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Si Dios existiera. por RLangdon

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Mientras avanzaba con pasos firmes sobre el inestable camino de grava que conducía al estacionamiento trasero de la iglesia, Arvin Russell apenas recordaba cómo había llegado a ese punto culminante de su vida. 
 
El tenue resplandor de la luna en cuarto menguante iluminaba su camino hasta el Ford Mustang turquesa que yacía aparcado bajo la luz de una de las farolas. 
 
El aire se respiraba fresco a diferencia de la enrarecida nube de smog que flotaba a orillas de la carretera del aparentemente pacífico poblado de Ohio. 
 
Calándose firmemente la gorra y, asegurandose de que el perímetro estuviera despejado, Arvin abrió la portezuela del copiloto del Ford, provocando que el individuo que se encontraba dentro se sobresaltara ante su repentina presencia. 
 
Hasta hacía pocos minutos, una joven de no más de veinte años acababa de bajarse del auto para irse en su bicicleta de regreso a su hogar. 
 
—¿Quién eres y qué es lo que quieres? 
 
El reverendo fue presto a interrogar, clavando su mirada analítica en él. Arvin agachó momentáneamente la cabeza para que el visor de la gorra le cubriera medio rostro, despues jugó ansioso con sus dedos en una pose de aparente nerviosismo previamente orquestada. 
 
—Quiero un consejo, padre—balbuceó, inseguro—. He pecado mucho últimamente y necesito confesarme. 
 
Sabía de antemano que acababa de gatillar la desconfianza del otro, por lo que debía irse con cuidado. 
 
Tras largos segundos, el hombre de porte delgado y acicalados cabellos castaños emitió sus primeras palabras. 
 
—¿Por qué no esperas a mañana?
 
Arvin negó con suavidad, contundente. 
 
—No podré dormir si no le digo a alguien lo que he hecho— manifestó, retomando el jugueteo de sus dedos, cual adolescente indeciso al saberse pillado en pleno acto de rebeldía—. He hecho actos lujuriosos de los que me arrepiento. 
 
Otro silencio secundó su coloquio. Arvin supo que el anzuelo había sido mordido al oír la respiración contenida salir en un hondo exhalido de expectativa. 
 
—Continua— la gruesa mano del reverendo se posó sobre su pierna derecha en una caricia furtiva que, en apariencia, pretendía infundir ánimo.
 
Esta vez Arvin asintió despacio, sorbió una bocanada de aire por la boca antes de continuar. 
 
—He estado practicando sexo oral con una chica que acabo de conocer. A veces pierdo el control y me vuelvo...rudo— finalizó cerrando los ojos al sentir la palma del reverendo recorriendo su pierna de arriba hacia abajo. 
 
—¿Te ha mordido o te ha vomitado encima?
 
Arvin tensó los labios antes de negar. Su plan inicial había sido interceptarle dentro de la iglesia. Había permanecido oculto entre los arbustos hasta que la congregación se disipó por completo. Pero entonces había llegado aquella joven, obstaculizando su estratagema. 
 
—Ese no es el problema, padre— podría acabar ahí. Arvin lo tenía muy en claro. La sangre aún bullía rauda por su sistema, pese a haber esperado todo ese tiempo para actuar—. También he tenido pensamientos lujuriosos donde estoy con un hombre— la mano se retiró de a poco de su pierna, subiendo esta vez por su cuello hasta que los dedos largos tomaron su barbilla para alzarle el semblante. Arvin apenas se inmutó cuando aquel hombre que decía adorar a Dios introdujo su pulgar entre sus labios, abriendose paso en ellos, generándole una repulsión sin igual. 
 
La única cosa que había tenido Arvin bien en claro desde que pisó ese pueblo era que Dios no existía. 
 
Si Dios existiera, su madre no habría muerto de cáncer. 
 
Si Dios existiera, no habría permitido a su padre sacrificar a su perro como acto de ofrenda, devoción y fe para que la curara. 
 
Si Dios existiera, no habría muertes, depravación, asesinatos, corrupción y violencia en todas partes a donde miraba. 
 
Si Dios realmente existiera, su hermanastra Lenora no se habría suicidado.  
 
Cuando la exploración bucal terminó, Arvin aferró el borde de sus pantalones pero se lo pensó mejor cuando el reverendo Preston se abrió la bragueta de los pantalones y lo tomó de la nuca para acercarlo a su recientemente despierta excitación.
 
Podría parar ahora. Sin embargo, no lo deseaba. 
 
"Hipócrita. Manipulador. Depravado" 
 
Lentamente se inclinó hacia su costado para meterse el erguido miembro a la boca, mientras con su mano libre, se aseguraba de que la gorra siguiera en su sitio. 
 
—Quitatela, muchacho— jadeó Preston, pero Arvin hizo caso omiso y succionó con alevosía, desde la base hasta el húmedo glande. 
 
Jamás en su vida había hecho nada igual pero se ufanó en canalizar toda su ira en aquella felación. 
 
—Así—lo felicitaba con voz entrecortada el reverendo, empujandolo hacia abajo de la nuca—. Que bien lo haces. 
 
El miembro pulsátil se abría paso hasta casi rozarle la campanilla. Arvin tuvo que apretar fuerte los párpados para no vomitar mientras se aferraba del borde del asiento. 
 
Un par de empujes más y el semen se derramó justo encima de su lengua. Arvin oyó al reverendo gruñir de puro placer en tanto arremetía de lleno en su cavidad para asegurarse de que se tragara hasta la última gota. Arvin lo hizo y después se incorporó de a poco, con el rastro del tibio líquido deslizándose por una de sus comisuras. 
 
El sonrojado reverendo Preston estaba recargado en el asiento, jadeaba y tenía la mirada ausente. 
 
—Perdone usted, padre— murmuró Arvin, mientras aferraba la semiautomática Luger de su bolsillo, elevandola a la altura del rostro del interpelado, cuyo semblante perdió de inmediato todo color al tener el arma apuntándole directamente al entrecejo—. Pero no creo en Dios— sin darle tiempo a excusas, pulsó el gatillo y la implosión fue acompañada de un ruido sordo que reverberó dentro del coche, pulverizando el apacible silencio nocturno. 
 
Arvin dejó caer los hombros y se hundió unos minutos en el asiento, con el rostro salpicado de sangre. 
 
Su adorada hermana Lenora por fin había sido vengada. 
 
Y en caso de que Dios existiera, ahora estaban a mano.

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