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Segundas oportunidades. por RLangdon

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El reloj circular del pasillo del instituto marcaba las dos menos cuarto cuando Harvey Kinkle salía del aula y se dirigía a su casillero. Al llegar, pulsó rápidamente la combinación de la taquilla y detuvo su siguiente movimiento de tomar uno de sus libros al reparar en el sobre rojo que pendía de uno de los bordes superiores de la puertecilla métalica.
 
Embargado por una pena profunda, leyó a detalle la invitación firmada por Ambrose. Se trataba de un baile con motivo de San Valentín que se ofrecería en la Academia de las Artes ocultas. 
 
En la invitación ponía su pase y el singular ruego de que Sabrina habría querido que asistiera. 
 
Nada más terminar de leer el nombre, Harvey experimentó un terrible malestar que lo hizo cerrar de golpe el casillero y recargarse de espaldas en el mismo. 
 
Ya había pasado más de un año desde la muerte de su exnovia y el dolor seguía lacerandole las entrañas. Más que su primer amor, Sabrina había sido su mejor amiga. Le había prodigado un cariño inigualable y había estado para él en toda ocasión. 
 
Después de su muerte, su relación con Rosalind se había ido a pique también. Porque se había dado cuenta de que no la amaba a ella la mitad de lo que había amado a Sabrina.
 
El resto del día Harvey fue incapaz de concentrarse en las materias. Rehuyó la cafetería y la biblioteca para no tener que ver a Theo y a Rosalind con su nuevo novio, y se sintió aliviado cuando las clases terminaron. Aislarse de todos se había convertido en su nueva rutina. La agonía de la soledad le estrujaba de forma dolosa, pero a su vez representaba una especie de bálsamo sanador para las heridas del pasado.
 
Camino a su casa se sintió tentado a ir a las minas, pero sabía de sobra que sería nuevamente incapaz de adentrarse más allá del segundo recodo. No quería acordarse de Tommy. Su hermano mayor había sido una de las pocas personas, junto a Sabrina, que lo comprendían, que le escuchaba y aconsejaba. Tommy había sido su modelo a seguir y ahora no estaba más, había muerto. El destino era trágico y caprichoso en ocasiones, y de no haber sido por el hechizo de protección que le había puesto Sabrina, él habría muerto también. Quizá debido a ello le había guardado un profundo resentimiento a su mejor amiga. Un amargo enojo que acabó mitigandose con el paso de los días. 
 
Harvey estaba al tanto de que las intenciones de Ambrose al enviarle la invitacion eran buenas, sin embargo, descartaba toda posibilidad de asistir. Sería lamentable presentarse allí sólo. Era un baile para parejas después de todo, y él ya no tenía una.
 
Alargadas e informes sombras le recibieron al abrir la puerta de su vivienda, permitiendo que las delgadas saetas solares se deslizaran por debajo del resquicio, transmutando las formas de los muebles y haciendo latente la frialdad proveniente del interior de la casa. 
 
La costumbre dictó a Harvey pasar de largo hasta el sofá del comedor, donde el aire viciado y enrarecido con el penetrante efluvio del alcohol se tornaba insoportable. 
 
Recostado de lado sobre el sofá más grande, su padre se hallaba dormitando al abrigo cegador de los efectos sedantes del alcohol, manteniendo aún con torpeza en la mano la botella del líquido almibarado adulterado. 
 
No había comida en el frigorífico, y los trastes sucios empezaban a apilarse mientras el único miembro con vida de su familia desperdiciaba el día entero tomando. 
 
Segundo bálsamo sanador de la familia Kinkle tras la muerte de Tommy. 
 
Después de recoger un poco, Harvey decidió tomar una ducha y tras vestirse, se sintió tentado a hurgar de vuelta en su mochila para leer de nuevo la invitación. 
 
"Sabrina habría querido que asistieras" rezaba la última parte. Se preguntó si Theo y Rosalind habrían recibido una también, después de todo, habían sido igualmente sus amistades. 
 
Tendido boca arriba sobre la cama, Harvey optó por ponerse los audífonos y cerrar los ojos. 
**
 
—Uno más, Dorian— clamaba con urgencia el hechicero desde el extremo opuesto de la barra. 
 
Apenas tuvo el trago en las manos, enguyó el contenido de una sola vez. Apaciguado su estado de ánimo ante el sabor dulzón acompañado de la tibia llamarada ascendente en su garganta, producto del séptimo vaso de licor de la noche. 
 
—Otro— exigió, más que pedir, limpiandose los restos del líquido que impregnaba sus labios con el antebrazo—. Con menos hielos esta vez— añadió irritado y, al ver que el cantinero iba a soltarle otra de sus frívolas sugerencias en cuanto a moderación, esgrimió una sonrisa de suficiencia y le arrebató esta vez la botella de las manos—. Al cielo contigo, Dorian— insultó mientras se levantaba bamboleante del banquillo para emprender la caminata de vuelta a su dormitorio. 
 
¿Qué podía saber el difunto literato sobre lo que a él le convenía o no?
 
Desde la muerte de Sabrina, Nicholas había naufragado desamparado y alcoholizado por los pasillos del cuarto círculo del infierno. 
 
Su infructuoso intento de acompañar a su amada sufrió un aparatoso e irremediable fallo luego de que se lanzara al profundo e incierto mar de las ánimas en su afán por terminar de una vez por todas con el dolor. 
 
Su muerte, no obstante, fue evitada cuando Prudence acudió en su ayuda, sacandole a tiempo con un hechizo y evitando así que sus pulmones sucumbieran ante las bocanadas de agua helada que se habían filtrado exitosamente en su sistema respiratorio. 
 
Fue cuando Nicholas Scratch lamentó más que nunca ser hechicero y no mortal. La nueva y repudiada resistencia de su cuerpo la había obtenido después de albergar el alma corrompida y ruin del Señor oscuro, a quien detestó hasta los confines por haberle sembrado ideas funestas y visceralmente contradictorias. Aquello también había puesto fin a su relación con Sabrina por largas y tormentosas semanas. 
 
A casi un año de su pérdida, se veía totalmente incapaz de sobreponerse a la pena y la congoja. Asi y todo, Nicholas albergaba una ínfima esperanza de reencontrarse con Sabrina. Si no con la real, al menos si con su doble. 
 
Y el baile de San Valentín patrocinado por la academia, era la oportunidad perfecta. 
 
Rendido al sueño, se dejó caer en la mullida cama de su alcoba. Deseando, soñando.
*
 
Con mucha pesadez se puso la remera blanca a rayas a azules con el número diez estampado al frente, a juego con los jeans que había preparado la noche anterior. Después de cepillarse y perfumarse un poco, bajó a la cocina. Su padre ya había despertado y se disponía a preparar la merienda.
 
—Un buenos días no estaría demás— le reprendió el adulto sin volverse mientras maniobraba con la cazuela. 
 
Harvey chasqueó la lengua, bajó la cabeza y apretó los puños en su afán por canalizar su enojo. Le molestaba demasiado que su padre se embriagara al grado de perder el conocimiento, descuidando todo en derredor suyo, hasta que volvía en sí y pretendía que nada malo pasaba. Jamás mencionaba a Tommy, nunca sugería visitar su lápida en el cementerio. Simplemente se cegaba con alcohol para no tener que hacer frente al funesto hecho de haber perdido a su hijo mayor, el mejor y más querido. Sus crudas e hirientes palabras, días después del entierro, seguían calando hondo en el pecho de Harvey. 
 
—Buenos días. Me voy— añadió seguidamente, tomando la última manzana del frutero. Para entonces su padre se había vuelto, dejando a medias su actividad para detenerle. 
 
—Es sábado. No tienes clases, ¿Hacia dónde te diriges?
 
"Cómo si te importara" pensó Harvey, cada vez más irritado por aquella fachada paternal que pretendía evidenciar preocupación hacia él cuando en realidad era todo lo opuesto. A su padre no le interesaba nada que tuviera que ver con él. Sus logros eran nada en comparación a los múltiples reconocimientos de Tommy orgullosamente exhibidos en el estante del vestibulo. 
 
—Habrá una fiesta y...
 
—No llegues tarde. 
 
De pie en la entrada del comedor, Harvey asintió y sin volverse ni despedirse, siguió su camino, aferrando la invitación como si fuera la última cosa valiosa que le quedaba. 
 
Y quizá asi fuera. 
 
*
 
Dos horas más tarde y, en compañia de Ambrose, Harvey accedió a asistir al evento. Se había encontrado con Ambrose a medio camino del sendero que conducía a la casa de Sabrina. 
 
Ninguno dijo nada después del saludo inicial y una breve conversación que giró en torno a los estudios que ambos llevaban en sus respectivos colegios. Camino a la academia, Harvey había sentido la imperiosa necesidad de preguntar si había invitado igualmente a Theo y Rosalind, pero desistió al recordar que Ambrose no estaba enterado de que su relación con Rosalind había terminado casi un año atrás. Sería incómodo explicar la situación, por lo que dejó zanjado el asunto.
*
 
El salón que habían acondicionado para el evento era más grande que la mitad de la escuela Baxter. Harvey había quedado asombrado de los cambios que habían realizado desde la última vez que pisara la Academia de Artes ocultas junto al resto de sus amistades. 
 
Los antepechos de las ventanas habían sido pintados y la estatua en honor al señor oscuro reemplazada por una más imponente y majestuosa de la Diosa Hécate. 
 
Mesas y sillas con ponche y todo tipo de aperitivos formaban un curioso marco a las orillas mientras el centro se encontraba totalmente despejado para el baile que ya había dado inicio. 
 
Al fondo del salón habían dispuesto una tarima para el grupo musical compuesto por dos brujas y un hechicero. 
 
Todo era irreal, tan tangible el bullicio como éterea la visión de las parejas que reinaban en el animado ambiente musical de la academia. 
 
Los primeros minutos habían resultado incómodos para Harvey pero una vez se habitúo a la radical átmosfera, se sintió relajado. 
 
Iba por el cuarto vaso de ponche cuando las puertas del salón se abrieron para dar paso a una singular silueta, de aspecto arrogante y porte majestuoso. Sus ojos resplandecían con una profundidad similar a la noche. 
 
Harvey lo reconoció enseguida, y al verle cruzar el salón con la mirada en alto y su porte jactancioso, sintió su estómago revolverse con una sensación ajena, extraña.
 
La última vez que había visto a Nicholas Scratch fue en el entierro de Sabrina, y no lucía la mitad de atractivo de lo que se veía en ese momento.
 
Cuando buscó a Ambrose a su lado, este ya no estaba. Harvey lo vio bailando con una sensual hechicera, de tez tostada, mirada incisiva y brillantes cabellos blancos. Era Prudence. La recordaba vagamente de sus anteriores interacciones con Sabrina. 
 
Una leve punzada de pena volvió a invadirlo al descubrirse totalmente solo en un salón lleno de parejas. 
 
De prisa, se dio vuelta y se sirvió otro vaso de ponche. Sus ojos se cerraron en un gesto de turbación cuando sintió la mano posarse sobre su hombro izquierdo. 
 
—Campesino— oyó decir a Nick a su espalda. Era increíble que aún le llamara por aquel estúpido mote, pero Harvey, lejos de molestarse, experimentó una corriente interna ante la encantadora, blanca y radiante sonrisa de Nicholas. 
 
—¿Qué hay?— se obligó a responder. Y entonces reparó en algo inusual. Siendo un baile de parejas, Nick tenía que ir acompañado. Sin embargo, tras haber entrado, nadie más ingresó al salón. 
 
Tratandose del hechicero más apuesto y poderoso de su generación, Harvey imaginaba que Nick tendría que llevar a un séquito de seguidoras consigo. No obstante, se encontraba en las mismas condiciones que él. 
 
—¿Vienes solo?— preguntó, dando otro sorbo a su bebida. 
 
Antes de responder, Nicholas le quitó el vaso de las manos para verter una extraña sustancia que llevaba en una pequeña cantimplora negra. 
 
—En realidad no— amplió su sonrisa y le entregó de vuelta el vaso—. Espero a alguien— confesó, mirando en derredor para corroborar lo dicho. 
 
Harvey hizo un mohín de asco al oler el penetrante aroma de licor que despedía su vaso. Enseguida asoció el aroma a su padre y lo dejó de vuelta sobre la mesa. Nick acababa de servirse otro para verter una cantidad más generosa de alcohol en su vaso. 
 
—Sé lo que piensas y te equivocas— dijo tras beberse de un trago la mitad del ponche ante la mirada atónita de Harvey—. No tengo buena reputación cuando se trata de relaciones— admitió encogiendose de hombros—. Lo más serio que llegué a tener fue con Sabrina. El resto me ve como un insaciable sexual que se rodea de sucubos e íncubos...Y es cierto— añadió mirando de refilón a Harvey. 
 
Que el ex novio de Sabrina se presentara, le sentaba a Nick más como un hecho nostálgico que molesto. No había esperado verlo allí, ni en ninguna parte, pero en cambio, volvían a encontrarse. Tras su deplorable desmoronamiento cuando murió Sabrina, no había vuelto a tener noticias del mortal. Que pequeños e inciertos eran los caminos de la tierra y el infierno. 
 
—Oh por Satán— exclamó rabioso al ver a los récien llegados que acababan de integrarse al baile. Era la doble de Sabrina y Calibán, juntos, sonrientes, muy cerca y tomados de la mano. 
 
—Es idéntica— murmuró Harvey, creyendo que la reacción del hechicero se debía al inmenso parecido de la chica. Él mismo las habría confundido si la Sabrina autentica estuviera presente. Era, no obstante, la personalidad frívola y extrovertida de una, lo que la diferenciaba de la otra—. Espera, ¿Era a ella a quién esperabas? 
 
Con el semblante ensombrecido por el disgusto e ignorando la pregunta, Nicholas apretó con excesiva fuerza el vaso, rompiendolo y derramando su contenido. 
 
—Ese bendito...— dirigió una mirada tenaz y calculadora a Calibán. Lo odiaba. La doble de Sabrina era la única que podría apaciguar todo ese dolor que había padecido tras perder a la real, y ahora se presentaba otro obstaculo en su camino.
 
—Se ven felices— comentó Harvey, viendo atento los movimientos desenvueltos de ambos en la pista de baile, ignorando el aura maligna que despedía el cuerpo a su lado—. Al menos ella sobrevivió— rememoró cuando ambas Sabrinas habían regresado por el portal del espejo con heridas graves, casi mortales. Resultaba paradojicamente hilarante y doloroso que apenas unos días más tarde, la Sabrina real muriera en su afán por protegerles.
 
—Sonorimus, audiem, nostram. 
 
Harvey apenas tuvo tiempo de separar los labios al ver que el hechicero a su lado murmuraba un extraño conjuro al ritmo de la delicada danza de sus falanges. Un segundo después hubo una exclamación de eterno enfado resonando en medio de la pista. Era Calibán. Y Harvey no necesitó preguntar al ver la enorme mancha de ponche en sus pantalones. 
 
—¿Por qué?— frunció el ceño, pero para entonces, Nicholas ya se dirigía hacia su objetivo. Una despampanante Sabrina entallada en un deslumbrante vestido escarlata. 
 
Harvey respingó en resignación al verles bailar la primera pieza. 
 
Se aburriría estando solo, pero incluso eso era preferible a tener otra riña en casa con su padre.
 
Cuando la canción terminó, Harvey decidió sentarse. Casi al centro de la pista divisó a Nicholas teniendo una acalorada discusión con la doble de Sabrina, quien no dejaba de negarse a bailar una segunda melodía hasta el regreso de Calibán. 
 
—Bendición— replicó Nick enfadado, abriendose paso en la pista de baile antes de tomar asiento junto a Harvey —. Solo ha querido bailar una pieza, y en todo el baile no ha dejado de decirme lo mucho que ama a ese idiota— apuntó a Calibán con el mentón, tensando los puños al verle abrazar a la rubia. 
 
—¿Por qué insistes?— quiso saber Harvey, sin dejar de mirar el vaso delante suyo, extrañado de saberse inquieto por una situación que no le concernía en lo absoluto—. Se quieren el uno al otro. Es una estúpidez interponerse cuando no te corresponden.  
 
—Amo a Sabrina— los ojos de Nick emitieron un destello apasionado, determinado—. Cuando murió, quise morirme también. Intenté hundirme en el mar de las ánimas y los lamentos. Sabrina era mi todo— anunció lo último de su confidencia en voz más baja, vertiendo otro tanto de su licorera en un nuevo vaso de ponche. 
 
Al inspirar el penetrante aroma a alcohol, Harvey no pudo reprimir una nueva queja. 
 
—Deja de beber.
 
—Beber me ayuda a olvidar— farfulló Nick, empinandose el contenido del vaso hasta el fondo. 
 
Cada vez más molesto, Harvey entornó la mirada.
 
—No va muy bien si es ese el objetivo. 
 
La tozudez del brujo le estaba fastidiando. No solo era el hecho de que abusara de la bebida, también le irritaba ver lo parecido que reaccionaban a situaciones que claramente escapaban de su control. 
 
Hacía más de un año Harvey también había querido agredir a Calibán, luego de que este pusiera de manifiesto sus verdaderos sentimientos por Sabrina delante de Rosalind. 
 
Calibán era un engreído de lo peor (Igual que Nicholas), pero además, por más que Harvey lo detestara, estaba al tanto de que solía tener razón en lo que decía. Nicholas llevaba las de perder en terreno verbal, y por mucho. 
 
—Empiezas a sonar como Dorian, mortal— sonrió Nick, más divertido que molesto luego de que Harvey le arrebatara la licorera para vaciarla en medio de sus sillas—. Ya verás como consigo que Sabrina se fije en mi. 
 
—Ella no es Sabrina— aunque tarde, Harvey se retractó de sus palabras al ver cómo la expresión de eterna seguridad de Nicholas demudaba al doloroso pasmo—. Estás siendo masoquista al perseguir una sombra— remató, desviando la mirada a la pareja que parecía disfrutar de cada pieza como si fuera la primera vez que bailaban y se exhibían juntos, suspirando al traer la memoria de cuando él había bailado con Sabrina en su diesiceisavo cumpleaños. Seguramente entonces lucía el mismo semblante de regocijo de Calibán. 
 
Acabada la pieza, Harvey se volvió a su acompañante para verle tambalearse en la silla hasta ponerse de pie. Intuyó que el brujo debió haber estado bebiendo desde antes de llegar al baile y la decepción ligeramente tinturada de angustia se tornó en alarma cuando Calibán se encaminó decidido hacia ellos, llevando los pantalones que se había tenido que cambiar. 
 
—Tú— apuntó a Nicholas y le arrojó la húmeda prenda—. Más vale que los laves. 
 
Harvey presintió problemas tan pronto Nick empezó a reír más en tono sarcástico que hilarante. 
 
—Como digas— tomó la prenda y la dejó caer dentro del cuenco de cristal destinado para el ponche. Los pantalones flotaron, no obstante, se impregnaron del tono púrpura de la bebida.
 
—Hey, no— anticipandose a la pelea, Harvey se interpuso entre ambos, extendiendo ambos brazos y procurando mantenerles alejados a un palmo de distancia. Fue Calibán el primero en pasar de la defensiva a la ofensiva. 
 
—No intervengas, mortal— después se volvió a Nick—. Ya veo. Es tu juguete de turno— sujetó el cuenco del ponche y lo vertió encima de un estupefacto Harvey Kinkle. 
 
Nicholas bufó. 
 
Aquello fue suficiente para que la pelea se desatara.
 

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