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Juntos por Liss83

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Edward jadeaba, aovillado alrededor de la protuberancia de su vientre. Rosalie lo sostenía mientras Emmett, Carlisle y Esme revoloteaban alrededor. Sus ojos captaron un atisbo de movimiento: era Alice en lo alto de las escaleras, desde donde miraba el cuarto de estar y mantenía las manos fijas en las sienes. Resultaba de lo más chocante, era como si tuviera vedada la entrada.

 

 

 

-          Dame un segundo, Carlisle — jadeó Edward.

-          He oído un chasquido, hijo. Debo examinarte.

-          Lo más seguro... Ay... es que sea una costilla. Oh. Uf. Sí, justo ahí. — Él señaló un punto del costado izquierdo, teniendo mucho cuidado de no tocarlo. Su hijo había empezado a romperle los huesos.

-          Necesito una placa de Rayos X. Tal vez queden astillas y no queremos que perforen nada.

 

 

 

Edward respiró hondo.

 

 

 

-          De acuerdo — Jacob alzó en vilo a su esposo con sumo cuidado. Rosalie hizo ademán de discutir, pero su cuñado la miro mal — Ya lo llevo yo — dijo el lobo

 

 

 

Ahora, Edward tenía más fuerza, pero también el feto. Era imposible hacer morir de hambre a uno sin que el otro corriera la misma suerte y a la hora de fortalecerlos ocurría tres cuartos de lo mismo. No había victoria posible. Jacob llevó escaleras arriba a Edward. Rosalie y Carlisle le pisaron los talones.

¿Tenían los Cullen un banco de sangre y una máquina de Rayos X? Jacob supuso que el doctor se llevaba trabajo a casa. Los siguió y escucho el zumbido de la máquina de Rayos X en la planta de arriba. Se quedó parado en la puerta y se apoyó en la pared. El cansancio lo venció y se dejó caer hasta quedar sentado

 

 

 

-          ¿Quieres una almohada? — le preguntó Alice.

-          No — farfullo.

-          Esa postura no parece muy cómoda — observó.

-          No lo es.

-          Entonces, ¿por qué no te mueves?

-          Estoy molido. ¿Por qué no entras? — le espeté de inmediato.

-          Por la jaqueca — respondió.

 

 

 

Jacob apoyo la cabeza en la pared y la giro para observarla. Alice era realmente pequeña. Parecía tener el tamaño de uno de sus brazos.

 

 

 

-          ¿Los vampiros tienen jaquecas?

-          Los normales, no — dijo Alice y Jacob pensó “Vampiros normales”.

-          ¿Cómo es que ya nunca estás con Edward? — quiso saber, formulando la pregunta con el tono de una acusación. Hasta ese momento no se le había ocurrido, porque tenía la cabeza muy ocupada con otros problemas, pero se le hacía extraño que Alice jamás estuviera junto a Edward. En ese caso, quizá Rosalie no hubiera permanecido con él  —. Pensé que eran uña y carne — y junto dos dedos.

-          Ya te dije: jaqueca — y se acomodó encima de una baldosa a poca distancia de él y rodeó las delgadas piernas con los brazos, no menos finos.

-          ¿Edward te provoca jaqueca?

-          Sí. Bueno no

 

 

 

Jacob torció el gesto. No estaba para muchas adivinanzas. Dejó rodar la cabeza a fin de que recibiera el aire fresco y cerré los ojos.

 

 

 

-          En realidad, no es Edward — rectificó  —. Se trata del... feto. No puedo verlo — le hablaba a Jacob, pero en realidad podría estar conversando consigo misma, como si él ya se hubiera marchado  —. No veo nada acerca de él. Me ocurre igual que contigo, bueno, antes — Jacob sintió una sacudida y apretó los dientes. Si Alice no veía a su hijo ¿Cómo saber que todo saldría bien? — Edward se ve envuelta por el influjo del feto, por eso lo noto... poco definida, como la imagen de una tele que recibe mal la señal — dijo frunciendo el ceño  —. Es como intentar fijar los ojos en los actores borrosos de la pantalla. Verlo me hace polvo la cabeza, y no lo soporto más de unos pocos minutos al día. El feto forma parte importante de su futuro. Cuando él decidió... Edward desapareció de mi vista en cuanto supo que quería tenerlo. Me llevé un susto de muerte — Alice se mantuvo en silencio durante un segundo, y luego agregó — Debo admitir que es un alivio tenerte cerca a pesar de tu olor a perro mojado. Se borran de mi mente todas las imágenes. Es como si cerrara los ojos. El dolor de cabeza se aletarga...

-          Encantado de servirla, señorita — murmuro.

-          No te importa que me siente cerca de ti, ¿verdad? — inquirió.

-          Supongo que no. Me empiezo a acostumbrar.

-          Gracias — contestó  —. Esta es la mejor cura de todas, supongo, dado que a mí no me hacen efecto las aspirinas.

-          ¿Podrías controlarte? Intento dormir.

 

 

 

Ella no contestó, pero de inmediato se sumió en un silencio absoluto. Jacob se durmió en cuestión de segundos.

Jacob soñó que se moría de sed y tenía un gran vaso de agua helada enfrente de él. La condensación se acumulaba en los lados del recipiente. Lo agarro y bebió un gran trago, sólo para averiguar enseguida que no era agua, sino lejía. La escupía de golpe y lo pringo todo. El efluvio se le metió por la nariz, quemándolo hasta hacerlo sentir que estaba en llamas.

 

 

 

El dolor nasal lo despertó lo bastante como para acordarse de que se había dormido. El olor era fuerte si se consideraba que había sacado la cabeza y tenía la nariz fuera de la casa. Había mucho ruido. Alguien se estaba riendo con demasiada fuerza. Las carcajadas le resultaban familiares, pero no eran de alguien que estuviera relacionado con ese olor. Ese efluvio no le correspondía.

Gimió y abrió los ojos. Era de día a juzgar por el color gris apagado del cielo, pero no había indicios para poder determinar la hora. Tal vez estuviera a punto de anochecer, dada la escasez de luz.

 

 

 

-          Ya iba siendo hora — murmuró Rosalie no demasiado lejos de allí  —. Empezaba a estar harta de la escandalera de tus ronquidos.

 

 

 

Giro sobre sí mismo y se contorsiono para sentarse en el suelo. Averiguo en el proceso de dónde procedía el hedor. Alguien le había puesto debajo de la cabeza un cojín de plumas en un probable intento de ser amable, supuso el lobo, a menos que hubiera sido cosa de Rosalie.

Percibió otros aromas en cuanto alejó el rostro de la pestilencia de las plumas. El aire olía a canela y a panceta, todo entremezclado con el efluvio a vampiro. Parpadeó mientras intentaba captar la estancia.

 

 

 

Las cosas no habían cambiado demasiado, excepto que ahora Edward se sentaba en medio del sofá y que le habían quitado las agujas intravenosas. La rubia se sentaba a sus pies, con la cabeza apoyada en las rodillas del embarazado.

Alice se hallaba en el suelo, de la misma posición que Rosalie. Su rostro no delataba contrariedad alguna y era fácil saber el motivo: había encontrado otro «analgésico».

 

 

 

-          Eh, Jake, ven aquí — cacareó Seth y a Edward se le ilumino el rostro cuando sus miradas se cruzaron

 

 

 

El pequeño de los Clearwater se sentaba al otro lado de Edward, sobre cuyos hombros le había pasado el brazo con ademán despreocupado. Sostenía en el rezago un plato de comida lleno hasta los bordes.

¿Qué rayos estaba...?

 

 

-          Vino a buscarte — aclaró Emmett mientras el alfa se ponía en pie — y Esme le convenció de que se quedara a desayunar.

-          Exacto, Jake. Vine a ver si estabas bien, ya que ni siquiera habías cambiado de fase y Leah empezaba a estar preocupada. Le dije que probablemente te habrías quedado frito en tu forma humana, pero ya la conoces. Y claro, bueno, ellos tenían aquí toda esta comida, y maldita sea

 

 

 

Jacob respiro despacio mientras intentaba calmarse y dejar de apretar los dientes, pero no era capaz de apartar la vista del brazo de Seth en torno a su esposo.

 

 

 

-          Edward empezó a tener frio — expuso Alice en voz baja.

 

 

 

Seth escuchó el comentario de Alice, miró la cara de malas pulgas de Jacob y de pronto se acordó de que necesitaba las dos manos para comer. Retiró el brazo y se puso a comer con verdadero entusiasmo. Jacob camino hasta sentarse a su lado

 

 

 

-          ¿Sigue Leah de patrulla? — le pregunto Jacob a Seth, con voz aún pastosa a causa de la modorra.

-          Sí — contestó él sin dejar de masticar. El joven Clearwater llevaba también ropas nuevas, y encima le sentaban mejor que a su alfa  —. Sigue en ello, no te preocupes. Aullará si ocurre algo. Nos turnamos a eso de la medianoche. He corrido doce horas — El tono de voz dejaba claro cuánto se enorgullecía de ello.

-          ¿Medianoche...? Espera un momento... ¿Qué hora es...?

-          Está a punto de amanecer — contestó el chico tras lanzar una mirada por la ventana para asegurarse.

-          Maldición — había dormido el resto del día y una noche entera. No había cumplido su parte — Lo siento mucho, Seth. De verdad. Deberías haberme despertado de una patada.

-          No, tronco, necesitabas dormir de verdad. ¿Desde cuándo no te habías tomado un respiro? ¿Desde la noche que patrullaste para Sam? ¿Lo dejamos en cuarenta horas? ¿Cincuenta? No eres una máquina, Jake. Además, no te has perdido nada de nada.

-          Solo de darme un beso — dijo Edward — ¿o ya no me quieres? — e hizo un puchero que hizo reír a su esposo

-          Te amo — dijo Jacob sentándose a su lado y lo beso dulcemente — ¿cómo están? — y le beso el vientre

-          Feliz de verte — dijo Edward

-          ¿Qué? ¿Qué has desayunado? — pregunto el lobo  —. ¿O negativo o AB positivo? — Edward hizo un puchero.

-          Tortilla — contestó, pero lo hizo con la mirada gacha y... Jacob vio la copa de sangre entre sus piernas.

-          Hey — dijo Jacob besándolo — todo está bien

-          Tómate algo de desayuno, Jake — instó Seth  —. Hay un montón de cosas ricas en la cocina. Debes de estar con el depósito vacío.

 

 

 

El mayor examino el plato de comida situado encima de su vientre. Una tortilla de queso ocupaba la mitad de la escudilla y la otra mitad, un rollito de canela del tamaño de un cuarto de Frise. Empezó a sonarle el estómago, pero lo ignoro.

 

 

 

-          ¿Qué ha almorzado Leah? — pregunto con ánimo censor.

-          Eh, le he llevado comida antes de probar bocado — se defendió Seth  —. Aseguró que prefería comerse un animal atropellado en la carretera, pero apuesto a que al final cae... Estos rollitos de canela... — Pareció extraviarse en esas palabras.

-          Entonces dame uno — dijo Jacob arrebatándoselo

-          ¿Tienes un momento, Jacob? — dijo Carlisle

-          ¿Sí?

 

 

 

El doctor se le acercó mientras Esme se dirigía a otra habitación. Carlisle se detuvo un poco más lejos de lo habitual entre dos humanos que conversan. El lobo agradeció internamente que le concediera ese espacio.

 

 

 

-          Hablando de caza — empezó con tono lúgubre  —, verás, este tema va a ser de cierta importancia en mi familia. Doy por hecho que la tregua no está vigente en este momento, por lo cual deseaba pedirte consejo. ¿Nos dará caza Sam fuera del perímetro que has creado? Nuestro deseo es no correr el riesgo de herir a nadie de tu familia ni de perder a uno de los nuestros. Si te calzaras nuestros zapatos, o sea, si estuvieras en nuestro lugar, ¿cómo actuarías?

 

 

 

Jacob se quedó pasmado y se echó hacia atrás cuando le soltó aquello. ¿Qué iba a saber él de las andanzas de los vampiros ni de sus zapatos de lujo? Bueno, por otro lado, conocía perfectamente a Sam.

 

 

 

-          Si, corren riesgo — contesto, procurando olvidar que todos los demás habían fijado en él la mirada, y siguió hablándole sólo a él — Ahora mismo, Sam se ha calmado un poco, pero estoy más que convencido de que en su fuero interno considera el tratado simple papel mojado. En cuanto se le meta entre ceja y ceja que la tribu u otro humano cualquiera están en peligro, no se va a detener, no sé si me explico, pero entretanto, su prioridad sigue siendo La Push. Ahora no son tan numerosos como para vigilar a la gente y al mismo tiempo organizar partidas lo bastante grandes como para causaros un daño real. Apostaría a que va a mantener el trasero cerca de casa — Carlisle asintió con ademán festivo — Entonces, supongo que yo te recomendaría... no cazar en solitario, sólo por si acaso — continuo  —. Tal vez convendría también que fueran de día, ya que a causa de todas esas supersticiones sobre los vampiros, esperan que salgan por la noche. Son rápidos, pueden peinar las montañas y cazar lo bastante lejos como para que no haya ocasión de algún posible encuentro con alguien que Sam haya enviado lejos de la reserva.

-          ¿Y dejar a Edward desprotegido?

-          No te preocupes — dijo mirando a su esposo con ternura  —, de tu hijo me encargo yo

 

 

 

Carlisle rio, pero luego su semblante adoptó la seriedad de antes.

 

 

 

-          No puedes enfrentarte a tus hermanos, Jacob.

-          No digo que vaya a ser fácil, pero seré capaz de detenerlos si vienen a molestar. No se preocupe doctor

 

 

 

Carlisle sacudió la cabeza, presa de la ansiedad.

 

 

 

-          No, no, no pretendo decir que seas incapaz, sino que sería un error muy grave. No puedo tener ese peso en mi conciencia.

-          El peso estaría en la mía y no en la suya, doctor, y lo puedo asumir sin problemas — dijo el lobo con aplomo

-          No, Jacob. Vamos a asegurarnos de que nuestras acciones hagan imposible esa situación — frunció el ceño con gesto caviloso  —. Iremos de caza de tres en tres — decidió después de un segundo  —. Probablemente eso sea lo mejor.

-          Lo dudo, suegro. La división en dos grupos no me parece la mejor estrategia.

-          Contamos con algunos dones adicionales que igualarán las cosas. Además estoy persuadido de la existencia de otros caminos — dijo Carlisle,  —. Alice, imagino que podrías saber qué rutas debemos evitar, ¿no?

-          Es muy fácil — contestó ella, asintiendo  —, las que desaparezcan de visión — Edward miraba con tristeza a Alice, que había arrugado el ceño como hacía siempre que estaba estresada.

-          De acuerdo, entonces — acepto  —. Está decidido. Me limitaré a ir por mi cuenta. Seth, te espero de regreso al anochecer para que puedas dar una cabezada, ¿de acuerdo?

-          Claro, Jake, cambiaré de fase en cuanto me haya terminado esto. A menos que... — vaciló y se volvió para mirar a Edward  —. ¿Me necesitas?

-          Tiene mantas — dijo el esposo celoso.

-          Estoy bien, Seth, gracias — se apresuró a decir Edward.

 

 

 

Esme regresó con sus rápidos andares. Traía un plato cubierto en las manos. Se detuvo con indecisión al llegar junto al codo de Carlisle y fijó en el rostro del lobo sus enormes ojos oscuros. Le tendió el plato y dio un paso hacia Jacob con timidez.

 

 

 

-          Soy consciente de que la idea de comer aquí te resulta poco apetecible, Jacob, dado que el olor no es de tu agrado — dijo con voz menos aguda que la de los demás  —, pero me sentiría mucho mejor si te llevaras algo de comida cuando te fueras. Estoy al tanto de que no puedes volver a casa por nuestra culpa. Por favor, alivia un poco mi remordimiento. Acepta algo de sustento.

 

 

 

Le tendió el plato con una muda súplica escrita en sus suaves facciones y Jacob no sabía cómo lo hizo, porque a pesar de tener una apariencia de veintitantos años y un rostro blanco marfileño, su expresión de pronto le recordó a la de su madre. Edward rio por lo bajo

 

 

 

-          Tú deja de reírte — dijo Jacob — o no te invito — y Edward se cayó enseguida. El chico tomo el plato y se sentó a su lado y se lo coloco sobre las piernas. La verdad si tenía hambre

-          Gracias, Jacob — repuso Esme con una sonrisa. Cielo Santo, ¿cómo podía tener hoyuelos un rostro de piedra?

-          Eh, de nada — contestó este con las mejillas al rojo vivo, más calientes de lo habitual.

 

 

 

El problema de alternar con vampiros era que se terminaba acostumbrándose a ellos y uno se acababa por hacerse un lío en cuanto a la forma de ver el mundo.

 

 

 

 


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