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Noche de reflexión por KidahDrachen

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Notas del fanfic:

YuGiOh no me pertenece, sino a su creador Kazuki Takahashi.

Reconocimientos a mi amiga y editora, @Queen3x3, quien me ha ayudado revisando la historia según se iba creando y corrigiendo las faltas de ortografía y posibles erratas, además de aportar su siempre bienvenida opinión. A continuación os dejo su link: https://queen3x3.tumblr.com/

Todos los derechos reservados.

Espero que os guste la historia.

 

Notas del capitulo:

¿Hace cuánto tiempo que todo cambió? ¿Cuándo fue? ¿En qué momento la vida dio un giro tal que se volvió del revés?

La imagen de un fugaz y accidental beso me vino a la memoria.

Ah, si... cómo olvidarlo.

 

 

 

YuGiOh no me pertenece, sino a su creador Kazuki Takahashi.

Reconocimientos a mi amiga y editora, @Queen3x3, quien me ha ayudado revisando la historia según se iba creando y corrigiendo las faltas de ortografía y posibles erratas, además de aportar su siempre bienvenida opinión. A continuación os dejo su link: https://queen3x3.tumblr.com/

Todos los derechos reservados.

Espero que os guste la historia.

 

 

 

Noche de reflexión – Pov Kaiba Seto

¿Hace cuánto tiempo que todo cambió? ¿Cuándo fue? ¿En qué momento la vida dio un giro tal que se le volvió del revés? La imagen de un fugaz y accidental beso me vino a la memoria. Ah, sí... cómo olvidarlo.

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Cómo olvidar que por culpa de tus insignificantes amigos nos vimos envueltos en la situación más vergonzosa del primer semestre de preparatoria. Recuerdo a Mazaki intentando calmar nuestro enfado, bueno, en realidad trataba de calmar el tuyo; recuerdo al simiesco de Honda decirle que ni se molestara, y entonces ella hizo el amago de darle una colleja, el muy imbécil se fue a apartar y en el proceso acabó empujándote, con tan mala suerte de que caíste en mi dirección, estando yo sentado pulcramente en mi pupitre, y que por acto reflejo me volví para ver qué pasaba... entonces sucedió. Aún a día de hoy no puedo evitar suspirar al recordar aquel ínfimo instante: la leve presión de tus labios sobre los míos, la suavidad de estos, la calidez de tu aliento, el ligero aroma a caramelo que llegó hasta mi nariz, tu expresión completamente asustada cuando conseguiste recuperar el equilibrio. Tu palidez y el silencio sepulcral en el que se vio sumida el aula. Pero, a pesar de todo eso, hubo algo que verdaderamente llamó mi atención y que estoy seguro de que nadie más notó al estar completamente pendientes de mi reacción: el leve rubor de tus mejillas. Sí, pude verlo desde mi privilegiada posición sentado frente a ti, pude apreciar perfectamente cómo en esa piel que se había quedado más blanca que el papel. Y todo esto teniendo en cuenta que apenas sí transcurrieron unos tres segundos desde que me robaste el que fuera mi primer beso y te separaste mientras esperabas lo que todos parecían calificar en sus insulsas mentes como un castigo divino. Es más, puedo asegurar que ese pensamiento lo tenían sobre todo las féminas que conformaban nuestra clase de aquel último curso de preparatoria, entre ellas esa a la que llamabas amiga. Sí, esa que no paraba de recitar el discurso sobre la amistad como si fuera un mantra.

No puedo evitar reír bajito cuando recuerdo la forma en que tus pies casi se tropiezan entre ellos cuando quisiste dar un paso atrás al ver cómo mi cara se deformaba en un rictus de profundo odio y aversión. ¿Qué querías que hiciera? En apenas unos segundos habías hecho que por mi cabeza se cruzaran diversos pensamientos, entre ellos el querer volver a probar tus labios nuevamente para corroborar si de verdad eran tan suaves o si sólo me lo había imaginado, el desear que no te hubieras apartado tan rápido ya que el daño estaba hecho, el necesitar que el mundo a nuestro alrededor desapareciera como se supone que ocurre en esas insípidas novelas románticas que la mitad de la población femenina de esta estúpida institución se lee para llenar de pájaros sus airadas cabezas. Todo eso por culpa de un mísero roce que no debió de haber significado para mí otra que cosa que no fuera un insulto, una afrenta hacia mi persona. Y en vez de querer arrancarme los labios por el asco, estaba ansiando volver a besarte, pero esta vez con toda la amplitud de la palabra.

El caos se adueñó de mi mente por culpa de aquellos pensamientos, así que sí, me levanté con un rictus furioso pintado en mi cara, dispuesto a devolverte a base de golpes cada una de mis neuronas afectadas, y teniendo en cuenta que tengo muchas, y que estaba seguro de que más de la mitad se habían visto envueltas en ese caótico remolino que se había formado y tomado fuerza dentro de mi cerebro, no iban a ser pocos los puñetazos que planeaba darte. Bueno, siendo justos iba a repartirlos entre tu cara y la del orangután que tienes por amigo y que en ese momento estaba tan paralizado como el resto de los presentes. Pero ¿cómo es el dicho? ¿Mala hierba nunca muere? Sí, creo que es algo así. Justo cuando yo terminaba de levantarme el profesor de turno hizo acto de presencia, haciendo que los atrofiados mecanismos de movimiento de nuestros compañeros se volvieran a poner en marcha, corriendo cada uno a su correspondiente lugar, incluido tú, aunque más bien lo que hiciste fue huir con el rabo entre las patas lo más rápido que éstas te lo permitieron. Estoy seguro de que si te hubieras caído en ese momento habrías, incluso, caminado a cuatro patas al igual que los perros.

Después de ese incidente recuerdo que me llamaron en medio de la clase desde mi empresa, cosa que no agradó demasiado al maestro, aunque, seamos sinceros, a mí de nada me servían sus clases. Todo lo que él llevaba enseñándonos estos últimos tres años yo ya lo había aprendido de sobra cuando apenas tenía doce. Simplemente contesté a la llamada, sabiendo de sobra que interrumpía su desagradable voz, recogí mis cosas y me fui de allí sin dirigirle ni una sola palabra de despedida a aquel hombre, mucho menos a la panda de borregos que se hacían llamar mis "compañeros". Aunque, si he de ser sincero, mientras recogía mi ordenador portátil sí que miré de reojo hacia el fondo de la clase, donde te encontrabas tú, mirando entre sorprendido, divertido y avergonzado hacia mi persona. En ese momento no sé aún qué fue exactamente lo que sentí, aunque me inclino más por la opción de una mezcla de enfado y vergüenza. No todos los días le roban a uno un beso de una forma tan... de serie de animación.

Pasaron varios días antes de que pudiera volver a la rutina de las clases, pues el problema por el que se había solicitado mi presencia en mi propia empresa no había sido pequeño precisamente, hubo varios despedidos, bastante papeleo que hacer y muchas discusiones con los estúpidos integrantes de mi antigua junta directiva. El poder deshacerme de ellos cuando cumplí los 21 años fue lo mejor que me pude haber regalado a mí mismo por mi cumpleaños.

La vuelta a clases empezó sin mayores contratiempos, al menos hasta que me di cuenta de que faltaba alguien, y no fue hasta que vi al grupito de la felicidad eterna que me di cuenta: tú no estabas entre ellos. Al principio no le di la más mínima importancia al asunto, después de todo no tenía ganas de seguir pensando en lo sucedido días atrás, porque sí, mi empresa no fue lo único que ocupó mi mente durante este tiempo. Tú y tu estúpido y breve contacto mantuvieron ocupado a mi cerebro durante los ratos en los que no me encontraba trabajando o despotricando contra los inútiles de mis empleados y socios. Pasaron las horas y tú no aparecías, y eso era extraño en sí. Si bien solías llegar tarde por las mañanas, nunca te saltabas un día de clases entero. En ese punto me pregunté cómo es que sabía eso... pero decidí ignorarlo. No tenía más tiempo que perder en pensar en ti, o más bien me negaba a ello. Pero mis intentos se fueron por el desagüe cuando empezaste a faltar día sí día también, incluso el enano de Muto parecía preocupado según iban avanzando los días, hasta el albino ese... ¿cómo era? ¿Bakura? Como sea. Hasta él hablaba menos de lo que ya lo hacía. Pasó una semana y no se te había vuelto a ver ni uno solo de tus pelos rubios por el recinto escolar. Se empezó a correr el rumor por los pasillos que habías vuelto a la calle, a la vida de pandillero, cosa que yo poco o nada me creía. Yo había sido testigo, aunque de forma no intencionada, del cambio que diste a lo largo de estos tres años de preparatoria. Es verdad que entraste siendo un gamberro, e incluso sabía que estabas relacionado con sujetos de dudoso actuar, pero cuando conociste al molesto de Muto Yugi te reformaste por completo, arrastrando contigo a Honda, creando así vuestro inseparable y reducido grupo, incluyendo poco después a Mazaqui Anzu, que a las leguas se ve que está coladita por Muto, y al segundo año llegó Bakura Ryo tras trasladarse a nuestro centro desde Reino Unido. Desde entonces sé que no volviste a tu antigua forma de actuar, aunque... las marcas en tus brazos y abdomen cuando la camiseta o las mangas se te subían hacían entender que había algo más, algo que ni siquiera le decías a tus amigos. Yo lo averigüé por error un día que salíamos de Educación Física. El profesor nos había hecho sudar de lo lindo, y cuando yo ya había salido de la preparatoria me di cuenta de que me había dejado el maletín con mi ordenador y unos documentos importantes de Kaiba Corp en las taquillas del gimnasio. Me maldije mil y una vez mientras daba media vuelta y volvía a entrar al lugar, pudiendo escuchar entonces que una de las duchas seguía encendida. Aquello me extrañó. Se suponía que todos nos habíamos duchado ya. Pensé que alguno de los chicos se la había dejado encendida, o al menos así fue hasta que escuché que alguien tarareaba una canción.

La curiosidad pudo conmigo, no por nada me solías decir gato engreído cuando yo te decía perro pulgoso. Poco a poco, y procurando no hacer ruido, me acerqué a ver quién era el que aún se estaba duchando. Grande fue mi sorpresa al verte a ti bajo el chorro de agua de la ducha, pero mayor aún fue el ver cómo tenías la espalda y la parte de atrás de los muslos. Golpes recientes, heridas aún curándose, viejas cicatrices. No me habría dado tiempo a contar todas y cada una de las marcas que parecías tener, sobre todo porque de la impresión se me escapó un leve suspiro que llamó tu atención, haciendo que te giraras rápidamente para mirar hacia la puerta, donde yo ya me había escondido para no ser descubierto por tus ojos. No fue hasta que escuché cómo apagabas el grifo que decidí salir de allí como alma que lleva el diablo, olvidando por completo el motivo que me había llevado en un primer lugar a estar en esa situación. Fue desde ese momento que empecé a fijarme con más detalle en el aspecto que tratabas de ocultarle a los demás. Hubo varios días que incluso juraría que estabas usando maquillaje. Pero aquellos golpes... no me parecía que estuvieran hechos por peleas, sino más bien por palizas. Obviamente intenté alejar todo aquello de mis pensamientos, no era algo que me debiera de importar. Intenté hacerme creer que seguramente seguías teniendo malos hábitos a pesar de tus nuevas buenas compañías.

Otra semana pasó sin que se tuvieran noticias tuyas. Otra semana pasó en la que cada día me preocupaba más. Otra semana pasó en la que empecé a replantearme qué es lo que me movía a preocuparme por el hecho de que tú no aparecieras. Empecé a pensar en todo aquello que sabía de ti, sorprendiéndome mucho al ver que te había prestado más atención de la que le había prestado a nadie en mi vida, sólo siendo superado por mi hermano menor en aquella reducida y privilegiada escala. Es más, me di cuenta de que incluso buscaba nuestros enfrentamientos verbales, que muchas veces habían logrado elevar mi estado de ánimo, y no por el hecho de haberte vencido o humillado, era más simple y complejo que eso. De todos nuestros compañeros, e incluso de todos aquellos que conozco, tú eras el único que me dabas pelea, que no te rendías a mis caprichos, que no me hacías el camino como lo hacían la mayoría para tratar de llamar mi atención y de llegar a mí. Tú eras el único que me trataba como a un igual y no como a una supuesta divinidad. Si me tenías que decir algo a la cara lo hacías sin remilgos y sin cortarte un pelo, te plantabas frente a mí o frente a mi escritorio y empezabas con tu verborrea, más elocuente muchas veces de lo que uno esperaría de alguien que ni siquiera llega a la media necesaria para entrar a una universidad.

Otra cosa de la que empecé a ser consciente fue de la falta que le hacías a mi hermano. Por lo visto, y de esto me enteré porque a Mokuba se le escapó, cuidabas de él muchas tardes en tu trabajo de medio tiempo como camarero de una pequeña cafetería, siendo que él iba a verte a la salida del colegio y, en vez de dirigirse hacia la mansión, se iba contigo para no estar tanto tiempo solo. Me comentó que le pediste un permiso especial a tu jefe para poder hacerlo, y que incluso muchas noches le acompañabas hasta nuestra "casa" dando un paseo o en la limusina que puse a su disposición, con chofer y guardaespaldas incluidos. También sé que cuando yo tenía que viajar al extranjero durante los fines de semana te quedabas con él a dormir, cuidándole, haciendo que no se sintiera más solo de lo que ya se sentía por culpa de, según tus propias palabras, mi tremenda e insana obsesión por el trabajo. Más de una vez me has llamado "trabajólico", sobre todo cuando te enfadas porque no me he dado cuenta de la hora y has tenido que venir a buscarme a la empresa para obligarme a salir de mi despacho e invitarte a cenar a modo de compensación.

Al inicio de la tercera semana, estando yo ya en el aula leyendo uno de los tantos libros que tengo en mi biblioteca, el enano de Muto apareció frente a mí, con aspecto cansado y con ojeras bajo esos enormes ojos que tiene. Antes de que yo pudiera siquiera preguntarle qué es lo que quería juntó sus manos frente a sí y agachó la cabeza mientras me pedía, casi suplicaba, que le ayudara. No me quedé más perplejo porque no podía, e incluso en mi habitualmente estoica cara se podía ver reflejada la sorpresa por la situación. Para cuando pude reaccionar adecuadamente lo único que atiné a decir fue "¿qué?". Sí, me jacto de ser muy elocuente, pero en ese momento me pilló completamente desprevenido. Cuando el enano volvió a mirarme las lágrimas ya pugnaban por salírsele y las manos le temblaban. Con apenas un hilo de voz procedió a contarme lo que sucedía. Si antes estaba sorprendido, en ese momento me encontraba estupefacto. Aquel chiquillo, tras ver que no aparecías ni siquiera por tus trabajos de medio tiempo, enterándome en ese momento que no solo trabajabas en la cafetería, sino que repartías el periódico matutino y por las noches y fines de semana trabajabas en un bar de copas, exceptuando cuando cuidabas de mi hermanito, había decidido ir a tu casa para ver si estabas bien, encontrándose con la desagradable situación de ser echado casi a patadas por un hombre ebrio que, supuestamente era, y para mi aún está por demostrar, tu padre. Muto fue expulsado de tu "vivienda" siendo insultado por aquel ser, consiguiendo meter más aún el miedo en su cuerpo sobre si te había pasado algo grave de verdad. Viendo la situación, y sin esperar más tiempo, fue a solicitar ayuda a las autoridades policiales de la ciudad, donde le dijeron que al no ser un pariente y al no tener pruebas de la "supuesta desaparición" de su amigo mas allá de que había estado faltando a clases, pues no les podía decir sin meterte en un lío que estabas trabajando al ser menor de edad, no podían efectuar la denuncia. Incluso me contó que uno de ellos le había mandado a jugar a los detectives a otra parte y que las series y películas policiacas habían hecho mucho daño a la actual sociedad. Y a pesar de que sabía que lo había dicho a modo de burla, él intentó buscarte con sus propios medios, que incluso el resto del grupo lo había intentado, pero sin nada de éxito.

En ese punto quise preguntarle que por qué no se lo había pedido al inútil del chico dado, que aunque a mí no me guste como empresario ni como persona, se había vuelto muy cercano a su grupito después de varios incidentes, uno de ellos con un disfraz de cuerpo completo de perro incluido, pero la pregunta no llegó a salir de mis labios cuando el de ojos amatistas me dijo que Devlin se había negado a ayudarles, que en ese momento estaba demasiado ocupado con no sé qué nuevo proyecto y que no le molestaran con tonterías. Todo esto por teléfono, ya que parecía no encontrarse en el país en ese momento, y aunque tuviese los medios para ayudar al chupi-grupo no dio indicios de querer hacerlo, colgando al de menor estatura. Ahí Muto parecía querer ahorcar con sus propias manos al empresario de ojos verdes, siendo claro en la crispación que estaban sufriendo sus manos al hablar de ello. ¡Ja! Ahí estaba la "amistad" que tanto se decían profesar. Cuando terminó de contarme toda aquella odisea fue que me quedó claro qué era lo que me iba a pedir "Quieres que encuentre a Katsuya". Aquello salió de mi boca como afirmación, no como pregunta, teniendo a modo de respuesta una afirmación por el de extraños cabellos tricolores.

Todo hay que decirlo, en ese momento me sentí bastante insultado al ser solicitado después que el inútil del niño de los dados, pero por otro lado me sentí incapaz de negarle mi ayuda, y no fue por el aspecto tan patético que presentaba en ese momento, o porque sus amigos estuvieran a punto de llegar, sino porque sentía una extraña presión en mi pecho desde que habías desaparecido, desde que supe que te estaba prestando más atención de la que normalmente le pongo a otros seres humanos, desde que empecé a pensar que, a pesar de las enseñanzas del monstruo de mi padrastro, podía estar sintiendo algo por ti, algo extraño y... cálido. Antes de darme cuenta ya le estaba diciendo que sí, que le ayudaría a encontrarte, citándole después de clases en mi mansión, pues era un tema que no me parecía que debiera de tratarse en mi empresa, donde había más buitres que personas trabajando. Fácilmente alguno de ellos si se enterara podría encontrar la forma de "intentar" sacar provecho de la situación.

Las clases nunca me habían parecido tan tediosas como aquel día. No sólo porque los profesores me parecieran ridículamente aburridos, sino porque sé que tenía sobre mí todos y cada uno de los ojos de tus amigos desde que Muto les había comunicado que había aceptado ayudarles sin poner ni una sola pega. La verdad es que yo también me sorprendí bastante una vez que lo pensé, pero luego me vino a la cabeza un flash de una de tus tantas sonrisas, una de las pocas que últimamente sentía que eran reales, pues tenía la sensación de que habías tomado por costumbre fingir más de una y más de dos. El timbre del final del día sonó y yo ya estaba saliendo del salón de clases. Había quedado con el enano en que fueran directamente a mi mansión, que yo tardaría un poco pues tenía que dejar instrucciones en la empresa para que no me molestasen y cancelar los compromisos que tuviera para aquel día, organizando con mi secretaria lo mejor que pudiésemos todos ellos.

Para cuando terminé y llegué a la que aún es mi casa, siempre seguido por Isono, mi guardaespaldas personal, aunque más bien debería decir que es mi hombre para todo, sin que esto se mal entienda, el grupo de la alegría ya me estaba esperando en el salón junto con mi hermano, el cual también estaba bastante preocupado al no haber sido capaz de ver a su rubio amigo durante tantos días. En cuanto me vio entrar a aquel cuarto se levantó del sofá que estaba compartiendo en ese momento con Muto y se lanzó a mis brazos, los cuales abrí para cobijarlo entre ellos mientras él lloraba y me preguntaba qué creía que podría haberte pasado. Yo opté por guardar silencio y dirigirle una mirada a mis invitados con la que esperaba que entendieran, hasta donde su intelecto les diera, que quería que me siguieran. Mientras yo llevaba a mi hermanito aún abrazado a mí mientras acariciaba su larga melena negra de león, intentando calmarlo y prometiéndole que haría todo lo que estuviera en mi mano para ayudar a encontrarte. Parece que con eso consiguió calmarse un poco, aunque me puso pegas cuando le dije que se fuera a su cuarto, quería estar presente y ayudar en lo que pudiera, a lo cual yo simplemente asentí, sabiendo que con lo cabezota que era no me haría caso, sobre todo estando tan preocupado como lo estaba. Aquello me hizo sentir incluso más decidido que antes a encontrarte. Ver el cariño que te profesaba la luz de mi vida sólo hacía que la presión en mi pecho se sintiera dolorosamente agradable, por muy extraño que eso suene.

En cuanto tomé asiento en el sillón de mi despacho y encendí mi ordenador, conectándome a la red privada de la ciudad, privilegio obtenido al ser yo quien me encargaba personalmente de la seguridad de ésta, empecé a hacerle preguntas a todos y cada uno de tus amigos: cuándo te vieron por última vez, en qué condición estabas, dónde te vieron, qué estabas haciendo, si había algo raro en ti esos últimos días, etc. Prácticamente me dediqué a hacerles el quinto grado inquisitorial mientras tecleaba compulsivamente todos aquellos datos relevantes que me iban aportando. Poco a poco fui recreando el mapa del último día que tuvieron noticias tuyas: el viernes de la semana de aquel esporádico y robado beso.

En cuanto lo tuve listo no dudé en hacer uso de mi tecnología holográfica para mostrarles cómo había sido tu recorrido, sobre todo ahora que yo lo había conseguido medio completar gracias a las cámaras de tráfico de la ciudad, pudiendo seguirte el rastro desde la cafetería de las tardes hasta tu trabajo nocturno en aquel pub americano en la zona de juerga de Ciudad Dómino. Lo extraño era que, llegados hasta ese punto, no vuelves a aparecer en ninguna cámara de seguridad, y cuando llamé para preguntar en tu trabajo si habías estado allí, me aseguraron que, efectivamente, estuviste trabajando hasta las dos de la madrugada, hora en la que el local echó el cierre y todos se fueron a casa desde la entrada de trabajadores en el callejón lateral. Lo malo de eso es que el hombre, en todo su derecho del mundo, no quiso darme el teléfono de ninguno de sus empleados para poder corroborar aquella historia, siendo su palabra la única con la que poder seguir aquella búsqueda, o al menos iniciarla. Sabiendo eso, y habiendo captado que el local tenía su propio circuito de cámaras, mandé a Isono a aquel lugar para que, haciendo lo que tuviera que hacer, me consiguiera las imágenes que necesitaba. Una hora después volvía mi mano derecha con un CD que contenía las imágenes de aquella noche de todas las cámaras. Gracias a él pudimos corroborar que, efectivamente, estuviste trabajando hasta la hora del cierre, momento en el que pareces despedirte en la puerta de atrás del local del resto de tus compañeros mientras que tú te mantienes un rato más allí encendiendo y fumando lo que parecía ser un cigarrillo. Aquello no sorprendió a Muto, diciendo que desde hacía unos meses lo hacías cada vez que sentías que la vida te sobrepasaba, y que aquella era una mejor solución que una cuchilla. Noté como un escalofrío recorría no sólo mi espalda, sino también la del resto, incluso mi hermano soltó un sollozo ante esa declaración. Me prometí a mí mismo que haría hablar a ese enano ojón sobre tu situación en cuanto pudiera, pero en ese momento... en ese momento me dedicaría a lo que tenía entre manos: ver cómo exhalabas el turbio humo mientras la nicotina pasaba a tu torrente sanguíneo.

Estuviste así al menos por un minuto más según el reloj de la cámara. Lo siguiente que vimos fue cómo algo de dentro del callejón pareció llamar tu atención. Fue entonces que maldije el que las cámaras sólo tuvieran la tecnología necesaria para grabar imagen y no sonido. Tanto Isono como Muto y yo miramos atentamente la pantalla, pues no permití que el resto se me acercara tanto, atentos a cualquier reacción por tu parte. También pudimos ver una especie de sombra formada por las escasas luces del callejón, sombra con la que parecías estar teniendo una especie de discusión por lo nervioso que te habías puesto. Fue el gemido de sorpresa de Muto el que me alertó cuando aquel hombre dio un paso hacia ti, dejando que la cámara captara su rostro "Pero... si es su padre..." Mi ceño se frunció de forma prominente, volviendo mi plena atención a la pantalla de mi ordenador, donde ahora no solo estabais tu padre y tú, sino que parecía haber otras dos personas que habían aparecido por la otra entrada del callejón. Te tenían encerrado. Fue en ese momento cuando todo se desató. Tú trataste de salir de allí corriendo por la salida más alejada del callejón, siendo impedido por una cuarta persona que apareció desde allí. Les costó, debo reconocer que nunca una situación tan extrema me había parecido tan... hermosa. Tú te defendiste con uñas y dientes, tratando de repartir cuanto golpe pudieras enganchar en las carnes de aquellos tres hombres, todo esto siendo observado por tu padre desde una distancia prudencial, pareciendo que no le afectaba en lo más mínimo tu precaria y desventajosa situación. Al final pasó lo que ya me había imaginado: consiguieron agarrarte por los brazos, golpeándote en el estómago y en la cara hasta que te dejaron inconsciente. Todos los implicados salisteis del encuadre de la cámara, siendo que por el otro lado no encontré que hubiera ningún tipo de video-vigilancia. Esos malditos cabrones lo tenían bien preparado. Seguramente te subieron a algún tipo de vehículo con el que después desaparecieron en la noche. Vehículo que no puedo rastrear... de momento.

Aún no sé cómo lo hice para hacer que todos los presentes se calmaran tras aquellas despreciables imágenes, las cuales corroboraban que tu padre estaba completamente implicado en lo que te había pasado. Sólo había un problema ahora: no podíamos llevar estos vídeos a la policía sin levantar demasiado revuelo por la forma en la que habían sido obtenidos. Y entre que el simiesco de Honda trataba de salir a patadas de mi despacho para ir a "partirle la madre" a tu padre, mi hermano llorando por lo que había conseguido ver por detrás de Isono, Muto en estado shock por lo que había visto y Mazaki desmallada en mi sofá, yo solamente atiné a levantarme de golpe, golpeando mi escritorio en el proceso y gritar un "basta" bien alto, haciendo que todos los que aún estaban conscientes me prestaran su total y absoluta atención. Fue entonces que empecé a repartir órdenes a diestro y siniestro, empezando por mi propio personal de seguridad.

Isono me había comentado en alguna ocasión que era amigo de uno de los altos cargos dentro del departamento de policía de la ciudad, por lo que le di la prueba del delito y le mandé a hablar con él. Mientras, y bajo la atenta mirada de Muto, Honda y Mokuba, hice una llamada a un detective privado que estaba en mi nómina desde el día que tomé posesión del cargo de C.E.O. de Kaiba Corp., gracias al cual pude anticipar muchos de los ataques tanto contra mi seguridad como la de mi hermano. Le di claras instrucciones de que siguiera en todo momento al señor Jounoichi y que me mantuviera informado sobre su rutina y cualquier cambio. Además de que examinara todo lo sucedido con él a lo largo de las tres últimas semanas. Gracias a la pandilla feliz pude aportar la dirección del apartamento de aquel hombre y el número de teléfono fijo, con lo que el detective, tras prometer tener noticias pronto, colgó para disponerse a hacer su trabajo lo mejor que sabía.

No tardé en volver a mirar al grupito, incluida la molesta de Mazaki que por fin parecía haber vuelto en sí y estaba siendo puesta al corriente por Honda, siendo Yugi el que trataba de tranquilizar ahora a Mokuba, que seguía llorando debido a la preocupación y la angustia que le causaba el haber sido testigo de lo que le había ocurrido al chico al que había empezado a considerar como un segundo hermano mayor. Mi corazón se oprimió con fuerza ante aquel pensamiento. Desde luego no iba a permitir que te ocurriera más de lo que ya te había ocurrido, y menos si tenía en cuenta que te habías convertido en una persona muy importante para mi persona más importante. Y no voy a mentirme ya a estas alturas del camino, yo también tenía mi propia motivación: averiguar qué era lo que estabas provocando en mí. En cuanto a tus amigos, una vez todos estuvieron más calmados, me dediqué a explicarles los pasos a dar y las decisiones a tomar. Por el momento les pedí que ni se les ocurriera acercarse a tu "casa", sobre todo al orangután, pues se le veía a la legua que lo único que quería era salir de mi despacho para ir a por él, y eso, en ese preciso momento, no era lo que nos convenía... Aunque reconozco que yo también sentía unas casi irrefrenables ganas de ir yo mismo en persona a sacarle toda la información pertinente a tu paradero y a lo que había ocurrido aquella noche.

Un par de horas más tarde, y después de asegurar a Muto por activa y por pasiva que les avisaría de cualquier cambio o novedad, tus tres amiguitos por fin salieron de mi casa, dejándonos solos a Mokuba y a mí, aunque rápidamente hice que mi hermanito se fuera a su cuarto, pidiéndole que siguiera haciendo las tareas de clases alegando que de esa manera podría mantener su mente distraída del principal problema: tú. Al principio intentó escaquearse, pero esa fue una batalla que desde el inicio yo tenía ganada, pues sus argumentos conseguí disolverlos con la misma facilidad con la que él se pasaba cuanto juego caía en sus pequeñas manos. Una vez conseguido, y habiéndome asegurado que de verdad entraba a su habitación, yo volví a encerrarme en mi despacho. No iba a dejar que la policía fuera la única que se encargase del asunto, mucho menos después del desplante que le hicieron al enano de ojos saltones cuando intentó pedirles ayuda. Me dispuse a volver a ver el vídeo, sobre todo desde el momento en el que apareció en escena el sinvergüenza de tu progenitor. Necesitaba asegurarme de que no había pasado nada por alto. Al momento que aparecieron los dos primeros matones hice zoom sobre ellos, examinando lo poco que podía apreciarse de ellos por culpa de la maldita mala iluminación del maldito callejón. ¿Es que en Dómino no había suficiente presupuesto para mantener las calles bien iluminadas? Recuerdo que anoté mentalmente el realizar una queja personalmente sobre el tema.

Obviamente no hubo suerte, así que centré los esfuerzos en el tercer sujeto, aquel que apareció por último cuando trataste de escapar y el que te golpeó una vez que los otros dos consiguieron agarrarte y retenerte a la fuerza. Por mucho que me doliera ver de nuevo aquella paliza, me mantuve pendiente de cada fotograma, hasta que pude distinguir algo. Paré de golpe el vídeo, acercando todo lo que podía la imagen sin que esta acabara siendo un montón de borrones por culpa de la mala calidad de la videocámara, intentando dilucidar qué era aquel manchurrón que había en la piel del brazo derecho de tu agresor. Siendo quién soy no es de extrañar que tenga en mi posesión ciertos programas, creados por mí, muy parecidos a los que se usan en la mayoría de series norteamericanas de índole policial, entre ellos un escáner de imagen digital, un programa de reconocimiento de imagen y una base de datos conectada directamente a la Interpol, cuyo acceso conseguí aquella misma tarde de formas no muy legales que digamos, pero mientras no me pillasen no habría problema, y obviamente nunca parecieron enterarse de mi pequeña... intrusión.

Puse el programa de comparación a trabajar mientras que yo me levantaba para acercarme al enorme ventanal polarizado que tengo tras mi mesa, pudiendo utilizar aquel breve lapsus para descansar la mente y poner en orden mis, en ese momento, poco claras ideas respecto a mi escaso conocimiento sobre sentimientos, emociones y sobre ti. No pude evitar rememorar todas nuestras pequeñas riñas, nuestras peleas verbales, la forma que teníamos de insultarnos, siendo tú un perro pulgoso para mí y yo un gato roñoso para ti. Incluso recordé la desastrosa forma en la que nos conocimos la segunda semana del primer curso de preparatoria, pues yo tardé un poco más en incorporarme por culpa de que aún estaba realizando los trámites del traspaso de poderes de mi padrastro a mí. Aquel día llegué temprano, como siempre, pero aquella vez me quedé esperando en el despacho de dirección a que me diera el visto bueno para ir al aula y, una vez dentro, tanto profesor como alumnos se quedaron en un silencio sepulcral mientras el director hacía la presentación formal de mi persona. Justo cuando estaba terminando y yo me disponía a "saludar", la puerta de la clase fue abierta de sopetón a la vez que una mancha borrosa de color azul y amarilla entraba como un proyectil y arrasaba con todo lo que tenía delante, es decir: yo. Para cuando quise darme cuenta de lo que había pasado ambos nos encontrábamos en el suelo, bueno, yo estaba en el suelo y tú estabas sobre mí mientras se había vuelto a formar aquel silencio incómodo. Tú poco a poco pareciste reaccionar, incorporándote lo suficiente como para poder quedar sentado sobre mis caderas mientras te sobabas la frente, enrojecida por culpa de que chocaste tu cabezón contra mi hombro, y yo por aquel entonces era más hueso que carne. Sólo pareciste captar el momento cuando el director llamó tu atención con el miedo pintado en sus palabras y en su cara. ¿Y qué hiciste? Simplemente giraste la cabeza hasta que tus ojos del color de la miel salvaje chocaron con la que era, seguramente, la mirada más asesina y gélida que pude poner en aquellos momentos, sobre todo porque tu trasero estaba demasiado cómodo sobre una zona bastante sensible para un adolescente. Fue ahí que pareciste reaccionar, intentando torpemente levantarte, pero para ese momento mi paciencia se había agotado, y sin ninguna delicadeza yo me levanté, tirándote al suelo en el proceso y causando bastantes risas mal disimuladas por los que serían mis compañeros durante tres largos e insípidos años. Obviamente tú no lo dejaste estar y empezaste a insultarme, importándote nada o menos de quién me tratara yo y de las miradas alarmadas y de reproche de los dos docentes presentes. Sí, aún a día de hoy sonrío al recordar aquel desastroso primer día de preparatoria.

Por desgracia, mi momento de relajación se vio interrumpido por una llamada de Isono, el cual había conseguido hablar con el policía con el que tenía relación, y este había conseguido colar la declaración de un "informante anónimo" sobre el secuestro de un joven hacía tres semanas, y que éste no había ido a declarar antes porque tenía miedo de que aquellos hombres pudieran haber sabido de él. Al capitán no parecía agradarle mucho la idea de seguir una línea de investigación tan difusa, pero aún así mandó a su subordinado junto con una patrulla para investigar aquella tardía declaración, obteniendo como resultado la grabación donde podía verse claramente el altercado.

Todo sucedió muy rápido desde ese momento. La policía no tardó en ponerse a investigar, reconociendo rápidamente al primer hombre del vídeo como Jounoichi Kuma, un hombre detenido varias veces por hurto menor, daños contra la propiedad pública, alcoholemia, prostitución y explotación sexual, junto con varias denuncias nunca probadas por parte de algunos vecinos de violencia doméstica y una puesta en el momento en el que investigaban de falsedad documental y apropiación de identidad, puesto que en realidad su nombre no era Jounoichi Kuma, sino Jonathan Wheeler, antiguo miembro del ejército alemán, expulsado del mismo por abuso de autoridad y abandono de destino, por lo cual, y para no ser juzgado en Alemania, huyó hasta Japón, obteniendo una nueva identidad en el camino. Más adelante nos enteramos por parte del señor Kawai, el padre de la que fue su esposa en Domino, que fue él quien obligó a su hija a casarse con él al enterarse de que aquel hombre había seducido a su hija y la había dejado embarazada en una noche de borrachera. También nos enteramos de que tú no fuiste fruto de aquella noche, sino que ya venías con él desde Alemania, lo que nos hizo suponer que seguramente te había secuestrado en su huida, lo cual confirmamos apenas unas horas después de la entrevista con el abuelo de tu hermana o, mejor dicho, hermanastra. Pero eso solo fueron descubrimientos menores a lo largo de los primeros tres días de investigación tanto de la policía como de mi investigador privado. Al final, y viendo que el departamento de policía se quedaba bastante estancado en sus pesquisas, decidí que ya iba siendo hora de tomar verdaderas cartas en el asunto.

Durante el cuarto día fui directamente a ver al, en ese momento detenido, señor Wheeler, el cual esperaba impacientemente a que se resolvieran todos los cargos en su contra. ¡Ja! Qué iluso. Aunque la rueda del destino se estropeara y empezara a girar en su favor yo no iba a permitir que tal cosa sucediera. Gracias a mis influencias y, por qué no, a una cuantiosa donación al fondo de pensiones de la policía y de la prisión general, pude entrevistarme con aquel desagradable sujeto en una sala privada, donde un muy desmejorado hombre rubio nos esperaba con la falsa ilusión de que iría a verlo su abogado. Se puso hecho una furia al ver que había sido engañado, incluso intentó agredirme, siendo rápidamente reducido por dos de mis guardaespaldas mientras Isono se había puesto frente a mí, a la espera de que ataran a la silla al sujeto sobre el que estaba deseando descargar toda la frustración que llevaba cargando desde hacía casi cuatro semanas. Pobre tipo. En cuanto me reconoció, porque estaba claro que al menos tenía un mínimo conocimiento sobre el mundo social en el que vivía, su cara pareció desfigurarse más de lo que ya estaba por culpa de la edad y del alcohol. Al principio se rehusó a contestar a mis preguntas, cosa que ya tenía previsto, por lo que apelé a su único amor: él mismo. Le prometí al muy idiota que si colaboraba conmigo conseguiría un acuerdo para que se sobreseyeran todos los cargos que tuviera, especificando que serían los que hubiese conseguido en Japón, dándole a entender que no sabía nada sobre quién era en realidad, incluso había conseguido que la policía me siguiera el juego por un corto periodo de tiempo. Lo que nadie más sabía es que yo ya había contactado con el gobierno alemán. Esa es una de las cosas buenas que tiene ser yo, los contactos no me faltan, y el tener negocios con más de medio mundo tiene sus ventajas. Ya había informado a sus antiguos superiores que sabía de su paradero, y ellos me informaron que llevaban años buscándolo, creyendo erróneamente que había huido hacia Estados Unidos por culpa de falsas pistas encontradas en el momento de la deserción. También me comunicaron que esa misma noche se había encontrado el cadáver de la hija menor de uno de los empresarios más reconocidos del país dentro del mundo tecnológico, sobre todo gracias a sus avances en prótesis y material hospitalario. Aquello me dejó bastante impresionado. No me esperaba una respuesta como esa. Eso quería decir que, aunque no eras el heredero porque el hijo mayor ya tenía familia, sí que eras miembro de esta, uno que llevaban buscando desde prácticamente tu nacimiento y que se negaban a dar por muerto. Por lo que pude descubrir la investigación, aun estando parada por falta de pistas, seguía abierta.

En cuanto a ese esperpento de ser humano se le dijo que podía ser librado de las acusaciones y de su historial no dudó en darle rienda suelta a su pastosa lengua. A cada palabra que salía de aquella boca yo me iba calentando más y más, llegando a tener que cruzarme de brazos y clavarme las uñas en el agarre para evitar soltarme y lanzarme a pegarle la paliza que no le dejé ir a darle al impulsivo de Honda. Empezó despotricando contra su exmujer, recriminándole el que se fuera llevándose a Shizuka y con la mayor parte de sus ahorros, que sabía desde hacía mucho que aquella mujer tenía un amante y que en cuanto pudo cogió todas sus cosas y le dejó abandonado en aquella mierda de edificio departamental, con un hijo inútil de 10 años que no servía ni para conseguirle una simple cerveza porque le ponía de excusa que era menor de edad, siendo lo último pronunciado con tono de burla. Luego pasó a contarme que al final, después de haber "sufrido" años por la pérdida de su hija predilecta, había conseguido encontrar a un hombre en uno de los bares que frecuentaba que le había hecho una propuesta que no pudo rechazar de lo buena que era: un millón de yenes a cambio del inútil de su hijo. Había sido todo un negocio según él, sobre todo cuando le había comentado al desconocido que, al igual que él, tenía el pelo rubio y que, además, contaba con unos extraños ojos marrones claros que no eran habituales en Japón. El interés del tipo aumentó cuando le dijo que, a pesar de vivir en Japón, el chaval en realidad no tenía ningún documento real con el que se pudiera comprobar que realmente vivía allí, que incluso el nombre con el que estaba registrado en el censo era completamente falso. Por último confesó aquello que ya sabían, que esa misma noche el tipo había llamado a tres de sus "ayudantes" y habían ido a por ti a la salida de tu trabajo.

La situación dentro de mi cabeza era todo un poema caótico. Por un lado, sabía que lo correcto era entregarte a las autoridades de inmediato, por otro, lo único que deseaba hacer en ese preciso instante era matarlo. ¿Cómo, que alguien me explique, cómo un hombre podía ser tan asqueroso y ruin? Es verdad que Kaiba Gozaburo no había sido una joya, todo lo contrario, pero nunca, jamás, había atentado contra la vida de su propio hijo biológico, todo lo contrario, fue él, cuando Noah falleció, quien había sufrido los abusos físicos y mentales de un hombre al que la vida le había enseñado a ser cruel, rastrero y manipulador. En cambio, Jonathan Wheeler era así por naturaleza, pues habían investigado toda su vida y no había indicios de malos tratos en la juventud ni en la niñez, simplemente era una de esas personas que habían nacido con la maldad siendo parte de su código genético. Isono, viendo que estaba a punto de saltar contra él, puso una mano sobre mi hombro y trató de calmar mi furia con una significativa mirada. Ciertamente si no llega a ser por él ni siquiera el mejor equipo de perros rastreadores habrían encontrado su cadáver.

Nada más terminar su confesión, la cual estaba siendo obviamente gravada y documentada por un equipo de policías tanto japoneses como alemanes y un grupo de mis mejores abogados, chasqueé los dedos, siendo ahora el turno de aquel despojo humano para temblar, pero esta vez de miedo, al reconocer al hombre que acababa de entrar por la puerta de la sala de reuniones de la cárcel: su antiguo General. Me hizo bastante gracia cómo el color de su cara fue demudando de un tono grisáceo a uno blanco y, por último, a uno casi verdoso. Parecía que incluso fuera a desmayarse del susto que se acababa de llevar. Fue el mismo general el que le recitó la larga lista de cargos y de delitos que le estaban esperando en su patria, la cual ya había llegado a un acuerdo de extradición con Japón para que se efectuara con inmediata rapidez un intercambio entre el señor Wheeler y un preso político japones que no me interesaba en lo más mínimo. Pero antes de que se lo llevaran le aseguró que los cargos serían menos duros si daba la información necesaria para encontrarte. Ante esto, y estando a punto de caer rendido sobre sus rodillas, nos comentó que lo único que sabía era que el tipo al que le había vendido a su propio hijo pensaba embarcar con destino América Central, cuya "demanda" por niños blancos parecía haberse disparado por culpa de los últimos conflictos. Esa fue la última pieza necesaria del puzle, ahora solo hacía falta juntarlas de forma que todas ellas encajaran.

Salí de la penitenciaría de Dómino como alma que lleva el diablo hasta mi empresa, donde tenía ya al investigador privado trabajando con la información de aquella reunión. Obviamente, yo también había estado retransmitiendo toda la historia desde un pequeño dispositivo oculto en uno de los botones de mi gabardina blanca, esa de la que tanto te llegaste a burlar durante nuestros años de preparatoria. No tardamos en cuadrar las fechas y horas, incluso uno de los camareros de ese bar nos informó del nombre del sujeto que estábamos buscando, el cual fue reconocido rápidamente por el amigo de Isono. Se trataba de un traficante de seres humanos, un tratante de blancas, un proxeneta de menores. Sentí como el alma poco a poco se me salía del cuerpo al verificar la información que tu progenitor nos había dado. Casi mantenía la vaga esperanza de que se hubiera inventado la mitad de todo aquello. ¡Era absurdo! ¡Eras su hijo! ¡Vendió a su propio hijo a un proxeneta a cambio de unos pocos billetes! Desde luego esperaba que hicieran algo más que encerrarle, pero eso ya era algo que no me concernía, ahora lo importante, lo realmente importante, era encontrarte... con vida.

No pasaron ni cuarenta minutos desde que todo mi equipo, porque había contratado a unos cuantos profesionales más para que ayudaran al investigador, dieron con la dirección que estábamos buscando: el puerto de Tokio. Era una locura. Aquel puerto contaba con cuatro terminales que sumaban más de 8.600 metros repartidos entre dieciséis atracaderos y cinco plazas. Inmediatamente empezamos a descartar posibilidades, siendo la primera de ellas la terminal de contenedores de Shinagawa, pues en ella sólo atracaban barcos pequeños, y dudábamos que una operación de extracción de personas se llevara a cabo en barcos que eran fácilmente comprobables. La terminal de línea Odaiba fue la siguiente en ser descartada, pues llevaba cerrada dos años por reformas y me aseguraron que allí no había ni un solo barco ni contenedor. Quedaban las dos opciones más grandes, la terminal de contenedores Oi y la de Aomi, y nos quedábamos sin tiempo, pues aquel camarero nos había llamado diciéndonos que se había olvidado de comentarnos que, por lo que él había oído, pensaba largarse de Japón aquella misma noche.

No había más remedio que ir a investigar ambos lugares, y la noche casi había caído. Llegados a este punto yo incluso había comenzado a rezarle a Kami-sama, si es que estaba ahí arriba, que nos ayudara a encontrarte. Cuando le comenté esto a mi hermano años después me miró como si me hubiesen salido dos cabezas más, ya que yo siempre me había declarado ateo. Y es cierto, no creo en dioses o en divinidades. Creo en el camino que cada uno es capaz de forjarse con sus acciones y decisiones, con su propio esfuerzo y día a día. Luchando. Persiguiendo el futuro que uno quiere sin dejárselo a algo tan absurdo como el destino.

Una vez que se hicieron los equipos entre la policía de Dómino y mi equipo de investigadores, fueron a las dos terminales del puerto de Tokio transportados en los helicópteros que puse a su disposición en un tiempo récord. También nos aseguramos de contactar con la policía de Tokio para que nos ayudara, y ya nos estaban esperando a la entrada del puerto para que les pusiéramos en situación mientras ellos mismos hacían sus propios equipos. Sí, yo también fui con ellos. Por nada del mundo hubiera dejado una operación tan importante en manos de gente a la que no conozco y en la que no confío. Isono, junto con el resto de mi equipo de seguridad, ayudó a coordinar los movimientos desde una pequeña base de operaciones que se montó con mis equipos y mi tecnología, la cual más adelante mejoré y adapté para los cuerpos de seguridad de todo Japón, ampliando el espectro de mi negocio más allá del entretenimiento, incluso en la actualidad cuento con contratos en varios laboratorios y farmacéuticas.

Pasaban los minutos, e incluso las horas, y no conseguían encontrar ninguna evidencia de que hubiera tráfico ilegal de personas en ninguno de los documentos que habían sido incautados de la zona de oficinas que estaba dedicada a la recopilación diaria de los informes de los barcos mercantes y de sus mercancías. Incluso a mí empezaba a parecerme que aquella era una búsqueda absurda, que sería mejor empezar a abrir contenedores, pero eran demasiados y no iba a empezar a actuar de forma impulsiva ahora. Por el amor de Kami, soy Kaiba Seto, y no iba a dejar que un montón de papeles se burlasen de mí. Hice acopio de la poca paciencia que me quedaba y seguí revisando papeleo, y menos mal, porque pocos minutos después empecé a notar ciertas irregularidades que provenían de uno de los buques mercantes, aunque la sorpresa fue que dicho barco no provenía de los puertos de Centro América, sino del Subcontinente Indio, el cual estaba atracado en la terminal de Oi desde hacía casi un mes y se preparaba para partir en apenas una hora. Rápidamente los equipos repartidos por aquella zona del puerto de Tokio se pusieron en marcha tras recibir las coordenadas de dónde se encontraba botado el barco. Incluso yo, tras el intento de mis guardaespaldas de que me quedara allí, a salvo, corrí a una de las motos que había mandado traer para que los policías pudieran moverse con mayor facilidad y me dirigí a la zona tras haber memorizado el punto en el mapa. No tardé ni quince minutos en llegar, poco después de que arribaran los primeros equipos, que habían conseguido detener el barco cuando éste estaba a punto de partir y abordarlo, habiendo empezado a detener a cuanto sujeto se encontraban, abriendo contenedor tras contenedor, encontrando a muchas personas. Blancos, negros, hombres, mujeres, niños, niñas e incluso bebés. Había de todas las etnias, de todas las razas y culturas, prácticamente. Aquello era escandaloso. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI este tipo de situaciones se sigan dando? Es algo que, por suerte, mi privilegiada mente se niega a comprender.

Aquel fue el inicio del fin de aquella red que no sólo traficaba con personas, sino que también se encontraron suministros suficientes de armas como para abastecer a un país pequeño, o incluso de mediano tamaño. Pero tú no aparecías por ninguna parte. A cada contenedor abierto yo te buscaba casi como si fueras agua en el desierto, uno árido y ardiente en el que no caería la noche hasta que no consiguiera encontrarte. En uno de los contenedores encontramos a varios chicos y chicas de nacionalidad japonesa, apenas unos niños de entre 10 y 15 años. No sé por qué, pero se me ocurrió preguntarles por ti, después de todo ellos eran los que parecían estar menos descuidados todavía, seguramente porque habían sido los últimos en ser "adquiridos". Hubo suerte. Una de las niñas te recordaba, te llevaron junto con ella la misma noche, pero a ti te dejaron apartado, y había oído cómo aquellos sujetos se reían mientras comentaban cómo su jefe se iba a alegrar con el regalito que ibas a ser para él. La sangre hirvió en mis venas. Rápidamente crucé el puente y me adentré en los pasadizos y recovecos del buque, tratando de encontrar el que esperaba que fuera el camarote principal. Algo me decía que si estabas en ese barco sería en aquella habitación. Y, por desgracia, no me equivoqué.

Al llegar a la zona de camarotes, y al encontrar con que sólo había uno con la puerta trabada por dentro, hice llamar a un equipo que me ayudara a abrirla, pues ésta parecía estar blindada y no serían suficiente unas patadas o unos empujones. En unos segundos que a mí se me hicieron horas, Isono apareció tras de mi con uno de mi equipo de seguridad, el cual llevaba consigo un soplete de bolsillo. Lo reconocí en seguida como uno de los que se utilizaban en Kaiba Corp. para soldar algunas de las piezas de los prototipos. Era de estilo tosco, pero con la potencia de fuego suficiente como para derretir la cerradura de aquella odiosa puerta. Al día siguiente, tanto Isono como todo mi equipo de seguridad recibieron un merecido aumento salarial y de vacaciones pagadas. En cuanto la cerradura se desprendió de la puerta, Isono se encargó de abrirla de una patada, siendo yo el primero que entró al no tan reducido espacio. La escena que vi me dejó helado por unos microsegundos antes de que mi cuerpo reaccionara con tal violencia que por un momento pensé que había matado al tipo: tú atado boca abajo a la cama mientras ese crápula te violaba sin enterarse de todo lo que ocurría fuera de su barco. Me fui encima de ese ser que, por desgracia, también era considerado dentro del grupo de los homo sapiens. Si no lo maté a golpes fue porque en ese momento mi prioridad era saber si tú seguías vivo, cosa que comprobé en cuanto Isono y su subordinado se aseguraron de que ese hombre no conseguía escapar mientras llegaba algún equipo o miembro de la policía. Yo, por mi parte, me acerqué hasta la cama, tocando con manos temblorosas tu pelo, notando como te tratabas de encoger sobre ti mismo sin ser capaz de ello por culpa de las ataduras que mantenían tus brazos estirados hacia la cabecera y tus piernas completamente abiertas, atadas a cada esquina de la cama. Recuerdo haber empleado un tono de voz bajo, suave, intentando llegar a ti de alguna forma, que reaccionaras, que despertaras de aquella pesadilla. Y pareció funcionar al cabo de un par de minutos, porque por fin abriste los ojos y trataste de enfocarme. Apenas un leve quejido salió de tus labios tratando de decir mi apellido. Nunca habría imaginado que éste siendo pronunciado por ti haría que se aliviara la enorme carga que llevaba a cuestas desde hacía ya tantos días.

Te seguí hablando despacio, casi podría decirse con ternura, anunciándote que iba a desatar tus manos para que no te sobresaltaras cuando esto ocurriera. Tú simplemente asentiste de forma casi imperceptible, dándome la señal de que lo habías entendido, por lo que procedí a hacerlo lo más delicadamente posible para no hacerte más daño del que ya te habían hecho. Por suerte, una de las tantas habilidades que me había forzado mi padrastro a adquirir era la de abrir las cerraduras de las esposas, pues él tenía muy claro que, al tener tantos enemigos, podrían intentar secuestrarme en cualquier momento. Creo que es la primera vez que le agradecí algo a ese miserable, y no pienso repetirlo. En cuanto tus manos quedaron libres, sujeté tus muñecas para ayudarte a acomodar los brazos de forma que dejaran de dolerte tanto, justo a tiempo para escuchar cómo alguien se aproximaba por el pasillo. Antes de que alguien llegara, y sabiendo que no te haría mucha gracia después saber que más gente de la debida te había visto en aquella situación, te anuncié que iba a taparte con una manta. Sin esperar esta vez a que me respondieras, te coloqué encima una sábana que Isono, al ver mis intenciones, había buscado y me había entregado. A los pocos segundos entraban en escena un par de oficiales de la policía de Tokio, siendo que uno de ellos se llevó esposado a semejante despojo y el otro trató de acercarse a ti. El sonido de los pasos debió de alertarte, porque inmediatamente un quejido de miedo se escuchó desde tu garganta. Desde ese momento no permití que nadie más se te acercara. Desde ese momento hice la declaración de que sería yo quien se encargaría de llevarte hasta el exterior. A pesar de las dudas iniciales, el oficial aceptó concederme ese "capricho", aunque no entendiera qué es lo que hacía uno de los empresarios más jóvenes y exitosos de todo Japón enredado en una situación como aquella. Obviamente no les habíamos podido dar todos los detalles a los policías de Tokio, no había habido tiempo para ello.

En cuanto se retiró junto con el hombre de Isono para ir a anunciar a la cubierta que todo estaba despejado y que dentro de poco saldría un herido, yo volví a acercarme hasta a ti, acuclillándome a tu lado para que pudieras verme a los ojos si querías. Traté de calmarte, de asegurarte de que ya estabas a salvo, de infundirte un poco de seguridad a pesar de todo lo que te había pasado en estos últimos días, por no decir años. Tus lágrimas me hicieron entender que me estabas escuchando, y tus sollozos estuvieron a punto de partirme el alma en dos, y eso que en aquel entonces yo pensaba que ya no tenía de eso. Al igual que antes, te comuniqué que iba a soltar tus piernas, haciéndolo tan lento como me era posible, tirando las esposas al suelo para que escucharas el ruido y tocando tus tobillos para corroborar que ya no los tenías atados. Por último, y lo que sabía que más me iba a costar, te pedí que trataras de moverte, diciéndote que necesitaba que me ayudaras un poco para poder cogerte y, por fin, sacarte de allí. A pesar de tu renuencia inicial, conseguí que te movieras lo suficiente, entre quejidos y gruñidos, como para poder pasar uno de tus brazos por mis hombros. En cuanto estuviste bien enganchado a mi cuello, y bien tapado con la sábana, te alcé en brazos, encontrándome con que apenas sí me costaba un poco de esfuerzo el cargarte debido al poco peso que ostentabas en ese momento. Pero cada problema a su debido tiempo, lo primero era sacarte de allí y hacer que te examinara un médico de forma inmediata.

Para cuando volvimos a salir a cubierta, la noche ya había caído, la tripulación, el capitán y el jefe de la operación habían sido detenidos y llevados a comisaría, las personas encontradas habían sido puestas a disposición de los servicios sociales, ya que en su mayoría eran menores de edad, y estaban siendo atendidos, pues casi todos presentaban síntomas de desnutrición, hipotermia o quemaduras por culpa del calor que hacía durante el día. También había algunos con lesiones menores, y apenas unos pocos fueron llevados directamente al hospital para ser tratados. Habían mandado llamar a algunos traductores para tratar de comunicarse con los que eran claramente extranjeros, y el capitán de la policía de Tokio ya había puesto al corriente a las embajadas que el resto de los países tenían en Japón para que estuvieran al pendiente por si algunos de esos niños provenían de esas localizaciones.

Yo poco tenía que ver con todos aquellos asuntos, así que me encaminé directamente hacia una de las ambulancias que aún quedaban libres, depositándote en la camilla con sumo cuidado y asegurándote de que me quedaría a tu lado en cuanto hiciste el amago de no querer soltarte, e incluso me pediste que no me fuera, que no te dejara solo. Sentí cómo las lágrimas me escocían en los ojos. ¿Qué te habían hecho? A ti, precisamente. Siempre habías sido un chico vivaz, alocado, de lengua suelta y risa fácil, ahora sólo eras un manojo de nervios lleno de miedo. Te habían roto. Y lo peor era que fue tu padre el que había causado todo esto. Sí, ahí me di cuenta de que había un hombre al que odiaba incluso más que a mi padrastro.

Al poco rato de conseguir que aceptaras intentar estar tranquilo, una enfermera llegó y trató de examinarte. Ahí fue cuando debieron tomar medidas drásticas contigo, porque el miedo te cegó y empezaste a intentar defenderte. No me dejaron acercarme. Entre un par más de los paramédicos y la enfermera consiguieron inmovilizarte el tiempo suficiente para poder ponerte un sedante con el que a los pocos segundos quedaste completamente dormido con lágrimas aún bajando por tus pálidas y hundidas mejillas. A partir de ahí poco más que resaltar.

Obviamente me hice cargo de tu estado de salud, informé a tu grupo de amigos y a mi hermano de todo lo que había sucedido y les prometí que les seguiría manteniendo informados. En el hospital, y tras tratar tu desnutrición, tu pronunciada anemia y todas y cada una de tus heridas, te mantuvieron sedado una semana entera. El doctor que te llevaba me dijo que era para que tu cuerpo pudiera recuperarse de todo lo que había tenido que soportar, que te vendría bien para las heridas. Pero el mayor problema de todos vendría después. Contacté con el psicólogo que me había tratado a mí una vez que Gozaburo Kaiba había muerto, pues un año después vi que necesitaba ayuda para volver a ser un ser humano y no la máquina que aquel hombre se había empeñado en hacer de mí. Le comuniqué tu problema y le pedí que llevara tu caso, que correría todo a mi cuenta. Obviamente aceptó, aunque sé de sobra que no fue por su nómina. Aquel hombre, ahora ya jubilado, se había convertido en un amigo de la familia, pues fue gracias a él que no acabé convertido en un verdadero Kaiba.

El tiempo pasó, los juicios se llevaron a cabo, conseguí que te trasladaran desde el hospital de Tokio al de Dómino, y más adelante a la mansión, donde contraté a un equipo de profesionales para que te mantuvieran atendido las 24 horas del día. El juicio contra tu padre también se llevó a cabo por el cargo de violencia doméstica y proxenetismo, cargos que más adelante también fueron usados en Alemania en cuanto se pudo demostrar que fue él quien había matado a tu madre para después secuestrarte con apenas 3 años y huir del País. Obviamente contacté con tus familiares. Tu abuelo y tu tío fueron los primeros en sorprendernos con su visita. Un par de días antes yo había hablado por fin contigo sobre tu verdadera historia, incluso me atrevería a decir que eso fue parte crucial en tu recuperación, sobre todo cuando por fin conociste a tu verdadera familia. Tu abuelo se echó a llorar en cuanto te vio, abrazándote con mucho cuidado, diciendo que eras el vivo retrato de tu madre. Y era cierto, la foto que nos enseñó mostraba a una hermosa jovencita de unos 20 años con el pelo rubio y los ojos del color de la miel. Incluso habías heredado gran parte de su estructura facial. Tu tío, aunque de una forma más comedida, también te demostró su afecto, hablando contigo sobre su pequeña hermana. Me sorprendió bastante cuando me demostraron que hablaban japonés casi de forma perfecta, pero era obvio que supieran varios idiomas, no por nada estaban en la cima del mundo empresarial allá en Alemania.

No podían quedarse por mucho tiempo, pues ambos debían atender los negocios de la familia, pero trataban de visitarte al menos una vez al mes, y las Navidades de aquel año fueron invitados a la mansión para que pudieras celebrarla con ellos, sobre todo porque el tema de tus papeles y documentación todavía se estaba procesando. No por nada se dice que las cosas de palacio van despacio.

Pasaron varias semanas hasta que el psicólogo consiguió que te abrieras a él y que comenzaras a hablarle sobre lo que te había pasado y cómo lo habías vivido todo. Desde ese día, a pesar de que las pesadillas seguían siendo una constante cada vez que cerrabas los ojos, se empezó a notar tu mejoría.

Sobra decirlo, pero conseguí que te quedaras en mi mansión, conmigo y con mi hermano, en vez de que te mandaran los de los de servicios sociales de Japón a algún orfanato. Menuda panda de ineptos. Estabas a punto de cumplir los 18 años en un par de meses y ellos querían enviarte a un lugar donde, por obvias razones, no sabrían ni podrían darte los cuidados necesarios para tu completa recuperación. Hablé con los señores Wheeler, y estuvieron de acuerdo conmigo en que te quedaras a vivir con nosotros si tú así lo querías mientras se llevaban a cabo el resto de las investigaciones, demandas, juicios y trámites. Sobre todo porque, en algún momento, al ser una de las víctimas más afectadas por todo este asunto, serías llamado a declarar, tanto en contra de tu padre como del cabecilla de la red de trata de blancas en nuestro País.

El tiempo fue pasando y curando tus heridas, pero aún había algo que estaba dándome bastantes dolores de cabeza. Con el pasar de los días, y gracias a la convivencia continua, pude darme cuenta de que en realidad tu presencia no me era para nada desagradable. Todo lo contrario. A medida que ibas recuperando la chispa de la vida también lo fue haciendo la mansión y todo aquel que viviera o trabajara en ella. Mis empleados del hogar se pasaban a verte y se quedaban más tiempo de lo estrictamente correcto solamente para poder hablar contigo; el personal médico hacía horas extra sin ningún problema, ya que decían que eras el mejor paciente que habían conocido; mi hermano se pasaba horas a tu lado mientras hacía los deberes, e incluso le ayudabas con ellos; tus amigos, sobre todo Muto, se pasaban casi a diario para animarte y traerte los deberes y apuntes de las lecciones ya que habías decidido seguir adelante con tus estudios, sobre todo ahora que, según tú, te obligaba a estar las 24 horas del día metido en aquella, demasiado, cómoda cama. Incluso yo pasaba todos los días mínimo una hora contigo mientras revisaba algunos papeles y tú estudiabas, ayudándote en aquello que parecías no llevar bien o no entender.

Aquella cercanía, poco a poco, fue aumentando. Sobre todo cuando, una noche, cuando yo ya me disponía a salir de la habitación para dejarte descansar, tú me sujetaste de la manga de mi camisa y me pediste, con la cabeza gacha, que me quedara contigo. No pude negarme. Solamente me retiré el cinturón, los zapatos y los calcetines, pues no quería incomodarte, y me metí debajo de las sábanas. Al poco rato noté cómo te arrimabas hasta mi pecho y te acurrucabas y yo, aún no se por qué, me atreví a abrazarte, queriendo poder protegerte siempre, mantenerte a salvo entre mis brazos, por muy cursi que ahora me suene. Esa fue la primera noche de muchas. Gracias a eso, y a otras muchas cosas más, pude darme cuenta de que, en realidad, cuando te insultaba en clases era para llamar tu desastrosa atención sobre mí. Que las discusiones que manteníamos incluso aligeraban la pesadez de tener que ir a una preparatoria pública por el simple hecho de que necesitaba una titulación oficial y me había negado a seguir tomando clases y tutores privados. Que, desde el primer día, habías llamado mi atención y que, con el paso del tiempo, aquello se había ido transformado en un pequeño sentimiento que, a día de hoy, ya puedo catalogar como "gustar". Con el paso de los días aquí, en la mansión, aquel "gusto" fue evolucionando con fuerza a algo más grande y a lo que había olvidado a ponerle nombre: amor. Aún recordaba el amor que nos tenían nuestros verdaderos padres, y obviamente amaba con locura a mi pequeño hermano, pero este tipo de amor no lo había sentido antes y nunca había esperado sentirlo. Y ahora que sabía lo que era, a pesar del miedo que me causaba el que pudieras rechazarme, no iba a dejar que se me escapara por entre los dedos sin ni siquiera intentar lucharlo. Soy un Kaiba y, como tal, no huyo ante la adversidad, sino que le planto cara, asumiendo todas las consecuencias.

El día que fuimos a que te hicieran la revisión para ver si ya estabas totalmente recuperado, siendo ésta después de tu decimoctavo cumpleaños, y tras salir del hospital con las buenas noticias, en vez de llevarte directamente hasta la mansión, donde sabía que mi hermano había organizado una pequeña fiesta junto con tus amigos para darte la enhorabuena por tu completa recuperación, te llevé sin que te dieras cuenta hasta un pequeño, descuidado y asalvajado parque. Al salir del coche no pude evitar sonreír ante tu cara de desconcierto, tendiéndote la mano para ayudarte a salir del coche y guiarte por entre los pequeños y desérticos caminos. Hacía años que nadie lo cuidaba, pues era propiedad del orfanato en el que mi hermano y yo fuimos abandonados por nuestros tíos una vez que consiguieron hacerse con la potestad de todos nuestros vienes tras la muerte de nuestros padres. Te fui guiando hasta llegar al centro de éste, donde reposaba una pequeña fuente de estilo gótico que me había encargado yo en persona de que volviera a funcionar. El agua caía desde la copa superior a la media, y de esta a la inferior en pequeñas cascadas que iban aumentando su tamaño a medida que descendían. Aquello pareció fascinarte, pues te acercaste hasta la fuente, te sentaste en su reborde y metiste tu mano con cuidado bajo la cascada más grande, dejando que el agua creara un arco ahí donde tus dedos interrumpían el fluir de esta.

Debo admitir que la escena me conmovió bastante, a tal punto de que me quedé un par de minutos observándote sin decir absolutamente nada. Sólo salí de mi ensimismamiento cuando noté que te habías sonrojado al darte cuenta de cómo te estaba mirando. Me acerqué como alguien que se acerca a un pequeño animalito sin querer espantarlo y que saliera huyendo, tomé la mano que antes tenías bajo el agua y la llevé a mis labios para darle a tus dedos un superficial beso, acrecentando de esa forma el adorable sonrojo que ya portabas. Pensando que aquella era una buena señal, y sabiendo que no habría vuelta atrás, apreté levemente tu mano mientras me sentaba a tu lado, llevando mi mano libre hasta tu otra mano y también tomándola. Sí, reconozco que tenía un miedo horrible a que de verdad salieras corriendo por culpa de mi extraño actuar, pero no fue así, simplemente me sonreíste y esperaste a que dijera algo. A pesar de la vergüenza que sabía que se estaba reflejando en mis orejas conseguí hablar y decirte todo aquello que deseaba decirte: disculpas por haber sido un "ricachón engreído" contigo y con tus amigos, agradecimiento por estar ahí para mi hermano cuando yo no había podido por culpa de la carga de ser un adulto a tan temprana edad, lo orgulloso que me sentía por cómo habías conseguido recuperarte a pesar de todo lo que te había tocado vivir desde que naciste, lo feliz que me hacía el ver que me habías elegido a mí para dejar que te cuidara y lo triste que se me hacía la idea de que, algún día, decidieras volver a Alemania de forma permanente, pero que aún así no pensaba detenerte si eso era lo que necesitabas para ser feliz. Pero, sobre todo pude ser capaz de declararme y de decirte el cómo habías conseguido robarte el corazón del que todos habían apodado "el frío dragón blanco de ojos azules".

A pesar de que ahora el que sentía que quería salir corriendo era yo, me mantuve firme y sujetando tus manos, ahora sobre mi pecho, en el cual se notaba que mi corazón estaba corriendo una maratón. La sorpresa que reflejaba tu rostro fue cambiando lentamente a uno avergonzado y, por último, a uno llorosamente feliz. Un par de lágrimas resbalaron desde las comisuras de tus ojos hasta tu mentón mientras bajabas la cabeza y un muy bajito "tú también" se dejaba oír de tus labios, dos palabras que al principio me dejaron completamente descuadrado, pero que una vez levantaste la mirada y la terminaste hizo que mi corazón se parara por un momento y luego volviera a bombear con fuerza. Me dijiste que también te había gustado a lo largo de los días, durante las clases, que también me buscabas las cosquillas y me hacías enfadar sólo para ver cómo reaccionaría. También me regañaste por cómo dejaba solo a Mokuba durante los fines de semana que tenía que viajar por culpa de la compañía y, sobre todo, me agradeciste todo lo que había hecho por ti a lo largo de este último medio año. No sólo había evitado que te llevaran a no sé qué punta del globo para ser vendido como una prostituta, sino que te había reunido con tu familia y había conseguido que volvieras a ser el mismo chico alegre y revoltoso de siempre, que sin mí no lo habrías conseguido. En este punto todo hay que decirlo, mi ego se había hinchado con tus últimas palabras, y la opresión que sentía en el pecho se había ido haciendo menor, y despareció por completo cuando soltaste tus manos de las mías y las pusiste en mis mejillas antes de acercarte hasta mi y robarme mi segundo beso. El segundo de tantos que le siguieron.

Sí, aquel primer beso cambió por completo mi vida, y ahora, diez años después, mientras me fumo un cigarro en el balcón de nuestra habitación de la mansión mientras veo cómo el aire agita las copas de los árboles con suavidad, no puedo evitar sonreír mientras rememoro todo el camino recorrido, sabiendo que no cambiaría ni una sola de las piedras con las que tropecé para llegar hasta donde estoy... no, estamos.

- ¿Seto? -Tu voz me saca de mis ensoñaciones, haciendo que me gire para ver cómo avanzas hasta mí desde el interior de nuestra habitación sólo con una ligera bata negra cubriendo tu cuerpo.

- Lo siento, ¿te he despertado? -Cuando llegas hasta mí, uso el brazo libre para abrazarte por la cintura y atraerte con suavidad hacia mí, dejando que el dulce olor de tu champú de manzanilla y canela inunde mis fosas nasales. Normalmente no me gustan los olores o sabores dulces, pero nada que provenga de ti podría no gustarme, ni siquiera tu ceño fruncido en desaprobación al ver que estoy fumando.

- Sabes que no me gusta que fumes. -Ignorando mi pregunta no dudas en quitarme el cigarrillo de mis dedos para llevar la boquilla hasta tus labios y darle una calada lenta, soltando el humo hacia el lado exterior para que no entre hasta nuestros aposentos.

- Lo sé, pero sabes que solo lo hago cuando... -Tus labios me interrumpen dulcemente en un beso tan suave como aleteo de mariposa. No, no puedo odiar todo lo dulce que viene de ti.

- Cuando tu cabeza no puede dejar de pensar. Sí, lo sé. -Para ese momento ya has apagado el cigarrillo sobre el barandal y has pasado tus brazos por mis hombros, incitándome con tus labios rozando los míos a que busque otra forma de... entretener mi mente.

- Cachorro... -Manteniendo un brazo en tu cintura y acariciando tu nuca con la otra mano busco tus labios, como un nómada sediento que busca desesperado un oasis en el desierto, y mi pequeño oasis me deja beber de él tanto como quiero cuando ve que lo necesito más que el aire para respirar.

- ¿Papi...? -Una tímida voz infantil nos interrumpe antes de que la mano que tenía en su nuca pudiera deshacer el lazo que mantiene unida la bata y que impide que pueda apreciar la verdadera belleza que esconde tras su satinada cárcel.

- Aoi, cielo, ¿qué ocurre? -Mi rubio cachorro no duda en acercarse y agacharse hasta la pequeña niña de 4 años y de ojos tan azules como los míos que, abrazando un pequeño peluche de dragón de color blanco se acerca hasta donde estamos- ¿No puedes dormir? -La pequeña niega con la cabeza, haciendo que su larga cabellera rubia se mueva graciosamente de un lado a otro, haciendo que nazca en mí una tierna sonrisa.

- ¿Quieres dormir con papi y conmigo? -Yo también me acerco hasta ella, quedando a un lado de mi esposo, recibiéndola en mis brazos cuando me pide que la aúpe después de asentir.

 

Este pequeño rayo de sol llegó hasta nosotros después de haber decidido invertir los fondos suficientes como para que mi antiguo orfanato volviera a abrir de forma que nunca le faltara nada a los niños que hospedaría desde ese momento. De eso ya habían pasado seis años. Y hace apenas tres ella llegó a nuestras instalaciones, donde tú, que después de legalizar tu situación decidiste cambiarte el nombre por el de Joseph Wheeler en honor a tu abuelo materno, la recibiste de servicios sociales tras haber sido rescatada de una casa de los barrios bajos donde había sido llevada desde algún país del este de Europa para convertirse en la hija de una pareja que no podía tener hijos un año atrás, pero por culpa de que no todo en esta vida va como nosotros queremos, los padres habían acabado, los dos, en el mundo de las drogas, con unas condiciones de vida muy precarias, y el marido incluso había acabado tan mal que hasta golpeaba tanto a su mujer como a la niña, acabando con la vida de la primera en un arrebato de ira y habiendo estado a punto de ahogar a la pequeña. Menos mal que los vecinos llamaron a la policía y estos llegaron a tiempo para detener el segundo asesinato, deteniendo a aquel hombre en el acto y llevando a la niña de apenas año y medio al hospital para ser atendida de urgencias. Por suerte, pudieron salvarla de la hipotermia y consiguieron sacarle el agua de los pulmones. Un mes después fue entregada en el Orfanato RyÅ«, donde un revitalizado Joey dirigía todo tras haber terminado sus estudios de preparatoria y los del grado universitario de Trabajo Social.

En cuanto la tuviste en brazos, y ella abrió sus azules ojos para fijarlos en los tuyos, te enamoraste perdidamente de la menor. No lo dudaste cuando, al caer la noche e irte a recoger para volver los dos a casa, me comentaste la idea de adoptarla. No tuviste que insistirme demasiado, pues en cuanto me la pusiste con delicadeza en los brazos yo también la amé, sobre todo al ver que su pelo sería tan dorado como el de mi dorada adoración. En menos de un mes ya la teníamos acomodada en nuestra casa, en una hermosa habitación con tonos blancos y azules pastel, con muchos peluches, incluidos dos de dragones, uno blanco y otro negro, y aunque mi rubio hizo un puchero cuando lo descubrió, dejó que le regalase a la pequeña un peluche de perro con forma de Golden Retriever. Incluso su abuelo le regaló a la pequeña cuando le dijimos que la habíamos adoptado un enorme oso de peluche que más bien parecía un colchón.

Ahora, dos años y medio más tarde, la pequeña Aoi crecía más sana y feliz que nunca, con dos padres que la adoraban, con un abuelo que no dejaba de consentirla, con unos tíos y primos que estaban deseando que tuviera la edad suficiente para poder regalarle su primer potrillo.

- Pobrecita, seguro que aún tiene algún recuerdo de aquella noche -Tu voz era apenas un susurro mientras acunabas contra tu pecho a la pequeña que por fin se había quedado dormida.

- Es posible -Yo me encontraba al otro lado del pequeño cuerpecito de mi hija, acariciando su cabeza, manteniéndome apoyado sobre el otro brazo para poder ver bien a las dos luces de mi vida- Pero sabes mejor que nadie que es posible superar esas pesadillas, cachorro. Eres la viva imagen de la superación. -Un leve sonrojo se asomó en tus mejillas, es algo que me encantaba provocar en ti, y es que tú, mi rubio, te avergüenzas con mucha facilidad cuando te hago algún cumplido, por nimio que este sea. Siempre humilde, y eso me encantaba.

- Tonto... -Y sé de sobra que también te gusta sentirte así por mi culpa, y que si alguien más intenta piropearte acabará en el suelo con varios moratones y sin el carné de padre seguramente.

- Tu tonto. -Me inclino sobre Aoi para poder dejar un suave beso sobre tu frente, acostándome después de forma que puedo abrazar a ambos. Protegeros a los dos.

- Nuestro tonto. -Antes de caer dormido me dedicas una de tus radiantes, aunque adormiladas, sonrisas, dejando que el mundo de los sueños te arrastre hasta sus profundidades, siendo seguido al poco rato por mí.

La vida no siempre empieza como un camino de rosas, pero depende de nosotros el empezar a colocar las baldosas y crearlo poco a poco, utilizando las piedras y los baches que se nos van presentando para hacernos más fuertes. Los caminos no siempre son rectos, y eso no tiene por qué ser malo, sólo diferente, en nuestras manos está el decidir cómo va a ser.

Notas finales:

Buenos días/tardes/noches.

Espero que os haya gustado este FIC. Intentaré escribir más cosas, pero eso lo decide el día a día.

Espero ver sus comentarios y reviews ^^


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