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Juntos por Liss83

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Carlisle bajó la escalera con paso lento y la preocupación escrita en el rostro, hasta el punto de que, por una vez, aparentaba ser lo bastante entrado en años como para ser un médico.

 

 

 

-          Hemos llegado casi hasta medio camino de Seattle sin hallar rastro alguno de la manada, Carlisle — dijo Jacob  —. Tienen vía libre.

-          Gracias, Jacob. La noticia llega en un buen momento — dirigió una mirada a la copa que su hijo aferraba con todas sus fuerzas junto a su plato de comida y agregó — : Nuestra necesidad es grande.

-          Creo que pueden ir en grupos de más de tres, de verdad. Estoy convencido de que Sam permanece acuartelado en La Push — Carlisle cabeceó en señal de asentimiento.

-          Si lo crees así, Alice, Esme, Jasper y yo iremos primero. Luego, Alice puede llevarse a Emmett y Rosal...

-          Ni en broma — bufó Rosalie  —. Emmett puede acompañarte ahora.

-          Tú también deberías ir de caza — repuso Carlisle con voz amable — el ademán conciliador del doctor no suavizó el discurso de Rosalie.

-          No dejare a Edward solo con él — refunfuñó mientras señalaba a Jacob con un movimiento brusco de la cabeza; luego, se echó hacia atrás los cabellos.

 

 

 

Carlisle suspiró. Jasper y Emmett bajaron los escalones en un abrir y cerrar de ojos y Alice se unió a ellos cerca de la puerta trasera abierta en la pared de cristal. Esme se dirigió enseguida hacia Alice.

El médico le puso una mano en el brazo a su yerno. El toque helado de su palma no le hizo gracia alguna al lobo, pero aun así no se apartó. Siguió ahí, helado, quieto, en parte de puro asombro, y en parte porque no deseaba herir sus sentimientos.

 

 

 

-          Gracias — repitió su suegro.

 

 

 

Luego, salió disparado por la puerta en compañía de los otros cuatro vampiros. Jacob siguió con la vista mientras atravesaban el prado a toda prisa. Desaparecieron antes de darle ocasión de inspirar otra vez al lobo. Su necesidad debía de ser más urgente de lo que había imaginado.

No hubo sonido alguno durante cerca de un minuto. Jacob noto que alguien lo taladraba con la mirada y adivino quién debía de ser. Tenía pensado dormir un rato, pero la posibilidad de aguarle la mañana a Rosalie parecía demasiado buena como para dejarla pasar. Por eso, deambulo cerca del brazo del sofá en donde se había sentado Rosalie y al tomar asiento, se estiro de tal modo que su cabeza meció hacia Edward y el pie izquierdo acabó delante del rostro de Rosalie.

 

 

 

-          Puaj, que alguien saque al perro — murmuró al tiempo que arrugaba la nariz.

-          A ver si te sabes este chiste, psicópata. ¿Cómo muere la célula del cerebro de una rubia? — pero ella no respondió — ¿Y bien? — inquirió  —. ¿Te sabes el final del chiste o no? — La Barbie no apartó la mirada de la pantalla y lo ignoró con toda premeditación — La célula cerebral de una rubia muere... en soledad — Rosalie siguió sin dirigirle una sola mirada.

-          He matado cientos de veces más que tú, chucho sarnoso. No lo olvides — siseo Rosalie

-          Algún día vas a cansarte de amenazas, oh, reina de la belleza. Te prometo que me muero de ganas de que eso ocurra.

-          Ya deja de pelear, Jacob — terció Edward — ¿no prefieres darme un beso?

 

 

 

El lobo no necesito que se lo dijeran dos veces y olvido cualquier pelea infantil. A Edward se le escapó un suspiro al finalizar el beso.

 

 

 

-          Te ves cansado — comentó el vampiro.

-          Lo estoy — admitió su marido

-          Ya me gustaría a mí reventarte a palos, ya me gustaría... — murmuró la Barbie, demasiado bajo para que su protegido la oyera.

 

 

 

Jacob se acomodó a gusto en el sofá y empezó a menear los pies desnudos delante de las narices de Rosalie, que se puso tiesa como una escoba. Edward le pidió a Rosalie que le rellenara la copa y la rubia salió disparada hacia las escaleras en busca de más sangre. Reinaba un silencio sepulcral.

 

 

 

-          ¿Has dicho algo? — preguntó entonces Edward con un tono de manifiesta perplejidad. Clavó los ojos en Jacob, que le devolvió la mirada. Ambos parecían confusos.

-          ¿Yo? — inquirió Jacob al cabo de un segundo  —. No he dicho nada.

 

 

 

Jacob se removió hasta quedar de rodillas y se inclinó hacia delante con una expresión súbitamente concentrada. Fijó los ojos negros en el rostro de su esposo.

 

 

 

-          ¿Qué acabas de pensar ahora mismo? — Pregunto Edward le miró con gesto de total confusión.

-          Nada. ¿Qué ocurre?

-          ¿Y en qué pensabas hace un minuto? — insistió.

-          Pues únicamente en... la isla Esme... y en plumas.

 

 

 

Aquello le parecía una gran confusión al vampiro pero entonces de haber podido sonrojarse, su rosto sería el de un tomate.

 

 

 

-          Di algo, lo que sea — pidió Edward en un susurro.

-          ¿Cómo qué...? ¿Qué ocurre, Edward?

 

 

 

El rostro del interpelado volvió a alterarse e hizo algo que lo hizo abrir la boca y dejó a su esposo con la mandíbula colgando; detrás de él escucho una exclamación entrecortada, era Rosalie, ya de vuelta, que estaba tan alucinada como todos.

Edward se movió con extremo cuidado mientras colocaba ambas manos sobre el enorme vientre redondeado.

 

 

 

-          Al bebé le gusta el sonido de tu voz — dijo Edward con la más radiante de las sonrisas

 

 

 

Reinó un silencio sepulcral durante una fracción de segundo. Nadie era capaz de mover un músculo ni de pestañear.

 

 

 

-          ¡Cielo santo, puedo escucharlo! — gritó Edward, pero un segundo después contrajo la cara a causa del dolor.

 

 

 

Edward movió la mano hasta el punto más prominente de la barriga y acarició con suavidad la zona donde lo habían pateado.

 

 

 

-          Perdón — musitó  —. Te estoy asustando — Jacob abrió los ojos con desmesura a causa del asombro y luego palmeó un costado del vientre — Lo siento, mi amor — Edward permaneció a la escucha con la cabeza ladeada hacia propio vientre.

-          ¿En qué piensa ahora? — quiso saber Jacob con avidez.

-          Él… o ella está... — hizo una pausa y alzó la mirada para contemplar los ojos de Jacob  —. Está feliz — apostilló Edward con una nota de incredulidad en la voz.

 

 

 

Jacob contuvo la respiración. Resultaba imposible no ver en sus ojos un brillo fanático, el de la adoración y la devoción. Unas gruesas lágrimas le desbordaron los ojos y le corrieron en silencio por las mejillas y los labios curvados en una sonrisa.

Cuando miro Edward a su esposo ya no mostraba temor, enfado, tormento o ninguno de los sentimientos que le habían desgarrado desde su llegada. Estaba fascinado con él.

 

 

 

-          Claro que eres feliz, bonito, por supuesto que sí — canturreó mientras le acariciaba el vientre  —. ¿Cómo no ibas a serlo, estando sano y salvo, y siendo tan querido? Te quiero mucho, pequeño Elijah. Por supuesto que eres feliz.

-          ¿Cómo le has llamado? — preguntó Jacob con curiosidad. De haber podido el vampiro se hubiera sonrojado.

-          Le he puesto un nombre, en cierto modo... No pensé que tú quisieras, bueno, ya sabes...

-          ¿Elijah?

-          ¿De dónde sacaste ese nombre? — pregunto Jacob intrigado

-          Lo escuche… hace tiempo y… — hizo una pausa y luego dijo — : Vaya.

-          ¿Qué?

-          A él también le gusta tu voz.

-          Naturalmente que sí — por el tono de su voz parecía que estaba alcanzando el culmen de la dicha  —. Tienes la voz más hermosa del mundo. ¿A quién no le iba a gustar?

-          ¿Has previsto una alternativa? — preguntó Rosalie  —. ¿Qué ocurre si él resulta ser ella?

-          He estado haciendo algunas combinaciones. He pensado en algo relacionado con renacer o algo parecido. Estaba pensando en algo así como... Reh — nez — may.

-          ¿Rehnezmay?

-          R — e — n — e — s — m — e — e. ¿Es demasiado raro?

-          No, me gusta — le aseguró Rosalie.

-          Todavía sigo pensando en mi bebe como si fuera un chico, un Jacob.

 

 

 

Su marido se quedó mirando a las musarañas y con el rostro inexpresivo mientras permanecía a la escucha.

 

 

 

-          ¿Qué...? — preguntó Jacob, con un rostro tan resplandeciente que se veía desde lejos  —. ¿Qué piensa ahora?

 

 

 

Él no contestó en un primer momento, pero luego, dejando anonadados a todos, acariciando su rostro.

 

 

 

-          Me quiere — susurró Edward, que parecía encandilado  —. Me adora por encima de todo.

 

 

 

Bella había contado con tener a Jacob de su parte y que este la pasara mal, o peor que ella, y por encima de todo, había contado con él para odiar aún más que ella a esa cosa revoltosa que estaba matando lentamente a Edward. Había confiado en él para ese fin. Y ahora ahí estaban, juntos los dos, inclinados sobre el invisible retoño de monstruo cuya existencia les encendía chispas en los ojos. Y pensar que ella había soñado con estar así con Edward aunque fuese imposible

 

 

 

Ahora estaba sola con todo el odio y la pena. Resultaba tan atroz como estar sometida a tormento, como arrastrarse lentamente sobre un lecho de cuchillos afilados, tan insoportable que recibiría la muerte con una sonrisa sólo para librarse de una cosa así. La rabia le permitió sacudirse el agarrotamiento de los músculos y ponerse en pie.

 

 

 

Tres cabezas se alzaron de pronto. Bella Swan presenció cómo su sufrimiento ondulaba en las facciones de Jacob como si de la superficie de una charca se tratara cuando sus miradas se cruzaron.

 

 

 

-          Ay —exclamó Edward con voz estrangulada.

 

 

 

No sabía qué hacer. Estaba allí de pie, temblando de los pies a la cabeza, lista para salir huyendo a la menor oportunidad.

Jacob se dirigió enseguida hacia una mesita de esquina con movimientos sinuosos y extrajo algo de uno de los cajones; acto seguido, se lo tiró y Bella lo intento tomar de forma refleja, pero se le cayó de las manos. Se agacho en silencio y lo recogió

 

 

 

-          Ve, Bella, sal de aquí.

 

 

 

El lobo no le habló con dureza, sino más bien como alguien que preserva una vida. Le estaba ayudando a encontrar la vía de huida tan deseada.

Miró la palma de la mano, donde descansaba el juego de llaves de un auto.

 

 

 

Tenía algo similar a un plan mientras corría hacia el garaje de los Cullen. La segunda parte del mismo se centraba en el auto durante su viaje de vuelta. Pulsó el botón del mando a distancia del vehículo y se sorprendió cuando se dio cuenta de que el automóvil de luces parpadeantes del que procedían los pitidos no era el Volvo de Edward, sino otro auto, uno que destacaba y sobresalía en la larga hilera de vehículos que te hacían babear, cada uno a su manera.

¿Perseguía algún propósito especial al entregarle las llaves del nuevo Aston Martin VI2 Vanquish de Alice o era pura casualidad?

 

 

 

No se detuvo a considerarlo para no cambiar la segunda parte de su proyecto, después de todo Alice era su mejor amiga y sabia cuanto le gustaba es auto. Se limitó a dejarse caer sobre el suave asiento de cuero y puso en marcha el motor mientras se peleaba con el volante. Cualquiera otro habría gemido de gusto al oír el ronroneo de ese motor, pero a ella no le interesaban esas cosas, y menos en aquel instante en lo que lo único que podía hacer era concentrarse a tope para ser capaz de conducirlo.

Conducir ese deportivo le traía recuerdos de otra vida. Una donde ella viajaba abrazada al hombre que amaba, sabiendo que en apenas unas horas lo volvería a perder

 

 

 

Recorrió el estrecho y sinuoso camino en un periquete, pues el auto respondía de tal modo que daba la impresión de que estuviera conduciendo con la mente en vez de con las manos. Con un poco de suerte y se mataría para acabar con aquella agonía antes que su padre la descubriera

Atisbó durante unos instantes un lobuno rostro gris asomado con intriga entre los helechos cuando salió del camino flanqueado por la frondosa vegetación y se desvió hacia la autovía. Durante unos segundos se preguntó qué pensaría y luego comprendió que me importaba un comino.

 

 

 

Condujo hacia el sur, porque no tenía humor ni paciencia para soportar tráfico, transbordadores o cualquier otra cosa que le exigiera levantar el pie del acelerador.

Aquél era su maldito día de suerte, si se entiende por fortuna tomar a doscientos por hora una autovía espaciosa sin indicios de un solo policías de los que trabajaban para su padre, ni de zonas de control de velocidad, de los que hay siempre en las inmediaciones de los núcleos urbanos, donde no se puede rebasar los cincuenta por hora. Le habría venido bien una pequeña persecución policial, por no mencionar que la licencia del auto estaba a nombre de la Edward.

 

 

 

-          Edward - susurro y el alma se le desgarro

 

 

 

Como dolía, mataba, por dentro recordar como el hombre que amaba se moría lentamente

La única señal de vigilancia con que la que se topó fue un pelaje marrón vislumbrado entre los bosques que corrió en paralelo a ella durante unos pocos kilómetros en el área meridional de Forks. Tenía toda la pinta de ser uno de los lobos de la reserva. Y también debió de verla, ya que desapareció al cabo de un minuto. Se preguntó como estarían tomando todo eso.

 

 

 

Recorrió la larga autovía en forma de «u» de camino a la ciudad, la de mayor tamaño que había podido pensar. Ésa era la primera parte de su plan.

Aquello parecía no acabar jamás, probablemente porque seguía dando vueltas en un lecho de cuchillos afilados, pero la verdad es que ni siquiera necesitó dos horas antes de estar conduciendo por esa expansión urbana descontrolada que era en parte Tacoma y en parte Seattle. Levantó en ese momento el pie del acelerador, ya que no deseaba atropellar a ningún viandante.

 

 

 

El plan era una auténtica sandez y no iba a funcionar. Ya había visto a todas los chicos de Forks. Necesitaba ampliar el campo de acción de la caza. Quería eso que Jacob y Edward habían encontrado. Lo quería y con desesperación.

Pero ¿cómo encontrar a su alma gemela por azar en medio del gentío? Bueno, para empezar necesitaba una multitud. Por eso estaba dando un garbeo en auto a la búsqueda de un lugar adecuado. Pasó por delante de un par de centros comerciales que probablemente habrían sido lugares estupendos para encontrar chicos de su edad, pero no tuvo ánimo para detenerse. ¿De veras quería experimentar ese algo especial con un chico que se pasara todo el día metido en un centro comercial?

 

 

 

Continuó hacia el norte, donde había más y más gente. Al final, encontró un enorme parque atestado de niños, familias, aficionados al monopatín, ciclistas, chavales jugando a hacer volar una cometa, gente de picnic y un poco de todo lo demás. Hacía un día estupendo, pero no se había dado cuenta hasta ese momento. Brillaba el sol, y la gente había salido a disfrutar de un día despejado. Dejó el deportivo en medio de dos plazas de minusválidos, sólo mientras iba en busca de un tique, y se unió a la multitud.

 

 

 

Estuvo caminando por la zona un tiempo indefinido, pero se le hizo eterno. Dio tantas vueltas que el sol pudo cambiar de lado en el cielo. Se paró cerca de un gimnasio y estudió la cara de todos los chicos que pasaron cerca de ella y se obligó a mirarlos de verdad, a ver cuál era apuesto, cuál tenía ojos verdes, cuál tenía los músculos de los brazos más pronunciados, o cuál tenía mejore bíceps. Hizo un gran esfuerzo para encontrar algo interesante en cada rostro, quería estar segura de que lo había intentado de verdad, y estuvo pensando en cosas de ese estilo: «Ese chico bonito el peinado»; «ése debería apartarse el pelo de los ojos»; «ése de ahí, si tuviera un rostro tan bonito como los dientes, podría protagonizar anuncios de pasta dental...».

 

 

 

Alguno que otro le devolvía la mirada. En ocasiones, se mostraban intrigados; a juzgar por el careto parecían pensar: « ¿Qué busca esa tipa que me está mirando?». Sin embargo, algunos otros mostraban cierto interés, quizá fuera cosa de su ego, que andaba un tanto descontrolado.

De un modo u otro, el resultado fue el de siempre: nada, no sintió absolutamente nada ni siquiera cuando sus ojos se encontraron con los del chico más apuesto del parque (y probablemente de la ciudad) y él la contempló con un gesto especulativo que quizá fuera interés. Bella se sintió algo, la misma urgencia de buscar una salida a su dolor.

 

 

 

Comenzó a percibir ciertos defectos en los semblantes a medida que transcurría el tiempo, entendiendo por tales todo cuanto le recordaba a Edward. Uno tenía un color de pelo cercano. El parecido de los ojos de ese otro era muy similar. Los pómulos de aquel otro se le marcaban en el rostro del mismo modo. El ceño del de ahí delante era igualito, lo cual lo llevaba a preguntarse cuál era su preocupación...

Fue entonces cuando se rindió. Era una estupidez que rayaba en la locura pensar que había elegido el lugar y el momento oportunos y que iba a topar con su alma gemela mientras daba un paseo sólo porque estaba desesperada. De todos modos, encontrarlo allí iba contra la lógica.

 

 

 

Anduvo distraído de vuelta al auto. Se sentó sobre el capó y estuvo jugueteando con las llaves. Su vida parecía ser una broma macabra y cruel y no hubiera forma de escapar al final de la misma.

 

 

 

-          Eh, tú, la del auto robado, hola, ¿estás bien?

 

 

 

Bella tardó un poco en darse cuenta de que la voz iba dirigida a ella, y otro poco más en decidirse a levantar la cabeza.

Un chico de aspecto normal la estudiaba con la mirada. Parecía un pelín ansioso. Lo sabía porque reconocía su rostro, ya lo había catalogado después de toda una tarde de mirarlos a todos: chico de piel blanca, pelo rojo áureo y ojos color canela, con la nariz y las mejillas llenas de pecas rojas.

 

 

 

-          Si sientes remordimientos por haber robado el auto, puedes entregárselo a la policía —continuó él, con una sonrisa tan grande que se le formó un hoyuelo en las mejillas.

-          No lo robé, me lo prestaron — contestó con una voz espantosa, como si hubiera estado llorando o algo así. Patética.

-          Seguro que puedes alegarlo delante del juez.

 

 

 

Bella lo fulminó con la mirada.

 

 

 

-          ¿Necesitas algo?

-          En realidad, no. Amiga, estaba bromeando con lo del auto. Es sólo que... Tienes pinta de estar preocupada y... Ah, perdona, me llamo Jasón —le tendió la mano y Bella lo contempló hasta que la bajó—. De todos modos, me preguntaba si podía ayudarte... —continuó, bastante más turbado—. Antes, parecías estar buscando a alguien - señaló el parque con un gesto y se encogió de hombros.

-          Sí. No necesito ayuda alguna —suspiró—. Él no está aquí.

-          Vaya, lo siento.

-          También yo —murmuró Bella.

 

 

 

Le dirigió una segunda mirada. Jasón.

 

 

 

 


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