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El juicio de Osiris. por RLangdon

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Noche sin luna
Tempestad sin ruido
Amargo el silencio
Terrible el olvido.
*
 
Yugi Muto amaba los desafíos. Gustaba todo el tiempo de competir con sus amigos a toda clase de juegos y, en especial, aquellos de moda que se propagaban entre los chicos de la secundaria Dominó donde estudiaba desde hacía dos años. 
 
Por ello, cuando su abuelo Salomón Muto, reciéntemente jubilado arqueólogo, le obsequió de su último viaje a Egipto una extraña reliquia antigua de oro fragmentada en pequeñas piezas similares a un rompecabezas en tercera dimensión, Yugi se sintió lleno de júbilo. 
 
Nada le gustaba más que ser el primero en resolver los acertijos de los juegos, y aunque el rompecabezas no fungía como uno, Yugi se tomó en serio su labor de armar el objeto constituido por cuarenta y un piezas de distintos tamaños y aristas.
 
Enclaustrado en su recámara después de clases, ensambló y desarmó el objeto durante casi cuatro meses. Era tal la fascinación que el rompecabezas milenario había despertado en él que, a Yugi no le había importado perderse varias salidas con sus amistades. Lo único que quería era ver finalizada la reliquia. 
 
Y tras quince semanas de consagrar tiempo y esfuerzo, lo logró. Fue a mitad de la noche del sábado que Yugi tuvo éxito al insertar las dos últimas piezas, una de las cuales pendía de una gruesa cadena. 
 
Daba la impresión de ser una pirámide a la inversa. Sin embargo, y a pesar de haber buscado por toda la recámara, Yugi se percató de que en realidad aún faltaba una pieza por ensamblar. Se trataba de una diminuta ranura circuncentrica en la parte interior central de la pirámide. 
 
Yugi había estado seguro de contar cuarenta y un piezas cuando su abuelo se lo entregó, así que tristemente se resignó a aceptar que no venía completo después de todo. 
 
Ya era muy tarde para preguntarle a su abuelo de todas formas.
 
Bostezando largamente, Yugi dejó el rompecabezas sobre el buró junto a su cama, se puso la pijama y apagó las luces. 
 
En algún punto de la noche, mientras Yugi dormía plácidamente sobre la almohada, el rompecabezas milenario emitió una luz densa y blanquecina que titiló varios segundos antes de apagarse por completo.
**
 
Durante toda la mañana se había esparcido el rumor de la llegada de un apuesto jóven originario del Cairo. Se trataba de un estudiante de intercambio. Y aunque a Yugi no le pasó desapercibida la noticia, tampoco le había tomado demasiada importancia. No hasta que empezó el molesto y reiterativo interrogatorio por parte de los varones, y el asedio perpetuo de las féminas que prácticamente le suplicaban para que les presentara a su pariente. 
 
En todo momento, Yugi había declinado y desmentido el supuesto parentesco con el misterioso joven de procedencia egipcia. 
 
No entendió el por qué del absurdo malentendido, hasta que lo tuvo ante sus ojos a la hora del descanso. 
 
Lo vio, sentado delante de uno de sus compañeros de clase. Todos sabían quién era Duke Devlin, así como se sabía sobre su insana predilección por enseñar a alumnos nuevos cómo se jugaba el famoso juego de dados en el calabozo, para luego regodearse de haberles vencido. 
 
Yugi supo, sin necesidad de presentación, quién era el nuevo. Lo supo tan pronto se vio a si mismo siendo retado por Duke. Solo que no era él, sino Yami. 
 
De excéntrica cabellera tricolor. Siendo sus cabellos oscuros surcados por algunas mechas rojizas y rematando su flequillo en finas hebras doradas. Sus ojos rasgados, (acaso una de las escasas diferencias físicas además de su estatura, buen porte y musculosa fisonomía) que exhibían unas irises profundas y carmesíes, contrastaban con su expresión de seriedad y serenidad. Una oculta entereza traslucía en su mirada. Yugi fue el único en notarlo, pues escuchó como el público aglomerado en torno a ellos se decantaban por vitorear a Duke y abuchear a Yami, quien parecía llevar todas las de perder. Hasta que fue su turno por rodar los dados y, el resultado, desfavorable entonces, se revirtió repentinamente, saliendo Yami victorioso en la escasa posibilidad seis a uno de que saliera la cifra alta que aumentaría los puntos de vida de su monstruo, superando al de Duke y llevándolo a su posterior derrota. 
 
En un furibundo arrebato, Duke Devlin derribó el tablero dispuesto sobre la mesa y se retiró levantando falsas señalizaciones en torno a una posible trampa de parte del estudiante de intercambio. 
 
Tras la primer victoria de Yami, su popularidad no hizo más que crecer vertiginosamente hasta la cima, siendo proclamado Rey de los juegos pues no había uno solo que perdiera. Incluso si desconocía cómo se jugaba, una vez le mostraban cómo se hacía, Yami encaminaba el desafío oficial hacia la victoria. 
 
Yugi, que había estado presente en la mayoría de los enfrentamientos, no pudo sino sentirse increíblemente fascinado por la habilidad de tan sublime joven. 
 
Había incluso albergado profundos deseos de que le aconsejara para mejorar él mismo, pero su eterna introversión pudo más que su anhelo. 
 
El primer mes fue invisible para Yami, pese a que los rumores e interrogatorios de un posible parentesco no dejaban de suscitarse en derredor. Fue hasta que Yami se enfrentó a su último contrincante que, uno de sus fieles espectadores, quien no era otro que Joey Wheeler, mejor amigo de Yugi Muto, propuso un duelo entre ellos, alegando en favor de Yugi, y alentando al sector estudiantil a reunirles para presenciar lo que prometía ser el duelo del año. 
 
Yugi no se dio por enterado del reto hasta que fue demasiado tarde. Lo que pretendía ser una simple comida amena con sus amigos, resultó en su primer encuentro directo con Yami Atem en una de las mesas de la terraza destinada a los juegos de mesa que solían llevar a cabo durante los recesos. 
 
Una vez que sus cuerpos estuvieron frente a frente, la estupefacción fue mayor. No solamente los espectadores se sorprendieron ante las similitudes, también Yami y Yugi se miraron perplejos entre si, dando cuenta del idéntico parecido. 
 
Si Yugi hubiera tenido el camino libre hasta la escalera de la terraza, habría huido sin más. Escéptico y temeroso como se encontraba, no se sentía en condiciones de llevar a cabo ningún duelo. Ciertamente gozaba de cierta experticia gracias a las lecciones previamente impartidas de su abuelo, pero sus habilidades como duelista no se equiparaban a las de Yami. Haría solo el ridículo y todo por la curiosidad recientemente despierta de Joey Wheeler. 
 
—¡Empiecen de una vez! 
 
Las voces cobraron fuerza a su alrededor. Y Yugi solo atinó a mirar su baraja con pesar y mucha inseguridad. 
 
Procediendo a barajar sus cartas, Yami Atem le restó vital importancia a lo demás. 
 
—¿Juegas para divertirte o para ganar?
 
Yugi, que había permanecido callado hasta entonces, vio de nuevo el brillo implacable y competitivo de la mirada carmesí.
 
—Para divertirme— reconoció, tomando tambien su baraja para imitar, con menor pericia, los movimientos de Yami.
**
 
El encuentro se había alargado hasta el término del descanso. Nadie esperó que un chico tan aparentemente insignificante como Yugi Muto, lograría sostener en empate el duelo con su rival. Durante el resto del día no se habló de otra cosa que no fuera el duelo empatado entre el misterioso y parecido dúo de jugadores. 
 
Yugi había esperado todo, menos que Yami tomara su duelo como un simple encuentro amistoso ya que, evidenció, al verse la partida finalizada, una sonrisa que traspasaba camaradería y respeto. Tras estrechar su mano en pos de dejar en claro que no existía rencor entre ellos, Yami se alejó, prometiendo deshacer el empate un día no muy lejano. 
 
Así se conocieron, y así comenzó su amistad. Tras el primer duelo, Yami y Yugi no habían vuelto a jugar entre ellos, pero si con otras personas. Yami seguía defendiendo su título como Rey de los juegos, y Yugi disfrutaba mucho de los encuentros ocasionales que surgían cuando algún desconocido retaba publicamente a Yami mientras se encontraban en el arcade o de compras en la plaza. 
 
Muy pronto, Yami se había hecho sitio en las amistades de Yugi, quienes asimismo disfrutaban de la presencia de ambos. Tea le admiraba, Tristan y Joey le idolatraban, e incluso Duke Devlin había declinado su rechazo inicial para mostrar una conducta más cordial hacia el apodado Rey de los juegos. 
 
En sus muchas salidas juntos Yugi había descubierto que la familia de Yami estaba emparentada con el linaje del faraon Aknamkanon. Su madre, jovial y radiante cuál rosa de desierto, y a quien nunca llegó a conocer, pereció durante el parto, mientras que su padre había sucumbido a la depresión años más tarde, dejándole al cuidado de su abuelo Shimon. Hasta la fecha, eran los únicos recuerdos que Yami conservaba sobre su vida, pues afirmaba metafóricamente poseer un laberinto de recuerdos extraviados en dónde deberían estar sus memorias. 
 
Transcurrieron once semanas desde la llegada de Yami antes de que este declarara finalmente sus sentimientos a Yugi. Al volverse pareja habían despertado un acaparamiento aún mayor que el de su primer duelo de cartas. Y es que seguían existiendo los rumores de un posible parentesco entre ellos. 
 
Si a Yami le afectaban tales comentarios, nunca lo demostraba. Y Yugi, que se había sentido atacado en un comienzo de su relación, igualmente decidió ignorar la ola de falacias en torno suyo. 
 
Como cada día, acabadas las clases, Yugi fue, en compañía de Yami, a la tienda de juegos de su abuelo Salomón. La primera vez que Salomón Muto vio a Yami, había quedado tan confundido de ver junto a él a su nieto que, se sintió atrapado en un sueño. Pero, al cabo de unos días, terminó por aceptar los hechos que Yugi le había expuesto sobre su nuevo compañero de clases. 
 
Desde entonces se había hecho costumbre verles juntos en la tienda. Yami solía alojarse en un hotel próximo a la escuela Dominó, pero gustaba de pasar el mayor tiempo posible junto a Yugi, por lo que no dudaba en serle de ayuda en la tienda del abuelo. 
 
Por las tardes, ambos limpiaban, acomodaban y etiquetaban las piezas nuevas de toda clase de juegos de mesa. Para Yugi, que estaba habituado a vivir en la trastienda, aquello no tenía nada de mágico, pero Yami no podía evitar delatarse encandilado cuando nuevas cartas del Duelo de monstruos llegaban a los aparadores.
 
—Esta es mi carta favorita—. farfulló Yugi, sacando del mazo una tarjeta azul que dejó encima del exhibidor—. Mi abuelo me la regaló en mi último cumpleaños. Es un pieza rara y solo existen otras cuatro como estás.
 
En tanto Yugi relataba, Yami se concentró en la carta del poderoso Dragón. La oteó un rato con interés y luego la regresó a su dueño. 
 
Justo cuando Yami pretendía mostrar su carta más especial, un cliente irrumpió en la tienda, haciendo sonar la campanilla de la puerta con su llegada. 
 
—¿En qué puedo ayudarlo?— preguntó Yugi tras el mostrador. Sin embargo, al alzar su mirada de la carta, la sorpresa se materializó en su rostro de infantiles rasgos. 
 
Se trataba del empresario más reconocido de la ciudad. Ni más ni menos que el CEO de la compañía que llevaba su apellido. Seto Kaiba, con su más de uno ochenta de estatura, entró presuroso, enfundado en su gruesa gabardina blanca, sosteniendo un maletín y dirigiendo una mirada de hielo a la carta que Yugi había mostrado a su pareja minutos antes. 
 
—Esa carta. La quiero— ordenó con desdén—. ¿Cuanto pides por ella?
 
Apresurandose a guardarla en su mazo,Yugi titubeó una negativa. 
 
—Lo siento. No está a la venta. 
 
Yami había creído que aquello bastaría para que el engreído sujeto saliera por dónde había entrado, pero lo que aconteció después fue que Kaiba colocó su maletín sobre el mostrador, abriéndolo de inmediato para dejar a la vista las decenas de fajos de billetes de la misma denominación. 
 
Si los cálculos de Yami eran correctos, debía haber cerca de medio millón de dólares. 
 
Así y todo Yugi permaneció en su negativa, sin siquiera detenerse a pensar en la estratosferica cifra que le darían a cambio de tan baladí objeto. 
 
—Esta carta no está a la venta porque fue un obsequio de mi abuelo— ponderó con seguridad. 
 
Seto Kaiba lo analizó en un severo escrutinio, sin terminar de creerse que su oferta fuera declinada tan fácilmente. 
 
Frívolo, sacó una papeleta del bolsillo interno de la gabardina para garabatear una nueva cifra que quiso entregar a Yugi, pero este retrocedió un paso, sin detenerse a mirar siquiera la cantidad estipulada. 
 
—Ya le dijo que no está a la venta— esta vez Yami se unió a la negativa. Hasta entonces Kaiba no se había tomado la molestia de mirarlo, pero cuando lo hizo, una molesta sensación pulsó dentro suyo. 
 
—Hace unos meses, por error, mi compañía puso a la venta una carta rara de mi colección— redarguyó disgustado—. Esa carta la tienes en tu mazo y necesito que me la devuelvas ahora—. exigió, perdiendo poco a poco el temple que aún conservaba. 
 
Sorprendido por la confesión, Yami alzó una ceja. Vio a Yugi negar contundentemente tras el mostrador y tomó una decisión. 
 
—Ten un duelo conmigo. 
 
El rostro de Seto Kaiba se contrajo en una mueca de confusión. Era increíble cómo gustaban de hacerle perder el tiempo. 
 
—¿Qué estás diciendo?
 
Pero aunque Seto avanzó amenazante en su dirección, Yami no se amedrentó, ni dio muestras de querer hacerlo. Conocía de sobra a sujetos de la calaña de Kaiba como para dejarse intimidar ahora.
 
—Tu perfeccionaste el juego, ¿Me equivoco? —le azuzó—. Entonces no será problema que tengas un duelo conmigo por la carta que consideras tan valiosa. 
 
Riendo por semejante hilarancia, Seto Kaiba aceptó. 
 
Y ese fue el error que le llevaría a su ruina. 
 
**
 
Observó el cielo encapotado a través de los gruesos vitrales del séptimo piso del edificio. 
 
Perdido. Él había perdido. 
 
Había estado tan cerca de la victoria cuando pretendía fusionar sus cartas de Dragones, y aquel mozalbete le había derrotado en los tres turnos siguientes, invocando al temido monstruo que se manifestaba tras reunir las cinco cartas prohibidas. 
 
Con una probabilidad del 0.2%, Yami Atem le había vencido en su propio juego. 
 
Y la derrota sabía a veneno para Seto Kaiba. Un individuo egocéntrico y narcisista, acostumbrado a poseerlo todo a base de dinero y poder. 
 
Pero qué era una y otra cosa cuando no se tenía con quién compartirlas.
 
Una vez derrotado, no había hecho más que replantearse en dónde estaba el sostén de su propio emporio. 
 
Él, que había creado un juego insuperable en un prototipo virtual para luego distribuirlo en toda la ciudad. 
 
Él, que fue abandonado a su suerte en un reducido orfanato junto a su hermano Mokuba cuando solo eran unos niños. 
 
Él, que se prometió a si mismo vencer a todos sus oponentes a partir de entonces, había sido derrotado de forma tan humillante por un estudiante extranjero que ni siquiera terminaba de comprender la complejidad de su propia invención. 
 
Y así, consumido por el resentimiento, Seto Kaiba pasó los últimos diez días pensando en cómo podría vengarse.
**
 
La oportunidad no se presentó sino hasta dos semanas más tarde, cuando Yami Atem había anunciado que se ausentaría unas semanas para visitar a su único familiar con vida en el Cairo. 
 
Tras enterarse por medio de uno de sus fieles subordinados, Kaiba había evaluado todas las posibilidades y llegado a una resolución medianamente satisfactoria. Una semana antes del viaje de Yami, el colegio Dominó recibió un, nada despreciable, financiamiento para la organización de una salida escolar. Una suerte de estímulo para los estudiantes con mejores notas. Entre los cuales destacaba Yugi Muto. 
**
 
Desde el aeropuerto de Haneda en Tokyo, hasta el internacional de Luxor en el Cairo, se hacía un total estimado de doce horas de vuelo. 
 
Cuando fue el turno de Yugi por subir al avión, lo primero que hizo tras instalarse en su asiento junto a Yami, fue sacar su baraja para entretenerse armando y desarmando el mazo. 
 
Yami, que había estado casi tan emocionado como el mismo Yugi al enterarse de su compañía en el viaje, permaneció pensativo y distante durante la mayor parte del vuelo. Como si algo le preocupara. Y pese a los esfuerzos de Yugi por enterarse del posible motivo de su angustia, no logró obtener nada. 
 
Yami podía ser poco comunicativo cuando se lo proponía. Aislado y hermético, se dedicó a contemplar las nubes por la ventanilla mientras Yugi se ocupaba de anexar más cartas de magia y trampa para fortalecer su juego en caso de tener un duelo a futuro. En realidad, ninguno pensaba enfrascarse en desafíos al llegar a Egipto, solo era un modo de distraerse. En cambio, Yugi había expresado un día antes sus deseos por recorrer una de las famosas pirámides de Gizeh, y ambos acordaron asistir juntos tan pronto Yami viera a su abuelo y deshicieran sus maletas.
 
Esa noche, al llegar a su hogar, Yami tuvo un sueño extraño en el que se veía viajando en una amplia canoa junto a un ser amorfo que hablaba en una lengua desconocida para él. 
 
Lo había soñado, pero la sensación que le quedó al despertar fue demasiado intensa, avivando en él un grado de desasosiego que había estado ignorando desde que el colegio Dominó anunció el viaje de incentivo para sus mejores alumnos. 
 
Había accedido a que Yugi le acompañara por la simple razón de que anhelaba tenerlo a su lado mientras volvía a su tierra natal. Sin embargo, muy en el fondo, tildaba su propio deseo de egoísta. 
 
Su abuelo Shimon se encontraba dormido para cuando llegaron, y Yami tampoco quiso despertarlo antes de someterse al deseo de Yugi por conocer las pirámides. 
 
Al despuntar el alba, el sol había inundado el firmamento con matices naranjas, incendiando de tintes escarlata el fondo de las nubes y hendiendolas posteriormente en franjas amarillas que se extendieron a lo largo del paisaje, convirtiendo la visión de la arena en millones de brillantes gránulos que semejaban diminutas pepitas de oro al ser acariciadas por los deslumbrantes rayos solares.
 
Yugi se había prevenido con un gorro a petición de Yami. Y aunque el recorrido en camello por las dunas fue breve, la sensación de sofoco se incrementó poco después. 
 
Al llegar a la majestuosa pirámide, ambos bebieron ávidamente de sus cantimploras y se prepararon para ingresar junto a los turistas que serían guiados al primer recorrido del día. 
 
En ningún momento dejaron de ser observados por el sujeto que aguardaba ansiosamente junto a los turistas por su llegada. 
*
 
Desde que se habían conocido, una conexión poderosa que traspasaba las barreras de lo físico, les unía. Yugi lo había sentido, cuando sus ojos se posaron por primera vez en Yami, y este a su vez lo experimentó cuando llevaron a cabo su primer duelo amistoso. 
 
Entre ellos se había establecido un vínculo especial y único en su tipo. Era como si hubiesen estado destinados, no solamente a conocerse, si no a permanecer juntos pese a las posibles adversidades que les pudiera acarrear la vida misma. 
 
Ishizu Ishtar, encargada de realizar el recorrido turístico, fue guiando al grupo a través de un largo y estrecho corredor que les condujo seguidamente al interior del cenotafio. Aquel raro templo estaba compuesto por diez gigantescos pilares de piedra, circundada y conectada la estructura con un canal de agua que fluía en la parte baja de la cámara funeraria. 
 
Cuando rodearon la estructura arcaica, Yami se apartó del grupo, sin ser consiente de en qué momento Yugi se rezagaba también del resto de los turistas para ir al corredor aledaño cuyas paredes estaban tapizadas de tablones de piedra con geroglificos labrados en ellos. 
 
Apasionado a la historia de Egipto gracias al trabajo de su abuelo, Yugi sabía acerca de las dinastías de los faraones que venían sucediéndose hacia el año 3100 y hasta la llegada de los griegos en el año 332. 
 
Se preguntó, al pasar la mirada por una de las imponentes estatuillas labradas en resistente material de diorita, a qué dinastía estaría ligado Yami. 
 
¿No se sentiría acaso como él, seducido por desentrañar el pasado hasta que los múltiples laberintos convergieran en una sola dirección?
 
Quiso pregúntaselo directamente, pero entonces se percató de que el grupo avanzaba hacia el corredor opuesto. 
 
Sin interrumpir un solo segundo de su narrativa, Ishizu fue detallando una de las piezas de Anubis que más resaltaba en el recinto. 
 
Yugi se abrió pasó entre el grupo, pero al no ver a Yami, decidió que este había resuelto ir por su cuenta, quizá en busca de respuestas que nadie más podría darle. 
 
—Anubis estaba relacionado no solo con la muerte, como suele asociarse con regularidad, sino también con la resurrección— la voz sedosa de Ishizu atrajo la atención de Yugi, quien siguió avanzando junto al resto de turistas para no perderse la oratoria de la anfitriona—. Tambien Anubis era el encargado de vigilar, junto al Dios Horus, la balanza en la que se pesaban los corazones de los difuntos durante el juicio de Osiris. 
 
Curioso, Yugi se adelantó otro poco para ver de cerca el cuadro con el Dios de cabeza de chacal y cuerpo humano. Un repentino jadeo de sorpresa brotó de entre sus labios al reparar en la balanza que mostraba el símbolo del ojo de Horus en la parte central del objeto. Se trataba del mismo ideograma grabado en el rompecabezas que su abuelo le había obsequiado antes. 
 
Meditabundo, Yugi tomó su collar entre ambas manos para verlo de cerca. Pese a que le faltaba aún una pieza, era el objeto más preciado que tenía. Luego de que el armarlo coincidiera con la llegada de Yami a su vida, Yugi había decidido que le traía buena suerte y protección. Porque Yami, de alguna manera, era su protector, y él le amaba, lo mismo que sentía su conexión como un bálsamo espiritual.
 
Al avanzar otro tramo junto a Ishizu, Yugi dio marcha atrás al toparse frente a un tabloide hieratico y rígido con dos siluetas de perfil vestidas de lino, mirándose de frente. 
 
—¿Kaiba....Yami?
 
Yugi intercambió confuso su mirada amatista, pasando de una silueta a otra. El inmenso parecido con sus conocidos lo llevó a tallarse los párpados en un burdo intento por verificar que lo que veía era real. Seto Kaiba portaba un cetro con el mismo símbolo de Horus, y Yami llevaba en el cuello el rompecabezas. Ambas figuras estaban situadas detrás de lo que parecían ser cartas de monstruos, similares al famoso juego que prevalecía hasta la época actual. 
 
Pensando que debía encontrar a Yami, Yugi fue embargado por una corazonada de que aquella profecía era real.
 
Fue hasta Ishizu, pero no hizo falta que expusiera sus dudas, puesto que ella ya había llegado a la tabla para hablar sobre su contenido. 
 
—Desde la antigüedad, los textos antiguos se han mantenido escondidos —refirió— Pues se creía que en ellos había encantamientos ocultos capaces de despertar la ira de los Dioses.
 
Yugi, que había vuelto la mirada hacia la piedra, parpadeó repetidas veces al ver el súbito cambio producido en las figuras. Ya no se trataba de Kaiba y Atem, sino de dos seres completamente diferentes. Ambos vestían igual a como Yugi les había visto en un primer momento, pero aunque la primera silueta representaba a un faraón, la segunda retrataba un ser extraño, una especie de animal bípedo con hocico largo y curvado hacia dentro, mientras sus orejas rectangulares se alzaban semejantes a las de un perro. 
 
—Todos deben conocer a estos personajes— antes de que Ishizu lo dijera, Yugi ya había recordado—. Son los Dioses primigenios, Osiris Dios de los muertos y su primo Seth, Dios del desierto y gobernante del caos 
 
Mirando en todas direcciones, Yugi trató de localizar a Yami, sintiéndose cada vez más alarmado por una fuerza desconocida. 
 
Ishizu señaló entonces las cartas para continuar con el relato. 
 
—Los textos funerarios de los Dioses nos hablan sobre un enfrentamiento que tuvo lugar hace casi cinco mil años. Cuando Seth, cegado por la envidia de su familiar, decidió quitarle la vida. Conspirando con setenta y tres de sus súbditos, engañandolo para que entrase en un viejo baúl que después cerraría.
 
**
 
Yami acababa de rodear el templo por vez segunda, viendo con atención cada roca, grabado y columna en derredor. Cuando sintió la presencia a sus espaldas, cerró los ojos y se dio valor para preguntar. 
 
—¿Qué es lo que quieres, Kaiba? 
 
El recién nombrado, molesto por saberse descubierto, abandonó su lugar en las sombras para dar un paso al frente. 
 
—Nos has estado siguiendo desde el aeropuerto— le recriminó Yami a la defensiva, dándose vuelta para ver la imperturbable faz, ahora surcada de una apenas perceptible mueca de irritabilidad. 
 
Aunque tenía sus sospechas, Yami había estado al tanto de la persecución del Ceo. Había atado cabos desde el inusual financiamiento del viaje por parte del director de la escuela. 
 
—Quiero la revancha— retó Kaiba, adelantando su maletín para sacar dos barajas semejantes y extenderle ambas a Yami para que tomara la que quisiera, consciente de que el afamado Rey de los juegos no había llevado la suya consigo. 
 
Yami se sonrió con sorna, pero la determinación volvió a su rostro, tan rápido como se hubo esfumado. 
 
—Tienes que aceptar la derrota— le conminó, negándose a tomar el mazo—. No todo se trata de ganar, Kaiba. Obsesionarte solo te arruinara. 
 
Con el rostro congestionado por el odio, Kaiba arrojó las barajas hacia la pileta central, propiciando que Yami corriera a mirar por la escalinata, pasmado por tan precipitado actuar. 
 
—¿Por qué...?— lo siguiente no lo pudo decir. Kaiba lo sujetó con fuerza de los hombros...
 
*
 
—Y lo empujó hacia el vacío de las profundidades del Nilo— remató Ishizu, señalando el siguiente cuadro. 
 
Pálido y sintiéndose enfermo, Yugi se alejó hacia otra de las cámaras para buscar a Yami. Primero preguntó a todos los guardias, usando su misma descripción con todos ellos, pero ninguno recordaba haberle visto a lo largo del recorrido. 
 
Tras atravesar dos cámaras más, Yugi se frenó en seco cuando su rompecabezas milenario emitió una luz que parecía guiarlo hasta la cámara del centro, en dónde Yugi entró a toda prisa. 
 
—¡Yami!— y tal como Ishizu relatara momentos antes el desenlace del Dios, Yugi bajó a toda carrera hacia la pileta que contenía el cuerpo sumergido de Yami Atem. 
 
Creyendo que moriría del dolor de haberle perdido, Yugi se precipitó hacia el interior...
**
 
—...para sacar el cuerpo de su esposo Osiris aún con vida dentro del baúl a las orillas del Nilo— prosiguió Ishizu, confundida de no ver al chico de estrafalario peinado y mirada amatista que con tanto esmero había seguido su relato.  
 
Uno de los turistas alzó la mano para preguntar. Ishizu le otorgó la palabra. 
 
—¿Qué hizo Seth después de que Isis lo encontrara con vida? ¿La asesinó?
 
Ishizu negó suavemente con la cabeza. 
**
 
—Yami...Yami.
 
Tras escupir una abundante cantidad de agua luego de que Yugi le practicara reanimación cardio pulmonar, Yami se sujetó la cabeza y trató de ponerse de pie. Cuando miró hacia arriba, su semblante se turbó. 
 
Apoyado sobre el pilar central, Seto Kaiba le devolvía una mirada repleta de ira. Ambos se fundieron en el contacto visual, hasta que Kaiba fue incapaz de resistir el impulso de bajar a terminar lo que ya había empezado. 
 
Al verlo bajar, Yugi se sobresaltó, recordando el relato de Ishizu. Tomó a Yami del brazo para ayudarlo a ponerse de pie rápidamente. Quería decirle sobre las tablas de piedra, las figuras de los Dioses peleando durante generaciones, y la similitud de los mismos con Kaiba y él. 
 
Pero, sin darle tiempo a ponerse a salvo, Kaiba asió con fuerza una navaja y se abalanzó hacia Yami. Los dos giraron en el suelo un par de veces, forcejeando. 
 
De pronto, sin que nadie lo previera, el suelo se abrió bajo sus pies, tragandolos a ambos en una profunda trampa subterránea.
 
—¡Yami!— Yugi solo pudo gritar al verles descender al vacío.
**
 
Una vez que Yami despertó, una fuerte migraña le martilleó inclemente las sienes. Miró hacia el techo, dónde debería encontrarse la abertura que conducía al piso superior. Sin embargo el techo estaba completamente firme y sellado, sin brecha o agujero alguno. 
 
—Kaiba— nombró al volverse hacia su costado, donde el susodicho también empezaba a despertar. 
 
La cámara subterránea estaba sumida casi en la penumbra, a excepción de las dos antorchas adheridas en las aristas medias de los muros. 
 
Yami se hizo con una y Kaiba con la otra. En solemne silencio, se observaron el uno al otro. 
 
—¿Realmente pensabas llevarlo a cabo?— la pregunta no surgió el efecto esperado, sin embargo, Kaiba pareció volver en sí, confundido por la oscuridad reinante en torno a ellos. 
 
Fue como si sus propias sombras se alargaran bajo la luz de las antorchas y tomaran vida propia para luego zigzaguear y penetrar en el muro contrario. 
 
Movidos por la curiosidad, Yami y Kaiba abandonaron la cámara y siguieron la dirección de las sombras que velozmente se habían materializado en dos individuos semejantes a ellos, con la diferencia de sus finos ropajes de lino, joyas preciosas adheridas a sus extremidades y la piel tostada. Era como ver un espejismo de sus propios cuerpos siendo ocupados por alguien más. 
 
En silencio, presenciaron la discusión entre los Dioses antes de que Seth diera unos golpes al suelo de piedra caliza con el cetro milenario para convocar a sus súbditos y ordenarles finalizar con su mandato inicial. Al instante le fue entregado a Seth un cuchillo alargado. Los cabellos de Osiris escurrían de agua, igual que el de Yami lo hacía. 
 
El primer golpe dio de lleno en el objetivo. Y al segundo, le sucedieron varias puñaladas más que tapizarían el suelo de la cámara en una alfombra de sangre. 
 
El cuerpo de Osiris se sacudió en un par de estertores antes de quedar inmóvil y con los ojos vidriosos. 
 
Sintiendo unas fuertes náuseas, Yami apartó la mirada de la macabra escena, pero se obligó a mirar lo que Seth pretendía hacer con Osiris.
 
—Haré de este cuerpo cuarenta y dos piezas, y ustedes las esparcirán por todo Egipto, comenzando con el Nilo. 
 
De nuevo Yami apartó la mirada cuando Seth procedió a cortar el cuerpo de su antepasado. 
 
Los hechos, la historia. Todo se repetía. Yami se convenció de que habían vuelto a resucitar en esa vida como enemigos. 
 
El rostro de Kaiba era todo un dilema. Incluso había soltado la antorcha accidentalmente. Rehusandose a aceptar semejante falacia sobre su supuesto pasado. Decidió que saldría cuanto antes de allí, pero al ver el cuchillo de Seth tan cerca de sus pies, el deseo oscuro por terminar con Yami renació con renovado brío. 
 
Presintiendo las intenciones del otro, Yami retrocedió hasta la pared. Iluminó los grabados y acarició los jeroglíficos al lado de la figura del Dios Anubis. 
 
De una manera extraña, reconocía los textos, los entendía, pese a que estaban escritos en una lengua aparentemente muerta.
 
La voz de Yami se alzó dentro del recinto. Entonces el collar que pendía del pecho de Osiris se llenó de luz, iluminando la cámara. Con cada haz del rompecabezas, el suelo fue fisurandose hasta revelar el lago oculto debajo de las rocas del centro de la pirámide.
 
Cuando Kaiba cayó al lago, Yami se aferró a una de las salientes rocosas, pero fue inútil y pronto fue absorbido por la poderosa fuerza centrífuga del agua.
 
Al abrir los ojos, Yami se sorprendió de saberse dentro de una canoa. Su cuerpo se paralizó de miedo al ver al mismo ser amorfo de sus sueños conduciendo la balsa en línea recta. Era Anubis el responsable de guiarle a través de las peligrosas aguas de la necrópolis. 
 
Muertos.
 
Ellos estaban...muertos.
 
Temeroso, Yami se cubrió los oídos ante el inminente griterío de las almas atrapadas debajo de ellos. Vio asimismo el cuerpo inconsciente de Kaiba recargado en el extremo opuesto de la canoa. 
 
¿Había sido por el texto que había recitado anteriormente?
 
Las rodillas de Yami temblaron cuando la deidad del Inframundo maniobró ágilmente para llegar a la orilla que los separaba de un vacío inmenso del cual pendía una balanza. 
 
¿Era el acto injusto de Kaiba en su anterior vida lo que los había arrastrado a esto?
 
Aunque no podía ver nada más allá de la balanza, Yami pudo identificar los sonidos extraños de otras voces a sus costados. El rumor se sostenía en diferentes lenguas que intercambiaban una suerte de dialéctica que, muy posiblemente, los involucraban a Kaiba y a él. 
 
Con un movimiento mecánico, Anubis situó sus manos en el pecho de Kaiba, envolviendo la zona con un destello que se extinguió al cabo de unos segundos. Kaiba apenas pudo quejarse antes de ser fríamente despojado de su órgano vital, el cual, fue colocado con premura sobre un extremo de la balanza, mientras una extremidad ajena depositaba una pluma del lado opuesto del platillo. 
 
Yami recordó los inumerables pasajes sobre la pluma de Maat que su abuelo Shimon le inculcara en sus lecturas. Aquel era el símbolo materializado de la verdad y la justicia universal, emblema empleado por los Dioses so pena de castigar duramente a quienes no pasaban la prueba. 
 
En pocos segundos, el corazón de Kaiba se balanceó hacia abajo, poniendo de manifiesto la oscuridad que reinaba dentro de él. 
 
Alargando el brazo hacia la balanza, Anubis se hizo del órgano para arrojarlo al lago, dónde una figura en forma de caimán emergió para engullirlo. Era Sobek, el Dios del río del duat, del que Shimon se había expresado enfáticamente en el pasado. 
 
Al ir tomando consciencia de hallarse en medio de un juicio ante la Enéada, Yami solo pudo permanecer de rodillas y cabizbajo, a la espera de que Anubis le arrebatara también su órgano vital como había hecho con Kaiba. No obstante, cuando el temido Dios del Inframundo depositó el órgano a medias, las voces alrededor se alzaron en lo que Yami supuso alguna especie de conflicto entre ellos. Sin embargo no lo entendió hasta que Anubis devolvió la parte ausente a su cuerpo mientras se postraba de rodillas frente a él. 
 
Que una divinidad se arrodillara representaba en los textos antiguos no solo el perdón, sino la prueba absoluta de fidelidad hacia el ser en cuestión. 
 
Si las profecías eran verídicas, Anubis, lo mismo que Horus, habían sido en su primera vida, parte de su propia sangre. 
 
**
 
Sus memorias se habían nuevamente eclipsado al despertar. Lo primero que Yami vio al abrir los ojos en el hospital, fue a Yugi con la vista lagrimosa al lado de la camilla. Enseguida se supo envuelto en un cálido y afectuoso abrazo, mientras Yugi le explicaba sobre el terrible desenlace de Kaiba que lo condujo a la muerte luego de que, tras su caída, se golpeara en la cabeza con una de las piedras de la cámara inferior por la que habían descendido. 
 
Yami se sorprendió de ver el rompecabezas colgar de su cuello. 
 
—Te pertenece a ti, Yami. Desde siempre lo ha hecho— le aclaró Yugi a mitad de un nuevo abrazo—. Siento que fue el rompecabezas lo que me conectó a ti. Aunque todavía le falta una pieza. 
 
—Tal vez— murmuró Yami, pensativo —. Tal vez tu eres la pieza faltante, Yugi— profirió antes de unir sus labios en un cálido beso, preguntándose interiormente si, en su próxima vida, tendrían la misma suerte y volverían a estar juntos.
 

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