero a pesar de toda la compañía, Tanya y sus hermanas se sentían solas en cierto sentido. Podía imaginarse el vacío que su pérdida les habría dejado, incluso después de mil años. Intentaba imaginarse a la familia Cullen sin su creador, su centro y su guía: su padre, Carlisle. No podía, ésa era la verdad.

 

 

 

Sacudió negativamente la cabeza. Eso era lo que había conseguido obsesionándome con historias perturbadoras en mitad de la noche.


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