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EL PRÍNCIPE DEL INVIERNO por Madara-Nycteris

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Brock jamás supo cómo ocurrió, pero unos instantes después se encontraba tendido en la orilla del lago sosteniendo en sus brazos al pequeño, quien temblaba desvalido como un cachorrito. Dos jóvenes de unos veinte años y una mujer de unos cuarenta se acercaban a toda prisa.

-¿Estás bien? –Murmuró Brock, aferrándose al pequeño como si le fuera la vida en ello.

El niño asintió débilmente y le dejó ver a Brock unos ojos que en este momento parecían más azules que aquel maldito lago.

-¡Oh, dioses! –Musitó Brock antes de desvanecerse, convencido de que aquello había sido un milagro.

Años después, Brock apenas recordaría cómo, en medio del shock y la hipotermia, fue arropado y llevado directamente al interior del palacio, donde lo colocaron junto a una hoguera y le ofrecieron bebidas calientes. Una vez en el salón del trono real sería interrogado por el jefe de la guardia real, y al final de la entrevista un hombre con una refulgente corona de oro y una expresión dura se acercó a él desde detrás del trono. Brock apenas recordó la forma en la que el soberano en persona le agradeció por mantener a salvo a su único hijo, el príncipe Jems, y lo despidió cortésmente.

Lo que Brock nunca olvidaría serían los aterrorizados ojos de la reina quien, de pie al lado de su esposo palidecía más y más conforme él narraba lo ocurrido. Su expresión contrastaba con la del rey, quien siempre parecía estar jugando una dura partida de ajedrez, y en aquel momento Brock se supo una pieza pequeña y desechable en los planes de Alekzsander II.

En ese punto de la historia, Sarah suspiró, haciendo una diminuta pausa.

-¿Y luego qué pasó, Señora Rogers? –Bucky preguntó intrigado, pero sin poder reprimir un bostezo. Ya era hora de que los más pequeños se fueran a dormir.

Sarah apretó los labios, tratando de brindar la mejor versión de la leyenda a sus pequeños.

-Oh... Brock había salvado al príncipe, así que fue ordenado caballero. Como su nombre también significaba "tejón" en el idioma antiguo, fue conocido como "El Caballero Tejón" y ambos se volvieron los mejores amigos. Se defendieron mutuamente durante muchas aventuras y vivieron felices para siempre... ¿A que es un relato lindo?

-Sí... pero yo tengo varias dudas. –Dijo Stevie, luchando por permanecer despierto. -¿Quién salvó realmente al príncipe? ¿Qué aventuras pasaron después?

-Les contaré esa parte cuando crezcan. Ahora, a dormir. –Dijo con ternura, y besó la frente de su pequeño antes de entregarlo a su padre. Joseph y Ben se llevaron a los pequeños Steve, Bucky y Peter, mientras Winifred Barnes, la mejor amiga de Sarah la miraba sonriendo. Ambas permanecieron en un cómodo silencio mirando la fogata.

–Y bien, ¿Qué pasó después? Es obvio que el resto de la leyenda no es apta para niños, pero la noche aún es larga. Cuéntanos el resto.

-No se te escapa nada, Winnie. -Anunció Sarah, retomando la narración.

-Pues bien... –Dijo, tras un ligero suspiro. -La historia no fue tan alegre. Después de algunos días del incidente en el lago, una mañana nevada, una noticia recorrió el reino. La esposa del rey acababa de morir. Aparentemente, una de las velas de su habitación se volcó y las llamas consumieron su cuerpo en apenas unos instantes. Debido a su estado, el funeral real se llevó a cabo en privado y sin la pompa que solía tener un acontecimiento tan importante. Ese mismo día el pequeño príncipe Jems fue embarcado junto con el jefe de la guardia real y varios de sus mejores guerreros hacia las tierras del este. Más allá de las grandes montañas negras.

Al cabo de algunos meses, el rey desposó a una de las nobles locales en una fastuosa ceremonia, aunque la eventual llegada de dos nuevos príncipes no pareció alegrar al rey. Se decía que con el tiempo el soberano se había vuelto cada vez más taciturno y cruel. Cuando su nueva consorte murió al cabo de cuatro años Alekzsander II apenas fue visto en el funeral.

En efecto, después del incidente del lago, Brock había sido condecorado con un pequeño título como caballero, en recompensa por haber salvado a Jems. Él nunca había sido un noble, así que su rango fue meramente simbólico. Aún se ganaba la vida cazando y reparando las armas de otros, y la mayoría de los hijos de familias nobles se referían despectivamente al chico como el "Guerrero Tejón". Eso no era nuevo. Brock estaba acostumbrado a las burlas de los ricos y eso no le afectó un ápice, pero algo sí cambió.

A menudo pensaba en el pequeño príncipe al que había salvado, a pesar de que desde el día en el lago no lo había vuelto a ver. Poco a poco la presencia del niño en las pláticas del castillo se fue diluyendo cada vez más. Era como si sus pasos fueran el secreto mejor guardado del reino. Además, los escasos rumores sobre el pequeño a menudo resultaban demasiado inverosímiles.

La primera vez que escuchó hablar sobre su príncipe, el Guerrero tejón estaba en las caballerizas cepillando a su recién adquirido garañón Vigg cuando un par de guardias entraron, charlando entre sí. Ambos discutían la posibilidad de que el príncipe Jems hubiera sido mandado a las lejanas tierras del este a aprender todo lo necesario para gobernar y defender a su pueblo con las Völvur, las viejas hechiceras que protegían los confines del mundo.

Brock continuó cepillando las crines negras de Vigg mientras meditaba sobre aquella misión y muy dentro de su corazón se alegró de haber ayudado a que el futuro rey la cumpliera. Por un instante, rezó por que el príncipe volviera a salvo y se convirtiera en un gran gobernante. Sin duda, él también se esforzaría por ser el mejor caballero del reino y protegerlo tal y como aquel niño alegre e inocente merecía.

Los meses pasaron lentos y constantes. Brock aprendía cada vez más rápido y ahora tenía acceso a nuevas áreas del castillo, como los patios de entrenamiento y la biblioteca. Les sacó todo el provecho posible y era común verlo aprendiendo a leer el alfabeto rúnico y el latino en compañía de Sir Bruce, el noble llegado desde las Islas del sur, o bien, entrenando con su mejor amigo, Jack –El hijo de un escribano de la corte, que al igual que él tenía un puesto bajo- o practicando con el joven Stepphen –un rubio bobo que lo aburría con sus discursos sobre la rectitud y el honor, pero que tenía grandes habilidades con la espada y el escudo.

Conforme avanzaba el tiempo, Brock fue dejando los lastres de su baja cuna en el pasado. Un día lluvioso a sus dieciséis años, derrotó en un certamen de arquería a Stepphen; y bajo la primera nevada de su décimo octavo aniversario ganó su primera justa contra el mismísimo Anton Stark, el arrogante heredero de una de las principales casas del reino, echándolo por tierra y ganándose un nombre en la corte. Para la primavera de sus veinte años comenzó a acompañar al rey y su séquito a las partidas de cacería reales, y ese mismo verano abatió a un jabalí que se acercaba enloquecido hacia el monarca.

Gracias a aquella hazaña fue nombrado miembro de la guardia real.

Al llegar a su cumpleaños número veintidós, el Guerrero Tejón recibió de Jack una noticia que le cambiaría la vida para siempre.

Jack, hijo de Callen era mucho más alto que Brock y tenía un par de sagaces ojos grises y una habilidad natural para manejar el martillo de guerra y la lanza; lo último probablemente le granjearía un puesto en la guardia al final del verano si seguía esforzándose para alcanzar el nivel de Brock. Ambos se habían conocido desde los diez años y para este momento, habían compartido mucho juntos. Aquella vez, ambos habían estado practicando toda la mañana, y de la nada, después de arrojar siete venablos ininterrumpidamente a uno de los blancos del patio, Jack exclamó sin aliento:

-¡Hey, Brock!... se dice que pronto volverá el príncipe.

Una punzada de curiosidad se clavó justo en su pecho. Pensó en aquellos alegres ojos azules y sintió el peso del tiempo por primera vez en años.

-¿Es en serio? Parece que apenas ayer se marchó- Reconoció el otro, esperando su turno. Al menos por fuera, no pareció darle demasiada importancia.

-Sí. Todo el mundo dice que en estos años se ha vuelto un gran guerrero, pero también hay rumores de que ha aprendido hechicería de los grandes chamanes del este.

-Es bueno saberlo. Aun así debe seguir siendo muy joven y ninguna hechicería hará que deje de necesitar a su guardia. ¡Ahora, sigamos entrenando, haragán! -Brock añadió, claramente imaginando a aquel niño al que le había salvado la vida hacía tanto tiempo y no al joven en el que seguramente se había convertido.

Los días transcurrieron entre rumores, pero la guardia real seguía esperando noticias del príncipe, cuyo barco no había sido visto en los fiordos de Valnadell en más de una década. Quizás todo había sido una noticia falsa después de todo.

Al final de esa luna, Brock casi había sepultado sus esperanzas de que el príncipe volviera cuando, un día al despuntar el alba, un cuerno de guerra resonó en las torres del castillo. Era claro y fuerte, y anunciaba noticias importantes.

Brock, quien había estado en el bosque recolectando hongos para el guiso de la tarde, no dudó un instante y subió a Vigg para dirigirse de inmediato a la fortaleza. Lo espoleó y galopó a toda velocidad paralelo a los grandes acantilados blancos, sintiendo el viento helado en la cara. Antes de internarse nuevamente en los caminos del bosque, se asomó desde el borde del acantilado y miró el puerto. Varios pequeños dracarys con velas mercantes estaban fondeados en el muelle sur. Al menos no se trataba de ninguna invasión de los reinos rivales. Respiró tranquilo.

Condujo a su garañón hacia uno de los senderos que llevaban al palacio. Este era su atajo personal y uno de sus caminos favoritos para internarse en la fortaleza de los reyes Valnar, así que poco a poco fue disminuyendo el paso, sintiéndose seguro del terreno conocido. Iba ya al trote entre los abetos, cuando le pareció notar una sombra avanzando ligeramente por detrás de él. Se estremeció. Incluso Brock, siendo ya un cazador experto con todo el conocimiento necesario sobre el bosque, no alcanzó a entender de dónde había salido una criatura tan silenciosa y rápida sin ser notada. Pensó que debía tratarse de un gran lobo o incluso un trasgo. Posó su mano izquierda en la empuñadura de su lanza. Y entonces, lo miró.

La criatura estaba ahora a su derecha. Nunca creyó que nadie se pudiera acercar tanto a él sin que lo notara, pero a esa distancia podía observar detalles tan imposibles como sus larguísimas pestañas y el hoyuelo que se extendía a la mitad de su barbilla. Se trataba de un chico alto y de complexión delgada, de unos diecisiete años, a caballo. Vestía un traje de montar blanco con ribetes bordados en plata y una espada corta incrustada con zafiros atada al cinto. Sus ojos azules, brillantes como el amanecer que comenzaba a teñirse de luz, y su dulce sonrisa removieron algo en el otro joven. Algo que creía perdido en un sueño hacía mucho. Brock lo contempló como si nunca hubiese visto a otro ser humano. Era bellísimo.

-Hei, Brock.

El joven guardia lo miró atónito.

-¿Mi príncipe?


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