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ENTRE GARDENIAS Y AMAPOLAS. por Soledad Quebrada

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Notas del fanfic:

Para leer con calma y un café. 

Notas del capitulo:

Del presente al pasado. 

Eugenio siempre había tenido un gusto sensible y cautivador por las plantas. Su pasatiempo consistía arrancar hojitas o pequeños tallitos de plantas que le gustaban mientras iba por la calle. Al llegar a casa, los ponía en frascos de vidrio y esperaba a que saliera la raíz, para luego trarnsplantarlos en materas y crecieran fuertes, hermosas. Cuando estaban muy grandes, las llevaba a la casa materna, allí tendrían espacio en el patio trasero para seguir creciendo. Aun así, durante el ultimo año y medio, pensaba en hacer de su pequeña tarea personal algo más productivo, algo con lo cual pudiera reunir algo de dinero para seguir estudiando, mientras aprovechaba de su asombroso talento con la jardinería; aunque para muchos las plantas eran simple decoración, el las veía como seres capaces de transmitir profundos sentimientos.

 

Y ese espacio en la casa materna, donde vivió su infancia era perfecto para iniciar con la idea, pensaba utilizar el espacio que muchos años atrás funciono como la carpintería de su familia y que ahora estaba en desuso, tenia una entrada propia y dos espacios altos que funcionaría como local de sus creaciones verdes. Pero antes, debía arreglar, pintar, reparar el piso, cambiar el techo por tragaluz para que las plantas obtuvieran luz natural y arreglar las dos ventanas para que las personas al pasar vieran el pequeño jardín y entraran a mirar.

 

Aun así, esperaba que este pequeño sueño si se cumpliera, se había cansado de intentar otras cosas y que ni siquiera pusiera manos a la obra y todo se derrumbaba, pero ahora era diferente, iniciaría con cosas pequeñas como publicaciones y videos cortos para darse a conocer. Como también,  algunas veces se aterraba y dudaba, pues muchas personas lo criticarían por no ejercer las dos carreras que había estudiado, siempre lo molestaron porque dedico su vida a estudiar y a sus veintinueve años sentía que entre más se quedaba sin hacer nada, más fracasos acumulaba, pero estaba dispuesto a intentarlo, pues lo mismo que hacia todos los días, lo podía aprovechar de otra forma.

 

Para completar, el hecho de ser un hombre fértil no ayudaba en su vida, no era que se odiara por ello, pues, en algún momento de su camino creyó que podía tener una pequeña familia para ser aun más feliz, pero con los altibajos en sus relaciones esa posibilidad era cada vez más lejana. Agregando el hecho, de que la mayoría de persona lo trataban como un ser frágil y débil, sin saber que su verdadera personalidad distaba mucho de ese imaginario.

 

Mientras tanto, al otro lado de la ciudad Felipe salía una vez más del colegio en que trabajaba como profesor de inglés. Pero últimamente, sentía que la mayoría de los días eran simples, rutinarios y monótonos; a pesar de que le gustaba ser docente, se preguntaba que otra cosa podía hacer con su vida, se sentía perdido, como si algo le hiciera falta, y lo peor, era como si supiera lo que buscaba pero al mismo tiempo estar ciego y no poder verlo. Como un sueño que al abrir los ojos lo olvidaba por completo, y solo quedara la sensación de haber soltado algo importante. Debía despejar su mente, tener un momento de descanso de su trabajo y la mejor manera era ver a sus amigos.

 

Llamó a Lia, su amiga de la universidad y con la cual aun mantenía contacto, para proponerle verse el sábado en la tarde, pero en medio de la conversación a ella se le ocurrió una mejor idea, “vernos todos” y se refería a todo su grupo de amigos, seria algo así como un reencuentro, y ella se encargaría de hablar con todos para verse ese día en el restaurante japonés que en el pasado era el mejor lugar para reunirse.   No era mala idea, sería divertido recordar viejos tiempos. Además estaba la posibilidad de volverá verlo a él, el chico de los hermosos y grandes ojos pardos y de crespos azabaches.

Notas finales:

Siguiente, entre charlas y sake. 


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