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MCM Week 2021 por shiki1221

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Notas del fanfic:

Serie de drabbles/One shots sobre Menma y Charasuke para la MCM Week 2021

AU. Romance. Angst. Shonen ai. Muerte de personaje

Notas del capitulo:

Disclaimer: Los personajes son propiedad de Masashi Kishimoto y sólo la historia es de mi autoría

 

Día 1: Mitología. Basado en la leyenda argentina de la Flor del Amancay.

En la zona de Ten-Ten Mahuida, hoy conocido como Cerro Tronador, habitaba la tribu Vuriloche, cuyo nombre luego se deformaría para denominar esa bella comarca andina. La tribu vivía tranquilamente en su propio territorio; los hombres iban a cazar animales y recolectar frutos otorgados por la generosa madre naturaleza mientras las mujeres se encargaban de tejer canastas, preparar los alimentos que ellos llevaran y cuidar de los niños. Cada quien cumplía una función especifica otorgando armonía entre los miembros de la tribu. No obstante, habían algunos que destacaban más que otros. Especialmente habían diferencias entre los hombres, quienes se medían en base al tamaño de los animales cazados. Mientras más grandes y peligrosos fueran, más prestigio ganaba el cazador.

Un ejemplo de ello era Menma, el hijo del cacique de la tribu, era admirado por sus compañeros gracias a sus habilidades en la caza. Él había conseguido atrapar huemules y hasta pumas. Sus cacerías siempre daban como resultado un gran festín para celebrarlo, pues con el joven de cabellos dorados, el alimento no escaseaba. Dicha maestría no fue concedida de la nada. Él pasó mucho tiempo practicando como cazar, buscando estrategias para hacerla más efectiva e incluso sus incursiones más audaces tuvieron marcas para toda la vida. Su rostro tenía tres marcas en cada mejilla, dejadas por los zarpazos de algunas presas poco dispuestas a ser devoradas. Las cicatrices en su cuerpo, sólo conseguían aumentar su valor como guerrero y hombre de respeto entre los suyos. Así mismo, las jóvenes debido a su valentía y fortaleza, soñaban con ser elegidas para desposarlo.

Un buen día, un grupo de jóvenes cazadores salieron juntos a buscar animales para el festín de esa noche. Fueron liderados por Menma por su gran capacidad de rastreo. Era casi como un animal, como un sabueso en cuanto a seguir huellas y determinar donde podría encontrarse algún huemul. Un animal similar a un ciervo. Era complicado atraparlos debido a su velocidad superior a los de los hombres y su increíble resistencia. Previendo el escape de dicho animal, el hijo del cacique lo primero que hizo al salir del asentamiento de la tribu, fue dar las instrucciones sobre cómo actuar en caso de ver a su presa.

―Vamos a separarnos para cubrir más terreno ―dijo Menma alzando la voz para que todos pudieran oírlo―. Si alguno encuentra un huemul debe hacer la señal que acordamos, todos acudirán al sitio sin importar si tienen en vista otra presa, ¿entendido? Debemos rodearlo entre todos para poder darle el golpe final sin ningún contratiempo ―explicó con un gesto severo en su rostro.

―¡Sí! ―exclamaron todos antes de ponerse en marcha.

Se distribuyeron por los bosques camuflándose con los troncos y algunos arbustos enanos. La noche anterior había llovido dejando la tierra humedecida. A causa de esto, las huellas quedaban muy marcadas en el barro haciéndolas fácil seguir. Tras llegar hasta su objetivo, lo vieron pastando, ignorante de sus acechadores. Con sus armas lo atacaron entre todos acorralándolo, Menma dio el golpe de gracia y juntos tiraron del animal rumbo a la tribu. El ciervo era demasiado grande como para llevarlo tan largo trecho sin descanso alguno. Por ello, se tomaron algunos breves lapsos para recuperar el aliento cada cierto tramo del recorrido. Algunos aprovechando ese tiempo, recolectaban algunas frutas de los árboles aledaños. Dejaron encomendado a Charasuke vigilar el huemul cazado para que otra criatura no se la llevara. Empero, tras dejarlo solo cerca de media hora, regresaron descubriendo que lo cazado ya no estaba.

―¡¿Qué sucedió?! ―gritó Kiba, un joven de cabellos castaños con marcas de colmillos pintadas con color rojo en el rostro―. ¿Dónde está lo que cazamos?

―Se lo llevó un puma ―respondió el moreno encogiéndose de hombros con una sonrisa nerviosa.

―¿Y lo dices tan tranquilo? ―interrogó el castaño sujetándolo del cuello con furia―. Como si no fuera suficientemente malo que no puedas cazar. No sirves ni siquiera para vigilar algo ya muerto.

―Lo siento ―se disculpó el joven de cabellos negros mirando hacia el suelo.

Kiba lo soltó con brusquedad al ver al hijo del cacique acercándose a ellos. Bien sabía que el rubio no apoyaría las disputas entre sus subalternos, así que dejó que el castigo lo decidiera él como líder. Los demás cazadores se alejaron junto a Kiba, no sin dejar de maldecir a Charasuke por perder su comida. Siempre era para problemas llevarlo a algo que no fuera recolectar frutos. Menma se acercó con una mirada analítica al otro. Una vez estuvo completamente solo con el chico de los ojos negros, se aventuró a preguntar:

―¿Qué le sucedió a tu brazo? ―preguntó notando como de la punta de sus dedos caían pequeñas gotas rojas.

Debido a los climas fríos ellos usaban las pieles de los animales que cazaban para resguardarse de las bajas temperaturas. Su ropa los cubría bastante haciendo difícil notar varias cosas. Sin embargo, pese a verse normal, aquella pálida mano se había mantenido todo el tiempo a sus espaldas. Incluso cuando Kiba lo estuvo sujetando no alzó sus manos. Desde ese punto, el blondo notó que algo había sucedido.

―Me lastimé huyendo del puma ―mintió Charasuke siendo bastante notorio.

―Si hubieras huido, no estarías herido ―comentó Menma haciendo notar la obviedad―. Anda, dime, ¿qué sucedió? Prometo no decirle a nadie ―dijo Menma alzando su mano derecha para colocarla en su propio pecho en el área del corazón―. Te doy mi palabra como futuro cacique.

―Una puma vino a robarse el huemul ―relató el azabache tomando aire.

―¿Cómo sabes que era hembra? ―preguntó curioso de que hubiera identificado su género nada más verle.

―Porque cuando iba a matarla, aparecieron sus hijos ―respondió con una sonrisa que reflejaba entre tristeza y ternura―. Uno de esos cachorros me saltó y me mordió. Eran tan pequeños y se veían tan hambrientos. Me dio pena dejarles huérfanos. Y esos pequeños me gruñían con tanta fiereza, ¡imagínate! Siendo de ese tamaño y dispuestos a morir por su madre.

―Ya veo ―dijo el rubio con simpleza mientras se acercaba al otro y le sujetaba del brazo sano―. Vamos deprisa, en la tribu te curaré el brazo ―anunció Menma.

El joven de ojos claros conocía bien esa faceta de su amigo. A Charasuke nunca le había gustado asesinar a las criaturas. Muchas veces se le explicó que era necesario para la supervivencia de la tribu, pero siempre que veía a sus presas era incapaz de terminar con sus vidas. Para cazarlos era muy hábil, eso Menma lo notó desde que eran apenas unos niños. Pues al moreno le gustaba armar trampas para zorros, pero siempre se limitaba a capturarlos, acariciarlos un poco y liberarlos. Según la tribu, Charasuke era un inútil incapaz de atrapar nada. Para Menma, era alguien demasiado amable como para dejar cachorros sin madres, o madres sin sus cachorros. Ese era un aspecto que siempre apreció y adoró de él. Sin importar la edad alcanzada, el moreno seguía igual de sensible ante todo lo peludo y suave. Juntos llegaron a la tribu e ignorando a todos fueron directo a curar la herida anterior.

Las chicas de la tribu vieron fascinadas el regreso de Menma. Además claro de extrañadas por la ausencia de presas de su cacería. El rubio era muy adorado entre todas las muchachas. Sin embargo, entre todas ellas había alguien que, además de admiración, sentía un profundo amor por él, pero su condición como hombre le impedía siquiera imaginar la posibilidad de que el joven se fijara en él. Para Charasuke era bien sabido que pronto habría una joven destinada para el hijo del cacique y con algo de suerte, ―como mencionaba a menudo su madre―, también la habría para él haciendo imposible que algo sucediera entre ellos. Mas, Charasuke no era indiferente a Menma. Muy por el contrario, él sentía que su corazón se inflamaba cada vez que el joven de cabellos oscuros se encontraba cerca, pero sabía que su padre jamás aceptaría que él le desposara.

Un día, varios integrantes de la tribu comenzaron a morir a causa de una extraña enfermedad. Las víctimas de dicho mal despertaban una fiebre atroz, sentían una sed insaciable, dolor en la garganta y su piel se volvía pálida como la de un fantasma. La epidemia no tardó en extenderse. Las hierbas medicinales que usaban habitualmente no tenían efecto alguno en los contagiados y se siguió extendiendo entre los habitantes de la tribu. Pronto también Menma cayó gravemente enfermo. Aquellos que aún se encontraban sanos comenzaron un éxodo que les permitiera alejarse de los malos espíritus que estaban diezmando a su gente. El joven de ojos azules empeoraba cada vez más, y en medio del delirio y la fiebre no dejaba de pronunciar el nombre de su amado.

―¡Chara…suke! ―llamó con las pocas fuerzas de las cuales disponía.

Su garganta le dolía y quemaba sin importar la cantidad de agua que bebiera. Sus párpados se sentían pesados y su cabeza dolía como si estuviera siendo martillada por un ente invisible. Se encontraba recostado en su cama volando de fiebre mientras su padre lo observaba con preocupación. Minato consultó con un consejero, quien se vio en una encrucijada respecto a hablar o no. Orochimaru sabía sobre el amor profundo y silencioso que existía entre ambos jóvenes, pero no sabía si era el momento de revelar tan delicado secreto. No obstante, viendo como el estado del joven seguía empeorando a paso apresurado, pensó que al menos podría darle una última voluntad. “Si ha de morir al menos que sea viendo a la persona que ama”. Fue lo que dijo. Viendo que quizás no le quedaba mucho tiempo de vida a su hijo, el cacique envió a sus mejores guerreros a buscar a la muchacho.

Mientras tanto, Charasuke había consultado a una Machi para que le ayudara a encontrar una cura para su amado Menma. La anciana le reveló que la única forma de salvar al joven era prepararle una infusión con una flor amarilla que crecía en la cumbre del Ten-Ten Mahuida, y Charasuke no dudó en ir en su busca. El ascenso no fue sencillo, pero él no cesó en su esfuerzo. Pasó por zonas empinadas, atravesó peligrosos bosques e incluso se tuvo que enfrentar a varias fieras que deseaban devorarlo. A eso había que sumarle el clima frío y ventoso. Muchas veces quiso desistir, pero de sólo recordar que de fallar, Menma perdería su vida, le volvía el ánimo para continuar. Tras una larga travesía, por fin logró llegar a la cima de la montaña y encontrar la bella flor, pero no se percató de que el gran cóndor lo observaba desde las alturas.

La magnifica ave no quitaba sus ojos del joven. No eran extraños los hombres que iban a los terrenos sagrados a robar, por esa razón precisamente se le había encomendado vigilar. Él poderoso cóndor siempre batía sus alas desde la salida del Sol hasta su caída en el crepúsculo. De noche existía otro guardián para proteger el territorio sagrado. Vio al chico escalando por una zona empinada mientras sus uñas se rompían en su intento por aferrarse a las rocas. Varias veces descendió unos metros dejando trazos de líneas rojizas hechas con la sangre de la punta de sus dedos. Habiendo visto aquello, el ave dudaba que el muchacho fuera a arrepentirse al último momento luego de haber mostrado tal determinación, pero tenía la esperanza de que lo hiciera para no tener que castigarlo. Tan pronto como Charasuke arrancó la delicada flor, el cóndor descendió junto a él y le recriminó haberla tomado.

―Los dioses me han puesto como guardián de las cumbres y todo lo que en ellas se encuentre ―dijo con voz de trueno el ave con sus alas desplegadas de manera amenazante.

―Lo siento ―se disculpó el moreno enseguida mostrándose arrepentido de haber ofendido a los dioses―. Es que mi tribu ha sido azotada por una enfermedad que nos es imposible curar por mano propia ―explicó también la situación en la que se encontraba Menma de manera breve mostrándose ansioso.

―Es parte de la vida mortal; nacer, vivir y morir ―dijo el cóndor con un tono neutro. El imponente ser no quiso escuchar razones―. Poco me importa la situación en la que se encuentra ese joven de nombre Menma. Él, tú y cuanto hombre pretenda poseer una flor de aquí, ha de ser castigado.

―¡Por favor! Se lo suplico ―exclamó el joven de negros cabellos con trémula en su inútil intento por contener su llanto, pues las lágrimas caían libremente de sus ojos―. Haré lo que sea por esa flor, incluso enfrentarme a un castigo de los dioses ―advirtió Charasuke con convicción.

―¿Lo que sea? ―preguntó el cóndor con una sonrisa burlona, pues veía aquello como una gran mentira―. Entonces, te propongo un trato. Yo te daré la flor a cambio de que me des tu propio corazón.

―Acepto ―dijo Charasuke sin siquiera dudar―. ¿De qué me serviría tener corazón si no podré amar a Menma? ―preguntó al aire mientras cerraba los ojos.

El joven se arrodilló frente al ave y mantuvo sus ojos negros en su verdugo. El animal pensaba risueñamente que pronto retrocedería. El amor de los humanos siempre era fugaz y desapegado. Prometían ante los dioses estar juntos por la eternidad, amarse y ser fieles mutuamente, pero pronto todo eso se perdía. Aun si el joven tantas veces mencionado por el chico delante suyo muriera, lo más seguro es que con algo de tiempo encontraría a otra persona para amar. Así de frágiles eran los lazos entre mortales. El cóndor se lanzó contra Charasuke con confianza en que presa del miedo, el joven intentaría esquivarlo. No obstante, aquello no sucedió. El joven de ojos oscuros sintió como el potente pico abría su pecho en busca del delicado corazón. Sus labios se abrieron con esfuerzo mientras reunía el poco aire restante de sus pulmones para dedicarle su último aliento a la persona más importante para él.

―Menma ―pronunció con una débil voz por última vez el nombre de su amado.

Los ojos negros perdieron su brillo en pocos segundos y sus brazos cayeron laxos al costado de su cuerpo. Éste último manteniéndose todavía en posición sentada gracias al pico del ave. Mas, cuando retiró su pico del ahuecado pecho, el cadáver cayó en un sonido sordo entre las flores de la montaña. Un charco rojizo comenzó a formarse gracias a la enorme herida dejada por el ente divino. El cóndor observó con pena al chico. No había parpadeado mientras lo asesinaba y ni siquiera pidió alguna garantía de que fuera a cumplir su palabra. Pues ciertamente, su sola decisión no era un permiso. Dependía sólo de los dioses si permitir o no que su flor se usara para el bien de Menma. Empero, el guardián, conmovido por el amor que hasta último momento demostró el joven, con delicadeza tomó el corazón con una garra y la flor amarilla con la otra para luego elevarse majestuosamente por los cielos.

El cóndor voló hasta la morada de los dioses, sin darse cuenta que gotas de la sangre de Charasuke salpicaban no sólo el camino sino también la delicada flor. Una vez en su destino, imploró que le permitieran llevar la cura para Menma y que crearan un recordatorio para que el sacrificio de la joven no fuese olvidado. Ambas cosas fueron concedidas, y de cada gota de sangre que cayó en los valles y las montañas nació una bella flor amarilla con gotas rojas que se convirtió en símbolo del amor incondicional. La medicina había servido perfectamente y la infusión consiguió salvar la vida de Menma, pero sólo en lo físico, pues no tardó mucho en enterarse de la verdad. El cacique había considerado necesario contarle el relato transmitido por el cóndor al traer la flor. El ente divino precisamente había solicitado la historia de Charasuke no fuera olvidada y que cada vez que alguien viera esas flores amarillas con manchas rojas, recordaran lo incondicional del amor profesado al rubio menor.

―Charasuke… ―murmuró Menma sujetando su rostro entre sus manos intentando contener su llanto.

Su pecho le dolía demasiado e incluso tuvo arcadas producto de estarse ahogando con su propio llanto. No le era fácil procesar que la persona de la que se había enamorado murió por él. Era una sensación confusa. Por un lado, se sentía dichoso de saberse amado con tanta pasión, pero no dejaba de cuestionarse si no hubiera sido mejor no ser correspondido y tenerlo todavía con vida. El joven de ojos azules, convencido por su padre y el propio cóndor, siguió adelante con su vida en la tribu. Se volvió cacique pasados unos años, pero la tristeza seguía oxidando sus ganas de vivir. No obstante, se forzó a seguir adelante para no deshonrar el sacrificio de su amado. En honor a él, jamás contrajo matrimonio y luego de sobrevivir una década de su ausencia, su vida útil comenzó a llegar a su fin. La tristeza estuvo corroyendo su alma. Así que cuando sintió su corazón estar al límite se encaminó hacia aquella montaña donde Charasuke había fallecido años atrás.

En el camino vio algunos pumas con cachorros pequeños jugando alrededor de sus padres. Los cuales al notar su presencia, se pusieron alerta y le gruñeron en advertencia. Sus ojos se llenaron de lágrimas al tener tan fresco el recuerdo de aquella vez en la que el joven de cabellos oscuros perdonó la vida de una puma por sus cachorros. Se llegó a preguntar si por casualidad alguno de los animales adultos delante suyo no podía ser uno de los cachorros que dejó vivir en esa ocasión. Negó con la cabeza. Eso sería demasiado conveniente para el destino. Mas, seguía preguntándose que fue de aquellos pumas a los que Charasuke les regaló el huemul cazado por él. Debió haberse dado cuenta antes. Esa amabilidad tan propia del azabache ponía constantemente su vida en peligro, no debió sorprenderse de que mantuviera su esencia hasta el final.

―Al fin ―suspiró Menma cuando llegó a su destino.

Se recostó en el suelo viendo el cielo nocturno. Una noche oscura iluminada por la luna llena y las estrellas del firmamento. La suave brisa movía los pétalos de las flores cerca suyo. Cada pequeña flor amarilla manchada con la sangre de su amado. Pasó la yema de sus dedos por una cercana a su rostro y sin arrancarla, la acercó un poco más para olerla mejor.

 

―Pronto estaremos juntos… ―murmuró con una sonrisa cerrando los ojos siendo arrullado por el sonido del viento soplando.

 


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