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La dinastía de Ymir. por RLangdon

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Su amor era un oasis de felicidad en medio de un mundo de tragedias y dolor.
*
 
Hace dos mil años la Diosa fundadora del futuro imperio Eldiano, cometió un pecado sin precedentes al haberse enamorado de un ser humano. Un Rey, que tras percatarse de sus habilidades, y volverla su esclava y posteriormente su esposa, le había, asimismo, encomendado una de las tareas más importantes de todas. 
 
Poblar con su progenie una isla rica en recursos naturales y fauna a la cual llamarían Paradis. Y como tal, el Rey Karl Fritz había delegado a su cónyuge la labor de convertir la isla en un paraíso único y aislado de la violencia y la corrupción que se propagaban como la peste por el mundo entero. 
 
Con el paso de los años, Ymir había dado a luz a tres bellas vastagas que después unió en matrimonio con los tres únicos descendientes de su esposo. Así, la isla sería poblada con su estirpe. Establecerían un linaje que permaneciera puro y ajeno al odio del mundo exterior. 
 
Pese a su condición de esclava, Ymir amaba la libertad. Por ello había entristecido enormemente al enterarse de los planes del Rey por mantener a sus vástagos aprisionados tras altas y poderosas murallas que se encargarían de formar por medio del poder de Ymir, borrandoles a sus primeros descendientes todo recuerdo acerca del mundo y de sus habitantes. 
 
Sin embargo, ella creyó que la respuesta que la encaminaría a su familia y a ella a la felicidad, residía en la obediencia ciega, absoluta y totalitaria hacia la persona que más amaba. 
 
Ymir, que durante sus primeros milenios de existencia, había sido favorecida con el libre albedrío, después de unirse en matrimonio con el Rey, había renunciado a sus anteriores sueños para cumplir cada uno de los anhelos de su pareja, llegando a prendarse forzosamente de su ideología, y cegandose a si misma sobre sus verdaderos deseos por engendrar almas libres que erraran por el mundo.
 
Paradis había sido su única preocupación en la vida. Todo lo que ella debía hacer era asegurarse de que su linaje siguiera aumentando con el transcurso de los años, para que su progenie se extendiera y pudiera poblar otra isla similar en otra parte del mundo. 
 
Noche y día Ymir tenía la tarea asignada del Rey por custodiar el interior de las murallas, en tanto que su ejército de Titanes defendían los alrededores de las mismas, evitando así que enemigos y náufragos pudieran irrumpir y deshacer la paz de sus vástagos. 
 
Los primeros dos mil años no hubieron mayores inconvenientes. Ymir, con su poder omnipresente de manifestarse en su propia tierra por medio de los caminos que la conectaban a su considerable dinastía, había estado acatando con relativa paz su trabajo como guardiana. 
 
Fue, no obstante, el inicio de un idilio entre varones, su primer desgracia que arruinaría lo que con tanto esmero había conseguido hasta entonces. 
 
Si dos descendientes del mismo sexo permanecían juntos, su propósito de extender su descendencia mermaría considerablemente y, Karl Fritz, decepcionado al enterarse de semejante yerro, la obligaría a construir desde cero un imperio que se había sostenido limpiamente hasta entonces, toda vez que erradicaría Paradis. 
 
Cuando Ymir, viendo con malos ojos la situación, se enteró de la posible corrupción dentro de los muros, decidió imponer un castigo a los transgresores. 
 
Un civil y un guerrero se habían rebelado contra las normas de Eldia al enamorarse. Y su nuevo deber como fundadora de tan vasta casta era ...separarlos. 
 
Y lo hizo. Al irrumpir una de las noches en el lecho que ambos compartían, Ymir se había encargado de condenarles a ambos a una separación forzosa e inminente tras maldecir a uno de tal guisa que el menor daño a su cuerpo propiciara una monstruosa transformación, similar a la de sus Titanes que custodiaban las murallas. Al segundo varón lo condenó a una existencia de eterna servidumbre para que acatara las normas impuestas por sus descendientes de linaje más próximos a la realeza. 
 
De esta suerte se valió Ymir para convertir a dos seres que se perpetuaban amor a escondidas, en dos simples enemigos que se jurarían odio hasta la muerte, ya que, desconociendo su origen y razón de ser, acatarían esta vez y seguirían sus propios destinos, alejados el uno del otro. De esta forma su razonamiento no influiría en el resto de la civilización y su descendencia se propagaría, tal como deseaba el Rey. 
 
Durante dos años Eren Jaeger erró fuera de las murallas de su hogar, convertido en uno de los seres que tanto había aborrecido en el pasado. Sin voluntad ni razón, rodeado de bestias semejantes, hasta que un día, uno de los soldados de las murallas tuvo el infortunio de atravesarse en su camino. Su muerte fue instantánea, pereciendo en las fauces de tan temible ser. 
 
Así se anuló la maldición. Y sin que Eren fuera conciente de ello, recuperó aquel día su forma humana y sus memorias. 
 
Tras dos años de ser desterrado del resguardo de los muros por la fundadora Ymir, Eren Jaeger retornó a su hogar. Lo hizo cuando los nuevos guerreros abandonaron las murallas en búsqueda de posibles sobrevivientes, encontrándole inconsciente y a poca distancia de los muros, se tomó la resolución de ponerle a salvo. 
 
A sabiendas de que Ymir le descubriría, Eren optó por mantener el perfil bajo, sirviendo en labores altruistas en uno de los distritos alejados de la realeza, hasta que un día, mientras transportaba paja a los establos, sufrió una caída, produciéndose un leve corte en la muñeca que desencadenó nuevamente su condición de monstruo. Y aunque está vez Eren fue consciente de su transformación y, sintiéndose apresado en un cuerpo mucho mayor al suyo, siguió sin poder controlar su instinto de matanza. Fuera aquello quizá lo que le habria salvado de perecer a manos de los escoltas que se presentaron cerca del granero horas más tarde. 
 
El segundo asesinato que cometió Eren fue de un inocente campesino que se dirigía de vuelta a su hogar. Vagamente Eren había sentido el poderoso impulso de aplastarle y fue la sangre salpicada en su cuerpo lo que le llevó a revertir su transformación por vez segunda.
 
A sabiendas de lo que debía hacer para mantenerse humano, Eren prefirió abandonar, esta vez por su cuenta, las murallas, renunciando por segunda ocasión a la oportunidad de reencontrarse con su amante y recuperar su vida dentro de los muros como cualquier Eldiano. 
 
Al abandonar las murallas, jamás se imaginó que sus caminos volverían a encontrarse. Sin embargo así sería.
 
Tras vagar meses errante, Eren descubrió que podía adquirir su forma humana si mataba hombres o Titanes por igual. Poco a poco fue amoldandose a los súbitos cambios experimentados, decantandose siempre por aniquilar Titanes pese a que en el fondo estaba al tanto de que debían ser sus iguales convertidos en monstruos por haberse rebelado ante las leyes divinas de Ymir. 
 
Habituado a su nueva rutina, Eren mantenía el yugo de su castigo durante las tardes para poder defenderse de las amenazas del bosque, mientras que en las noches, libre de la admonición que representaban los Titanes, podía andar libre y con cierta prudencia por las cercanías de la muralla.
 
Siendo Paradis circundada por una amplia vegetación y fauna, no le fue difícil hacerse de un medio para subsistir. 
 
Durante las noches, Eren dormía sobre las gruesas ramas de los árboles. De modo que, cuando despertara, pudiera efectuar su transformación sin ser tomado con la guardia baja. 
 
Fue en una noche apacible cuando el ruido de las carretas lo arrebató de su profundo sueño. Los guerreros Eldianos se dirigían de vuelta a las murallas tras otra infructuosa exploración de rutina en su afán por exterminar a los demonios que la misma Ymir había engendrado. 
 
Cuando Eren vio a la persona que guiaba al resto de guerreros, quiso abandonar su lugar en el árbol. Deseó fervorosamente encontrarse de nueva cuenta con quién había sido su amor en el pasado. No obstante, al extender el brazo y recordar el vituperio y la condena impuesta a ambos, las ansias se desvanecieron y todo ahnelo e interjección quedaron recluidos en lo más profundo de su ser. 
 
Desistiendo de su intención inicial, Eren hizo amago de sentarse sobre la rama. Ya fuera a causa de su distracción o producto de un mal cálculo, su cuerpo se tambaleó sobre el tronco, dándole apenas tiempo de sujetarse de la rama superior antes de caer a tierra firme. No obstante, el ruido producido en tan burdo incidente fue suficiente para poner a los guerreros en alerta. 
 
Con sus afiladas cuchillas apuntando en dirección al roble, los combatientes permitieron al líder de la tropa avanzar hasta las raíces del frondoso árbol.
 
Logrando equilibrarse, Eren retornó a la seguridad de la rama, no sin antes dirigir una mirada de angustia hacia el suelo. Creyó que le descubrirían y acribillarían allí mismo, y así habría ocurrido, de no ser porque el líder de tan valerosa empresa nocturna dio la orden de retirada, relegandose del escuadrón cuando lo consideró prudente. 
 
De manera lenta y sistemática, Eren descendió del árbol hasta quedar de frente a su antiguo amor.
 
Por largos momentos las miradas de ambos se trabaron en un duelo silencioso de voluntades. Del mismo modo que Eren temía sufrir algún daño físico que desencadenara su transformación, Levi Ackerman se amedrentaba por dentro al dar por hecho que su impulso guerrillero pudiera salir a relucir para dar muerte a quién alguna vez había deseado. 
 
—¿Por cuánto tiempo puedes mantenerte así?— la voz de Levi había sonado inexpresiva, pero levantó la mirada de su cuchilla para verle frente a frente en un claro gesto de interés. 
 
Reprimiendo las lágrimas, Eren se lo contó todo.
**
 
Permanecieron abrazados sobre la rama hasta el amanecer. El sol no era más que un resplandor rosado en el horizonte, pero su sola presencia bastaba para reanudar la marcha de los cientos de Titanes antaño inmóviles de las próximidades. 
 
Aquel fuerte retumbar de pisadas les puso a ambos en alerta. 
 
Aunque Eren habría deseado quedarse allí junto a Levi para siempre, sabía la amenaza a la que le expondría si se atrevía a pedirle que permaneciera con él más tiempo. Ni siquiera estaba al tanto del alcance de su propio poder. Siendo humano, no podía protegerlo, pero transformado en Titan, no se fiaba de el mismo y sus instintos asesinos.
 
Así que no tuvo más remedio que pedirle que se marchara. Aún cuando era lo último que quería. 
 
Antes de realizar su transformación para distraer a los Titanes aglomerados bajo el árbol, Eren tuvo el atrevimiento de dar un beso licencioso a Levi Ackerman como despedida. Sin embargo, antes de que se apartara, el mismo Levi lo retuvo contra su cuerpo para susurrar una promesa que llenaría a Eren del más profundo solaz. 
 
**
 
Noche tras noche, las dos almas condenadas escapan de sus designios para reunirse afuera de las murallas, a resguardo de una de las intersecciones que dividían el opresivo mundo interior del indómito mundo exterior.
 
Junto a la vertiente del río podían ser tan libres como lo habían sido en el pasado. Entregandose en cuerpo y alma, y dando rienda suelta al amor que les había sido censurado tan egoístamente.
 
Tan pronto un beso terminaba, uno nuevo predominaba.
 
Tras la humedad impresa en sus bocas, las sombras se hacían borrosas, los sonidos lejanos, y el universo entero se trocaba neblinoso.
 
Con torpes y descompasados movimientos, sus manos ponderaban cada tramo de piel, hasta que la excitación iba in crescendo. Doblegando su pasión, a un tiempo volátil y al otro cadenciosa, arrastrándoles fuera de todo precepto para abolir su propia condena.
 
Tornándose el autocontrol inviable ambos se entregarían a un torrido y vedado sentimiento que bien podría costarles sus vidas.
**
 
Tal ignominia no podía prevalecer en secreto por siempre. E Ymir, siempre al pendiente de su pueblo, no tardó en enterarse del quebrantamiento de su condena al seguir al guerrero maldito que se deslizaba cada noche fuera de las murallas para reunirse con su amado en una de las laderas del río.
 
Al ponderar el grado de desobediencia y sabiendo de antemano que el Rey ordenaría una limpieza exhaustiva o la erradicación total de los habitantes de la isla, Ymir se vio obligada a repensar en un nuevo móvil que terminaría con la vida de uno de los infractores a manos del otro. Solo así se restablecería la paz en Paradis.
 
Una simple orden a la descendencia de linaje real bastaría para llevar a cabo su deseo.
 
Durante la noche, mientras Levi Ackerman volvía a su sector. Al pasar delante de la puerta del cuartel general central, la voz de uno de los miembros de la policía militar lo puso sobreaviso.
 
La orden de que exterminara a Eren Jaeger sería dada a primeras horas de la mañana, y a ella acudiría la Diosa fundadora para asegurarse de que su legado continuaría sin la mancha del desacato.
 
Alertado de la situación, Levi se dirigió de vuelta al bosque.
**
 
Al mediodía se les ordenó a todos los guerreros y líderes reunirse fuera de las murallas con sus respectivas armas.
 
Sin embargo solo se requirió la presencia de Levi para ejecutar la orden que impondría nuevamente sosiego a la isla y sus divinidades.
 
Previamente habían encadenado el cuerpo humano de Eren de espaldas al árbol donde solía refugiarse.
 
A Levi le fue entregada una de las cuchillas más larga, afilada y reluciente de todas.
 
Debido a la maldición que pesaba sobre él, no podría oponerse a la orden dada, ya que su gen ligado al mandato real le haría obedecer en el acto.
 
Ymir observaba todo desde la rama más alta del roble, con su mirar sombrío que había perdido todo atisbo de luz con el transcurso de los años. Sus labios rígidos no evidenciaron ninguna emoción cuando el miembro elegido por la familia real caminó hasta quedar apenas dos pasos detrás de Levi, yendo a parar su mirada en los ojos incipientes del muchacho que era considerado un demonio en su propia tierra.
 
Era preciso que Eren muriera para que Levi cumpliera sus funciones dentro de las murallas como antaño.
 
Cuando la orden fue pronunciada a viva voz, Eren se removió en el tronco. Entonces el brazo de Levi se movió en automático. Su cuerpo viró hacia su objetivo a su espalda y la afilada cuchilla traspasó varios centímetros de piel a través de la ropa.
 
De igual forma, se volvió con celeridad al frente para efectuar un corte poco profundo en la muñeca del muchacho de brillante mirada verdosa.
 
-¡Ahora, Eren!
 
Ymir no salía del asombro al haber presenciado la muerte de su vástago real a manos del desobediente guerrero.
 
No había forma de que no acatara la orden cuando ella misma había impuesto la condena en su sangre.
 
Para cuando quiso reaccionar, las fauces del titán la habían apresado. Su cuerpo, que debía ser inmortal, finalmente cedió cuando la poderosa mandíbula se cerró a mitad de su cuerpo, cercenandola en dos.
 
En medio de su agonía pudo ver la respuesta al notar el fino camino de sangre descender de los oídos de Levi. Se había roto los tímpanos deliberadamente para escapar de su castigo y proteger a quien se le había ordenado odiar.
 
Mientras moría, Ymir pensó, de forma tardía, que la verdadera libertad yacía en la voluntad de cada individuo.
 
 
 
 

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