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Avenencia a la medianoche por lpluni777

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Notas del fanfic:

Saint Seiya es obra original de Masami Kurumada.

Avenencia a la medianoche

 

 

Babel de Centauro se dirigió a los cuartos de aseo a pesar de que ya era demasiado tarde como para conseguir siquiera un litro de agua tibia. No es que importara, puesto que él se había duchado antes de cenar.

El santo de plata sonrió mientras negaba con la cabeza al oír una regadera activa, permitiendo al agua helada de la noche caer sobre el bronceado cuerpo de… Albiore de Cefeo. La sonrisa de Babel se ensanchó al verlo y aproximó a su compañero de armas procurando ser sigiloso a pesar de que el rubio ya debía saber que no se encontraba solo.

El agua gélida que caía sobre la ancha espalda era de las pocas cosas que Babel realmente detestaba —con toda su alma— y resentía —con todo su cosmos—, mas ésta no impidió que el santo de centauro rodease el torso de su compañero con ambos brazos.

Albiore, como cabía esperar, ni se inmutó ante el repentino contacto.

—Oh, Cefeo, Cefeo, has vuelto a pasar todo el día junto a esa amazona y ese caballero… Casi comienzo a pensar que he dejado de ser tu pelirrojo favorito —murmuró Babel sobre el cuello de Albiore—. Qué frío.

Babel solo bromeaba, pues sabía que el santo de plata más poderoso de la orden se mantenía apartado de sus camaradas para no generar conflictos innecesarios que —en los mejores casos— solo Misty de Lagarto lograba resolver antes de escalar a un punto sin retorno. Al fin y al cabo, todos querían enfrentarse a Cefeo de una u otra manera y, para bien o para mal, el santo no era poseedor de una paciencia infinita.

El santo de cabello rubio suspiró y giró el grifo para cerrar el agua sin pronunciar palabra.

El pelirrojo tarareó contento y, tomando aquél gesto silencioso como un permiso, comenzó a trazar con sus dedos las líneas marcadas por los músculos de Albiore. Babel se encariñaba más y más cada vez que sentía a aquél caballero —precisamente él— tensarse, apartar la mirada, quedarse sin palabras y no imponer límites en favor de satisfacer su propia curiosidad. El santo de plata más poderoso, aquél que convivía abiertamente con al menos un santo de oro y la mejor de las amazonas; el más recluido y el más admirado, decidía confiar sin miramientos en que Babel no lo apuñalaría por la espalda ni con sus acciones ni con sus palabras.

Centauro descendió su diestra hacia el sexo de su compañero y se pegó a su espalda de golpe provocando que Cefeo debiera colocar una mano contra la pared para no resbalar ante el impulso.

—Disculpa —pidió al instante el pelirrojo sin dejar de atender a su compañero—. ¿Está bien así hoy?

Albiore volteó el rostro, dejando ver una sonrisa que contenía una carcajada, y asintió. Babel aprovechó para besarlo.

El frío de la espalda bronceada disminuyó rápidamente bajo la presión del ígneo cosmos de Centauro, las gotas de agua heladas que se ocultaban por allí se evaporaron como para brindar privacidad a la pareja. Los varones se las arreglaron para, entre caricias y besos, hallar una posición en que confiaban no terminarían de rodillas sobre el suelo húmedo.

Babel permitió que Albiore le quitase la camiseta y él mismo se deshizo de su pantalones, sin importarle adonde fuesen a caer las prendas que en aquél momento solo consideraba un estorbo. Cualquier vergüenza que los santos pudiesen sentir quedó opacada bajo el deseo de volver a sentir al otro; al compartir alientos, pieles, carnes y cosmos. Tal vez no pronunciaban una sola palabra durante el sexo porque la conmoción los superaba, o, tal vez no lo hacían porque se comunicaban mucho mejor sin palabras de por medio que interrumpiesen lo mágico del momento.

Cualquiera de los dos podía asegurar que el «ver las estrellas» no era un simple decir para ellos. Durante el clímax sus sentimientos de éxtasis no eran puramente físicos, también podían sentir en cada ápice de sus cuerpos cómo sus constelaciones ardían.

Cuando terminaron, Albiore se dejó caer al suelo como si todas sus fuerzas lo hubiesen abandonado. Aunque receloso por lo frío que sentía el húmedo piso bajo sus pies, Babel decidió acompañarlo y se sentó detrás suyo, rodeando al santo rubio con sus brazos una vez más.

El santo de Centauro continuó cubriendo a su compañero —y a sí mismo— con su cosmos mientras éste se recuperaba. Albiore besó sus manos en un gesto de agradecimiento.

Un par de minutos después, Misty de Lagarto se presentó frente a ellos y los observó sin pudor alguno, con una ligera expresión de molestia que tenía cuidado de no marcar una sola arruga en su rostro. La pareja lo observó de regreso.

—¿Recuerdan que al menos uno de los dos podría dejar una nota avisando que regresarán más tarde? —el santo de Lagarto no mostró el mínimo interés en saber porqué habían terminado en el suelo de los baños a la medianoche, desnudos—, ¿o siquiera avisar a tus compañeros, Babel?

—Perdón —pidieron los santos al mismo tiempo.

—Ya da igual, puedo regresar y dormir en paz. Al menos no estaban luchando —masculló el de Lagarto antes de dar media vuelta—. ¡Sean más considerados la próxima vez!

Babel supo tragarse la pena de verse descubierto por su superior hundiendo su rostro entre el cabello de Albiore, quien rió por lo bajo cuando estimó que Misty estaba lo suficientemente lejos para no oírlo.

—Se lo está tomando en serio, ¿no te parece? Lo de ser supervisor —inquirió el rubio.

Babel asintió.

—Si León no regresa pronto, le van a otorgar su puesto de comando.

—Bien por él —resolvió Albiore colocando sus manos sobre las de Babel que descansaban encima de su propio estómago.

—¿Deberíamos irnos? —cuestionó el pelirrojo luego de un rato.

—Un minuto más —pidió el rubio.

Babel, a pesar de que comenzaba a sentirse cansado —y nuevamente un poco excitado por la cercanía—, no se negó a cumplir aquél capricho.

 

Notas finales:

Espero que no hubiese de verdad un santo de plata perdido por ahí llamado León porque entonces lo maté sin querer(?)


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