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La guarida del monstruo. por RLangdon

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Al despuntar el alba, Mike Painter fue el primero en despertar. Llamó a la puerta al final del pasillo y, al no obtener respuesta, comenzó a andar inquieto por las habitaciones de la casa. Su hija, Lily, estaba sentada en posición de loto sobre la alfombra del recibidor, con la mirada atenta a la pantalla del televisor cuyo canal sintonizado no emitía más que estatica. Sin imagenes, ni sonido. No obstante Lily estaba inmersa en la inestable señal proyectada, tan absorta como si se tratara del mejor programa del mundo, y quizá asi era. 
 
La preocupación invadió a Mike a niveles indecibles. Tan pronto se plantó frente al aparato televisivo, oprimió el botón de apagado y la estatica se disolvió hasta adquirir el fondo negro. 
 
—¿Qué veías, Lily?— se obligó a preguntar, pese al agobio que regía actualmente sus acciones. Quería pensar que sólo era una absurda coincidencia. Quizá su mente se había precipitado a encarrilar ese suceso en la dirección equivocada. Pero no fue asi, y Mike lo constató al ver como los labios de la niña desplegaban una sonrisa plagada de ilusión.
 
—Títeres— fue su respuesta. Y aquello bastó para incrementar el desasosiego de Mike Painter. 
 
Creyó que todo había terminado. Pensó que Eddie le dejaría en paz luego de haber frustrado sus planes de hacerse con su cuerpo. 
 
¿Por qué su hermano no desistía?
 
¿Qué fuerza le impulsaba a obrar de ese modo tan vil hacia su propia familia? 
 
Meses antes, Mike había estado al borde de la muerte. Le había susurrado en una silente súplica a su hija, al verse atrapados en aquel insólito paraje que era la mente de su hermano, que le avisara a su madre que Eddie pretendía volver. 
 
La resolución de su madre había sido rápida, pero no por ello menos dolorosa. Al hallarse Mike inconsciente en el sendero del bosque, su madre había acudido hasta él para impedir la entrada de Eddie al mundo real. Había intentado asfixiar a Mike para sellar la única puerta que conectaba ambos mundos. Sin embargo fue incapaz de llevarlo hasta el final. No pudo resistir ver el cuerpo de su hijo agitarse en ligeros espasmos cuando le cubrió la boca y la nariz. Al final se había apartado y lo había dejado vivir. Mike apenas recordaba vagamente haber jugado a las cartas como medio para disuadir a su hermano. Un juego que se había alargado hasta que se había proclamado vencedor. Y pese a todo, Eddie no hizo amago de detenerlo cuando Mike traspasó la pantalla del televisor hacia el mundo real. 
 
Después de aquel último encuentro, Mike había tomado la firme e irrevocable desición de mudarse a orillas de Ashland. En sus futiles esperanzas creía que, dejando atrás el pueblo, la maldición y las ansias de venganza de Eddie terminarían. Imaginaba que podría vivir tranquilo y su pasado yacería enterrado, tal como él había sepultado el cuerpo de su mellizo en la espesura del bosque, cuando a sus cortos doce años, se vio en la necesidad de poner fin a la existencia de la única persona que parecía capaz de comprenderle. 
 
Interiormente sabía que a Eddie le había corrompido los múltiples abusos de los bravucones de su clase. Su hermano había nacido con un poder sobrenatural que nadie comprendía. Eddie se había refugiado en su propio mundo de fantasía donde las marionetas cobraban vida propia, alimentandose de las vidas de los niños que Eddie entregaba a modo de sacrificio. 
 
Mike recordaba haberse sentido fascinado desde la primera vez que vio Candle cove, sin imaginarse que todo era obra de su mellizo. 
 
Rememoró a detalle al pirata Percy, con su eterno cuerpo de muñeco, su cara sucia y su expresión de niño asustado, siempre acompañado por su fiel compañero Horacio Horrible, aquella marioneta de monoculo y oscuro bigote que intimidaba al espectador con su aviesa mirada. Pero era, sin duda alguna, el esqueleto roba pieles quien más temor infundía a Mike, con sus brillantes cuencas malevolas y su mandibula desencajada yendo de un lado al otro mientras su oscura capa ondeaba, vaticinando un próximo infortunio en el preludio de sus aventuras.
 
"Tienes que ir adentro, Percy" 
 
La orden siempre reverberaba a oídos de Mike Painter, cuando, ensimismado, se sumergía de lleno en el mundo de piratas que naufragaban un mar agitado para adentrarse a una cueva tan enigmatica como las mismas profundidades del oceano, albergando solamente oscuridad y una muda promesa de desconcierto a todo aquel que osara atravesarla.
 
—¿Papá? 
 
Cuando Lily tiró de la tela de su pantalón, Mike volvió en sí. Sonrió en un desesperado intento de infundirle tranquilidad a la pequeña y, tras desenchufar la televisón, la cargó en brazos para llevarla al comedor, donde aguardaba ya despierta su madre. 
 
Ella y Mike se observaron en silencio, leyendo en los ojos del contrario la tragedia que se cernía nuevamente en sus vidas.
 
**
 
Ya había oscurecido cuando Mike terminó de deshacerse del último televisor dentro de la casa. Tres aparatos electronicos que ahora yacían en el contenedor de basura. Lamentablemente sabía que eso no detendría a su mellizo. Sólo había bloqueado una de las tantas entradas que conectaban con Candle cove. Por ello, Mike le había pedido a su madre que adoptara las mismas precauciones y se llevara a Lily consigo mientras él se encargaba de -lo que fuera- que Eddie quería. 
 
Pero para tal proeza necesitaba que fuera Eddie quien acudiera a él y no viceversa, como había ocurrido en su último encuentro. En Candle cove, Eddie poseía absoluta ventaja porque se trataba de su mundo, su consciencia despierta, latente, materializada en un plano intermedio entre el mundo real y uno ficticio. Un mundo donde nada ni nadie podía herir a Eddie. 
 
Y es que la imaginación de su mellizo se había desbordado, degenerando en un cataclismo ilusorio que reclamaba las vidas de aquellos que le habían hecho daño en el pasado. Y Mike, a pesar de sus baladies esfuerzos por querer ayudarle, solo había contribuido a incrementar su poder letal. 
 
Al matarle, solo consiguió volverle más fuerte, pues Eddie se había aferrado en sus últimos suspiros a su propio universo. Ahora Eddie no solamente no era humano, sino que se había convertido en un monstruo sin corazón.
 
Mike estuvo sentado en el porche de su casa hasta ya entrada la madrugada. Se había comunicado un par de veces con su madre para asegurarse de que Lily estuviera a salvo. Su madre le había comentado por telefono que no había manera de garantizar que Eddie se presentaría en los próximos días, pese a haber dado muestras de querer hacerlo. Sin embargo, ella desconocía algo que Mike nunca le había confesado. 
 
Entre él y Eddie existía una conexión muy fuerte. Se percibían el uno al otro, y cuando uno albergaba emociones fuertes, el otro podía sentirlas dentro suyo como si fueran propias, como dos cuerpos compartiendo alma. 
 
Mike había experimentado el mismo escozor de furia circulando por su cuerpo durante el día. Era un sentimiento que no poseía como propio, y no obstante, Eddie se lo compartía a modo de anunciarle su presencia. 
 
Al hacer amago de entrar a la casa, Mike se detuvo. Un poderoso escalofrío se disparó por todo su cuerpo. Los vellos de sus brazos se erizaron. Giró lentamente en redondo, soltando el pomo de la puerta para quedar de frente a la extraña criatura que parecía observarle a la distancia, detrás de los arbustos que se sacudían con el viento. 
 
—Eddie— sus labios se entreabrieron, dejando escapar su nombre en un temeroso susurro. 
 
Estatico, vio como aquel ser cuyo cuerpo estaba formado de dientes, avanzaba en su dirección, emitiendo en cada paso un ruido seco, espectral al pisar el pasto.
 
El pecho de Mike se constriñó por el miedo, pero no retrocedió los pasos dados por el otro. Aquellas cuencas vacías parecían querer devorarlo, absorberlo en un oscuro abismo sin fin. 
 
Permitió, aun con el panico doblegando su cuerpo, que Eddie lo tomara de la mano. Sintió repulsión ante el tacto con los diminutas piezas dentales que constituían el cuerpo de su mellizo. 
 
El reencuentro era inevitable. 
 
Con gran desazón, Mike se dejó guiar entre los cipreses y arbustos, internandose cada vez más en lo que semejaba una copia del antiguo paraje de su hogar en Ashland. Ni siquiera pudo reprimir los recuerdos de los niños que Eddie había conducido al mismo sitio que actualmente se dirigían. 
 
La desición de Eddie en cuanto a usar sus habilidades para hacer el mal en lugar del bien había sido concluyente, tras haber comparado el estilo de vida que ambos llevaban. Mike lo sabía, porque había notado cuando eran niños aquella chispa de envidia brillar en los ojos de su mellizo luego de que este se enterara de que tenía novia. La misma expresión antipatica le había mostrado cuando se enteró de que había hecho nuevas amistades. 
 
Eddie no tenía nada de eso. En cambio, lo habían excluido en la escuela, dándole el mismo trato que llevaría un fenomeno debido a su perenne ensoñación durante las clases. 
 
Eddie había sido, a ojos ajenos, un estorbo, una molestia que no debía existir. 
 
Cuando llegaron al final del sendero, los ojos de Mike se oscurecieron con pesar. El trago amargo ante la visión de aquel risco le nubló momentaneamente los sentidos. Había sabido desde el inicio lo que su hermano quería, pero era hasta ese instante que su mente terminaba de procesarlo.
 
—Aquella vez, cuando te llevaste a Lily para conducirme a Candle cove...— mantuvo la mirada fija al frente, sintiendo el firme apretón de Eddie sobre su muñeca, dándole a entender que quería que continuara. —¿Por qué me dejaste ganar?— recordó el juego de cartas entre ellos. No había manera de que Mike ganara en un mundo prefabricado que Eddie dominaba en su totalidad. Hasta entonces no quería admitirlo, pero reconocía que su hermano lo había dejado irse por mera voluntad y capricho. 
 
Tras unos minutos en silencio, Mike inspiró aire. Miró una última vez sobre su hombro y pensó en Lily, en su madre y su ex esposa. Si se oponía a su mellizo, pondría en peligro a su familia. Estaría arriesgando lo único bueno que tenía en la vida, porque sabía que Eddie no se dentendría hasta ver cumplido su proposito. 
 
Poco a poco cerró los ojos y caminó, uno, dos, tres pasos hasta llegar al borde de la planicie. A su mente acudieron las imagenes del televisor que Eddie proyectaba en su niñez. 
 
El pirata Percy navegando en su barco parlante, el esqueleto robapieles acechando en las sombras con su capa ondeante y su rostro cadaverico exhibiendo una advertencia latente del peligro al que se adentrarían.
 
"Ve adentro"
 
Mike saltó. Su cuerpo se precipitó hasta el fondo del risco. Sintió la brisa azotar su rostro segundos antes de que ocurriera el impacto contra la roca.
 
Escuchó un golpe sordo. Hubo una sensación de sofoco y un dolor profundo expandiendose por todas sus extremidades. 
 
El cuerpo de Mike quedó varado boca abajo sobre la roca, con el rostro ladeado hacia su derecha, la sangre borboteando de la comisura de sus labios, mientras los ojos permanecían abiertos y cristalizados por una fina película de lágrimas que no tuvieron oportunidad de derramarse. 
 
Vio, a traves de un fondo borroso, el cuerpo de Eddie a sus doce años acercandose. Ya no era la criatura cubierta de dientes, sino el mismo chico de hirsuto cabello castaño, vistiendo su sudadera roja con rayas tintas predilecta, y exhibiendo una triunfante mirada de jubilo.
 
Cuando llegó hasta él, Mike apenas tuvo tiempo de observar su borrosa silueta extendiendole la mano momentos antes de que la oscuridad lo tragara por completo.
 
**
 
"¿Por qué me dejaste ganar?" 
 
La pregunta hizo eco dentro de la habitación en Candle cove. Las hojas secas en derredor del cuarto formaban una muralla similar a una crisalida. Mike se vio a sí mismo siendo un niño otra vez. Observó con atención el juego de cartas disperso sobre la cama mientras la televisión transmitía otro de los múltiples episodios de marionetas.
 
Poco después entró Eddie a la pieza, sonriendole con gratitud en tanto le instaba a sentarse sobre la cama para continuar una partida que prometía ser eterna. 
 
—Quería que vinieras por desición propia, Mike— acomodó las cartas y aguardó a que su hermano tomara asiento para tomar su rostro firmemente entre sus manos. —Ya nadie puede separarnos— afirmó, apresando los labios de Mike entre los suyos. 
 
El cuerpo de Mike se estremeció, pero por más que quiso, no pudo moverse. 
 
Tarde comprendió que su hermano no lo odiaba, sino todo lo contrario. Y había sido precisamente ese sentimiento enfermizo el que lo había arrastrado hacia su ruina. 
 
Hacia la guarida del monstruo.
 

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