Los seres sobrenaturales, la magia, la hechicería eran parte de la vida diaria en este mundo. En realidad, el no nacer con esa posibilidad estaba mal vista ante los ojos de la sociedad. Eras tachado como "anormal" y por ello llegabas a ser la deshonra de las familias. Sobre todo de las más prestigiosas donde el apellido marcaba el nivel de poder y respeto que los demás te darían.
Uno de esos apellidos eran los Phantomhive. Venían de un gran linaje de brujos con mucha historia que solo de escucharlo hasta el mismo océano se abría paso ante ellos.
Sin embargo, la última generación cortaba de alguna manera con el conde Vicent Phantomhive a pesar de que en su familia existía su único hijo llamado Ciel. Un joven de mirada azulina profunda con una tez que competía con el color de la nieve. El detalle caía que por mala jugada del destino, el chico a sus ya catorce años no poseía ninguna habilidad de magia cuando desde la infancia este se desarrollaba.
A pesar de que su padre lo amaba con el corazón, las reglas de su especie eran estrictas: debía ser desterrado de la familia. Pero no todo estaba perdido, había una cláusula que si este lograba conseguir despertar su poder, podría volver a reclamar lo que por derecho a su descendencia es suyo: ser el próximo conde de su linaje.
Ciel partió en el alba sin un rumbo en mente, con la única compañía que era él mismo y un pequeño morral que cargaba en su espalda con solo lo necesario para sobrevivir hasta que lograra encontrar donde. O algo...
La pena y la vergüenza le embargaba. Se sentía lo que era: una deshonra.
Desde muy pequeño, cuando sus demás amigos a la edad de los cinco años ya pasaban por sus entrenamientos mágicos mientras él se dedicaba a esperar y estudiar arduamente todos los libros que existían en su casa sobre la hechicería, conjuros; todo lo referente a los brujos, para que al final no obtuviera una ganancia por su trabajo. Un don nadie.
Toda su existencia se dedicó a ese camino que olvidó algo importante que ahora le perjudicaría: conocer los alrededores. Sobre todo porque sí había nacido con un don, y era el perderse con una suma facilidad. Su orientación era tan mala que no se dio cuenta, o desconocía, que en el bosque en se estaba adentrando era altamente peligroso y temido por todos los de su poblado.
Se decía que aquel bosque estaba maldito. Irónico, ¿no? Pero eso era lo que corría como rumor en todos los pueblerinos tantos de bajo nivel como en la alta.
Para ser exactos, contaba la leyenda que muy dentro, donde los árboles alcanzaban una altura como las catedrales, aun existe una mansión antigua que pertenecía a una de las familias más poderosas que han existido en la historia de todas las criaturas sobrenaturales. Hablamos de los Michaelis que en la actualidad producía miedo de quien se atreviera a pronunciarlo. Es más, casi era un tabú hacerlo. Decían que quien lo hiciera este sufriría las consecuencias con una maldición.
Pero, ¿qué era de esta familia?, ¿por qué hablaban de ellos como si no existieran? Hace varias décadas atrás, aquella mansión donde vivía el conde Michaelis con su esposa e hijo, fue traicionada por la misma reina quien utilizó a una de sus mejores aliados: los Phantomhive, para destruirnos y enterrarlos en las profundidades de las cenizas.
Se corrió el rumor que fue un hecho el borrar del mapa al matrimonio de vampiros con la diferencia de que jamás encontraron el cuerpo del infante en aquel entonces, de ocho años.
Toda esta historia Ciel lo ignoraba de manera olímpica. Más ya era demasiado tarde. Él se encontraba pisando los terrenos prohibidos.
Se decía así mismo que por lógica o sentido común, si seguía en línea recta debería de encontrar la salida y encaminarse a poder encontrar el lugar donde sería su nuevo hogar. Un pueblo donde habitan aquellos desterrados que no tuvieron la dicha de nacer en la "bendición" de su especie. Los "anormales".
La presencia del joven no brujo en el bosque no pasó desapercibido por ninguna criatura que habitaba ahí. Y para su infortunio, era una presa fácil y apetitosa para aquellos sedientes de sangre fresca tan lleno de vida.
- ¿Tan rápido oscureció?
Se detuvo echando un vistazo hacia atrás notando la diferencia entre la entrada a donde estaba. Un hecho que a cualquiera le entraría la desconfianza de seguir. Pero no a él.
- Puede que sean los árboles.
Con esta justificación, siguió su camino hacia delante ignorando las advertencias que el lugar empezaba a darle como el extraño silencio alrededor; la neblina que empezaba a espesarse; la curiosa naturaleza en el cielo que en lugar del Sol, la Luna se encontraba en su lugar y los ojo brillosos de diversos tamaños y cantidades que tapizaban los costados desde el suelo hasta las ramas.
El correr tampoco era el fuerte del joven, por lo que en el momento que tuviera que hacerlo, se vería en un enorme, enorme problema. Y eso ocurriría en cuestión de...
- ¿Hay alguien ahí? – preguntó sin ver un punto fijo al escuchar sonidos extraños y pisadas – estoy armado y podría hacerle daño – metió la mano en su bolsillo de su traje como buscando lo anunciado – es un... – entrecierra los ojos para intentar agudizar su visión a lo que salía de la oscuridad - ¿licántropo? O un... ¿lobo normal?
El miedo y los nervios empezaron a atacar su cuerpo conforme aquella criatura avanzaba dejando notar su descomunal tamaño con una expresión de que no se acercaba para tomar el té o pedir indicaciones a alguien tan igual de perdido.
- Sea lo que sea... - dio pasos hacia atrás sin perderle la pista a lo que estaba a nada de respirarle el cuello – no se ve amigable.
Dicho esto, sus talones giraron para lanzarse a correr a la velocidad permitida por su pequeño cuerpo adolescente. Este comportamiento no pasó por alto por el evidente depredador, lanzándose a la cacería.
Ciel sabía que era evidente el cómo acabaría esta persecución. Su velocidad hasta en los conejos sería un buen chiste y que hasta ellos tendría quizás mayor probabilidad de sobrevivir.
Aun sabiendo eso, él lucharía. Lo haría. Si iba a morir, moriría peleando aunque las tuviera de perder.
Mientras corría, analizaba sus posibilidades: ¿trepar un árbol?, ¿aventarle rocas?, ¿conseguir o romper alguna rama? Todas descartadas al caer boca abajo tropezando por sus mismos pies. Soy mi propio enemigo... Pensó.
En el suelo, se da media vuelta quedando sentado frente a la criatura que se aproximaba mostrando su arma favorita: sus dientes filosos.
Para esperar su fatal final, cierra sus ojos con fuerza deseando que fuera rápido y muy quizás, lo menos doloroso. Pero sabía que era mucho pedir.
Pasaron varios segundos y no sucedía nada. Extrañado, abre de golpe sus párpados para averiguar lo que impedía ser llevado al otro mundo.
- Que rayos... - susurró impactado notando que frente a él se interpuso alguien cuya identidad se ocultaba bajo una larga capa con capucha quien con una mano apretaba en alto el cuello del ser que lo perseguía.
El detalle era que no lo estaba tocando. Desde una distancia sus dedos enguantados asemejaban ese apretón que lo estrangulaba.
El silencio se rompió cuando el cuerpo cayó inerte en el suelo, dejando a un extraño victorioso y un Ciel maravillado.
La persona sin nombre, se acerca a su trofeo, tocando el cuello del animal para saber si tiene signos vitales. Obteniendo su respuesta, toma una de las patas y lo arrastra conforme camina hacia donde el joven azulino seguía en el suelo.
- ¿Estás bien? – le preguntó sin dejar al descubierto su rostro.
- Eh... sí... - se levantó rápidamente sacudiendo su ropa – sí. Hmn... gracias... por... salvarme.
- Descuida. De todas formas tenía que hacerlo. Aunque no deberías de estar aquí. Este bosque es muy peligroso, eso todos lo saben. Incluso para brujos como tú.
- Es que yo... - miró hacia el suelo preso de la pena a lo que iba a decir – no soy un brujo... debería, pero no nací con el poder.
- Ya veo. Entonces te dirigías al pueblo donde todos los desterrados van.
Ciel como respuesta, asiente la cabeza sin verlo directamente.
- Solo que ellos toman otra ruta. Aunque no deberías. Tienes un poco de magia en ti. Es demasiado débil para que lo desarrolles solo, pero ahí está.
- ¿Qué? – abruptamente levantó la mirada - ¿cómo puede saber usted eso? Es imposible. Tengo catorce y no ha sucedido nada.
- Puede que tengas un retardo. Uno algo grande claro, pero suele suceder.
- ¿Es usted un mago?, ¿un oráculo?
El joven pudo escuchar bien una risilla de su parte. Le ha causado gracia su sorpresa de esperanza.
- Ninguno de esos.
- ¿Y entonces?
- Solo soy... - con la mano libre, deja ver su rostro oculto quitando la capucha – un simple vampiro.
- Genial – expresó con asombro – nunca había tenido la oportunidad de estar cerca de uno. Pero se nota que es alguien muy poderoso.
- Lo normal – a pesar de que quería sonar modesto, Ciel se percató de la mentira - ¿quieres que te guíe a la salida?
Ante la pregunta, el esperanzado futuro brujo titubeó su misión inicial al haber sido desterrado de su familia. Pero las cosas habían cambiado.
- En realidad – se acercó unos pasos al vampiro – quisiera pedirle que me enseñe. Es claro que no es un brujo, pero se nota que es alguien que sabe mucho. Conviértame en su aprendiz, por favor.
El chico hablaba en serio. Y eso le transmitía al solicitado que podía admitir que quedó cautivado por el valor que corría en aquellos ojos zafiro. Sumando que era la primera persona que había captado su atención para ayudarle. Algo tiene. Y lo sabía desde que el joven pisó el suelo del bosque.
- ¿Acaso no temes que te mate?
- Ya lo hubiera hecho. A cambio me ayudó ofreciéndome su amabilidad.
Es muy astuto. Pensó el vampiro ya convencido de su respuesta.
- Además – miró hacia el cuerpo que seguía en el suelo – creo que su alimentación es... diferente.
- De acuerdo. Veremos que podemos lograr.
- Le agradezco, señor.
Esta última palabra hizo arrugar el entrecejo del que fue llamado del peor modo posible.
- No soy... señor – con pesar lo dijo – me llamo Sebastian.
- Mucho gusto, Sebastian. Yo seré su aprendiz, Ciel.
- Muy bien, Ciel. Vamos hacia donde vivo.
En el trayecto, el más joven le contó al mayor un poco de su vida. Donde el vampiro concluyó que realmente le faltaba más que aprendizajes sobre ser un brujo, sino todo en general. Se encerró en su pasión por ser algo que antes pensaba que no era, que ignoró el conocer el mundo exterior.
Si lo supiera, sabría que se dirige a la mansión de las que las leyendas hablan. Y que era demasiada coincidencia que el niño de la historia que narran que jamás fue encontrado, sea justamente un vampiro como él.
Y uno con un gran resentimiento hacia la familia que acabó con la suya tiempo atrás. Preparándose para convertirse en un ser poderoso. Invencible. Y estaba a nada de serlo. Se entrenaba cada día desde hace décadas.
Cuando le tocó a él platicar de su vida, aprovechó la ignorancia del joven brujo para omitir muchas cosas.
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- No. No. Observa a tu oponente. Busca debilidades en cuestión de microsegundos.
- Pero... - dice el joven exhausto – no pelearé en mi vida. Soy un brujo. Para eso está la magia.
- Error. La magia no puede solucionar todo. Ya hablamos de eso. Levántate.
Los días de Ciel fueron así, intercalando por aprendizajes nuevos de su especie por parte de Sebastian, quien además de entrenarse de forma personal, también lo hizo investigando todo lo referente a su enemigo: los brujos Phantomhive.
No tenía nada en contra a otros brujos. Fueron exclusivamente ellos que les causaron un amargo dolor que solo se curará con su venganza. Vengaría a su familia. Lo haría.
El tiempo pasó, y estos dos seres, a pesar de que diario se peleaban por alguna razón, se conectaron creando una bonita amistad sobrenatural.
Pero no solo la amistad se concretó, también el desterrado brujo logró enormes avances con su poder dormido que ahora despertó de sobremanera, burlando a todo que aquel que lo miró mal, y que incluso lograría costurar sus bocas con un sutil movimiento de dedos.
Gracias a los grandes conocimientos de su maestro, desarrolló poderes mayores que los que tienen en promedio. E incluso poseía dones únicos a los de su padre.
- Estás listo – anunció orgulloso el profesor – dos años han pasado y les darás la sorpresa de sus vidas.
- Y es todo gracia a ti. No sé como pagarte.
- Puedes. Solo ven de visita de vez en cuando a platicarme como humillas a quienes te lo hicieron.
- Así será. También traeré comidas deliciosas. Claro, especiales para ti. Aprendí bien tus gustos.
- Me gusta la idea.
- Entonces mi amigo – estiró su brazo con el fin de estrecharla – nos veremos pronto.
- Nos veremos pronto – repitió uniendo sus manos en un apretón.
El vampiro observó partir a su graduado aprendiz hasta que desapareció de su visión.
A pesar de que estuvieron juntos por dos años, jamás preguntó ni supo de que familia provenía. Respetó esa parte del joven que en eso se mantuvo en línea de no mencionarlo.
Era justo, él también decidió no decir muchas cosas que quizás de haberlas dicho, las cosas no hubieran sido ni un poco de igual.
- Ahora – emprendió a paso lento el camino dentro del bosque para llegar a su único hogar que ha cuidado para mantener el recuerdo – es tiempo de trazar la ejecución del plan. Mi venganza contra los Phantomhive.
Una sonrisa siniestra fue la única luz que iluminaba la oscuridad del bosque provocando que todo ser vivo que habitaba ahí, se escondiera temiendo lo peor que podría aproximarse.
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- ¿Y-y qué sucedió con ellos? – preguntó el jardinero que escuchó con atención la historia del mayordomo principal de la mansión – si ellos son amigos, no pelearán, ¿verdad?
- Bueno – miró el reloj de su bolsillo – eso se sabrá en otra ocasión. Ya es muy tarde. El joven amo y la señorita Elizabeth deben dormir.
- Es Halloween, Sebastian. Dormir puede esperar, ¿qué sucedió con el brujo y el vampiro? – insistió entusiasmada la señorita Midford.
- Sebastian tiene razón, Elizabeth – intervino el dueño del hogar – ya es tarde, y eso no le gustará a la tía Francés.
- Pero ella no está aquí – dijo en un puchero.
- No, pero prometí cuidarte – suelta un suspiro de derrota para anunciar: - qué les parece si después del desayuno todos nos reunamos de nuevo y Sebastian nos cuente el final de la historia.
- ¡Si! – contestaron todos los reunidos a esta pequeña reunión que había hecho Elizabeth.
- Siendo así – el mayordomo habló - Mey Rin, ayuda a la señorita en lo que necesite para dormir.
- Si, señor.
- Bard, Finny, ayuden al señor Tanaka a llegar a la habitación – lo menciona al notar que el mayor de todos dormía profundamente en un sillón – me encargaré del joven amo y después haré la limpieza del área. Ustedes cuando acaben, vayan directo a dormir.
- Si, señor.
Todos con sus deberes asignados, amo y mayordomo salieron de último cuando los demás se fueron.
- Por qué sentí que el joven brujo tenía características similares a mi... - interrumpió la cabeza de los Phantomhive mientras caminaban hacia su dormitorio.
- ¿Realmente cree eso? – preguntó divertido – los nombres no coincidían.
Al momento que el narrador relató su historia a los oyentes esa noche, en la versión que le dio a todos fue cambiada con motivo de ocultar los nombres reales que en su imaginación había contado.
- Tal vez fue así, pero incluso el "vampiro" – dijo entre comillas – era extrañamente familiar a ti.
- Puede que haya tomado referencias reales.
- Demasiado reales... ¿qué sucederá con ellos?
El mayordomo sabía que aquella pregunta que intentó sonar sin interés, poseía una gran curiosidad. Conocía bien a su amo. Conocía su gusto por ese tipo de relatos que por ello se dio la tarea de crearla más que nadie para él aprovechando la petición que la señorita Elizabeth le hizo a todos para pasar una noche de Halloween: contando historias a la luz de las llamas.
- Hay dos versiones – abre la puerta de la habitación para que su amo ingresara primero, seguido por él - la que es para todo el público y la otra solo para adultos.
- ¿Qué? – pregunto extrañado viendo en la cara de su mayordomo una expresión que conocía bien como pícara.
- Solo usted tendrá la exclusiva de escuchar la segunda opción, pero para eso – de forma rápida dejó al menor sobre el colchón debajo de su cuerpo – tiene que experimentarlo. Aquí está el dulce y truco, joven amo.
- Se-sebastian... oye, espera...
La mansión Phantomhive celebró la noche de todos los santos lleno de una gran energía, cuentos, dulces. Y era algo que el amo y mayordomo llevarían por un rato más.